Capítulo 8
Al día siguiente, Jack había desaparecido. Intenté disimular mi descontento saliendo a correr. Lo más probable es que tuviera una entrevista en algún lado. Seguía sin acostumbrarme a que todo el mundo lo conociera. Era muy extraño.
Al volver a casa, Mike estaba solo en la barra, mordisqueando un trozo de pizza fría mientras veía a Chris roncando en el sofá.
—¿Qué se siente al haber pasado de ser el parásito número uno al número dos? —bromeé, sonriendo.
—Tenéis suerte de que sea un hombre de moral alta —murmuró—. Si no, esos comentarios me hubieran derrumbado hace tiempo.
—Si solo bromeo —le guiñé un ojo—. Además, seguro que lo de Chris es temporal. Esta noche tiene una cita con Curtis. Bueno, eso intentaré. Tengo que hablar con él.
—¿Y quién es Curtis? ¿Qué me he perdido? ¿Por qué ya nunca me contáis nada?
—Es un amigo mío de clase. Te buscaría una chica a ti, pero ya te sirves tú solo en los conciertos.
—Sí, eso es verdad —sonrió ampliamente como un niño pequeño—. Pero el sexo indiscriminado cansa. A veces, lo que quiero es llegar a casa y encontrar una novia que me quiera y todas esas cursiladas.
—¿En serio? —no pude evitar el tono sorprendido.
—Sí, pero luego veo a Naya embarazada y a Will amargado y se me pasa —sonrió—. Por no hablar de que os veo a ti y a Jackie.
Negué con la cabeza, divertida, y me puse de pie para ir al cuarto de baño.
—Esos pantalones te quedan muy bien, cuñadita —añadió—. Te hacen mucho más... ¡eh! ¡Mi desayuno!
Chris le había lanzado una almohada a la cara y la pizza había caído dramáticamente al suelo.
—Intento dormir —le dijo, volviendo a hundirse en la otra almohada.
—¡Era mi desayuno! ¡¿Cómo te atreves...?!
Cerré la puerta del servicio para no oírlo y me di una ducha rápida.
No pude volver a ver a Jack en todo el día por culpa de mis clases. Y una parte de mí estaba un poco nerviosa. Nunca sabía qué Jack iba a encontrarme al llegar a casa. Algunas veces, dedicaba sonrisas fugaces —porque ya apenas sonreía— y otras era mejor ni dirigirle la palabra. Esperaba que hoy fuera de las primeras y fuera a la premiere de buen humor.
Sí vi a Curtis, al que iba actualizando de mi vida amorosa vacía e inexistente. Él me escuchaba, como siempre. Era muy buen chico. Al final del día, le comenté lo de Chris y me aseguró que lo animaría a su manera antes guiñarme un ojo y marcharse felizmente.
Al volver a casa era ya muy tarde. Abrí la puerta y vi que había zapatos de tacón tirados por el pasillo, cosa que solo podía significar una cosa: Naya estaba arreglándose yendo de un lado a otro. Efectivamente, vi que salía con un vestido rosa precioso y el maquillaje a medio hacer. Puso una mueca al verme.
—¡Estoy muy estresada!
Me reí. Sue llevaba puesto un vestido, también. Y también le quedaba genial. Incluso se había pintado los labios. Will y ella estaban sentados en los sofás mientras esperaban pacientemente a Naya. Él llevaba un traje negro que le iba como un guante. No pude evitar sonreír al verlo.
Chris, por otra parte, estaba ocupando el cuarto de baño, cosa que no era del agrado de Naya, que le golpeaba la puerta como si fuera a derribarla.
—¡Chris! —gritó Naya, golpeándole la puerta—. ¡Abre la puerta, lo digo en serio!
—¡Me toca a mí! ¡Tú ya has tenido media hora!
—¡Hace veinte minutos que estás ahí encerrado!
—¡Pues necesito veinte minutos más!
—¡No vas a arreglarte la cara ni con veinte minutos ni con cuarenta! ¡Sal ya!
—¡No! ¡Y ahora tardaré más!
—¡Tú no tienes maquillaje de arreglar, pedazo de egoísta!
Will suspiró, acariciándose las sienes como si le doliera la cabeza.
—Me recuerda a cuando vivían juntos —murmuró.
Yo me acerqué a él, sonriendo divertida.
—Mírate, qué guapo. Pareces un señorito de clase alta.
Me puso una mueca al instante.
—Ya me gustaría verte enfundada en esto durante cuatro horas seguidas. No sonreirías tanto.
—Se te olvidará que lo llevas puesto cuando te sientes —le aseguré—. Y seguro que no es peor que llevar tacones. En fin... voy a echar una mano a tu novia. Creo que la necesite
—Sí, por favor —masculló Sue—. Como no se callen, voy a ir yo al baño y zanjaré el problema a mi manera.
Naya estaba en modo desesperación porque no le salían las dos sombras de ojos igual de bonitas y no podía entrar en el cuarto de baño invadido por su hermano. Tuve que hacerlo yo y pareció satisfecha con el resultado, porque se fue corriendo a por sus zapatos. Cuando volví al salón, vi que los demás estaban de pie. Jack seguía desaparecido. Ni siquiera tuve que preguntar para que Will me hiciera un gesto hacia la habitación.
Me acerqué a ella y llamé a la puerta con los nudillos. Esta cedió por estar abierta. Jack estaba delante del espejo de mi armario, frunciendo el ceño a su corbata azul. Me miró de reojo al oírme llegar. Yo no pude evitar una mueca burlona al ver el desastre que se había hecho en el nudo.
—¿Qué es tan gracioso? —masculló de mal humor.
—¿Alguien no sabe atar su corbatita?
—Cállate. Sé hacerlo —murmuró, frunciendo el ceño a su reflejo.
—Puedo ayudarte —ladeé la cabeza.
—¿Sabes atar una corbata? —puso una mueca.
—Aunque te parezca mentira, mi instituto era de uniforme. Tenía que hacerme el nudo de la corbata cada mañana. Creo que me las puedo apañar.
Me acerqué a él cuando quitó las manos y deshice el desastre que había armado. Alisé un poco la corbata, que había dejado llena de arrugas. Noté su mirada clavada en mí mientras lo arreglaba, pero conseguí fingir que no me daba cuenta.
—Tengo que decir que nunca creí que te vería en traje y corbata —murmuré, divertida—. Aunque es una corbata preciosa. Seguro que quien te la recomendó tiene un gusto excelente.
—O es una pesada que no me dejó comprar la que quería.
—Serás idiota.
Él sonrió por unos instantes, pero no tardó en volver a poner una mueca.
—Si no me obligaran a no hacerlo, iría en sudadera.
—En una sudadera de Tarantino —murmuré.
—O de The Smiths.
—O de Pumba.
—O de Mushu.
Dejé de sonreír al instante en que terminó de decirlo. Él había empezado a sonreír. Lo señalé.
—¿A que te haces tú el nudito, listo?
—Vale, vale.
Al final, se lo hice yo. Con sorprendente habilidad. Y eso que hacía casi dos años que no tenía que hacer uno. Se la metí en el traje y le di una palmadita en el pecho.
—Listo.
Hubo un momento de silencio cuando nos miramos el uno al otro. Yo noté que mis manos empezaban a temblar, como siempre que nos quedábamos solos.
—Bueno... —me aclaré la garganta al ver que él no decía nada—, supongo que deberíais iros y...
—Sabes que todavía puedes venir, ¿no? No es tarde.
Me quedé mirándolo un momento, perpleja. ¿Era la misma persona que, dos semanas antes, no quería ni saber cómo estaba? Tragué saliva cuando clavó los ojos en los míos, esperando una respuesta.
—Ross, no creo...
—Puedes venir —añadió—. Después de todo, no tengo pareja con la que acudir.
Negué con la cabeza. Dudaba que ninguno de los dos se sintiera cómodo todavía con eso.
—¿Y dejar que el prestigioso director que tengo delante se presente a su propia premiere con una chica vestida... —me señalé— así? Ya lo veré por televisión. O me la descargaré ilegalmente por Internet. Viviendo al límite.
Hubo un momento de silencio cuando sonreí. Él parecía demasiado pensativo como para reírse conmigo de la broma. Apartó la mirada un momento y tragué saliva. Igual debería haber dicho que sí, pero no quería distraerlo. Era su gran día. Tenía que estar centrado en lo que hacía.
—Venga, vamos con los demás o llegaréis tarde —murmuré.
Él asintió con la cabeza. Pareció que quería decir algo, pero se limitó a seguirme hacia el salón, suspirando. Todos los demás estaban ya listos.
Y, justo en ese momento, Mike abrió la puerta principal con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía una camisa remangada y abierta puesta y parecía que ya iba un poco borracho. Vale, no solo lo parecía. Tenía una botella de champán abierta en la mano. E iba por la mitad. Jack y yo nos quedamos de pie en la entrada del salón, mirándolo con una mueca.
—¡Tenemos una maldita limusina entera para nosotros! —dio una vuelta a lo Michael Jackson y la botella casi le salió volando—. Esta es la vida que merezco vivir.
Justo en ese momento, Chris salió del cuarto de baño con una camiseta de langostas naranjas —yo tampoco sé el por qué— y el pelo engominado como si se tratara de un padre de familia de los cincuenta. Todos nos quedamos mirándolo.
—Será una broma —murmuró Naya.
—Por favor, que no sea broma —dijo Sue en voz baja—. Que salga así. Por favor.
—¿Qué pasa? —Chris perdió la sonrisa—. ¿No voy bien?
Jack ahogó una risa.
—Ni de coñ...
—¡Estás genial! —le interrumpí, sonriendo y clavándole un codazo disimulado.
—Gracias, Jenna —él respiró hondo y miró la puerta—. Curtis debería llegar en cualquier momento.
Efectivamente, Curtis apareció por la puerta. Casi se dio de bruces con Mike, que se había plantado un poco borracho en medio de la entrada.
—Oh, hola —Curtis sonrió—. Veo que estáis todos... eh... reunidos. Heh, Jennif...
—¿Qué tal, Charlie? —lo interrumpió Jack, enarcando una ceja.
—Algún día dirás mi nombre bien, ¿no?
Jack sonrió como un ángel caído del cielo.
—No.
—Bueno, eso está por ver —Curtis se frotó las manos—. ¿Nos vamos?
Chris le sonrió ampliamente y nos dijo adiós con la mano antes de marcharse. Chris se giró en el último momento —después de mirar fijamente el culo de Curtis— y me gesticuló un gracias, llevándose una mano al corazón.
—Bueno —Mike volvió a atraer toda la atención—. ¿Dónde está mi pareja de premiere?
Sue suspiró cuando la señaló con la punta de la botella.
—No hemos salido de aquí y ya me estoy arrepintiendo —le puso mala cara.
—Venga ya, un poco de entusiasmo no estaría mal. ¡Tenemos alcohol gratis! ¡Es una noche para ser feliz, como Navidad!
Mike entró en el piso y sonreí cuando vi que iba a molestar a Sue, pero mi sonrisa se congeló cuando vi que, tras él... entraban sus padres y su abuela.
Oh, oh.
Cuando mi conciencia se preocupaba, sabías que tenías un problema.
El señor Ross.
Jack notó que me tensaba y me miró al instante, confuso. A veces, podía llegar a odiar que me conociera tan ridículamente bien. Me esforcé como pude en fingir normalidad cuando ellos tres entraron en el piso. Mary iba con un vestido dorado y su marido con un traje azul que le iba como un guante. Agnes llevaba un traje rojo que, honestamente, me habría hecho parecer un saco y a ella le quedaba genial. Los tres buscaron con la mirada a Jack y lo encontraron tras unos segundos.
Conmigo. Detalle importante.
No pude centrarme en la expresión de genuina sorpresa de Mary y los ojos abiertos de par en par de Agnes porque me había quedado con los labios entreabiertos del señor Ross. Tragué saliva cuando él los apretó en una dura línea, mirándome fijamente. No le había gustado verme aquí.
—Jennifer —Mary parecía perpleja cuando se acercó a mí—. No sabía... oh, querida, es un placer volver a verte.
Vale, estaba un poco sorprendida porque no me guardara rencor. Después de todo, había dejado tirado a su hijo. Sin embargo, tampoco sabía si Jack les había contado la verdad.
—Igualmente —conseguí sacar una sonrisa creíble al abrazarla. Ella lo prolongó unos segundos antes de separarse.
Agnes se acercó por detrás con la misma expresión. ¿Por qué no me guardaban rencor? Había roto el corazón a Jack, después de todo.
—Estás preciosa, querida —me dijo Agnes—. Pareces más adulta.
—Grac...
—¿Has venido para enderezar un poco a este cenutrio? —me interrumpió y señaló a Jack sin ninguna vergüenza—. Ya va siendo hora de que alguien haga que se comporte.
—Abuela... —él puso los ojos en blanco cuando vio que a mí se me encendías las mejillas.
—Bueno, bueno, yo solo lo digo —ella levantó las manos en señal de rendición—. A veces, un grito a tiempo es lo mejor del mundo. Yo no se lo di a su abuelo y te aseguro que los cuarenta años que pasé con él fueron eternos.
Sonreí, divertida, pero dejé de hacerlo cuando vi que el señor Ross se había acercado. Intercambié una mirada con Will, que tampoco parecía nada cómodo con la situación. Dejé de hacerlo cuando Jack, a mi lado, entrecerró los ojos en nuestra dirección.
—Jennifer —me saludó el señor Ross con una sonrisa que no llegó a sus ojos y un tono frío pero formal—. Me alegra volver a verte por aquí. ¿Has venido a ver a Jack en la premiere?
Traducción: ¿por cuánto tiempo estarás aquí, pequeña sanguijuela?
—Eh... —¿por qué estaba tan nerviosa? Miré a su hijo de reojo, incómoda—. En realidad, yo... eh...
—Vive conmigo —terminó Jack por mí, mirándome sin entender mi reacción.
El contraste de caras fue casi cómico. Mary esbozó una gran sonrisa, Agnes la contuvo, pero los ojos le brillaron al mirar a su nieto. Mientras, el señor Ross se limitó a mirarme fijamente. Por su expresión, supe lo poco que le estaba gustando todo eso. Aparté la mirada, nerviosa. Me sentía como si me hubieran pillado cometiendo un crimen.
—¿Hace mucho? —preguntó el señor Ross con un tono jovial que no dejó entrever lo que me daba la sensación de que pensaba en realidad.
—No mucho —murmuré.
—Unas semanas —dijo Jack por mí, todavía confuso—. ¿Estás bien, Jen?
Levanté la cabeza y mi mirada fue al señor Ross irremediablemente. La aparté enseguida hacia Jack, pero él ya miraba a su padre con una ceja enarcada.
—Solo... —le di un apretón en el brazo—. Estoy orgullosa de ti.
Mi mano en su brazo pareció distraerle, que era la intención. Me dedicó una mirada entre extrañada y... ¿cálida? Se la sostuve un momento con una pequeña sonrisa mientras Mary afirmaba lo contenta que estaba por él. Agnes, a su lado, asentía con la cabeza.
Y, entonces, llegó la última incorporación a la fiesta.
Lo primero que vi fue un vestido morado, brillante y largo que abrazaba un cuerpo asquerosamente perfecto y subía hasta enmarcar una cara que solo había visto el día anterior en el portátil con Naya y Lana. La famosa Vivian.
¿Por qué es más guapa en persona? ¿No se supone que es al revés?
Ella avanzó con una elegancia sorprendente teniendo el cuenta que el vestido no parecía querer dejarla ni respirar. Se quedó en mitad del salón con los ojos clavados en Jack. Yo seguía teniendo la mano alrededor de su brazo y noté que se tensaba. Lo solté, extrañada. Él me miró de reojo cuando Vivian se acercó.
—¿Por qué sigues aquí, Ross? —le preguntó directamente a Jack con los brazos en jarras—. Necesito veinte minutos más de maquillaje al llegar y lo sabes. Y tenemos solo una hora para hacernos fotos. ¡No nos va a dar tiempo a saludar a todo el mundo! ¿Por qué no estamos ya de camino?
Jack se limitó a apretar los labios en su dirección.
—¿Quién te ha dicho que subieras? —preguntó, y confirmé que estaba irritado.
—Ross, cariño... —se detuvo al ver que todo el mundo la miraba.
Cariño.
Mhm...
Sonido de desaprobación de mi conciencia = chica interesada por Jack.
Y yo que creía que había superado los apodos de Lana del año pasado...
—Oh, señor y señora Ross —los saludó con una sonrisa encantadora—. Agnes.
—También soy la señora Ross —replicó ella frívolamente.
No pude evitar levantar las cejas. Vale, a Agnes y a Mary no les gustaba Vivian. Solo necesitabas ver cómo la miraban para saberlo. Era un alivio, porque a mí tampoco me gustaba. Aunque no me hubiera hecho nada directamente. Sin embargo, el señor Ross la miraba como si fuera un regalo caído del cielo.
—Jack, no deberías hacer esperar a tu acompañante —riñó a su hijo.
Jack le dedicó una mirada furibunda.
—No es mi acompañante.
—Como sea —Vivian le hizo un gesto. Ni siquiera me había visto—. Venga, andando. Llegaremos tarde y es mi gran noche.
—¿No es la de los dos? —preguntó Naya con una ceja enarcada.
Me fijé en que nadie de la sala a parte del señor Ross parecía tenerle mucho afecto a Vivian. Ni siquiera Mike le sonreía. Y eso era raro. Porque ella era una chica. Y él era Mike.
—La pobre Joey está abajo —le dijo Vivian al ver que dudaba.
—Joey puede esperar —le dijo Jack de malas maneras.
—¿Quién es Joey? —pregunté en voz baja.
—Mi manager —Jack suspiró y miró a sus padres—. ¿Podéis iros ya con ella? Yo vendré después.
—Ross, es tu maldito estreno, no puedes venir después —le dijo Vivian, irritada.
—¿Tengo cara de estar pidiéndote tu opinión, Vivian?
Anges y Mary sonrieron maléficamente. Pero, cuando vi que su padre se giraba para reñirle, decidí adelantarme.
—Sea lo que sea que tengas que hacer, seguro que puede esperar a que vuelvas —murmuré.
Él me miró un momento con cierta frustración en los ojos. Vivian le hizo un gesto para que se marcharan y emprendió la marcha hacia la puerta. Todo el mundo lo siguió menos Jack. El señor Ross era el último y nos miró de reojo desde la puerta cuando vio que Jack se quedaba a mi lado.
Me giré hacia su hijo con confusión.
—¿Vuelves a necesitar ayuda con la corbata o...?
—Volveré temprano —me interrumpió él.
Y, sin más, se acercó a mí, me sujetó de la barbilla y me dio un beso corto y seco en la comisura de los labios.
Me quedé tan paralizada que no fui consciente de que el señor Ross nos miraba, no muy contento. Jack volvió con él mirándome por encima del hombro con una expresión que no entendí y los dos desaparecieron, dejándome sola, todavía con el corazón acelerado y las manos temblorosas. Me toqué la zona que acababa de pesar con la punta de los dedos, sin poder creérmelo.
Decidí aprovechar mi pequeña y triste soledad para darme un baño de espuma muy largo y ponerme el pijama. Era la primera vez que tenía el apartamento para mí sola para más de una hora. Porque estarían ahí hasta pasadas las tres de la mañana. Sue ya me había dicho que había una fiesta después de la película. Y, aunque Jack hubiera dicho que vendría pronto, estaba claro que no iba a ser así. No pasa nada, tenía asuntos que atender. Podía entenderlo.
Como tenía todavía media hora antes de que empezara la premiere, decidí cocinarme algo y opté por hacerme verduras salteadas. Llamé a Spencer para pasar el rato mientras cocinaba y me confesó que papá y mamá también iban a ver la premiere, pero que le habían pedido que no me dijera nada.
Sí, era muy malo guardando secretos.
—¿Cómo va lo vuestro, por cierto? —preguntó—. Nunca me llegaste a decir por qué lo habías dejado.
—La distancia, ya sabes —menos mal que no estaba delante y no podía pillarme la mentira. No pude evitar pensar que Jack la habría pillado igual—. Complica las relaciones.
—Oh, sí, las relaciones a distancia... —suspiró—. Bueno, hagas lo que hagas, espero que seas feliz por ahí.
—Gracias, Spencer —sonreí—. ¿Y qué tal tu vida amorosa? ¿Alguna novedad por el horizonte?
—Tan solitaria como siempre. Mi mano derecha es mejor aliad...
—¡Vale, no quiero saber más!
Al final, me senté en el sofá con el plato en el regazo y empecé a comer mientras cambiaba de canal, buscando la cara de Jack en alguna parte. Me detuve en uno de ellos. Era un directo solo sobre eso. Un canal local. Era cierto que Jack era el famoso del momento. Había muchísima prensa alrededor de una valla que vadeaba una alfombra roja. Esa alfombra conducía a un cartel gigante con el título de la película y el nombre de Jack. Al lado del cartel, estaba la entrada del cine.
Lo primero que vi en la portada fueron los ojos de Vivian, que miraba la cámara por encima de los hombros de un chico con el pelo oscuro que supuse que sería el otro actor principal. Era sencillo... pero efectivo. Jack había definido alguna película que habíamos visto así. Incluso lo recordaba diciendo algo como que la sencillez hacía las cosas mejores. Bajo ellos, estaba el título: Tres meses.
Apenas pude ver nada más porque, de pronto, vi que Vivian entraba en pantalla y empezaban a hacerle preguntas. Al final, había tenido tiempo y se había vuelto a maquillar. La verdad es que no escuché mucho. Los fans que estaban fuera del recinto le gritaban pidiendo fotos. Vivian se giraba de vez en cuando y les hacía gestos de saludo, haciendo que gritaran más.
Entrevistaron a tres personas más. Uno de ellos era el chico del cartel, pero tampoco le presté mucha atención. De hecho, estuve más centrada en mis cosas hasta que vi que aparecía el señor Ross en pantalla. No entendí nada hasta que me acordé de que él también era bastante famoso por ser pianista.
—¿Cómo se siente al estar aquí esta noche, señor Ross? —le preguntó uno de los reporteros.
—Es un placer, claro —Mary estaba a su lado mientras el señor Ross sonreía al reportero—. ¿Hay algo mejor en la vida que saber que tu hijo hace lo que más le gusta y tiene reconocimiento por ello? Además de hacerlo con una joven tan encantadora, claro.
No me había dado cuenta, pero Jack y Vivian estaban a su lado. Ella sonrió agradecida y puso una mano en la nuca de Jack, que no se movió. Los fans se volvieron locos. Él tenía la mirada clavada en el suelo.
Pero no se movió.
Mhm...
Vale, no pasaba nada. Solo era una mano en un hombro. Tenía que calmarme.
MHM...
Pero... dejé el plato a un lado. Ya no tenía hambre. Decidí dejar de escuchar hasta que, de pronto, apareció Jack solo. Él fue el único del equipo de la película que no se giró a los fans para saludarlos, pero gritaron igual. De hecho, parecía bastante pensativo mientras se acercaba a los periodistas acompañado de una mujer trajeada con el pelo corto que supuse que sería la famosa Joey, su manager.
Jack se detuvo delante de los reporteros y empezaron a lanzarle preguntas como si lo bombardearan. Él frunció el ceño y pidió que las hicieran de una en una.
—¿Te sientes nervioso al saber que tu película va a proyectarse en tu ciudad natal? —preguntó una mujer.
—No —murmuró Jack, apenas mirándola.
—¿Cómo te sientes? ¿Orgulloso? ¿Preocupado? —preguntó otro.
—Indiferente —se encogió de hombros.
Pero ¿qué estaba haciendo? Sabía que estaba pensando en algo, pero no era ni el momento ni el lugar. Apenas escuchaba a los reporteros, que seguían llenándolo a preguntas.
—¿Has venido sin acompañante? ¿Te acompaña Vivian Strauss?
—No.
—Dicen que mantienes una relación con ella, ¿es eso...?
—No.
—¿Hay alguien importante en tu vida?
—Preguntas sobre la película, por favor —dijo Joey, colándose en la pantalla un momento.
—Ross —lo llamó otro reportero—, hay rumores de que la historia de la película es una historia real. ¿Es verdad eso?
Jack lo miró un momento como si quisiera arrancarle la cabeza, pero luego se limitó a responder con tranquilidad:
—¿La has visto?
El hombre se quedó parado un momento.
—¿Eh?
—¿La has visto? ¿Has visto la película?
—No... bueno, iba a verla ahora y...
—¿Y por qué te crees los rumores si ni siquiera la has visto?
El hombre se quedó parado, sorprendido, y los demás siguieron con sus preguntas.
Después de eso, Jack desapareció en el interior del cine tras hacerse unas cuantas fotos y cambié de canal. A partir de ahí, no me interesaba en lo más mínimo. Suspiré y busqué alguna película potable, pero no había nada. Al final, me limité a mirar un programa de cambios radicales.
Estaba agotada, así que me tumbé en el sofá y me tapé con mi mantita favorita hasta la barbilla. Miré mi móvil varias veces, pero solo tenía mensajes de Curtis diciéndome que había ido a ver la estúpida película con el hermano de Naya y se lo pasaba genial. Jack les había regalado una entrada extra. Me ajusté las gafas de mal humor, pensando en la estúpida perfecta figura de Vivian y lo mucho que la aplaudían cuando se acercaba a Jack. Y que él no se había apartado.
Llevaba ya dos horas de programa cuando escuché que la puerta principal se abría. Fruncí el ceño y me asomé. Casi se me cayeron las gafas de la impresión.
Jack.
Me incorporé, sorprendida, mirándolo.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, perpleja.
Él seguía teniendo aspecto pensativo, cosa que ya me estaba empezando a preocupar. Sin embargo, frunció el ceño cuando vio mi plato en la mesa.
—¿No has cenado?
—¿Eh? —parpadeé—. No...
Puso los ojos en blanco y se quitó la chaqueta del traje, tirándola al sillón de malas maneras. Fruncí el ceño.
—Jack, no puedes tirarlo así, se va a arrugar.
—El drama de mi vida.
Tiró del nudo de la corbata hacia abajo con una mueca y vi que no podía quitársela. Intenté no reírme, pero no pude evitarlo.
—¿Riéndote de mí otra vez? —preguntó, enarcando una ceja.
—Ven. Déjame ayudarte.
Se agachó delante de mí de mala gana y le quité la corbata, dejándola con cuidado en el sillón de al lado. Él se quedó sentado en el sofá, al lado de mis pies. Parecía cansado. Miró mi plato casi sin tocar y se lo acercó, comiéndoselo él mismo.
—Estará frío —le dije.
—Está bien —se encogió de hombros—. Se te da bien cocinar.
Silencio. Vi que zampaba como si la vida le fuera en ello y no pude evitar volver a sonreír. Él tenía los ojos clavados en la pantalla, así que no se enteró.
—¿No tenías un estreno al que asistir? —pregunté, ajustándome las gafas—. Tu propio estreno, de hecho.
—Sí.
—Y... estás aquí.
—Sí.
Lo pensé un momento.
—¿Puedo... preguntar por qué?
Dejó de comer por un momento para mirarme de reojo. Después, sacudió la cabeza y volvió centrarse en comer y mirar la película.
—Quería estar aquí —dijo.
—Ross, ¿te has ido de tu propia premiere? —no pude evitar el tono de regañina.
—Créeme, nadie me echará de menos.
—Es tu película.
—Por eso. Han ido a ver la película. No a mí. ¿Qué más les da que esté contigo y no con ellos?
No supe qué decir ante eso. Él se terminó mi cena y dejó el plato vacío sobre la mesa. Después, se giró hacia mí. Me miró de arriba abajo y yo hice lo mismo, en busca de cualquier fallo.
—¿Puedo tumbarme contigo? —preguntó en voz baja.
Me quedé mirándolo un momento.
—No.
Pareció confuso por un momento, pero me apresuré a rectificar.
—Es decir... eh... no en el sofá —¿por qué siempre hablaba tan rápido sin aclarar las cosas?—. En la... mhm... cama... estaremos mejor.
Él me miró unos segundos y, por fin, esbozó una pequeña sonrisa.
—¿Me vas a ayudar a transportar mis cosas ahí?
—¿Yo? —tenía que concentrarme—. Oh, sí, claro...
Nos pusimos los dos de pie y me acerqué a su cómoda. Al abrir el cajón, fruncí el ceño y fui a por el segundo. Pero lo demás no era su ropa.
—¿Qué? —preguntó al verme rebuscando.
—¿Esto es todo? —busqué en el otro cajón sin resultados.
—¿Qué más quieres? —preguntó, confuso.
—¡Esto es una miseria! —lo miré, anonadada—. ¡Solo tienes tres sudaderas y dos pantalones!
—También tengo camisetas —se encogió de hombros.
—¡Ross, necesitas más ropa! —la saqué, negando con la cabeza.
—No necesito más ropa —protestó.
—Claro que la necesitas. Eres famoso. No puedes ir por la vida de cualquier manera.
—¿Qué tiene de malo mi ropa?
Enarqué una ceja y le enseñé la sudadera de Tarantino desgastada que tenía.
—¿A parte de todo?
—Esa es genial —protestó.
—¡Si ya casi no se ve el logo!
—Porque me gusta mucho y la uso a menudo.
—No, la usas a menudo porque no tienes nada más. Tienes que comprar más.
—Pues, para no gustarte, bien que me robabas sudaderas cada vez que podías.
—¡Y las usaba de pijama! ¡No para ir por el mundo!
—No para ir por el mundo —imitó mi voz de mala gana.
—Ugh —me puse de pie, cargando con lo que podía—. Encima, no está bien doblada. Eres un desastre.
—¿Doblada? Si es ropa.
—¡Ross, la ropa se dobla!
—Ah, ¿sí?
—¡Pues claro!
—¿Para qué?
—¡Para que no se arrugue!
—¡Si luego se arruga igual!
Puse los ojos en blanco y empecé a ir hacia el pasillo con los brazos cargados.
—¡Más te vale no seguirme a la habitación con las manos vacías, Ross! —le dije sin mirarlo.
Escuché sus pasos deteniéndose y volviendo al salón rápidamente y sonreí, negando con la cabeza.
Él llevó el resto, que no era mucho. Cuando me acerqué a la cómoda de la habitación, la cual Jack estaba llenando en esos momentos, y vi el desastre que estaba haciendo... le di un manotazo involuntario en el hombro. Él se giró hacia mí, perplejo.
—Por Dios, ya sé cómo se siente mi hermana cuando dejo mi habitación hecha un desastre —negué con la cabeza al ver el destrozo que hacía a su propia ropa—. No dejes las cosas de esa manera.
—Madre mía, ¿estoy haciendo algo bien?
—¡No!
—¡Estás destrozándome la autoestima!
—Uy, pobrecito. Quita. Yo me encargo.
Jack tenía una sonrisa divertida en los labios cuando se sentó apartó. Al terminar, cerré el último cajón de la cómoda y me giré hacia él. Lo había obligado a sentarse para que no hiciera un desastre y él había aprovechado para ponerse el pijama. Vi que miraba el móvil con el ceño fruncido, pero lo ocultó al ver que me daba cuenta.
—Vas a tener que comprarte más ropa —lo señalé.
—¿Yo? —por su tono, cualquiera hubiera imaginado que acababa de obligarle a matar un gatito—, ¿por qué?
—¡Jack, apenas tienes!
—A mí me vale.
—¿Y qué harás si algún día te quedas sin ropa limpia?
—Poner la secadora.
—¿Si la pierdes o la rompes también pondrás la secadora para arreglarlo? —puse los brazos en jarras.
—Vale —me detuvo—, ¿en qué momento hemos pasado a ser un matrimonio de sesenta años?
—Di lo que quieras. Vas a comprarte más ropa.
—Sí, Michelle.
Me detuve en seco y su sonrisa se esfumó al instante en que me giré con el ceño fruncido.
—Es decir... —intentó corregir.
—¿Quieres morir?
—No, señora.
—¿Vas a volver a llamarme Michelle, Ross?
—No, señora.
—Eso me había parecido —tenía el dedo tan cerca de su cara que le podía pinchar la nariz.
Vale, definitivamente, me había convertido en mi madre.
—No me puedo creer que solo tengas esa ropa —murmuré, saliendo de la habitación y escuchando que me seguía—. Y siendo malditamente rico. Si yo lo fuera, me pasaría el día en Gucci. O en Chanel. Una de esas tiendas ridículamente caras a las que solo van...
Como vi que no me contestaba, me di la vuelta, interrumpiéndome. Casi se chocó conmigo porque estaba mirando su móvil. Levantó la cabeza y lo escondió al instante.
—¿Eh?
—¿Me estabas escuchando?
—Sí, sí.
—¿Y qué decía?
—Qué... —improvisó—, ¿algo de un coche?
—¡He dicho Gucci, no coche! ¿Qué te tiene tan distraído? —quise saber, mirándolo de arriba abajo.
—Nada.
—Ross...
—Nada —repitió, casi ofendido—. ¿Qué miras tú?
—¿Eh? —esta vez, yo me quedé callada.
—Me acabas de dar un repaso con los ojos —sonrió maliciosamente—. Lo he visto.
—¿Eh? —repetí como una idiota—. No, yo no...
—Sí, tú sí.
—¡Que no!
—¡Que sí!
—¡Que no!
—Que sí, Mich... ¡auch!
Le había dado un manotazo en el estómago.
—¡Que no me llames Michelle, pesado!
—¿Sabes que eso es maltrato? —protestó cuando me alejé, enfurruñada—. Y por tercera vez en una noche. Podría denunciarte.
—Pues búscate a otra que te ajuste las corbatas y te ordene el armario —murmuré, sentándome en el sofá—. Y que te aguante.
Él volvió a mirar su móvil al acercarse y yo fruncí el ceño, intrigada.
—Aparta —murmuró.
Casi me hizo hacer el pino cuando me levantó las piernas y se sentó, dejándolas en su regazo. Le puse mala cara y me dedicó una sonrisa encantadora antes de robarme el mando de la televisión.
—¿Qué es esta basura? —protestó.
—¿Por qué solo es basura cuando no te gusta a ti?
—Porque yo tengo buen gusto.
Intenté quitarle el mando y me devolvió a mi lugar dándome un golpecito en la frente con la punta de un dedo.
—¿Quién te ha dado permiso para cambiar de canal? —protesté, aunque mi voz se había suavizado al notar que me acariciaba el borde del calcetín con el pulgar. Y ni siquiera parecía darse cuenta. Era como si le saliera solo.
—Los papeles del piso. Y de la televisión —remarcó, mirándome—. ¿A que no sabes qué pone en esos papeles?
—¿Que son tuyos? —ironicé.
—Bingo —se hizo el sorprendido—. Eres muy lista. Y en esta casa no se miran realities basura.
—¡No son basura!
—Son muy basura.
—Tú sí que eres basura.
—Tú más.
—No, tú más.
—No, tú mucho más.
—No, tú muchísimo más.
—No, tú muchisísimo más.
—No, tú much... —se detuvo y frunció el ceño a la televisión—. ¿Por qué demonios no hacen nada que valga la pena?
—Porque saben que tú tienes el mando.
Sonreí cuando me miró con mala cara.
—No te metas conmigo o volveré a llamarte Michelle —advirtió.
—¿Tú puedes meterte conmigo y yo contigo no?
—Exacto.
—Pues me parece fatal. Todos mis amigos han hecho eso siempre.
—Pues tendremos que cambiar eso —murmuró distraídamente—. Aquí los derechos de meterse contigo están reservados.
Enarqué una ceja.
—¿Y solo tú puedes meterte conmigo?
—Sí, solo yo.
Puse los ojos en blanco mientras él me daba un apretón en el tobillo. Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo al volver a sacar el móvil. Esta vez, no pude evitarlo y me incorporé, muerta de curiosidad. Él me retuvo cuando intenté mover las piernas, así que me quedé sentada a su lado, con estas todavía encima de su regazo.
—¿Qué demonios mir...?
—Sht —me puso un dedo sobre los labios.
Miré el dedo con el ceño fruncido y luego lo miré a él.
—Oye, ¿qué...?
Cuando intenté asomarme a su móvil, su dedo fue sustituido por su mano entera, que me tapó la cara para que no pudiera moverme. Intenté quitármela pellizcándole la muñeca.
—¡Suéltame! —murmuré como pude—. ¡No puedo ver nada!
—Esa es la idea.
—¡Suéltame!
—Espérate, pesada —dijo con toda tranquilidad sin soltarme.
—¿Esperar a qué?
—Que te esperes.
—¡¿A qué quieres que esp...?!
Me detuve cuando me soltó la cara para estrujarme las mejillas con los dedos. Le puse mala cara cuando giró el móvil hacia mí.
—Precioso fondo de pantalla —murmuré como pude con las mejillas siendo estrujadas—. ¿Me vas a decir ya qué...?
—Feliz cumpleaños, Jen.
¿Eh?
Miré el móvil de nuevo. Eran las doce en punto. Me quité su mano de la cara, pasmada.
—Oh —no sabía ni qué decir. Se me encendieron las mejillas y él puso los ojos en blanco.
—No me digas que se te había olvidado.
—¿Eh? ¡Claro que no se me había olvidado!
—Claro que sí se te había olvidado.
—¡Que no...! —solté un ruido molesto cuando volvió a estrujarme las mejillas, sonriente—. ¡Mhmpg...!
—Eres un desastre, Will tiene razón —negó con la cabeza—. Y mira que a mí se me dan mal estas cosas, pero superarte es cada vez más difícil. En fin, feliz cumpleaños. ¿Cuántos cumples? ¿Doce añitos? ¿Diez?
—Diecinueve —protesté.
—Diecinueve —fingió sorpresa—. Mira qué niña tan grande. ¿Y te has portado bien este año? ¿Te han tirado ya de las orejitas? ¿Quieres que lo haga yo?
—Oh, cállate.
—¿No me vas a dar ni las gracias? He sido el primero.
Abrí la boca, pero me detuve en seco, mirándolo. Su sonrisa se transformó en una mueca entre la diversión y la confusión.
—¿Qué?
Me quité su mano de la cara, sujetándola de la muñeca.
—¿Te has ido de la premiere porque era mi cumpleaños? —pregunté lentamente.
Él dudó un momento. Me miró, analizando mi reacción. Después, se encogió de hombros.
—¿En serio? —no pude evitar una mueca.
—¿Estás triste? —preguntó, arrugando la nariz al ver mi expresión—. Cada día eres más difícil de entender.
—¡No estoy triste, tonto, estoy emocionada!
—Tonto —se burló.
—Creo que es lo más considerado que han hecho por mí en mi vida —murmuré.
—Es decir, que todas mis hazañas del pasado acaban de quedar completamente eclipsadas. Genial.
Hice un ademán de pellizcarle el brazo, divertida, y él me sujetó la mano. No sé cómo, pero terminamos forcejeando y me sujetó las dos muñecas con una mano. Tiró de ellas hasta que me tuvo sentada encima. Le puse mala cara.
—Pensándolo bien, no sé si eso de irte de ahí ha sido una gran idea. ¿Y si hacen entrevistas después?
—Los reporteros también tienen vida, ¿sabes?
—Pero, ¿y si...?
—¿Puedes dejar de pensar en eso? —puso los ojos en blanco por enésima vez en la noche.
—¡Dices eso como si fuera el cumpleaños de un desconocido! ¡Es una premiere!
—La premiere fue ayer.
—Ayer fue hace cinco minutos.
—Y el pasado, pasado es —sonrió, soltándome las muñecas—. Bueno, ¿he sido el primero o no?
—Pues claro que has sido el primero. Estabas mirando la hora como un psicópata.
—Qué detalle de tu parte llamar psicópata al chico que se ha saltado una premiere para ser el primero.
Puse los ojos en blanco, divertida, y le eché los brazos alrededor del cuello, acercándome para abrazarlo. Apoyé la mejilla en su hombro, cerrando los ojos. Noté uno de sus brazos rodeándome la espalda y sujetándome en las costillas. Su otra mano seguía en mi tobillo.
—Gracias, pesado —murmuré de mala gana.
—Eso está mejor. Como no lo hagas por mi cumpleaños, te lo recordaré el resto de mis días.
Me reí sin soltarlo y sus dedos se apretaron en mis costillas. Durante un momento, pensé en separarme porque el abrazo ya había sido un poco largo, pero no lo hice. No sé por qué. Él tampoco dio señales de separarse. De hecho, me dio la sensación de que giraba la cabeza y su nariz rozaba mi pelo. Yo apreté los brazos un poquito y él subió su mano desde mi tobillo hacia mi rodilla.
Vale, había echado de menos poder abrazarlo cuando quisiera. No os voy a mentir.
Moví el brazo y hundí la mano en su nuca, suspirando. Realmente, me hubiera gustado que ese momento durara para siempre. Él suspiró también cuando notó mis dedos en su pelo y hundió la cara en el hueco de mi cuello. Su respiración me cosquilleaba la piel. Moví el pulgar por su espalda, por encima de la tela. Su otra mano viajó a la parte baja de la mía y tiró de mí hasta que me tuvo apretada contra su pecho.
—¿Jack? —murmuré sin saber muy bien lo que iba a decir.
—¿Mhm...?
Cerré los ojos un momento.
—Nunca... —mierda, ¿qué decir ahora?
Hubo una pequeña pausa. Él también me estaba acariciando la espalda con los pulgares, pero casi podía ver su ceño fruncido al no entender.
—Nunca, ¿qué?
—¿Puedo decirte... algo?
—Claro que sí.
—Pero... tienes que prometerme que no me preguntarás nada más sobre el tema.
No pareció darle mucha importancia.
—Muy bien.
—Yo no... yo nunca...
Me detuve y solté todo el aire de mis pulmones.
—Nunca volví con Monty.
Silencio.
Sus pulgares dejaron de acariciar mi espalda.
Oh, oh.
¿Os acordáis de cuando dije que, si mi conciencia se preocupaba teníamos un problema?
Pues ahí estaba nuestro querido y precioso problema.
Jack se echó hacia atrás lentamente y yo hice lo posible por mantener mis manos en su nuca y hombro. Era mi arma secreta. Se quedó sentado conmigo encima, mirándome fijamente. Por la forma en que me miró, parecía que me había salido una segunda cabeza.
—¿Qué? —preguntó, perplejo.
—Desde que tú y yo nos besamos por primera vez, no he estado con nadie más —murmuré—. Con nadie.
Sus ojos repasaron mi cara entera antes de volver a los míos. Entreabrió los labios para decir algo, pero se detuvo y frunció el ceño.
—¿Qué? —repitió.
—Solo... quería que lo supieras.
—¿Saber...? —se cortó y apartó la mirada, completamente perdido, antes de volver a clavarla en mí—. Entonces, ¿qué...?
—Me has prometido que no harías más preguntas.
—¿Que no...? ¿Cómo quieres que no te haga más preguntas después de soltarme... eso?
—Jack, lo has prometido.
Él apretó los labios, negando con la cabeza.
—¿Por qué...? —no sabía ni por dónde empezar. Su ceño se marcó más—. ¿Y por qué me has hecho creer que sí por un año entero?
—Yo...
—He estado un año entero pensando que habías vuelto con el imbécil maltratador ese —se echó hacia atrás y me quitó las manos de su nuca—. Y no era verdad.
—Jack...
—No —me agarró de la cintura y me colocó en el sofá para ponerse de pie—. Ahora no.
—Pero...
Vi que se acercaba a la barra y agarraba la caja de tabaco. Suspiré cuando agarró la chaqueta y salió de casa con el ceño profundamente fruncido. Me tapé la cara con las manos.
Cómo arruinar situaciones perfectas: parte uno.
Tardé dos minutos en ponerme de pie y seguirlo. Subí las escaleras de incendios rápidamente y lo encontré de pie a unos metros del borde, poniéndole mala cara a la ciudad. Ni siquiera estaba fumando. Obviamente, había oído mis pasos en la grava. Pero no se movió de su lugar.
—¿Podemos hablar? —pregunté lo más suavemente que pude.
—No lo sé, ¿podré hacerte preguntas cuando me confieses alguna otra mentira o no?
—Jack...
—¿Por qué me dijiste que estabas enamorada de él? —se dio la vuelta y me miró, enfadado.
—¡No lo sé! Pensé que era la única forma de que...
Me quedé callada. Mierda.
—¿De qué? —instistió al ver que no respondía.
—¡Da igual! ¡Lo que importa es que no era cierto!
—¡A mí no me da igual! ¿Tienes la menor idea de lo que ha sido un año entero pensando que me dejaste porque estabas enamorada de otro?
Aparté la mirada.
—Lo siento.
—Bueno, yo también.
—Jack, yo no...
—¿Por qué me lo dijiste si no era cierto?
—Es... complicado.
—No, no lo es.
—Jack, te lo he contado porque has prometido que no seguirías preguntando y...
—¿Cómo puedes pretender que no lo haga? ¿Cómo te sentirías tú si yo te dijera que hace un año te dejé por otra cuando no era cierto? ¿No querrías preguntar, al menos, el por qué?
—Y te lo contaré —le supliqué con la mirada que lo entendiera—. Te lo juro. Lo haré. Pero... no hoy. Es más complicado de lo que parece. Solo... necesito que tengas un poco de paciencia. Solo eso.
Oh, eso estaba funcionando. Vi que dejaba de fruncir el ceño al instante en que vio mi expresión y sus labios se suavizaron.
—Por favor —añadí.
Ahí. El remate final.
Él me observó unos segundos. Seguía irritado, pero, al menos, ya no parecía enfadado.
Hubo un momento más de silencio cuando apartó la mirada.
—No se me va a olvidar —me aseguró.
—Lo sé. No pretendo que se te olvide.
Jack suspiró y cerró los ojos un instante antes de volver a clavarlos en mí. Por un momento, pareció relajado. Sin embargo, tardó un segundo más en ponerme mala cara, mirándome de arriba abajo.
Oh, no, ¿ahora qué hemos hecho?
—¿Qué demonios haces en manga y pantalones cortos en pleno febrero, loca?
Vale, creo que eso era lo último que esperaba.
Menos mal. Ya creía que la habías liado otra vez.
—¿Eh?
—¿Es que no tienes sentido de la responsabilidad? —puso los ojos en blanco y me empujó por la espalda hacia la salida—. Venga, andando.
Sonreí disimuladamente. Había conseguido disuadir el enfado. Era la primera vez que lo conseguía desde que había vuelto. Estaba tan emocionada por esa pequeña victoria que bajé las escaleras felizmente. Él bajó la mano hacia mí brazo mientras entrábamos al piso.
—Estás helada —protestó como si yo tuviera la culpa de todos los problemas de su vida.
Bueno, quizá no de todos, pero sí de la mayoría, querida.
—Te recuerdo que TÚ has subido —lo miré.
—Y yo te recuerdo que TÚ tenías la culpa.
¿Ves?
Mi conciencia estaba un poco pesada, ¿no?
Mira quién habla.
Me di la vuelta hacia él. Al menos, ahora ya no lo decía irritado. De hecho, tenía media sonrisa en los labios. Cuando vio que me quedaba mirándolo mientras se quitaba la chaqueta, la sujetó con una mano y me enarcó una ceja.
—¿Qué?
Mis dedos empezaron a cosquillear, sensación que ya conocía muy bien porque la había vivido un año atrás. Muchas veces. Demasiadas veces. Y todas con él. Y lo había sentido siempre que... que había querido besarlo.
Y quería besarlo. Muchísimo.
Él frunció el ceño sin comprender cuando yo tragué saliva.
—¿Qué? —repitió.
A por él, fiera.
Di un paso hacia él y mi miraba bajó a sus labios. Él se tensó entero al instante. Me conocía demasiado como para no saber lo que iba a hacer. Vi que sus dedos se apretaban entorno a su chaqueta cuando tragué saliva y corté la distancia entre nosotros.
Mi mirada subió a sus ojos. Él estaba tenso, pero no se movió. Durante un momento, solo lo miré. Se hizo el silencio entre los dos. Mi corazón empezó a aporrearme el pecho cuando él también bajó la mirada a mis labios y entreabrió los suyos.
Se acabó. Solo quería besarlo.
Me puse de puntillas y me adelanté para...
—Qué asco dan las fiestas en las que no eres el protagonista —Mike lanzó su chaqueta a la barra y cayó al suelo tristemente. Sonrió al vernos—. Ah, hola, chicos.
Me separé de un salto de Jack. Él se giró hacia Mike como si quisiera matarlo. Por primera vez, yo también quería matarlo un poquito.
—Eh... hola —murmuré.
—¿Qué hacíais? ¿Cuchicheabais? ¿Tenéis cotilleos jugosos para mí?
—Sí —Jack le enarcó una ceja—. Que eres un pesado.
—Eso no es un cotilleo, ya lo sabe todo el mundo —lo descartó sin darle mucha importancia.
—Es el cumpleaños de Jen —aclaró Jack con una mirada significativa.
Estaba casi segura de que esa mirada era un: vete.
Pero, claro, Mike la interpretó como un: quédate.
—¡Felicidades, cuñada! —se acercó y me estrujó en un abrazo, levantándome del suelo en el proceso.
—Eh... gracias —murmuré, mirando el suelo un poco asustada. De pronto, estaba demasiado lejos de mí.
—Que vas borracho, idiota —Jack me bajó, separando a su hermano—. Ten un poco de cuidado.
—No es de porcelana —Mike puso los ojos en blanco—. No hay que ser tan protector, hermanito. ¿No has oído hablar de la liberación de la mujer? Se valen por sí solas.
—Sí, ahora va a resultar que es feminista —murmuró Jack, negando con la cabeza.
—Como sea —Mike nos sonrió—. Si no os importa, quiero irme a dormir. ¿Podéis dejarme el salón?
Creo que Jack realmente estuvo a punto de matarlo, pero se distrajo cuando tiré de él hacia la habitación. Suspiré cuando llegamos y él cerró la puerta.
—¿Cómo se puede ser tan pesado? —preguntó en voz baja.
—A mí me parece entrañable —sonreí.
Me dedicó una mirada de ojos entrecerrados.
—Venga, nos seas tan amargado. Iba borracho.
No respondió. Lanzó el móvil a su mesita auxiliar y, para mi sorpresa, esta vez se metió en su lado de la cama. Yo me quité las gafas, dejándolas a un lado. Casi se sentía como la rutina del año pasado. Aunque dudaba que fuera a terminar igual, claro. El año pasado terminábamos sin ropa.
Se me aceleró el corazón cuando tiró de mí hasta que me tuvo, literalmente, encima de él. Puso una mano en mi nuca y pegó mi frente a su cuello antes de apagar la luz. Yo no podía cerrar los ojos. Era demasiado consciente de que estaba sobre él. Mis piernas desnudas estaban en enredadas en las suyas. Mi corazón latía a toda velocidad. Tragué saliva cuando él me rodeó con ambos brazos.
No entendía a Jack. Dudaba que lo hiciera jamás. Aunque, para ser justos, él probablemente tampoco me entendía a mí.
Pero, si seguíamos así, no me importaba no entenderlo. Solo quería poder abrazarlo.
Finalmente, me atreví a separarme un poco y vi que él estaba mirando el techo con el ceño un poco fruncido. Levanté la mano y se la pasé por lado de la cara que no podía ver desde ese ángulo, acariciándole la mejilla con las puntas de los dedos. Él no se movió. No pude evitarlo y le di un pequeño beso en la mejIlla. Esta vez, cerró los ojos y tragó saliva.
—Buenas noches, Jack.
De nuevo, no respondió. Vi que se había tensado, así que decidí no seguir presionando y me acomodé contra su cuello.
Sin embargo, noté que me ponía una mano en la nuca y me sujetaba la cabeza. Me miró por un segundo, como si estuviera considerando lo que iba a hacer. Después, tiró de mí y presionó sus labios sobre los míos en un corto beso.
No me dio tiempo a reaccionar antes de volver a tumbarse y soltar todo el aire de sus pulmones.
—Buenas noches, Jen.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro