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CAPÍTULO DIECISÉIS - MAGIA

Sábado, 26 de diciembre del 1987

Aún no me puedo creer que mi padre me haya enviado un Toshiba T1200 como regalo de Navidad. Por supuesto que me ha encantado la cámara de video Sony y, tanto yo como Samuel, nos hemos quedado alucinando con la cantidad de programas que me ha regalado, pero el portátil me ha dejado sin palabras.

—¿Lo vas a llevar contigo a Madrid la semana que viene? —me pregunta Samuel, cuando dejamos a David y a Claudia jugando a la consola y salimos al patio a tomar un poco el aire y hablar un rato con las chicas que han salido a ver las estrellas con una manta cada una.

—Sí, quedará muy profesional cuando visitemos la empresa de Joaquín y aparezcamos con un Toshiba —bromeo.

—¿En serio? —me pregunta Samuel, como si no me conociese.

—Por supuesto que no. Solo me voy cuatro días, no voy a llevarme un ordenador conmigo, pero quiero aprovechar que estamos solos para hablarte de un tema que me ha estado rondando la cabeza desde hace unos días —comienzo a hablar con Samuel y me siento en la mesa que está al principio del patio para que las chicas no escuchen nuestra conversación.

—¿Qué ha pasado?

—No ha pasado nada, pero mamá le ha preguntado a mi padre y todos creemos que sería una buena idea que te mudes en cuanto puedas a nuestro piso. Mi padre ha dicho que según las escrituras el piso tiene cuatro habitaciones y son bastante amplias, por lo que podemos llevarnos mi antiguo ordenador para que lo tengas en Madrid —le ofrezco a mi amigo.

—Sabes que mis padres no me van a permitir aceptar quedarme en tu piso si tú no estás viviendo conmigo, ¿verdad? —me recuerda mi mejor amigo.

—Si hace falta, mañana iré yo a explicarles todo. Es una pena que no lo habite nadie y como tú me has contado, los alquileres en Madrid son prohibitivos. Incluso podrías alquilar una de las habitaciones a algún compañero y le sacarías algo de dinero.

—¿Estás loco? No te preocupes por el piso ahora, mis padres ya han asumido ese gasto y el dinero que me han dado en la autoescuela es un extra que no se esperaban. De verdad que no tienes que preocuparte por nada.

—Lo vemos y si te gusta, ya me encargaré yo de convencer a tus padres —le digo antes de que las chicas se den cuenta de que estamos en el patio y vengan a sentarse con nosotros.

—¿No van a seguir jugando? —nos pregunta Silvia.

—Sí, pero ahora les ha tocado a Claudia y a David jugar al Street Fighter. Nunca me han gustado los juegos de lucha, aunque tengo que reconocer que los gráficos son alucinantes —le contesto.

—Sí, este año tu padre se ha lucido. Estoy por enviarle una carta de agradecimiento —añade mi mejor amigo.

—¿Y qué le pondrías? Hello, my name is Samuel. Thank you very much... ¿Cómo se llama tu padre, Colacho? —me pregunta Silvia, que se está burlando de Samuel y su inglés rudimentario.

—Papá —le digo sin pensarlo mucho y todos se echan a reír, menos mal que las habitaciones de mis abuelos están al otro lado de la casa y mi madre y Joaquín se han ido a pasar la noche al hotel con los suegros de mi madre para no dejarlos solos.

—¿Y cómo lo llaman los demás que no son sus hijos? —pregunta Yaiza, divertida.

—Guiri —decimos Samuel y yo a la vez, porque realmente no sé el nombre de mi padre.

—¿No sabes el nombre de tu padre? —pregunta Silvia, incrédula.

—Nunca envía cartas con los paquetes, así que no me escribe nada y no pone remitente —me excuso.

—Eres muy raro, Colacho —me dice Yaiza antes de sentarme en mi regazo.

—Eso lo ha sido siempre, pero que sepas que mi inglés ha mejorado mucho. ¿Cómo te crees que me entero de todo lo que sucede en Estados Unidos? —dice Samuel, cuando se acuerda de que Silvia se estaba burlando de su inglés.

—Pues a ver si nos echas una mano que a mediados de enero Claudia y yo tenemos un examen y nos vendría muy bien una ayudita —le pide Silvia para mi sorpresa.

—Claro, mañana por la tarde podemos quedar en la casa de Claudia, porque por la mañana vamos a la playa de la Caleta, que seguro que habrá unas olas espectaculares —le contesta mi mejor amigo antes de levantarse e irse con Silvia.

En cuanto estamos solos, Yaiza me besa. Nunca me habían besado en mi casa y me resulta un poco extraño, pero no me quejo, sobre todo, cuando comienza a acariciarme la entrepierna, haciendo que mi erección crezca. Como Silvia y Samuel han desaparecido, continúo besándola y una de mis manos se pierde bajo su camisa.

—¿Hay alguien en tu cuarto? —me pregunta mi novia con sus labios aún pegados a los míos.

—No, están todos en la sala con la consola —le digo y me parece de lo más excitante el llevar a una chica a mi cuarto para meterle mano.

—Pues vamos —me dice después de levantarse y tirar de mi mano para que la siga hasta mi habitación.

Cuando llegamos a mi cuarto, cierro la puerta con llave. No quiero que nadie nos interrumpa. Yaiza no tiene mucha paciencia esta noche y me quita la camiseta antes de que dé un paso. Yo también comienzo a desvestirla, mientras intento acariciarla y la beso en la piel que voy dejando desnuda.

Sé que Yaiza no es silenciosa, por lo que enciendo el equipo de música, un regalo que mi padre le hizo a mi madre y que mamá puso en mi cuarto. Pongo a U2, aunque no muy alto para no despertar a mis abuelos, que suelen tener un sueño a prueba de bombas.

—¿Estás segura de esto? —le pregunto a Yaiza, porque no quiero que se sienta obligada por estar en mi casa.

—Sí, no lo hacemos desde el martes —se queja mi novia y yo comienzo a masturbarla preparándola para mí.

Cinco minutos después me pongo el preservativo y es Yaiza la que esta vez se mueve encima de mí. No creo que aguante mucho más, por lo que, buscando que ella sienta más placer, le meto unos de mis dedos en su boca y ella me lo chupa, para luego, despacio y pidiéndole permiso con la mirada, introducírselo en el culo.

—Joder, Colacho, méteme otro —me pide.

Acabo metiéndole tres antes de que se corra y yo no puedo evitar correrme en cuanto ella llega al orgasmo.

—Nunca había hecho algo así —me dice Yaiza, cuando salgo de ella y me quito el preservativo.

—Yo tampoco —le confieso.

—Me ha gustado. ¿Por qué lo has hecho? —me pregunta.

—No lo pensé mucho, tenía ganas de darte fuerte y como sé que aquí no puedo, es lo primero que se me ocurrió.

—¿Tienes crema en tu cuarto? —me pregunta y yo de la anticipación me he vuelto a poner duro.

—Tengo bálsamo labial —le respondo mientras abro la gaveta de mi mesa de noche, lo saco y se lo entrego.

—¿Quieres intentarlo por detrás? —me pregunta mi novia.

—Sí, pero si te molesta o te duele algo, tienes que decírmelo —le digo y le quito el bálsamo de las manos y le doy la vuelta.

No quiero ser muy bruto con ella, sobre todo porque sé lo que ha pasado con su ex, pero si una chica te pregunta si quieres practicar el sexo anal, es muy difícil decirle que no, sobre todo, si es tu novia.

Tomo un preservativo y lo dejo cerca para estar preparado, pero primero empiezo a hacerle un masaje por la espalda, mientras mis dedos tocan sus pechos casi sin querer. Cuando unos minutos más tarde siento que Yaiza no puede estar más excitada, comienzo a darle un masaje con el bálsamo, para que sea más fácil mi entrada.

Termino gastándome todo el bálsamo después de penetrarla con tres dedos y cuando pienso que está preparada, la obligo a ponerse de cuatro patas y entro en ella lentamente, para que se acostumbre a mí.

Comienzo a jugar con sus pliegues antes de empezar a moverme despacio. Nunca lo diría en voz alta, pero siento que estoy en el cielo. Poco a poco comienzo a moverme más deprisa, hasta que Yaiza me avisa que no puede más y que va a correrse y yo lo hago unos segundos después.

—Nunca pensé que me gustase tanto el sexo anal —me dice Yaiza después de deshacernos del preservativo y que se acurruque entre mis brazos.

—Ha sido alucinante —añado, sincero, sin dejar de acariciarle los brazos.

—Creo que deberíamos limpiarnos y volver antes de que Claudia venga a buscarnos —me dice y sé que tiene razón.

—Solo cinco minutos y nos levantamos —le pido, mimoso, porque necesito descansar un rato.

***

Cuando regresamos a la habitación donde están nuestros amigos, Claudia está jugando contra Samuel, mientras Silvia está sentada encima de David y este la abraza.

—Son unos descarados —nos acusa Claudia, sin dejar de mirar la pantalla.

—¡Si tú haces lo mismo! —le contesto, porque mi amiga no es ninguna santa.

—Podríamos ir a ver el amanecer. Son casi las siete de la mañana —dice Samuel para mi sorpresa.

—Sí, eso estaría genial —se alegra mi novia a mi lado.

—Primero quiero machacar a Samuel —se queja Claudia que, a pesar de todo su empeño, está perdiendo de paliza.

—Vamos, Ryu, mañana es otro día. Seguro que podemos quedar antes de que me vuelva a Madrid para darte otra tunda —se mete Samuel con ella.

—¿Ryu? —le pregunta Claudia a Samuel, porque posiblemente no sepa que así se llama el artista marcial que ella está controlando.

—¿Nos vamos? —pregunta Samuel, levantándose sin responder a la hermana de nuestro mejor amigo.

Llegamos al mirador de la calle Quintana cuando todavía está todo oscuro y nos sentamos a esperar a que salga el sol. Puedo sentir la magia. El Atlántico está inquieto y, junto a la tranquilidad que reina a nuestro alrededor, admiro la belleza que es sentir cómo sale el sol en una isla como la nuestra. En momentos así, siento que Gabriel está conmigo, que me acompaña y me sonríe.

—Yo también lo siento —rompe el silencio Samuel sin dejar de mirar el horizonte desde donde él está sentado.

—Y yo —le respondemos Claudia y yo.

No hace falta decir más, los tres nos entendemos y el resto, comprendiendo que es algo íntimo que solo nos concierne a nosotros, no comentan nada.

Hay vínculos que nunca desaparecen y sé que nosotros tres siempre estaremos unidos, aunque sea por el amor que le procesábamos a Gabriel.

***

A las nueve de la mañana estamos todos de vuelta en mi casa y, a pesar de estar cansados por no acostarnos la noche anterior, Samuel y yo estamos planeando ir a coger olas un poco más tarde.

—No has dormido en toda la noche —me recuerda Claudia y sé que se refiere a que puedo tachar otra cosa de la lista que me dejó su hermano.

—Pero el agua fría nos despejará —le contesta Samuel, ajeno a nuestros tejemanejes.

—¿Esta tarde nos darás clases de inglés? —le pregunta Silvia a mi mejor amigo.

—¿Quién? —se extraña Claudia, que aún no sabe que recibirá clases de Samuel.

—Le he pedido a Samuel que nos ayude con el examen de inglés —aclara Silvia.

—¿Por qué no lo hace Colacho? —insiste Claudia, que no está muy contenta con la idea de que Samuel le dé clases.

—Porque yo tengo que preparar unas cosas para un trabajo que me ha pasado mi antiguo jefe en la autoescuela y además he quedado con Yaiza después de que llegue de la playa —les digo para que no me metan en sus discusiones.

—¿Ah, sí? —me pregunta Yaiza con una sonrisa en la cara.

—Tengo que ir a la finca a prepararlo todo para mañana grabar el entrenamiento, que normalmente tenemos los sábados. Ahora que ya tenemos una cámara de vídeo, nada nos impide grabarlos —le explico y tal y como me está mirando, sé que no me va a decir que no, al fin y al cabo, ella sabe que solo necesitaré unos minutos y después podemos estar a solas lo que quede de tarde.

—Pero esta noche salimos —dice David al que han invitado a una fiesta y quiere llevarnos a Samuel y a mí con él.

—¿Por qué no llevas a tu novia y nosotros nos quedamos descansando un poco? —le digo para molestarlo, porque sé que aún no han hablado realmente de su relación y eso les está molestando a los dos.

—Nosotros no... —comienza a decir David.

—Pues deberíais hablarlo, al fin y al cabo, todos sabemos que estáis loquitos el uno por el otro —lo interrumpo para molestarlo, aunque en realidad lo hago para que dé el siguiente paso.

***

Al final acabamos Samuel, David y yo en la playa. No hay nadie porque aún falta media hora para podernos meter, pero nos cambiamos con tiempo mientras Samuel y yo bromeamos a costa de David y el miedo atroz que le tiene a Silvia.

Dar consejos a los demás es fácil, sobre todo cuando no tienes que hacer nada, solo ser un mero observador. Por eso aconsejamos a David a que se le declare a Silvia esta noche, en definitiva Silvia sabe que David está loco por ella.

No llevamos ni cinco minutos en el agua cuando aparece Pedro, mi mentor, que es como lo llamo cuando los chicos me dicen que he mejorado muchísimo.

—¡Si es mi alumno favorito! Estos últimos días has faltado más de la cuenta —me echa en cara Pedro, cuando se pone a mi lado encima de su tabla.

—He tenido que acabar un trabajo y obligaciones familiares —le explico en una frase.

—Yo tampoco he venido mucho, pero me encontré a Bruno y a Efrén, que están fumándose un porro en la furgoneta y ahora vienen, y se quejaron de que no había venido nadie los últimos días. No creo que tarden mucho en aparecer.

—Solo quieren verme para preguntarme por el zarcillo. Están obsesionados. Ya les dije que se hicieran uno, pero dicen que el no poder tener relaciones durante varias semanas no les compensa —le respondo a Pedro mientras nos preparamos porque la serie está al llegar.

—Lo que le tienen es miedo a que les duela, esos dos son un caso perdido —responde Pedro riéndose.

Pedro va a por la primera ola, Samuel a por la segunda y yo no lo pienso mucho y me concentró en la tercera. Hoy está el mar increíble, las olas son buenas y no hay viento. Es la segunda vez que me entubo y vuelvo al pico con la adrenalina aún corriendo por mi cuerpo.

—Últimamente, estás que te sales —me dice Pedro, cuando otra vez estamos todos esperando a que llegue de nuevo la serie.

—Tengo un buen maestro —le contesto con una sonrisa.

Gabriel me conocía bien, sabía que después de irse él, yo iba a estar desolado, pero también que algunas cosas me harían sentir mejor y el surf es, definitivamente, una de ellas.

—¿Has traído almuerzo? —me pregunta Pedro, cuando salimos del agua.

—Mi abuela me ha puesto tres bocadillos en la mochila, pero, como ya son las cuatro, creo que se los dejamos a ustedes y nosotros nos vamos a comer a casa. He quedado con mi novia a las cinco y media y Samuel y David también han quedado —le respondo mientras le ofrezco los bocadillos de tortilla española con chorizo que me ha preparado la Yeya.

—¿Yo? Yo no he quedado con nadie —responde David.

—Por supuesto que vas a venir a casa de Claudia conmigo. No pretenderás que me quede a solas con esas dos locas —le dice Samuel.

***

La tarde ha sido más que productiva, en cinco minutos tenía todo preparado para la clase de boxeo de mañana y me pasé el resto del tiempo sin salir del cuarto de aperos que mi abuelo había transformado en casa.

Yaiza vino preparada como siempre y, además de traer preservativos, también trajo vaselina. Posiblemente, me dejé llevar demasiado por mis hormonas, pero agradecí que no hubiese nadie cerca que pudiese escuchar los gritos de mi novia. Nadie me puede culpar, tengo casi dieciocho años, estamos en vacaciones y es normal que quiera aprovechar el tiempo que paso con mi novia, la cual no se quejó, sino todo lo contrario.

—¿Por qué nos hemos tenido que vestir como si fuésemos a la cena de Navidad en el Hotel Botánico? —se queja Samuel al llegar a la casa donde se supone que tiene lugar la fiesta a la que nos ha arrastrado David.

—Porque es una fiesta de un compañero de trabajo de mi padre y tenemos que dar una buena impresión —nos explica David, que después de que le amenazáramos con no acompañarlo si no se le declaraba a Silvia, es oficialmente el novio de mi amiga.

—¿Y por qué no has invitado a las chicas? —le pregunto.

—Porque en esta fiesta solo hay hombres, ni siquiera viene mi madre, pero todos los años los hijos de los amigos de mi padre traen a uno o dos amigos y yo siempre he venido solo —nos sorprende David con su respuesta.

—¿Por qué? —le pregunta Samuel.

—Porque nunca he tenido un amigo decente al que traer. No me malinterpretéis, me lo paso genial con los chicos en la playa, pero no es un lugar al cual me gustaría traerlos, y mis amigos de la facultad son bastante aburridos, así que he preferido venir siempre solo —nos responde antes de tocar el timbre.

Diez segundos después, un señor de unos cincuenta años nos abre la puerta. No parece muy simpático y ni siquiera nos sonríe, así que yo tampoco lo hago y, por lo que puedo ver, mis amigos me imitan.

—David, que bien que hayas podido venir. Tu padre ha llegado hace media hora —saluda a David el señor, todavía más seco de lo que había imaginado.

—Lo siento, estaba con mis amigos y se nos fue el santo al cielo. Espero que no le moleste que los haya invitado. Samuel y Nicolás —nos presenta David mientras le ofrecemos nuestras manos para saludarnos.

—Encantado —le saludamos Samuel y yo a la vez, como si fuésemos siameses.

—¿Hablas español? —me pregunta el señor que nos ha abierto la puerta.

—Por supuesto, Francisco, el padre de Nicolás es americano, pero su madre es española —le explica David y Francisco por fin nos abre la puerta del todo para que entremos.

—Parecen muy jóvenes, ¿a qué os dedican? —comienza Francisco con el interrogatorio.

—Yo comencé este año primero de informática en la Universidad Politécnica de Madrid y mi amigo me seguirá el próximo año porque es un genio, aunque aún es menor de edad y está en el último año del instituto —le responde Samuel.

—Vaya, dos celebritos de la informática. No parece que estéis todo el día delante de un ordenador —nos dice Francisco, con un poco de burla en su tono.

—Solemos pasarnos las noches en el ordenador, por el día nos gusta salir con los amigos, hacer deporte y disfrutar de las chicas —le contesto yo con mi mejor sonrisa, aunque un poco molesto.

Odio que se metan con nosotros cuando en un futuro no muy lejano todo el mundo estará casi todo el día utilizando un ordenador u otro dispositivo.

—Así que ustedes son los próximos que se pasaran las horas sentados delante de una pantalla —continúa Francisco con su burla.

—No se deje engañar, ustedes también —le contesto y Francisco me mira de arriba abajo.

—Tus amigos son muy interesantes, David. No esperaba que trajese a alguien así, al fin y al cabo, no sueles traer a nadie —la tomo ahora Francisco con mi amigo.

En un principio nadie contesta, pero Samuel y yo nos miramos y luego le pedimos a David permiso para contestar. Mi mejor amigo y yo nos conocemos tanto que solo con una mirada sabemos que es lo que va a decir el otro o nos ponemos de acuerdo para decidir quién debe hablar.

—Creo que a la mayoría de los amigos de David le aburren las fiestas de esta índole. No me malinterprete, pero aún somos jóvenes y estamos acostumbrados a otra clase de fiestas —le responde Samuel y, para sorpresa de los tres, Francisco no puede evitar echarse a reír.

Unos segundos después aparecen dos señores también de unos cuarenta o cincuenta años hasta donde estamos nosotros.

—Ya has llegado, hijo. ¿Qué ha sucedido? —pregunta el señor más alto y, por lo que escucho, el padre de David.

—Nada, tu hijo y sus amigos son lo más divertido que he oído en una de nuestras aburridas fiestas —dice Francisco, que aún se está riendo, y el padre de David lo mira un poco preocupado.

—Yo soy el padre de David, Ricardo y él es mi compañero Juan Carlos.

—Yo soy Colacho y mi amigo Samuel —me presento yo y esta vez con el nombre por el que me gusta que me llamen.

—¿Por qué no van a hablar con los otros chicos de vuestra edad? —nos dice Ricardo, un poco incómodo.

—Déjalos un rato con nosotros, no nos viene mal un poco de juventud y frescura, los otros chicos, incluido mi hijo, parece que son mayores que nosotros —dice Francisco y por la cara que ponen el resto de los adultos, no están acostumbrados a que sea tan sincero.

La verdad es que la fiesta es un poco sosa. En total hay ocho adultos y unos veinte chicos de entre veinte y veinticinco años. Los más jóvenes somos Samuel y yo.

Por lo que puedo averiguar, Francisco es el jefazo y su hijo es un tipo insípido, con pocas neuronas y una cara marcada por los granos que tuvo en su pubertad.

Solo estamos un rato con los jóvenes, después de que nos presentaran a los adultos, y a los quince minutos Francisco nos viene a buscar.

—Tengo que reconocer que prefiero hablar con ustedes un rato, a los otros los tengo más que repetidos, además de que no son capaces de llevarme la contraria por miedo a represalias —nos confiesa el jefe del padre de nuestro amigo.

—¿Y es verdad? ¿Le molestaría a usted tanto que le llevaran la contraría, que se vengaría? —le pregunta Samuel.

—¿A ustedes no les molesta que les lleven la contraria? —nos pregunta Francisco, como si fuese poseedor de la verdad absoluta.

—Al contrario, a todos los que vivimos para la informática y su complejo mundo nos gusta que nos reten, que nos contradigan, que busquen todos los posibles errores en los miles de escenarios posibles. Si no fuese así, no avanzaríamos, no mejoraríamos y nos quedaríamos estancados sin poder progresar —le explico.

—¿Y funciona? ¿Avanzas más cuando alguien te dice que no tienes razón? —me pregunta Francisco directamente.

—Por supuesto. En mi último trabajo, un amigo americano y yo estuvimos discutiendo sobre la forma de resolver los problemas de mi jefe durante días. Al final me decidí por algo totalmente diferente a lo que yo había pensado en un principio, pero es algo que funciona, que es lo que realmente importa, no quién tiene la razón.

—¿Hiciste lo que tu amigo te aconsejó? —preguntó esta vez David.

—No, él también estaba equivocado, incluso nos equivocamos dos o tres veces antes de comenzar a poner en práctica la solución elegida, pero de eso se trata, intentarlo, equivocarse y volverlo a intentar, hasta que estemos seguros de que la forma de proceder es la mejor, la correcta —expongo.

—Así que ya estáis trabajando con eso de los ordenadores. Nosotros tenemos tres en la oficina, pero solemos utilizar la máquina de escribir —nos dice Francisco, pensativo.

—Con todo el respeto del mundo, eso es una atrocidad. Con los programas de textos actuales se ahorrarían horas y horas de trabajo. La informática no es solo el futuro, es el presente —le explica esta vez Samuel.

—¿Cómo podría ahorrarme trabajo cuando no sé ni cómo encenderlo? —pregunta Francisco, escéptico.

—Imagínese que todos los textos que escribe los puede guardar y luego puede modificarlos o copiarlos y volverlos a emplear cuando quisiese —continúa Samuel con su explicación.

—Eso nos ayudaría muchísimo, pero ¿es posible? —nos pregunta Francisco.

—Por supuesto, y no es lo único que puede hacer con un ordenador, es lo más sencillo. Colacho le acaba de elaborar un programa de facturación a un cliente que le suma los ingresos por mes, trimestre o por año, además de indicarle que factura no han sido pagadas o avisarle en la fecha que usted convenga que le recuerde que hay que avisar al cliente para que pague —comienza Samuel a emocionarse.

—No sé si has traído a tus amigos para que los contrate, David, pero si es así, que sepas que ha funcionado. ¿Podemos vernos el lunes en mi despacho? —nos pregunta Francisco para la sorpresa de todos.

—Este lunes comenzamos un nuevo proyecto, pero podemos quedar el siguiente lunes, el cuatro de enero, y si le interesa comenzaríamos el martes doce —le ofrezco.

—¿Por qué no al día siguiente? —pregunta Francisco, contrariado.

—Porque el día después de reyes tenemos que ir a ver a unos posibles clientes que tienen la sede en Madrid, aunque también tienen empresas en la isla —exagera mi mejor amigo.

—Pues tendré que conformarme. Nos vemos el próximo lunes y ya vamos viendo —nos dice Francisco, sonriéndonos, mientras niega con la cabeza.

Posiblemente, esté pensando que somos unos locos de la informática y no le quito la razón. A pesar de que Samuel presumiera exageradamente de nuestro viaje a Madrid, no le puedo negar que si me pagan la mitad de lo que ha hecho mi jefe en la autoescuela, me compro una furgoneta como le gusta a Yaiza, aunque no sea la ilusión de mi vida.

Mi jefe se portó genial con nosotros, aunque tengo que decir que yo también trabajé muchísimo en el proyecto, al igual que Samuel, que solo vino los últimos días, y Gabi, que me ayudó compartiendo sus ideas conmigo. Lo mejor es que está contentísimo con el resultado. Me ha dicho que a partir de ahora seremos sus informáticos para todo lo que tenga que hacer, además, me regaló la matrícula, los exámenes y veinte prácticas para sacarme el carnet de conducir y a Samuel las prácticas para sacarse el de moto porque el teórico es el mismo que el del coche.

—No tengo cómo agradecerles el que hayan venido —nos dice David, cuando para la furgoneta delante de mi casa, porque Samuel se quedará esta noche otra vez conmigo.

—No hemos hecho nada —le contesta mi mejor amigo.

—Por supuesto que sí, incluso mi padre me dio las gracias cuando se despidió. La cena de hoy era muy importante porque Francisco sabe que su hijo no va a seguir sus pasos y a principios de año quiere nombrar un nuevo socio en el bufete. Mi padre no tenía muchas expectativas porque para Francisco la familia es muy valiosa a la hora de ascender a alguien en la empresa, y aunque mi padre se ha partido el lomo por la empresa, dos compañeros tienen más posibilidades que él, porque sus hijos son perfectos —nos confiesa David.

—Tú eres mucho mejor que los insípidos que estaban en la fiesta, David —le digo yo molesto.

—No, no lo soy bajo los estándares de las personas que se mueven en ese mundo, pero le he ofrecido algo que no le pueden ofrecer los otros, nosotros esta noche hemos sorprendido a Francisco, le hemos llevado la contraria y se lo ha tomado bien, incluso puede que tengáis un nuevo trabajo.

—Yo no podré aceptar el trabajo, lo tendrá que hacer Colacho —dice Samuel.

—Por supuesto que lo haremos los dos, somos un equipo y esta vez iremos a medias, no aceptaré que solo cobres una parte como en la autoescuela. Además, si al final le hacemos el trabajo al novio de mi madre, tú también podrás trabajar en Madrid y yo haré el resto desde aquí. Si seguimos así, el año que viene no le pides dinero a tus padres para estudiar, Samuel —me emociono.

—Porque el año que viene termino la carrera, si no me pondría a estudiar informática con ustedes. Después de oírles, parece lo más interesante del mundo —nos dice David.

—Es lo más interesante del mundo —le responde Samuel y yo no puedo estar más de acuerdo con él.

Sí, existen infinidad de cosas que te pueden atraer, pero pocas cosas están tan llenas de posibilidades como la informática, su mundo y su futuro. Indiscutiblemente, es de lo más interesante.

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