Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3. Nuevos comienzos

"La despedida es una pena tan dulce que diré buenas noches hasta mañana".

- William Shakespeare



Un mes después volvía a mi hogar, aunque ya no tenía sentido llamarlo así. Varias semanas lejos me habían ayudado a casi olvidar lo sucedido. 

Casi.

Al traspasar el umbral de la puerta de entrada el aire se sintió demasiado pesado como para respirarlo, dándome un recordatorio de que aquella casa era sinónimo de rotura, como un vaso de cristal que se resbala entre los dedos de un alcohólico, conteniendo las últimas gotas de whisky.  Pero mi botella no iba a ser reemplazada por otra y la pena seguiría arañando mi cicatrizado pecho.

Está tu habitación tal y como la dejaste, con la ropa encima de la silla y la cama deshecha.

—Una cama bien hecha es sinónimo de ácaros. —Chasqueé la lengua y Annie rió,  revolviendo mi pelo como acostumbraba a hacer.

—Dile a tu pintoresco amigo que puede venir, voy a preparar tortitas para la ocasión. Tú sube a ducharte y quitarte ese olor a hospital, me da nauseas.

Asentí con la cabeza antes de subir las escaleras de dos en dos, deteniéndome en la puerta cerrada que había justo al acabar el último tramo.

Un nudo se me incrustó en la garganta y la angustia me oprimió el pecho. Pasé delicadamente mis dedos por encima de la camiseta,  notando el relieve debajo de ella y el escozor me hizo cerrar los ojos.

—Él no es mi hermano.

Me detuve antes de girar el pomo, respirando profundamente y armándome de valor. Pero al abrir no encontré su estancia,  solo un montón de cajas apiladas en una esquina, ya ni su fragancia de roble y cítrico inundaba lo que en un pasado había sido la habitación de mi hermanastro. Lo único que se mantenía intocable era el techo azul oscuro plagado de puntos blancos que simulaban el espacio.

—Robert tuvo la brillante idea de empaquetar todo y llevarlo a la caridad.

La voz de Annie me sobresaltó, por lo que pegué un pequeño brinco y me posicioné en la esquina opuesta a las cajas, mirando su perfil, el cual estaba cargado de añoranza y remordimientos.

—También pensamos en buscar una nueva casa, ya sabes, comenzar de cero los tres y cerrar las herid...

No dejé que terminara la frase, ya que la abracé lo más fuerte que pude. Ni si quiera yo era capaz de entender el sufrimiento que debería cargar en su interior mientras me sonreía de esa manera tan cálida que siempre me abrigaba en los inviernos más fríos.

Andrew, aquel chico arrogante, drogadicto y lleno de rencor no siempre había sido así.

Aún recordaba como me enseñaba maravillado las estrellas y me hablaba de constelaciones mientras con el dedo dibujaba el recorrido que las formaban.

—¿Ves esas tres que forman una línea recta? —Su voz cargada de sentimiento me puso la piel de gallina y abrí la boca con fascinación—. Pues forman el cinturón del Orión,  un cazador de la mitología griega. Aunque también se le conoce con el apodo de los tres Reyes Magos o las tres Marías.

Hasta la adolescencia había sido un niño dulce y extrovertido amante de la astronomía y de su hermano pequeño, sus dos grandes pasiones como las llamaba él. Andrew me enseñaba el cielo estrellado, sus constelaciones y planetas y yo le hablaba sobre mi deporte favorito, compartiendo hobbies como dos buenos hermanos.

Solíamos ver los partidos de fútbol juntos y siempre me animó a que me apuntara a algún equipo, se me daba demasiado bien y él propulsó mis alas alentándome cada día a ser mejor que el anterior.

Pero para cuando el equipo del instituto me aceptó, Andrew ya no era el mismo, ni si quiera me tenía permitido decir que éramos hermanos, se avergonzaba de mí y asqueado de mis gustos musicales y mi corazón sensible, me empezó a tratar como a un desconocido.

Nunca supe que había ocurrido para que dejara de mirar la noche que se cernía sobre nuestras cabezas o para que decidiera que la mejor diversión era la que le proporcionaba la droga. Pero aunque Andrew no fuera el de antaño, ninguno pudimos imaginar que llegaría a ocurrir aquello, y mucho menos que acabaría con la alegría y felicidad que transmitía Alyson. Si alguien era capaz de hacerle sentir vivo de nuevo, era ella. Sin ninguna duda, muy a mi pesar. Y si no pudo implicaba que nadie más podía.

Limpié las mejillas de Annie mientras ella intentaba recobrar la compostura.

—Podremos empezar de nuevo, mamá.

Besé su frente y agarré sus manos con fuerza. No hacía falta leer su mente para saber que la culpabilidad la carcomía por dentro. Preguntas como "¿qué hemos hecho mal?" o "¿cómo no lo vimos venir?" estarían tan presentes en su pensamiento que no la dejarían pegar ojo por la noche, martirizándose continuamente.

Por suerte mi padre solía ser más lógico y aunque esas cuestiones también le revolvieran por dentro, encontraba siempre la manera de hacer las cosas más sencillas, o en su defecto, comenzarlas con buen pie y otra perspectiva.

—¿Cuándo dices que nos vamos? —Mi voz salió en un leve quejido, intentando romper el silencio sepulcral de aquella habitación carente de vida.

Ella puso sus brazos en jarras, posando la mirada en mi cabello rebelde y más largo.

—Cuando el papeleo de la casa esté listo y recojas el desorden que tienes como habitación ¿te gustaría vivir a las afueras del pueblo?

Asentí con mi cabeza mientras tiraba de ella para salir de la estancia vacía de mobiliario pero llena de sentimientos.

—Todo irá bien, ya verás.

Mostré mis dientes en una mueca que pretendía ser una sonrisa,  porque aunque no estaba seguro de mis palabras, lo único que quería era borrar el dolor que ella sentía dentro, quizá aliviar el mío propio.


—Tío, estás fatal.

Miré a Paul sin entender a qué se refería, jugueteando con el aro de mi labio.

—Es la primera vez que te gano y por paliza.

—Digamos que no estoy en mi mejor momento.

Se rascó la nariz antes de echarse la melena azul hacía atrás, sopesando mis palabras.

—Sé que no tengo el mejor tacto del mundo, pero la vida no se detiene para nadie. Estáis vivos los dos y aunque es una mierda lo que ha pasado debería bastar para al menos, no tirar la toalla.

—Tienes razón. —Mordí mi labio en una pausa prolongada y reí —. No tienes el mejor tacto del mundo.

—Matt. —Se sentó a mi lado —. Estás más delgado y nunca te había visto con esas ojeras tan marcadas, ni si quiera cuando estudiabas para los exámenes de matemáticas.

—Al menos no me quemo el cabello cambiándome el color todas las semanas.

—Joder. —Gruñe —. Lo único que pretendo decirte que no estás solo en esto, que me tienes aquí y que puedo ayudarte a cargar con lo que sientes dentro, para eso estamos los amigos.

—Estoy bien.

Lanzó un largo suspiro, poniendo los ojos en blanco y frotándose las manos.

Volví a prestar atención a la pantalla, intentando hacer los combos perfectos para que no me volviera a ganar, pero mi mente estaba en otro sitio, más específicamente en una mirada gris.

La voz de mi madre nos hizo poner el juego en pausa y disfruté mientras veía a mi amigo devorar las tortitas y relamerse los labios, saboreando la merienda. Después mi madre se sumó al juego de lucha, donde Paul y yo reíamos cuando ella, frustrada, apretaba todos los botones.

—Cuando te mudes avísame —susurró mi amigo —. Es momento de sacar el polvo de la guitarra, y no me vale un no como respuesta.

Me guiñó el ojo y se metió las manos en los bolsillos,  despreocupado, antes de dar media vuelta y marcharse.

Esa noche no dormí, como de costumbre. Mi cabeza iba demasiado rápido, pero Paul tenía razón. El mundo no se detenía para nadie. Pero mi mundo si se había parado, y costaría mucho que volviera a girar.

Hacía un par de años que mi mundo eras tú, Alyson, y sin ti, ¿qué me quedaba? El castigo de los recuerdos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro