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CAPÍTULO TREINTA Y SIETE - OTRO AÑO MÁS

Lunes, 11 de septiembre del 1989

Hoy es el segundo aniversario de la muerte de Gabriel y me parece muy distinto al que celebramos el año pasado. Los tres, tanto Claudia como Samuel y yo, no estamos en nuestro mejor momento, a pesar de que Claudia ha sido aceptada en la facultad de Medicina como ella quería, Samuel y yo tuvimos unas notas buenísimas el curso pasado, nuestra empresa no podría ir mejor y nos tenemos los unos a los otros.

Las primeras horas después de recibir la noticia de que Gabi y yo somos medios hermanos, eclipsaron el descubrimiento de quién era mi padre. Sé que es el ídolo de la mitad de los frikis como yo y que conocer a tu padre no es algo trivial, no obstante, saber que nunca más iba a poder compartir momentos tan íntimos con Gabi como los que habíamos tenido, restaba importancia a todo lo demás.

Además, a la mañana siguiente, apareció Silvia llorando en mi cuarto, el niño no respiraba y se le había parado el corazón, según nos confirmó el médico luego, fue una muerte súbita. Aún no entiendo cómo puede reaccionar tan rápido, pero salí del cuarto pidiéndole a David que me siguiera con el niño y me fui directamente al salón.

Rompí la lámpara de pie sin muchos miramientos para quitarle el transformador, porque no quería que Nauzet recibiese una descarga demasiado fuerte y lo conecté directamente de la toma de corriente.

Cuando el bebé recibió la primera descarga, Silvia gritó tan fuerte, que pudo haber despertado perfectamente a la mitad del vecindario. No hubo cambio alguno en Nauzet, hasta que recibió cuatro descargas y luego comenzó a llorar.

Hasta David y yo le acompañamos con las lágrimas. Yo estaba deshecho por lo sucedido el día anterior y que le sucediese algo a nuestro Nauzet fue la gota que colmó el vaso.

Cuando Claudia llegó al salón y vio la lámpara destrozada, me riñó con toda su furia, porque había sido ella la que la había comprado esa misma semana. Solo bastaron dos frases de Silvia para que también acabara llorando con nosotros. Menuda estampa. Solo faltaba que llegase Samuel y nos acompañara también, pero mi mejor amigo había estado consolándome la noche anterior y estaba supercansado, por lo que no se despertó hasta después de que se fuesen las chicas a presentarse a los exámenes del segundo día.

Unas horas después, aconsejado por mi mejor amigo, llamé a Gabi. Tuve que contarle que habíamos comprado un piso cerca del nuestro donde se quedarían las chicas y que le llevaría allí sus cosas en cuanto estuviese terminado. No le faltaba mucho y esa misma tarde se lo enseñamos a nuestro grupo de amigos. Gabi también vino, arropada por Claudia.

Yaiza fue la única que declinó el quedarse en el piso, porque quería vivir con Javier. De hecho, nos pidió trabajo como diseñadora junior, un puesto que habíamos estado barajando crear en nuestra empresa desde hacía meses, principalmente, porque las empresas se van a tener que hacer visibles en un futuro cercano en la red. Así que, desde el uno de septiembre, Yaiza trabaja a media jornada con nosotros.

Yo estoy trabajando muchísimo porque, como decidí meses antes, no me matriculé en la facultad. Mi padre, el verdadero, intentó convencerme de que necesitaría el título en un futuro y yo le dije que en dos o tres años volvería a la universidad, pero a estudiar algo en lo que realmente aprendiese cosas nuevas. Actualmente, el mundo al que nos dedicamos está cambiando demasiado y necesitamos posicionarnos bien antes de que lo hagan los demás.

Cuando mi madre se enteró de que Gabi es mi media hermana, casi se muere de la sorpresa, pero quien realmente se desilusionó fue mi abuela. Ella estaba entusiasmada pensando en que nos casaríamos en uno o dos años y que tendríamos hijos jóvenes. No sé a quién quiero engañar, yo también me había esperanzado con los mismos sueños.

Ahora, la relación entre Gabi y yo es cordial, pero un poco distante. Me duele demasiado el tenerla tan cerca y no poder abrazarla, besarla o decirle que la quiero. Ella se fue después de la selectividad a Nueva York con su madre, y mi padre, Joaquín, Samuel y yo nos fuimos a Tenerife. Aunque la he visto la semana pasada, puesto que ya está viviendo con Claudia en el piso, ya que Silvia se quedó en el nuestro junto a David, que desde hace poco más de una semana trabaja en Madrid.

Samuel estaba encantadísimo con mi padre y para animarme me dijo que él era brillante, pero que yo lo era más.

Agosto llegó y con ello también el drama de la presentación de Nauzet a sus abuelos. Silvia estaba tan nerviosa por cómo reaccionaría su madre, que primero fueron a casa de David. Los padres, que habían visto cómo su hijo se deprimía preocupado por su novia a principios de año, entendieron la historia a la perfección y se alegraron de que Silvia no se alejara porque ya no tenía interés en su hijo, sino porque los había hecho abuelos.

Claudia y yo los acompañamos en todo momento y también celebramos con ellos el nacimiento de su nieto. Incluso se ofrecieron a mantener a Silvia y a Nauzet hasta que la pareja pudiese hacerlo por sí misma, pero David declinó el ofrecimiento porque ya le estábamos ayudando nosotros y no quería introducir a más personas en la ecuación.

La visita a la casa de Silvia fue totalmente diferente. En cuanto la abuela de la criatura lo vio, entró en pánico y tuvo que intervenir Claudia. Si no hubiese sido por mi mejor amiga, creo que hubiese habido hasta disparos.

Una hora y mil gritos más tarde, pudimos hablar con más calma. David les explicó que no tenían intención de pedirles ayuda, algo que tranquilizó considerablemente a la madre de Silvia, y que querían esperar a que el niño tuviese un mes más para casarse y celebrar el bautismo.

Así que, el veintiséis de agosto, se celebró la boda de dos de mis mejores amigos. Se supone que sería una boda íntima, pero Joaquín nos prestó la casa de una finca que tiene su familia en el norte de la Isla y acabaron viniendo más de trescientas personas, incluyendo a mi media hermana, que llegó dos días antes a la isla y se quedó en la casa de Claudia.

Yo fui doble padrino, el de la boda y el de mi ahijado Nauzet. Lo peor es que se empeñaron en que cantara la canción ¿Y cómo es él?, con Claudia, y no me quedó más remedio que volver a hacer el ridículo casi un año después.

Yo intenté por todos los medios durante todo el verano que no se me notase todo lo que echaba de menos a Gabi, a los dos, a mi mejor amigo y a la que había sido mi novia. Así que, cuando fue el baile de magos, el cinco de agosto, aguanté hasta por la mañana y llevé dos cañas a San Roquito, lo cual extrañó a Samuel, no obstante, solo me preguntó una vez y luego se olvidó del asunto.

También he ido a coger olas cada vez que he tenido la oportunidad y el clima me lo ha permitido. He mejorado muchísimo, pero aún no puedo compararme con Samuel o Pedro.

En marzo de este año, aconsejado por nuestro asesor fiscal, habíamos comprado un edificio completo en La Laguna. El precio era muy atractivo y solo necesitaba algunas reformas, así que los pisos se pusieron a mediados de agosto en alquiler y el uno de septiembre inauguramos nuestra oficina en uno de los dos locales comerciales. Esta vez la enfocamos más hacia los estudiantes y tiene dos aulas para formación. La Laguna es una ciudad universitaria y, en un futuro próximo, todos sus alumnos necesitarán un ordenador personal.

Claudia se quedó encantada con el edificio. Dijo que le gustaba que fuera histórico y que estuviese tan céntrico y con aparcamientos, y ella sola nos encontró a todos los inquilinos para los pisos. Son estudiantes de la zona de Garachico que no quieren desplazarse todos los días más de dos horas en guagua para ir a clases.

—¿Qué van a hacer esta tarde? —me pregunta Samuel, que está sentado en la parte trasera del coche porque lo estamos llevando al aeropuerto.

—Ir a coger olas —le respondo sin pensarlo mucho.

—Pues yo también voy —se apunta Claudia intentando animar el ambiente.

—Me voy a perder la fiesta de Gabriel —dice mi amigo triste.

—¿Crees que a él le importaría? Si quieres voy yo a cerrar el trato con El Corte Inglés —me ofrezco, porque hoy tenemos que dejar claro el pedido que nos va a hacer el famoso centro comercial para poder tener la mercancía a mediados de octubre en sus almacenes.

—No, he sido yo el que este año he tratado con ellos y es mejor que me vean a mí —contesta Samu, seguro de sí mismo.

—En dos días estaré en Madrid y el viernes por la noche lo celebraremos como antaño, sin salir de mi cuarto, con palomitas y jugando al ordenador hasta que se nos hagan las tres o cuatro de la mañana —le ofrezco.

—Sí, eso estaría bien —dice con una media sonrisa en la cara.

Cuando dejamos a mi mejor amigo por fuera del aeropuerto, nos despedimos con un abrazo y nos vamos directamente a la casa de Samu a dejar su coche. Hemos almorzado los tres en casa de Claudia porque nos lo pidió mi amiga y, a pesar de que sus padres parecen los mismos de antes, se nota que todos echamos en falta a Gabriel.

—¿Cómo vamos a la playa? —me pregunta Silvia, cuando nos vemos por fuera de casa de Samuel y sin vehículo.

—Podemos tomar un taxi hasta mi casa. Mi abuelo me dijo que me llevaría y luego podemos volver con cualquiera —le digo y nos ponemos a caminar en dirección a la parada de guaguas.

—¿Cómo hemos podido sobrevivir dos años sin él? La vida es una verdadera mierda.

—La vida es increíble, Claudia. Es una mierda para mí, que he descubierto que el amor de mi vida es mi media hermana, pero para ti debería ser maravillosa —intento animarla.

—No lo es y aún no me has dicho cómo hemos llegado hasta aquí sin morir de tristeza.

—A mí me ha ayudado la lista. Tener un propósito hace que la vida sea más fácil y que tengas otras cosas en la cabeza —me sincero.

—Pues hoy vamos a intentar que acabes borracho y que te fumes un porro, en unos meses cumples veinte años y ya no te queda tanto tiempo —intenta animarnos a los dos.

Yo no le hago mucho caso, pero sé que voy a hacer lo que sea que ella haya ideado, porque siempre es así.

***

Cuando llegamos a la playa hay muchísimas personas en el agua. Cuando ven a Claudia entrar en el agua también, todos comienzan a aplaudir y a mí se me llenan los ojos de lágrimas. No lo puedo evitar, últimamente me pongo muy sentimental cuando pienso en mi mejor amigo.

Todos están animados, aunque a la vez tristes y, mientras esperamos la serie, hablamos de todas las anécdotas de Gabriel que se nos pasan por la cabeza. Las olas están perfectas y nadie quiere salir del agua, no obstante, en cuanto la marea sube demasiado, comenzamos a salir uno a uno.

—Vaya, he visto que no he sido al único que le has encontrado un trabajo —me dice Pedro, mientras me cambio, que no se pudo meter con nosotros porque estaba trabajando.

—Me gusta ayudar —le doy como explicación.

—Yo tengo que irme temprano, pero cuando quieras irte, me llamas a casa y te vengo a buscar.

—No voy a hacer eso —le respondo, porque no quiero que sea mi chófer.

—No es por ti, es por mí. Están las hermanas de mi madre y si me llamas, tendré una excusa para desaparecer un rato —me pide Pedro.

—Vale, pero te quedas todavía, ¿verdad?

—Sí, solamente media hora.

Ya está anocheciendo, así que los chicos hacen una fogata. Hemos pedido incluso permiso en el ayuntamiento y tengo que admitir que el bueno de Joaquín fue el encargado de hacer que nos lo concedieran, ese hombre conoce a todo el mundo.

Yo, por mi parte, me hice responsable de las bebidas y les di el dinero a los chicos para que hicieran la compra y también trajesen algo de picar, no se puede beber con el estómago vacío. Sé que incluso fueron a hablar con mi abuela y ella donó tres táperes llenos de empanadillas.

Así que, en cuanto todos estamos secos y vestidos, Claudia me ofrece un vaso que sabe horrible, pero que me bebo casi de un trago. No pruebo nada de alcohol desde Carnavales y, desde el minuto uno, siento que me está haciendo demasiado efecto, o lo que me dio Claudia tiene demasiado alcohol.

—No le pases eso al guiri —se queja Bruno, cuando después de mi segunda copa, Claudia me intenta pasar un porro.

—Hoy es un día especial y quiere probarlo —le explica Claudia.

—Sí, pero eso es chocolate. Mejor que empiece con uno de hierba —le responde Bruno y enciende un porro que tiene en su riñonera y me lo pasa.

Sinceramente, no me gusta nada, además, me mareo todavía más, aunque tengo que admitir que me relajo y gran parte de mi tristeza desaparece. No me lo fumo yo solo, mi mejor amiga me acompaña, a pesar de que ella tampoco fuma, o por lo menos no lo hace delante de mí.

Seguimos bebiendo hasta que se nos hacen las once de la noche y despedimos a nuestro amigo oficialmente un año más, el año pasado nosotros no estuvimos, pero sí aporté el dinero para que pudiesen comprar las bebidas y sé que mi abuela también hizo empanadillas.

—¿Otro? —me quejo a Claudia, cuando me pasa un porro casi entero.

—Guiri, ¿te llevamos? —me pregunta Bruno que se va con Efrén porque, al igual que la mayoría, mañana tienen que trabajar.

—Nos viene a buscar Pedro, luego —le aviso.

—Yo tengo que pasar por su casa. ¿Le digo que venga en un rato? —se ofrece Bruno.

—Sí, dile que en media hora estaremos arriba esperándolo —le contesta Claudia.

Nos fumamos el porro entre los dos, aunque yo ya no sé ni lo que estoy haciendo. Estoy tan bebido y fumado que si tuviese que hablar de algún tema en concreto, sin importar lo poco complicado que sea, no conseguiría decir tres palabras coherentes seguidas.

No sé si Claudia se da cuenta de la imposibilidad que tengo en este momento de pensar con claridad o ella misma está en la misma situación que yo, pero en cuanto nos terminamos de fumar el porro se sube encima de mí y comienza a besarme.

—Claudia, no sabes lo que estás haciendo. ¡Estate quieta! —le digo mientras intento que deje en paz mis pantalones.

—Hoy vamos a acabar esa maldita lista —me contesta enfadada.

—¡Claudia!

—Ni Claudia ni leches. Ahora mismo estamos los dos solos, yo me he hecho unas analíticas hace dos semanas y estoy limpia. No vamos a volver a tener una oportunidad así en la vida. Imagínate que yo soy Gabi, que yo también utilizaré mi imaginación —me dice mi amiga que está tan borracha como yo.

Yo cierro la boca y no vuelvo a contradecirla. Así que nos dejamos llevar. Hoy no voy a acabar la lista, pero sí me voy a tirar a la hermana de un amigo, estoy borracho, he probado un porro y lo voy a hacer sin condón. Es una lástima que, posiblemente, mañana no me acuerde de nada.

***

—¿Cómo llegáis así? —se preocupa mi abuela, cuando nos ve llegar borrachos aún, con los ojos rojos.

—Hoy no es un buen día —le contesta Claudia, haciendo que mi abuela entienda todo a la perfección.

—Menos mal que ya está acabando —es lo único que mi abuela dice antes de dejar que nos metamos en mi cuarto y los dos nos acostemos en mi cama.

Estoy tan cansado que nada más cerrar los ojos me quedo dormido. Ni siquiera pienso en lo que hicimos antes de que Pedro nos viniera a recoger a la playa. Seguro que mañana los dos opinaremos que es una gran cagada, pero somos jóvenes y podemos cometer errores, es parte de nuestro aprendizaje. 

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