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CAPÍTULO TRECE - NO QUIERO QUE TE HAGAS ILUSIONES

Jueves, 17 de diciembre del 1987

Cuando se acaban las clases, la mayoría de los alumnos se quedan charlando por fuera del instituto. Yo me despido rápidamente y me voy. Tengo muchas cosas que hacer y, además, quiero llamar a David para informarle que hoy tiene una cita con Silvia, seguro que se muere del susto.

—¿No vas a comer, Colacho? —pregunta mi abuela, cuando se da cuenta de que me voy a la sala, en vez de entrar en la cocina, después de lavarme las manos y dejar mis cosas en mi cuarto.

—Ahora voy, abuela. Tengo que hacer una llamada urgente —me excuso.

Siempre he tenido muy buena memoria para los números de teléfono y lo primero que hago es llamar a David. Me dijo hace unos días que se quedaría hasta el veintidós de diciembre en casa de su tía en La Laguna, que es donde vive entre semana porque le queda muy cerca de la universidad, por lo que pruebo primero con ese número.

En cuanto le cuento que he hablado de él con Silvia y que hemos planeado una cita doble esta tarde, siempre y cuando le sea posible, se pone eufórico y por supuesto que acepta más que encantado.

Quedamos en que me recogerá a las cinco en la autoescuela y después de intentar tranquilizarlo un poco, llamo a Silvia.

—¿Has hablado con David? —me pregunta mi amiga, cuando se da cuenta de que está hablando conmigo.

—Sí, hemos quedado que me pasará a buscar a las cinco y luego las iremos a buscar a ustedes —le respondo.

—Le diré a Yaiza que iré a esa hora a su casa para no perder mucho el tiempo. ¿Dónde vamos a ir? —pregunta Silvia ilusionada.

—Eso se lo dejo a Yaiza y a ti. Nosotros invitamos hoy y ustedes eligen el sitio —le digo antes de despedirme y colgar.

No me entretengo mucho hablando por teléfono, porque sé que mi abuela está esperando por mí para almorzar. Mi abuelo no llegará hasta tarde y mi madre nunca almuerza con nosotros cuando trabaja.

—¿Está todo bien? —me pregunta mi abuela al sentarme con ella en la mesa.

—Sí, abuela. Estoy haciendo de Celestina y esta tarde saldremos a tomarnos algo algunos amigos y yo —le resumo, cuando comienzo a comerme el potaje de lentejas.

—¿Tu novia también? —pregunta, levantando una ceja.

—Sí, pero no quiero que te hagas ilusiones. Aún es pronto para saber cómo nos irá.

—¿No te gusta?

—Sí, me gusta, pero eso es todo. No me siento como el abuelo cuando te fuiste a La Gomera dos días y esperaba ansioso tu vuelta —intento explicarme.

—El roce hace el cariño, Colacho.

—Por eso creo que aún es pronto para saber si nuestra relación tiene futuro —le explico.

—Esta mañana te llamó Samuel, dice que al final su padre lo va a ir a buscar al aeropuerto, pero que vendrá luego por casa —cambia mi abuela de tema.

—Después llamaré a Claudia y se lo diré. Lo íbamos a ir a buscar al aeropuerto en guagua, porque nadie tenía tiempo, y más tarde aparecerían David, en su furgoneta, y Bruno y Efrén, en otra con algunos amigos más. ¿Podemos hacerle una pequeña fiesta mañana por la tarde de bienvenida? —le pregunto a mi abuela.

—Claro, hijo. Podría prepararle un bizcochón de coco, sé que es su preferido.

—Mejor prepara dos, abuela, mis amigos son unos tragones —le recomiendo.

Terminamos el almuerzo organizando la merienda de mañana. El vuelo de Samu llegará a Tenerife a las cinco y media, por lo que no creo que esté en casa antes de las siete menos cuarto, si tenemos suerte.

A las tres de la tarde ya estoy en la autoescuela. Mi jefe me ha dado una llave para que pueda entrar y salir cuando quiera. Se cansó de que le enviase un mensaje de madrugada para que viniese a cerrar la empresa.

***

Loreto, la administrativa de la autoescuela donde acabo de pasar dos horas, aún no se ha sentado en su mesa y ya David está entrando para avisarme de que está por fuera esperándome.

—No te vayas, David. Estoy terminando de recoger —le digo diez segundos antes de despedirme de Loreto y salir con él a la calle.

David no dice nada de camino a su furgoneta. Lo noto nervioso e intento ser yo el que le dé ánimos.

—Voy a estar contigo todo el tiempo —le digo para tranquilizarlo.

—Pero ella ya sabe que me gusta y seguro que va a estar pendiente de mí. Si meto la pata... —deja la frase sin acabar.

—Si metes la pata nos reiremos cuando lo recordemos en unos meses. No puedes forzar las cosas. Si a Silvia le gustas será genial, pero si no es así, te tendrás que fastidiar y a otra cosa, mariposa —le explico.

—No me estás ayudando —dice antes de entrar en el vehículo y yo lo imito.

—Lo que intento decirte es que no creo que a Silvia le gustes más o menos por cómo te comportes hoy. Ella ya te ha visto y me ha dicho que le pareces mono, así que ya tienes la mitad del trabajo hecho. Ahora tendrás que comportarte como un caballero y si tienes suerte, iremos a tu boda en tres o cuatro años —intento quitarle hierro al asunto.

—No bromees con esto, Colacho. Desde que me llamaste, el corazón me late acelerado y eso que aún no la he visto —me regaña.

—¿De qué te quejas? Fuiste tú el que me dijiste que le hablara de ti y pensé que una cita doble con ella te haría ilusión —me defiendo.

—Y te estaré eternamente agradecido, pero eso no quita que me esté cagando de miedo.

—¿Miedo? ¿Por qué? —le pregunto, porque ya lo peor está hecho, Silvia ha aceptado a salir con él.

—¿Por qué no? Pueden ir tantas cosas mal —responde nervioso.

—También pueden ir muchas cosas bien —le contesto.

No podemos seguir hablando porque al vernos llegar, las chicas se acercan hasta donde estamos.

—¡Qué ilusión me hace esto de una cita doble! —dice Yaiza, cuando se sube a la parte trasera de la furgoneta seguida de su amiga.

—¡Hola, David! ¡Cuánto tiempo! —saluda Silvia a mi amigo, que está más nervioso que nunca, y le devuelve el saludo con una tímida sonrisa.

—¿Y a mí? —intervengo para evitar que mi amigo se ponga peor.

—A ti te tengo muy repetido hoy. Nos hemos pasado más de una hora hablando en el instituto —me responde Silvia.

—¿Dónde quieren ir? —les pregunto y dejo que mi amigo se concentre en la carretera.

—¡Al café de París! —gritan mis dos amigas a la vez.

—¿Al café de París? Pero si ahí van solo guiris o puretas —les respondo sin entender cómo han llegado a esa idea.

—Pues por eso mismo, tú eres guiri y David es un pureta —intenta molestarnos Silvia.

—Tengo veintidós años, no soy un pureta.

—Pensé que estabas interesada en estar con un hombre —la molesto yo ahora, haciendo caso omiso a lo que acaba de decir David.

—Yo no he dicho que ser pureta fuese malo, al contrario, me gusta —dice Silvia con una sonrisa traviesa y escucho como David suelta todo el aire de sus pulmones en un suspiro, el pobre había dejado de respirar.

—Y a mí me gustan los guiris —añade Yaiza y yo me echo a reír.

Nos cuesta encontrar aparcamiento, por lo que tenemos que caminar unos minutos para llegar a la cafetería. Para evitar que David se ponga más nervioso aún y, aprovechando que la zona peatonal es bastante amplia, comienzo a caminar con una chica colgada de cada uno de mis brazos y David se pone al lado de Silvia. Él solo nos escucha y no interviene mucho en la conversación.

—David, ¿podrías ayudarme con Silvia? Ofrécele tu brazo, ¿quieres? Un día de estos mi novia me va a dejar porque mis amigas quieren que les preste la misma atención que a ella —intento darle una oportunidad para que ellos vayan del brazo hasta el Café de París.

—Eres malo —me susurra Yaiza, cuando Silvia se engancha al brazo de David y siguen su camino delante de nosotros.

—De eso nada, tenía que darles un empujoncito. Además, casi nunca podemos estar solos —me defiendo.

—Eso es verdad. ¿Haremos algo juntos en Navidad? —me pregunta, mimosa.

—El martes, después de recoger las notas, podríamos escondernos de todos hasta la hora de almorzar —le propongo.

—También podríamos almorzar en mi casa. Seguro que no habrá nadie —me ofrece.

—Podría ser una buena opción —le contesto antes de darle un corto beso en los labios.

En el Café de París, nos sentamos en una mesa un poco escondida, que es donde nos lleva el camarero. Nadie sabe qué pedir, así qué después de mirar la carta durante unos minutos, nos decidimos por unos zumos naturales, que estamos en temporada de naranjas, David y Yaiza también se piden un café y yo y Silvia un chocolate caliente. Silvia y Yaiza se levantan a elegir algunos dulces para todos y acaban pidiendo hasta unos bombones de chocolate.

—Fue idea mía y yo pago —le digo a David cuando nos traen lo que hemos pedido y él intenta pagar parte de la cuenta.

—No es justo —me responde mucho más tranquilo de cuando llegó.

—¿Trabajas? —le pregunto.

—No, ya sabes que estoy estudiando.

—Pues cuando cobres tu primer sueldo, me invitas a merendar. Aunque, si quieres ser notario, a lo mejor vas a tener que invitar a mis hijos —bromeo.

—¿Te pagan bien por lo que haces en la autoescuela? —me pregunta Yaiza, que está sentada a mi lado y enfrente de Silvia, que se encuentra al lado de David.

—Para ser mi primer trabajo, me pagan demasiado bien, por eso intento estar a la altura.

—¿Y qué vas a hacer con todo ese dinero? —pregunta ahora Silvia.

—Tengo muchísimas cosas planeadas, pero lo más costoso va a ser ir este verano a los Sanfermines y viajar un poco por Europa. Además, no he tocado el dinero de la beca los cuatro años que me la han dado, así que ya he ahorrado bastante —les cuento.

—Yo me saqué el carnet de conducir con el dinero que me quedaba de las becas del instituto —dice David.

—¿A ti también te han dado beca? —se interesa Silvia.

—Sí, aunque desde que entré en la universidad me la han denegado. Mi madre ha empezado a trabajar hace cuatro años y a mi padre le han ascendido en el trabajo, por lo que ya no cumplo los requisitos.

—¿En qué trabajan? —sigue preguntando Silvia y Yaiza y yo nos miramos sonriéndonos, porque entendemos que puede que al final esta cita doble salga bien.

—Mi madre trabaja de contable en una cadena de hoteles y mi padre es abogado y trabaja para un bufete de Madrid que tiene sede en Tenerife. No lleva muchos años ejerciendo porque comenzó a estudiar después de que yo naciera. Mi madre se quedó embarazada con diecisiete años y mi padre tuvo que ponerse a trabajar en cuanto acabó el instituto, por eso tardó algunos años más en acabar la carrera —nos explica David mientras nos acabamos la merienda.

—¿Me acompañas al baño? —le pregunta Silvia a mi novia, que sin contestar se levanta y se va con ella.

—Está yendo bien, ¿no? —le pregunto a mi amigo.

—Porque has estado todo el tiempo dirigiendo la conversación —me contesta, agradecido.

—Yo me quedaré aquí con Yaiza y ya pillaremos un taxi, así que vas a tener que apañártelas sin mí.

—No seas tonto, por supuesto que no dejaré que te vayas en taxi.

—No la lleves a casa directamente, escoge un sitio donde nunca hayas llevado a otra chica, a Silvia le gusta sentirse especial. Estará esperando que la beses y posiblemente que le metas mano. Si hace que te corras, tendrás que devolverle el favor, pero te aconsejo que aún no intentes acostarte con ella. Dale al menos una o dos semanas para que sepa que no es sexo, lo único que quieres de ella —le aconsejo.

—Vaya, no sabía que fueses un consejero matrimonial —se burla de mí.

—Gabriel siempre nos estaba dando consejos de cómo tratar a las chicas. A Silvia la conozco bastante, por lo que creo que una ayudita podría venirte bien —le explico antes de que vuelvan las chicas.

—Gracias, amigo. Si todo sale bien serás el padrino de mi boda —consigue decirme sin que nuestras amigas lo escuchen.

Yaiza comprende cuál es el plan desde el primer segundo y Silvia se hace la distraída, aunque estoy seguro de que también lo entiende. Yo tengo que estar de vuelta a las ocho en la autoescuela, por lo que mi novia y yo decidimos quedarnos por el paseo Colón un rato observando lo que hacen los dibujantes callejeros.

—¿Nos hacemos juntos un retrato? —le pregunto a Yaiza mientras la abrazo por detrás y le beso el pelo.

Desde que nos quedamos solos, nos hemos puesto un poco cariñosos y, si soy sincero conmigo mismo, tengo unas ganas enormes de perderme con ella para poder besarnos sin la posibilidad de que nos vea un amigo de mis abuelos o mi madre.

—En una hora tendrás que volver al trabajo. ¿Por qué no damos una vuelta? —me pregunta, se separa de mí y tira de mi mano para que la siga.

Yo la sigo como un corderito y, en cuanto tenemos un poco de privacidad, la beso con ganas.

—No voy a tener sexo contigo aquí —le aviso, cuando intenta desabrocharme los pantalones.

—¿Por qué no? —pregunta contrariada.

—Porque eres mi novia, no una cualquiera, y te mereces un poco de respeto. Podría pasar alguien —le explico.

—Pero ¿puedes hacer que me corra? Deberíamos de quedar solo nosotros más seguido —se queja y ahora soy yo quien le desabrocha el pantalón para que mis dedos se pierdan entre sus piernas.

No tardamos mucho en corrernos los dos, porque en cuanto la llevo al orgasmo, Yaiza me masturba a mí.

—Lo que daría para que tuvieses una furgoneta —dice, cuando nos quedamos mirando cómo pasan los turistas mientras la abrazo por detrás.

—La primera vez que te pregunté, me dio la sensación que no te gustaba mucho el sexo —la molesto un poco.

—Porque realmente no había podido disfrutarlo como ahora —se defiende.

—Podemos ir a la finca de mi abuelo cuando queramos. Estoy seguro de que me dejará la llave de una casita que ha arreglado en uno de los cuartos que había —le doy como alternativa.

—¿En serio? Podríamos ir mañana —dice emocionada.

—Mañana por la tarde tenemos la fiesta de bienvenida para Samuel, pero podemos ir cuando quedemos el martes.

—Y yo llevaré el almuerzo. Haremos un pícnic.

—Se lo diré a mi abuela y seguro que ella también nos prepara algo.

—Si son las empanadillas que llevaste a la acampada, mejor —contesta antes de darse la vuelta y dejar un corto beso en mis labios.

***

Tenemos que irnos unos minutos después. Primero, vamos a su casa y, luego, el taxi me deja en la autoescuela. En cuanto llego, le pido permiso a Loreto y llamo a casa para decir que estaré unas horas trabajando, pero que no se me hará muy tarde.

—Colacho, Samuel quiere que lo llames y David también. Este último me dijo que no le importaba la hora —me dice mi abuela, cuando me ve llegar a casa.

Solo son las diez y media, aunque mi jefe pasó por la autoescuela y me obligó a irme, alegando de que en unos días comenzarán las vacaciones y que podré pasarme toda la noche trabajando. Como no llevé la bicicleta, él mismo me ha traído a casa.

Primero llamo a Samuel porque en Madrid es casi la media noche. Mi mejor amigo solo quiere avisarme de que vendrá a casa directamente del aeropuerto. Tiene muchísimas ganas de probar el Microsoft Windows. Por mí no hay problema, aunque no creo que los demás le permitan que se vaya a mi habitación cuando llegue.

Tres minutos después, estoy llamando a David.

—¿Cómo te fue? —pregunto después de los saludos, yendo directo al grano.

—Joder, tuve que controlarme para no acostarme con ella. Tenías razón, estaba esperando a que la besara. Casi no nos da tiempo de pasarnos a la parte trasera de la furgoneta. Además, trajo hasta toallitas para limpiarse después de hacerme una paja —me dice David eufórico.

—Ya veo que la cosa ha ido bien —bromeo un poco.

—Sí, hemos quedado en ir juntos a la fiesta de Claudia. No sé si podré esperar una o dos semanas con lo del sexo y tampoco creo que ella quiera esperar —me dice y sé por su tono de voz que está sonriendo.

—¿Quieres que esto dure para siempre?

—Claro, ya te he dicho que es la mujer de mi vida —me responde, sin pensárselo dos veces.

—Pues hazla esperar un poco. Silvia está acostumbrada a conseguir siempre lo que quiere y cuando quiere. Puedes besarla, masturbarla, incluso comértela, pero no te la folles la primera semana —le aconsejo.

—Estás hablando de la futura madre de mis hijos, Colacho. No deberías utilizar ese lenguaje —se molesta mi amigo.

—Quería decir que no le hicieras el amor —ironizo.

—Gracias por todo, amigo. Hoy me has hecho el hombre más feliz de la tierra.

—Espero que solo haya ayudado y que en realidad lo haya hecho Silvia.

—Sí, ya me entiendes —contesta después de echarse a reír.

Como he llegado más temprano de lo que lo he hecho esta semana, le envío un mensaje a Gabi contándole que al final en el trabajo me ha ido genial. Él me contesta un segundo después y nos quedamos una hora discutiendo sobre el nuevo ordenador portátil que le han regalado, un Toshiba T1200. Yo solo puedo envidiarlo en la distancia y él se ríe de mí.

Según Gabi, yo tengo muchos más juguetes que él, pero, aun así, me gustaría ver, aunque sea desde una distancia prudente, uno de esos ordenadores que puedes llevarte contigo. Algún día serán tan pequeños que mi madre podrá llevar uno en su bolso y no creo que tardemos muchos años en verlo.

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