CAPÍTULO UNO - LA LISTA
Viernes, 14 de agosto del 1987
Detesto a los hospitales, en realidad, hasta hace unos meses, no había ido a ninguno o, al menos, que yo recordase, porque imagino que nacer, tuve que nacer en uno. Nací en 1970, concretamente el dieciséis de enero, y, por lo tanto, soy capricornio. Aunque Francisco Franco aún estuviese vivo, en España ya los niños solían nacer en un hospital.
Según Claudia, la hermana de uno de mis mejores amigos, el horóscopo nos define como personas. Para ella yo soy constante, sólido, apacible, prudente y práctico, aunque tiendo al pesimismo y a la melancolía. Su madre, más experta que ella en eso de la astrología, siempre le recuerda que me deje tranquilo y no se meta conmigo, porque los capricornios no olvidamos y mucho menos perdonamos. Es que Claudia, a pesar de ser un año menor que yo, siempre ha sido un grano en el trasero.
—Has llegado tarde —me riñe Gabriel, mi mejor amigo.
—¿Es que te vas a ir a algún lado? —intento bromear.
Mi abuela me da consejos todos los días antes de venir a ver a Gabriel y me ha dicho que intente bromear si me pongo nervioso. Los padres de los demás amigos de Gabriel no dejan que sus hijos lo visiten, por lo que solo puede disfrutar de la compañía de sus padres y su hermana, que vienen al hospital por la tarde, y de la mía, que lo visito todas las mañanas.
Una amiga de mi madre es enfermera y ya nos ha explicado que el SIDA no se contagia por visitar a una persona o darle la mano. Tendría que entrar en contacto nuestra sangre u otras secreciones, algo muy complicado en un hospital y estando él en cama.
Mi amigo se contagió por no utilizar un preservativo cuando tuvo relaciones con una chica que, aun sabiendo que era positiva, le dijo que estaba limpia y que tomaba pastillas anticonceptivas. Prefiero no hacer comentarios sobre ella, porque falleció hace una semana y no se debe insultar a los muertos.
—¿A qué hora te acostaste anoche? —me pregunta mi amigo, con tono sarcástico.
—A las cuatro de la mañana —le hago saber.
—¿Por qué? Así no puedes seguir, Colacho. Te pasas toda la noche en ese ordenador, duermes un poco, comes algo, me vienes a ver y luego de vuelta al ordenador. ¿Cómo vas a conocer a otras personas? Se supone que el curso que viene es tu último año en el instituto y tienes que prepararte para tu futuro —me regaña Gabriel.
—Es que por culpa del cambio de horario tengo que conectarme más tarde, últimamente, estoy aprendiendo mucho de mis compatriotas, los norteamericanos —me excuso.
—¿Compatriotas? Pero si no sabes ni hablar inglés. Que tu padre sea de Estados Unidos no significa que tengas algo en común con ellos, Colacho. Nunca has salido de esta isla —me echa en cara.
—Tengo un programa de traducción automática, además, si no tengo que hablarlo, se me da muy bien —me defiendo, porque leer o escribir inglés no se me da mal, sin embargo, cuando lo hablo, según mi madre, es un acto terrorista.
—Así que te pasas las tardes con tu novia Amstrad CPC 6128 —bromea Gabriel, nombrando a mi antiguo ordenador.
—No, desde hace dos semanas tengo una novia nueva. Un IBM PS/2, con un monitor a color, un ratón, una disquetera de 3,5 pulgadas y una tarjeta gráfica a la que le pedirías matrimonio nada más verla —le explico entusiasmado, cuando se trata de hablar de ordenadores, llego a alcanzar casi el fanatismo.
—¿Ya ha llegado a las Islas? —pregunta incrédulo Gabriel.
—No, además, creo que en España solo lo va a comercializar el Corte Inglés, por lo menos, al principio. Pero mi madre le contó a mi padre el incidente de la factura del teléfono del año pasado y mi padre decidió enviármelo, aunque es la variante europea con ciento dos teclas. Eso sí, me envió el modelo 80, el más potente de todos. Un sueño hecho realidad.
—¿Y cómo consigues escribirles a tus compatriotas sin que tu madre se dé cuenta y le suba la factura del teléfono? —le pone énfasis en la palabra "compatriotas".
—Ya sabes que no soy solo un hacker, practico el phracking —le contesto, divertido, con aire arrogante, siempre me ha gustado exagerar mis habilidades informáticas con mis dos mejores amigos.
—¿Qué es eso?
—Es la unión de la palabra hacker y phreaker. Estos últimos son piratas telefónicos, es decir, que llevo meses haciendo llamadas telefónicas y conectando el modem con una caja azul y no le he pagado ni un duro a telefónica —presumo.
—¡Cómo te pillen! —me advierte, aunque puedo notar un poco de diversión en su voz.
—No lo van a hacer, estoy pendiente en diferentes foros de BBS, especialmente en algunos de la Fidonet y sé todo lo que debo saber para evitar que me pillen. Voy a ver si el próximo día te traigo el último número de una revista muy interesante, se llama Phrack y te mantiene también al día. Cuando salgas de aquí, voy a enseñarte un par de trucos —le digo en tono pedante.
—Colacho, yo no voy a salir de aquí —me dice serio.
—¿Cómo que no? —le pregunto, sin entender nada, hasta donde yo sé, está mejorando.
—Si me han ingresado en el hospital es porque no me queda mucho. Tienes que entrar con mascarilla porque cualquier catarro me mataría y mi cuerpo no va a aguantar mucho más —me explica tranquilo.
—No puedes decir algo así, Gabriel. No puedes dejarme solo, estaría todo el día encerrado en mi cuarto en el ordenador —le amenazo.
—No me puedo quejar, si llego a consumir drogas o a ser homosexual estaría en mi casa o en cualquier otro sitio sufriendo. Al menos, aquí me cuidan y hacen todo lo posible para que no sufra —me cuenta, como si hubiese algo bueno en toda esta situación.
—No, amigo. Tú, lucha hasta que descifren a ese virus y nos reiremos de este día dentro de unos años.
—Yo también tenía planes, incluso había hecho una lista con todo lo que quería hacer antes de cumplir los veinte años. Ahora te va a tocar a ti terminarla por mí.
—¿Yo? Yo no puedo. Ya sabes que no me gusta hacer nada, que no involucre un ordenador —le respondo, nervioso.
—Alcánzame la libreta, Colacho —me pide, señalando una libreta que se encuentra sobre la mesa que está frente al sillón donde me encuentro sentado.
Ni siquiera le echo un vistazo a lo que está escrito, me imagino que serán los locos sueños de mi mejor amigo que me está preparando para nuestra despedida, la cual no quiero aceptar.
En realidad, solo tiene un año más que yo, cumplió hace poco los dieciocho, y aún es muy joven para morir. Él siempre ha estado lleno de vida, va a todas las fiestas, prueba toda clase de comida, baila con las chicas, las besa y se pierde con ellas en su coche por cualquier rincón oscuro cerca del mar.
Es el que más ganas tiene de vivir de nuestro trío y, ahora, no puede decirme que se va a morir, no sin luchar antes y darlo todo, hasta que no queden esperanzas. No han pasado sino cinco meses desde que le diagnosticaron que es VIH-positivo, seguro que aún se puede hacer más.
—No me mires así, Colacho. He tenido tiempo para prepararme y poder despedirme sin olvidarme de nada. No todo el mundo tiene una oportunidad así.
—Sí, es el sueño de todo adolescente —ironizo.
—¿Recuerdas cuando entramos en el instituto y nos dijiste que siempre pensaste que morirías joven? Pues al final me tocó a mí, pero estoy feliz de haber podido hacer tantas cosas y el resto las harás tú por mí.
—No, Gabriel, no puedes pedirme que sea alguien que no soy. Ni siguiera, voy a las romerías, donde siempre dicen que se lo pasan tan bien —intento, convencerlo.
—¿Te vas a escaquear de cumplir el último deseo de un pobre moribundo? —me echa en cara.
—No bromees con todo esto, Gabriel —le riño.
—Me darás tu palabra, ¿verdad? —me pregunta, expectante.
—Sí, te doy mi palabra —le prometo, porque en algo tiene razón, no puedo eludir de cumplir el último deseo de mi amigo.
—He hecho dos listas idénticas, una para ti y otra para mi hermana, que es la única que sabe de su existencia. Como regla principal no vas a poder hablar de esta lista con nadie, solo con dos personas que tú elijas.
—¿Por qué no? —le pregunto, mientras le echo un vistazo a lo que me parece una lista interminable.
—Porque no quiero que todo el mundo sepa que estás viviendo porque yo te he obligado, quiero que llegue un momento en el que vivas la vida porque lo deseas, porque quieres vivir. Si todo el mundo sabe por qué actúas de una forma determinada, tus actos no tendrá credibilidad alguna —me da como explicación.
—¿Correr diez kilómetros seguidos? —grito al comenzar a leer algunas de las cosas que tendré que hacer.
—Sí, y sé que puedes. Además, eso te obligará a levantarte de tu silla para poder entrenar. Diez kilómetros no es tanto, solo tendrás que ir poco a poco y en unos meses seguro que lo consigues.
—Pero si yo ni corría detrás de la pelota cuando éramos pequeños —le recuerdo.
—Pues será mejor que mañana, antes de venir a verme, te apuntes al gimnasio y así te vas preparando.
—¿¡Boxeo!? ¿¡Coger olas en La Caleta!? —exclamo sin dar crédito.
—No tienes que ser un profesional y ya sabes que mis abuelos son de la Isla Baja. Mi hermana podrá presentarte a algunos surferos de la zona y lo bueno es que no son muchos y no tienen ese sentimiento de locales como en otras playas —me explica, aunque yo no estoy entendiéndole sino la mitad.
—¿Quién me va a enseñar a escribir mi nombre en chino y en árabe?
—Tus compatriotas del mundo. Seguro que en todos esos foros hay algún simpatizante de Alá y algún amarillo y, si no, te das un paseo por los muelles en Santa Cruz que alguno que otro encuentras —bromea Gabriel.
No sé cómo puede bromear en un momento como este. Yo estoy muerto de miedo, solo de saber que en un futuro próximo no voy a poder visitarlo y hablar con él todos los días, como llevo haciendo desde hace años.
—¿Cómo voy a romperle el corazón a una chica? Ni siquiera hablo con ellas.
—Pues tendrás que empezar a hacerlo —es su escueta respuesta.
—¿Y enamorarme? No creo que uno pueda enamorarse activando un modo específico, como bajo comando.
—Puedes ser más abierto, conocer a más chicas, escucharlas, hacer cosas con ellas y seguro que de alguna te enamoras —me explica paciente.
—No le pienso llevar la caña a San Roquito, eso es por la mañana temprano —me quejo, porque sé que tendría que estar despierto y en el baile de magos para poder llevarla.
—Lleva dos, una por ti y otra por mí —es su respuesta.
—¿Ir al instituto en bici? Pero si no tengo bicicleta —me vuelvo a quejar.
—Le diré a mi hermana que te regale la mía, ya no la necesito —me dice y hubiese preferido que no me hubiese dicho nada.
—Sacarme el carnet de conducir si es algo coherente —le digo, en cuanto leo esa frase en la lista.
—Ver dos películas en los multicines Óscar y pagar solo una también. Yo lo hice una vez y no es tan difícil, solo tienes que esconderte en el baño.
—Pero hay cosas que no sé si podré llevarlas a cabo —le explico.
—¿Por ejemplo?
—Salir una noche de Carnavales sin beber. Yo nunca he ido a los Carnavales.
—Pues ya va siendo hora.
—Mi abuela me mata si se entera de que me hago un tatuaje o me pongo un pendiente.
—Pues hazte el tatuaje en el culo y el pendiente en la punta de la polla, así no te lo verá nunca.
—Eres un guarro —le riño.
—Lo del pendiente, seguro que a las chicas les mola —me responde con una sonrisa traviesa, que hacía tiempo no le veía.
—¿Tirarse a la hermana de un amigo? Yo solo te tengo a ti y a Samuel, y ya sabes que Samuel no tiene hermanas —le digo, esperando que se dé cuenta de la locura de esta lista.
—Claudia podría enseñarte mucho —me responde para mi sorpresa.
—Tu hermana me odia —le recuerdo.
—Eso no es verdad y siempre le has parecido muy guapo. Además, no es una santa que digamos y sé que se ha acostado con Samuel más de una vez.
—¿Cometer un delito? ¿Vale el de robarle a telefónica? —le pregunto.
—Tiene que ser uno que no hayas hecho antes.
—A los Sanfermines no pienso ir. Seré el primero en recibir una cornada —le expongo.
—No si llevas casi un año entrenando y corres diez kilómetros como si nada —responde mi amigo que, por lo que se ve, se ha preparado bastante bien la lista para tocármelos bien tocados.
—Lo de no dormir durante una noche es lo más fácil que está en esta lista —intento cabrearlo.
—No, lo más fácil es acabar borracho, seguro que te tomas dos copas y caes redondo al suelo —se burla Gabriel de mí.
—Probar un porro no me importa, pero hacerlo sin condón, después de lo que te ha pasado, creo que mejor paso —digo serio.
—Puedes hacerlo con alguien que realmente esté limpia y si tú también lo estás, por supuesto —me explica.
—Lo de votar por diferentes partidos en las mismas elecciones no sé si podré, aún no puedo votar y no sé cuándo podré hacerlo —me excuso.
—Pues cuando te toque, pero vete siempre a votar —me dice, no sabía que se tomase la política tan en serio.
—Por lo menos hay algunos puntos que tienen más sentido: ir a la universidad, volar en globo o tener mi primer trabajo. Sin embargo, hay cosas que no creo que pueda hacer nunca, ni siquiera sé lo que toca El último de la Fila —le digo, cuando leo que tengo que ir a un concierto de un grupo que no conozco.
—No los conoces porque no escuchas la radio, pero te van a gustar.
—¿Y todo esto tengo que hacerlo antes de cumplir los veinte años?
—Sí, pero seguro que lo que marcará tu vida para siempre es hacer un Interrail por Europa con un desconocido.
—Tú lo que quieres es que muera antes de los veinte, Gabriel.
—No, Colacho, lo que quiero es que empieces a vivir.
Seguimos hablando de la lista y luego mi amigo me pregunta por Samuel, el otro integrante de nuestro trío. Los padres de Samuel le prohibieron venir a visitar a Gabriel, sin embargo, él lo hace a escondidas cada dos o tres tardes. Ahora está mucho tiempo con su amiga Carolina y por eso casi no se pasa por mi casa, pero como dice Gabriel, en cuanto se le pase la fiebre de los primeros meses, volverá a pasar en casa casi todas las tardes.
Yo no estoy muy seguro, aunque no lo discuto. De lo que sí que me doy cuenta es de que mi amigo está cada vez más cansado cuando me voy a la hora del almuerzo y que su cara cada vez está más delgada. No se parece nada a Gabriel, mi mejor amigo, el que se ponía tan moreno en verano que parecía que era subsahariano, o eso le decía mi abuela.
Ahora tiene veinte kilos menos, está siempre cansado, tiene manchas en la piel, llagas en la boca y la cara la tiene tan delgada que parece un yonqui. Posiblemente, esté muy mal, pero debido a los medicamentos, que hacen que casi no sienta el dolor, a mí me parece que va a recuperarse y pienso que está mucho mejor que cuando lo iba a ver a su casa.
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