Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO DIECIOCHO - FELICIDADES

 Viernes, 15 de enero del 1988

Llego a casa sin aliento. Hoy no me he cronometrado, aunque estoy seguro de que he batido mi propio récord, siempre me pasa cuando tengo un mal día y hoy lo es. Es mi primer cumpleaños sin Gabriel desde que nos hicimos amigos.

Mis fiestas de cumpleaños de los últimos nueve años han sido siempre iguales. Mi abuela me hacía un postre de galletas y chocolate, chocolate caliente y palomitas de maíz y después de comernos la tarta, nos llevábamos las cotufas a mi cuarto y nos pasábamos toda la tarde haciendo de las nuestras con el ordenador. Era un día especial, el único que se me permitía comer en mi habitación, a no ser que estuviese enfermo y me llevasen la comida a la cama.

—Felicidades, hijo —me felicita mi madre, después de mi ducha matinal.

—Gracias, mamá. No tenías que haberte tomado el día libre, no voy a hacer nada especial —le repito por enésima vez.

—Tu amiga Claudia me ha dicho que esta tarde vendrán ella y algunos amigos a casa y que luego saldréis a dar una vuelta y a celebrar que ya eres un hombre —me dice mi madre divertida.

—No lo entiendo, mamá. Esa chica hace siempre lo que le da la gana y sin contar conmigo —me quejo y mamá se echa a reír.

Desde que llegué de Madrid, se ha interesado muchísimo más por mis cosas, sobre todo en lo relacionado con la empresa que vamos a crear el próximo lunes, mi mejor amigo y yo. Seguro que es porque mi padre le pregunta y posiblemente también su novio.

La semana que viene será estará llena de novedades porque, además de crear la empresa y poder trabajar sin miedo a que me vean los inspectores de trabajo merodeando por las empresas, el viernes me presentaré al teórico del carnet de conducir. Imagino que son cosas que pasan cuando te haces adulto, comienzan a haber grandes cambios en tu vida.

—¿Vas a invitar a alguien a merendar en casa? —me pregunta mi abuela, que acaba de entrar en la cocina.

—Si quieres saber quiénes van a venir, mejor pregúntale a Claudia. Ya lo ha hablado con mamá y parece que lo tiene todo planeado —le digo molesto.

—No te enfades, Colacho. Da gracias a que tienes amigos que se preocupan de organizarte el cumpleaños —me regaña mi abuela.

—Lo sé, no obstante, quería celebrarlo como siempre. Comer un trozo de postre de galletas y chocolate y luego comer cotufas en mi habitación mientras nos ponemos a hacer tonterías con el ordenador.

—No creo que puedas celebrar tu cumpleaños como antes, ni siquiera está aquí Samuel para acompañarte —me recuerda mi madre.

—Lo sé, pero había quedado con un amigo americano, ahora tendré que enviarle un mensaje para que sepa que no voy a poder conectarme esta noche —le contesto mientras me termino mi bocadillo.

—¿No has tenido suficiente ordenador estas dos últimas semanas? —se preocupa mi abuela.

—Eso era por trabajo y lo de hoy iba a ser solo diversión —le intento explicar.

—Como sigas así, te vas a quedar ciego —me pelea mi madre.

—No te preocupes, mamá, me he comprado un filtro para el monitor y siempre que puedo lo utilizo.

—Vete, que vas a llegar tarde al instituto y no vengas tarde, que Joaquín también almorzará con nosotros —me pide mi madre.

Mi madre tenía razón, llego a clase cuando el profesor está cerrando la puerta del aula. A primera tengo Matemáticas y mi profesor es el mejor del mundo, por lo que no hace comentario alguno por llegar un minuto tarde.

Todo va bien hasta que mi tutora hace que todos me feliciten a segunda hora. El primero de la clase en ser mayor de edad porque los que han repetido algún año, han cumplido los dieciocho antes del verano.

—¡Eres el primero de nosotros en ser adulto! —grita Cecilia, cuando salimos de clase para tomarnos nuestro desayuno de media mañana.

—Sí, tienes que sacarte el carnet para que nos lleves por ahí los fines de semana —añade su inseparable amiga Sandra.

—Yo también tengo dieciocho —se queja Yaiza, que camina a mi lado.

—Pero tú no te vas a sacar el carnet hasta los cien, Yaiza —le contesta Sandra.

—¡Felicidades! —gritan Claudia y Silvia, cuando llegan hasta donde nos encontramos nosotros.

—Sois todos unos pesados. Nunca me habían felicitado tanto —me quejo.

—No te pongas así, Colacho. Ya verás que te animas esta tarde cuando veas la fiesta que he preparado. Y luego saldremos por ahí —me cuenta Claudia.

—¿No podemos comernos el postre de galletas y chocolate y ya está? —pregunto, desesperado.

—¡No! —me grita Claudia.

—Hoy no estoy de humor, de verdad —le advierto.

—Pues vas a tener que estar de humor porque ya tenemos todo preparado —me amenaza la hermana de mi mejor amigo.

Tengo que dejar de pensar en Claudia como la hermana de y comenzar a pensar en ella como una de mis mejores amigas. Gabriel no estaría orgulloso de que me quedara estancado en la tristeza y en sus recuerdos.

Él querría que viviese nuevas experiencias y que tuviese nuevos recuerdos, así que, para honrar su memoria, intento cambiar un poco mi humor.

***

Al llegar a casa, me esperan en la mesa mis abuelos, mi madre y su novio. Mi abuela me consiente, como siempre, con la comida y también me prepara el postre que para mi cumpleaños ya es algo tradicional, que al no poder comerlo por la tarde, lo sirve en el almuerzo.

—Abuela, esta vez te has superado con el postre —le agradezco a la Yeya.

—Tenía que dejar el listón muy alto, posiblemente, este sea el último cumpleaños que celebrarás con nosotros —me responde el abuelo, orgulloso de su mujer.

—No seas exagerado, papá —se queja mi madre.

—Si estuvieses acostumbrada a tenerlo contigo todos los días desde que nació, se te haría igual de insoportable la idea de que el año que viene no estará con nosotros —se lamenta mi abuela.

—¿Por qué no traes el regalo de Colacho, Joaquín? —le pregunta mi madre a su novio, que se levanta y vuelve con un sobre.

—¿Qué es esto? —pregunto sin entender la razón de que me estén dando unos papeles como regalo.

—Joaquín ha sido el que nos ha dado la idea, pero el regalo es de los tres —me explica mi madre como si me hubiese aclarado algo.

—¿Los tres? —vuelvo a preguntar.

—Sí, de Joaquín, tu padre y yo. Aunque tengo que ser justa y decirte que más de la mitad del dinero lo ha puesto tu padre —dice mamá.

Abro el sobre y al principio no entiendo nada. Son las escrituras de la compra de un local y de una hipoteca. Me quedo mirando las fotos con más dudas que antes y nadie hace nada para iluminarme un poco.

—Como hace unas semanas dijiste que en un futuro querías tener un local donde poder vender ordenadores y dar clases de informática, le dije a tu madre que el propietario de la tienda donde suelo comprar las corbatas se jubilará en diciembre y que el local donde tiene el negocio está muy bien situado. Lo llamamos hace unos días y lo hemos comprado en tu nombre, aunque no lo hemos pagado todo, sino que te quedarás pagando una hipoteca de cincuenta y cinco mil pesetas durante veinte años —rompe el silencio Joaquín.

—¿Cincuenta y cinco mil pesetas? —les pregunto anonadado, porque no sé de dónde voy a sacar tanto dinero.

—Sí, pero no empezarás a pagar hasta enero y si al final no te interesa, puedes alquilarlo y te pagarán más por el alquiler que lo que pagas de hipoteca, además, si no puedes pagarlo, nosotros nos haremos cargo —me dice mi madre como si tal cosa.

—Mamá, ¿estás loca? Aún estoy en el instituto —le recuerdo.

—Lo sé, hijo, pero Joaquín cree en ti y en tu talento y estamos seguros de que no te faltará trabajo. Actualmente, ganas mucho más que eso al mes y, además, en Madrid no tendré que pagar nada por tus estudios. Puedo ayudarte cuando te haga falta —añade mi madre.

—Tienen demasiada confianza puesta en mí y no quiero decepcionar a nadie —le respondo, un poco cohibido.

—No digas tonterías, Colacho. Tú nunca podrías decepcionarnos, ni aunque dejases embarazada a esa novia nueva que tienes —dice el abuelo, como si tal cosa.

—¡Papá! No le des ideas. ¿No has tenido suficientes embarazos no deseados? —le regaña mi madre, haciendo mención de su propio embarazo.

Cuando terminamos de comer, llamo a Samuel. Él está esperando mi llamada porque le dije anoche que así lo haría. Me felicita después de descolgar y me recuerda que tenemos una salida pendiente para celebrar que soy mayor de edad.

Cuando él o Gabriel cumplieron los dieciocho años también lo hicimos. Nos fuimos a los bares llenos de guiris y nos hicimos pasar por italianos. La idea fue de Gabriel, que siempre estaba organizando tonterías.

—¿Cómo te va en el piso? —le pregunto, porque después de Claudia convenciera a los padres de Samuel de que le permitiera vivir en mi piso, no le he preguntado.

—Es una gozada y tengo una pareja de profesores de la facultad interesados en alquilarte el pequeño, pero cuando vengas la próxima vez, podrás decidirlo tú mismo.

—Si crees que son serios, puedes alquilárselos —le indico.

—¿Qué te pareció tu regalo? —me pregunta Samuel para mi sorpresa y sé que se refiere al de mis padres y Joaquín.

—¿Lo sabías? —le pregunto, contrariado.

—Claro, Joaquín me hizo ir a echarle un vistazo para decirle lo que me parecía.

—¿Están locos? Tendré que estar pagando una hipoteca durante casi toda mi vida —me lamento.

—Te va a encantar, ya lo verás —me ilusiona Samuel.

—Ya no hay vuelta atrás, ahora, además de amigos, seremos socios —afirmo, solemne.

—Lo que daría porque Gabriel pudiese vivir esto con nosotros —dice con nostalgia.

—Y yo.

No hablamos mucho más porque Samuel tiene que pasarse toda la tarde y el fin de semana en la empresa de Joaquín. Yo hoy tengo el día libre, pero se supone que este fin de semana acabo el trabajo de la empresa que me pasó el propietario de las autoescuelas, puesto que el lunes empiezo en el bufete donde trabaja el padre de David y ya tenemos tres empresas esperando para que les prestemos nuestros servicios por recomendaciones del último cliente.

***

—No pienso bajar a ese antro —me quejo al ver cómo David y Silvia entran en una discoteca que está en el sótano de un edificio.

—No seas quejica. Han entrado todos menos tú —me echa en cara Claudia y no puedo quitarle la razón.

En casa solo nos hemos reunido un pequeño grupo de amigos, doce compañeros del instituto, David y Pedro, pero ahora somos casi cuarenta personas y los chicos tienen ganas de liarla. Hasta Bruno y Efrén han venido.

Andrés también está aquí. No lo veía desde antes de Navidades porque lo de los vídeos está funcionando muy bien y algunos amigos están aprendiendo boxeo con ellos y Andrés es uno de ellos, por lo que ya no entrena conmigo. El abuelo dice que se va a hacer famoso y nosotros nos burlamos un poco de él.

—Felicidades, amigo. ¡Qué pena que ya no entrenemos juntos! Me hubiese gustado estar el fin de semana pasado, parecía que te estaban dando una paliza —me felicita Andrés, comentando el último vídeo.

—¿Cómo te va?

—Con mi padre mucho mejor. Me ha visto entrenando en casa y ahora se lo piensa dos veces antes de intimidarme. Ha estado tranquilo los últimos meses, aunque también es verdad que hace tiempo que no aparece borracho a casa. Cuando está sobrio es un buen tipo.

—Me alegro de haberte ayudado, aunque sea un poco, Andrés —le respondo, sincero.

—¿Un poco? No te menosprecies.

No podemos hablar mucho más porque Claudia viene hasta donde estamos nosotros corriendo.

—Se va a liar una gorda —nos dice nerviosa.

—¿Por qué? —preguntamos Andrés y yo a la vez.

—Los picoletos están registrando a algunos de nosotros por fuera y sé que Bruno lleva bastante encima y seguro que Pedro y alguno más también. Les va a caer una buena.

—Vamos —les digo sin dudarlo y salimos del local.

Claudia tiene razón, les va a caer una buena. Me fijo y solo veo a dos guardias civiles que han puesto a algunos de los chicos contra la pared. Uno de ellos está registrando a Efrén. Es el que siempre aparenta llevar la droga y creo que por eso casi nunca lleva nada, pero Bruno lleva lo de los dos. El compañero está alejado unos metros y vigilando a los chicos.

—Nos vemos en un rato por el Café de París —le digo a Claudia al oído.

No sé qué se me pasa por la cabeza, ni siquiera he bebido para culpar al alcohol, no obstante, sin pensarlo mucho, me pongo la capucha del suéter para que no se me vea la cara y echo a correr hasta el coche que está aún encendido y con las luces alumbrando hacia donde están los chicos.

Cuando los guardias civiles se dan cuenta de que alguien ha arrancado el coche, echan a correr detrás de mí. Lo que les da a los chicos la oportunidad de salir corriendo. Yo no me fijo hacia donde van. Solo me concentro en no tocar sino el volante, las llaves y los cambios y en recordar lo que me ha enseñado Samuel hace unas semanas, cuando me ha intentado que aprenda a conducir para que no llegase muy verde a la autoescuela.

Únicamente conduzco un minuto. Limpio con la manga del suéter mis huellas, sin olvidar las de la puerta, y salgo corriendo como nunca lo he hecho en la vida. Siento cómo los picoletos intentan perseguirme, pero después de unos minutos abandonan su misión y me dejan en paz.

Estoy bastante lejos del Café de París, pero es el sitio más concurrido que se me ocurrió, ya que seguro que está lleno de guiris. Al final, me decido por tomar un taxi y esperar a mis amigos, los que habrán logrado enterarse de los cambios de planes, mirando cómo hacen retratos a los turistas.

—¡Estás loco, Guiri! Aunque tengo que admitir que nos has salvado el culo —dice Pedro, que es el primero de mis amigos que me encuentro.

—Las chicas vienen ahora. Se han quedado merodeando a ver si los picoletos te han visto —me dice Efrén, dándome un abrazo.

—Joder, Colacho. Mira que lo pensé esta tarde. No voy a llevar tanta mierda encima nunca más. Sé que lo he dicho antes, pero esta vez es de verdad —me dice Bruno.

—Hasta yo llevaba —me sorprende David.

—¿Tú? —me extraño.

—Quería celebrar tu cumpleaños por todo lo alto. Te has convertido en mi mejor amigo —me responde, bajando la voz y un poco avergonzado.

—Tú también —le digo y él me mira como si le hubiese dicho que esta noche volverá a pasar el cometa Halley.

Poco a poco comienzan a llegar todos. Las últimas en hacerlo son Silvia, Yaiza y Claudia que se bajan de un taxi muy cerca de nosotros.

—Me debes ese taxi, Cola —me echa en cara Claudia, cuando llega a mi lado.

—Pero si tú eres rica —la molesto.

—¿Por qué elegiste un sitio tan lejos? —se queja Yaiza.

—No está tan lejos. Yo también he venido en taxi, pero ustedes podían haber venido con alguno de los chicos —les recuerdo.

—Nos quedamos a ver que sucedía. Al final se fueron un poco enfadados, pero creo que no habrá denuncia alguna. No te vieron, de hecho, le preguntaron a Claudia si había visto algo y ella les dijo que suponía que eras uno de esos alemanes locos porque te oyó hablando y no sabías español —me cuenta Silvia.

—¿Dónde seguimos la fiesta? —grita Pedro.

—Vamos al Vampis —recomienda Claudia, un local de ambiente que pone música house.

—Ese bar es de gais —se queja Andrés.

—¡A ti que más te da! ¿Tienes miedo de que te guste alguno? —le contesta Claudia y todos, incluido Andrés, nos echamos a reír.

Tengo que decir que en esta discoteca me lo paso genial. El único momento vergonzoso es cuando alguien le dice al DJ que es mi cumpleaños y un poco antes de las doce, apagan las luces, y me cantan la canción de Happy birthday, obligándome a ponerme en el centro de la pista.

Claudia aprovecha la ocasión para recordarme que debo tachar de la lista el cometer un crimen. Todavía no sé lo que estaba pensando mi mejor amigo para poner algo así en su lista.

Al menos Yaiza se pierde luego media hora conmigo y me recompensa del mal trago que pasé. En el fondo, soy un tipo afortunado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro