Capítulo 9
Cuando me desperté esa vez, estaba sola en la cama. Oh, no. Tragué saliva, mirando a mi alrededor. La almohada olía a él, cosa que me distrajo un momento, pero... ¿dónde se había metido Jack? ¿Se había ido? ¿Otra vez? ¿O...?
El ruido de la ducha. Menos mal.
Mira que eres paranoica, chica.
Volví a dejarme caer en la cama, un poco agotada sin saber por qué, y decidí que no iría a correr por un día. Spencer iba a matarme si seguía sin entrenar. Bueno, tenía tiempo para ponerme en forma en caso de emergencia antes de verlo.
Me puse de pie felizmente y fui a la cocina a hacer café para todos, ya que seguramente ellos no estarían en condiciones físicas de hacerlo por sí mismos después del estreno de Jack. Estaba de buen humor. Seguía sintiendo su beso en la comisura de mis labios. Habíamos avanzado mucho en poco tiempo. Quizá, esa noche volvería dormir a la cama. Nunca había tenido tanta prisa porque fuera de noche.
Estaba tomando el primer sorbo de mi café cuando llamaron al timbre. Le di un trago mientras abría la puerta distraídamente.
Me quedé muy quieta al ver que era el señor Ross.
Durante un momento, los dos nos miramos de arriba a abajo. Él iba vestido tan bien como siempre, pero yo... mierda, iba en mi pijama de siempre. Parecía una vagabunda. Me puse roja al instante, pero el color desapareció de mi cara cuando pasa por mi lado hecho una furia, chocando con mi hombro. Casi se me cayó el café.
—B-buenos días —murmuré, sorprendida, cerrando la puerta.
Él se quedó de pie en medio del salón y miró a su alrededor antes de girarse hacia mí con los labios apretados.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó directamente.
—¿Cuál de los dos?
—Sabes perfectamente cuál de los dos, Jennifer.
Me sorprendió un poco la agresividad de sus palabras.
—Está en la ducha —señalé la puerta, confusa—. Pero, si espera un momento, puedo llamarlo y...
—Déjalo en paz —me cortó con un gesto—. He venido a hablar contigo.
Parecía un poco tenso, pero no decía nada. Me aclaré la garganta.
—Si no le importa, voy un momentito a vest...
—No —me cortó de nuevo—. Siéntate.
Parpadeé, sorprendida por la orden, pero lo hice igual. No quería discutir. Quizá algo estaba mal y por eso se comportaba así. Me senté en uno de los taburetes de la barra y él se quedó de pie con las manos en las caderas. Clavó en mí una mirada que hizo que me encogiera un poco.
—No sabía que habías vuelto —me dijo, y casi sonaba a reprimenda.
Removí mi café lentamente, haciendo tiempo para buscar una respuesta y no parecer idiota.
—Vine hace unas semanas —murmuré.
—Sí, lo sé —me dijo—. Tenía entendido que habíamos llegado a un trato, Jennifer.
—¿Un trato? —repetí, confusa.
—Me dijiste que querías a mi hijo, ¿no? —se acercó—. Dijiste que harías lo que fuera por su futuro.
—Y lo hice —le recordé—. Lo dejé.
—Sí, pero has vuelto.
Me quedé mirándolo un momento, confusa.
—Él ya no está en la escuela de Francia, señor Ross.
—Lo sé perfectamente —su tono era cortante—. Pero has estado viviendo con él, ¿no? Sabes lo mal que está. Tienes que saberlo. A no ser que estés ciega. O que seas tonta.
—Sé perfectamente que este último año no ha sido el mejor de su vida —esta vez me irrité un poco yo—, pero eso no quiere decir que...
—No entiendo por qué has vuelto, Jennifer. ¿Quieres que empeore? ¿Es eso?
—Volví para estudiar, no para...
—¿Y necesitas hacerlo aquí? ¿Tienes que vivir justo aquí? ¿No hay una residencia de estudiantes?
—Bueno... sí, pero...
—¿O es que aquí te lo pagan todo y ahí no?
Parpadeé justo antes de fruncir el ceño.
—Se está pasando de la...
—¿No ves que estás haciendo que Jack empeore, Jennifer?
Se acercó a mí y se sentó en el taburete que tenía delante, poniéndome una mano en el hombro. Sus ojos estaban inundados de preocupación cuando lo apretó un poco y decidí bajar mi nivel de enfado.
—¿No te has dado cuenta? —repitió.
Bueno, quizá estaba alterado porque se preocupaba por él. Apreté un poco los labios. No debería enfadarme con él.
—Creí que había mejorado —murmuré.
—No ha mejorado, Jennifer. Lo sabes bien.
—Sí, sí lo ha hecho. Él... anoche durmió aquí y... hace unas noches que...
—Solo quiere que creas que ha mejorado, pero ha empeorado. Muchísimo. Al principio, no entendía por qué. Después, te vi aquí y todo tuvo sentido.
Suspiró largamente y yo lo miré sin comprender nada de lo que me decía.
—Sé que tus intenciones son buenas —me dijo lentamente—. Sé que sigues sintiendo algo por él. Algo muy fuerte. Pero... tu presencia no ayuda, Jennifer. De hecho, empeora las cosas.
»Mi relación con Jack mejoró muchísimo gracias a ti. Siempre te estaré agradecido por ello. Y mi mujer también. Por primera vez en nuestras vidas, viene a visitarnos de vez en cuando y podemos mantener conversaciones sobre nuestras vidas sin terminar en discusiones. Es precisamente gracias a todo lo que me cuenta... que sé que tu presencia aquí no es algo que debamos prolongar.
Hizo una pausa y suspiró.
—Siento en el alma tener que pedirte esto, Jennifer, de verdad, pero.. quiero que te vayas a vivir a la residencia.
Me quedé mirándolo, perpleja.
—Por el bien de Jack. Y por el tuyo. Ahora mismo, no tenéis una relación sana. Os hacéis mucho daño el uno al otro.
—Pero...
—Si el problema es el dinero, puedo ayudarte. Es lo mínimo que puedo hacer.
Estaba tan sorprendida que no me di cuenta de que me había quedado mirándolo con los labios entreabiertos.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Yo... creía que había mejorado —murmuré.
—Jennifer, tú solo has conocido a Jack en su periodo bueno —me dijo lentamente—. Yo he estado con él toda su vida. En su periodo malo, puede llegar a ser un muy buen mentiroso.
—Pero... yo... yo creía... —sacudí la cabeza—. No. Él ha mejorado. Lo sé. Lo conozco.
Por primera vez, pareció que él perdía un poco la paciencia.
—¿Lo conoces? —repitió—. ¿De qué? ¿De los tres meses que estuvisteis juntos? He tenido dolores de cabeza más largos, por el amor de Dios. Sois unos críos. No conocéis nada el uno del otro. No os conocéis ni a vosotros mismos.
—No es cuestión de tiempo, señor Ross —aparté su mano de mi hombro, haciendo que frunciera el ceño—. Es cuestión de... de muchas otras cosas.
—¿De qué otras cosas? ¿No me dijiste que te importaba su bienestar?
—¡Y me importa!
—¡Entonces, deja de intentar arruinarle la carrera! —me espetó—. ¿No ves que eres una distracción? ¡No eres más que eso! ¡Desde que has decidido... volver a complicarle la vida... se ha saltado más de cinco entrevistas con empresas importantes! Y solo por pasar más tiempo contigo. Esto es ridículo.
Espera, ¿qué?
¿Cuándo había hecho eso?
—Jack es un adulto —remarqué, a la defensiva—. Y tiene a su manager para que se preocupe de esas cosas. Él sabe...
—¡Él no sabe nada, igual que tú! —el señor Ross negó con la cabeza—. ¿Quién te crees que eres, Jennifer? ¿Crees que podrías hacerlo feliz? ¿De verdad te lo crees?
Iba a responder de malas maneras, pero me detuve en seco.
—¿Eh?
—¿Crees que podrías hacerlo feliz? —repitió, remarcando cada palabra—. ¿Más que Vivian?
—¿Vivian? —seguí repitiendo como una idiota.
—Sí, Vivian. Esa joven tan prometedora que ha estado interesado en él desde el día en que se conocieron. Y todos sus seguidores quieren que estén juntos. Te odiarían si te metieras en medio, querida. ¿Y sabes la popularidad que daría a Jack una relación entre ellos? ¿Te puedes hacer a la idea de lo famoso que sería?
Me había quedado sin palabras. No me había dado cuenta de que estaba de pie. Él también se puso de pie y se acercó, señalándome.
—Pero, claro, Jack no ha querido saber nada de ella en todo este tiempo. Incluso estuvo a punto de rechazarla como su actriz principal. Y todo porque piensa... en ti —puso una mueca, como si eso fuera horrible—. Eres una distracción, Jennifer. Una demasiado grande.
—Jack es famoso por su talento —remarqué, enfadada—. No por salir con una actriz cualquiera.
—¿Y cuánto crees que durará su carrera solo por su talento? —preguntó, frustrado.
—¡Mucho! —fruncí el ceño—. ¡Yo creo en él!
—¡Ni siquiera has visto su película, por el amor de Dios!
—¡No lo necesito, confío en él y sé que sabe perfectamente lo que hace! ¡No necesita empezar a salir con una actriz cualquiera para que su carrera continue! ¡Y usted debería confiar más en su hijo!
Él se quedó en silencio un momento, mirándome fijamente. Por un instante, creí que iba a darse la vuelta y a marcharse, pero se limitó a apretar los labios y a buscar algo en su bolsillo. Observé lo que hacía con confusión, todavía enfadada.
—¿Cuánto? —preguntó, abriendo una libreta.
Parpadeé, confusa.
—¿Cuánto qué?
—Vamos, Jennifer, ¿cuánto quieres por alejarte de él? Los dos sabemos por qué estás todavía aquí —apuntó algo en la libreta—. ¿Dos mil? ¿Tres mil?
Entonces, entendí lo que hacía. Era una maldita chequera. Y estaba ofreciéndome dinero por alejarme de Jack.
Tuve que parpadear varias veces para cerciorarme de que eso estaba pasando de verdad y no estaba soñándolo. Él seguía mirándome con una ceja enarcada. Yo sentí que se me apretaban los puños por la rabia.
—Fuera —murmuré.
—Muy bien —suspiró, ignorarme—. ¿Diez mil?
—¿Diez...? —sacudí la cabeza, perpleja—. ¿Por qué hace esto?
—Porque quiero lo mejor para Jack. Y lo mejor no eres tú, querida. ¿Veinte mil?
Tragué saliva con fuerza, negando con la cabeza.
—¿Realmente cree que sigo aquí por el dinero?
—No voy a subir la cifra, Jennifer.
—¡Fuera de aquí!
—Lo siento, querida, pero esta sigue siendo la casa de mi hijo.
—¿Qué...? —negué con la cabeza—. ¿Realmente se cree que voy a caer en el mismo error dos veces?
—¿Qué error?
Me quedé helada cuando escuché la voz de Jack en el pasillo. Él estaba de pie ahí, mirándonos. Estaba vestido, pero seguía teniendo el pelo húmedo. No hacía mucho que había salido de la ducha. Me pregunté hasta qué punto de la conversación había escuchado.
El señor Ross se giró hacia él, mucho menos seguro que cuando me había mirado a mí. Yo también había perdido el color en la cara, estaba segura. Y Jack nos miraba fijamente con los labios apretados. Durante unos segundos, solo miró a su padre y a la chequera que tenía en la mano. Después, me miró a mí.
—¿Qué error? —repitió.
No sabía qué decir. Me había quedado en blanco. Miré al señor Ross, que pareció haber vuelto a la realidad.
—Solo he venido a felicitar a Jennifer por su cumpleaños —replicó él con voz sorprendentemente natural—. Es hoy, ¿no?
Noté la mirada de Jack clavada en mí cuando asentí lentamente con la cabeza.
—Mary quería venir a decirte algo, pero no ha podido —él se encogió de hombros—. Ya sabes, cosas de trabajo y...
—¿Qué es eso? —lo cortó Jack.
Los dos miramos la chequera. El señor Ross sonrió.
—Bueno, no conozco muy bien a Jennifer. Había pensado en darle un poco de dinero para que ella misma se comprara lo que quisiera. ¿Quinientos dólares están bien?
No esperó una respuesta. Escribió la cifra y me extendió el cheque, que yo no recogí.
—Feliz cumpleaños —me sonrió él.
Jack me miraba fijamente. Sabía que algo iba mal. Era evidente. Pero... ¿cómo se lo decía? Mierda, ¿por qué era todo tan complicado?
Agarré el cheque con la convicción de que iba a quemarlo. El señor Ross aumentó su sonrisa y me puso una mano en el hombro, demasiado cerca del cuello. Esta vez, el apretón fue un poco menos suave y amigable que el otro. De hecho, hizo que contuviera la respiración por un momento.
—Pasa un buen día —me dijo en voz baja.
Cuando me soltó, tragué saliva con fuerza, mirando el cheque. Casi tenía ganas de llorar.
—Y tú también, hijo —le dijo a Jack a modo de despedida.
Escuché sus pasos hacia la puerta y no levanté la cabeza cuando se marchó, dejando un silencio muy incómodo tras él. Respiré hondo y me esforcé por una mirada natural cuando volví a girarme hacia Jack. Él no se acercó, solo me miraba fijamente.
—¿Crees que todavía tengo tiempo para salir a correr? —pregunté.
Jack no respondió, pero noté su mirada clavada en mi espalda cuando fui rápidamente hacia la habitación, donde rompí el cheque por la mitad y lo lancé a la basura.
***
Al menos, Jack se olvidó del tema porque seguía siendo mi cumpleaños. Naya y Will me estrujaron en un abrazo colectivo al verme, felicitándome. Sue se limitó a murmurar un felicidades y Chris sorbió nariz, diciéndome que esperaba que fuera más feliz que él. Curtis no le había hablado en dos días y volvía a estar deprimido.
No estaba muy sorprendida de que mis hermanos no me hubieran llamado todavía. Seguro que la única que se acordaba era Shanon, y ella no podría llamarme hasta la noche. Entonces, avisaría a todo el mundo, que me llamaría fingiendo que se había acordado durante todo el día y habían estado muy ocupados. En fin, la familia, ¿no? Los quería igual. Yo también era un desastre con los cumpleaños.
Realmente pensé que todo lo de la fiesta era una tontería que no se llegaría a hacer, pero me di cuenta de que no sería así cuando Naya entró en casa cargada de bolsas de la compra. Había más alcohol ahí que en el supermercado. Negué con la cabeza cuando intentó disimular diciendo que era por su embarazo.
—Si tú no puedes beber —le dijo Mike con una mueca, llenándose la boca de golosinas que también había comprado.
Naya abrió la boca y volvió a cerrarla. Will negó con la cabeza.
—Eres la peor disimulando.
Al final, no había llamado a los de mi clase. Prefería una cosa más íntima. Y yo lo agradecí. Seríamos nosotros, Curtis y Lana. Los de siempre, supongo.
Jack llegó a la hora de cenar, cuando todo el mundo acababa de llegar y Curtis me estrujaba en un abrazo de oso.
—¡Felicidades! —me exclamó Curtis, sin soltarme—. Estás sensssacional.
—Hola, Charlie —le enarcó una ceja Jack, como siempre.
Curtis se separó y sacudió la cabeza, sonriente.
—Bueno, bueno —Naya levantó unas cervezas—, ¿quién quiere beber algo?
Todo el mundo se abalanzó hacia el alcohol menos Jack y yo. Vi que él apretaba los dientes mirándolos y se sentaba en el sofá. Me acerqué y pillé dos refrescos, dándole uno al sentarme a su lado. Él no me miró, pero se lo abrió y le dio un trago. Vi, de reojo, que Naya hacía un ademán de abrirse una cerveza.
—Dame eso —Will le puso mala cara, bebiéndosela él.
—Ugh, odio esto —murmuró ella.
Sonreí, negando con la cabeza. Todo el mundo estaba sentado en los sofás y sillones. Naya, Lana y Will estaban en uno. Lana tocaba la tripa inexistente de Naya. Sue y Mike cuchicheaban en los sillones mirando de reojo a Curtis y Chris, que hablaban en la cocina. Chris estaba rojo mientras Curtis sonreía por algo. Jack y yo estábamos en el otro sofá. Él puso una mueca cuando Naya cambió de canción.
—¿Quién le ha enseñado cultura musical a esta mujer? —preguntó con una mueca.
—La radio, probablemente —murmuré, viendo como ella y Lana se peleaban por el control del monopolio de la música.
—Bueno, eso estaba claro.
—No todo el mundo tiene un buen profesor que les enseñe estas cosas —bromeé.
Él me miró de reojo.
—Sí, todavía me acuerdo de cuando no conocías ni a Simba.
—Ahora forma parte de mi vida diaria.
Él sonrió y yo estuve a punto de hacerlo, pero mi móvil había empezado a vibrar. Menos mal que no le enseñé la pantalla, porque me quedé helada al ver el nombre de Monty en ella.
Oh, genial, ¿y ahora qué quiere este idiota?
Le dediqué a Jack una sonrisa de disculpa, pero noté su mirada en mi nuca cuando me puse de pie y me alejé un poco, respondiendo en voz baja. Gracias a la música, estaba casi segura de que no podía oírme. Al menos, eso esperaba.
—¿Qué quieres? —pregunté directamente.
Monty se quedó un momento en silencio.
—Hola a ti también —sonó un poco molesto.
—Te he hecho una pregunta.
—Solo quiero felicitarte. Es tu cumpleaños.
—Gracias —dije secamente.
—Jenny, en serio, ¿por qué tienes que ser tan inmadura con esto?
—¿Inmadura? —repetí.
—Solo quiero felicitarte. Quiero que seamos amigos.
—No éramos amigos ni saliendo juntos, ¿quieres serlo ahora?
—Vale, ¿puedes olvidarte de nuestra relación?
—No, no puedo.
—Vale, pero podemos hablar de...
—Monty, enserio, ahora mismo no quiero hablar contigo. Estoy ocupada.
—Pero...
—Gracias por felicitarme.
Colgué y me di la vuelta. El alivio fue inmenso cuando vi que Jack estaba ocupado mirando a su hermano con una ceja enarcada. Mike se había subido a la mesita y estaba bailando con la música. Sue ya había sacado el móvil para grabarlo todo.
—A este paso, seré más famosa que Pewdiepie.
Volví a mi lugar y vi que Naya le hacía un gesto para que se bajara.
—¡Venga, fuera!
—¡Es mi momento!
—¡No, es el momento...! —Naya sonrió ampliamente— ¡...de los juegos!
Casi me atraganté.
—¿De los juegos?
—Sí, mira —ella apartó a Mike de malas maneras, que volvió a su lugar de brazos cruzados—, he pensado que podríamos jugar a verdad o reto.
Oh, eso sonaba como que iba a terminar tan mal.
—Yo me apunto —sonrió Lana.
—Y yo —Sue sonrió ampliamente—. Siempre y cuando pueda hacer preguntas malvadas.
—Yo me apunto con la condición de que alguien me rete a bailar —protestó Mike.
—Venga, yo también jugaré —dijo Will.
—Y yo —dijo Jack, para mi sorpresa.
Curtis y Chris se acercaron, sentándose en la alfombra junto a la televisión.
—Nosotros también —dijo Curtis.
Todos me miraron en busca de una respuesta. Abrí la boca para decir algo.
—¡Genial, entonces jugamos todos! —Naya agarró la botella vacía de Lana y la puso sobre la mesa, haciéndola girar.
La botella dio tres vueltas antes de detenerse en Sue, que puso una mueca.
—¿En serio? —puso una mueca.
—¿Verdad o reto? —le preguntó Naya.
—Verdad.
—Mhm... —Naya lo pensó un momento—. ¿Con cuántos chicos has tenido sexo?
Sue lo consideró. Ahora que lo pensaba, ¿Sue alguna vez había hablado de parejas o algo así?
—Besarse no cuenta como sexo, ¿no? —preguntó ella.
—No —aseguró Curtis.
—Pues con ninguno.
Hubo un momento de silencio. Ella frunció el ceño.
—¿Por qué me has preguntado tan específicamente? —preguntó—. ¿No puedo haber tenido sexo con chicas?
—Muy bien, ¿con cuántas chicas has tenido sexo?
Volvió a considerarlo.
—Supongo que los besos siguen sin contar.
—Así es.
—Oh, entonces... solo con sesenta y cinco.
Silencio.
Jack, a mi lado, se atragantó con el refresco.
—¿Setenta y cinco? —repetí, incrédula.
—Sí, ¿qué pasa?
—Pero... —Naya también parecía completamente descolocada—. ¿Cuándo...?
—Que no hable de mis ligues no quiere decir que no existan —Sue levantó una ceja y se tomó un trago de la botella.
—Entonces, ¿eres lesbiana? —preguntó Mike, parpadeando varias veces.
—Yo no he dicho eso.
—Acabas de decir...
—He dicho que he tenido sexo con chicas, no que solo me gustaran ellas.
Mike suspiró y se dejó caer en la butaca, cerrando los ojos.
—Creo que voy a tomarme un momento para imaginarme eso y... —se detuvo abruptamente, mirándola—. Un momento, ¡¿has estado con más chicas que yo?!
—Y que yo —Curtis asintió con la cabeza.
Miré de reojo a Jack, que fingió que veía una pelusa en su pantalón y la apartó con un dedo. Negué con la cabeza y me volví a centrar en el juego.
—Bueno —Sue se inclinó hacia delante—. ¿Qué pobre alma podré torturar hoy?
Ella dejó que la botella girara hasta que apuntó directamente a Curtis. Él sonrió ampliamente.
—Dame un reto, Sue.
—Eso está hecho —ella lo consideró un momento—. Mhm... ¿algo que aportar, agente Mike?
Mike se inclinó hacia ella y le dijo algo al oído. Sue sonrió malévolamente.
—Dale un beso a Chrissy.
Chris puso mala cara.
—¡No me llaméis...!
Se detuvo abruptamente cuando Curtis le agarró la cara con una mano y le dio un beso que, de haber sido posible, lo hubiera embarazado. Cuando lo soltó, Naya, Lana y yo aplaudíamos, divertidas.
Curtis hizo girar la botella, que dio directamente en Mike. Él sonrió como un angelito.
—Verdad.
—¿Verdad? —Jack negó con la cabeza—. Serás aburrido.
—¡Verdad! —repitió Curtis, pensativo—. Mhm... has dicho que has estado con muchas chicas, pero... ¿te ha llegado a gustar alguien? ¿De verdad?
Mike se tomó un trago solemne de su cerveza antes de asentir con la cabeza.
—Solo una. Pero no he hecho nada con ella —pareció extrañamente tenso por ello mientras se acercaba y giraba la botella de nuevo.
Me giré instintivamente hacia Sue dispuesta a esbozar una sonrisa malvada, pero me detuve cuando vi que ella me estaba mirando y apartaba la mirada enseguida. ¿Qué...?
No pude centrarme en ello. Las rondas siguieron y yo tuve suerte cuando solo me tocó con Will, que me retó a beberme toda una cerveza en menos de un minuto. Casi vomité, pero lo hice. Ya casi estaba aliviada porque no me tocara —e iba un poco contenta por lo de la cerveza en un minuto— cuando Lana giró la botella y me tocó a mí.
—No seas aburrida —me dijo Mike—. Elige reto.
Miré a Lana con una mueca.
—No serás muy mala, ¿no?
—¿Eso quiere decir que eliges reto?
—Mhm... sí, vale.
Vi que ella miraba a Jack y luego a mí y me tensé por completo cuando intercambió una sonrisa cómplice con Naya. Jack les frunció el ceño. Yo tragué saliva.
—Vale, hagamos una cosa —murmuró Lana, agarrando la baraja de cartas de la mesa—. Tienes que coger una carta y decirnos la verdad o mentirnos sobre cuál es. Si no adivinamos si es verdad o mentira... tú puedes poner un reto.
—Si lo adivinamos —Naya sonrió—, nosotros te lo ponemos.
—¿Solo tengo que haceros creer que es una carta que no es? —pregunté, confusa.
—O decirnos la verdad haciéndonos creer que es mentira —señaló Sue—. La cosa es hacer que nos equivoquemos, ¿no?
Me estiré y agarré la baraja. Tenía todos los ojos clavados en mí cuando separé una carta del resto y la miré de reojo. El tres de corazones.
—Mhm... —sonreí y levanté la cabeza—. El seis de tréboles.
Hubo un momento de silencio cuando todo el mundo me analizó.
—Mentira —me dijo Jack sin molestarse en mirarme. Estaba ocupado rasgando la etiqueta del refresco con el dedo.
Era la primera vez que participaba en todo el juego. Le entrecerré los ojos.
—¿Qué te hace pensar que es mentira?
—Lo es —se encogió de hombros.
—¿Es mentira? —preguntó Chris, sorprendido.
Levanté la cara y se la enseñé. Vi sonrisitas divertidas.
—Bueno, puedes volver a intentarlo —Lana puso los ojos en blanco.
Agarré otra carta. El nueve de picas. Vale, iba a volver a mentir.
—El ocho de...
—Mentira.
Miré a Jack con los labios apretados.
—¡Ni siquiera he podido terminar!
—No era necesario —sonrió él, un poco divertido al ver mi irritación.
—¿Ha vuelto a acertar? —preguntó Will, claramente entretenido con la situación.
—¡Pues sí! —me dio igual, agarré otra carta cualquiera. El as de picas—. El as de picas.
Jack me miró un momento, pensativo. Yo enarqué una ceja.
—Verdad.
¡Venga ya!
—Ha vuelto a acertar, ¿no? —Curtis también se lo pasaba en grande.
No respondí. Escondí la estúpida carta de un golpe y Jack sonrió cuando saqué otra con un poco más de irritación de la necesaria. El cinco de corazones. Me centré en mantener una expresión serena al clavar los ojos en los suyos.
—Cinco de rombos.
Él sonrió, sacudiendo con la cabeza.
—Mentira.
—¡Pues... era verdad! —miento.
—Otra mentira.
—¡No estoy mintiendo!
—Y otra mentira.
Frustrada, dejé la carta sobre la mesa y me crucé de brazos.
—No quiero seguir jugando a esto.
—¿La niñita no sabe perder? —sonrió Jack, divertido, recogiendo las cartas que había tirado sobre la mesa.
—Seguro que las estaba viendo.
—No hacía falta.
—No hacía falta —lo imité, irritada.
Él se rio, divertido, pero no dijo nada más.
—Bueno, ¿cuál es su reto? —preguntó Chris a Lana—. Porque está claro que ha perdido.
Ella me miraba, pensativa. Naya tenía la misma expresión.
—Se me ocurre algo, pero creo que me matará si lo proponemos —escuché que susurraba Naya a Lana.
—Yo tengo uno —dijo, para mi asombro, Jack.
Todo el mundo se quedó mirándolo con mi misma expresión.
—¿Cuál? —preguntó Lana.
—Tienes que ver una película de terror —me dijo Jack, enarcando una ceja.
Mi cara pasó al instante de la confusión al horror.
—No —empecé, negando con la cabeza frenéticamente.
—¡Yo quiero ver una película de terror! —exclamó Mike, entusiasmado.
—Yo no —Naya puso una mueca.
—Yo sí —Curtis sonrió ampliamente.
—Pues decidido —murmuró Jack, alcanzando el mando.
—¡Eh! —lo detuve, asustada—, ¿cómo que decidido? ¡No todo el mundo ha hablado! Y mi voto vale por dos. Es mi cumpleaños.
—El mío vale por dos, también. Es mi casa.
—El mío vale por tres. Esa mantita es mía.
—El mío por cuatro. La televisión es mía, y el sofá donde has posado tu bonito culo de dimensiones insuficientes, también —me dijo tan tranquilo—. ¿Podemos seguir?
Le puse mala cara mientras los demás se reían y empezaban a colocarse. No me gustaba eso. Lo de la estúpida película. Me crucé de brazos para demostrar mi enfado, pero nadie me hizo mucho caso. Curtis y Chris se sentaron a los pies del sofá de Naya y Will, que se han tumbado abrazados. Lana se quedó con los de abajo. Sue y Mike se peleaban por las palomitas. Y yo, por otra parte, estaba intentando no ponerle mala cara a Jack mientras él elegía la estúpida película.
—Te odio —murmuré.
—Más quisieras —dijo sin mirarme—. A ver... ¿la basada en hechos real...?
—¡No! —dije enseguida—. No, no, no. Esa no.
—Es sobre una muñequita bonita, Jen.
—¿Eso es... bonito? —pregunto con una mueca—. ¡Es horrible!
—Sí, se llama Annabelle. Quiere ser tu amiguita.
Le puse mala cara cuando me di cuenta de que se reía abiertamente de mí. Él pasó de película y terminó dejándome elegir al azar.
—Esa, que es antigua y no dará miedo —sonrío ampliamente.
—¿Esa? ¿El resplandor? —pareció un poco escéptico—. Creo que te dará más miedo del que crees ahora, Jen.
—Tranquilo, Jackie, estoy aquí por si te asustas.
Sonrió, negando con la cabeza.
—Tú lo has querido. Kubrick te hará llorar de miedo.
Al principio, la película no me pareció la gran cosa. De hecho, ni siquiera me acerqué a Jack como hacía con la otra, en busca de un ser vivo que me protegiera de los espíritus de monjas malvadas.
Sin embargo, al cabo de un rato...
—¿Qué hace? —pregunté precipitadamente, clavándole los dedos al pobre Jack en el brazo—. ¿Por qué se mete ahí? ¡No te metas ahí, idiota!
—Sabes que no puede oírte, ¿no? —preguntó Curtis, mirándome.
—Cállate.
Pero no podía callarme. Cuando vi al niño yendo en triciclo por el pasillo y encontrándose a otras dos niñas ahí en medio, me pegué a Jack y subí la manta hasta que me cubrió todo menos los ojos y la frente. Me encogí contra él, esperando el susto. Él me dio una palmadita en la espalda, divertido.
—¿Quieres? —me ofreció, burlón, unas golosinas.
Con el manotazo que le di a la bolsa, malhumorada, no sé cómo no salieron volando. Él se rio suavemente y siguió comiendo mientras yo le clavaba los dedos en el brazo.
La película terminó y yo respiré hondo de nuevo. El malo estaba muerto. Bueno, era un alivio. Vi que había dejado el brazo rojo a Jack con las marcas de los dedos, pero él no había protestado ni una sola vez.
—Bueno, ahora que hemos terminado con esto taaaan entretenido, ¿podemos abrir ya el alcohol? —preguntó Mike.
Sonreí, negando con la cabeza. Seguía un poco traumatizada. Y enfadada porque Shanon, mamá o alguien no me hubiera llamado. Como si me hubieran escuchado, mi móvil empezó a sonar en la mesa y esbocé una sonrisa de oreja a oreja al ver que era mamá. Los dejé a su aire mientras me separaba, respondiendo al móvil.
—Dos minutos más y no te da tiempo a felicitarme —le dije, perdiendo un poco la sonrisa.
—Cielo, se me había olvidado, lo siento mucho...
—¿Puedes creerte que me han hecho ver una película de terror? —miré de reojo a Jack, que sonrió como un angelito—. De un señor loco que perseguía a su hijo con un hacha.
—Jennifer...
—¡Y nadie me ha llamado todavía! De la familia, digo. ¡Eres la primera! ¡Y, técnicamente, ya casi no es mi cumpleaños! ¡Tienes unos hijos horribles!
—Jennifer, cariño...
—Ni siquiera Shanon, que suele ser la primera.
—Shanon está conmigo.
Fue entonces cuando me di cuenta de que su voz no era alegre, como siempre. De hecho, no sonaba como mamá. Sonaba como... como alguien demasiado triste como para ser mamá.
—¿Pasa algo? —perdí mi sonrisa de golpe.
—Cielo, yo... lo siento mucho, ojalá no tuviera que decirte esto hoy, pero... la abuela ha muerto, Jennifer.
Por un momento, la frase se quedó flotando en el aire. Me quedé mirando fijamente la pared que tenía delante. Toda la alegría evaporándose de mi cuerpo. De pronto, ya no oía a los demás detrás de mí, discutiendo por la comida y por la música. Solo oía mi propio corazón como si latiera con demasiada lentitud.
—¿Q-qué? —pregunté en un hilo de voz.
—Jennifer, cariño, lo siento mucho. Ha... ha sido muy repentino y...
—Pero... dijiste que estaba bien —noté que mi voz temblaba por la mezcla de sentimientos que se estaba agolpando en mi interior. Me escocían los ojos—. M-me lo dijiste. Dijiste que estaba bien.
—Eso creían los médicos. Ha sido todo tan... repentino. Oh, cielo... yo... lo siento mucho, Jennifer. Sé que la querías mucho. Te hemos comprado unos billetes para mañana por a noche para que puedas venir a despedirte de ella y...
Pero yo ya no escuchaba. Me había quedado en blanco. Me quedé mirando fijamente la pared como si estuviera soñando. No salí de mis cavilaciones hasta que noté que alguien se colocaba a mi lado. Jack apareció en mi campo de visión con expresión confundida. Parpadeé varias veces cuando me sujetó el mentón para poder verme mejor.
—¿Qué pasa? —preguntó, devolviéndome a la realidad.
Al ver que no iba a responder, me quitó el móvil de la oreja con suavidad y se lo llevó a la suya. Me miró de reojo al decir algo, pero no podía oírlo. No podía estar muerta. No podía estar muerta. Era imposible.
Vi el momento exacto en que Jack se enteraba. Cerró los ojos un momento y luego me miró, tragando saliva. Quitó la mano de mi mentón y la puso en mi nuca para acercarme hacia él. Noté que me rodeaba con un brazo mientras seguía hablando con mi madre con el otro. Cerré los ojos al notar su corazón latiendo bajo mi mejilla.
No podía estar pasándome esto. No a ella. No a mí.
—Ven conmigo —escuché que me decía Jack de repente.
Dejé que me guiara hacia el pasillo y noté que giraba la cabeza hacia ellos en el proceso.
—Se acabó la fiesta, recoged todo esto.
No hubo protestas, así que supuse que su cara debía decirlo todo. No se detuvo hasta que llegó a la habitación. En cuanto cerró la puerta, fue como si volviera a la realidad. La realidad en que mi abuela había muerto sin que yo estuviera presente.
Él se había alejado de mí para apartar las sábanas de la cama. Cuando se dio la vuelta y vio que se me llenaban los ojos de lágrimas, se quedó paralizado un momento.
—Joder, lo siento mucho, Jen —murmuró, acercándose rápidamente y rodeándome con los brazos—. Estoy aquí, tranquila. Lo siento mucho.
No supe qué decir. Noté que me ardían los ojos y la garganta y empecé a llorar. Agarré su camiseta en dos puños, notando que mis propios hombros se agitaban. Él me apretó con más fuerza y yo hundí la frente en su pecho, sin poder dejar de llorar.
—E-está m-muerta —murmuré, entre hipidos, ya un buen rato más tarde, cuando me había metido en la cama con él—. N-no... no volveré... no v-volveré a verla nunca... no... no volveré a ha-hablar con ella.... nunca.
—No pienses eso ahora —murmuró, girándose para agarrar otro pañuelo y pasármelo.
En realidad, no sabía cuánto tiempo había pasado. Solo sabía que estaba sentada en sus piernas con la cara enterrada en su cuello mientras él tenía la espalda apoyada en el respaldo de la pared y me acariciaba. Y no podía dejar de llorar. Por mucho que lo intentara.
—Lo... lo s-siento, yo...
—No te disculpes —casi pude ver que fruncía el ceño—. No por eso. Llorar no es malo.
Y, claro, eso me hizo llorar más, pero por una razón muy distinta. Me aferré a él con ambos brazos y noté que me apretaba más, besándome el pelo.
De nuevo, no sé cuánto tiempo pasó entre hipidos, llantos, pañuelos y abrazos. Creo que llegué a quedarme dormida en algún momento y me había vuelto a despertar. Me sentía como si me hubieran atropellado tres veces. Tenía todos los músculos tensos y agotados. Al menos, había dejado de llorar. Ahora solo tenía la mejilla en el hombro de Jack y miraba fijamente cualquier punto de la habitación.
Jack notó que había dejado de llorar y me sujetó la cara para mirarme mejor. Cuando la sostuvo delante de él, puse una mueca.
—No me mires ahora —protesté en voz pastosa—. Estoy horrible.
—Bueno, tienes los ojos y los labios rojos e hinchados —él pasó los pulgares bajo los ojos y me di cuenta de que todavía tenía las mejillas húmedas—. Pero no creo que horrible sea la palabra.
Estuve a punto de sonreír. A punto.
—Deberías comer algo —añadió.
—No tengo hambre.
—Jen, son las ocho, deberías...
—¿Qué? —me detuve en seco—. ¿Qué hora es?
—Las ocho.
—¿Me he pasado toda la noche así? —casi me entraron ganas de llorar otra vez.
Él lo notó enseguida, porque volvió a colocarme las manos en las mejillas.
—No pasa nada.
—¿No has dormido?
—No pasa nada —repitió más firmemente—. Ven, vamos a comer algo.
Tiro de mi cintura para ponerme de pie con él, pero yo tenía mala cara.
—Jack, no tengo...
—Ven aquí —insistió, agarrándome la mano.
Lo seguí sin muchas ganas. La cabeza me daba vueltas. Al llegar a la cocina, me obligó a sentarme en la barra y me di cuenta de que todos los demás estaban despiertos. Will, Naya y Chris estaban en la cocina, mientras que Sue y Mike ocupaban todos los taburetes. Y todos me miraban con la curiosidad en los ojos.
Claro, ellos no sabían qué había pasado.
Miré a Jack en busca de ayuda y él me la dio al instante.
—Su abuela se ha muerto —murmuró.
Hubo un momento de silencio y vi que Sue y Mike intercambiaban una mirada. La primera en acercarse fue Naya con un puchero. Me estrujó en un abrazo que me dio la vida de nuevo.
—Lo siento mucho, Jenna —me dijo sin soltarme.
Los demás también me abrazaron. Y, después de eso, estuvieron toda la mañana conmigo pese a que no era la mejor compañía del mundo. No había vuelto a llorar, pero seguía teniendo la cabeza hecha un lío. Y lo peor era que, en unas pocas horas, iba a tener que subirme a un avión para enfrentarme a todo eso otra vez. Y tendría que pasar tres días ahí, en casa de papá y mamá. Con toda la familia llorando. La perspectiva hacía que quisiera llorar todavía más.
Jack, Naya y Will fueron los que quisieron llevarme al aeropuerto. Los demás me dieron abrazos en el piso. Sue me dedicó una mirada apenada y me aseguró que vendría si no fuera porque no se fiaba de dejar a Chris y Mike solos. Me sacó una pequeña sonrisa.
Vi a Jack aparecer por el pasillo colgándose una mochila del hombro. Mi mochila. Me había preparado la ropa sin necesidad de preguntar. Iba a llorar otra vez. Estaba a punto de decir algo, pero él me puso una mano en la espalda y me guió hacia la puerta.
—Venga, vamos.
El aeropuerto se me hizo lúgubre y vacío en comparación a los otros días. Apenas me enteré de las despedidas de Naya y Will, que me aseguraron que podía llamarlos cuando quisiera. A la hora que fuera. Sonreí sin muchas ganas y miré a Jack, que me colgó la mochila del hombro con media sonrisa.
—Aunque no esté ahí físicamente contigo, no estarás sola —me dijo, sujetándome de la nuca—. No lo estarás en ningún momento, ¿vale?
Asentí con la cabeza, Me entraron ganas de llorar otra vez. Él se inclinó hacia delante y me dio un beso en la frente que duró un poco más que de costumbre. Cuando se separó, me acarició la mejilla y me dijo que me marchara o llegaría tarde. O eso entendí. Estaba demasiado ensimismada.
Les eché una última ojeada antes de darme la vuelta y encaminarme hacia mi avión, deseando que Jack viniera conmigo.
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