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CAPÍTULO NUEVE - BORN TO BE RUN

Sábado, 12 de diciembre del 1987

Llego a casa a las ocho de la mañana escuchando Born to be run de Bruce Springsteen. Solo he corrido durante media hora, porque sé que mi abuelo y sus amigos ya se encargarán de agotarme en lo que ellos llaman entrenamiento.

Anoche me acosté un poco tarde porque Gabi y yo estuvimos discutiendo sobre mi idea para la autoescuela. Esperaré a que llegue a España el programa de la hoja de cálculo de Microsoft y lo utilizaré para almacenar los datos. Luego le diseñaré un programa mucho más cómodo para que los trabajadores puedan grabar y consultar datos, que en realidad se almacenarán en el Excel, que es como han llamado a la hoja de cálculo que quiero utilizar.

A mi jefe le ha gustado la idea, sobre todo porque sabe que en Estados Unidos el Microsoft Windows cuesta cien dólares, un precio increíblemente razonable, y se va a ahorrar muchísimo dinero. Además, es multilingüe y algo así, para los que no saben inglés, es muy atractivo.

Gabi ya lo tiene instalado en su ordenador y está encantado. Fue uno de los primeros en conseguirlo, ya que oficialmente salió a la venta hace tres días.

Estuvimos unas horas haciendo una prueba, él en su casa mientras le iba indicando lo que quería que hiciese, y creo que va a salir muy bien. Por ahora he dejado a la autoescuela trabajando con el programa antiguo y en cuanto consiga el Windows, me pondré manos a la obra.

—No deberías de salir a correr los sábados. Luego te quejas de que tu abuelo y sus amigos han abusado de ti —se burla mi abuela, cuando me pongo a preparar el desayuno con ella en la cocina después de una breve ducha.

—Es que todas las semanas sus malvadas cabezas se superan —exagero y mi abuelo, que está leyendo el periódico en la mesa de la cocina, se echa a reír.

—No te rías tan fuerte que vas a despertar a la niña —lo amonesta la abuela.

—Ya no es una niña, ni siquiera el hijo que tiene es un niño. Además, anoche se acostó antes que nosotros, ¿por qué aún no se ha levantado?

—No se sentía bien, creo que una compañera le ha pegado la gripe —nos informa mi abuela de la salud de mi madre.

—¿Le llevo el desayuno a la cama? —me ofrezco.

—No, no la molestes. Dormir le hará bien —me dice mi abuela con dulzura.

—¿Así que esta tarde vas a ir al cine? —comienza mi abuela con su interrogatorio.

Desde que ayer por la tarde, Claudia le dijo que íbamos a ir al cine y que me acompañaría mi novia, mi abuela ha intentado interrogarme dos veces y yo, que soy un afortunado, me he escaqueado como he podido para no tener que contestar a sus preguntas. Por desgracia, esta vez no me salvará nadie.

—Sí, abuela —le contesto lo más escueto que puedo.

—¿Y quién es esa novia que nombró Claudia? —quiere saber, como si la curiosidad no la estuviese matando.

—No es mi novia exactamente. Es una amiga y nos estamos conociendo —le aclaro para que no se haga ilusiones, puesto que no pararía hasta que me viese en la iglesia con Yaiza vestida de blanco.

—Mamá, no lo atosigues. Colacho no tiene culpa de las ganas que tienes de que haya una boda en la familia —intenta rescatarme mi madre del inminente interrogatorio, cuanto entra a la cocina.

—No lo puedo remediar, me voy a hacer vieja y no he podido acudir a la boda de mi hija ni de mi nieto —se defiende mi abuela con aire dramática.

—No te martirices más, el próximo septiembre irás a una boda —le contesta mamá y todos nos quedamos sorprendidos.

—¿Quién se casa? —pregunta la abuela, porque con lo curiosa que es no puede quedarse callada.

—Yo, mamá —contesta mi madre y es cuando realmente todos en la habitación nos quedamos mirándola como si nos estuviese diciendo que IBM y Apple van a producir un ordenador juntos.

—¿Tú? —comienza la abuela con su interrogatorio, por lo menos me he librado del que me tocaba a mí.

—Sí, mamá —empieza a contestarle mi madre, cargándose de paciencia.

—¿Con quién?

—Con mi novio.

—¿Por qué no lo conocemos?

—Te lo presentaré estos días.

Mi abuela pregunta y mi madre contesta, mientras mi abuelo y yo solo nos atrevemos a mirar de un lado de la cocina al otro a la persona que en ese momento está hablando como si se tratase de un partido de tenis.

—Pero ¿sabe que existimos? —pregunta mi abuela.

—Claro, mamá.

—¿Por qué nosotros no sabemos nada de él?

—Porque no quería que empezaras a martirizarme como ibas a hacer hace unos minutos con tu nieto, mamá. Te lo digo ahora, ya que tenemos fecha para casarnos, si no, tampoco te lo hubiese dicho.

—¡Hija! —grita mi abuela, indignada.

—No te enfades, mamá. Lo importante es que en nueve meses vas a poder celebrar una boda en la familia —le dice mi madre mientras se acerca a la abuela y la abraza.

Mi abuela es muy tranquila, pero cuando se enfada, aconsejo a todo al que le tengo aprecio que corra. Eso sí, el enfado le dura unos segundos. Cinco minutos después está llorando en la mesa de la cocina.

Mi abuelo y yo no nos hemos atrevido a intervenir en la conversación, no obstante, por lo que hemos podido escuchar de lo que contaron las mujeres de la casa, mi madre tiene un novio desde hace cuatro años. Lo conoció en Fitur, una feria de Turismo que se celebra en Madrid desde hace casi diez años y a la que ella siempre acude enviada por su empresa.

Al principio, no se lo tomaron muy en serio, aunque después de seis meses él se trasladó a Tenerife y ahora vive en Adeje. Mamá confiesa que la mayoría de los fines de semana que se queda con sus amigos, en realidad los pasa con su novio en su casa que, por lo que cuenta, es una especie de mansión.

Parece ser que la familia del futuro marido tiene varias propiedades, entre las que se encuentran hoteles en Ibiza, Barcelona, Bilbao, Madrid y, por supuesto, Canarias.

—¿Te vas a llevar a Colacho? —interviene mi abuelo por primera vez.

—No, papá. Si la fecha de la boda es a mediados de septiembre es porque luego se irá a estudiar a Madrid, así que esta seguirá siendo su casa. Aunque por supuesto que podrá venirse a la nuestra siempre que quiera. Joaquín tiene muchas ganas de conocerlo.

—¿Joaquín? —pregunta mi abuela, porque mi madre no ha llamado a su futuro marido por su nombre con anterioridad.

—Mi novio, mamá. Un año antes de conocernos perdió a su único sobrino en un accidente de coche, junto con su hermano y su cuñada. Tenía diecisiete años y lo echa mucho de menos —dice mi madre mirándome fijamente, como si estuviese esperando una respuesta por mi parte, pero yo aún no me he recuperado de la sorpresa y realmente no sé qué decir.

—¿No tiene más familia? —pregunta mi abuela, que de todos los presentes es la única a la que nunca le faltan las palabras.

—Sí, sus padres viven los dos y una de sus abuelas también, aunque tiene noventa y ocho años y ya está muy mayor.

—¿Y queréis tener más hijos? —pregunta mi abuela.

—No, mamá. No creo que a mi edad sea conveniente eso de tener hijos y Joaquín ya tiene cuarenta y dos. Él tampoco quiere empezar a levantarse de madrugada por el llanto de un bebé o a cambiar pañales.

—Tener un hermanito no estaría mal —digo esperanzado.

—Colacho, el año que viene cumplo cuarenta años. Más que una madre, sería una abuela. ¡Pero si en un par de años podrás ser papá tú mismo! —me explica mamá.

—Al menos lo intenté —bromeo con ella—, pero me alegro mucho por ti, mamá. Te mereces ser feliz.

—¿Qué les parece si mañana invitó a Joaquín para que lo conozcan? —nos pregunta mi madre.

—Pues tendré que ir a comprar a la carnicería para que tu padre nos prepare unos solomillos a la parrilla —añade mi abuela, contenta.

—Yo tendré que pasarme unas horas en la autoescuela, aunque seguro que puedo venir para almorzar y luego quedarme un rato por la tarde.

—Pues no se hable más. Empiecen a comer que en vez de un desayuno esto va a parecer un almuerzo —dice el abuelo que, aunque intenta que no nos demos cuenta, se nota que está radiante de alegría.

Imagino que mis abuelos se alegran de que mi madre se case. Todo padre quiere ver a sus hijos felices y mi madre, aunque tiene muchos amigos, ha estado mucho tiempo sola.

Aún estamos desayunando, cuando alguien toca el timbre de nuestra casa. Son las nueve, así que tiene que ser Pedro, le dije que podía venir por la mañana temprano para ponerle la radio al coche que comparte con su madre, porque luego tendré entrenamiento con el abuelo y sus amigos.

—Voy yo, creo que es Pedro, el amigo con el que me fui la semana pasada en el coche a la acampada.

—¿Por qué no le dices que pase y se desayune? —me dice mi abuela.

—Le pregunto, abuela, pero no te prometo nada —le respondo ya casi saliendo de la cocina.

Cuando abro la puerta de mi casa, me llevo una agradable sorpresa al ver también a Andrés.

—Espero que no te importe que haya venido —se me adelanta Andrés con el saludo.

—¡Por supuesto que no! Pasen. ¿Ya han desayunado? —les pregunto a mis nuevos amigos, cuando entran en casa.

—Yo me desperté, me lavé la cara y fui a buscar a Andrés —me responde Pedro, dando a entender que no ha comido nada desde que se levantó.

—Y yo me desperté cuando llegó Pedro y ni me lavé la cara —responde mi otro amigo y no puedo evitar sonreír, seguro que anoche se acostaron tarde.

—No nos juzgues. Tardamos casi cuarenta minutos en llegar a tu casa —se defiende Pedro.

—Yo no he dicho nada. Además, están de suerte, nosotros aún estamos desayunando —les digo mientras nos dirigimos a la cocina.

Después de las presentaciones, mis amigos se sientan con nosotros a la mesa y mi madre se disculpa para poder llamar a su novio antes de que salga de su casa. Aunque tiene mejor cara que ayer, mi abuela le dice que se acueste para que mañana esté recuperada del todo.

Hemos quedado en que mañana vendrá su novio a casa a almorzar y si soy sincero conmigo mismo, estoy un poco nervioso. Quiero caerle bien, va a ser el futuro marido de mi madre y solo quiero que mi relación con él sea buena y que mi madre sea feliz.

En cuanto les preparo un café con leche a cada uno de mis amigos, me siento yo también a terminar mi desayuno.

—¿Quién es el que quiere aprender a boxear? —le pregunta mi abuelo a los recién llegados, ya que yo le he contado hace unos días que uno de mis amigos se nos uniría algún que otro sábado para entrenar.

—Yo —le contesta Andrés, un poco cohibido.

—No te avergüences, muchacho. ¿Quieres aprender a pegar o a defenderte?

—A defenderme —le responde Andrés sin pensarlo siquiera.

—¿De quién? —le pregunta mi abuelo, frunciendo el ceño.

—De mi padre, señor —duda un poco.

—Vaya, todavía quedan idiotas —responde el abuelo mientras niega con la cabeza.

—Más de lo se imagina. Tengo varios amigos que tienen en casa el mismo problema que yo —le dice Andrés a mi abuelo y yo no sé qué pensar, Andrés ha sido el único que me ha dicho abiertamente que su padre le pega.

—Deberíamos de enseñarles a protegerse, Colacho —propone el abuelo.

—Claro, abuelo. Ya sabes que a mí no me importa compartir mis clases, al contrario, me gusta la idea, así no soy yo solo el que sufre —bromeo un poco con él, porque me parece que ya el tema de conversación es bastante serio.

—Eres un exagerado, no obstante, me parece buena idea. Les dicen a sus amigos que quieran venir a partir del sábado que viene, que lo hagan cuando quieran —nos dice mi abuelo.

***

Aunque termino rápidamente de colocar la radio en el coche de Pedro, mi amigo se queda con nosotros. Su padre jamás le ha puesto la mano encima, aun así, acepta el ofrecimiento de mi abuelo para poder contarles a los amigos, que sí son maltratados por sus progenitores, cómo son las clases de boxeo con mi abuelo y sus amigos.

No puedo estar más agradecido de la familia que me ha tocado. Mi abuela me adora y solo me ha dado amor, mi madre igual y mi abuelo siempre ha sido un hombre que no pierde la paciencia con facilidad y le cuesta levantar la voz.

A las diez y media, estamos mis amigos y yo preparados para empezar la clase en la finca del abuelo.

—Tu abuelo me ha dicho que puede que el número de alumnos crezca —dice Justo, uno de los mejores amigos del abuelo.

—Sí, a lo mejor podríamos hacer unos vídeos de las clases y así podrían practicar en casa —añade el abuelo que está ilusionado con la idea de ayudar a los hijos de los abusones.

—Pues no es mala idea, abuelo. Ya sé lo que me voy a pedir por Navidades. Mi padre le preguntó a mamá si necesitaba algo en especial —le digo, pensando que incluso podría grabarnos mientras surfeamos.

Y ahí acaba la charla. Mi abuelo y sus amigos nos maltrataron durante dos horas sin descanso. Ya sé que parece que es una exageración, pero, al menos, yo termino de pie y con el orgullo intacto. Pedro y Andrés no tienen tanta suerte y acaban tirados en el suelo sin poderse mover y eso que hoy la clase no ha durado tanto como otros sábados.

—No me puedo creer que sean más quejicas que yo. Tienen que recuperarse. No podemos tardar mucho porque en una hora y media tenemos que estar dentro del agua. Hoy hay unas olas increíbles —intento convencer a mis amigos para que se levanten.

—Dos sábados viniendo y mi viejo no se atreverá a levantarme la mano en su miserable vida —me dice Andrés antes de empezar a reír, aunque está sin resuello.

—Rocky Balboa, me encanta que seas tan optimista —dice Pedro, casi sin aliento.

—¡Abuelo! Siempre te quejas de mí y mira a estos dos, y eso que ellos no corrieron esta mañana —me quejo y mi abuelo y sus amigos se echan a reír.

—La semana que viene traeremos más agua y el entrenamiento durará tres horas —nos avisa Justo antes de salir de la finca y dejándome solo con Pedro y Andrés.

Mis amigos tardan cinco minutos en poderse levantar. Yo estoy ansioso por irme porque he quedado con Bruno en que estaríamos en el agua a las dos.

Estaré surfeando hasta casi las cuatro y luego me iré a casa para prepararme para ir al cine porque las chicas estarán en casa a las seis. Mi abuelo quedó en alcanzarnos e irnos a buscar y así no depender de las guaguas.

A pesar de ser la primera vez que salgo con una novia, no estoy nervioso. Me he pasado los tres últimos días con Yaiza en el instituto y, aunque no hemos repetido lo que pasó en la furgoneta de David, hemos hablado bastante y nos hemos besado. Como lleva repitiéndome Silvia los últimos días, ya lo tenemos todo andado, ahora es solo dejarse llevar.

No sé qué habría hecho sin Claudia ni Silvia, se han vuelto mis ángeles de la guarda.

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