20
— ¡Eres tan hermosa! —Matías quedó boquiabierto.
—Siempre lo mencionas —le lancé una mirada coqueta y enloquecedora.
—Para que sepas que todos los días luces hermosa a veces hasta despeinada y toda desarreglada, tienes ese don de gustarme tal y como eres.
Matías vestía una camisa de cuadros rojos y blanco, un jeans negro y una chaqueta de cuero del mismo color, se veía sexy con el cabello despeinado y salvaje a causa de la brisa.
— ¡Vayan ahora chicos! Tu padre entró a darse una ducha —mi madre nos interrumpió dándonos a conocer la oportunidad de marcharnos.
Hace un par de días Matías había comprado un automóvil Chevrolet Nova, le gustaban los coches clásicos y lo encontró en oferta, no desaprovechó la oportunidad y lo adquirió con gran esfuerzo y una inimaginable cantidad de ahorro, lo usaba solo en ocasiones, le era más placentero caminar ya que podía "aprovechar el paisaje".
Como todo un caballero, corrió a abrirme la puerta del coche, al entrar y estar sentada me obsequió una pequeña margarita, sabía que me gustaban los pequeños detalles, lo hacía porque su corazón le demandaba que lo hiciera no porque conocía aquello, me lo había dejado en claro, luego bordeó el coche e ingresó a manejar; abrimos las ventanillas para que el aire fresco ingresara.
Nos dirigimos al cine escuchando músicas que pasaban por la estación de radio haciendo más energética el encuentro. A ambos nos resultó cómodo cantar y bailar al ritmo de la música en los asientos intercambiando miradas ocasionalmente.
Difícilmente habíamos encontrado algún lugar para aparcar, asistían varias personas y no dejaron casi ningún estacionamiento libre. Primeramente Matías bajó del auto y luego volvió a bordear el coche para abrirme la puerta para que bajara.
La sala estaba llena de parejas, todas lo eran excepto Matías y yo.
Cuando salimos del cine fuimos caminando de la mano hasta el coche, lo colocó en marcha e íbamos sin rumbo fijo sólo yendo hacia donde el destino nos guiaba.
—Quiero llevarte a ver las estrellas, es una linda noche y un buen momento para aprovecharla.
—Llévame a dónde tú decidas Matías.
Me llevó a lo más alto de la ciudad: al mirador, desde allí se podía apreciar las luces de todas las casas hasta de los más lejanos, todo parecía tan pequeño, hablamos por un largo tiempo sobre una variedad de cosas sin importancia pero era agradable esa clase de conversación que solíamos tener, me hacía sentir segura, podía ser yo misma sin temor a contarle sobre cualquier tontería y él atento me escuchaba.
—Pasó tanto tiempo de que llegué a tu casa temeroso preguntándote si podías acompañarme a la escuela —observaba al cielo suspirando, lo estaba recordando sublimemente—. Te recuerdo a ti, con cada facción tan perfecta, tan, tú; tus cabellos alzados en una coleta, tu ropa un poco holgada, tu media sonrisa que me dejaba disfrutar de un tierno hoyuelo del lado izquierdo.
—Eras un niño muy simpático y tierno, siempre lo fuiste... —no me dejó seguir, callé sabiendo que Matías tenía mucho que decir.
—Ese día supe con seguridad que la vida me estaba regalando una maravillosa oportunidad de ver todos los días aquella sonrisa tuya que va de la mano con un rubor en tus mejillas, Liz... tú despiertas en mí varios sentimientos que invernaban en mi interior, todo en ti me gusta. Tú me gustas.
Aquellas palabras ya las sabía con certeza, pero oírlas pronunciar por Matías era tener todo para ser feliz, lo sabía por la manera en que me trataba, que me escuchaba, que me cuidaba, lo quería con una intensidad no descubierta antes, lo quería en ese momento, en el pasado y en un futuro, porque las almas unidas por amor no se rompe, no se muere... permanece en la eternidad.
—Nunca dudé de aquello, no niego que siempre intenté convencerme a mí misma de que solo me agradabas, pero no pude, no podía mentir y callar mis sentimientos que gritan tu nombre —admití finalmente—. Me gustas Matías.
—No veo un mundo viviendo sin ti, me complementas y me haces sentir especial —suspiró—. Nunca me sentí de esta forma, tan entero, con necesidad de mimarte como a una niña indefensa que proclama mi cariño —rió mordiéndose frágilmente los labios—. Temo que soy yo quien también necesita de ti, quien necesita del calor de tus brazos, de tus caricias tan espontáneas, de tus labios... —Matías llevó sus manos a mi cara, la acercó con cuidado a la suya y entonces; me besó.
El beso era delicado, suave e intenso, sentía sus labios pegados junto a los míos, su corazón latiendo tratando de salir al exterior a proclamar su victoria, su piel erizada y temblando, su respiración era nerviosa y agitada, sentí estar en otra dimensión en la que quería pertenecer y solo envolverme, la incertidumbre de pensar que no sería correspondido, pero lo fue.
Me acerqué más a él sin siquiera despegar los labios, envolví mis brazos a sus hombros y Matías me sujetó por la cintura.
Ese beso cada vez se volvía más penetrante por tanto haberlos castigado con la espera, merecían ser libres, conocerse, encontrarse y saborearse unos a otros, no vacilaban, no paraban, estaban sedientos exigiéndonos mucho más.
Matías me mordisqueaba los labios inferiores y los estiraba frágilmente y volvía a sus besos placenteros, los que nos llenaban el alma.
Algo que ambos deseábamos y en ese momento se convirtió en adicción, de querer más, no querer separar nuestros labios aglutinados por lo que el momento decidió que pasara.
Su mirada resplandecía burlando a las estrellas, la luna estaba oculta tras inmensas nubes que no la dejaban asomarse, esa noche la luna... eran sus ojos.
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