35
Desperté sintiendo las suaves caricias de Matías deslizándose por todo mi rostro, delineando cada curvatura y rincón en él, me perdí en sus ojos que me miraban con dulzura, en ellos solo encontré lo que tanto amaba, a Matías.
—Luces increíblemente hermosa hasta por las mañanas, mi pequeña —me dio un beso de piquito en la frente, luego me guiñó un ojo. No pude contener la sonrisa que me causó su gesto.
—Siempre me haces recordar que soy hermosa, inclusive cuando ya ha pasado tanto tiempo.
—El tiempo no es nada para dos personas que están destinadas a estar juntos —se levantó de la cama, me pasó una mano para ayudarme a realizar lo mismo.
Busqué mi ropa en mi equipaje para cambiarme y luego bajamos a desayunar, se hacía algo tarde, Matías tenía que ir al trabajo y yo a mi casa.
Al bajar las escaleras escuché una voz masculina muy familiar seguida de las risotadas de la Sra. Thompson, Matías quiso salir corriendo cuando lo vio, allí estaba mi padre, tomando el té como si nada con la Sra. Iveth, me sorprendió que estuvieran tan tranquilos luego de cómo la humilló una vez.
— ¡Hija, te estábamos esperando! —mi padre se levantó del asiento al percatarse de mi presencia, me abrazó. Posteriormente miró al chico que yacía temeroso a mi lado, ambos se observaron sin despegarse la mirada—. Espero que cuides muy bien de mi hija —le dirigió la palabra y no fui capaz de creer lo que le estaba diciendo, por sobre todo, pidiendo.
—Lo haré, puede confiar en mí —comentado aquello mi padre extendió su mano hacía Matías, él hiso lo mismo y lo sellaron dándose un apretón de manos, ambos asintieron.
Gregorio Harrison palmó la espalda de Matías, no sabía lo que estaba pasando *¿acaso esa era su manera de dar las pases?* Me perdí en esos gestos.
—Tu padre ha venido a ofrecer disculpas por cómo nos había tratado anteriormente, Liz —la madre de Matías me estabilizó de mi letargo para brindarme explicaciones que era obvio que necesitaba—. No soy una persona rencorosa, lo perdoné porque somos seres humanos y todos nos equivocamos.
—Tampoco puedo guardarle rencor a mi posible suegro —bromeó, mi padre lo miró. Carcajeé porque aprecié cómo Matías tragaba saliva con dificultad y quería desaparecer por lo dicho.
—Tranquilo chico, sé que amas a mi niña, me cuesta aceptar que ya está grande y que esté con un chico que ella también ama —su tono de voz era calmada, sabía que estaba siendo sincero—, sé que he cometido muchos errores, que he lastimado a personas con mis actos, estoy muy arrepentido por eso, pero no puedo vivir arrepentido toda la vida sin hacer nada, un día alguien me dijo que debía perdonarme a mí mismo para encontrar la paz en mi interior.
Estaba haciendo práctica de lo que la había dicho cuando lo perdoné e ingresó a mi habitación a leerme un cuento "Debes saber perdonarte a ti mismo, dejar ir todo aquello que no te deja vivir, si no lo haces, no podrás seguir en calma" realmente lo estaba haciendo, estaba dejando ir sus errores para sacar provecho y algo bueno de ello, amé mucho más a mi padre en ese momento, por su cambio.
Corrí a sus brazos y me recibió, guardé mi cabeza entre su cuello, balanceaba su mano por mi espalada dándome tranquilidad.
—Gracias papá —agradecí en un susurro—, gracias por admitir tus errores, por pedir perdón, gracias por todo.
—No tienes por qué agradecer hija, pero debemos irnos ya.
— ¿Cómo supiste que estaría aquí? —pregunté alejándome de sus brazos.
—Te conozco pese a todo —esbozó una enorme sonrisa—, sabía que tarde o temprano estarías con él, no dudé en que estuvieras aquí, me costó trabajo mantener los celos paternales —rodó los ojos sabiendo lo que estaba confesando—. Después de todo eres y serás siempre mi niña.
Nos despedimos de esa familia tan agradable y nos dirigimos hacía su coche, Matías se inclinó a darme un beso largo en los labios, mi padre tosió por lo incomodó que se le hacía ver a su hija besándose con un chico, todo ese asunto era muy nuevo para mí, a la vez muy chistoso.
El camino que mi padre tomó no era el de nuestra casa que estaba a tan solo unas cuadras, no sabía a dónde se dirigía, poco a poco reconocí la calle, la casa y a la joven que se acercaba corriendo hacia mi encuentro.
—Ella también te extrañó, estaba seguro de que también te agradaría verla —explicó.
Asentí dándole las gracias antes de correr y chillar como niña pequeña ingresando a Disneylandia.
Pronto nos abrazamos, escuché el sonido del motor del coche que se marchaba del lugar dejándome sola con mi mejor amiga.
— ¡Liz! Te extrañé tanto —lloriqueó sin despegarse—. Pasa —ofreció—, tenemos tantas cosas de que hablar y que contarnos.
Nos sentamos en el sofá de su gigantesca casa, se dirigió a la cocina a traerme un vaso medio cargado con jugo de limón, se sentó en la silla que estaba en mi diagonal y comencé a contarle todo lo que había vivido.
—Por un momento creí que me cambiarías por aquella Anahí —hiso un puchero con los labios cruzando los brazos—, las cosas sin ti no fueron las mismas, a todos nos hiso tanta falta tu compañía —suspiró profundo.
—A mí igual, extrañé las charlas con mi mejor amiga, todas nuestras pijamadas, salir de compras y terminar tomando helados o en los columpios, hacer cualquier cosa juntas —todo lo que le mencionaba no era suficiente para eliminar sus celos de amiga—. Te extrañé mucho tonta —apreté su nariz en medio de mis dedos índice y medio—. ¿Has investigado algo más sobre tus padres?
—No, sin mi amiga dándome ánimos no era lo mismo, no tenía a quién molestarle por horas cuando eso sucediera y lo dejé porque sin ti no tenía sentido —bajó la mirada y siguió—. Sé que no depende de ti, sino de mí, pero es mejor cuando tú estás y me incitas a seguir, cuando te fuiste, no tuve a nadie más.
—Ya estoy aquí, Verónica, puedes recomenzar tu búsqueda y decirme cada pista que te lleve a ellos, sabes que siempre estaré para ti.
—Y yo para ti.
La tarde la pasamos en los columpios ubicados en el patio trasero de su casa, ya casi no cabíamos en sus asientos de metal.
Me columpié recordando viejos tiempos cuando de niñas solíamos pasar todas las tardes entre risas allí, de pronto me sentí en esas épocas y en mi mente nos vi como las niñitas que éramos sin algunos dientes o con dos coletas que los únicos inconvenientes que tenían era que no podían decidir el gusto de helado para comprar porque los quería pedir todos.
En la noche avisé a mis progenitores que me quedaría a dormir con mi mejor amiga, en realidad, haríamos nuestras pijamadas, extrañábamos tanto hacer una, que optamos por hacerla después de mucho.
La noche avanzaba, ninguna de las dos lograba pegar los ojos y dormir, era tanto lo que teníamos para seguir hablando y contándonos.
Su grito de felicidad bien pudo haber despertado a sus padres, por fortuna no lo hiso, dio brinquitos al aire cuando le comenté la noche que había tenido con Matías, ella por su lado estaba de novia hace un buen tiempo con un chico que conoció en el Instituto y ya habían pasado más lejos que un intento.
***
Al día siguiente en casa reinaba el silencio, razón: mis padres habían salido a cenar juntos y aprovechando la ocasión me dispuse a ponerme la primera ropa que encontré; me tumbé en el sofá con medio kilo de helado que descubrí guardada en la nevera ¡era mi momento de casa sola!
Mi momento duró tan solo tres minutos cuando escuché que alguien tocaba el timbre.
—Te ves bonita en short corto con remera que más bien parece un camisón —me elogió Matías.
—Pasa —ofrecí—, perdón por el desorden, no estaba de esa manera hasta que descubrí que tenía la casa sola para mí y pues... me emocioné.
*No tanto como que vinieras a verme* pensaba pero no se lo dije, tampoco no lo necesité ya que él me conocía de sobra y mis emociones me hacían la contra haciendo que sea muy notorio lo que estaba sintiendo.
—No te preocupes —me abrazó aromatizando mi fragancia—. Vine a verte a ti, no al desorden que ocasionaste —susurró cerca de mi oído.
Nos sentamos en la sala, él estaba muy pegado a mi costado con su brazo extendido hacia el respaldo del sofá y mi cabeza reposada en ella, su cercanía era cálida, tan imposible negárselo, lo quería a cada segundo de esa forma: siendo abrazada por Matías, también sus besos y caricias, quería todo de él.
—No podía dejar de pensar en ti, te extraño con cada segundo que pasa, los minutos se me hace eternos y las horas una infinidad —confesó mirándome a los ojos—. ¿Y cómo puedo negarme a este sentimiento que me exige tenerte siempre?
—Pues dile a tus sentimientos que estén tranquilos Matías —aconsejé presionando su pecho con mi dedo índice repetidas veces—. Tú siempre me tuviste y siempre seré para ti así pase un centenar de años.
—Contigo es difícil controlar esto que siento —musitó más para sí.
—Entonces, no los controles.
Me miró de nuevo a los ojos sorprendido por mis palabras, empezaba a acariciarme y resbalar su mano por cada parte de mi rostro con suavidad, se relamía los labios y eso para mí se veía tan tentador ¡estaba provocándome! Y para mí era tan difícil resistirme a él.
Y así, ambos nos perdimos en la profundidad de nuestros besos.
***
Holiiiis, quería avisarles que acabo de modificar este capítulo porque el primero no me convenció y tuve que hacerles algunos cambios.
Los ailoviu #teamMatías.
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