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Parte I

[Playlist para leer la historia:

https://open.spotify.com/playlist/0KO34KQD4JVjhIuAfyWNj5?si=c4173af6a7eb4529

Esta se irá actualizando poco a poco. Dejaré el link en los comentarios también.]


Daegu, Corea del Sur.

Las llamas iluminaban las calles oscuras del barrio en el que había vivido toda su vida, su hogar siendo consumido por las flamas naranjas mientras los cuerpos de sus padres se calcinaban en su interior, apretó los ojos mientras las lágrimas caían pesadas sobre sus mejillas.

—Lo siento... —susurró mientras miraba el collar en su mano—. De todos modos, iban a dejarme ¿no es así?

A partir de aquel día Yoongi aceptó que estaría solo, había decidido que sería lo mejor, si no tenía nadie entonces no podría temer perder a alguien, nadie lo lastimaría, nadie sería su debilidad.

A sus cortos catorce años había entendido ya que el mundo era un lugar asqueroso, las personas siempre iban a traicionarte y nadie haría nada por ti a menos que quisiera algo a cambio. Y él había decidido forjar su propio camino, sería una persona fría y dura, mandaría sus sentimientos a la basura y congelaría su corazón, solo de esa manera podría estar a salvo, no temería ser lastimado nunca más.

Toda su vida había sido juzgado, maltratado y despreciado, lo acusaron de fenómeno y lo condenaron por eso solo por tener gustos diferentes, o especiales como él prefería llamarlo.

Por eso había decidido. Había decidido que sería fuerte a partir de hoy, y que nadie podría burlarse de él nunca más.

Una mente bastante retorcida para un niño de catorce años, pero desde el principio se supo que Yoongi no sería una persona corriente.

Esa noche solo vagó por las calles, los pensamientos iban y venían, no sentía remordimiento, no estaba triste, no sentía nada, solo sentía que había hecho lo correcto. Los sentimientos solo nos hacen débiles.

En un callejón oscuro pudo oír varios quejidos y jaleos bruscos, no pudo evitar detenerse para curiosear un poco, mala idea.

La escena se trataba de unos tres hombres tratando de abusar de una mujer delgada, probablemente eran alrededor de las tres de la madrugada por lo que el lugar se encontraba desolado.

Se escondió detrás del muro evitando ser visto, la mujer gritaba y pataleaba mientras los hombres la golpeaban intentando arrancar su ropa con agresividad. Yoongi sintió la rabia correr en su interior, sin embargo, no era tan estúpido como para intentar algo, no seguía siendo más que un niño que aquellos hombres no dudarían en noquear de un solo golpe.

La mujer lloraba, rogando entre lágrimas que la dejaran ir, Yoongi observó toda la escena de principio a fin, sin poder hacer nada, en aquel barrio era casi imposible ver un alma a esas horas, mucho menos un policía.

El mundo era un lugar asqueroso. Asqueroso e injusto.

Cuando los hombres terminaron su cometido simplemente se dieron la vuelta y salieron del callejón dejando allí a la mujer inconsciente como si nada hubiese sucedido, ni siquiera notaron la presencia del pequeño pelinegro allí al marcharse.

Yoongi se acercó con cautela, examinando el cuerpo desnudo y magullado de la víctima, a quién al verla de cerca pudo distinguir que no era una mujer adulta sino una chica joven, probablemente universitaria pudo deducir por su mochila y libros regados por el suelo.

La muchacha había dejado de luchar a la mitad del acto, el menor no podría saber si estaba muerta o solo desmayada, si le preguntaban a él pues preferiría que muerta, ya que de esa manera al menos no tendría que cargar con el recuerdo de aquél traumático suceso.

Esa madrugada no hizo más quedarse sentado junto a la víctima, no durmió, sólo estuvo allí junto a sus pensamientos hasta que el alba se hizo presente pintando el cielo con motas naranjas, sería un día cálido al parecer, y él no tenía muchas ganas de estar allí cuando la policía llegara por lo que se puso de pie y retomó su camino hasta quién sabe dónde.

El barrio en el que había vivido toda su vida no era especialmente bonito, más bien podría ser considerado uno de esos lugares de mala muerte, con calles desoladas, locales desatendidos, basura y grupos de personas bebiendo por las esquinas.

Yoongi había crecido viendo injusticias en aquellas calles, personas siendo secuestradas, abusadas, peleas que terminaban en muertes y un sin fin de cosas más que le habían enseñado que era un lugar peligroso, no podría fiarse de nadie allí.

Ese día estuvo deambulando por las calles con el estómago vacío, sin embargo no tenía dinero para comer y no se atrevía a pedir limosna o algo parecido, por lo que la mejor solución parecía ser ir hasta casa de su mejor amigo Jung Hoseok.

Años atrás.

Un pequeño niño de cabellos castaños lloraba desconsoladamente sobre la alfombra aferrándose con fuerza a una hoja de papel que no era nada más y nada menos que una carta que sus amados padres habían dejado antes de irse al viaje que terminaría acabando con sus vidas.

La pareja había muerto en un trágico accidente de avión, pero Hoseok aún era muy pequeño para saber que aquel suceso había sido de todo menos accidenta. Sus padres habían dedicado su vida a trabajar para el gobierno y saber tanto acerca de temas que no debían les había condenado a no salir con vida de aquel trabajo.

«Harás cosas grandes, Hoseok. Y nosotros siempre estaremos orgullosos de ti sin importar qué.»

Esas habían sido las últimas palabras puestas en aquella carta que sonaba como una despedida, quizá sus padres ya lo sospechaban y por lo tanto se habían preparado para el momento, eso sólo lo hacía aún más triste.

Su abuela no dejó de acariciar su cabello en ningún momento después de haber leído la carta para su nieto, lágrimas rodaban por sus ojos de manera silenciosa, sin embargo, ella ya estaba consciente de la situación y sabía que tarde o temprano terminaría sucediendo lo inevitable. Ahora no podía hacer más que cumplir con la promesa que le hizo a su querido hijo y cuidar de su amado nieto hasta que la vida se lo permitiese.

Para el infante de tan solo siete años era bastante difícil asimilar la situación, aunque no viese a sus padres con frecuencia eran lo que más amaba en el mundo aparte de su abuela, y sabía que ellos sentían lo mismo, todo lo que habían hecho era por su bien, para darle siempre lo mejor.

—Recuerda que tus padres hicieron todo por ti, Hoseokie. Has que se sientan orgullosos de ti, ellos siempre estarán contigo, aquí —habló la mujer con dulzura señalando su pecho.

Dos semanas más tarde tuvo que volver a la escuela y retomar su vida normal, y aunque no estaba para nada en su mejor momento cada día entendía mejor lo que había sucedido.

Sin duda Hoseok no se imaginó que aquel día su vida comenzaría a cambiar por completo. A lo lejos, en las filas donde se hallaban los niños de nuevo ingreso observó a un chico de cabellos negros y tez pálida que en seguida llamó su atención.

Hoseok era un niño extrovertido, y aunque en ese momento no estuviese del mejor animo no pudo evitar acercarse.

—Hola, soy Jung Hoseok —se presentó el castañito ganándose una mirada un poco confundida por parte del pelinegro, quién miró a todos lados sin poder creer que le estuviese hablando a él.

—Eh, yo soy Min Yoongi —respondió el pelinegro sintiéndose intrigado por el castañito, normalmente ningún niño se acercaba a hablarle, en realidad siempre le miraban con miedo e incluso hasta llegaban a llorar.

— ¿Te gustan los autos? —preguntó el castaño con una amplia sonrisa.

—Mmm sí. También me gusta el fuego —confesó el más bajito esperando que hasta allí llegase su conversación.

—Oh, el fuego también es interesante —sinceró Hoseok sin dejar de sonreír, apenas y se mostró sorprendido por los gustos del pelinegro—. ¿Te gustaría hablar conmigo en el receso?

—Supongo —aceptó el pelinegro con una media sonrisa.

A partir de ese día se volvieron inseparables.

Yoongi pensaba que Hoseok no parecía el tipo de chico que hablaría de autos con tanta experiencia, mucho menos que compartiera su idea de que ver las llamas arder fuera algo relajante, el castaño no se espantaba cada que Yoongi jugaba con su encendedor, tampoco le decía que fuera algo peligroso, él nunca le había visto como un bicho raro al igual que el resto de los niños y eso hizo que Yoongi comenzara a considerarlo su amigo.

Hoseok era un niño inteligente, las cosas que le interesaban no eran cosas que le interesaran a cualquier niño de su edad, Hoseok hablaba de sistemas, de computadoras, de inteligencias artificiales y siempre repetía que quería ser como su padre cuando fuera grande, y por lo que Yoongi había entendido de toda la chachara de su amigo el señor Jung fue alguien que trabajaba con computadoras y hacía cosas grandes para el gobierno, el resto escapaba de su nivel de comprensión.

Así los años fueron pasando, siguieron creciendo juntos y volviéndose cada vez más inseparables, Hoseok veía a Yoongi como el regalo que sus padres habían dejado después de morir, el pelinegro se convirtió en su nueva motivación para seguir adelante, por más cursi que sonara.

El día que Yoongi cumplió trece años un niño se acercó en la escuela para felicitarlo y terminó dándole un inocente pico en los labios, por otro lado, Hoseok tuvo una extraña sensación en ese momento. Ese fue el mismo día que Yoongi confirmó sus sospechas de que no le desagradaban los niños y al contrario, le gustaban.

Ese mismo día por la tarde mientras Yoongi y Hoseok estaban en la casa de este último, el pelinegro tuvo una idea quizá muy tonta rondando por su cabeza todo el día y al final no lo pensó mucho antes de tomar a su amigo por las mejillas y acercarlo para besarlo torpemente. Fueron solo segundos de roces experimentales, pero para ambos se sintió muy bien.

Ese día Hoseok descubrió que se había enamorado de Yoongi.

Después de aquel día obviamente toda la escuela se enteró de que Yoongi había sido besado por un niño y no había hecho nada al respecto. Y así comenzaron a molestarlo, o molestarlos mejor dicho ya que Hoseok también iba incluido.

— ¡Yoongi! ¡Para! —gritaba el castaño mientras el pelinegro golpeaba con fuerza a un chico quizá un par de años mayor que ellos.

No era la primera vez que Yoongi se metía en una pelea por defender a Hoseok o a sí mismo. Pero sea como fuera, al final del día siempre terminaba en detención o en la oficina de la directora.

Después de forcejear un rato Hoseok logró separar a Yoongi del otro chico antes de que llegaran los maestros y enseguida lo arrastró hasta el patio trasero evitando ganarse otro castigo.

—Es la tercera vez en la semana que te metes en una pelea —jadeó Hoseok con las manos en las rodillas después de haber corrido—... Y apenas estamos a miércoles.

—Y lo seguiré haciendo si esos idiotas no cierran la boca —confesó el pelinegro limpiándose los puños en el pantalón del uniforme.

Ese día Yoongi se salvó de un castigo, aun así estaba consciente de que la directora no lo dejaría pasar por debajo de la mesa.

En su casa ya sabían de su gusto por los chicos gracias a su querida directora que había informado a sus padres, y desde entonces se había desatado un infierno peor al que ya había estado viviendo.

— ¡Es tu culpa que el muchacho nos haya salido marica! —escuchó el grito de su padre apenas cruzó el umbral de la puerta y suspiró sintiéndose agotado ya de la situación—. ¡Está enfermo!

— ¡El único enfermo aquí eres tú! —respondió su madre alzando la voz. Mala idea.

Yoongi ya se esperaba lo que se venía, escuchó un golpe, luego dos golpes, y así. Era lo mismo todos los días, cuando no era por su culpa, era por la comida, o la ropa, el dinero, o simplemente porque su padre había bebido tanto que le entraban ganas de formar un alboroto.

Era insoportable, por eso se escondía cada tarde en la casa de Hoseok hasta que ya fuese lo suficientemente tarde como para que su padre estuviese inconsciente de tanto alcohol, solo así volvía.

—No le prestes atención a tu padre, cielo... El simplemente no lo entiende —habló su madre en voz baja mientras limpiaba su rostro con un pañuelo.

—Deberías irte de la casa, mamá —espetó Yoongi. Su madre le miró con los ojos bien abiertos debido a la sorpresa—. Yo estaré bien.

—No podría, Yoongi... Por más que quisiera, amo a tu padre. No podría dejarlo —la mujer apretó los ojos cuando las lágrimas cayeron por sus mejillas.

El amor nos vuelve débiles. Pensó Yoongi mientras miraba a su madre con cierta lástima, en aquel momento no dijo más, solo se retiró y comenzó su camino a casa de Hoseok como todos los días.

Con el paso del tiempo Yoongi comprendía que los sentimientos solo te desvían de tus objetivos, las personas son debilidades, si no tenía a nadie, no tendría miedo de perder a alguien, no tendría ninguna debilidad. Él no quería ser como su padre, ni como los compañeros que se metían con él solo por su orientación sexual o sus gustos personales, no. Yoongi quería acabar con todos, quería que le temieran, que cuando escucharan su nombre, temblaran. Que nunca más pensaran si quiera en molestarle.

No quería ser un fracasado que se burlara de las personas por cosas tan estúpidas como sus gustos personales, ni mucho menos un borracho inservible. Él tenía expectativas mucho más altas.

El día de su cumpleaños número catorce estaba acostada en la cama de Hoseok viendo al techo mientras jugaba con su encendedor al mismo tiempo que se perdía dentro de sus pensamientos, el castaño tecleaba cosas en su laptop como era de costumbre, claro que siempre estaba disponible para el momento en que Yoongi quisiese hablar.

—Quiero asesinar a mis padres —confesó el pelinegro llamando la atención de su amigo. Hoseok sabía que Yoongi no bromeaba.

— ¿Estás seguro? —preguntó el castaño. No era la primera vez que Yoongi confesaba aquel tipo de cosas, él más que nadie sabía lo que su amigo vivía diariamente en su casa, lo mucho que aquella situación le consumía.

—Siento que no podré avanzar si no lo hago —respondió en un susurro—... Lo único que me preocupa es cómo conseguir dinero después eso.

—Hm, quizá ya conseguí la solución para eso —murmuró Hoseok con una sonrisa traviesa—. Quería esperar un poco más para darte tu regalo de cumpleaños, pero ya que estamos hablando del tema.

El castaño se colocó de pie dejando la laptop a un lado y se agachó debajo de la cama rebuscando algo, luego se levantó con una caja en sus manos y la dejó en la cama junto a Yoongi, el pelinegro le miró con una ceja alzada.

—Ábrela —insistió el castaño.

Con algunas dudas quitó la tapa de la caja de cartón y sus ojos se abrieron con sorpresa al ver el montón de billetes dentro de esta, y aunque quizá no era demasiado sin duda era muchísimo más dinero del que había visto junto en toda su vida.

— ¿Qué...? —trató de hablar el pelinegro pero enseguida Hoseok le interrumpió.

—Estuve estudiando los sistemas, softwares y todas esas cosas que usan para crear los sistemas de los cajeros automáticos, y pues conseguí la forma de acceder a ellos... Cloné el sistema de unos cuantos luego los sustituí por el que yo cree y pues, así pude sacar el dinero —explicó el castaño orgulloso de sí mismo.

— ¿Cómo hiciste eso? —preguntó Yoongi aún atónito.

—Con mi computadora —soltó con simpleza como si no fuese la gran cosa.

—Hoseok, eres brillante —halagó Yoongi con una gran sonrisa—. Y gracias, pero solo tomaré unos billetes para comprar gasolina. Ya veremos qué hacer con el resto.

El contrario asintió y luego de que Yoongi cogiera un par de billetes volvió a cerrar la caja y la guardó nuevamente debajo de su cama. Decir que Yoongi estaba orgulloso sería menudencia, Hoseok siempre había tenido aquel brillo travieso en sus ojos, era demasiado inteligente, estaba seguro de que lograría cosas grandes tal y como habían dicho sus padres.

Una semana después de ese día salió de casa sabiendo que sería la última vez que pisaría aquel lugar, dejó un camino de gasolina por donde pasaba, su padre se encontraba medio dormido en el sofá, tan ebrio que no podría mover ni siquiera un dedo y su madre dormida en la habitación totalmente ajena a lo que sucedería, eran alrededor de las doce de la noche, apretó el collar que la mujer le había obsequiado años atrás e inhaló profundamente lanzando el encendedor al jardín frontal de su hogar, enseguida el camino de gasolina ardió esparciéndose hasta el interior y así hasta que las llamas se extendieron por el lugar.

No supo que estaba llorando hasta que notó sus ojos húmedos.

Pero aquello solo era el final de un nuevo comienzo.

Volviendo al principio.

Caminó con decisión hasta la casa de Hoseok con el estómago vacío, deseando llegar lo antes posible para probar alguna de las deliciosas comidas que la abuela de su amigo siempre preparaba para ellos. Sin duda cualquiera que le viera ni siquiera podría llegar a imaginar que un inocente niño de catorce años con ojitos gatunos brillantes pudiese haber sido capaz de tal cosa, pero aquí estaba, las apariencias engañan.

— ¿Entonces lo hiciste? —preguntó Hoseok viendo a su amigo desde el suelo en el que tenía un montón de papeles esparcidos, probablemente estudiando otra cosa.

—Sí —respondió el pelinegro con sencillez—. Entendería si ahora me ves como un psicópata y quisieras alejarte de mí.

Se mantuvieron en silencio por varios segundos hasta que el castaño dejó salir una carcajada. Cómo si de verdad no entendiera lo que su amigo acababa de hacer, o no le pareciera lo suficiente malo.

—Yoongi, si hubiese querido alejarme de ti lo habría hecho en el momento en que me dijiste que querías quemar el colegio con todos dentro —comentó burlón el menor.

Yoongi sonrió.

—Siempre estaré contigo. A pesar de cualquiera de tus desbalances psicológicos —sinceró Hoseok con cariño—... Aparte no es como que yo quiera ser un súper héroe.

—Gracias, Hoseok. Yo también estaré para ti, siempre —respondió el pelinegro sin apartar la vista del contrario—. Y mataré a cualquiera que quiera hacerte daño.

—Lo sé —sonrió el castaño—. ¿Y qué se supone que harás ahora?

—Por ahora no lo sé... Pero se me ocurrirá algo.

—Ya hablé con mi abuela, le dije que tus padres se habían ido de la casa, puedes quedarte aquí el tiempo que quieras —ofreció el menor mientras ordenaba los papeles en el suelo.

—Gracias de nuevo, Hoseokie.

Yoongi no tenía claro cómo cumpliría sus objetivos, no sabía por dónde empezar, pero algo le decía que había algo esperando por él, solo debía averiguar qué era.

Ese año transcurrió con naturalidad, vivía con Hoseok, iban a la escuela juntos, había dejado de meterse en tantas peleas —no del todo, pero estaba intentándolo—, seguían siendo solo ellos dos, pero estaban totalmente bien con eso.

Hoseok era cada vez más inteligente y hábil con esa computadora suya, tenían el dinero suficiente para mantenerse a ellos y a la abuela sin ningún problema, Yoongi había descubierto que el cigarrillo era un excelente antiestrés, y poco tiempo después Hoseok también lo descubrió.

Cada vez Yoongi se volvía una persona más fría con el resto de las personas, cada vez menos expresivo y más distante, sólo hablaba con Hoseok, el resto no parecía ser más que simple basura para él y siempre iba con el ceño fruncido como si estuviese maquinando algo en su cabeza a cada hora del día.

Nadie podía si quiera tener una idea del demonio en que se estaba convirtiendo.

Una fatídica tarde de mayo, Yoongi con dieciséis años y Hoseok con quince llegaban a casa luego de un exhaustivo día de exámenes, ya estaban en el último período de clases y su ansiada graduación estaba más cerca que nunca. La imagen que presenciaron en el momento en que atravesaron la puerta fue totalmente inesperada, la señora Jung estaba sobre la alfombra con un charco de sangre a su alrededor, la casa estaba hecha un desastre, los cajones revueltos, los cuadros en el suelo, los adornos rotos y mucho más.

Yoongi lo supo enseguida, aquello no había sido un accidente, mucho menos un simple robo. Aquello era una advertencia.

Hoseok se dejó caer de rodillas junto al cuerpo sin vida de su abuela, lágrimas feroces y llenas de rabia empapaban su rostro, Yoongi permaneció a su lado mientras el chico hipaba y sollozaba desconsoladamente, la señora Jung era la persona más dulce que Yoongi había conocido, el que se hubiese atrevido a hacerle daño, no solo a ella, sino también a su amigo, las pagaría caro, podía jurarlo.

Más tarde ese mismo día se percataron de que se habían llevado la computadora de Hoseok y todo el dinero que guardaban debajo de la cama del castaño. No podrían saber con exactitud quién había sido el responsable de aquel acto, podría haber sido cualquiera de los que Hoseok estuvo robando mediante su computadora en aquellos tiempos, pero sin duda estos no eran criminales comunes, ya que nadie antes había logrado rastrearlos, Hoseok siempre se cubría las espaldas muy bien.

Quizá esta vez había fallado, y las consecuencias las estaban pagando demasiado caras.

—Encontraremos al que hizo esto, Hoseok... Te lo prometo —susurró Yoongi después de varias horas en silencio.

— ¿Cómo? —preguntó el castaño con voz pastosa—. Ya no tenemos la computadora, ni dinero para comprar otra.

—Créeme, encontraré la forma.

La mejor arma de Yoongi hasta el momento siempre había sido confiar en su intuición.

Entre su visión nublada por las lágrimas Hoseok pudo apreciar aquella sonrisa oscura que Yoongi esbozaba ante ciertas situaciones, y de algo estaba seguro, esa sonrisa sólo podía significar problemas, su amigo acababa de hacerle una promesa silenciosamente, e internamente él estaba seguro de que la cumpliría.

La policía se encargó del caso de la señora Jung, obviamente no dijeron una palabra acerca de la computadora ni del dinero, al final el caso se cerró y concluyeron en que sólo había sido un asalto fallido, Hoseok y Yoongi no esperaban mucho más por parte de las autoridades en realidad.

Se llevó a cabo el funeral al que solo asistieron unos cuantos vecinos y viejas amistades de la señora Jung, la familia de Hoseok era bastante escasa y no sabía mucho acerca de ellos al igual que la de Yoongi.

Fueron días tristes, sin embargo el apoyo de Yoongi reconfortaba al castaño recordándole que no estaba tan solo después de todo.

Una noche, un par de semanas después del suceso, decidieron comenzar a moverse si no querían morir de hambre, aún eran bastante jóvenes, ni siquiera habían completado el instituto, conseguir algún trabajo no sería nada fácil.

Los próximos meses la dificultad de la situación solo fue aumentada, tuvieron que dejar el instituto pues apenas y lograban sobrevivir el día a día, en ocasiones debían robar para conseguir algo de comer, nadie quería darles trabajo, en aquel barrio no tenían muy buena reputación, la gente siempre los había mirado con desconfianza y probablemente estaban en todo su derecho.

Yoongi se dedicaba a vagar por las noches entre los bares en busca de algunos de esos viejos ricachones a los que pudiese quitarle algunos billetes a cambio de favores estúpidos como vigilar sus autos o simplemente llenarles el vaso de whiskey.

También había hecho amistad con una de las camareras la cuál le dejaba atender algunas mesas de vez en cuando y quedarse con las propinas a cambio, no era mucho, pero sin duda era mejor que nada.

La situación no tenía pinta de mejorar pronto, pero Yoongi se animaba diariamente para no perder las esperanzas, el estaba decidido a no dejarse morir en las calles como un perro, se lo había prometido a Hoseok y debía cumplirlo.

Yoongi jamás se imaginó que a sus dieciséis años su vida sería tan lamentable.

Veía cosas diariamente que quebrantaban cada vez más su salud mental. Personas siendo asesinadas a sangre fría como si no fuesen más que animales sin valor, niños siendo secuestrados frente a una decena de personas sin que nadie pudiese hacer nada, golpizas a plena luz del día, personas consumiendo estupefacientes hasta perder la consciencia y un sin fin más de cosas que solo veías en los bajos mundos.

Fuera de la vista de todas las personas que vivían plenamente en otras partes de la ciudad.

Él no quería seguir parte de ese mundo.

Esa noche luego de caminar durante largos minutos se acercó a la gastada puerta de un conocido bar, el portero Dylan de descendencia extranjera suspiró al verle y se cruzó de brazos antes de hablar.

—Ya sabes que no puedo dejarte entrar, Yoongi —habló con voz perezosa el tipo, viendo al azabache casi con lástima.

—Sólo será un rato, Dylan. —Trató de persuadirle el menor, sabiendo que si insistía un poco el hombre le dejaría pasar como había hecho tantas veces anteriormente.

—El lugar está abarrotado, Yoon. Los tipos de la pandilla están reunidos.

Yoongi maldijo entre dientes pero aun así no desistió.

—No causaré problemas, ni siquiera notarán que estoy, sólo quiero beber algo. —El pelinegro pateó el suelo cómo un niño, sintiendo que le pesaban las gastadas botas de tanto que había caminado.

El hombre bufó resignado. —No le digas a Dess que te dejé pasar.

Yoongi sonrió triunfante y se adentró en el lugar cuando Dylan le dejó pasar, adentro no había demasiada gente, pero si más de lo habitual, en un par de mesas se encontraban los miembros de la pandilla Blood.

El jefe era un hombre viejo cubierto de canas, sabía que lo llamaban Kim pero no podía saber con exactitud su nombre, su hijo Namjoon siempre iba con él, un chico moreno tal vez de la misma edad de Yoongi, de semblante serio como el de su padre.

La pandilla era respetada, y cada año eran más conocidos que el anterior, no podía saber con exactitud a qué se dedicaban pero sabía que no eran negocios buenos, aun así, mientras no te metieras con ellos, no tendrías problemas.

En cierto punto Yoongi llegaba a envidiarles, viéndolos como si fuesen tan inalcanzables.

Se sentó en la barra y Sora, su amiga la camarera, le saludó como lo hacía habitualmente.

— ¿Que tal todo, Yoon? Hace mucho no venías. ¿Estabas fuera de la ciudad? —preguntó la chica con una sonrisa amable, Yoongi rio.

— ¿Me extrañaste, amor? La verdad, estaba buscando dinero —admitió el menor encogiéndose de hombros y ganándose otra sonrisa por parte de la chica quién ya conocía más o menos algo de su historia.

En aquellos barrios se había extendido el rumor de que él había asesinado a sus padres y a la abuela de Hoseok. Él nunca se molestado en aclararlo, por él podían pensar lo que les diera la jodida gana.

—Claro, te extrañé tanto que te regalaré una cerveza, para que veas que mis sentimientos son reales —bromeó la rubia guiñándole un ojo para después girarse para buscar su bebida—. ¿Dónde está Hoseok?

Yoongi agradeció en un murmuro cuando la chica le entregó la cerveza y meditó un rato antes de responder.

—Está ayudando a Jay con el taller aún, saldrá en unas horas por lo de las carreras.

— ¿Está participando en las carreras? —cuestionó Sora con sorpresa. Yoongi negó antes de darle un trago a su bebida.

—Aún no. Jay no cree que esté lo suficiente preparado aún.

—Oh, ya veo —respondió la rubia mientras limpiaba la barra con un paño húmedo.

— ¿Tienen mucho tiempo en la zona? —preguntó el pelinegro señalando con la cabeza las mesas donde se encontraban los miembros de la pandilla.

— ¿Hm? ¿Los de Blood? Sólo un par de días, al parecer están reclutando gente, aunque no sé qué hacen buscando aquí entre este montón de flacuchos —comentó entre risas la chica haciendo que Yoongi se hiciera el ofendido.

—Eh, yo soy uno de esos flacuchos. —El pelinegro le miro con los ojos entrecerrados y la chica le regaló una última sonrisa antes de volverse para atender a otros clientes.

El chico se tomó el tiempo de examinar el lugar, como si ya no lo hubiese hecho varias veces antes, era un bar sencillo, con mesas y taburetes de madera un poco viejos, humo de cigarrillos baratos y unos cuantos borrachos esparcidos por el lugar.

Yoongi se preguntaba diariamente si su destino sería terminar como aquellos borrachos, entre las calles de Daegu, sucio y andrajoso, sin nadie parte de Hoseok que lo lamentara el día de su muerte.

Había tomado malas decisiones desde muy pequeño, había asesinado a sus padres motivado por un pensamiento egoísta y había decidido quedarse solo en la vida, creyendo que cualquiera que estuviese a su alrededor, saldría lastimado.

Sabía que su estabilidad mental estaba jodida, arrastrar a más personas consigo sería egoísta, sus pensamientos era solo poseer y destruir, nada de sentimientos bondadosos y buenos, nada de amor y mucho menos reciprocidad.

Se había convencido de que solo estaría mejor. Así no arrastraría a nadie a su miseria. Pero ahora su futuro lucía tan incierto que estaba comenzando a temer.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un moreno alto se sentó a su lado tendiéndole una nueva botella de cerveza. Yoongi vaciló antes de tomarla y lo miró con cierto desconcierto. De todas las personas que pudieron haberse acercado a él nunca hubiese considerado a este como una opción.

— ¿Eres Min Yoongi, cierto? —preguntó el contrario. A Yoongi no le sorprendió que supiera su nombre, después de todo era bastante nombrado por aquellas calles.

— ¿Y tú eres Kim Namjoon? —El moreno respondió con un asentimiento—. ¿Que te llevó a acercarte a mí?

Soltó de forma inmediata, tomando quizá un poco por sorpresa al más alto. A Yoongi no le gustaban los rodeos. Durante el silencio se permitió mirarlo de arriba abajo, el muchacho a diferencia de él lucía limpio, con ropa decente y cabello bien cortado, con cierto porte de elegancia que era extraño en los jóvenes de su edad y más por aquellos lugares.

—Creo que te podría interesar la propuesta que tengo para ti. —Namjoon fue directo y Yoongi se mostró realmente interesado.

— ¿Qué propuesta? —El moreno le dio un trago a su propia cerveza antes de hablar.

— ¿Qué te parece ser parte de la pandilla Blood?

Yoongi no sabía que aquellas palabras eran el cambio que tanto había anhelado en su destino.

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