37
Un baile es un baile, uno con música en algún lugar quizás con un par de personas compartiendo la misma idea de sincronizar pasos y perderse en la melodía, pero Matías tenía una idea diferente de "baile" a mi parecer.
Cuando me invitó a bailar jamás se cruzó por mi cabeza que lo haríamos en un parque solitario, sin música, solo siendo guiados por nuestros pasos que se sincronizaban para igualarnos, pese a todo: me encantó porque era algo salido de la rutina, algo muy loco pero único, bailar sin música en un parque desierto de personas no es algo que se viera todos los días.
Él reposaba ambas manos hacia mi cintura y yo me aferraba a su cuello casi como si temiera que se escapara de mí. Lo apresaba mientras mi cabeza reposaba cerca de su cuello y aromatizaba su fragancia de colonia varonil, una muy suave que no aturdía a mi olfato.
—Estás muy hermosa, mi pequeña —lanzó un cumplido, ni siquiera estaba mirándome, estaba mirando hace quién sabe qué.
—Gracias, futuro Dr. Thompson —lo alagué recordando cómo lo había llamado una vez—. Tú también luces muy apuesto.
Sonrió tal vez recordando cierta escena antes de que mi padre nos descubriera por primera vez.
Pensó un poco más de tiempo, era un silencio que no me intrigaba ni tampoco era incómodo, era uno en la que ambos nos transportábamos en varios momentos, así decidimos expresarlo.
—Acuérdate que mi primer trabajo como médico será sanar esa baja autoestima que posees —sonrió.
—Ya no hará tanta falta —mencioné mordiéndome el labio inferior—. Me hiciste amar algo que siempre odié, con nuestra separación maduré, no del todo pero es lo que necesito por ahora y aprendí que para todo existe un momento y una razón. También un aprendizaje.
—Creo que mi momento era mudarme aquí y tú eres ese bello hecho que le dio la razón y mi aprendizaje es que te amaría hasta donde pudiera—musitó acerándose.
Mi corazón latía con cada centímetro que sus labios se acercaban a los míos, deseosos, incitándome a besarlos, miraba su boca, luego a sus ojos y volvía a bajar a la primera observación.
Su respiración se mezclaba al chocar con la mía, mis labios rozaban con los suyos, lentamente se fueron saboreando, disfrutándose mutuamente.
— ¿Tienes una palabra para todo, no? —interrogué aun saboreando el sabor de sus besos.
Seguíamos bailando bajo la luz de la noche y la iluminación del parque, nuestras sombras se reflejaban en el piso, las estrellas se iban ocultando una tras otra con la llegada de una inesperada lluvia que nos empapó completamente.
Habíamos ido caminando así que no nos quedó de otra que volver de la misma manera con la diferencia de que la lluvia nos acompañaba, no le dimos importancia, nos convertimos en un par de niños saltando en los charcos que se acumulaban por las calles y reíamos mientras todos corrían refugiándose.
Corríamos de la mano por las veredas, yo guiaba al frente y él seguía mis pasos sin oponerse, reíamos por nuestro comportamiento infantil pese que no era nada malo, más bien: fue divertido.
En una esquina, Matías me jaló hacia él, aferrándose a mi cintura una vez más y me besó. Gotas de lluvia caían por nosotros, resbalándose por diferentes senderos, pero no lograron interrumpirnos.
Me acompañó hasta casa, mi padre lo recibió con una sonrisa rebosante de alegría abrazándolo y esparció pequeñas palmadas en la espalda de mi chico.
—Espero no le moleste mi presencia señor Harrison, pero si me permite, quisiera asegurarme de que Liz se encuentre bien —oí a Matías decir a mi padre.
Me encontraba escondida tras la puerta de la sala donde ellos estaban y quería saber si no les resultaría incómodo a ambos, después de todo los celos de mi padre eran incontrolables y en cualquier momento podrían aflorarse y aturdir a Matías, pero no fue así, abandoné el lugar sigilosamente mientras ellos hablaban sobre sus días.
Entré a ducharme cuando escuché que la puerta de mi habitación se abría, no le tomé mucha importancia porque pensaba que era Perla ingresando para acomodarse en mi cama.
—Te traje un poco de chocolate caliente —solté un grito cuando escuché a Matías.
Estaba sentado sobre mi cama con una bandeja que sostenía dos tazas de chocolate caliente con vapor saliendo de él y unas galletas dulces que mi madre preparó ese día, a lo que olvidé que iba envuelta en toalla.
—Matías... —mencioné, no hacía falta decir más para que él entendiera a qué me refería.
—No te preocupes, mi pequeña —aseguró dejando la bandeja sobre mi mesita de noche y se acercó a mi encuentro—. Quédate así —pidió y no pude entenderle.
Me quedé estática mientras Matías esparcía besos por mi rostro, su tacto frío por la lluvia me provocaba escalofríos al hacer contacto con mi piel que ya estaba cálida.
Deslizaba su mano acariciando mi piel, jugueteaba con mis pechos apretándolos, sus caricias eran lentas y suaves con un toque cariñoso lejos de ser algo más, luego me besaba, sentía como su respiración se agitaba, la mía no era la excepción, tenerlo así de cerca hacía que una maraña de sensaciones se dispersaran, era tan difícil de describir lo feliz que me sentía tenerlo.
—Te amo, mi pequeña —susurró acorralando mis mejillas en sus manos mirándome a los ojos.
Verlo hacía que mi corazón sufriera mini-infartos de felicidad, se me dificultaba respirar normal cuando lo tenía así, mirándome con amor con el peculiar destello en sus ojos que lo caracterizaba desde que lo conocí.
—Te amo —plasmé un beso sobre sus mejillas a lo que él correspondió con un tierno beso robado.
—Tu padre me dio permiso para que duerma contigo esta noche, mi ropa esta toda... —hizo pausa apreciándose—, mojada —terminó la frase—. Así que creo que dormiré en ropa interior si no es mucha molestia, si quieres tu duermes en tu cama y yo en el pi...
—Duerme conmigo —interrumpí.
—Está bien —sucumbió a mi pedido abrazándome, me tomó de sorpresa por lo que mis brazos quedaron pegadas a mis costados con un Matías acorralándolas.
Primeramente comimos las galletas con los chocolates calientes que ya se habían enfriado un poco, seguido de eso Matías me acobijó cubriéndome con las sábanas e ingresó a mi cama haciéndome compañía, ofreció su brazo para que me durmiera en ellos, a lo que sin dudas no me negué y enrollé mis piernas a él.
—Sabía que regresarías —habló mi chico mientras miraba al techo—, no es fácil resistirse a mis encantos —bromeó carcajeándose.
— ¿Ya empezarás con tus bromas? Así me das tiempo de pensar mis respuestas.
— ¿Liz Harrison haciéndose la graciosa? —pensó unos segundos—. No lo creo.
—No ganaré al rey de las bromas, pero —cargué la voz en la última palabra alargándola—, lo intentaré —afirmé riéndome por mi tonta hazaña.
—Estaré esperando —se levantó de la cama sentándose de brazos cruzados.
—Pareces un mafioso sentado así —admití.
—Creo que te falta mucho por aprender del "rey de las bromas" —sí, las comillas las había hecho él con los dedos burlándose de mi increíble apodo—. Pero era verdad cuando dije que no te resistes a mis encantos —se acercó más a mí casi susurrando.
—Tienes razón —troné un beso en sus labios.
Matías se me lanzó haciendo que cayera sobre mí, nos besamos hasta que la falta de aire se hiso inevitable para ambos, me recosté de nuevo en sus brazos hasta caer rendida al mundo de los sueños.
El despertador sonó justo cuando estaba sumida en lo que hubiese sido mi quinto sueño, renegué en mi cama dándome vueltas alrededor de ella a lo que recapacité de que no había dormido sola y cierta compañía no se encontraba a mi lado, sino que yacía en el sillón que se encontraba cerca de mi escritorio.
Mi chico, aparte de que era bromista, también podía ser tierno trayéndome un desayuno —que por cierto estaba muy delicioso—, preparado por él mismo con una carta, una rosa y un llavero de peluche.
Corrí a abrazarlo al notar todo el detalle, no era algo grande pero lo era para mí, mi mejor regalo siempre fue y será: él.
***
Perdonen la demora, estaba muy ocupada estos días y no pude actualizar pero acá les dejo este capítulo, espero les guste y voten por la historia.
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