29
Desperté pasado el mediodía, tuve en cuenta que era por lo de la fiesta y por haber llegado al amanecer; mi abuela ya se encontraba degustando su comida recién hecha. La acompañé en lo que quedó por terminar su almuerzo, mi mirada se perdía en las luces de recuerdos de la noche anterior; había bebido sólo agua y un refresco, tampoco acepté ningún otro tipo de bebidas, por lo que descarté el hecho de estar embriagada.
Tal vez Anahí me había contagiado parte de su actitud tan espontánea y osada que me vi tentada a besar a Jeremías, era difícil de aceptar porque; bueno, pasé media vida tratando de ordenar mis sentimientos por Matías y después de años de estar ocultando lo que era inevitable de ocultar, nos besamos y después viene un chico al cual conocí por medio de un pelotazo en mi rostro, hablamos sólo por horas y nos besamos así de... fácil —qué ironía—. Lo cierto era que por un instante: me odié.
Me odié por besar otros labios que no eran los de Matías, por degustarlos con voracidad, por sentir una nueva textura, otro aroma, por abrazar una nueva esencia, me odiaba porque era injusto, porque no se lo merecía desde mi punto de vista pero ¿qué más podía hacer ya?
Mi capacidad de razonar me decía que era tiempo de abandonarlo, que no se puede engañar a uno mismo con la falsa esperanza y es que era lo único que me quedaba, lo único que me mantenía.
No sabía si lo volvería a ver de nuevo sin importar el día, el mes o los años que pasaran, si así como yo él seguía pensando en mí, si me esperaría, tampoco sabía si ya estaría en otros brazos, no sabía nada, menos: si volvería.
Ingresé de nuevo a mi habitación tratando de aclarar tantos pensamientos que revolvían mi mente y que pudiera llegar a un acuerdo conmigo misma; necesitada de aire fresco me dirigí a mi balcón a observar el paisaje y en las lejanías del jardín apreciaba el coche de mi padre. Reaccioné de nuevo y me froté los ojos por si me estaban jugando una mala pasada, pero allí seguía.
—Es... ¿el coche de mi padre? —me recosté por el umbral de la puerta de la sala e intervine los quehaceres de mi abuela buscando una respuesta dando sólo con un gesto asombrado—. ¿Qué es lo que hace aquí? —fruncí las cejas y realicé una mueca con los labios.
—Mi tesoro de abuela —se sobresaltó, acomodó su delantal y quitó unas gotas de sudor en su frente—. Sí, él ha venido muy tempano, tú estabas descansando y decidimos no molestarte, salió un momento no sé dónde, prometió que volvería más tarde.
—Bien —suspiré profundo con un disgusto envolviéndome—. Supongo que tendré que soportarlo por hoy —zanjé, me quedé un tiempo más allí, ayudar a mi abuela a veces hasta era divertido.
Los años no la afectaron en su personalidad tan juvenil que poseía, cantábamos mientras repasábamos la sala y en un vaivén de pasos sincronizados empezábamos a bailar, ayudarla era uno de mis pasatiempos favoritos para distraerme.
Ella era esa clase de abuelas que cuentan sus anécdotas de cuando eran más jóvenes haciéndote reír con sus descabelladas locuras y hazañas o con sus amoríos pasajeros, pero que siempre dejan alguna que otra enseñanza.
Tiempo después terminamos con los quehaceres y me dirigí a mi habitación.
Sumida en mi lectura diaria, escuché el sonido de tres golpes leves a mi puerta, cerré el libro y me levanté a atender.
— ¿Molesto? —inquirió mi padre. Me mordí los labios dubitativa buscando palabras que no encontraba para responder.
Pero, sí; si me molestaba su sola presencia después de tanto daño ocasionado.
—Sólo quería informarte que estoy libre por dos días —añadió—, y lo aprovecharemos para la cena de padre e hija que teníamos pendiente ¿qué dices, Liz? —me limité a asentir y cerrar la puerta prácticamente en sus narices.
Bastó sólo de su aviso para angustiar a mi corazón.
Me prometí intentarlo, cenar, cruzar algunas que otras palabras y eso sería todo. Me vestí con un vestido de seda que me había comprado mi madre, una de color celeste con motas blancas, el collar que me obsequió Matías, el calzado con plataforma un poco alta y con mi típica melena salvaje haciendo de las suyas.
Así subí al coche de mi padre que en todo el camino no mencionó ni el más estúpido comentario.
El restaurante al que acudimos no se situaba muy en el centro, pero escuché rumores acerca de que era uno de los mejores por lo que deduje con certeza la razón por la que mi padre la eligió.
En lo alto colgaban unos candelabros de cristal muy colosales, la decoración estaba hecha con flores naturales, el piso era de una cerámica muy reluciente, tan brillante y limpia que podía ver mi silueta reflejada en ellas.
Pedimos la mesa con vista a la calle como me gustaba y nos sentamos, cada quien pidió una comida diferente. Me dispuse sólo a observar a los transeúntes cuando mi padre rompió el incómodo silencio que habitaba entre nosotros hace ya varios minutos.
—Ese chico y tú —pareció meditar y rebuscar palabras para concretar su frase—, hacen una bonita pareja.
— ¿Cuál chico? —casi logra que me atragantara con el agua que acababa de beber mientras esperábamos que nos trajeran nuestros pedidos. Tosí dos veces seguidas para recomponerme.
—El que te trajo esta mañana a la casa de tu abuela, vine algo temprano al pueblo, aproveché a prepararme el desayuno. Gracias —la camarera nos traía el pedido y mi padre siguió hablando—. Los vi desde la ventana, el chico me parecía algo familiar, mi suposición fue acertada cuando fui a visitar a un amigo, me enteré que es su hijo, es un chico muy bueno, tienen una casa muy enorme, sus padres trabajan en bienes raíces y...
— ¿O sea que te agrada porque son personas de dinero? ¿Es eso lo que quieres decir? Vine aquí con una pequeña esperanza de que tal vez hayas cambiado tu actitud, me doy cuenta de lo errada que estuve.
—De hecho, es un buen chico —ignoró mis palabras como de costumbre—, podría darte un buen futuro, por algo será además que se encontraron y que lo dejaras traerte cuando en realidad habías ido con unos amigos y no regresaste con ellos, no digo que estén saliendo, simplemente... piensa lo que te digo.
—Me dio un pelotazo en el rostro ¿qué podía hacer? Dejar que saliera ileso no era una buena opción, le propuse que me trajera a casa de la abuela con la idea de que lo perdonaría. Sabes que no soy como tú —alcé la voz en esa frase y tomé una bocanada de aire—. Mefijo en las personas por su actitud, no por el bulto que se asoma cuando sacan la billetera ni en los lujos que puedan brindarme.
—No te alteres niña, era sólo que me dio curiosidad saber con quién tratas, no sería nada bueno si son personas que puedan lastimarte.
— ¿Cómo tú? No, no creo que encuentre otra persona que me lastime más que mi propio padre, si aquel chico me agrada es por su actitud y porque me trata de una forma especial, no por el hecho de saber que es una persona con mucho dinero.
—Quieres decir que... ese chico ¿te agrada? —cortó su trozo de carne como si no me diera cuenta que estaba muy al pendiente de mi respuesta.
—Era un decir —me ruboricé por no percatarme de lo que acababa de admitir. Empecé a girar mi tenedor en la pasta de mi plato.
Ambos nos mantuvimos en silencio el resto de la cena, ya no éramos los mismos de hace años, no teníamos nada que decirnos, no teníamos más nada en común el uno con el otro, antes... éramos inseparables, en ese momento fuimos cualquier persona que fueron forzadas a conocerse y entablar una incómoda conversación que no nos llevaba a nada. Con la diferencia de que él para mí, era un completo desconocido que creí conocer.
Duele, el saber que con quien eras muy cercana cambió hasta el punto en que logró dañarte, que no es capaz de mejorar por el daño que causa, más bien, seguir dañándote como si no le importaras, como si su nueva misión es destruir completamente las pocas piezas que quedaron para armarte.
Y no le importó; no le importé.
Regresamos a casa de la abuela manteniendo el silencio del restaurante, ese silencio al menos sí me confortaba en el espacio que me vi obligada a compartir con él, me despedí tras abandonar su coche con un portazo.
Una vez más esa habitación en la que dormía y hasta a veces; me refugiaba de todos, con los mismos pensamientos invadiendo mi mente, recordando la misma sonrisa, los mismos brazos cálidos, la mirada perdiéndose con los míos, aquellos labios y el beso más inolvidable.
La única persona y el mismo nombre retumbando en mi mente... Matías.
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