CAPÍTULO VEINTISIETE - SIN BEBER
Martes, 16 de agosto del 1988
Es martes, son las diez y media de la mañana y ya me he disfrazado.
No es un disfraz.
Sí, y me importa un bledo lo que opine mi conciencia. Es un maldito disfraz y estoy seguro de que nadie se vestía así en el siglo XIX, principalmente, porque te podría dar un agotamiento por calor, sobre todo, si trabajabas en el campo y a pleno sol.
Pero es la romería de Garachico y, ya que no pude ir al Baile de Magos, tengo que disfrazarme y divertirme, porque si no, Claudia me los corta. No voy a negar que en el fondo me apetece, especialmente, porque Gabi está más que ilusionada y si a ella esto la hace feliz, a mí también.
Nos vamos a quedar todos en una casa que es de una tía solterona de Claudia, porque después de todo el día de fiesta, nadie quiere conducir de vuelta a casa.
Echo de menos a Samuel, que está en Madrid trabajando, pero compensa un poco su ausencia que estarán Pedro, Bruno, Efrén y todos los surferos, además de mis mejores amigas. No veo a Gabi desde ayer, porque ella, Claudia y Yaiza quedaron para arreglarse para ir juntas y preciosas, o eso es lo que dijeron.
—¡Colacho! —grita Claudia, cuando ve que me acerco a la carreta.
—¿Dónde te metiste? —me pregunta Miguel, el novio de Claudia.
—Estaba hablando con David que fue un momento a saludar a unos compañeros de clase y en un minuto vuelve —les explico.
—Siempre se lían por ahí —se queja Claudia.
—¿Ya estás bebiendo? —recrimino a mi mejor amiga con la mirada.
—Yo no quería, pero los chicos en la carreta me han dicho que tenemos que probarlo. Además, está malísimo, esto no baja ni con comida mexicana —se defiende Claudia.
—Doy fe de ambas cosas —la apoya Yaiza al acercarse hasta nosotros.
—¡Qué raro que la defiendas por beber! —respondo riendo y negando con la cabeza.
—Deberíamos ir a la carreta, tenemos que preparar todo porque creo que la nuestra sale a las doce —nos dice Miguel.
—¡Pero si falta más de una hora! —me quejo.
—Guiri —oigo que dicen detrás de mí, me giro y veo a Pedro.
—Pedro, ¿qué haces aquí? —le pregunto, cuando me acerco hacia donde está, dejando a mis amigos a unos metros.
—Estás en mi pueblo, Colacho. No se te ve mucho el pelo últimamente, así que tuvimos que organizar una fiesta para que vinieses —bromea.
—Eres viejo —contesto rápidamente y me gano una colleja.
—Eso no es verdad, aún te doy mil vueltas en el agua —me responde orgulloso.
—¿Cómo te fue en Las Américas el fin de semana pasado? —me pregunta Israel, un amigo que lo acompaña.
—Al principio se pusieron un poco chulitos, pero conocía a algunos y al final no hubo problemas. Incluso le prestaron un boogie a Gabi para que también se metiera —le explico para que sepan que no tuve inconveniente alguno con los locales.
—Si necesitas algo o no sabes dónde quedarte esta noche, avísanos —me ofrece Israel antes de que me despida con la mano y vuelva hacia donde están mis amigos esperando.
En cuanto Claudia se da cuenta de que estoy de vuelta con ellos, no deja de quejarse de que siempre estoy perdiendo el tiempo con la mitad de los habitantes de su pueblo. Se supone que la que tiene familia en Garachico es ella.
—¡Gabi! —le grito a mi amiga en cuanto la veo al lado de nuestra carreta.
—¡Qué guapo! —me dice antes de darme un beso en la mejilla y un abrazo, aún no me he acostumbrado a que lo haga siempre que me saluda.
—Tú tampoco estás mal —le respondo a su piropo.
—¡Pero si está increíble! El próximo año la presentamos para que sea romera mayor —interviene Claudia.
—Es verdad, estás increíble —admito.
A unos metros de donde estamos nosotros veo a Silvia con una de sus primas, aunque no está vestida de maga. Estoy seguro de que David no la ha visto. Está encima de la carreta preparando el brasero y eso le acapara toda su atención.
No quiero ser un chismoso, pero Silvia también es mi amiga y necesito saber que está bien, así que decido ir a saludarla, aunque no quiero que David y los demás se enteren.
—Chicos, vengo en un rato. Somos demasiados y no creo que se note mi ausencia —me despido sin darles oportunidad de contestarme.
No me voy directamente hacia ella, que se ha alejado de donde estamos nosotros, sino que intento salir del recinto donde todas las carretas que están esperando para salir en la romería. Sé que me la encontraré en cualquier momento si la espero por la salida.
—Hola —saludo a Silvia y a su prima dos minutos después.
—¿No estás en la carreta con los chicos? —me pregunta mi amiga, sorprendida, porque posiblemente me ha visto antes con los demás.
—Te vi y vine a buscarte. Necesito hablar contigo —voy directo al grano.
—¿Ahora? —me pregunta, incrédula.
—Si a tu prima no le molesta, por supuesto —le respondo.
—Estaré por el castillo con mis padres —se despide su prima antes de irse.
—¿Qué ha pasado? —me pregunta Silvia a mí.
—Eso quisiera saber yo. Ni siquiera te has vestido y casi no te he visto desde que he vuelto de Europa. ¿Qué es lo que te pasa? Y no me digas que es por David, porque te conozco bien y nunca estarías así por un chico, además de que él te adora y no te haría daño conscientemente —le digo, poniendo todas mis cartas sobre la mesa.
—Tengo un problemón, aunque ya lo voy a solucionar este viernes, así que no te preocupes —me dice seria.
—¿Qué no me preocupe? Pues claro que lo hago. Si mi amiga tiene un problemón, yo quiero ayudarla.
—¿Podrías dejarme treinta mil pesetas? No sé a quién pedírselas y David no es una opción. Prometo devolvértelo poco a poco.
—Sabes que no me importa darte el dinero, pero me gustaría saber para qué lo necesitas —le contesto intentando aparentar tranquilidad.
—¿Prometes no decírselo a nadie?
—Soy una tumba —le respondo, serio.
—Estoy embarazada —me cuenta, sin preámbulos, para comenzar a sollozar luego.
De todos los escenarios que me imaginé cuando me pidió el dinero, ninguno tenía relación con un embarazo o un bebe. En principio no sé qué decirle, pero la abrazo y me la llevo caminando a una zona menos transitada.
—¿Por qué quieres abortar? ¿No quieres tenerlo? —le pregunto tras unos minutos de silencio.
—¿Estás loco? Nunca le haría algo así a David. Ya su padre tuvo que ponerse a trabajar y acabar sus estudios cuando él estaba en el instituto. Además, mi madre me mataría. Ella se quedó embarazada de mí a la edad que tengo ahora. Tener a ese niño no es una opción —contesta categóricamente.
—No te estoy preguntando qué pasaría si lo tuvieses. Si estuvieses casada con tu novio, él trabajase y todo estuviese bien, ¿te gustaría tenerlo?
—Pues claro, a David le daría un paro cardiaco, pero estoy segura de que en cuanto lo tuviese entre sus manos lo querría igual que yo —me dice y se pone a llorar otra vez.
—David lo está pasando fatal. Deberías contarle lo que está sucediendo —le riño.
—No puedo, sé que si se entera, se sacrificará y dejará de estudiar —me responde mi amiga.
—Yo me haré cargo de ese niño, Silvia. La empresa va muy bien y no tengo ni que pagar alquiler en Madrid. Me haré cargo de él en los próximos seis o siete años y después ya David habrá terminado de estudiar y tú también —me comprometo.
—No puedes hacer algo así —me regaña esta vez ella.
—Por supuesto que sí, seré su padrino —bromeo.
—Podría hacerlo si me fuese a Madrid contigo. Si mi madre se entera de esto, me matará de verdad y David no permitiría que me mantuvieses a mí y a mi hijo. Es muy orgulloso. Si quieres ayudarme, no le digas nada a nadie y deja que me quede contigo en Madrid hasta que se me ocurra algo —me pide a punto de ponerse a sollozar otra vez.
—Vale, pero vas a tener que contárselo a Samuel, porque en algún momento se enterará. ¿De cuánto estás?
—El viernes cumplo once semanas, solo me queda un mes para poder abortar —me explica.
—Ni de broma vuelvas a decir que vas a abortar a mi ahijado —le respondo y la abrazo antes de que comience otra vez a llorar.
Me da muchísima pena de David, pero no puedo decirle nada, se lo he prometido a mi amiga y, además, es algo que tiene que contar ella. Nos quedamos un rato hablando de lo que haremos en Madrid. Ella le dirá a su madre que quiere estudiar COU fuera de aquí y no creo que ponga mucho impedimento. El bebé nacerá a principios de marzo y vamos a tener que inventarnos una excusa para que no venga en Navidades a Canarias.
No creo que el plan funcione, sobre todo con David. En cuanto sepa que está viviendo con Samuel y conmigo, intentará visitarnos todos los fines de semana y desde que se le note la barriga, se dará cuenta de lo que está pasando. David es buena gente, pero no es idiota.
***
Son casi las doce cuando llego a la carreta. Sin pensarlo mucho subo con mis amigos y cuando me pasan un vaso con vino, David me lo quita de las manos y se queda con él. Mis mejores amigos saben que no bebo mucho alcohol. No sé si es porque no estoy acostumbrado y suponen que me va a sentar mal, pero hasta Claudia siempre está pendiente si bebo algo que no lo haga demasiado. Así que ellos se me preocupan de que no beba y cuando se cogen una melopea, yo los cuido. ¡Qué ironía!
En la carreta me lo paso genial, aunque no puedo evitar pensar que David, mi amigo que está repartiendo vino del malo a todos los que nos gritan que les demos algo de beber, va a ser papá en unos meses.
Menos mal que a Gabriel no se le ocurrió pedirme que fuese papá antes de los veinte o que dejase a alguien embarazada. No creo que yo pudiese ser un buen padre ahora mismo, ni siquiera sé hacer un potaje de coles.
David tampoco es muy dado en la cocina, pero se las apaña mejor que yo y Silvia siempre ha sido muy diestra en la cocina, igual que Claudia. Sé que al principio va a ser un gran cambio, no obstante, estos dos están hechos el uno para el otro y seguro que, en algún momento, mi amiga le dirá a David que va a ser papá.
Después de lo desesperado que ha estado pensando que Silvia no quiere seguir con él, la noticia del bebé le alegrará la vida. Al fin y al cabo, ella lo sigue queriendo.
—¿No bajas de la carreta, Cola? —me grita Gabi desde la calle.
Tiene que estar muy bebida porque solo me llama Cola cuando está borracha.
—Dame un minuto —le pido mientras ayudo a Miguel a recoger un poco antes de irnos.
Todos, excepto Miguel y yo, se han bajado en cuanto la carreta ha parado detrás de la ermita de San Roquito. No creo que Miguel esté en condiciones para prestar mucha ayuda, pero es mejor que me ayude un borracho a tener que recogerlo todo yo solo. Además, tampoco tenemos que recoger tanto.
Cinco minutos después bajo y ayudo al novio de mi mejor amiga a que llegue al suelo sin romperse la cabeza.
—Gracias, Colacho. Tú sí que eres un amigo y no como Samuel, que está esperando como un buitre para tener una oportunidad de lanzársele encima a Claudia —me dice Miguel, cuando ya estamos los dos en el suelo.
—Samuel es mi mejor amigo y no te permito que hables mal de él de ninguna de las maneras —le contesto, serio, porque para mí Samuel es lo más parecido a un hermano que puedo tener.
—Y, normalmente, es un buen chico, pero se ha obsesionado con mi novia —se defiende Miguel.
—No se ha obsesionado con tu novia. Para nosotros Claudia es mucho más importante que cualquier otra chica, es la hermana de Gabriel. Sí, es verdad que han tenido sus rollos, pero estoy seguro de que para Samuel no representa nada si tiene que compararlo con lo que significa para nosotros que Claudia sea la hermana de nuestro mejor amigo —le intento explicar.
—¿Por eso no están juntos? —me pregunta el borracho de Miguel.
—No, ella está contigo y Samuel tiene también sus cosas. No están juntos porque no quieren estar juntos —le respondo con toda la paciencia que me queda.
—Creo que a ella sí le gustaría estar con él.
—¿Estás demente? No sabes lo que dices, Miguel.
—Sí, lo sé —se enfada.
—No dejes que los celos te cieguen. Si tanto te importa Claudia, vete a buscarla y hazla feliz —le digo para que se vaya.
—¡Qué bonito lo que acabas de decir! —me dice Gabi, cuando Miguel se va sin despedirse.
—¿Qué está demente? —la molesto.
—No, tonto, que la fuese a buscar y la hiciese feliz —me responde ella, sin darse cuenta de que le estoy tomando el pelo.
—No lo va a lograr, esa relación está destinada a fracasar —le digo mientras la sujeto por la cintura y me la llevo hacia la plaza.
—¿Tú crees?
—Sí, son buenos amigos, pero nada más.
—¿Igual que nosotros? —me pregunta Gabi y yo hago como que no la escucho, porque no podría mentirle con algo así.
Nosotros somos amigos, sin embargo, no nos parecemos en nada a Claudia y Miguel. Yo a Gabi la quiero y puede que Miguel también quiera a Claudia, pero Claudia no lo mira como a veces me mira Gabi a mí. No estoy seguro de lo que ella siente por mí, no obstante, puedo poner la mano en el fuego de que quiere besarme igual que yo a ella.
Además, no pierde ni una oportunidad en acercarse a mí para que la abrace y la tenga entre mis brazos. Ella tiene tantas ganas de sentirme cerca, como yo de ella.
Definitivamente, Gabi ha conseguido un lugar privilegiado en mi corazón, y no solamente en el mío, mi familia la adora. En cuanto regresamos de Europa y se enteraron de que Yaiza y yo hacía tiempo que no éramos pareja, mi abuela no ha hecho sino lanzarnos indirectas. Hasta Claudia me ha dicho que es la chica ideal para mí y Samuel no la ha contradicho.
***
Llegamos a la plaza y encontramos a nuestros amigos en la entrada. No me paran de saludar, no me había dado cuenta de la cantidad de personas que conozco en este pueblo. A todos les he arreglado algo en el coche, un ordenador u otro cachivache.
No lo pienso mucho y en cuanto Gabi se termina de beber la copa que le pasó Claudia, la tomo de la mano y me la llevo hasta el escenario. No tengo especialmente ganas de bailar, pero sí de abrazarla y tocarla y sé que bailando es la única forma en la que puedo hacerlo.
Bailamos dos canciones y nuestros amigos aparecen a nuestro lado. Yaiza le pasa otra copa a Gabi y cuando va por la mitad se la quito y se la paso de vuelta a mi exnovia. Creo que ha bebido más que suficiente, si se mantiene en pie es porque se sujeta a mi cuello.
—Me encanta esta canción —consigue decir Gabi, cuando comienzan a tocar Oye, cómo va una canción que mi madre suele escuchar de un disco de Tito Puente.
Yo no le digo nada, porque no es que me entusiasme mucho, pero si me pego a su cuerpo cuando se da la vuelta y se coloca delante de mí.
No lo veo venir, ni yo, ni nadie, de los que están a mi alrededor. A media canción, Gabi se da la vuelta y sus labios se funden con los míos, como si fuese algo de lo más natural. Yo la dejo hacer, no porque considere que sea lo correcto, sino porque no puedo separarme de ella. Además, no le hacemos mal a nadie y posiblemente mañana no se acuerde de nada.
Todos mis amigos están tan bebidos como Gabi y no le dan la mayor importancia a nuestro beso, pero yo estoy excitado como un niño de trece años que se encierra en el baño con una revista Interview, en la que por primera vez puedes ver chicas con los pechos desnudos.
—Gabi —le digo para que pare, pero más que hablar parece que gimo.
—Umm —es lo único que ella me contesta.
—Mañana te vas a arrepentir —le recuerdo.
—No, seguro que de esto no me voy a arrepentir —me dice y sigue besándome suavemente.
La canción acaba y todos comienzan a saltar mientras la orquesta los anima a que hagan de bufones. Ahora entiendo a mis amigos, no creo que nadie que no esté borracho se preste a hacerles caso.
—Ya veo que vas avanzando —me dice Claudia, cuando Yaiza y Gabi se van juntas al baño de la casa de una amiga de Claudia.
—Mañana ella no se acordará de nada —le respondo lo que pienso.
—¿Y tú?
—Yo no lo voy a olvidar en la vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro