CAPÍTULO DIECINUEVE - GORILAS
Sábado, 13 de febrero del 1988
Son las siete y media de la mañana y, a pesar de que nunca pensé que pudiese divertirme tanto en una fiesta como los Carnavales, me lo estoy pasando genial. He salido con los chicos, porque mi novia quería salir con sus amigas y Claudia también ha quedado con las suyas. La única que se ha dejado ver, de vez en cuando, es Silvia y ahora que nos volvemos caminando a la estación de guaguas para volver a casa, también nos acompaña.
—Nunca imaginé que fueses tan celosa, amiga —le digo a Silvia quitándome el sombrero de imitación a Indiana Jones.
—Y yo nunca imaginé que pudieses saltar de esa manera mientras bailabas con tus amigos ni que vacilaras así con las chicas —me echa en cara.
—No son mis amigos, son los de tu novio. Y sabes que con las chicas solo he bromeado, estaban todas un poco borrachas —me defiendo.
—Para no ser tus amigos, se te veía muy cómodo.
—David me pidió que saliera hoy con él. Sus amigos se ponen un poco idiotas a veces y quería tener a alguien cerca por si necesitaba largarse y dejarlos plantados, pero al final se han portado bien —le explico.
—¿Por qué no me lo pidió a mí? —se molesta mi amiga.
—Eso se lo debes preguntar a él —le digo mientras le paso el brazo por encima de sus hombros y le hago cargar con parte de mi peso.
—¡Pesas mucho, Colacho! —se queja Silvia.
—No seas llorica.
No tardamos mucho en llegar a la estación, pero la guagua está tan llena, que casi no podemos estar ni de pie. Menos mal que me bajo en la Laguna porque me voy a quedar a dormir en la casa de la tía de David. A las dos tengo que hacer una demostración de los programas en el bufete de abogados donde he trabajado las últimas semanas.
El jefe está contentísimo con nosotros y nos ha pasado cuatro empresas que también necesitan de nuestros servicios. Samuel está más que encantado, sobre todo, porque nos estamos quedando con los ordenadores obsoletos y les estamos poniendo componentes nuevos. En este sentido, mi padre nos ha ayudado muchísimo con sus paquetes llenos de productos de última generación que muchas veces aún no han llegado a España.
***
A las doce y media pasa Samuel con el coche a por mí. Yo ya he aprobado la teórica, sin embargo, aún tengo que hacer muchas prácticas para poder sacarme el carnet. Me está costando un poco más de lo que pensaba, por lo que doy gracias a que mi antiguo jefe me lo haya regalado.
—¿Cómo te fue anoche? —le pregunto a mi mejor amigo porque, aunque yo haya salido con David a los Carnavales de Santa Cruz, él estuvo trabajando en uno de los hoteles del novio de mi madre realizando unas actualizaciones que teníamos pendientes.
—Seguro que no me lo pasé tan bien como tú —me echa en cara, pero sé que está bromeando.
—Sabes que le había prometido a David que iba a salir con él. No podía dejarlo tirado —le recuerdo.
—Lo sé, pero esta noche sales conmigo y te tomas al menos una copa. Con la pasta que estamos ganando, creo que nos podemos permitir el lujo de pagar una habitación en un hotelucho y así no tener que volver a casa hasta que hayamos pasado la resaca.
—Veré lo que puedo hacer —le respondo con una sonrisa.
Cuando llegamos a la empresa, el padre de David nos está esperando en la recepción. Al final, lo han ascendido a él y, por alguna razón que desconocemos, está empeñado que nosotros hemos sido los responsables.
Primero hago la presentación de todo lo que es posible hacer en los nuevos ordenadores de la empresa y después Samuel y yo ayudamos a los trabajadores a que se adapten a la nueva forma de trabajar en la empresa.
La que más pregunta y más ilusionada está es Lucía, la auxiliar administrativa. Según ella, es la que más suele escribir a máquina porque muchos de los abogados le pasan los documentos escritos a mano y ella los tiene que transcribir.
Por ahora solo tenían tres ordenadores, pero Francisco, el mandamás de la empresa, nos ha pedido que le pongamos uno nuevo a Lucía, quien realmente va a tener que utilizarlo más.
Cuando nos despedimos a las ocho de la tarde, con un hambre ciega, como dice mi abuela, y con muchísimas ganas de fiesta, Lucía nos entrega dos latas con rosquetes en agradecimiento por haberle pasado varios textos estándares al ordenador.
La verdad es que fue idea de Samuel. En la autoescuela nos pidieron algo similar y pensó que le sería útil a la administrativa, además de que nosotros escribimos muchísimo más rápido.
—¿Qué vas a hacer con los rosquetes? —me pregunta Samuel, cuando nos vamos en dirección al coche antes de que el tráfico se vuelva insoportable por los Carnavales.
—Se los daré a mi abuela. La he llamado antes de salir y está esperando por nosotros para comer. Le he dicho que tenemos el hambre de un león —le hago saber a mi mejor amigo.
—Yo se los voy a dar a Claudia, pero mañana, no quiero que hoy se imagine que la estoy intentando conquistar para acostarme con ella esta noche. Siempre le han gustado y como se entere de que no le hemos dado para que los probase, no nos lo perdonará —dice el sensato de mi amigo.
—Como siempre, tienes razón —le respondo con una sonrisa.
***
En casa no tenemos tiempo de descansar. Mientras nos ponemos ropa de deporte para estar más cómodos, llega David con mi novia, Silvia y Claudia.
—¿Van a comer ahora? —se queja Claudia, cuando nos ve sentarnos en la mesa delante de un plato de rancho que mi abuela acaba de calentarnos.
—No hemos almorzado. Hemos acabado hace un rato con el trabajo que teníamos que hacer en la empresa donde trabaja el padre de David —le explica Samuel.
—¿Cómo les ha ido? —pregunta David mientras todos se sientan en la mesa.
—Genial. Ya hemos acabado, aunque posiblemente nos llamen para que le pasemos al programa de texto algunos documentos que Lucía, la administrativa, aún está escogiendo.
—¿No quieren comer algo? —pregunta mi abuela a mis amigos, aunque estoy seguro de que ya lo ha hecho antes de que llegásemos Samuel y yo a la cocina.
—No se preocupe. Hemos merendado en casa de Claudia y queríamos salir a cenar algo por ahí antes de ir a los Carnavales —le responde David.
—Pero si tiene natillas, yo no le voy a decir que no cuando estos dos burros se las coman —interviene Claudia.
—Abuela, ve a descansar. Ya les serviré yo el postre cuando nos comamos el bacalao.
—Está bien, pero si necesitan algo, dímelo. ¿Qué quieres comer mañana?
—Mañana no llegaremos hasta por la tarde, porque nos quedaremos a dormir en Santa Cruz. ¿Podrías hacernos ropavieja para cuando regresemos? La he echado tanto de menos estos últimos meses. En Madrid hace un frío que se te mete en los huesos —le pide mi mejor amigo a mi abuela.
—Claro, Samuel. Pero cuídense, que en esas fiestas siempre pasa algo —se despide mi abuela de nosotros.
—¿Se van a quedar en Santa Cruz a dormir? —nos pregunta David sorprendido.
—Sí, hemos pensado en alquilar una habitación para los dos y así poder beber lo que queramos —le explica Samuel.
—¡Nosotros también nos apuntamos! —exclama Claudia, sin dudarlo.
—Yo no tengo dinero para pagar una habitación —se queja Silvia.
—Yo la pago —responde David.
—¿No te quedas en la furgoneta o en casa de tu tía? —le pregunto.
—La furgoneta no la voy a bajar a Santa Cruz, me la destrozarían, y si me quedo con mi tía no puedo quedarme con Silvia, así que nos quedamos con ustedes —dice David, muy seguro de sí mismo.
—Pues tendré que llamar para reservar cuatro habitaciones y debemos ir a dejar nuestras cosas temprano. El hotel está en la calle San José y a partir de las once no se puede casi caminar por esa calle —explica Samuel.
—¿Cuatro habitaciones? Yo no pienso pagar una habitación cuando tú tienes una para ti solo —dice Claudia, enfadada.
—Da igual lo que planeemos, al final acabamos haciendo lo que dice Claudia —acabo quejándome yo.
Mientras Samuel reserva las habitaciones, yo sirvo los postres a todos, porque al final hasta Silvia, que no es muy golosa, acepta las natillas de mi abuela. No demoramos mucho y nos vamos con nuestros disfraces en una bolsa de deporte para cambiarnos luego en el hotel.
También pasamos por la casa de Claudia para recoger los disfraces de los demás, porque es donde las chicas se iban a quedar esta noche. Samuel deja el coche en mi casa y nos vamos todos en la furgoneta de David.
Mi mejor amigo no volverá a Madrid hasta el lunes por la noche y pasará la noche del domingo conmigo porque el lunes temprano tenemos que trabajar los dos en el sur de Tenerife. Solo vino por tres días y no le va a dar tiempo ni de ir a la playa.
***
Cuando llegamos a Santa Cruz son casi las once de la noche y llevamos nuestras cosas al hotel para cambiarnos. David tiene hambre, así que nos vamos a buscar un sitio donde comer cualquier cosa en la calle del Castillo porque nadie quiere comer en el hotel.
—¿Quieres una cerveza, Cola? —me pregunta Samuel, recordándome que le prometí beberme al menos una o dos copas.
—No me gusta la cerveza, pídeme algo más dulce —le ruego.
—Está bien. Te pediré un malibú con seven up —me dice, como si yo entendiese de lo que me está hablando.
La verdad es que el malibú me gusta y en menos de diez minutos me tomo las dos copas que le prometí a mi mejor amigo y siento el calor en mis mejillas.
—Si sigues así, no aguantarás toda la noche —me regaña Claudia.
—Podemos irnos nosotros antes a aprovechar la habitación —dice mi novia, que está entre mis brazos después de habernos morreado delante de todos.
—Tienes que controlarlo, no vez que ya no sabe ni lo que hace —le pide Samuel.
Yo no me siento tan mal, aunque debo admitir que tengo más calor de lo normal y una risa tonta. Lo del calor es normal, porque tanto Samuel como yo estamos disfrazados de gorilas.
En cuanto llegamos a la plaza del Príncipe escuchamos Desnúdate mujer de Frankie Ruíz. A Claudia le encanta esta canción y sé que en cuanto se dé cuenta va a querer bailarla, así que tomo a Yaiza de la mano y la obligo a que baile conmigo, aunque ella no se queja.
Yo, a pesar de estar un poco mareado, me lo estoy pasando genial. Nos encontramos a un montón de gorilas y vacilamos con ellos. Este año el tema del carnaval es la Selva y no hemos sido los únicos en pensar que este disfraz sería ideal por si hace frío.
En realidad, la idea es de mi abuela, que además de darnos la idea, nos lo ha hecho. A Claudia también le cosió el que tiene ahora, que es de mariposa morpho.
No tardamos mucho en perdernos. Primero desaparece David y Silvia porque se quedan hablando con unas primas de Silvia y cuando nos damos cuenta ya no los encontramos y luego mi novia.
Aun así, seguimos disfrutando, bailando, hablando con todo el mundo y riéndonos mucho. Claudia nos reta a Samuel y a mí a darnos un pico y antes de que mi mejor amigo se dé cuenta, ya yo le he besado, aunque solo es un rápido choque de nuestros labios.
Samuel no puede evitar echarse a reír y yo lo imito. Diez minutos después, me encuentro por sorpresa con Cecilia, la compañera de clase, y sus primos, y en cuanto terminamos de saludarnos, ya he perdido a Claudia y a Samuel. En realidad no importa, cada uno tiene su llave de la habitación y ya nos veremos mañana en el hotel, si no nos encontramos antes, y a cada momento me paro a hablar con algún amigo.
Al menos me reencuentro con Yaiza. Nadie sabe la hora qué es, en mi caso dejé mi reloj en el hotel e imagino que la mayoría de mis amigos hicieron lo mismo. Nos da a todos igual, no nos iremos a acostar hasta que amanezca.
Sí, definitivamente, los Carnavales es uno de los puntos de la lista que se tiene que vivir antes de cumplir los veinte.
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