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CAPÍTULO CUATRO - NOS VEMOS EN LA OTRA VIDA

      Viernes, 23 de octubre del 1987

Cada vez los días son más cortos, menos mal que el último domingo del mes de septiembre han atrasado una hora el reloj y no oscurece tan temprano. Lo único que no me gusta es que al salir a correr es de noche y cuando regreso a casa sigue estando demasiado oscuro, me gusta más cuando el sol me acompaña junto con la música.

He empezado a cronometrar el tiempo que corro. Mi padre, que me ha enviado más paquetes en los últimos meses que en toda mi vida, en el último me ha regalado un walkman igual que el de mi madre y algunos casetes. Posiblemente, mamá se haya quejado de que siempre le quito el suyo.

En el paquete también había un reloj digital, un Casio F84W que, según me han dicho los japoneses a los que les he preguntado, se vende muy bien en el país nipón.

Cada vez me conecto más con otros países diferentes a Estados Unidos, fundamentalmente, por la diferencia horaria. Con Japón tenemos ocho horas de diferencia, pero hacia delante, por lo que cuando termino de almorzar, allí son las once de la noche y puedo escribirme con un montón de gente, aunque todos usemos el traductor simultáneo que cada vez necesito menos.

Con los alemanes también me gusta conectarme porque son muy buenos explicando cualquier duda que tengas con algo relacionado con la informática y se conectan por la noche, como todo buen cristiano, pero al final, acabamos hablando todos con todos. Yo lo defino como poder viajar sin moverme de mi habitación.

En cuanto llego a casa, enciendo la luz de mi reloj para ver cuánto marca el cronómetro. He tardado casi media hora en recorrer siete kilómetros, mi mejor marca con diferencia.

No es que haya trabajado mucho la velocidad, esa es una asignatura pendiente para el año que viene. No quiero quedarme el último en los Sanfermines, creo que en cuanto vea a un toro, me voy a cagar de miedo.

***

Después de ducharme y de un buen desayuno, me voy al instituto en la bicicleta de Gabriel. Estoy estudiando ciencias y, por suerte, no hace falta empollar mucho. Mis compañeros de letras tienen que estudiar casi todos los días.

—¿Qué has traído para desayunar, Colacho? —me pregunta Cecilia, una compañera de clase que se ha convertido en mi mejor amiga del instituto en las últimas semanas.

—Unas galletas con dulce guayabo. ¿Y tú? —le pregunto, porque estoy seguro de que otra vez se ha olvidado de traer algo para desayunar en el recreo.

—Nada —me contesta, encogiéndose los hombros.

—Mi abuela me ha dado también un bocadillo de chorizo y queso amarillo. Me dijo que te lo diese porque los viernes siempre me quejo de que te comes la mitad de mi desayuno en el instituto —le cuento mientras le ofrezco el bocadillo.

—¿Tan grande? —se sorprende.

—Seguro que Sandra tampoco trajo su desayuno —le respondo con una sonrisa.

Sandra y Cecilia tienen clases de baile los jueves y acaban siempre demasiado tarde para preparar las cosas para el día siguiente venir al instituto y, por eso, los viernes no suelen traer desayuno.

Hace tres días se lo contaron a mi abuela cuando vinieron a hacer un trabajo de clase a casa y mi abuela, que como siempre está pendiente de todo el mundo, me dio un bocadillo para que se lo ofreciera a mis amigas, si se olvidaban de traer algo para comer.

—Sandra, déjate de mendigar que Colacho nos ha traído el desayuno —le grita Cecilia a nuestra amiga que está preguntándole a su novio si le puede dar algo de su desayuno.

—¡Eres el mejor, Colacho! —me agradece Sandra, cuando Cecilia le da la mitad del bocadillo.

—Ha sido mi abuela.

—Esa señora es un ángel —dice Marisa, una chica que está con ellas casi siempre y que llega junto a Sandra.

Nos sentamos en la misma esquina de las gradas donde nos hemos sentado las últimas semanas. La mayoría de los chicos están jugando al fútbol y desde donde nos sentamos apenas se ve, pero ninguno del grupo tiene interés alguno en ver jugar a nuestros compañeros.

—¿Has visto a Silvia con ese idiota? —me pregunta Claudia, enfadada, cuando llega a nuestro grupo.

—Sí, ya los vi ayer —le informo, porque ayer al llegar al recreo, me encontré a Silvia, la chica con quien me enrollaba todos los fines de semana, besándose con un chico de su clase como si no hubiese un mañana.

—¿No te importa? —pregunta esta vez Cecilia.

—No tenemos nada, solo nos perdemos de vez en cuando y hacemos lo mismo que hace ahora con ese de tercero, así que no puedo echarle nada en cara —les explico.

—¿Te molesta o no? —quiere saber Claudia.

—En realidad, no me importa, no siento celos ni nada. Nos lo pasábamos bien juntos, pero nada más —me sincero.

—Pues esta noche salimos por ahí y le demuestras a esa que tú también sabes ligar —se molesta un poco Claudia.

—No te enfades. Además, no tengo que demostrarle nada a nadie —le digo a la hermana de Gabriel.

—Es una imbécil. El chico está sentado a mi lado en clase y lleva dos días con sobajeos delante de mí porque piensa que voy a ir a contarte el chisme corriendo. Está intentando ponerte celoso —sigue enfadada Claudia.

—¿Para qué haría eso? —pregunto, sin entender nada.

—Porque te ha visto con nosotras en el recreo y posiblemente suponga que tienes algo con alguna —me aclara Sandra.

—A mí me miró mal y se puso de idiota conmigo hace unos días —nos confiesa Cecilia.

—Pues yo no volvería a enrollarme con ella, Colacho. Seguro que te traerá problemas —me advierte Claudia.

—Vale, tampoco me apetece besar a una tipa que acaba de besar a otro. No pasa nada, fue divertido mientras duró y hay que verlo con deportividad —les digo a las chicas que me miran con pena, como si realmente me importase no volver a quedar con Silvia.

Siendo sincero, me lo he pasado muy bien con Silvia, no tenía experiencia con las chicas y ella ha sido a la primera chica que he besado. Es guapa, tiene buenas tetas y siempre me sorprende de alguna forma. El fin de semana pasado fuimos juntos a una finca de una de sus amigas y me hizo una mamada que me dejó extasiado.

Sí, con Silvia me lo he pasado muy bien, no obstante, seguro que no será la última chica a la que bese y entre nosotros no hay ninguna relación romántica, solo quedábamos para meternos mano y poco más.

—Cuando acabemos esta tarde de hacerte el tatuaje, nos vamos a una verbena en Buenavista, que es la fiesta de la Virgen de los Remedios —dice Claudia, haciendo que el resto de mis amigas me miren llenas de curiosidad.

—¿Vas a hacerte un tatuaje? ¿Dónde? —no puede evitar preguntar Sandra.

—En la zona del corazón, pero no quiero que mi madre se entere por ahora, así que, por favor, de esto ni una palabra a nadie —digo mirando a Sandra, que también es a la que más le gusta el chisme.

—¿Qué te vas a poner? —pregunta esta vez Cecilia.

—Nos vemos en la otra vida —digo bajando un poco la voz y estoy seguro de que todas entienden la razón por la que he elegido esa frase, aunque no sepan que fue lo último que me dijo mi mejor amigo.

—¡Me gusta! —exclama Cecilia, después de unos segundos de silencio.

Claudia no suele pasarse el recreo con nosotros, por lo que unos segundos después de que cuente lo de mi tatuaje, aparece un grupo de tres chicas y cinco chicos y se sientan con nosotros en las gradas.

Dos de los chicos, Iván y Miguel, llevan desde pequeños conmigo en clase, aunque hemos empezado a hablarnos hace unas semanas. Antes yo no tenía mucho interés en mantener una conversación con mis compañeros. Siempre fui un poco huraño.

—Silvia te está poniendo a caldo, Colacho —me avisa una de las amigas de Claudia que acaba de llegar.

—¿A mí? ¿Por qué? —le pregunto, porque realmente no sé qué he podido hacerle.

—Parece ser que le molesta que te estuvieses enrollando con ella y con otra de tu clase a la vez —me explica.

—¡Esto parece un culebrón! Mejor que Los ricos también lloran —exclama Sandra.

—Pues yo no entiendo nada, yo no me he enrollado con nadie. En cuanto la vea menos ocupada —digo, refiriéndome a que no se esté besando con nadie—, intentaré hablar con ella, no quiero que se lleve una idea equivocada de mí. Eso de mentir o jugar a dos bandas no es lo mío.

—Tú eres el novio ideal, Colacho. Eres divertido, guapo, listo y no te gusta jugar con los sentimientos de las chicas. Si Silvia no se ha dado cuenta, ella se lo pierde. Esta noche te voy a presentar a una amiga que me ha dicho que te vio surfeando el fin de semana pasado y le has parecido de lo más mono —me dice Claudia mientras los chicos silban y hacen movimientos obscenos y las chicas aplauden como si me hubiese ganado un premio.

—No sé si voy a ir a esa verbena. Mañana tengo clases de boxeo con mi abuelo y es mejor que esté descansado. Él y sus amigos me dejan agotado —bromeo un poco.

—Volveremos temprano, te lo prometo. Mi padre me ha dicho que nos tiene que venir a buscar antes de media noche. Pero iremos antes de que empiece para compensar —me dice Claudia, que nunca acepta un no por respuesta.

Sé que todo esto de llevarme de aquí para allá es un intento de la hermana de mi mejor amigo para que complete la lista que me dejó su hermano. La verdad es que me ha ayudado bastante a sobrevivir los primeros dos meses después de la muerte de Gabriel. Yo quiero pensar que también la he ayudado a ella.

***

Al acabar las clases, me voy a casa en la bicicleta. Mis abuelos me esperan en la cocina para almorzar. Como casi todos los días en que mamá trabaja, almorzamos los tres solos.

Como hasta reventar porque me encanta el pulpo frito y mi abuela lo hace para chuparse los dedos. Cuando termino, ayudo a recoger la mesa y la cocina y me voy corriendo a mi cuarto. Mi familia sabe que después de almorzar tengo muchas posibilidades de poder contactar con parte de la India, Japón, algunos australianos, chinos y rusos, entre otros.

Fue después de comer cuando conocí al que me envió mi nombre en chino, el cual estoy aprendiendo a escribir. Cómo escribir Colacho en árabe me lo envió uno de los que se escriben conmigo antes de dormirme, aunque no coincido con muchos de habla árabe, la mayoría viven en Francia o Alemania, aunque sean procedentes de algún país musulmán.

A las cinco, me despido de mis abuelos y me voy a casa de Claudia, que es donde se supone que va a ir el tatuador que viene desde el sur de la isla, especialmente para tatuarme. Tengo diez mil pesetas en la cartera, porque no sé cuánto puede costar.

En cuanto llego a la casa de Claudia, ella me está esperando por fuera.

—Llegas puntual, Colacho —me saluda, divertida.

—Ya sabes que no se debe hacer esperar a una dama —bromeo con ella.

—Seguro que no quieres enfadar a más chicas, con Silvia tienes que tener más que suficiente —intenta molestarme.

—Hablaré con ella y se le quitará el enfado. Ha sido todo un malentendido.

—¡Mira, ese chico es el de los tatuajes! —me dice Claudia mientras observa a un chico bajito, pero con unas espaldas muy anchas y el cual tiene tatuajes en toda la piel que está al descubierto excepto la cara, es decir, las manos y el cuello.

—Hola —nos saluda el tatuador, cuando llega hasta nosotros.

—Hola —saludamos Claudia y yo a la vez.

—Tú debes de ser Colacho. ¿Has pensado en que te vas a hacer? —me pregunta el recién llegado.

—Quiero ponerme una frase en la zona del corazón —le explico, un poco avergonzado.

—Esa zona está muy bien, no es muy dolorosa. ¿Cuál será la frase?

—Nos vemos en la otra vida —le dice Claudia un poco triste.

—Bien —me da su visto bueno el tatuador, antes de que Claudia abra la puerta y nos deje pasar a ambos a su casa.

Siempre nos reíamos de Gabriel diciendo que su casa era de ricos, aunque la casa de Samuel también es muy grande. La casa de Claudia no solo es enorme, tiene un montón de cosas que la mayoría de nosotros no tenemos en casa, incluyendo una piscina y una sala donde veíamos las películas de miedo, aunque supongo que su familia ve toda clase de películas con el proyector que hay en la sala.

Johnny, que es como se llama el tatuador, se queda con la boca abierta mientras Claudia nos lleva hasta su cuarto. Hoy no hay nadie en su casa y por eso elegimos este día para hacer lo del tatuaje.

El tatuaje no duele mucho, en realidad, lo hace mucho menos de lo esperado. Johnny, que es de procedencia inglesa, me advierte como tengo que lavar el tatuaje y que no debo tomar el sol o bañarme en la playa hasta pasadas dos semanas. Además, me ofrece una crema cicatrizante y me da las indicaciones de cómo utilizarla.

—No pienso cobrarte nada. Lo he hecho porque le debía un favor enorme a Gabriel y es una forma de compensárselo un poco ahora que ya no está —me explica Johnny, cuando le pregunto por el precio de su trabajo.

—Pero ¿a mí no me debes nada? —le contesto.

—Tu amigo me hizo llegar una carta por medio de su hermana —dice Johnny mirando a Claudia —y también me pidió que te ayudara con lo del zarcillo. Me dijo que posiblemente quieras un príncipe Alberto. ¿Estás seguro?

—No lo sé, se lo dije un poco en broma. ¿Es muy doloroso? —le pregunto.

—Un buen amigo mío te lo puede hacer y no te vas a enterar, pero debería de abstenerte a tener sexo durante cuatro semanas y tampoco nada de sexo oral, aunque tú sí puedes hacérselo a la chica. Tú puedes comerte a todas las que te dé la gana —me explica serio, aunque por la mirada se nota que se está vacilando de mí.

—¿Te lo vas a poner en el pene? —me pregunta Claudia, divertida.

—Es lo que estamos discutiendo, aún no estoy seguro.

—Si me das el visto bueno, mañana pueden hacértelo, pero eres tú el que debe decidirlo —me dice el tatuador.

—Está bien, me parece el mejor sitio —me decido.

***

Después de despedirnos de Johnny, quien ha llamado a su amigo desde la casa de Claudia para quedar mañana por la tarde para hacerme un Príncipe Alberto, Claudia me acompaña a mi casa y así puedo cambiarme de ropa para quedar luego con sus dos amigas.

Mi abuela es la que me da permiso para ir, porque el abuelo ha salido y mi madre hoy no se queda en casa a dormir. Algunos viernes se queda en el hotel donde trabaja, si hay una habitación libre, para salir con sus compañeros de trabajo.

Le enseño el tatuaje y me recuerda que de momento me lo cuide para que no se infecte y que no se lo enseñe a nadie en casa, que se lo contaremos a los demás cuando haya una ocasión más propicia. Últimamente, mi madre está un poco preocupada por mí y no queremos ponerla más nerviosa.

—Colacho, ¿no vas a descansar un poco antes de irte? —me pregunta mi abuela, cuando me dispongo a salir con Claudia de mi casa.

—No, abuela. Anoche cortaron las comunicaciones en Canarias y me acosté temprano, creo que hubo un problema con el cable submarino —le contesto.

—Sí, en el periódico pusieron que estuvimos incomunicados, aunque yo no me enteré de nada —me da la razón mi abuela.

—No volveré muy tarde —me despido.

—Pásenlo bien —se despide ella.

—Eso delo por sentado —le responde Claudia, con una sonrisa traviesa.

Cuando Claudia sonríe de esa forma, me recuerda a su hermano. Siempre que tramaba algo sonreía como un niño ruin y creo que la hermana también está tramando ahora alguna de sus locuras.

***

A las ocho y media estamos esperando a Tatiana y a Nieves, las amigas de Claudia, junto a los cochitos chocones que ponen detrás de la iglesia. He visto a varios compañeros del instituto que, seguramente, tengan familia en este pueblo y nos han saludado un poco sorprendidos.

Posiblemente, se estén preguntando que hago aquí cuando normalmente no aparecía nunca por ninguna fiesta.

—¡Chicas, estamos aquí! —grita Claudia, cuando ve a sus amigas.

Las amigas de Claudia son muy guapas. Las dos ya son mayores de edad y se nota en su forma de vestir, ambas llevan dos minifaldas más cortas que la camisa que utilicé para ir al instituto esta mañana, y en lo despreocupadas que parecen por todo.

Después de las presentaciones, Nieves me coge del brazo y nos vamos a comer unos perritos calientes al puesto que está por fuera de la plaza, aunque quede más de una hora para que empiece el baile.

—¿Habías venido alguna vez a las fiestas de mi pueblo? —me pregunta Nieves, que está muy cómoda, sentada en mi regazo, mientras nos comemos los perritos en un banco de la plaza.

—No, no solía salir mucho a las fiestas —le doy como respuesta.

—Pues eso tiene que cambiar. Claudia, tienes que traerlo siempre que vengas —le pide Tatiana a mi amiga.

Nos quedamos un buen rato hablando en el banco y Nieves se queda sentada encima de mí, hasta que Claudia me da un codazo y me hace una seña para que mire hacia una esquina.

Al principio no reconozco a nadie, pero luego me doy cuenta de que Silvia está rodeada de chicas y me mira fijamente con cara de pocos amigos.

—Te va a hacer mal de ojo, Colacho —bromea Claudia.

—La verdad es que no entiendo lo que le pasa. Lleva dos días magreándose y besando a un compañero de su clase delante de mis narices. ¿Qué más le da lo que yo haga? —me quejo, en voz alta.

—Las chicas somos difíciles de entender y quizás lo haya hecho para ponerte celoso —me explica Tatiana.

—¿Celoso? Celoso puedes poner a alguien cuando te pones a coquetear con otro, si se besan en mi cara, me está dando a entender, que pasa de mí —explico mi punto de vista.

—Colacho, vámonos un rato a mi casa. No hay nadie y así la fastidiaremos bien. No hace falta que pase nada, si no quieres. Aunque si quieres... —me ofrece Nieves mientras se levanta de mi regazo y tomando mi mano me empuja para que me levante yo también.

—Una hora, no les doy más —nos grita Claudia antes de que desaparezcamos de la plaza del pueblo.

La casa de Nieves no está muy lejos y, cuando llegamos, me lleva directamente a su habitación.

—¿Tienes condones? —me pregunta en voz baja.

—Yo nunca... —dejo la frase sin terminar.

—Así que eres virgen. Pero algo habrás hecho, ¿verdad? —bromea mientras comienza a besarme a la vez que a desvestirme.

Yo, al no saber qué hacer, la imito. Se queda mirando el apósito que tapa el tatuaje que me han hecho hace unas horas y le explico lo que he dejado que me escribieran. Ella me sigue desnudando sin parar a pesar de nuestra conversación y luego continúa con los besos.

A los cinco minutos yo estoy desnudo y totalmente empalmado. Nunca he estado así con una chica en una cama y mi mente pervertida empieza a imaginar todo lo que podría hacer. Así que, animado también por Nieves, que me pide que haga lo que me apetezca, acabamos los dos desnudos y yo con un condón puesto mientras comienzo a follármela como si fuese lo último que vaya a hacer en mi vida.

Unos minutos después me doy cuenta de que no voy a durar mucho y comienzo a masturbarla también con los dedos mientras la penetro tan fuerte y profundo como me es posible. Ella no se queja y en cuanto gime mi nombre y me doy cuenta de que se acaba de correr, yo me dejo ir y alcanzo el mejor orgasmo de toda mi vida.

Nos quedamos quietos un rato, para luego salir de ella y quitarme el preservativo. Nieves, que por supuesto tiene mucha más experiencia que yo, me quita el condón y le hace un nudo delante de mí, posiblemente, para enseñarme lo que se suele hacer en estos casos.

Nos ponemos a hablar en la cama, desnudos. No tenemos prisa por irnos, nadie regresará a la casa de Nieves hasta dentro de algunas horas y sabemos que a Claudia no le importará esperar un poco.

—Para ser tu primera vez no ha estado mal, Colacho —me dice Nieves, cuando después de veinte minutos de charla comenzamos a besarnos otra vez.

—Seguro que la segunda vez lo hago mejor —le digo con la intención de que la segunda vez sea en breve y con ella.

—¿Te has quedado con ganas? —me pregunta divertida.

—Contigo desnuda en la cama, lo contrario sería imposible —intento piropearla y ella se echa a reír.

—¿Te apetece hacer algo en especial? —me ofrece, coqueta, después de que nuestras lenguas invadieran como locas la boca del otro.

—¿Lo intentamos por detrás? —le pregunto, esperanzado.

—Pero no por el culo —pone como condición.

Y ya no hay vuelta atrás. Ella me deja otro preservativo que esta vez me pongo yo solo, le doy la vuelta, la pongo a cuatro patas y mientras yo estoy de pie a un lado de la cama, le bajo la cabeza para tener mejor acceso desde atrás. Esta vez no tengo que masturbarla, nos corremos los dos juntos y es incluso mejor que la vez anterior.

Como llevamos desaparecidos una hora y media, nos acicalamos un poco, nos vestimos y volvemos a la plaza donde el baile está empezando. Nieves está preciosa, pero a mí se me nota a leguas que he estado revolcándome por ahí, tengo el pelo hecho un desastre y la camisa toda arrugada.

Nada más vernos, Claudia le sonríe a Nieves y ella le devuelve la sonrisa, por lo que imagino que ya Claudia sabe lo que sucedió en la casa de su amiga.

La verdad es que con Silvia me corrí varias veces, pero no se puede comparar con lo que acababa de pasar. Es diferente cuando le das placer a alguien a la vez y encima lo haces con el ritmo y la fuerza que tú quieres. Ahora entiendo a Gabriel y a Samuel, tirarte a alguien es otro nivel y acabas tan relajado que parece que llevas tres horas surfeando en el mar.

Claudia y Tatiana tienen una copa en la mano, al igual que el grupo de amigos que están a su alrededor. Después de las presentaciones, le pregunto a Nieves lo que le apetece tomar y me voy al ventorrillo más cercano a pedir un ron-cola para ella y dos botellas de agua para mí, tengo muchísima sed.

Cuando regreso al grupo de amigos de Claudia, me doy cuenta de que Silvia está discutiendo con mi amiga y que Nieves y dos chicas más también están discutiendo con ellas. En cuanto Silvia ve que me acerco, se aleja del grupo y viene hasta mí con cara de querer matar a mi perro, menos mal que no tengo.

—¿Te follaste a esa zorra? —me escupe las palabras Silvia a la cara.

—No es una zorra y no es asunto tuyo —le respondo con tranquilidad, mientras sigo caminando hasta donde están mis nuevos amigos.

—Yo pensé que teníamos algo y de repente te follas a todo lo que se mueve —me echa en cara.

—Silvia, en el instituto me has dejado muy claro que no tenemos nada. Llevas unos días enrollándote con un chico delante de mí —le explico, con el mismo tono tranquilo que acababa de utilizar.

—Porque tú te estabas enrollando con Cecilia —me grita, parece que está a punto de llorar.

—Cecilia es solo una amiga. Hasta hace dos horas, no había besado a nadie en mi vida, que no fueses tú, Silvia, y mucho menos me había enrollado con alguien —le respondo, cuando ya estamos al lado de Claudia y sus amigos, porque realmente no entiendo de dónde ha sacado esa estúpida idea de que entre Cecilia y yo haya pasado algo.

—¿En serio? —pregunta bajando la voz.

—Sí, en serio. Pero eso ya no importa. Sigue con tu vida que yo lo haré con la mía. Sin malos rollos, ¿vale? —le propongo.

—Pero yo te quiero —me dice Silvia, antes de empezar a llorar.

—No, Silvia. Cuando quieres a alguien, no te enrollas con otro delante de él, eso no se hace —doy la conversación por zanjada y me vuelvo para no seguir hablando con ella.

Silvia no se lo piensa mucho, echa a correr y desaparece llorando. En el fondo me da un poco de pena, sin embargo, no puedo hacer otra cosa, darle esperanzas sería peor.

Cinco minutos más tarde, estamos casi todos los del grupo bailando. Nieves me intenta enseñar a bailar salsa y merengue. En el fondo no se me da tan mal, aunque tendré que practicar un poco. Lo mío nunca ha sido el moverme siguiendo el ritmo de la música.

—Hoy has tachado tres cosas de la lista —me dice Claudia en voz baja, cuando se sienta a mi lado mientras descanso un poco entre baile y baile.

—¿Tres cosas? —le pregunto, porque hasta donde yo sé solo he perdido la virginidad y me he hecho un tatuaje.

—Le has roto el corazón a Silvia —me aclara mi amiga.

—¿Tú crees? —dudo un poco.

—Sí. Lo irónico es que suele ser ella quien le rompe el corazón a los chicos y tuvo que ser un buenazo sin experiencia quien le diera su primera lección.

—Pues lo siento de veras, no era mi intención —me excuso.

—Lo sé. Deja que pasen unas semanas y habla con ella a ver si ya se le ha pasado. Es mejor que pasar de todo y no tener en cuenta sus sentimientos —me aconseja Claudia, la sabia.

Sí, Claudia ha madurado muchísimo. Antes de que su hermano enfermara, era literalmente un grano en el culo. Imagino que pasar por la enfermedad y luego la muerte de Gabriel nos ha hecho madurar a todos y ha cambiado la forma que teníamos de ver la vida.

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