Capítulo 9
—¿Te falta mucho? —preguntó Sue aporreando la puerta del cuarto de baño.
—¡Un momento! —grité como pude mientras me repasaba el labial rojo.
Me miré un momento. Llevaba un vestido negro corto, mis medias favoritas y mis botas también favoritas. Y tenía el maquillaje bien puesto. El pelo tampoco estaba mal.
Entonces, ¿por qué me sentía tan insegura?
Me miré a mí misma y tragué saliva antes de lanzar el labial a mi bolso.
—¿Te falta...?
Abrí la puerta de golpe y me quedé mirándola. Sue no se había arreglado mucho. Iba como siempre, solo que con el pelo recogido. Había dicho que era por si vomitaba.
—Lista —sonreí.
—Ya era hora —puso los ojos en blanco.
La seguí hacia el salón, colgándome el bolso del hombro. Will y Ross estaban en el sofá bostezando.
—¿Para qué meterle prisa? —preguntó Ross—. Si Naya va a hacer que nos esperemos media hora más.
—Porque cuando Naya ve que la esperamos, se da más prisa —sonrió Will, poniéndose de pie y sonriéndome amablemente—. Qué guapa vas, Jenna.
—Igualmente —le di una palmadita en el brazo.
—Gracias por decírmelo a mí también —Sue se cruzó de brazos.
—Pensé que no te gustaría que te hablara —dijo Will, confuso—. En general. Nunca.
—Es cierto —le concedió ella, antes de girarse hacia Ross—. ¿Se puede saber a qué esperas?
Él me estaba mirando fijamente el vestido. Cuando Sue le habló, parpadeó y se puso de pie rápidamente, siguiéndonos.
—Vamos a emborracharnos —dije, entrando al ascensor.
—A que todo el mundo se emborrache menos yo que tengo que conducir —Ross sonrió irónicamente.
Subimos al coche de Ross y me senté junto a él mientras Will llamaba a Naya, diciéndole que ya íbamos a buscarla. Por supuesto, cuando llegamos a la residencia tuvo que salir para ir a buscarla. Nos quedamos los tres escuchando la música en silencio hasta que Sue suspiró.
—Se acabó —dijo—. Ya han pasado más de cinco minutos. Como los pille follando, pienso matarlos.
Salió del coche hecha una furia y escuché un gritito de Chris diciéndole que no podía pasar antes de que la puerta se volviera a cerrar.
Y ahí empezó el silencio tenso. Pero de otra clase de tensión.
Últimamente, habíamos tenido muchos de esos silencios. Eran raros. Como si alguien quisiera decir algo, pero no llegara a hacerlo. Yo misma sentía que tenía algo que decir, pero no sabía muy bien el qué, así que me quedaba en silencio. Como él.
Repiqueteé los dedos en mis rodillas cuando noté que Ross me miraba de reojo. Cuando me giré hacia él, él se giró hacia el volante. Así unas cuantas veces. Por alguna razón, tenía la boca seca. Lo cierto era que él también se había vestido bien. Llevaba una chaqueta de cuero que nunca le había visto puesta pero que le quedaba genial. Y... bueno, no sé. Se veía muy bien. Sin más.
—Parece que tardan —dije, al final, intentando romper el silencio incómodo.
—Eso parece —murmuró él, asintiendo con la cabeza.
Tragué saliva y volví a mirar la puerta de la residencia, que seguía sin abrirse. Intenté pensar en cualquier cosa que decir.
—Nunca te había visto con un vestido —me dijo él, haciendo que me girara.
—Bueno... el invierno no es la mejor época del año para llevar vestidos —sonreí, nerviosa sin saber muy bien por qué—. A no ser que tengas una fiesta, claro.
—Ya podrían invitarnos a más fiestas —bromeó.
A veces, no estaba segura de si él estaba tan nervioso como yo —y sin motivo, que era peor—. Si lo estaba, disimulaba mucho mejor.
—Nunca lo había usado —murmuré—. Es un regalo de Mo... mamá.
No sé por qué, pero no quise decirle que Monty me lo había regalado.
—Yo nunca te había visto con una chaqueta de cuero —dije, señalándola.
—La usaba mucho cuando iba al instituto —me sonrió ampliamente—. Intentaba parecer un chico malo.
—El clásico chico malo, ¿eh?—sonreí.
—Sí. Muy clásico. Pero nunca pasa de moda.
—¿Y lo eras?
—¿El qué? —preguntó, confuso.
—Un chico malo —bromeé.
Él lo pensó un momento, esbozando una sonrisa traviesa.
—No quiero que te lleves una mala impresión de mí —dijo, al final.
—Me has dejado entrar en tu casa y en tu cama siendo prácticamente una desconocida. No tengo una gran impresión de ti —bromeé.
—Cuánta gratitud —ironizó.
—Vamos, cuéntame lo del instituto —apoyé la cabeza en el asiento, mirándolo—. ¿Hablabas mal a los profesores? ¿Salías con muchas chicas? ¿Te metías en problemas? ¿En peleas?
—No hablaba mal a los profesores —sonrió, enigmático.
—Así que eras un chico malo que salía con muchas chicas, se metía en problemas y en peleas —enarqué una ceja, divertida—. No te pega nada.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Pareces tan... —encantador— tranquilo.
—¿Tranquilo? —repitió, riendo.
—¿Cuál fue tu peor castigo? —pregunté, evitando lo anterior rápidamente.
—¿El peor? —tuvo que pensarlo un momento—. No tuvo nada que ver con el instituto, pero mi padre se cabreó bastante cuando le estrellé el coche contra un muro y se quedó destrozado.
—¿Qué? —abrí los ojos de par en par.
—No estaba dentro —me aclaró enseguida—. Acababa de cumplir los dieciséis y quería impresionar a mis amigos, así que le robé su coche nuevo y carísimo, los fui a buscar y nos quedamos en una pequeña colina. Cuando salimos del coche, vi que estaba bajando a toda velocidad y no pude hacer mucho.
—¿Se te había olvidado poner el freno de mano? —pregunté, riendo.
—Sí. Y mi padre se cabreó muchísimo. Me mandó a un campamento militar durante todo el verano.
—¿Un campamento militar? ¿Eso aún existe?
—Te aseguro que existe —puso los ojos en blanco—. Un grupo de pequeños delincuentes con profesores sociópatas que nos hacían correr como idiotas en pleno sol. Eso sí, al final del verano tenía abdominales.
—Y yo pensé que mis padres se habían pasado cuando me quitaron el móvil un mes —murmuré, sorprendida.
—¿Qué hiciste? —me preguntó, mirándome.
—Le... —me corté a mí misma y no pude evitar ponerme roja como un tomate—. No... no fue nada muy importante... eh...
—Oh, vamos, ¿qué hiciste?
—¿No tardan mucho en venir...?
—¿Qué hiciste? —insistió, divertido—. Yo te he contado lo mío.
—Es que, al lado de lo que tú hiciste, lo mío parece una tontería...
—¿Y por qué te has puesto roja?
Al mencionarlo, me puse aún más roja y su sonrisa se amplió.
—Necesito saber qué hiciste —dijo. Le brillaban los ojos.
—Solo te lo diré si me prometes que nunca jamás se lo contarás a nadie —lo señalé con un dedo acusador.
—Lo juro —se llevó una mano al corazón.
—Y que no harás bromas con el tema.
—Eso no puedes quitármelo —protestó—. Sin bromas no sería yo.
—Bueno —se lo concedí—. No te rías.
No dijo nada. Supe que iba a reírse.
—Yo... —respiré hondo—. No me puedo creer que esté diciendo esto en voz alta.
—Esto pinta muy bien —sonrió él, divertido.
—Yo tenía unos... quince años —intenté no mirarlo. Era demasiado vergonzoso—. Había un chico que me gustaba. Era mayor. Creo que él tenía diecisiete. Y era guapísimo.
—Me siento celoso.
—La cosa es —lo miré— que quería hacerme la mayor con él para resultarle inteligente. Y a Nel, mi mejor amiga... eh... se le ocurrió que... mhm... como no lo había hecho nunca con nadie y me daba miedo perder la virginidad... mhm... podía intentar un método alternativo.
Él dejó de sonreír un momento, levantando las cejas.
—¿Un método alternativo? —preguntó, confuso.
—Él me mandó una foto de su... —le señalé la entrepierna y me hizo más vergüenza, haciendo que me pusiera aún más roja—. De eso. Y como no sabía qué hacer...
—Dime que no le mandaste una foto tuya —él contuvo una risotada.
—¡No! —aseguré enseguida, antes de bajar la voz—. Spencer me pilló antes de hacerlo.
Él no supo qué decir por un momento. Se me quedó mirando.
—¿Spencer? ¿Tu hermano mayor?
—Sí. Ese Spencer. El único que conozco.
—¿Y te pilló...? —su expresión era de diversión pura—. ¿Sin ropa?
—Sin sujetador —recalqué, roja como un tomate—. Me quitó el móvil y empezamos a gritar mientras yo me ponía una camiseta a toda velocidad. Mi madre nos oyó y Spencer se lo contó todo, el muy traidor. Me quitaron el móvil durante un mes. Y cuando mis hermanos, los gemelos, se enteraron... iban a la misma clase que el chico. Creo que le dejaron bastante claro que no volviera a acercarse a mí.
—No me lo puedo creer —me dijo él, riendo.
—Mi primer fracaso sentimental —sonreí, incómoda.
—Ahora, mi anécdota del campamento es una mierda —dijo, divertido.
—¿Me estás comparando un mensaje con un verano entero en un campamento?
—Mi historia no tiene fotos de genitales. Eso suma puntos.
—¡No suma...!
Me detuve cuando vi su sonrisa.
—Has prometido que no se lo contarás a nadie, Ross —le recordé.
—Lo sé —seguía sonriendo.
Le puse un dedo en el pecho, muy seria.
—Como Naya me haga una sola broma con esto, sabré que has sido tú y voy a...
—¡Que no lo contaré! —me agarró de la muñeca, divertido—. Pero eso no quita que no vaya a irritarte con esto durante lo que me quede de vida.
—¡No es divertido! ¡Mis tetas estuvieron a punto de ser públicas! ¡Las habría visto todo mi instituto!
—Seguro que te hubieran salido muchos más pretendientes.
—No quería más pretendientes —protesté—. Ya tuve uno después de eso. Y fue el peor.
Intenté quitar la mano y él no la soltó, sonriendo cuando vio que me irritaba.
—¿Mason? —preguntó, divertido.
—Se llama Monty. Y no es el peor —protesté, intentando quitar la mano otra vez sin buenos resultados.
—Vale, Malcolm no es el peor. ¿Y quién fue?
—¡Monty! —repetí—. Fue un chico que conocí después. A los dieciséis. Me di mi primer beso con él y fue... bastante asqueroso. Parecía un caracol, con tantas babas... ¡no te rías! Pero lo peor no eran los besos, sino que un día intentó meterme mano y empecé a reírme como una histérica.
—¿Por qué? —preguntó, confuso, reteniendo mi mano otra vez cuando intenté quitarla.
—Porque tengo cosquillas por... casi todo el cuerpo —murmuré—. Cuando intentó llegar a mi sujetador, me rozó las costillas y... bueno, me puse a reír y no se lo tomó muy bien.
—Pobre chico.
—¡Yo no tengo la culpa!
—¿Así que tienes cosquillas?
—Sí, pero no... —cuando vi que se acercaba, intenté quitar mi mano desesperadamente para huir. Me retorcí cuando me clavó un dedo en las costillas—. ¡para, Ross! ¡PARA!
Empezamos a forcejear. Yo estaba entre la risa y el horror de intentar escapar en el reducido espacio del coche, mientras que él parecía pasárselo en grande.
—¡PARA O TE DOY UN PUÑETAZO! —le grité.
No me hizo mucho caso.
Conseguí retenerle una muñeca con las dos manos, pero seguía teniendo la otra mano. Cuando intentó pasarla entre mis defensas, no se me ocurrió otra cosa que subir las piernas al asiento, pegando la espalda a la puerta mientras me reía e intentaba quitármelo de encima. Él me agarró las piernas y se las puso encima mientras que conseguía soltarse la otra mano y seguir torturándome.
—¡Para, por favor! —dije, ya jadeando.
Justo en ese momento, se detuvo en seco y conseguí respirar otra vez. Ya estaba tumbada en mi asiento, con las piernas sobre él. No entendí muy bien por qué había parado, pero lo entendí perfectamente cuando vi que los demás acababan de entrar y nos miraban fijamente.
Quité mis piernas de encima de él enseguida y me senté correctamente en mi asiento, avergonzada.
Hubo un momento de silencio incómodo cuando me coloqué la falda, roja de vergüenza.
—¿Interrumpimos algo? —preguntó Naya con una sonrisa traviesa.
—No —dije enseguida.
Vi que Ross me sonreía de reojo, arrancando el coche, y le di un manotazo en el brazo que no lo hizo ni parpadear.
—¿Por qué habéis tardado tanto? —pregunté, intentando cambiar de tema.
—No sabía qué ponerse —me dijo Sue, señalando a Naya con la cabeza.
—Me gusta ir mona —replicó ella, levantando la barbilla—. No me gustaba el vestido de antes.
—¿Y este sí? —preguntó Ross.
Naya se giró y lo miró.
—¿Quieres que le cuente a Jenna lo que pasó con Terry en nuestro tercer año de instituto, Ross?
Él puso mala cara.
—Eso es jugar sucio.
—¿Qué pasó? —pregunté, mirándolos.
—Nada —dijo Ross enseguida.
—Que... —Naya se detuvo—. No. Mejor me reservo esa amenaza para más adelante. Y mi vestido es precioso, ¿vale?
—Tú eres preciosa —le sonrió Will.
Naya le agarró el mentón con una mano y se empezaron a besuquear. Sue hizo como si fuera a vomitar.
Llegamos a la fraternidad de Lana poco después sin que ninguno dijera nada más. Me asomé por la ventanilla con una mueca.
—¿Eso es una fraternidad? —pregunté, incrédula.
—Sí —Ross asintió con la cabeza.
—¡Yo pensaba que era un museo!
Era enorme. Casi tan grande como el mini instituto de mi pueblo. Tenía, incluso, aparcamiento privado. Me quedé con la boca abierta cuando Ross dejó el coche y nos guió hacia la entrada. No había gente fuera. Solo coches vacíos. No era como las otras fiestas a las que había asistido, en las que se emborrachaban fuera con la música del coche a todo volumen.
Entramos al edificio y subimos unas escaleras de mármol después de cruzar el vestíbulo vacío. Fue entonces cuando empecé a escuchar el ruido de la música. Ross cruzó un pasillo con gente bebiendo y riendo y se metió directamente en una nueva puerta que conducía a lo que parecía una maldita sala de actos enorme llena de gente.
Dado que el ruido no se oía fuera, supuse que esa habitación estaría insonorizada.
Miré a mi alrededor y vi que había una barra con camarero. Muy profesional. Quizá me hubiera molestado menos estar tan impresionada si la fiesta no fuera en honor a Lana.
Mientras íbamos a la barra, Will y Ross saludaron a unas cuantas personas. Después de todo, ellos ya habían ido un año a la Universidad. Sue había ido dos, pero no parecía el tipo de persona con muchos conocidos.
Ya con la cerveza en la mano, volví a mirar a mi alrededor, respirando hondo. Me sentía como si todo el mundo fuera a saber que yo no pertenecía ahí, que mi ropa era barata y que no conocía a nadie. Pero no me miraron demasiado.
¿Por qué estaba tan insegura?
—¿Estás buscando a alguien para mandarle fotos de tus tetas? —preguntó Ross, divertido.
—¿Estás buscando a Terry? —lo miré con mala cara.
—No sabes qué pasó, así que no tienes derecho a usarlo en mi contra —dijo él, a la defensiva.
—¿Qué pasó?
—Nunca lo sabrás —sonrió.
—¡Venga ya, Ross!
—¡Cariño! —el grito de Lana nos interrumpió.
¿Cariño?
Ross sonrió al verla. Tuve que apartarme cuando ella se lanzó —literalmente— sobre Ross, abrazándolo con fuerza. Los demás habían desaparecido, así que miré mi cerveza con incomodidad mientras ellos se apretujaban.
Fue Ross quien se apartó primero, algo incómodo.
—Me alegra ver que has venido —sonrió ella, mirándolo—. ¡Te has puesto mi chaqueta favorita!
—Sí —él se miró a sí mismo—. Ha sido casualidad, pero...
—¡Ya sabes cómo me encantaba en el instituto!
De pronto, empecé a odiar las chaquetas de cuero.
—¡Jenna! —ella dirigió su atención a mí con una amplia sonrisa, dándome un abrazo más corto—. ¡Por un momento, pensé que no vendrías!
—Soy imprevisible —sonreí un poco.
Me había propuesto a mí misma ser simpática con ella. Si iba a vivir aquí, la vería muy a menudo. Y nunca me había dado una sola muestra de malicia. No se merecía que la odiara tanto.
Aún así, era difícil no hacerlo.
—Ya lo veo —me dijo, divertida—. Si queréis beber algo más, recordad que hay barra libre. Pedid lo que queráis. ¡Yo invito!
—Vivís en una fraternidad enorme —comenté, intentando ser amable.
—Cuando llevas un tiempo viviendo aquí, se te hace pequeño —me dijo, riendo—. Arriba hay más cosas. Tenemos biblioteca, una sala común, una cocina extra, una sala de juegos... y en el último puso están las habitaciones y todo lo demás.
Y lo decía como si fuera lo más normal del mundo.
Maldita pobreza.
—Lástima que hoy no pueda subir nadie —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Normas de la casa para que la gente no suba borracha a romper las cosas.
—La gente borracha hace muchas tonterías —sonreí.
Ella me devolvió la sonrisa antes de mirar a Ross.
—¡Hay un montón de gente del instituto por aquí! —dijo, entusiasmada—. ¡Les he dicho que vendrías y se mueren de ganas de vernos juntos!
¿Vernos juntos?
No. Tenía que parar. Amabilidad.
Amabilidad.
Amab... ¿por qué tenía que abrazarse a él de esa forma?
—Pero... —Ross se giró hacia mí.
—Yo he visto a unos de mi clase —dije enseguida—. Ya nos veremos por aquí.
No era cierto, claro, pero no quería que se sintiera mal. Lana sonrió, entusiasmada, y lo arrastró con ella entre la gente.
Y... ¡sorpresa! Me había quedado sola.
Di una vuelta por la sala en la que estábamos. Ya llevaba media cerveza cuando conseguí llegar al otro lado y asomarme a la ventana. Había una escalera que conducía a un jardín gigante con una piscina. A pesar del frío, había gente nadando. Supuse que sería climatizada, aunque en el exterior no tenía mucho sentido.
Cosas de gente con dinero. Tú no lo entiendes.
Estaba a punto de ir en busca de alguien que conociera cuando noté que alguien me ponía una mano en el hombro. Eran Naya y Will.
—Voy a por algo de beber —nos dijo Will, mirándome significativamente.
Me acordaba. Me había comprometido a disculparme con Naya. Ella me miraba con una sonrisa.
—¿A que la fraternidad es genial? —me tuvo que gritar por encima de la música.
—¡Es más grande que mi antiguo instituto!
Las dos nos echamos a reír.
—Oye, Naya —le puse una mano en el hombro—, tengo que decirte algo...
—¿Qué pasa? —preguntó, sorprendida.
—Quería disculparme por... bueno... esta semana me he comportado un poco rara contigo y con los demás.
—Oh, eso —negó con la cabeza—. Está olvidado, Jenna.
—No. A veces, pago mis enfados con los demás y no es justo. No te lo merecías.
—Tenías razones para enfadarte —me aseguró—. Yo también me hubiera sentido apartada si hubiera aparecido alguien como Lana. Debimos intentar involucrarte más en lo que hacíamos.
—Y yo también debí intentarlo.
—¿En paz? —preguntó, ofreciéndome su mano.
Sonreí.
—En paz —se la apreté—. Ahora, tenemos una excusa para emborracharnos.
Efectivamente, bebí con ella, pero no tanto como para emborracharme. No me gustaba hacerlo. Bebí dos cervezas y ya estaba lo suficientemente contenta como para meterme con ella en medio de la pista de baile improvisada y ponerme a darlo todo como si fuera idiota. La suerte fue que había tanta gente haciendo lo mismo que nadie me prestó atención. Me lo pasé genial con Naya.
También me presentó algunas amigas de su clase que me cayeron genial. Fue una noche perfecta.
Hasta que me empecé a acalorar. Había tanta gente ahí junta que hacía un calor insoportable. La dejé con Will, con el que estaba bailando en ese momento, y me aparté del grupo de gente, acercándome a las ventanas abiertas. Tomé dos respiraciones profundas, dejando que el aire me diera en la cara y en el escote del vestido.
—¿Tienes calor? —me preguntó Lana, que se había acercado a mí.
—Llevo casi dos horas ahí metida —sonreí, señalando la multitud—. Eso hace que cualquiera se maree.
—Yo intento no meterme nunca. Soy tan baja que siempre me llevo algún codazo o pisotón porque no me ven.
Dudaba mucho que alguien pudiera no verla. Era tan... estúpidamente perfecta.
—¿Te está gustando la fiesta?
—Oh, sí, es genial.
—Lo es —sonrió.
—Debes sentirte genial pensando que todo esto es por ti.
—Bueno, técnicamente, no es por mí. Solo buscan una excusa para beber. No conozco ni a la mitad.
Las dos sonreímos. Quizá, después de todo, podíamos ser amigas.
—¿Has perdido a Ross? —pregunté, mirándola.
—Oh, estará fumando, supongo —puso los ojos en blanco—. Siempre va a su aire, ¿verdad?
—Bueno... —no supe muy bien qué decirle—. A mí siempre me ha parecido muy atento.
—Oh, lo es —asintió con la cabeza, suspirando.
Hubo un momento de silencio. Me miré los tacones, incómoda. Ella no lo parecía. Me sonrió cuando me pilló mirándola.
—La verdad es que cuando volví aquí, tenía un poco de miedo al conocerte —confesó.
Parpadeé, sorprendida.
—¿Miedo? ¿De mí?
—Naya me dijo que Ross había metido a una chica en su casa y que se llevaba genial con todos. Me daba un poco de miedo no caerte bien.
—A mí me cae bien todo el mundo —mentí.
Me sentía la peor persona del mundo por haberla juzgado tan mal.
—Sí, bueno... siendo completamente honesta... también me daba miedo todo lo relacionado con Ross.
—¿Con Ross? —pregunté, confusa.
—Me daba un poco de miedo encontrar a una chica guapísima durmiendo con él —sonrió amablemente—. Pero tranquila, que el miedo se ha esfumado.
Dudé un momento. No estaba muy segura de lo que había dicho. O de si era un insulto o no.
—¿Eh? —pregunté al final, como una idiota.
—La verdad es que no sé qué haces aquí —replicó—. Te invité por educación. Pero no esperaba que fueras a presentarte.
Estaba tan sorprendida que no supe qué decirle.
Incluso su tono de voz había cambiado a uno más grave. Era tenebroso porque su cara seguía siendo de simpatía absoluta.
—Bueno, supongo que no importa —se encogió de hombros—. Ahora ya estás aquí, ¿no?
Tomó un sorbo de su copa con una sonrisa angelical.
Oh, no. Eso aquí no te va a servir.
—¿A qué viene esto? —la corté—. Hasta ahora, has sido muy simpática conmigo, ¿por qué...?
—Oh, claro que lo he sido —puso los ojos en blanco, perdiendo la fachada de simpatía por un breve momento—. No sé qué le has hecho a Ross, pero está que babea contigo. Si te hubiera tratado mal, ni siquiera me habría dejado entrar en su casa. Pero, como ha visto que sigo siendo su angelito...
Seguía sin entender nada. O, si lo entendía, estaba demasiado sorprendida como para procesarlo.
—Pero —me miró de arriba a abajo—, como ya te he dicho, cuando te conocí perdí todo mi miedo.
Hubo un momento de silencio.
—Y pensar que hace un momento me arrepentía de pensar mal de ti —murmuré, negando con la cabeza.
—Piensa lo que quieras de mí, pero en cuanto a mi novio...
—No es tu novio —recalqué—. Lo dejaste bastante claro al acostarte con su hermano.
Ella se me quedó mirando un momento con los labios apretados antes de volver a sonreír.
—Mira, no quería ser cruel —se acercó a mí, sonriendo como un angelito—, pero... vamos, sé coherente. Mírame y mírate. Yo que tú me iría antes de humillarme más.
Me quedé mirándola un momento. Eso había dolido. Me recordó a Nel. Noté un nudo en la garganta. Intenté dar un paso atrás, pero choqué con alguien que me abrazó por los hombros. Lo reconocí solo por el olor, sin tener que girarme.
—Mira a quién he encontrado —me dijo Ross, asomándose por encima de mi hombro—. ¿De qué habláis?
Lana me miró un momento antes de sonreírle.
—Le decía a Jenna lo bien que le queda el vestido.
—No me cansaré de decirlo —aseguró él, sonriéndome.
Pero yo estaba ocupada mirando fijamente a Lana. No me lo podía creer, ¿cómo podía ser tan falsa? Apreté los labios mientras ella me sonreía.
No la soportaba. No podía estar con ella.
Me quité los brazos de Ross de alrededor. Él me miró, sorprendido.
—Tengo que irme —le dije—. Pero no te preocupes, llamaré a un taxi.
Vi que se giraba hacia Lana un momento antes de apresurarse a seguirme. Hice lo posible por ignorarlo mientras abría una puerta cualquiera y llegaba al pasillo principal. Como la casa era enorme, no sabía ni por dónde ir. Me giré hacia la izquierda y recorrí el pasillo hasta que Ross me alcanzó.
—¿Qué haces? —me preguntó, caminando de espaldas para mirarme.
—Irme —murmuré, entre enfadada y con ganas de llorar—. No sé ni qué hago aquí.
—Pero... ¿no te lo estabas pasando bien con Naya? Detente un momento —me detuvo por los hombros—. Te he visto antes y parecía... parecía que te lo pasabas bien.
—Me lo estaba pasando bien —admití—. Con ella. Con Naya.
Él frunció el ceño.
—¿Qué te ha dicho? —me preguntó, al final, sin un ápice de confusión.
—¿Naya?
—No. Lana.
—No sé a qué te...
—Sabes perfectamente a lo que me refiero.
Me aparté de él y seguí caminando por el pasillo. No quería hablar con Ross. Suspiré.
—¿Por dónde demonios se sale de esto? —pregunté, mirándolo.
—Dudo que encuentres la salida sin mi ayuda —se cruzó de brazos.
—¿Cómo se sale?
—¿Qué te ha dicho?
Puse los ojos en blanco y seguí caminando. Él me siguió sin decir nada. Abrí una puerta cualquiera y me ilusioné al ver el exterior, pero mi ilusión se evaporó al ver que era una terraza tan grande como vacía, con tumbonas blancas.
Me acerqué a una, cansada, y dejé el bolso en ella antes de sentarme. Ross se quedó de pie delante de mí después de cerrar la puerta.
—No quiero sabotear lo vuestro —le dije, negando con la cabeza.
—No hay nada nuestro —me cortó enseguida.
—¿Y ella lo sabe?
Ross suspiró.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó, mirándome.
—¿Por qué me habéis ofrecido venir si sabíais como era? —pregunté en voz baja—. ¿Es que os divierte o algo así?
—¿Qué? —se agachó y me puso las manos en las rodillas, negando con la cabeza—. No, claro que no.
—¿No sabías cómo era una chica que conoces desde el instituto y con la que saliste? —ironicé.
Genial. Estaba llorando. Qué patética. Me limpié una lágrima con rabia. Siempre me había dado muchísima vergüenza llorar en público. Llorar delante de Ross era todavía peor.
Y lo peor era que sabía que, en el fondo, no era por Ross o por Lana —o lo era, pero en menor parte—, sino por Nel. Me recordaba a mi amiga Nel. Y a Monty. Y a todo lo relacionado con ellos.
—Pensé que... no lo sé —me devolvió a la realidad—. Que podíais llevaros bien. Que había cambiado. Lo parecía.
—¿Crees que quiere llevarse bien conmigo? —le pregunté, incrédula—. Ross, siente que le he quitado su vida. Y yo también. Soy su sustituta barata.
—No eres la sustituta de nadie.
—Claro que lo soy —fruncí el ceño, limpiándome otra lágrima. Tenía que parar de llorar pero ya—. La echabais de menos, por eso me aceptasteis tan rápido.
—¿Eso te ha dicho? —me preguntó.
—No necesito que nadie me lo diga para verlo. No soy idiota.
—Sé perfectamente que no lo eres.
—Entonces, ¿es eso? —si decía que sí, iba a llorar de verdad—. ¿La echabas de menos?
Él hizo una pausa y me miró.
—No.
Negué con la cabeza.
—No es cierto.
—No te estoy mintiendo.
—Ross...
—No te estoy mintiendo —insistió, frunciendo el ceño—. ¿Crees que podría echar de menos a alguien que se acostó con mi hermano para llamar mi atención?
Me quedé en blanco. Una parte de mí no esperaba que Ross me sacara jamás ese tema.
—No hace falta que disimules, me imaginaba que ya lo sabrías. Todo el mundo que nos conoce lo sabe —negó con la cabeza—. No me gusta Lana. Nunca me ha gustado. En el instituto era una buena chica y podía llegar a pasarlo bien con ella, pero... salir con ella ha sido uno de mis mayores errores. Lo hice porque sí. Ni siquiera me importó cuando me enteré de lo de Mike.
—¿Cómo no te va a importar? —fruncí el ceño—. Son tu hermano y tu ex.
—Me refiero a que no me puse celoso. Claro que me importó. Mike es mi hermano. Y no es la primera vez que hace algo parecido. Pero Lana... no sentí que hubiera perdido nada que quisiera recuperar.
Agaché un momento la cabeza, pensativa, y miré sus manos en mis rodillas.
—Si le dijeras eso, quizá su ego bajaría un poco —intenté bromear.
Él hizo una pausa.
—No escuches a Lana —me dijo, sacudiendo la cabeza.
—Ella sigue sintiendo algo por ti —murmuré.
—Lana nunca ha sentido nada por mí —él negó con la cabeza—. Solo está acostumbrada a que todo el mundo haga lo que ella quiere.
Parpadeé, alejando las últimas lágrimas de mis ojos.
—Y a ti no te gusta mucho eso de obedecer órdenes —finalicé, mirándolo.
—Pues no —esbozó una media sonrisa—. Como habrás comprobado.
—¿Y puede llegar a ser tan mezquina solo por eso? ¿Por conseguir lo que quiere? —pregunté, aunque sabía perfectamente la respuesta. Me recordaba tanto a Nel... a su peor versión.
Ross vaciló un momento, frunciendo un poco el ceño.
—Ella es así —dijo después.
—¿Y cómo pudiste salir con alguien así?
—No lo sé. Pero me prometí a mí mismo que no volvería a cometer el mismo error —sacudió la cabeza—. Pero esa no es la única razón por la que está tan enfadada contigo, Jen.
—¿Y cuál es la otra? —pregunté—. ¿Le he roto un jarrón y no me he enterado? No sería la primera vez...
—No que yo sepa —sonrió, divertido.
—¿Entonces? —lo miré.
Él dudó un momento.
—No le gusta que otra persona la haya adelantado.
Me quedé mirándolo un momento, sin entender del todo lo que acababa de decir. Después, fue como si mi cerebro empezara a reaccionar y a procesar la información.
Hubo un momento de silencio absoluto en el que nos limitamos a mirarnos el uno al otro. No sabía qué decir. No sabía qué hacer. Se me había secado la garganta.
Entonces, no se cuál de los dos se adelantó. Lo siguiente que supe fue que tenía una mano hundida en su pelo y él tiraba de mí hacia él por mis rodillas. Lo estaba besando como si fuera indispensable para respirar. Cerré los ojos. Mi corazón bombeaba sangre a toda velocidad. Mis costillas vibraban cada vez que él se inclinaba más hacia delante.
Realmente, no podía pensar en lo que estaba pasando, pero de pronto fui consciente de lo mucho que lo necesitaba. Y del tiempo que llevaba esperándolo. Clavé los dedos en su hombro y lo atraje más hacia mí. Él lo hizo sin protestar, y contuve la respiración cuando me agarró una pierna, colocándose entre los dos y pegándose a mí. Necesitaba tocarlo, besarlo... necesitaba tenerlo cerca de mí.
El vestido me dejaba la espalda descubierta y, cuando puso una mano directamente en la parte baja de mi espalda, se me erizó todo el vello del cuerpo. Solté un ruido parecido a un jadeo que no había soltado nunca y él aumentó la intensidad del beso, acercándose tanto a mí que tuve que apoyarme con la espalda en la pared para no caerme de la tumbona.
Entonces, él dejó de besarme los labios y abrí los ojos al notar que me besaba con urgencia la mandíbula, el cuello y la clavícula. Lo abracé con fuerza, mirando la ciudad a su espalda. No era muy consciente de dónde estábamos ni de que podían pillarnos en cualquier momento. Solo sabía que él estaba delante de mí y lo necesitaba mucho más de lo que admitiría nunca.
Noté que me acariciaba con la mano la parte interior de la pierna. Tragué saliva y abrí más las piernas. Él subió la mano. Mi cuerpo entero vibraba. Le clavé los dedos en la espalda. Cada vez que movía un centímetro los dedos, mi corazón se aceleraba más y más.
Y, entonces, la puerta se abrió con un estruendo. Ross se separó de mí del susto y yo cerré las piernas de golpe, colocándome la falda del vestido torpemente.
Era una pareja de nuestra edad que no había visto en mi vida. Estaban riendo, borrachos. Al vernos, se disculparon y volvieron a dejarnos solos. Escuché sus risitas por el pasillo mientras mi corazón vibraba en mis tímpanos.
Miré a Ross, que estaba sentado en el suelo, pasándose una mano por el pelo.
Fue entonces cuando fui consciente de lo que acababa de pasar.
Había besado a Ross.
Había. Besado. A. Ross.
A Ross.
Y te ha gustado.
Y no me había gustado en absoluto.
Mentirosa.
Me coloqué el pelo y la falda del vestido en silencio, roja de vergüenza, mientras él miraba a cualquier parte que no fuera yo. El sentimiento era mutuo. No me podía creer que acabara de pasar lo que acababa de pasar.
Y eso que todavía no lo había analizado en profundidad. ¿Por qué demonios no me había apartado?
Porque te gusta, idiota.
Ross se puso de pue y se pasó las manos por los pantalones, intentando hacer tiempo antes de mirarme. Cuando lo hizo, no supe muy bien cómo interpretar su expresión.
—¿P-podemos irnos? —pregunté, agarrando mi bolso con desesperación.
—Vamos —no lo dudó.
Me puse de pie y lo seguí hacia la puerta. Me quedé mirando su espalda con el corazón en un puño. ¿Por qué lo habíamos hecho? Lo último que quería era que las cosas se volvieran incómodas entre nosotros.
Estaba tan sumergida en mis pensamientos que no me di cuenta cuando ya estuvimos fuera. Sue se había unido por el camino. No dijo una palabra. Estaba ocupada bebiéndose su coctel. Naya y Will estaban ya junto al coche de Ross. Supuse que los habría avisado cuando yo analizaba lo que acababa de suceder.
—¿Ya nos vamos? —preguntó Naya.
—Sí —le dijo Ross, metiéndose en el coche rápidamente.
Me senté a su lado y me puse el cinturón mientras los demás se tomaban su tiempo para acomodarse. Ross los esperó y vi que repiqueteaba los dedos en el volante. Parecía tenso. Se giró al notar que lo estaba mirando fijamente y me sostuvo la mirada un momento.
De nuevo, no supe qué pensar de su expresión.
Fue él quien rompió el contacto visual, encendiendo la radio y arrancando.
No sé si los demás iban demasiado borrachos como para notarlo, pero los dos estábamos sumergidos en un silencio sepulcral. Evité mirar a Ross en todo el camino, mientras escuchaba a Naya y Sue irritándose la una a la otra y a Will intentando sembrar la calma.
La cosa no mejoró demasiado en el ascensor. Estaba decidida a no mirarlo. No sabía por qué, pero cuando lo hacía me sentía como si...
No, no me sentía como si nada. Tenía que relajarme.
Solo había sido un beso. No era para tanto.
Pero qué beso.
No había sido para tanto.
Mantuve la mirada al frente todo el rato. Noté que él me miraba de reojo cuando el ascensor se abrió, así que me apresuré a meter la llave en la cerradura. Mientras me quitaba la chaqueta, Will pasó por nuestro lado besuqueándose con Naya y se encerraron en su habitación entre risitas. Ross lanzó sus llaves en la barra mientras Sue dejaba la copa vacía al lado.
—Bueno —dijo, medio borracha—. Me voy a dormir y, a lo mejor, a vomitar. Buenas noches.
Se metió en su cuarto, dejándonos en un silencio absoluto por un momento. Después, él empezó a andar hacia su habitación. Lo seguí inconscientemente. Ya ahí, cada uno se sentó en su lado de la cama, dándonos la espalda. Me quité los tacones y los dejé en el suelo. Quizá en otra ocasión habría comentado que me dolían los pies, pero no me atreví a hablar..
Lo dejé solo un momento al ir a quitarme todo el maquillaje en el cuarto de baño. Cuando volví, él ya llevaba el pijama puesto, pero no se había metido en la cama. Me detuve en la puerta, mirándolo.
—Oye —empezó—, si quieres que vaya a dormir al sofá...
—¿Qué? No —sacudí la cabeza, haciendo un ademán de acercarme a él pero deteniéndome al instante—. No, Ross... es tu cama.
—No quiero que te sientas incómoda.
—No me siento incómoda —dije enseguida.
El problema era que debería sentirme incómoda, pero me sentía de forma muy, muy, pero que muy distinta a la que él se creía.
—¿Tú te sientes...? —empecé a preguntar.
—En absoluto —dijo enseguida.
Nos miramos un momento antes de que yo dejara el vestido en el suelo. Me acerqué a la cama y me quité las lentillas.
Ya llevamos unos minutos en la cama con la luz apagada cuando empezamos a escuchar los gritos de Naya al otro lado de la pared.
La situación no podía ser peor. Los dos teníamos la mirada clavada en el techo mientras se oía la cama de Will rebotar contra la pared.
Genial.
Cerré los ojos un momento.
No dejaba de recordar el beso. No podía evitarlo. ¿Por qué me había gustado tanto? ¿Era porque hacía meses que no me besaba con nadie? Quizá era eso.
Naya seguía gritando. Escuché a Ross suspirar.
¿Podía estar pasándole lo mismo que yo? ¿O se estaba arrepintiendo? Quizá no quería dormir conmigo y por eso se había ofrecido a ir al sofá. O quizá se arrepentía a secas.
O quizá lo sobreanalizas todo demasiado.
Tenerlo tan cerca después de eso era tan... raro. Sentía que podía tocarlo pero a la vez no podía. Y eso que cada fibra de mi cuerpo lo deseaba. No entendía a qué venía ese deseo tan repentino. Sentía la necesidad de estirar el brazo y agarrarle la mano. De acercarme a él. De tenerlo cerca.
Pero no podía hacerle eso a Monty.
Pero... Monty y tú tenéis un trato, ¿te acuerdas?
Era cierto. Habíamos hecho un trato. Un trato para una situación así. Él mismo lo había dicho. No pasaba nada. Y ni siquiera habíamos tenido sexo. Solo había sido un beso. Uno que me había encantado, pero solo un beso.
No lo jodas todo ahora.
Respiré hondo.
No lo hagas. No te gires.
Me giré lentamente y lo miré. Estaba tenso, mirando el techo.
No le hables. ¡NO LE HABLES!
—¿Ross? —pregunté.
Él me miró al instante.
—¿Sí? —preguntó, en voz baja.
—Lo que ha pasado antes...
—¿Si...?
Respiré hondo.
—¿Te acuerdas de lo que te conté sobre mi relación?
—Sí.
Hice una pausa. No me podía creer que estuviera diciendo eso en voz alta.
—Que no pasa nada si tenemos a alguien con quien... bueno.... con quien hacer... cosas...
—Sí.
—Bueno... respecto a lo de antes...
—Sí —me interrumpió.
Mi corazón se detuvo un momento cuando él se giró en la cama y me agarró suavemente de la nuca, besándome sin pensarlo dos veces. Cerré los ojos y me pegué a él. Ross me agarró el pelo con un puño y se colocó encima de mí. Sus piernas estaban con las mías. Sus caderas con las mías. Su torso con el mío. Sus labios con los míos...
Tomé la iniciativa. Tiré del borde de su camiseta y él se separó un momento para quitársela de un tirón. Aproveché para hacer lo mismo, notando el aire frío en mi torso desnudo. Noté que se acercó a mí de nuevo y me volvió a besar en los labios antes de empezar a bajar, y a bajar, y a bajar...
Cerré los ojos y agarré el cabecero de la cama con un fuerza, soltando todo el aire de mis pulmones.
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