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CAPÍTULO DOCE - DUDAS

Jueves, 17 de diciembre del 1987

Estoy tan emocionado por mi trabajo en la autoescuela que no he podido casi dormir. Hace unos días, después de discutirlo con Gabi, he decidido separar la base de datos y hacer las plantillas para diferentes documentos con el Microsoft Windows. Él no está muy de acuerdo con mi idea, pero es lo mejor, de la otra manera se volvería todo un poco lioso y mi jefe tendría el mismo problema con los nuevos programas como los que ha tenido con los antiguos.

Hace dos días les preparé en casa todas las plantillas de documentos que utilizaban y puse todos los datos en el programa Excel para que puedan hacer facturas de manera rápida y cómoda.

El programa de almacenamiento de datos es lo único que aún no tengo listo y encima tengo que pasar un montón de datos. Lo haré este fin de semana con la ayuda de Samuel, ya que mi jefe me ha dado luz verde para que el sábado y el domingo Samuel me ayude a terminar con la instalación y la puesta en funcionamiento de todo. Eso sí, aún no le he dicho que en unos días estará todo listo, estoy seguro de que se llevará una sorpresa.

—¡Colacho! ¿A qué hora has salido a correr? —me pregunta mi abuela, cuando me ve llegar todo sudado a casa después de mis estiramientos.

—No podía dormir —me excuso y me voy directamente al baño para darme una merecida ducha.

***

Ya hemos acabado los exámenes de la primera evaluación, por lo que la mayoría de nosotros está solo haciendo tiempo para que lleguen las vacaciones de Navidad. Aunque tendremos clases hasta el martes, ya la semana que viene solo haremos el idiota en clase y algunos compañeros han dejado de venir hoy porque no lo vieron necesario.

Yo también estoy nervioso porque mañana llega mi mejor amigo y las últimas noches hemos estado hablando de todo lo que queremos hacer estas Navidades. Incluso quiero irme unos días a Madrid con Samuel, ya que mi padre me ha regalado un billete para que vaya a ver el piso y lo vaya acomodando para cuando en unos meses tenga que mudarme.

No puedo quejarme, mi padre, aunque está ausente, es el mejor. Hace que sueñe y me ilusione otra vez con estudiar en la capital, cosa que los últimos meses estaba perdiendo fuerza. Imagino que la muerte de mi mejor amigo me ha influido en muchos aspectos.

—¿Vienen el sábado a la fiesta que voy a hacer en la casa de mi tía? —pregunta Claudia.

En realidad no es la casa de la tía, era de una hermana de una abuela de Claudia que ya falleció y como su madre la llama así, todos la llamamos así. Se encuentra en medio de una finca, está muy bien cuidada y tiene ocho habitaciones con camas dobles, piscina, una barbacoa y un patio donde suelen hacer una especie pista de baile. Yo ayudé en dos ocasiones a organizar una fiesta a Gabriel en esa casa, aunque nunca he ido a ninguna y este sábado tampoco lo haré.

—Iremos todos —contesta Silvia por todos nosotros.

—Yo no voy a poder ir —admito un segundo después.

—¿Por qué no? —me pregunta Yaiza.

—Porque estaré trabajando hasta la madrugada. Este fin de semana tengo que aprovechar que Samuel estará aquí —le explico.

—Eso significa que como está aquí tu amigo, vas a pasar de nosotras —responde Yaiza molesta.

—No, eso significa que si tengo trabajo que hacer, no puedo ir a la fiesta y que gracias a mi amigo terminaré antes, por lo que no tendré que desistir a otra salida que haya cuando el trabajo esté terminado —intento que me entienda.

—No creo que me merezca esto, Colacho. Mi ex estará en esa fiesta seguro y se enrollará con alguna tipa solo para fastidiarme —continúa regañándome Yaiza mientras el grupo completo está prestándonos atención.

—A ti, ¿qué más te da lo que haga tu ex? —le pregunto, tranquilo.

—Solamente quería que viese, que a mí también me puede ir bien sin él.

—Yaiza, no debería interesarte lo que él haga o lo que él piense. Se supone que tenemos una relación, posiblemente no tan fuerte como la que tuviste con él, porque aún no llevamos mucho tiempo, aunque si no has podido pasar página, será mejor que dejemos lo nuestro y te concentres en recuperarlo o en olvidarlo, lo que a ti más te convenga.

—No quiero recuperarlo, pero... —empieza a decir mi novia, aunque se queda pensativa, como si se diese cuenta de las tonterías que está diciendo.

No me gusta nada el escuchar las boberías que me ha soltado, puede que en parte aún le interese un poco su ex. Llevaban juntos mucho tiempo y ella realmente lo quiso. No me gusta ser el segundo plato de nadie y la idea de que Yaiza aún siga sintiendo algo por su ex me molesta bastante.

Después de nuestra pequeña discusión, nuestros amigos siguen hablando de la fiesta, aunque yo no intervengo en la conversación. Silvia nota que no estoy en mi mejor momento y me coge del brazo y nos vamos los dos caminando.

—¿Qué te pasa? —me pregunta mi amiga, cuando nadie puede oírnos.

—Es perturbador saber lo importante que es para Yaiza la opinión de su ex —confieso.

—Nosotras, las mujeres, somos un poco maléficas y nos gusta que nuestros ex sepan, que bien nos va sin ellos, independientemente si es un idiota o que no te importe que lo quemen en una hoguera. Tiene que ver con nuestro orgullo femenino —me explica Silvia.

—Eso es una estupidez. Tú nunca fuiste así conmigo.

—Por supuesto que sí, por eso me enrollé con aquel idiota de mi clase delante de todos, aunque no funcionó como yo pensaba. Normalmente, a los chicos les molesta que nosotras los superemos, pero tú eres un tanto peculiar —se sincera y yo solo puedo tener más dudas.

—No entiendo esto de las relaciones. A lo que estoy acostumbrado en casa no tiene nada que ver con las tonterías que he podido ver en el instituto. Se supone que soy yo el que no tiene padre y el que debería de hacer más idioteces, pero todos los días llega alguien y supera la estupidez anterior —digo, un poco molesto.

—¿A qué te refieres? —pregunta Silvia y nos sentamos en un banco a la entrada del instituto.

Ya ha sonado el timbre que nos indica que el recreo terminó, pero la mayoría de los alumnos se han quedado fuera. Nadie quiere volver a las clases con el buen tiempo que está haciendo para ser diciembre y encima, los profesores con tanta motivación como nosotros, nos aburren, ya que no saben qué hacer. El único profesor que parece interesado en no matarnos de aburrimiento es el de Matemáticas, que nos ha propuesto unos retos a primera hora y la mayoría de la clase lo miraba con interés.

—En mi clase todos vamos a ser mayores de edad en breve y algunos ya lo son y, aun así, no saben realmente lo que quieren, cambian de opinión con gran facilidad y no cumplen su palabra. Queremos que nos traten como adultos, pero nos comportamos como críos —intento resumir lo que he podido observar los últimos meses.

—Eso no es verdad. A veces nos dejamos llevar por las hormonas y hacemos tonterías, pero la mayoría del tiempo sabemos comportarnos —intenta convencerme Silvia.

—Pues yo me he perdido esa mayoría del tiempo. No tenemos que buscar muy lejos. Nosotros tonteamos un poco, luego hiciste una gran estupidez y, aun así, yo me acosté contigo. Creo que los dos actuamos mal, aunque tenemos suerte de que, por lo menos, nos ha quedado una amistad —nos critico.

—No actuamos mal, el sexo consentido también lo practican los adultos. Es verdad que casi fastidiamos nuestra amistad para siempre, pero la salvamos porque somos adultos. Es la primera vez que me acuesto con alguien al que luego puedo llamar amigo —dice orgullosa.

—¿Por qué? ¿Por qué después de compartir algo íntimo, como es el sexo, tenemos que llevarnos mal con esa persona? Mis padres nunca tuvieron una relación y a pesar de la distancia, se llevan mejor que la mayoría de las parejas que se han dejado en el instituto.

—Porque tienen un hijo en común —me responde Silvia.

—Pues más razón para tener problemas de entendimiento. Cuando no tienes que llegar a ningún acuerdo con la otra persona, debería ser más fácil compartir espacio y amigos.

—Creo que empiezo a entender tu punto, a pesar de que te has explicado fatal. No entiendes el porqué cuando una pareja se rompe, queda ese resentimiento o esas ganas de demostrarle al otro lo bien que te va —acierta de lleno Silvia con su explicación.

—Exacto. Deberían de poder llevarse mejor que con otras personas, puesto que se conocen mejor. Si es solo sexo puede que no sea tan intrínseco, pero cuando eres la pareja de alguien durante meses o años, deberías de conocer a esa persona muy bien, por lo que lo normal es que acaben luego siendo amigos —digo en voz alta lo que me lleva rondando la cabeza desde hace tiempo.

—Es fácil decirlo, pero en la práctica no es tan sencillo. Muchas veces solo una de las partes quiere dejar la relación y el otro se queda destrozado o hay infidelidades de por medio, lo que hace que una relación de amistad sea prácticamente imposible.

—Se debería perdonar con el tiempo y, aunque la relación no vuelva a ser la de antes, podrían tener una bonita amistad —termino de filosofar.

—Si todos pensáramos como tú, la vida sería más bonita. ¿Crees que algún día pueda encontrar a un chico que me aprecie y me quiera? Estoy cansada de líos de una noche y de perder el tiempo con chicos que no quieren nada serio. Cuando hablé contigo en aquella verbena y supe lo que podía haber tenido si te hubiese cuidado mejor, me di cuenta de que me gustaría tener una relación con un hombre, un hombre como tú. Estoy cansada de tanto niñato —dice Silvia, suspirando, y apoya su cabeza en mi hombro.

—¿Te parece que David es un hombre? —le pregunto, aprovechando que ella ha sacado el tema para hablarle de mi amigo.

—¿David? ¿Con el que fuimos al cine? —me pregunta sin entender nada.

—Sí, está loco por ti y ya tiene veintidós años. Él también está interesado en una relación más madura y no en perder el tiempo, como tú has dicho.

—¿Estás seguro? —me pregunta Silvia, confusa.

—Claro, me pidió que te hablara de él —le digo sin más y ella se separa de mí unos centímetros y me mira, posiblemente, para verificar que no le estoy tomando el pelo.

—¿Y qué te dijo que me dijeras? —pregunta, bajando la voz.

—En principio me dijo que el año que viene va a acabar la carrera de Derecho y que tiene pensado ser notario —la molesto un poco.

—¿Eso qué significa? ¿No te dijo nada más?

—Eso fue lo que pensé yo, así que le hice varias preguntas y me dijo que le encanta surfear, el olor del océano, las películas de terror y los sábados cuando brilla el sol. No soporta las cucarachas y no le gusta leer. También me dijo que le gustabas tanto que cuando quiere hablar contigo se lo hace en los pantalones —intento recordar todo lo que me ha dicho mi amigo.

—¿En serio? ¡Qué mono! —exclama y no dice nada más.

—¿A ti qué te parece? —le pregunto, porque estoy seguro de que David querrá saber que es lo que Silvia opina de él.

—Es guapo, no tanto como tú, pero no está mal. También parece simpático. ¿Le puedes decir que me invite a salir un día? Podríamos hacer una cita doble mañana por la noche —se entusiasma Silvia.

—Hasta que no termine con mi trabajo en la autoescuela no podré salir cuando la autoescuela esté cerrada. Tengo que aprovechar el tiempo lo máximo posible. El jefe me dará una buena propina si termino antes de mediados de enero. Imagínate la sorpresa cuando vea que podrá empezar el año con todo funcionado completamente —intento que me entienda.

—Deberías de venir aunque sea a dormir a la fiesta de Claudia y esta tarde podríamos quedar los cuatro para merendar en alguna cafetería. Seguro que a Yaiza le hará ilusión después de la bronca que habéis tenido —me aconseja mi amiga.

—No hemos tenido una bronca —le aclaro.

—Tú, no, porque estabas allí tan tranquilo, pero a tu novia le salía el humo por las orejas, aunque después se dio cuenta de las tonterías que estaba diciendo. Y no quiero juzgar a nadie porque yo hubiese dicho exactamente lo mismo o mucho peor. Yaiza es demasiado buena para ser una chica. Ya sabes que la mayoría de nosotras somos unas brujas —bromea y se echa a reír.

Silvia y yo nos quedamos hablando hasta que acaba la hora. Ella fantasea con cómo sería tener un novio que ya va a la universidad y que tiene coche, incluso una furgoneta con una cama. No deja pasar la oportunidad de recordarme que yo ya he probado esa cama y acabamos riéndonos de tonterías. Al final decidimos que llamaré a David en cuanto llegue a casa y le preguntaré si puede quedar hoy a las cinco y luego también llamaré a Yaiza y a Silvia.

En cuanto Silvia se va a su clase, yo me voy a la mía a buscar a Yaiza. Quiero hablar con ella, no me apetece dejar sin zanjar un tema tan importante como las expectativas que tiene con su ex.

—Yaiza, ¿te apetece pasar un rato en el huerto de los de primero? No creo que hagamos gran cosa hoy en clase —le pregunto, cuando la encuentro sentada al lado de Celia y charlando animadamente.

—Claro —me responde, un poco nerviosa, y me doy cuenta de la mirada llena de dudas que le echa a su prima, aunque Celia le responde con una pequeña sonrisa, imagino que para tranquilizarla.

Normalmente, no solemos darnos muestras de cariño, pero al notar lo nerviosa que está, la tomo de la mano, le doy un simple beso en sus nudillos y seguimos caminando de la mano hasta el pequeño huerto que está a un lado del instituto. No es muy grande, pero tiene varios bancos y nunca hay nadie. El lugar ideal para hablar.

—¿Vas a romper conmigo? —me pregunta, un poco nerviosa, antes de que nos sentemos.

—¿Romper contigo? ¿Por qué? Además, no me gusta nada la palabra romper. ¿Qué debería significar? ¿Qué debemos dejar una relación haciéndole daño al otro o que rompemos algo que existe entre nosotros? —le digo mientras me siento y tiro de ella para que se siente en mi regazo para poder abrazarla, no me gusta que piense que voy a dejarla porque hayamos tenido una discusión.

—Yo pensé que te habías enfadado —susurra y comienzan a correr las lágrimas por sus mejillas.

—No me he enfadado. Es que me cuesta comprender que después de tener una relación con alguien, lo único que queda es resentimiento e incluso odio. Si tu ex es un idiota, entiendo que no quieras volver a hablar con él, sin embargo, no creo que sea sano querer demostrarle algo —le explico con voz suave y ella deja de llorar.

—Eres demasiado bueno, Colacho, pero no todos los chicos son como tú —dice más tranquila.

—Pues deberían de salir solo con chicos buenos —bromeo un poco.

—Todos son buenos al principio, aunque cuando realmente los conoces, puedes llevarte una sorpresa muy desagradable —dice triste, nunca la he visto así antes.

—¿Te hizo algo? ¿Tu ex te pegó? —le pregunto, porque me estoy temiendo lo peor.

—El día que me di cuenta de que no era realmente el chico del que me enamoré, me obligó a que le masturbara delante de dos amigos mientras bebían unas cervezas. Cuando conseguí zafarme de su agarre y me fui corriendo a casa, estuvo enfadado conmigo una semana porque, según él, lo había dejado en evidencia delante de sus amigos, los cuales pensaban que no me gustaba tocarle. Al principio pensé que era culpa mía, que era mi novio y si él quería que le hiciese esas cosas con sus amigos delante, debería poder hacérselo —me cuenta.

—Debe tener un problema muy grave —es lo único que puedo decir, porque en principio, me he quedado sin palabras.

—Yo intenté decirle que no me sentía cómoda con sus amigos delante y él lo dejó pasar, pero unos meses más tarde, intentó que le hiciese una mamada en el coche con los amigos en la parte trasera. Sus amigos son lo peor e incluso me llamaron estrecha cuando me negué y ahí fui yo la que estuvo dos semanas sin hablarle. Luego se excusó diciendo que los porros le hacían hacer locuras y al final lo perdoné —siguió con su historia.

—¿Qué fue lo que hizo para que lo dejases? —le pregunto con recelo, porque no estoy seguro de querer saber la respuesta.

—Unos días antes de irse a la universidad, vino a verme a casa. Mis padres trabajan los dos por las tardes y no había nadie. Vino con un amigo y estaba empeñado en que me acostara con su amigo porque él quería ver cómo lo hacíamos. Yo me negué, grité y le dije de todas las forma posibles que no iba a hacer algo así en la vida, así que me dio un tortazo, yo me caí al suelo y él me llamó zorra estúpida y se fue sin comprobar si estaba bien o no. Ni siquiera me llamó en los dos días siguientes. Cuando pasó por mi casa para despedirse el día antes de su marcha, no le abrí la puerta y al día siguiente vino por la mañana y cuando mi madre le abrió le dijo que no se molestara en volver por esa casa, que no era bienvenido. Mi madre me encontró en el suelo, con el labio partido y llorando. Además, al caer al suelo me había hecho daño en la cabeza y tenía un chichón en la frente, lo que hizo que mi madre se enfadara muchísimo.

—Con razón, Yaiza. Yo estoy furioso solo de imaginármelo —le digo, porque es la verdad.

—Por desgracia regresó un día que vino a ver a su familia y pasó por casa. Mi padre, que no sabía nada de lo ocurrido, le abrió la puerta. Hablamos durante horas. Él me contó lo bien que le iba en la universidad, me habló de todos los amigos que ha hecho y al final, después de restregarme en la cara lo bien que le iba sin mí, me dijo que era una pena que, después de tanto tiempo, lo nuestro quedara en nada y que me perdonaba. Me dijo que volvería conmigo si intentaba ser un poco más complaciente. Esa fue la maldita palabra que utilizó, complaciente.

—¿Tú qué le dijiste? —porque el día que le preguntaron cómo le había ido con su ex, ella respondió que no sabía y quiero saber qué significaban esas palabras.

—No hablé mucho en las horas que estuvo hablando sin parar y al final le dije que ya veríamos. No quise decirle que no, parecía el mismo chico divertido e ingenioso del que me enamoré, así que no me atreví a mandarlo al infierno, que era lo que se merecía.

—¿Y cómo sabes que irá a la fiesta? ¿Te ha llamado? ¿Ya ha vuelto para pasar las Navidades? —le pregunto tranquilo, no quiero que piense que me está dando un ataque de celos.

—Me llamó anoche para decirme que su primo le había contado que yo tenía novio. Según él, eres un surfero idiota que solo se preocupa de las olas, los porros y las fiestas en la playa —me dice y se echa reír.

—¿Por qué te ríes? —le pregunto sin entender nada, me insultan y ella se ríe.

—Estoy imaginándome la cara que pondrá cuando vea que eres todo lo que él quiere ser, pero no puede —responde y se me encoge un poco el corazón.

—Únicamente soy rubio y con los ojos azules, en lo que se refiere a mi personalidad, no creo que mucha gente quiera ser como yo —le contesto, un poco cohibido.

—¿Eso es una broma? Colacho, tú eres simpático, divertido, le caes bien a todo el mundo, eres muy buen amigo y muy buena persona y encima eres muy inteligente y sabes mucho de un montón de cosas. Tan solo tienes que ver como los chicos te dejan los ordenadores, las radios o sus coches para que se los arregles sin titubear siquiera. Eres un diamante en bruto y mi ex es un trozo de mierda y lo mejor es que él lo sabe —me dice y sonríe, sí, por fin sonríe.

—Pues como somos mejores personas que él, deberías de ignorarlo e intentar relacionarte lo mínimo con él o con sus amigos, sobre todo con los imbéciles que estaban animándolo a que fuese un idiota —le aconsejo.

—Gracias —me dice y me da un breve beso en los labios.

—Esta tarde he quedado con Silvia para una cita doble. ¿Te apetece? —la sorprendo.

—¿Una cita doble? ¿Con quién? —me pregunta curiosa.

—Con David.

—¿David? No sabía que ellos saliesen.

—Están en ello, aunque aún no le he preguntado a David, pero después de todo lo que insistió porque quería salir con Silvia, no creo que me diga que no.

—¿Y no tienes que trabajar? —me pregunta, levantando una ceja.

—Mientras la autoescuela esté abierta no puedo hacer nada. Ya he hecho todo lo que he podido en mi casa —le explico.

—Claro que iré. Y no te preocupes por la fiesta, si no vas, yo tampoco voy a ir —me dice, cariñosa, antes de volver a besarme en la boca, aunque esta vez el beso dura mucho más que el anterior.

—Vete y diviértete. Yo podría ir con Samuel cuando acabásemos de trabajar, aunque fuese solo a dormir —me comprometo.

—¿Solo dormir? —coquetea conmigo.

—Habrá tanta gente que si consigues un lugar para dormir, deberías estar contenta —le explico, porque en la casa pueden dormir oficialmente dieciséis personas, pero normalmente se queda treinta o cuarenta, incluso más.

—Ya veremos lo que se puede hacer —me dice antes de que vuelva a sonar el timbre.

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