CAPÍTULO VEINTICUATRO - AGOTADO
Miércoles, 13 de julio del 1988
Son las dos de la madrugada y estoy agotado. Gabi quería ver los fuegos artificiales que se disparan a las once de la noche desde el parque de la Ciudadela, por lo que después de comer, fuimos a la noria gigante del parque Antoniutti para hacer un poco de tiempo.
Allí nos encontramos con Antonio y Manuel, dos chicos de unos veinticinco años que conocí unas horas antes, junto a Jorge. Nos presentaron a sus amigos y nos fuimos juntos a ver los fuegos, y luego, una cosa llevo a la otra y acabamos bailando mientras todos, incluyendo a Gabi, beben calimotxo, menos yo.
—¿Cómo puedes seguir bailando? ¿No estás agotado? —me pregunta Gabi, que se acerca hasta donde estamos tres del grupo bailando todavía.
—Estoy que me caigo de cansancio, pero si no me muevo, me quedaré dormido de pie —reconozco.
—Pues vámonos a dormir, Colacho —me dice, bajando un poco la voz.
—Sabes que solo tenemos una habitación, ¿verdad? —le pregunto, porque he estado evitando toda la noche sacar este tema de conversación.
—Pero hay dos camas —dice ella tan tranquila, por lo que yo tampoco le voy a dar más importancia de la que la tiene.
—Espérame aquí, voy a despedirme de los demás —le hago saber antes de alejarme de ella.
Tan solo hace unas horas que la he visto por primera vez y estoy seguro de que, si lo permito, me gustará mucho más de lo que debería. Es divertida, simpática, inteligente y tiene muy buen sentido del humor.
Todo esto no sería un problema si no tuviese que pasar la noche en la misma habitación que ella. Después de estar horas a su lado, comer con ella, hablar de todo y de nada, bailar y saltar al ritmo de la música como si se nos fuera la vida en ello, lo único que me apetece es acostarme a su lado.
No he dormido muchas veces con una chica, solo con mi exnovia, pero estoy seguro de que dormir junto a Gabi me gustaría mucho más. Ella, como si pudiese leer mi pensamiento, se sujeta a mi brazo cuando me acerco a ella para irnos, por fin, a descansar.
—¿Qué planes tenemos para mañana, Colacho? —me pregunta mientras nos vamos hacia nuestro hotel.
—A las ocho comienza el encierro. ¿Quieres correr? —le pregunto, manteniendo la mirada hacia el frente.
—¿Yo? ¿Pueden correr las mujeres?
—¿Por qué no iban a poder?
—Porque los españoles siempre han sido un poco machistas —me responde segura.
—A mí nadie me preguntó si era chico o chica y no creo que hagan diferencias. El que quiera ponerse delante de un toro, que lo haga.
—Me levanto contigo para verlos, aunque no sé si me atreveré a hacerlo y no quiero que tengas que tirar de mí durante todo el camino como con Jorge. Pero gracias por preguntar.
—No hace falta ni que pregunte, se supone que tienes tanto derecho tú como yo.
—Cuando mi madre se entere de que mi amiga Cola es un chico y que, además, me ha invitado a correr delante de unos toros, le va a dar algo, pero antes te mata —responde, esta vez divertida.
—Si quieres puedes quedarte en la habitación y yo intentaré buscar otro sitio donde dormir —le ofrezco.
—No seas tonto. Nos quedaremos los dos en la habitación, tenemos sitio de sobra.
—Está bien, pero a partir de mañana alquilaremos dos habitaciones para que tu madre no se enfade —añado para sentirme un poco mejor.
No tardamos mucho en llegar al hotel. Le ofrezco el baño para que se duche y se cambie primero y luego lo hago yo. Estoy tan cansado que no tardo mucho en quedarme dormido, aunque antes pongo la alarma en mi reloj.
***
—No me puedo creer que hayas vuelto a correr esta mañana después de lo de ayer —me dice Jorge tras encontrárnoslo en la churrería La Manúeta desayunado, al igual que nosotros.
—¿Qué es lo de ayer? A nosotros no nos pasó nada —le respondo, levantando los hombros.
—Pero casi —contesta antes de comenzar a presentarnos a todos los que lo acompañan.
Al final nos sentamos todos juntos, aunque ya nosotros acabamos de desayunar. Después del encierro nos vinimos directamente a la cafetería. Yo no sé Gabi, pero yo tenía el hambre de un toro, nunca mejor dicho.
A Gabi no le apeteció correr, pero yo sí quise aprovechar que hoy sería mi último día en Pamplona, puesto que esta tarde nos vamos para Barcelona. Ayer por la tarde estuvimos planificando nuestro itinerario y eligiendo las ciudades y a los dos nos gustan los lugares que hemos elegido.
—¿Cómo se te ocurrió pensar que Cola70 era un nombre de chica? —le pregunto a mi amiga, cuando la conversación con Jorge y sus amigos me lo permite.
—En una zona de México, Tierra Caliente, existe la leyenda de la Nana Colasa, la madre del diablo. Supuse que te habías puesto el nombre haciendo referencia a ella. ¿Y tú que Gabi1970 era un chico?
—Uno de mis mejores amigos se llamaba Gabi —le contesto.
—¿Llamaba? ¿Te has enfadado con él?
—Ojalá, ha fallecido a finales de verano pasado —le respondo un poco triste.
—Lo siento —me dice, bajando un poco la mirada.
—Son mierdas que pasan —es lo único que se me ocurre decir antes de volver a unirnos a la conversación de Jorge y sus amigos.
No tardan ni cinco minutos en acoplársenos unas diez personas más. La zona de cafés y bares está tan transitada que casi no puedes moverte sin tropezar con alguien. La música suena sin cesar, todo el mundo baila, habla y bebe.
Al final nos dejamos llevar y, después del desayuno, comenzamos a beber calimotxo. Dejamos nuestras cosas en la recepción del hotel para no tener que volver muy temprano, así que me da igual.
No es la una de la tarde y ya me noto un poco mareado, por lo que me decido por llamar a casa para decir que estoy bien. Se supone que hoy me toca llamar a Claudia, hace una semana que no hablo con ella.
—Tengo que llamar por teléfono. ¿Me esperas aquí? —le pregunto a Gabi antes de irme.
—Voy contigo, yo también tengo que llamar y en Nueva York son las siete de la mañana —me contesta.
No tardamos mucho en dar con una cabina telefónica. Yo no tengo mucho cambio, así que le paso a ella las monedas que tengo y la dejo para que llame a su madre en la intimidad mientras yo voy a pedir cambio a un bar cercano. Tengo un par de trucos para llamar gratis, pero no quiero que Gabi piense que soy un medio delincuente.
Además de traer mi visa conmigo, cortesía de nuestra empresa, he escondido entre mis cosas parte del dinero que ganamos como bono a principios de año Samuel y yo. Al final mi amigo se quedó con setecientas mil pesetas porque era lo que los padres necesitaban para cancelar la hipoteca, y yo me quedé con el resto. Siempre que viajamos a Madrid, Samuel o yo hemos llevado una parte para así poder gastármelo en este viaje.
Se supone que es el viaje de mi vida y no quería estar preocupándome por los gastos, aunque ya el transporte nos ha salido muy barato.
Cuando regreso al lugar donde dejé a mi amiga hablando con su familia, ella ya ha terminado.
—No hace falta que te vayas. Solo voy a llamar a una amiga y ella se encargará de decirles a todos que estoy bien —le hago saber a Gabi, cuando se dispone a alejarse.
—¿Tu novia? —me pregunta ella.
—La hermana del que fue uno de mis mejores amigos. Ahora ella misma es una de mis mejores amigas, aunque antes nos llevábamos fatal. ¿Y tú tienes novio? —aprovecho su pregunta para satisfacer mi curiosidad.
—Tenía uno desde hacía poco, pero me dijo que si me venía a Europa, no lo volviese a llamar, así que doy por sentado de que ya no tengo novio —me dice, divertida, y un poco más bebida que yo.
En cuanto llamo, intento concentrarme para que Claudia no note que me he bebido dos calimotxos.
—¿Diga? —responden al teléfono y conozco la voz al momento.
—Hola, Claudia. Perdona la tardanza, pero me lie un poco —me excuso por no haberla llamado antes.
—¿Estás bien? He estado pendiente de las noticias y sé que hoy no ha habido ningún susto, pero lo de ayer fue muy fuerte —me dice mi amiga y yo no puedo evitar sonreír, siempre me recuerda a su hermano.
—No me pasó nada. ¿Has visto a Samuel? —le pregunto.
—Ese idiota no se dignó a pasar por casa ayer cuando llegó, aunque esta mañana me dijo tu abuela que cenó en tu casa. Tu abuela le había preparado tarta de galletas y chocolate. Lo tiene muy mimado, Cola, por eso es como es —se queja mi amiga y Gabi, que está escuchando porque he puesto el auricular de tal forma que podemos oírla los dos, sonríe cuando la escucha.
—¿Por qué no pasó a verte? —me extraño.
—Creo que es por Miguel. No le gusta mucho que hable con Samuel y cuando vino la última vez, le pidió que se alejara de mí —me dice mi amiga, sorprendiéndome.
—¿Aún sigues con Miguel? Sabes que el chico me cae bien, pero no creo que tu relación con él tenga futuro. Él te adora demasiado y tú realmente no sientes nada por él —le digo.
—Por supuesto que lo quiero mucho —se defiende mi amiga.
—Como me quieres a mí, e incluso menos —me burlo de ella.
—Por eso nos va tan bien juntos —intenta convencerme de que su relación está bien.
—Si tú lo dices —me resigno, puesto que no sirve de nada discutir con Claudia.
—¿Qué tal es tu amigo americano? ¿Es guapo? —pregunta la curiosa de mi amiga.
—Sí, es guapísimo. ¿Quieres que te lo ponga? —le digo serio, intentando no reírme.
—Claro, y no te olvides de hablarle muy bien de mí —me contesta Claudia, emocionada.
—Hola —dice Gabi, aguantándose la risa, cuando le hago una señal para que hable.
—Hola. ¿Quién eres tú? ¿Colacho estás cogiendo esas malas costumbres de Samuel e intentas no quedarte solo por las noches? Pásame a ese americano que se llama como mi hermano —me ordena Claudia molesta.
—Yo soy Gabi —vuelve a hablar mi nueva amiga.
—¿Tú eres Gabi? No me habías dicho que era una amiga americana con la que te ibas a recorrer Europa, Colacho —me echa en cara mi mejor amiga, haciendo énfasis en la palabra amiga.
—No lo sabía. Ella pensó que yo era Colasa y yo que ella era Gabriel —le explico.
—¿Y ahora que van a hacer?
—Gastar más dinero en los hoteles —bromeo.
—¿Por qué? Si tienen las cosas claras, no debería pasar nada si comparten habitación. Yo lo haría contigo —me aconseja.
—Sí, pero yo te conozco desde siempre e incluso he visto cómo te comías los mocos que te sacabas de la nariz —intento molestarla.
—Eso no es verdad y la próxima vez que te vea, te lo recordaré —se hace Claudia, la ofendida.
—La próxima vez que me veas, no te vas a acordar de esta conversación —le digo.
—Tú sabes que sí, y cuelga ya para llamar a tu abuela. No te olvides de llamarme cada dos o tres días. Necesitamos saber que estás bien —me pide.
—Sí, no te preocupes, hoy nos vamos a Barcelona. Te llamaré en dos días, antes de irnos para Mónaco —le explico.
—Encantada de conocerte, Gabi, por cierto yo soy Claudia. No te olvides de enviarme una postal desde Mónaco, la ciudad más cara del mundo.
—Encantada, Claudia —le responde Gabi.
—Te llamo en unos días —le digo antes de colgar.
En cuanto nos despedimos de Claudia, nos vamos hasta donde están nuestros amigos de la mano para no perdernos. Jorge nos obliga primero a ir a su casa y de ahí llamamos a todos sus amigos y conocidos, además de a los nuestros, y dejamos cerrados casi todos los alojamientos de nuestras próximas semanas.
De vuelta a la fiesta yo me bebo otro calimotxo y Gabi dos más. Ella tiene mucho más aguante que yo, porque no se le nota mucho que haya bebido y a mí se me ve a leguas que estoy un poco borracho.
—Perdona —se disculpa un amigo de Jorge que me ha tirado toda su copa por la espalda, empapando mi camiseta.
—No te preocupes, seguro que alguien tiene una camisa blanca de sobra —dice otro del grupo y se separa unos metros mientras el otro me ayuda a quitarme la camiseta.
Yo aún sigo con la ropa del entierro y cómo vamos a pasarnos toda la noche en el tren que nos llevará a Barcelona, pensé en cambiarme de ropa mientras estemos viajando.
—Tienes un tatuaje —me dice Gabi mientras me pasa su mano por la piel desnuda donde están grabadas las últimas palabras que me dijo mi mejor amigo antes de dejarme e irse para siempre.
—Sí, pero no me sigas tocando así, Gabi. Me estás poniendo muy burro —le advierto, porque entre el alcohol, el tiempo que hace que no estoy con una chica y lo atractiva que me parece, tengo unas ganas locas de besarla.
—¿Y qué harías? —comienza a jugar mi nueva amiga con fuego.
—Comerte la boca —le digo sin pensarlo mientras no puedo evitar mirar fijamente a sus labios rosados.
—Tampoco estaría tan mal. Solo sería una vez —le escucho decir antes de pasarle la mano por detrás de la nuca y hacer que nuestros labios se junten para empezar a bailar el uno con el otro.
Sé que no es lo correcto, pero se siente tan jodidamente bien. No sé cuánto tiempo pasa, pero paramos cuando los amigos de Jorge comienzan a vitorearnos. Gabi está sonrosada y tiene los labios hinchados y estoy seguro de que yo estoy igual o peor. Me gustaría cogerla del brazo y llevármela a un lugar tranquilo, un lugar donde poder continuar lo que empezamos, pero sé que no va a ser posible, ella dijo que sería solo una vez.
Ahora que sé que no podré volver a hacerlo, debería haber aprovechado más el tiempo y haber estado más consciente.
—La camiseta —me dice el que fue a buscar una camiseta blanca para mí hace unos minutos.
—Gracias —es lo único que puedo pronunciar.
—La otra deberías tirarla, ese mejunje no saldrá en la vida —me aconseja otro de los del grupo.
—Gracias —vuelvo a agradecerle y me quedo medio aturdido aún.
—Creo que deberías dejar de beber —bromea Jorge, que está a unos centímetros de mí.
—Y de besar a chicas guapas —bromeo, un poco más recuperado y él se echa a reír.
Después del beso, seguimos bailando y saltando todos juntos, aunque Gabi y yo nos tocamos más de la cuenta. Ella pega su cuerpo al mío cuando puede y el mío se enciende como un árbol de Navidad. No sé si lo hace consciente, pero nunca una chica me había excitado tanto mientras bailábamos.
A las tres de la tarde, decidimos que tenemos que almorzar y la cuadrilla de Jorge nos invita a ir con ellos a comer estofado de toro a un restaurante donde tienen una reserva. A Gabi le apetece y a mí también, por lo que los acompañamos. Incluso saco la cámara Sony Mavica MVC, que me había enviado mi padre en su último paquete a Madrid, y hago algunas fotos con el grupo.
Me encantan los amigos de Jorge porque todos son de diferentes edades, clase social, profesiones y gustos, solo tienen en común el amor a los Sanfermines.
—¿Te lo estás pasando bien? —le pregunto a Gabi, cuando después de comer todos quieren seguir con la fiesta.
—¿Estás de broma? No me lo había pasado tan bien en mi vida. Los españoles sí saben cómo divertirse. ¿Y tú? —me contesta Gabi entusiasmada.
—Me lo estoy pasando de miedo, pero no estoy acostumbrado a beber. Vas a tener que cuidarme luego, Gabi —le digo, cariñoso, antes de que ella se eche a reír.
La tarde se nos pasa volando. Hablamos con todos, bailamos, reímos y cuando nos venimos a dar cuenta, nos tenemos que despedir para ir a buscar las mochilas al hotel y luego irnos a la estación.
Es una pena que nos tengamos que ir, pero debemos continuar con nuestro viaje y mañana es, de todas maneras, el último día de las fiestas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro