CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO - NO ME PUEDO QUEJAR
Martes, 7 de febrero del 1989
Llevamos cuatro días sin prácticamente salir del hotel, solo lo hemos hecho para ir a los Carnavales el viernes y el sábado por la noche y salir a cenar anoche a la Laguna, y esto último fue porque tanto Silvia como Gabi querían comer en una Tasca que inauguraron hace poco y en la que el jamón serrano tiene una fama excelente.
Eso no significa que no salga de la habitación, sino que me levanto temprano, a pesar de no haber dormido mucho, y me pongo a trabajar con Samu para poder adelantar el máximo trabajo posible.
Aun así, no me puedo quejar. Todas las noches puedo acostarme con mi novia que ha descubierto que le gusta el sexo mucho más de lo que imaginaba, así que me toca cumplir y lo hago de buena gana.
—¿Vas a salir? —le pregunto a Samu, cuando se levanta de la silla donde está sentado.
—Solo iba a verificar que se haya impreso correctamente lo que he enviado a imprimir. Hasta la impresora estaba mal configurada. ¿Por qué? ¿Necesitas algo? —me pregunta Samuel, que me conoce tan bien que sabe que estoy esperando a que salga para pedirle un favor.
—Necesito condones de los míos —le digo, porque es así como llamamos los preservativos que tengo que utilizar por llevar el zarcillo.
—¿Condones? Pero si se supone que Gabi aún es virgen —se extraña Samuel.
—Era —le contesto sin darle mucha importancia.
—¿Y cuándo me lo ibas a contar?
—Cuando te pidiese que me compraras condones —le respondo, igual que si fuese lo más obvio del mundo y mi amigo se echa a reír.
—Eso habrá que celebrarlo. El viernes a la primera copa invitas tú —me dice, como si no fuese lo normal.
Aunque estemos toda la semana en Santa Cruz, hemos decidido no salir todos los días, solo los fines de semana, para no atrasarnos mucho con el trabajo.
—Pero si siempre pago, yo —me quejo.
—Por eso mismo, para no perder la costumbre.
—¿Por qué siempre tengo que pagar yo?
—Porque solo llevo la llave de la habitación. He dejado mi cartera todas las noches en el hotel.
—Pues el fin de semana haré yo lo mismo —le digo, aunque sé que no seré capaz de llevarlo a cabo.
—Y que paguen las chicas —bromea Samu, antes de volvernos a concentrar en nuestro trabajo.
A las dos de la tarde volvemos a la habitación. Nosotros queremos almorzar y las chicas desayunar, porque se acaban de despertar. Así que nos vamos al restaurante del hotel.
—¿Esta noche no van a salir? —nos pregunta Claudia a Samu y a mí.
—No lo hemos hablado —le responde mi mejor amigo, antes de que yo pueda decirle que hemos decidido quedarnos en el hotel para poder descansar un poco y levantarnos mañana temprano.
—Pues deberían salir con nosotras. Nos vamos a poner el disfraz de Cleopatra esta noche y nos queda de miedo —nos advierte nuestra amiga.
Mi abuela este año se lució y, sin decirnos nada, nos hizo unos disfraces de faraón para Samuel y para mí y de Cleopatra para las chicas, ya que el tema del Carnaval es el antiguo Egipto.
—Pero no podemos volver muy tarde —cede mi mejor amigo y yo no lo miro, porque si lo hago se daría cuenta de que me ha molestado un poco su respuesta, se supone que deberíamos descansar.
—A las dos estaremos otra vez en el hotel —le ofrece Claudia.
Gabi no dice nada, pero sé que quiere salir también. Le encanta bailar, así que no me queda más remedio que transigir. Solo le quedan cinco días conmigo y será mejor que esté con ella el máximo de tiempo posible, porque luego la voy a echar de menos.
***
Nuestra relación no ha cambiado mucho porque hayamos tenido sexo, sigue poniéndose mimosa conmigo cuando estamos a solas y a mí me encanta.
—Me ha dicho Claudia que en agosto vas a tener un mes de vacaciones. Deberías de venir a verme a Nueva York y luego regresar juntos en septiembre a Madrid si me aceptan en la Universidad —me dice Gabi, cuando nos quedamos solos después de comer en el restaurante.
—Tengo que estar en agosto en Tenerife —le explico.
—¿Es por algo de la lista? —me pregunta, porque ya en Navidades le hablé de la lista, incluso se la enseñé.
Mi amigo me había pedido de que solo se lo contase a dos personas y, además de a mi abuela, se lo he contado a mi novia. No creo que haya persona más idónea para contárselo. Al principio se sorprendió, sobre todo, cuando vio lo de cometer un delito, fumar porros o acostarse con la hermana de un amigo, pero al explicarle cómo era mi vida antes de la lista, lo entendió mucho mejor.
—Sí, tengo que llevar la caña a San Roquito después del baile de magos, pero podrías venir conmigo. Incluso podríamos pasar parte del mes en casa de Joaquín y mi madre en el sur de la isla —le ofrezco.
—Tendré que organizarme, porque seguro que mi madre quiere verme en verano. Si voy a estudiar en Madrid, casi no me verá hasta el verano que viene, solo en Navidades —me explica y yo lo entiendo, yo tampoco podría vivir sin verla a menudo.
***
Desde el primer día que nos quedamos en el hotel, hemos quedado al lado del Casino cuando nos hemos perdido Samuel, Claudia, Gabi y yo. En realidad, no nos ha hecho falta, porque no nos hemos perdido de vista, salvo por algunos minutos. Pero hay tanta gente en la calle cuando salimos del hotel, y eso que son las nueve y media aún, que decidimos encontrarnos en el Casino a partir de las once y media y si nos perdemos antes nos veremos a esa hora.
Antes de empezar a bajar la calle del Castillo, Gabi se queda bailando conmigo Need You Tonight, del grupo INXS, y nos perdemos sin poder remediarlo.
—Gabi, aún no son las diez de la noche —le riño, suavemente, porque no para de meterme mano y soy humano, siento y padezco.
—¿Por qué no nos escondemos por ahí? He comprado condones cuando salí con Claudia —me dice para mi sorpresa y solo puedo pensar que yo me olvidé y que hay cosas que nunca cambian.
—¿Estás loca? Si quieres vamos en taxi al hotel y luego volvemos —le contesto, porque bajo ningún concepto voy a tirarme a mi novia en una esquina como si no la respetara lo suficiente.
—¿A qué estamos esperando? —me pregunta mientras me muerde el labio inferior cuando me besa.
No creo que sea mala idea, al fin y al cabo, no le estamos haciendo mal a nadie y seguro que Samu y Claudia ya habrán llegado a la parte trasera de Correos, donde se supone que estarán muchos de nuestros amigos, aunque aún es demasiado temprano.
En cuanto nos subimos al taxi, Gabi no deja de besarme y tocarme. Acaba tomando mi mano y metiéndosela ella misma debajo de su traje.
—Gabi, solo faltan unos minutos para llegar a la habitación —gimo junto a su oreja.
—Te necesito ahora —susurra.
—No quiero darle un espectáculo gratis al taxista —le explico mientras mis dedos se pierden debajo de su ropa interior, está tan húmeda.
—Hazlo sin que se dé cuenta —me exige.
Por fortuna, el taxista llega unos segundos después hasta el hotel.
—No creo que le alquilen una habitación en este hotel. No les hace gracias que vengan disfrazados a pasar la noche aquí —nos dice divertido el taxista, cuando le pago la carrera.
—Nos quedamos aquí toda la semana. ¿Podría venirnos a recoger dentro de una hora? —le pregunto lo que hace que levante una ceja, incrédulo.
—Claro, sé que en Carnavales puede ser difícil conseguir un taxi mientras va avanzando la noche —me dice.
—Mil gracias, nos vemos a las once —me despido a la vez que intento controlar un poco a Gabi.
Hasta donde yo sé, únicamente se bebió dos o tres copas de vino en la cena, por lo que no puedo decir que esté borracha.
—¿Qué te pasa? —le pregunto, cuando consigo dejar de besarla en el ascensor.
—Tengo muchas ganas de ti —me da como explicación.
No tardamos mucho en abrir la puerta y quitarnos los disfraces. A mí también me está poniendo muy burro, sobre todo, cuando me la saca y se la mete en la boca sin contemplaciones.
—Joder, Gabi. Si sigues así me voy a correr en tu boca —gimo mientras con los ojos cerrados me abandono al placer.
—He comprado también lubricante —me dice y mi imaginación vuela.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —le pregunto, porque nunca he hablado con ella de tener sexo anal.
—Claudia me dijo que tú ya lo habías hecho —me responde y me pregunto que más le habrá contado mi mejor amiga.
—No sé si a ti te gustará —le digo, mientras me pierdo con mi boca entre sus pechos.
Ella no se acobarda y abre la mesita de noche y saca los preservativos y un lubricante, lo que hace que mi erección me dé un latigazo. Se acuesta en la cama con dos almohadas detrás de ella y abre las piernas para que pueda contemplar todo lo que me ofrece.
—Vamos a intentarlo despacio —le digo, excitado como un niño por la expectación.
—Si algo me molesta, te lo haré saber —me responde y sin apartar su mirada de la mía se pone lubricante en dos de sus dedos y, después de pasárselos por sus pliegues, comienza a tocarse alrededor del culo.
—Gabi, hasta yo tengo un límite —jadeo, totalmente deshecho por el espectáculo que estoy viendo.
—¿Me vas a tocar tú? —susurra entre gemidos.
No puedo contenerme más y le quito el lubricante de las manos para ponerme yo también en dos de mis dedos. Al principio la masturbo, como hizo ella momentos antes y cuando me doy cuenta de que está a punto de llegar al orgasmo, mis dedos se van hacia su trasero y acabo metiéndole un dedo.
Puedo notar que a Gabi le gusta esto tanto como a mí, así que le doy la vuelta y continúo con dos dedos dentro.
—Colacho, Colacho —gime.
—Voy a metértela solo un poco —le advierto, antes de elevarle el culo para que sea más fácil la entrada en ella.
Joder, desde la primera vez que lo practiqué, siempre me ha gustado el sexo anal. No sé si es porque parece más sucio o porque es algo que me da la sensación de que no es correcto del todo, pero después de controlarme durante dos minutos, no puedo evitar follarme el culo de mi novia lo más duro que puedo.
Ella solo me pide más y yo la agarro de las caderas y me entierro en ella como si no hubiese un mañana.
En cuanto Gabi se corre gritando mi nombre, yo también lo hago dentro de ella. Ni siquiera me he puesto un condón y no me he dado cuenta hasta que me dejo caer al lado de mi novia.
—Mierda, Gabi. Debes de pensar que soy muy poco considerado —me preocupo, cuando recupero el aliento.
—Te lo he pedido yo —me contesta y sé por la voz con la que habla, que esto no se va a quedar solo en un asalto.
—Lo hemos hecho sin condón. Si quieres que te haga algo más, tengo que ponerme uno —le advierto.
Mi novia no duda mucho y ella misma me lo coloca después de hacer que se me ponga otra vez dura.
Esta vez es ella la que se pone encima de mí y me vuelve loco.
Veinte minutos después estamos los dos limpiándonos en el baño para ponernos el disfraz. Nuestro taxi no tardará en llegar y no queremos perderlo.
***
Cuando llegamos al lugar donde están todos nuestros amigos son las once y veinte. Menos mal, porque no quería tener que ir al Casino para encontrarme con Samu y Claudia.
—Se nota que te han follado bien —me dice al oído Samu, cuando me acerco hasta él.
—Será al revés —bromeo.
—Me ha contado Claudia, que tu novia hoy compró preservativos y gel lubricante. Eres un tipo con suerte —me contesta con una sonrisa traviesa.
—Sí, hoy no me voy a quejar —le digo y me acuerdo de las tres veces que me he corrido esta noche.
—Me alegro de que te vaya tan bien con ella. Realmente me gusta para ti.
—A veces pienso que no me la merezco —me sincero.
—Tú también eres un partidazo, Colacho —me dice mi amigo antes de que llegue Pedro hasta donde estamos nosotros.
—Guiri, no sé cómo darte las gracias —me dice Pedro.
—¿Por qué? —le pregunto, porque no sé de lo que está hablando.
—Sé que me conseguiste el trabajo en el hotel. Se le escapó al de personal.
—No fue nada —le digo, ya que lo único que hice fue hablar con Joaquín y pedirle un favor.
—Claro que sí. Ya estaba desesperado y suponía que no iba a poder hacer nada en la vida —exagera Pedro.
—Ahora tienes que aprovechar esta oportunidad y no cagarla.
Y de eso se trata, de aprovechar todas las oportunidades que nos ofrece la vida mientras podamos.
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