10
Desperté como cualquier otro día, mis padres no se encontraban por lo que me tocó prepararme el desayuno: café instantáneo con pan tostado untado en mantequilla *¡el menú perfecto! Un poco más y hasta parezco una chef* me reía de mis pensamientos que aparecieron temprano para fastidiarme, me cepillé los dientes y me alisté para ir a la escuela.
Con Matías era todo muy tranquilo en esos días, pensé que sería mejor no preguntarle por qué había reaccionado de esa manera.
El día fue muy tranquilo, todos seguían su rumbo haciendo lo que a diario hacían, solo Verónica decidió felicitarme *podría ser que sólo lo olvidó* trataba de convencerme a mí misma yendo con la cabeza gacha camino a mis clases de violín.
— ¡SORPRESA! —gritaron todos cuando me adentré al conservatorio.
Había pancartas, regalos y globos azules, estaban mis compañeros, la Sta. Judith, Verónica y hasta mi... ¿madre?
— ¡Feliz cumpleaños hija! —me abrazó felicitándome. No pude decir nada, estaba sorprendida—. ¡Conozco esa carita tuya! No podía dejar que tu padre arruinara tú cumpleaños y decidí hacerte una fiesta sorpresa.
— ¡Pensé que lo habían olvidado! —no supe que otra cosa decir.
— ¿Cómo olvidaremos una fecha tan importante? —la Sta. Judith parecía feliz por mí—. Solo por ser tú cumpleaños ¡tienes permiso de salir temprano!
— ¡Aprovecha la oportunidad, tómate tu tiempo! —mi madre así como también la Sta. Judith se traían algo entre manos, reían en secreto y con complicidad ocultando algo que no pensaban decírmelo; iba de mi parte averiguarlo.
— ¿Qué haré sola vagando por las calles?
— ¡No lo sé hija mía, sal a dar unas vueltas y luego regresa a casa! ¡es tú cumpleaños! Disfrútalo, quizás... la vida te sorprenda.
El tiempo es impredecible, las cosas suceden de forma aleatoria... sin un orden que seguir, algo así era con Matías.
— ¿Estás perdida? —escuché esa voz, la que me hacía sentir segura, la que cada vez que la escuchaba sabía que todo estaría bajo control.
— ¿Matías?
— ¡Así es mi pequeña!
— ¡Ahora lo entiendo todo!
—festejé en mi interior y comprendí la complicidad de mi madre y mi maestra.
— ¿Qué es lo que entiendes? —frunció las cejas, supuse que no estaba comprendiendo mi actitud.
— ¡Nada; olvídalo! Es más ¿qué haces por aquí?
—Salía del trabajo y me topé con una niña.
—Y... ¿esa niña cómo es? —inquirí con ansiedad.
— ¡Es la niña más hermosa que han visto mis ojos y está de cumpleaños!
— ¿Cómo lo supiste? Digo, Verónica te comentó al respecto pero no te había dicho la fecha ni nada por el estilo.
— ¡No arruines la sorpresa!
—De acuerdo —no dije más.
Sabía que era inútil querer descifrar a Matías, es un "caso perdido" por decirlo así, solía dejar que las cosas sucedan al azar.
—Cierra los ojos, mi pequeña ¡y no los abras hasta que yo te lo ordene!
— ¡Como usted diga mi capitán! —hice el ademán del saludo militar.
Me tomó de la mano guiándome por el camino, giramos por la derecha, unos pasos hacia el norte y luego a la izquierda y sí, ¡estaba desnortada! Pero a donde sea que Matías me llevaba sabía que armaría una fiesta dentro de mi corazón.
Él tatareaba músicas y cantaba lo que recordaba de las letras, no había chico como Matías que llevase las cosas con calma y despreocupado.
— ¡Llegamos! —mencionó.
— ¿Dónde? ¡No veo nada!
—No necesitas ver, para sentir...
— ¡Sabias palabras! Pero ¿a qué te refieres? —intentaba sacarle tan sólo algunas pistas.
—Sólo... concéntrate —sugirió.
No sabía con exactitud a qué se refería con eso y más con los ojos cerrados ¿Que me concentrara? bien... el aroma a flores frescas era notorio, abundaba en el lugar, se podía escuchar algunas que otras aves cantando, brisa suave, ni el más diminuto sonido de automóviles cerca ¡y claro! caminamos un par de minutos, tal vez estábamos algo lejanos a la ciudad.
— ¡Con eso es suficiente! Puedes abrir los ojos.
Había adivinado, estábamos en las afueras de la ciudad, pero lo que pude observar me dejó perpleja: una lluvia de libélulas, colibríes danzando sobre flores que daban impresión de que cruzaban hasta el otro lado del mundo, no sólo hermoseaban el lugar, sino también el momento.
— ¡Es un lugar muy bello!
—Un lugar bello para una bella chica ¡pero aún no comienza la mejor parte!
— ¡Qué! —me asombraba la caja de sorpresas que podía llegar a ser Matías.
Caminó hacia unos árboles que le colgaban una especie de enredadera, los movía buscando algo en ellos, algo como... unas bicicletas.
— ¡Lo bueno no se encuentra por fuera! Me costó trabajo traerlas hasta aquí —admitió frotándose el pelo algo despeinado.
— ¿Sugieres que me suba a esa bicicleta?
— ¿Qué tiene de malo? ¡te reto a una carrera!
— ¡No! No es eso, es que...
— ¡Entonces vamos! —me interrumpió.
— ¡No se andar en bicicletas! —lo dije bastante rápido queriendo evitar que escuchara *que vergonzoso*
— ¡Enserio que es imposible creer que no sepas! —se burlaba pacífico.
— ¡Matías!... ¡no te burles! No soy de las típicas chicas que aprendieron con el método tradicional.
— ¿De las que aprendieron con "papi" corriendo detrás de ellas ayudándolas a mantener el equilibrio soltándolas lentamente para que vayan solas?
— ¿Irónico, no? Es cierto, nunca me enseñaron —zanjé.
—Mi pequeña... ¡siempre tan inocente! Te enseñaré —se ofreció con una sonrisa pintando su rostro.
—Creo que acabo de oír mal ¿puedes repetirlo?
— ¡Lo que dije; te enseñaré! Si lo logras... ¡podría dejarte ganar!
Mi mente contradecía las palabras de mi corazón, pero como era torpe y tomaba decisiones sin pensar en si me convienen o no y menos en sus futuras consecuencias; acepté... después de todo era Matías quien estaba conmigo y con él, nada podía salir mal.
— ¿Me sujetarás y estarás ahí cuando caiga y me raspe las rodillas? —mi voz estaba temblorosa.
— ¡Mi pequeña, todo estará bien!
—No estoy segura —suspiré con pesadez.
—¿Confías en mí, cierto?
— ¡Confío en ti así como Perla confía en que la alimentaré todos los días! —reímos por lo verosímil de aquello.
—Bien, coloca tu pie derecho sobre ese pedal y el izquierdo sobre éste otro —señalaba los pedales.
— ¿Así? —inquirí realizando al pie de la letra lo dicho por Matías.
— ¡Vas bien! Ahora toma impulso, no tengas miedo, yo te sostendré para que no caigas.
—Está bien —respiré profundo (extremadamente profundo)
Seguí sus instrucciones, tomé impulso tal como me lo indicó, la bicicleta comenzó a avanzar tambaleando.
Sólo después de ya varios metros conseguí equilibrarme por mí misma y sin darme cuenta Matías me soltaba en búsqueda de la otra bicicleta para acompañarme. Nacía en mí una sensación extraña que nunca antes había experimentado.
Mi sonrisa resplandecía haciendo competencia a los rayos del sol que quedaban de esa tarde, mis cabellos se alborotaban por el aire, Matías estaba feliz por mí... su rostro lo delataba.
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