CAPÍTULO OCHO - UN BUEN CHICO
Domingo, 6 de diciembre del 1987
Nada más acercarme a mis amigas, me doy cuenta en el lamentable estado en el que Claudia y Yaiza se encuentran. Estoy seguro de que anoche bebieron mucho más de lo que yo pensaba y ahora tienen una resaca de muerte, por lo que me relajo sabiendo que no soy el culpable de la cara frustrada de Yaiza, solo de la sonrisa de Silvia.
—¿No habéis desayunado aún? —les pregunto a mis tres amigas, que no parecen divertirse tanto como anoche.
—Baja la voz, Colacho —susurra Claudia.
—¿Te has traído a tres chicas? Pareces un mormón —me dice Bruno, divertido, después de sentarse y sacar su desayuno.
—Solo somos amigos —le explico en voz baja para que Claudia no me mate con la mirada.
—Aunque yo lo soy con derechos —responde Silvia, demasiado satisfecha para mi gusto.
—¿Así? —pregunta Claudia, que en cuestión de segundos parece haberse recuperado de su resaca.
—No es lo que tú crees. Dejamos las cosas claras desde un principio —me excuso, rápidamente.
—¿Te aprovechaste de una chica borracha y te acostaste con ella? —me echa en cara Claudia, muy molesta.
—No estaba borracha y fui yo quien se aprovechó de él. Al principio se negó mil veces, pero todos sabemos que yo tengo mis encantos —interviene Silvia, haciendo que Bruno, Efrén y Pedro se echen a reír.
—Esto va a acabar mal —dice Claudia y mira disimuladamente a Yaiza.
—¿Anoche no me hiciste caso porque te querías acostar con Silvia? —habla Yaiza por primera vez desde que llegué.
—¿Hacerte caso? —pregunto, sin entender a qué se refiere.
—No te enteras de nada, Colacho. Yaiza solo vino a la acampada para estar contigo —dice Claudia para mi sorpresa.
—Igual que yo —le explica Silvia.
—Tú tuviste la posibilidad de hacer las cosas bien y metiste la pata. Creo que Yaiza también se merece una oportunidad —le contesta la hermana de mi mejor amigo.
—¿Tú que opinas, Colacho? —me pregunta Silvia, directamente a mí.
—Lo mismo que te he dicho con anterioridad, actualmente no estoy preparado para una relación. Lo de Gabriel aún es muy reciente. Además, considero que deberíamos de tener esta conversación con menos público.
—Por nosotros no te preocupes, nos encantan los culebrones en vivo —dice Andrés, divertido, que ha llegado hace un minuto.
—Lo que le pasó a mi hermano no puede afectar a tu vida amorosa, Colacho. ¿Qué pensaría Gabriel?
—Claudia tiene razón. Yo me haré a un lado para que puedas intentarlo con Yaiza, pero como le hagas daño a mi amigo, te la verás conmigo —amenaza Silvia a Yaiza y todos nos quedamos sorprendidos.
—Entonces, ¿ya probaste al guiri? Y, ¿cómo fue? ¿Se nota la diferencia? —le pregunta Bruno directamente a Silvia, haciendo mención de que se había acostado conmigo después de hacerme el Príncipe Alberto.
—Yo no sé cómo sería antes, pero ahora se siente muy bien. Deberían imitarlo —le responde Silvia, sin ápice de vergüenza.
—¿De qué hablan? —pregunta Yaiza, cuando nota que los chicos la miran a ella directamente.
Posiblemente, supongan que me voy a acostar con ella y están reflexionando entre contarle de lo que hablan o dejar que se dé cuenta ella sola.
—Es mejor que sea una sorpresa. ¿No te parece? —le dice Efrén a Silvia, mientras le pica un ojo.
—¿No podemos hablar de otra cosa? —me quejo mientras por fin me siento, quedando entre Claudia y Pedro.
—Sí, tu abuela es la mejor. Incluso tienes el zumo de naranja y la leche aún fría —cambia el tema Silvia.
—¿Han abierto la nevera? —les echo en cara.
—Sí, pero no hemos comido ni bebido nada —se defiende Yaiza, que me mira un poco avergonzada.
—Y ya hemos organizado las comidas de hoy. Desayunamos, zumo de naranja, Cola-cao frío y bizcochón, almorzamos tortilla y croquetas y cenamos bocadillos de sardinas, que tienes el pan y unas cuantas latas en la mochila —me informa Claudia.
—¿Ustedes no han traído nada? —pregunto, incrédulo.
—Claro, pero lo compartiremos contigo, es que tu comida es mucho mejor. Además, te puso galletas y frutos secos para compartir con todos —me cuenta Silvia.
—Tienen mucho morro —digo antes de aceptar el zumo de naranja que me ofrece Yaiza y empezar a beber.
Desayunamos todos un poco de lo de todos, aunque, como viene siendo costumbre, el que más reparte soy yo. No es mentira que mi abuela es la mejor. Me puso dos bizcochones en la mochila, como si supiese que el resto de mis amigos no traerían suficiente comida. Ya anoche quedó claro que mi abuela era la cocinera preferida de todos los que encuentran en la acampada.
En medio del desayuno, me doy cuenta de que podría solucionar de manera sencilla y barata los problemas de mi jefe con la base de datos de la autoescuela con el nuevo Microsoft Windows. Según he podido averiguar, incluirá algunas nuevas aplicaciones en comparación con la versión actual, entre la que se encuentra una hoja de cálculo que ya se utilizan en los Mac.
Estoy tan emocionado con mi idea que sin querer hablo para mí en voz alta y Claudia se me queda mirando como si tuviese dos cabezas.
—Esto tengo que hablarlo con Gabi —se me escapa.
—¿El qué, Colacho? —me pregunta Claudia en voz baja.
—Creo que he encontrado una solución increíble para lo que tengo que hacer en la autoescuela.
—¿Y qué tiene que ver eso con mi hermano? —me pregunta bajando aún más la voz y, entonces, entiendo por qué me mira como si fuese un marciano.
—No ese Gabi. Tengo un amigo estadounidense que se llama Gabi1971 y lo llamo Gabi —le explico.
—Menos mal —responde suspirando.
—Aunque a veces sí hablo con tu hermano, pero solo en mi cabeza —me sincero, bajando yo también la voz.
—Igual me pasa a mí —me contesta y ninguno de los dos dice palabra alguna en los próximos minutos.
Definitivamente, aún echamos mucho de menos a mi mejor amigo.
***
La mañana trascurre sin más incidentes, si no tengo en cuenta la insistencia de Bruno y los demás chicos, que escucharon la conversación con mis amigas, sobre la diferencia en el sexo entre antes y ahora. En realidad no hay gran diferencia, o por lo menos, no para mí. No sé si una chica siente algo más.
Silvia habla conmigo después de nuestra conversación sobre lo sucedido noche anterior, delante de todos y se disculpa por la sinceridad con la que contestó a las preguntas. Me dice que me aprecia demasiado como amiga para estropearlo con el sexo y quedamos en que lo que sucedió, no debería volver a pasar.
Además, intenta convencerme de que le dé una oportunidad a Yaiza. La verdad es que nunca pensé que Yaiza tuviese un interés especial en mí, aunque sé que también tengo una conversación pendiente con ella.
No almorzamos hasta las tres de la tarde, aunque solo somos unos pocos los que lo hacemos. La mayoría ha empezado a beber poco después de desayunar y como ya no hay olas, ponen música y hacen el idiota todo el tiempo.
Después de mi charla con Silvia y de almorzar, Claudia me acapara totalmente para ella y acabamos buscando burgados por la playa, aunque, a falta de estos, recogemos cangrejos.
—¿A qué hora van a coger olas? —pregunta Claudia, cuando estamos regresando hacia donde están nuestros amigos.
—A las seis es una buena hora, aunque estoy seguro de que no seremos muchos. Pedro y Bruno, puede, pero el resto ha bebido o fumado demasiado —me quejo un poco.
—Pues le pediré a Efrén su tabla y su traje y me meteré con ustedes —dice Claudia.
—Cuantos más seamos, mejor.
—¿Vas a hablar con Yaiza? —me pregunta la hermana de mi mejor amigo.
—Claro, aunque no creo que esta acampada sea el mejor lugar. Ya viste la privacidad que tuvimos esta mañana —ironizo.
—Pues cuando te veas con ganas y fuerzas, te la llevas a dar un paseo y arreglado —me aconseja.
—Claudia, anoche la vi besándose con otro —le recuerdo.
—Estaba despechada porque la ignoraste —la defiende mi amiga.
—No la ignoré —me defiendo yo.
—Pero no la trataste diferente al resto.
—Y, ¿por qué iba a hacerlo?
—Porque pensábamos que ella te interesaba —me cuenta Claudia y comienzo a entenderlo todo un poco más.
—¿Por eso la trajiste a mi casa el otro día? Después de lo que hizo anoche, no veo la diferencia con lo que hizo Silvia.
—Solo ha tenido un novio y está tan verde en todo esto como tú —insiste mi amiga.
—No te prometo nada —termino cediendo, al menos, en parte.
—¿Cómo te fue con Silvia? —cambia de tema la loca de Claudia.
—Normal —contesto para no entrar en detalles.
—¿Normal? Por la cara que tenía esta mañana Silvia, estuvo mejor que normal.
—No voy a hablar de sexo contigo, Claudia —le explico.
—¿Por qué no? Yo te cuento todo lo que quieras saber —se indigna ella.
—Yo no quiero saber nada, esa es la gran diferencia —le respondo con aire teatral.
—Pero yo sí, así que el miércoles, en tu casa, quiero detalles de todo —me dice antes de llegar al grupo entonando la última palabra.
Todavía no entiendo cómo un tipo como yo, que nunca se mete en líos y que ha pasado desapercibido la mayor parte del su vida, ha conseguido verse envuelto en una situación como en la que estoy ahora.
No puedo decir que no me halague que dos chicas estén interesadas en mí al mismo tiempo, pero la incomodidad que eso me hace sentir, es mayor que cualquier otro sentimiento o sensación.
No lo pienso mucho, porque si lo hago, no me atreveré en la vida, y me acerco hasta donde está Yaiza sentada con Efrén y Silvia. Los tres tienen una botella de cerveza en la mano, pero mientras que a Efrén se le nota que lleva muchas más de las que normalmente puede beberse sin acabar como una cuba, Yaiza y Silvia no parece que hayan bebido mucho.
—¿Podemos hablar un momento en otro lugar, Yaiza? —le pregunto, haciendo acoplo de un valor que en realidad no me pertenece.
—¿Para qué? —me pregunta a la defensiva.
—Para poder aclarar lo que se habló esta mañana antes del desayuno —le explico, intentando aparentar tranquilo.
—Vale —contesta por fin, levantando los hombros como si se resignara a acompañarme.
Caminamos en silencio y la llevo hacia donde minutos antes Claudia y yo intentábamos encontrar burgados. Es una zona tranquila y nunca pasa nadie, así que no nos molestarán.
—Siento mucho todo el malentendido —comienzo a hablar.
—En realidad la culpa es mía. Posiblemente, vi señales donde realmente no las había —me interrumpe en mi discurso.
—¿Qué señales? —quiero saber.
—Me dejaste tu chaqueta —me dice un poco nerviosa.
—Tenías frío —le explico.
—Ahora lo sé, tú solo eres un buen chico —concluye avergonzada.
—No soy tan buen chico —le contesto, suspirando, porque estoy cansado de que todo el mundo tenga las expectativas demasiado altas conmigo.
—¿Con cuántas chicas has estado?
—Con Silvia y con una amiga de Claudia. Ya sabes que tu amiga puede ser muy pesada cuando quiere que algo ocurra y se propuso que tenía que perder mi virginidad y no lo dejó hasta que pasó.
—Lo sé, pero siempre tiene buenas intenciones —la defiende.
—No te voy a decir que lo pasé mal. Me gustó, como a todo el mundo. Eso fue en octubre y no pensaba que volvería a suceder este fin de semana —le explico, para que entienda que no planeé lo que sucedió anoche entre Silvia y yo.
—Parece ser que Silvia también insistió mucho —bromea.
—Sí, aunque los chicos también podemos decir que no. Estuvimos hablando y me dijo que solo sería sexo y al final me dejé convencer. Por supuesto que también me gustó —le explico.
—Yo únicamente lo he hecho con mi exnovio —me cuenta mi amiga un poco cortada.
—¿Y no te gustó? —le pregunto, porque por la cara que pone, parece que haya ido a un funeral.
—No mucho. Mi exnovio era un poco impaciente —me dice y eso me da mucho que pensar.
—Define impaciente —le pido mientras me siento en una piedra y ella se sienta a mi lado.
—Él solo quería correrse y yo no solía tener tantas ganas como él, por lo que era un poco incómodo —me saca de dudas.
—Luego, ¿hacía que tú también llegases al orgasmo? —le pregunto, un poco molesto porque ese exnovio suyo haya sido tan imbécil.
—No, cuando él terminaba, se vestía y ya está —dice tan avergonzada que, a pesar de que tiene la tez morena, se le nota que está sonrojada.
—No voy a hablar mal de tu ex, pero un tipo que no se preocupa de que la otra persona también disfrute del sexo, no se merece que le dediquen palabras bonitas —le digo, aparentando estar tranquilo, aunque en realidad estoy indignado.
—Es un idiota, pero ya no es mi problema. Ahora que se busque a otra que aguante sus tonterías.
—¿Lo querías? —pregunto curioso.
—Al principio lo quería mucho. No solo era guapo, era encantador. Tiene mucho poder de convicción y hace que creas que es una persona que en realidad no es, no obstante, después de que tuvimos sexo por primera vez, dejó de preocuparse tanto en que yo pensase que era una persona maravillosa y empezó a mostrar su verdadera personalidad.
—¿Cómo es? Me refiero físicamente —le pregunto.
—Es rubio y tiene los ojos azules, aunque utiliza lentillas y se tiñe el pelo —me dice para mi sorpresa.
—¿Y en realidad? —la interrogo sin poder evitar echarme a reír.
—Tiene el pelo castaño oscuro y los ojos canelos.
—Y ¿por qué usa lentillas?
—Porque para él su físico es muy importante y cree que es más guapo, rubio y con los ojos azules. No todo el mundo puede ser tan guapo como tú por naturaleza —me piropea, lo que hace que me sonroje.
—Yo nunca he sido guapo —respondo, avergonzado.
—Por supuesto que sí.
—Pues nadie, que no fuese de mi familia, me lo ha dicho antes.
—Colacho, sé que estás muy solo. ¿Qué te parece si intentamos tener una relación? Si algo no te gusta, lo dejamos y ya está —me ofrece.
—¿Cómo sabes que estoy muy solo?
—Porque alguna vez te he dibujado y se te nota en la mirada. Imagino que la muerte del hermano de Claudia sea la gran responsable, pero vas a tener que seguir con tu vida. Aunque sea injusto lo que le pasó, tienes que volver a ser feliz.
—No es tan fácil, necesito tiempo.
—Pues permíteme que te ayude y apoye mientras lo intentas —me ofrece.
—¿Cómo? —quiero saber.
—Como tu novia —me contesta, aunque su respuesta no tiene nada que ver con mi pregunta.
Yo realmente no sé qué pensar y Yaiza aprovecha esos segundos de indecisión y me besa. Es un beso suave y tierno, pero poco a poco va ganando en fuerza y acabamos los dos jadeando.
—Mi prima me ha contado que te has hecho un Príncipe Alberto. Al principio no sabía lo que era, aunque no puedo negar que tenga un poco de curiosidad. A lo mejor esta noche podrías enseñármelo —me dice, un poco avergonzada.
—No he traído preservativos a la acampada, pero creo que primero tengo que averiguar lo que te hace llegar al orgasmo y lo que te gusta que te hagan. Yo no tengo mucha experiencia, solo lo he hecho dos veces —le explico.
—¿No has traído condones? —me pregunta incrédula.
—No, pero Silvia sí trajo una caja. Además, no puedo utilizar cualquiera porque el zarcillo lo podría romper —me veo obligado a explicarle.
—No hay problema, le pediré a Silvia que me deje uno —dice sin ápice de vergüenza.
—O dos. Pero primero tenemos que conocernos —le respondo mientras comienzo a besarla yo.
—No lo sé, porque yo nunca... —comienza a decirme y la beso más fuerte para que no termine esa frase, definitivamente su ex era un imbécil.
Sé que no tengo la experiencia que tienen otros chicos, pero Gabriel siempre nos daba consejos respecto a cómo tratar a una chica y qué hacer para excitarla. Además, Silvia ha sido también muy buena maestra, así que continúo besándola por el cuello y luego me concentro en sus pechos.
Cuando comienza a gemir levemente, le pido permiso con la mirada y mis manos se pierden dentro de su chándal. Al principio solo la toco por encima de la ropa interior, pero puedo notar lo húmeda que está y eso me anima a seguir besándole los pechos, mientras mis dedos comienzan a hacer círculos por encima de la tela.
—¿Te gusta así? —le pregunto con voz ronca.
Solo quiero que disfrute y sea sincera. Nadie se merece que la dejen insatisfecha durante toda una relación.
—Sí, Colacho, pero no sé qué hacer —gime.
—No hace falta que hagas nada, tú solo disfruta, pero quiero que me digas si algo no te gusta.
—Tócame, tócame de verdad —me suplica, por lo que yo le aparto la ropa interior y sigo dándole placer sin telas de por medio.
Yaiza no necesita mucho tiempo para empezar a temblar y gemir mi nombre. En cuanto noto que ha llegado al orgasmo, dejo de mover mis dedos y le permito que se reponga.
—¿Quieres otro? —le pregunto, después de empezar a mover lentamente mis dedos y volver a besarla.
—¿Otro? —me pregunta, como si no entendiese de lo que estoy hablando.
—Te puedes correr más de una vez. Nosotros también, pero para las chicas es mucho más fácil.
—¿Otra vez lo de antes? —me pregunta, excitada por la anticipación.
—Sí, apóyate en esa piedra y quédate solo con la camiseta puesta —le pido mientras pienso en la forma más cómoda de masturbarla con mi boca.
Yaiza no duda mucho y en un minuto estoy comiéndola mientras ella, demasiado excitada para sentir pudor, gime mi nombre y me dice toda clase de obscenidades.
Nunca he estado con una chica que hable tanto mientras la masturbo, pero me encanta. Cuando llega a su segundo orgasmo, me sonríe y se pone de nuevo la ropa que se ha quitado.
—Creo que te debo un favor —me dice y sé que quiere hacerme lo mismo.
—¿Qué te parece si lo dejamos para después de cenar? —le pregunto mientras la beso.
—¿Por qué?
—Porque si no nos vamos en los próximos cinco minutos, me perderé las olas.
—Así que tienes tus prioridades muy definidas —me responde, divertida.
—No son prioridades, pero contigo puedo negociar y con el mar, no —le explico y ella se echa a reír.
***
Unos minutos después, nos volvemos. Cuando llegamos, están los chicos esperando por mí para entrar al agua. No somos muchos, Claudia, Bruno, Pedro y David que acaba de llegar con su furgoneta. El resto está demasiado borracho o interesado en otras cosas para surfear en estos momentos.
Antes de entrar, le doy un beso en los labios a Yaiza y ella me mira sorprendida.
—Tenía que hacerles ver a todos que eres mi novia —le susurro al oído, como excusa de mi comportamiento.
Nadie comenta nada de mi beso y disfruto en el agua como un niño. Cada vez me resulta más fácil el ponerme de pie y, sobre todo, el permanecer así encima de la tabla.
—Vaya, has mejorado muchísimo en un solo día —me dice Pedro orgulloso.
—Y por lo que se ve, incluso tienes novia nueva. ¿Cómo haces para que las chicas se peleen así por ti? —se mete Bruno conmigo.
—Es un buen chico. Si nos tratasen bien, besaríamos el suelo que pisan, pero como no saben comportarse y siempre meten la pata, las novias no les duran ni un telediario —les riñe Claudia y yo me echo a reír.
Se nos hace de noche en el agua y cuando salimos, Silvia y Yaiza están esperándonos con una toalla para cada uno. Silvia y Claudia, que ahora parecen mejores amigas, se van con Bruno y Efrén a la furgoneta y Yaiza se queda con Pedro, David y yo.
—Hemos quedado en que cenaremos en una hora y media —dice Yaiza que es la única del grupo que no ha estado en el agua.
—Te dejo las llaves de mi furgoneta, pero solo porque hoy has surfeado de puta madre y te enrollaste con el ordenador de mi viejo —me dice David para mi sorpresa.
—¿Las llaves? —le pregunto sin entender exactamente lo que me quiere decir.
—Sí, pero a la hora de la cena las quiero de vuelta.
Así que me cambio rápidamente de ropa y me pongo un chándal y un suéter. Ni siquiera me preocupo en ponerme ropa interior o una camiseta, espero estar desnudo en unos minutos.
No suelo ser un chico que esté siempre ansioso por intimar con una chica, pero lo de esta tarde, si tenemos en cuenta que yo no me corrí ni una sola vez, me tiene muy mal y sin mediar palabra con nadie, tomo la mano de Yaiza y me la llevo a la furgoneta de David.
—No sabía que fueses tan lanzado —me dice Yaiza, sonriendo.
—Solamente tengo hora y media y debo aprovechar el tiempo —le digo mientras pongo la alarma en mi teléfono para no llegar tarde a la cena.
—¿Solo? —pregunta mi novia, levantando una ceja.
—Sí, creo que para todo lo que he pensado, no tengo suficiente, aunque si a ti te apetece algo, solo tienes que pedirlo —le digo después de cerrar la puerta de la furgoneta con nosotros dentro.
—Solo quiero que no seas muy bruto —me pide, un poco nerviosa.
—Creo que el problema con tu ex no era que fuese muy bruto, es que no se preocupaba de que tú también lo disfrutases. Sabes que yo no soy así, ¿verdad?
—Lo sé, me lo demostraste hace unas horas.
Yo no me demoro más y la desnudo mientras la beso. Ella también me desnuda a mí y por supuesto que se sorprende de que no tenga absolutamente nada debajo ni del suéter ni de los pantalones.
Se queda mirando mi zarcillo y antes de que pueda decir nada, su lengua comienza a jugar con él. Yo la dejo, puesto que entiendo que a ella también le guste hacer que pierda un poco la cordura, aunque no dejo que continúe cuando estoy a punto de correrme.
Por supuesto que al principio intento ser gentil, pero anoche aprendí que también me gusta empotrar a la chica contra la pared, como lo describió Silvia.
Hora y media más tarde, salimos cogidos de la mano de la furgoneta y con tres preservativos usados en mi bolsillo.
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