Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO SEIS - MÁS SOCIABLE

Viernes, 4 de diciembre del 1987

Ya estamos en diciembre y se nota. Todo el mundo ha venido hoy a clase con suéteres gordos e incluso chaquetas. Bueno, todo el mundo no, Yaiza ha venido en camiseta de manga larga, pero sin más abrigo, debe de estar enferma con sofocos o pasando frío.

Cada vez somos más los que no nos interesamos por ver los partidos de fútbol que echan en el recreo. Solemos reunirnos en nuestra esquina habitual al menos quince personas, aunque hoy somos veintidós.

Todos somos del último curso, a excepción de Claudia y algunos de sus amigos, que son de tercero. No sé cómo acabamos formando un grupo tan grande, pero es agradable pasar el recreo riéndote de cualquier tontería para recargar energía antes de volver al aula.

—¿Tu abuela te dio algo para nosotras? —me pregunta Cecilia, nada más llegar a mi lado.

—Sabes muy bien que sí —le respondo mientras le ofrezco el desayuno para ella y su mejor amiga, el cual les traigo todos los viernes sin falta.

—Esa señora es la mejor —me agradece Sandra con una sonrisa.

—Yo también me he olvidado de mi desayuno —dice Silvia para la sorpresa de todos los presente.

No me ha dirigido la palabra desde la verbena en Buenavista a finales de octubre, e incluso me evita intencionadamente y si nos cruzamos en el pasillo del instituto, siempre se las arregla para no tener siquiera que mirarme.

—Mi abuela solo me dio el desayuno de Cecilia y Sandra, pero puedo darte la mitad de mi bocadillo. Hoy no tengo mucha hambre —le ofrezco a Silvia mientras noto que todos están pendientes de nuestra conversación.

—Gracias —me agradece Silvia al aceptar la mitad del bocadillo que le ofrezco.

—¿Cómo te va? —le pregunto a la que fue la primera chica que he besado, intentando disimular el silencio que reina entre mis amigos debido a su presencia.

—Más o menos —me dice ella un poco triste y me da un poco de lástima.

—¿Qué van a hacer este fin de semana? Aún no me puedo creer que el lunes y el martes no haya clases, serán cuatro días sin pisar el instituto —nos pregunta Claudia a todos para, posiblemente, evitar el silencio incómodo que se estaba formando debido a la extraña visita de Silvia.

—A mí me toca irme a El Hierro a ver a mi abuela —se queja Iván, que cada dos o tres semanas se va en barco a ver a sus familiares que viven en la isla.

—Nosotras vamos a hacer galletas, ya que la vecina de Sandra es alemana y nos ha dicho que nos va a enseñar porque en su país se hacen para el seis de diciembre —nos cuenta Cecilia.

—Yo me voy de acampada con unos amigos para poder coger olas dos días en el sur sin tener que estar yendo y viniendo a casa —intervengo yo.

—Pues yo también me apunto. ¿Vas con Efrén y Bruno? —me pregunta Claudia.

—No, con Pedro, un amigo de ellos dos. Aunque hace dos días que ya se han ido a acampar media docena de sus amigos y posiblemente ellos vayan el domingo —le explico.

—Llevamos mi caseta que es enorme y, así, tenemos suficiente espacio por si por la noche ligamos —me dice Claudia, resuelta, que ya ha olvidado a su exnovio.

—¿No tienes frío? —le pregunto a Yaiza, cambiando de tema, parece que no puede pintar bien el dibujo que está haciendo porque le tiemblan un poco las manos, posiblemente, debido al frío que está pasando.

—Un poco —responde.

—Ponte mi chaqueta, el suéter que tengo abriga muchísimo —le digo mientras le ofrezco mi chaqueta, la cual acepta con una pequeña sonrisa.

Yaiza no habla mucho y he notado que no le gusta llamar mucho la atención. Cuando se sienta con nosotros siempre tiene una libreta en las manos y se pasa el recreo dibujando en ella con un lápiz. Nunca le he preguntado qué es lo que dibuja, aunque varias veces he sentido curiosidad.

Suele sentarse con Cecilia en clase, creo que son primas, aunque Yaiza es un año mayor y está repitiendo curso porque le quedaron dos asignaturas, Física y Química y Matemáticas. Parece ser que se le dan fatal las ciencias, pero ella se empeñó en escoger esas asignaturas, algún día le preguntaré el porqué.

—Gracias, te la devuelvo cuando volvamos a clase —me agradece Yaiza la chaqueta.

—Me la puedes dar la semana que viene —le respondo, sin darle mucha importancia.

—Hoy se me ha hecho tarde y, con las prisas, me olvidé de mi abrigo —se excusa Yaiza, sin dejar de pintar.

—¿Viste ayer a Mario? —le pregunta Cecilia a su prima por su novio.

—Sí, llegó ayer por la tarde y pasó por casa, por eso me acosté tan tarde —le responde Yaiza.

—¿Y qué tal fue? —se interesa Sandra.

—No lo sé —fue la única respuesta que da.

No lo sé puede significar cualquier cosa, pero, a la vez, no significa nada. Puede ser que les haya ido genial, pero que no esté del todo segura o fatal y estar en la misma situación.

Yo no conozco a Yaiza desde hace mucho tiempo porque antes iba a otro instituto y comenzó a venir al nuestro este curso, aunque solo está haciendo las asignaturas que le han quedado por libre. Por lo que he podido intuir, tiene o tenía un novio, Mario, que era el chico más guapo de su antiguo instituto. Mario está estudiando enfermería en Ronda, Málaga, porque parece ser que no consiguió la nota suficiente para estudiar en la Universidad de La Laguna.

Al par de segundos, la conversación se anima como todos los días y, aunque Silvia no participa mucho, se queda sentada a mi lado.

—¿Cómo te va a ti? —me pregunta Silvia en voz baja, aprovechando que los demás no nos prestan atención.

—No lo sé —le contesto y solo puedo pensar en la respuesta que le dio Yaiza a Sandra unos minutos antes.

—¿Cómo que no lo sabes? —continúa Silvia con su interrogatorio.

—No estoy seguro. Intento seguir adelante, pero echo de menos a mi amigo que ya no está. Ahora me paso la mayoría de las tardes con su hermana, que antes me parecía que era un dolor de cabeza, porque posiblemente estemos los dos iguales. Sigo con mi vida, aunque la tristeza a veces me invade completamente, sin embargo, realmente no sé cómo me va —intento explicarme.

—No sabía que estuvieses tan triste —susurra Silvia.

—Porque no me conocías antes —le explico.

—¿Me acompañas a clase? —me pide, aunque faltan quince minutos para que termine nuestro descanso.

—Claro —le contesto mientras me pongo de pie y ella me imita.

Lo primero que siento es la mirada de advertencia de Sandra y Cecilia, pero luego veo a Claudia que me recuerda en silencio que tengo pendiente esta charla con Silvia y me voy tranquilo, despidiéndome con un movimiento de cabeza, como solemos hacer en el grupo.

—Desde que comenzó el curso has estado mucho más sociable —me dice Silvia.

—Porque intento estar ocupado para no pensar mucho. No solo estoy más sociable, también hago más deporte e intento hacer cosas nuevas —le doy como excusa, sin nombrar la lista que me ha dejado mi mejor amigo.

—Y estás mucho más solicitado —me echa un poco en cara.

—No es cierto, solo he estado con aquella chica en la fiesta, cuando hablamos, y ya está —me excuso porque, aunque no le debo ninguna explicación, no quiero que piense que estoy todo el día acostándome con todo lo que se me ponga por delante.

—Vi cómo tu amiga te daba una caja de preservativos —me acusa, igual que si le hubiese mentido.

—Sí, son unos preservativos especiales y después de lo que le sucedió a su hermano, posiblemente, solo se preocupe por mí.

—¿Especiales? —pregunta curiosa.

—Son un poco más gruesos y seguros.

—¿Para qué necesitas que sean más seguros? —continúa con su interrogatorio.

—Porque me he puesto un zarcillo y puede romper el condón si no es lo suficientemente grueso —le explico, un poco cohibido.

—¿¡Te has puesto un zarcillo ahí!? —exclama entusiasmada mientras su mirada se dirige a mi entrepierna.

—Sí, pero es un secreto. Nadie en mi familia, excepto mi abuela, sabe que lo tengo —le explico.

—No se lo diré a nadie, pero eso tengo que probarlo —continúa con su entusiasmo.

—No creo que sea buena idea.

—¿Por qué no? —se molesta un poco.

—Porque después de lo que me dijiste la última vez que hablamos, no quiero que haya malos entendidos entre nosotros. Tú me gustas Silvia, pero no estoy preparado para enamorarme de nadie —expongo mis razones.

—Tranquilo, ya me he recuperado —me dice y se va corriendo a su clase porque hace unos segundos que se acabó la pausa.

***

Cuando acaba la última clase no espero por nada ni nadie. Tengo tanta hambre que me subo a la bicicleta y salgo el primero de todo el instituto. Incluso mi abuela se sorprende porque llego casi diez minutos antes de lo que ella me espera.

—¿Ha pasado algo, Colacho? —se preocupa, como solo las abuelas suelen hacer.

—No, es que tuve que compartir el desayuno y hoy hice demasiado ejercicio por la mañana. Ahora mismo me comería una vaca —exagero.

—Pues vas a tener que esperar al domingo, hoy comeremos pechugas de pollo —me advierte.

—Es una forma de hablar, abuela.

—Hoy almorzamos solos nosotros dos —me responde, mientras yo pongo la mesa y ella termina de freír las pechugas.

—Yo tengo que salir temprano. Me esperan en la autoescuela a las tres —le explico.

—¿Otra vez? Ya has ido esta semana tres veces —se queja mi abuela.

—Pero solo puedo estar hasta las cinco, que es cuando abren. Le estoy preparando una hoja de cálculo para que sea más sencillo hacer facturas —le explico, aunque nunca estoy seguro si ella me entiende.

—¿Llevas tres semanas enseñándoles a hacer una factura? —me sorprende mi abuela con su pregunta mientras empezamos a almorzar.

—No, eso es lo que voy a hacer hoy. Los demás días he estado ocupado con un programa de gestión de datos. Pero aún me quedan por ir algunas semanas.

—Ese abuelo tuyo, siempre te mete en estos fregados.

—No, abuela, en realidad me está haciendo un favor. Quiero reunir dinero para irme de viaje el próximo verano.

Hace unas semanas mi abuelo me contó que el hijo de un amigo, que tiene varias autoescuelas, necesitaba ayuda con los nuevos ordenadores que habían comprado porque el informático al que solían acudir, se había ido a Valencia a trabajar para una empresa.

Los trabajadores se quejaban mucho de que muchos datos se perdían, que el programa era muy incómodo y lento y que muchas veces dejaba de funcionar, por lo que aproveché y les recomendé otro programa de gestión de datos, pero aún no se habían decidido por uno en concreto. Esto me daba la oportunidad de utilizar uno en el que fuese fácil importar los datos de su antiguo programa. Así que, además de enseñarles a los trabajadores su uso, en cuanto acabe la configuración de la red interna que les había organizado, tendré que pasarle los datos al nuevo programa y enseñarles a emplearlo.

El tipo me cae bien y encima me paga mejor de lo que nunca pensé, así que todos estamos contentos. Todos menos mi abuela que, en cuanto se dio cuenta hace dos semanas que ya no estaba tan obsesionado con el lenguaje de programación Perl, debido a que había aprendido mucho sobre él, ha intentado presentarme a las nietas de algunas amigas.

—Si sigues así, no tendrás novia nunca —se queja mi queridísima abuela.

—La mayoría de los chicos de mi edad no tienen novia, solo amigas, y si la tienen, más de la mitad no se acabarán casando con ellas —intento que entienda que las relaciones han cambiado en los últimos cuarenta años.

—Estás muy solo, Colacho.

—Eso no es cierto, nunca he tenido tantos amigos. Mañana por la mañana me vendrán a buscar y me iré con un amigo al sur a pasar tres días de acampada. Seremos un montón de chicos y chicas —le digo entonando la última palabra.

—Espero que no elijas como novia a una de esas chicas que se quedan de acampada con otros chicos —me advierte, lo que hace que estalle en carcajadas.

—Abuela, si sigo tu consejo, me quedaré solo.

No tardo mucho en irme a la autoescuela donde me esperan. El jefe quiere que trabaje mientras está cerrado porque no estoy contratado y, aunque podría hacerlo con el permiso de mi madre, imagino que quiere ahorrarse el dinero que pagaría a la seguridad social.

Como la autoescuela abre a las cinco, tengo que irme a esa hora. La verdad es que hasta lo agradezco, así puedo terminar de hacer lo que nos mandaron de tarea para este fin de semana largo e irme de acampada sin tener nada pendiente.

—¡Abuela, ya llegué! —aviso al entrar en casa.

—Ven a la cocina, Colacho —me responde, lo que quiere decir que tengo visita.

Samuel no puede ser, porque hablamos anoche y me dijo que ya compró el pasaje para el dieciocho de diciembre. Perderá un día de clase, pero le salía muchísimo más barato. Además, no cree que se vaya a perder mucho, ya que es lunes y muchos profesores y alumnos no irán igual que él.

Claudia tampoco puede ser porque quedó en venir a las cinco y media y aún faltaban quince minutos y Claudia nunca llega antes. Por lo tanto, no tengo ni idea de quién podría ser, pero mi abuela suena la mar de contenta.

—¿Silvia? ¿Ha pasado algo? —le pregunto, extrañado.

No me esperaba que viniese esta tarde a mi casa. Hemos vuelto a hablar, pero nunca hemos sido realmente amigos.

—No, sin embargo, sé que mañana te irás de acampada, por lo que he pensado en pasarme por tu casa, ya que no vamos a podernos ver en todo el fin de semana —me dice como si tal cosa, por lo que mi abuela sonríe feliz.

—Pueden ir al patio y yo les alcanzo la merienda —se ofrece mi abuela.

—¿Quieres tomar algo? —le pregunto a nuestra invitada, aunque estoy seguro de que mi abuela ya lo ha hecho.

—No, gracias. Quizás un poco más tarde —responde.

—Abuela, no te preocupes. Si nos da hambre luego, yo lo preparo. No soy manco —le explico con una sonrisa de agradecimiento.

—Si pasa cualquier cosa, estaré en la salita —nos dice.

La salita es el cuarto donde mi abuela pasa la mayor parte del tiempo cuando no está en la cocina. Es un cuarto que, además de tener un televisor, tiene mucha luz y a mi abuela le gusta coser ahí, sentada en su sillón.

Siempre le gustó cocer y cuando era joven, ayudaba a su tía que era costurera. Lo dejó para irse a trabajar a un empaquetado y según me contó, estuvo trabajando desde que cumplió la mayoría de edad hasta que yo nací y decidió que ayudaría a su hija con el bebé, como su madre la había ayudado a ella veinte años antes.

—¿Te molesta que haya venido sin avisar? —me pregunta Silvia, cuando nos sentamos en el patio en unos chinchorros que le han traído a mi abuelo de Venezuela.

—Puedes venir cuando quieras, aunque Claudia ha quedado en pasarse en unos minutos. Espero que no te importe.

—Siempre me he llevado bien con ella, solo tuvimos un problemilla cuando creía que estabas enrollándote con tu compañera de clase —me dice Silvia, como si tal cosa.

—Ella y yo nos llevábamos fatal hace unos meses —le cuento, pensando en todo lo que ha cambiado mi vida desde que mi mejor amigo nos dejó.

—¿Por qué ahora es diferente? —quiere saber.

—Imagino que los dos sentimos la misma tristeza y eso nos une. Además, a mí me recuerda mucho a su hermano y me gusta cuando me sonríe y parece que estoy con él. Ella se quejaba siempre de que los dos éramos iguales, a lo mejor le pasa lo mismo —le aclaro.

—Lo que le pasó a Gabriel fue muy triste. Nunca te he oído hablar de él.

—Normalmente, no lo hago, no me gusta llorar delante de los demás.

—Eres un chico muy sensible, Colacho. Sé que metí la pata, pero ¿crees que podríamos darnos otra oportunidad? Aunque esta vez quisiera que fuese algo más serio —me pregunta Silvia para mi sorpresa.

—No creo que sea buena idea, Silvia. Estoy seguro de que no soy la persona indicada para ti. No tengo mucha experiencia y tú eres todo lo contrario. Además, lo de mi amigo aún es muy reciente y no es buena idea comenzar una relación cuando no estoy bien.

—Yo te veo bien —me responde tímida, muy raro en ella.

—Mi madre está preocupada por mí e intento aparentar que estoy mucho mejor de lo que es en realidad.

—¡Cola! ¿No sabía que tendrías visita? —nos interrumpe Claudia en el patio acompañada con Yaiza.

—Ha sido una sorpresa —le respondo e intento hacerle comprender que la trate bien, Claudia puede ser una bruja cuando se lo propone, aunque creo que Silvia no se queda atrás.

—Sí, no tenía nada que hacer y decidí venir a ver si estaba Colacho en casa —se excusa Silvia.

—No tienes que justificarte, yo vengo casi todos los días porque me da la gana y ni siquiera espero a que me invite —le dice Claudia y doy gracias de que se haya tomado tan bien la visita de Silvia.

—Hola, Yaiza, puedes sentarte donde quieras —le ofrezco a la compañía que ha venido con Claudia porque ella ha pasado olímpicamente de Yaiza desde que llegó.

—Sí, tú como si estuvieras en tu casa. ¿Cómo te fue en el curro? —me pregunta la hermana de mi mejor amigo.

—Bien, ya solo me queda actualizar la base de datos del nuevo programa y tendrán toda la información en un solo lugar —le explico.

—¿Trabajas? —se sorprende Yaiza.

—Sí, de informático y, además, le pagan muy bien —presume Claudia.

—Solamente será por unas semanas y el sueldo no está mal, pero solo hago unas quince horas a la semana, así que no gano tanto.

—¿Y si se quema el lugar donde está toda la información? —me sorprende Silvia con su pregunta.

—Se hacen copias de seguridad externas y en todas las oficinas hay un servidor —le explico y ella me mira como si fuese lo más fascinante del mundo.

—Nosotros nos apuntamos a ir a la acampada mañana. Ya he dicho en casa que no regresaré hasta el martes —cambia Claudia de tema.

—Pero yo regresaré en guagua el lunes. El martes trabajo todo el día porque al ser festivo quiero aprovechar —les expongo.

—¿También puedo ir yo? —pregunta Silvia.

—Claro, nuestra caseta es grande y caben seis personas —la invita Claudia.

A mí no me pregunta nadie, menos mal que Pedro me ha dicho que puedo llevar a quien quiera y que el padre del amigo que nos va a llevar tiene una furgoneta de siete plazas y como nosotros somos cuatro, incluyendo al conductor, las chicas también podrán venir con nosotros.

Las chicas se quedan hablando de sus cosas hasta las siete de la tarde, aunque a las cinco y media vamos a la cocina a merendar y luego a mi cuarto porque hace mucho frío.

Yaiza me ha traído mi chaqueta y yo aprovecho que estamos en mi cuarto para encender el ordenador. Me tienen loco con tanto chisme de personas que yo no conozco de nada. Eso sí, en cuanto se van, acabo mi tarea. Quiero disfrutar del fin de semana sin tener que pensar en cosas pendientes por hacer. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro