Capítulo 7
Estaba ordenando mis apuntes en el portátil mientras veía, de reojo, que Lana y Naya hablaban atropelladamente de no sé qué de su clase en el otro sofá.
Me fijé en que Will miraba algo de su móvil y se ponía de pie, yendo a fumar al tejado. Lo seguí con la mirada y, en cuanto estuvo fuera, miré a las chicas.
—Um... ¿puedo preguntaros algo?
Las dos se giraron hacia mí al instante, sedientas de curiosidad.
—¿Tú quieres preguntarnos algo? —preguntó Lana, confusa.
—Es la primera vez, ¿no? —quiso saber Naya.
—¿Puedo preguntarlo o no? —puse mala cara.
—¿El qué? —preguntó Naya.
—Tenéis que prometerme que no se lo diréis a nadie —las señalé.
—Ya tienes mi interés —me aseguró Lana.
—Eh... —pensé un momento en cómo formular la pregunta—. ¿Quién es Vivian?
Hubo una pausa cuando me miraron como si me hubiera salido otra cabeza.
—¿No sabes quién es? —Lana frunció aún más el ceño.
—Vivian Strauss —remarcó Naya, mirándome.
—¿Debería saber quién es? —pregunté, confusa.
Las dos se pusieron de pie y se acercaron, sentándose cada una a un lado y echándome del sofá, por lo que tuve que sentarme en la alfombra mientras usaban mi portátil. Me crucé de brazos, mirándolas.
—Eso es mío —les recordé.
—Cállate. La estoy buscando —murmuró Naya, centrada en su labor.
—No me puedo creer que nos sepas quién es —me dijo Lana—. ¿Vives bajo una piedra o algo así?
—¿No podéis decirm...?
Me quedé callada cuando giraron el portátil hacia mí y me quedé mirando a una chica con un vestido verde largo en una alfombra roja. Piernas y brazos largos y bronceados en un perfecto dorado, cintura estrecha, pechos abundantes y cuello delgado enmarcando una cara de rasgos finos de ojos celestes y pelo rubio.
Y, todo eso, mirándome a los ojos y riéndose de mi asquerosamente normal cara.
Toma ya.
—Es como... superfamosa —murmuró Naya.
—Y es la protagonista de la película de Ross —me dijo Lana.
Me quedé mirándola un momento.
—¿Qué? ¿Esa? —parpadeé varias veces para asegurarme de lo que estaba viendo.
Al final, me puse el portátil en el regazo y empecé a pasar las fotos, disgustándome cada vez más. ¿Por qué todo el mundo en la vida de Jack era tan perfecto?
Es decir, todo el mundo menos yo. Qué deprimente.
—Sí —Naya suspiró—. Y la prensa está obsesionada con que estén juntos.
—Y ella también —Lana empezó a reírse, a lo que Naya la acompañó.
Mis ojos se despegaron de la pantalla para clavarse en ellas.
—¿Qué queréis decir?
—Ross la rechazó mil veces.
—¿Entonces... no están juntos? —quizá mi voz no debería haber salido tan ansiosa.
—Honestamente, Jenna —Lana me miró—, dudo que Ross vuelva a estar con alguien después de lo que os pasó. Nadie que no seas tú, quiero decir.
—Eh... —intenté recuperarme de la bomba que acababa de soltarme, pasando fotografías y buscando cualquier imperfección en ellas—. ¿Y... la prensa? ¿Por qué se interesan en ellos?
—Ross es la estrella del momento —Naya sonrió—. Todo el mundo quiere saber de él.
—Y él no dice nunca nada —añadió Lana.
—Cuando no dices nada de tu vida...
—...o cuando evitas preguntas...
—....haces que la gente se interese aún más por ella.
—Sí. Hace un montón de entrevistas. Siempre le sacan el tema.
—Entonces, ¿ella...? ¿Siente algo por él?
—La verdad es que no la conozco —Naya se encogió de hombros—. Pero mañana lo haré. Es el estreno de la película.
¿Mañana? ¿Ya?
—¿Y... Ross irá con ella?
—Seguramente —murmuró Naya—. Seguro que habrá un montón de famosos.
—Yo ligaría con alguno, pero el idiota no me ha invitado —protestó Lana.
—¿No te ha invitado? —pregunté, curiosa.
—Solo a mí, a Will, a Sue y a su familia —dijo Naya—. Nadie más. El resto son familiares de los demás, prensa o famosos.
A mí tampoco me había invitado, pero no podía culparlo por ello. Después de todo, apenas habíamos podido mantener una conversación en las semanas que llevaba ahí. Al menos, las cosas habían mejorado un poco esas semanas.
Más que nada, porque yo había insistido en ello. En hacer cosas como preguntarle cómo había dormido por las mañanas, pedir su comida favorita, no dejar que Naya nos torturara con sus películas malas... en fin, detalles. Pero estaba funcionando. Al menos, ya me hablaba con naturalidad.
Will siempre me miraba divertido cuando veía lo que me traía entre manos. Si alguna vez no me funcionaba, me daba una palmadita reconfortante en el hombro.
—Entonces —volví a la realidad—, ¿esta chica es...?
Y el ruido de la puerta principal fue como un latigazo que nos hizo reaccionar. Era ridículo, pero reconocía quién entraba por la puerta solo por oír sus pasos. Había llegado a ese punto. Y era Jack. Gracias a mi mirada de horror, Lana y Naya también lo supieron enseguida.
Di tal respingo que cerré el portátil de un golpe. Puse una mueca. Esperaba que siguiera vivo. Naya y Lana también entraron en modo pánico y empezaron a empujarse entre ellas para alcanzar el portátil primero. Al final, lo solucioné sentándome encima de él con cuidado de no aplicarle demasiado peso.
—Nunca viene hasta la hora de cenar —masculló Naya en voz baja, intentando colocarse en una posición natural, enfadada—, y tiene que elegir hoy para hacerl... ¡hola, Ross!
Jack se acercó a nosotras con expresión indiferente, pero se detuvo cuando vio que las tres lo mirábamos con sonrisas inocentes. Una de sus cejas se curvó un poco.
—Vale. ¿Qué hacéis?
—¡Nada! —exclamó Naya, sonriente.
—¡Eso, nada! —Lana asintió con la cabeza, demasiado entusiasta.
Jack se giró directamente hacia mí. Oh, no. Era el objetivo fácil y lo sabía. Asqueroso. Empecé a entrar en pánico porque no estaba preparada para fingir una mentira. Iba a pillarme si abría la boca.
Así que esbocé una sonrisa incrédula, como si no supiera qué quería.
—¿Qué tienes debajo? —me preguntó él, acercándose.
—¿A qué te refieres, Ross? —preguntó Lana, leyéndome el pensamiento.
—No te estoy hablando a ti, Lana —le dijo sin mirarla, acercándose a mí—. ¿Qué escondes?
—¿Yo? —me sonó la voz aguda—. ¿De qué hablas?
—Del portátil que tienes debajo —me dijo—. ¿De qué dimensiones te crees que tienes el culo? Puedo verlo perfectamente.
Miré a Lana y Naya, que no sabían que hacer.
Mierda.
Como lo abra, vamos a reírnos un rato.
—¿Qué portátil? —pregunté torpemente.
Puso su cara de ¿en serio te crees que soy tan idiota como para no ver que tienes un portátil bajo el culo? y yo suspiré.
—¡Solo... corregía unos apuntes! —murmuré, quitándolo de debajo de mí y dejándolo en la mesa—. No seas paranoico.
—Eso, Ross, no seas paranoico —Naya asintió con la cabeza.
Nos miró unos segundos más con una expresión que dejaba claro lo que pensaba de nosotras. Entonces, Will volvió del tejado y se acercó, curioso.
—¿Qué pasa?
—Estaban haciendo algo que no quieren decir —murmuró Jack.
—Pues espérate lo peor —Will negó con la cabeza.
—¿Lo peor? —se ofendió Naya—. ¡Somos buenas chicas!
—Sí, acabáis de demostrarlo, cariño.
—¡Solo queríamos ayudar a Jenna a buscar a... mhmpg! —Lana le tapó la boca precipitadamente.
Jack y Will se giraron hacia mí al instante.
—¿A buscar qué? —preguntó Will, divertido.
—¿Eh? —me puse roja, muy a mi pesar—. No, a buscar no... es... eh... yo...
Mierda. Tenía que pensar. Y rápido.
—A buscar el grupo de Mike —dije precipitadamente.
Los dos fruncieron el ceño.
—¿El grupo de Mike? —preguntó Will.
—Tenía curiosidad —me hice la ofendida—, ¿ahora la curiosidad es un pecado?
Jack negó con la cabeza.
—Sigues siendo igual de mala mentirosa.
—Y tú igual de pesado —le puse mala cara.
Pareció que iba a decir algo, pero se interrumpió a sí mismo cuando Mike entró en casa con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Hola, familia! —se detuvo con las manos en las caderas al vernos siendo interrogadas—. ¿Qué pasa? —me miró—. ¿Qué has hecho?
—¿Por qué asumes que he hecho algo? —protesté.
—Tienes cara de haber hecho algo.
—Incluso el idiota de Mike se ha dado cuenta —murmuró Jack.
Iba a decir algo no muy bonito, pero el móvil de Naya empezó a sonar y ella le frunció el ceño a su pantalla.
—¿Qué quiere este ahora? —preguntó, confusa, llevándose el móvil a la oreja—. Hola, Chris, ¿qué tal est...?
Se quedó callada un momento.
—Whoa, frena, frena, ¿qué pasa?
—¿Qué es? —Will se acercó enseguida, preocupado.
Qué buen novio era Will. No pude evitar poner una mueca de envidia cuando le puso una mano en la rodilla. Justo en ese momento, pillé a Jack mirándome de reojo. Pero apartó los ojos en cuanto se encontró con los míos.
—Sí, sí, ahora iremos. Claro que sí. Chris, no seas idiota. Sí. Ahora vamos.
Colgó el móvil y suspiró largamente.
—Lo han despedido.
Silencio. Todos nos quedamos mirándola, boquiabiertos.
—¿Qué? —pregunté, pasmada—. ¿A Chris? ¿Al perfeccionista de Chris?
—Al parecer, prefieren tener a una chica a cargo de la residencia y han decidido despedirlo —ella miró a Will—. ¿Te importa que vayamos a...?
—Claro que no, cariño. Venga, vamos.
—Voy con vosotros y así me dejáis en la residencia —sonrió Lana.
Y, sin más, me dejaron a solas con los, según Sue, hermanos Monster.
Naya tenía razón, era raro ver a Jack por la casa tan temprano. Tragué saliva cuando se me quedó mirando.
—¿Qué haces todavía en el suelo? —me preguntó Mike.
—Intentar ocultar el portátil con mi culo de dimensiones insuficientes —murmuré.
Vi, de reojo, que Jack sonreía de lado mientras Mike me ponía una mueca de confusión y se iba a al cuarto de baño, encogiéndose de hombros.
—Yo te ayudo —me ofreció Jack su mano.
La acepté y me ayudó a ponerme de pie. Seguía sintiendo mariposillas cursis y molestas en el estómago cada vez que me tocaba. Que no era en muchas ocasiones. No pude evitar sonreír cuando me quedé de pie delante de él pero no me soltó. Sin embargo, esa sonrisa se borró al instante en que lo miré a los ojos. Con las pupilas dilatadas.
Por eso estaba en casa tan temprano.
—Ross... —empecé, negando con la cabeza.
Él, obviamente, se había dado cuenta de que lo había visto. Apretó los labios cuando intenté soltar mi mano y la sujetó.
—No es nada.
—No es alcohol, ¿no?
Volví a intentar soltarme cuando no respondió.
—Ni tampoco marihuana —añadí.
Jack me agarró la otra mano cuando hice un ademán de apartarme.
—No es tan fácil dejarlo, Jen.
—¿Por qué sigues haciendo eso? —volví a intentar librarme de su agarre, pero no me dejó—. ¿No... no eres... estás mejor?
Me miró un momento.
—No es tan fácil dejarlo —repitió.
Cuando vio que empezaba a negar con la cabeza de nuevo, se inclinó hacia delante. Por un momento, entré en pánico —un pánico muy agradable— al pensar que iba a besarme en los labios. Pero solo apoyó la frente contra la mía. Contuve la respiración al instante.
—¿Puedes fingir que no lo has visto? —me pidió en voz baja.
De pronto, me pareció tan vulnerable que dejé de intentar soltarme de su agarre. No sabía nada de drogas. Solo las había visto por programas de televisión. Realmente, no sabía hasta qué punto era difícil dejarlas. Y Jack era de las personas con más fuerza de voluntad que conocía. Si él necesitaba tiempo... habría que respetarlo.
Pero no iba a dejar que eso siguiera así por mucho, eso estaba claro.
Asentí con la cabeza y pareció inmensamente aliviado.
Lo que daría por leer un libro narrado por él y saber qué pasa por esa cabecita....
Me separé de él cuando vi que Mike aparecía de nuevo por el pasillo y me obligué a actuar con naturalidad al sentarme en el sofá.
—¿Ya sabéis que os pondréis mañana? —pregunté.
Mike hizo un ademán de sentarse a mi lado, pero sonrió como un angelito y se fue al otro cuando vio que su hermano lo miraba fijamente. Jack se sentó a mi lado con el ceño fruncido.
—¿Mañana? —repitió.
—Yo sí —Mike se tumbó, repiqueteando los dedos en su estómago—. Voy a ponerme mi traje negro con mi camisa...
—¿Qué hay mañana? —preguntó Jack, confuso.
Lo miré con el ceño fruncido.
—Tu premiere.
Él tardó unos segundos en los que me miró fijamente en reaccionar. Después, cerró los ojos un momento.
—Mierda.
—Alguien no se acordaba —se burló Mike, pero dejó de reírse cuando el cojín que le había lanzado le dio en la cara. Me puso mala cara—. Eso ha sido tan infantil como innecesario, cuñada.
—¿No tienes nada que ponerte? —pregunté a Jack.
—Sí, pero... —suspiró—. No tengo ninguna corbata.
—¿Hay que llevar corbata? —Mike puso una mueca.
—¿Tú has hecho alguna película? Eso creía. Pues tú no. Pero yo, desgraciadamente, sí.
—¿Y no puedes ir a comprar una? —preguntó él.
Hubo un momento de silencio. Jack se pasó una mano por la frente.
—Qué remedio... —murmuró, poniéndose de pie.
—¡Yo voy! —exclamó Mike enseguida.
—Sí, y yo —murmuré, siguiéndolos a la puerta.
Mientras me acercaba, vi que Jack agarraba las llaves de su coche y se las quité. Él me frunció el ceño.
—¿Qué haces?
—No conduces tú —le aseguré—. No así.
Apretó los labios. Uh, eso no le había gustado.
—Dame mis llaves.
—No.
—Jen...
—No.
Hizo un ademán de cogerlas y yo me las escondí en la espalda. Puso cara de fastidio.
—¿Y quién conducirá? ¿Tú?
—No —sonreí y me acerqué al pasillo.
Noté ambas miradas clavadas en mi nuca cuando me acerqué al pasillo y me detuve en la habitación de Sue, llamando con los nudillos. Ella abrió unos segundos más tarde, frunciéndome el ceño.
—¿Qué?
—¿Te apetece conducir?
—¡¿Qué?! —escuché a Jack acercándose rápidamente—. No, no, no. Ni de coña. Nadie toca mi coche.
Sue nos miró con curiosidad.
—Tienes carné, ¿no? —le pregunté a ella.
—Sí, pero no tengo coche.
—Pues, enhorabuena. Ahora tienes uno. Por un rato.
—¡He dicho que no! —protestó Jack.
—Genial —lo ignoró Sue, agarrando las llaves.
La seguí hacia el salón notando que Jack iba detrás de mí, nada contento. Eso iba a traerme consecuencias más tarde.
—¿Vas a conducir, Susie? —sonrió Mike ampliamente.
Sue le dio con un dedo en la garganta al pasar por delante, haciendo que Mike se pusiera a toser como un loco. Levanté las cejas.
—Lo aprendí en artes marciales —me dijo ella en voz baja.
—Tengo que aprender a hacer eso —murmuré.
Nos subimos los cuatro en el ascensor. Jack estaba de brazos cruzados. Miraba fijamente las llaves que Sue sostenía, negando con la cabeza.
—Esto no me gusta —me dijo en voz baja.
—Pues a mí me encanta —Sue sonrió ampliamente.
El pobre Mike seguía acariciándose el cuello cuando llegamos al coche. Sin dudarlo un instante, se sentaron ambos delante, dejándonos a Jack y a mí ahí, de pie. Él pareció querer matarnos a todos cuando no le quedó otra que sentarse conmigo atrás. Se volvió a cruzar de brazos, mirando fijamente a Sue.
—Como me rayes el coche... —murmuró.
—Relájate —murmuró ella, arrancando con una sonrisa—. Eres rico, ¿no? Podrás comprarte uno nuevo.
—¡Un convertible de esos! —exclamó Mike felizmente.
—Sí. Y cuatro, si quieres —murmuró Jack de mala gana.
Sin más, Sue dio marcha atrás y se quedó parada un momento antes de dar un acelerón para salir del aparcamiento. Mike empezó a vitorear mientras Jack se quedaba pálido, acariciando el asiento como si el propio coche estuviera sufriendo.
—¡Ve con cuidado!
—Voy con cuidado, Ross —ella puso los ojos en blanco, tomando una curva de malas maneras.
Yo estaba entre reírme o aferrarme por mi vida. Al final, opté por lo primero, aunque dejé de hacerlo cuando Jack me clavó una mirada que me habría helado de haber sido posible.
—No es gracioso —protestó—. Todo esto es por tu culpa. Si esa loca estampa mi pobre coche, será por tu culpa.
—No lo hará —puse los ojos en blanco.
—Mi pobre coche... —murmuró él.
Al final, Sue no se estampó contra nada. Pero Jack había estado como un paranoico durante todo el viaje igualmente. Cuando llegamos al centro comercial, me tranquilizó saber que era tarde y, por lo tanto, no estaba muy concurrido. Menos gente que se quedara mirando fijamente a Jack, que se había dejado las gafas de sol.
Él también se dio cuenta de eso en aquel momento, porque vi que se le tensaban un poco los hombros al entrar. Sue y Mike iban por delante. Subieron las escaleras mecánicas con nosotros detrás y nos quedamos los cuatro delante de una tienda en la que vendían corbatas. Jack suspiró.
—¿Por qué me siento como si tuviera cincuenta años?
—Oye, yo quiero un helado —protestó Mike.
—Estamos en febrero —puse una mueca.
—Nunca hace demasiado frío como para comer helado —me dijo Sue.
—Hermanito... —Mike se acercó a él con una sonrisa inocente—. ¿Me das...?
—No.
—Pero...
—He dicho que no.
—¡Solo es para un hel...!
—¿No me has oído? No.
—¿Ves como eres un parásito? —le dijo Sue.
Mike se giró en redondo hacia mí.
—Vamos, cuñadita —me puso un mohín triste—. Ten caridad por esta pobre alma hambrienta.
Suspiré y, tras unos segundos, hice un ademán de sacar la cartera. Al instante, vi que Jack agarraba a Mike del hombro y le ponía un billete en la mano.
—Hazme el favor de perderte por diez minutos.
—¡Gracias! —sonrió él ampliamente.
Arrastró a Sue con él cuando volvió a bajar las escaleras para ir a la heladería. Mientras, Jack entró en la tienda de ropa y yo lo seguí.
Al parecer, su plan era entrar y comprar la primera que viera para poder irse. Cuando vi que agarraba una sin mirar, lo detuve.
—De eso nada —la devolví a su lugar.
—¿Qué tiene de malo? —protestó.
—Que no eres un señor de sesenta años que se pasa media vida en un despacho en los años sesenta —enarqué una ceja.
Por un momento, me pareció que iba a reírse.
—¿Qué?
—¿No puedes elegir una que te guste y ya?
—No me gusta ninguna.
—¡Ni las has mirado!
—Sé que no me van a gustar.
Puse los ojos en blanco exageradamente y él sonrió, divertido.
—Déjame a mí —mascullé.
Al final, estuvimos unos minutos en los que yo le enseñaba las que me gustaban y él ponía muecas o se encogía de hombros. Tardé exactamente un minuto más en darme cuenta de que, efectivamente, ninguna le gustaría. Así que agarré las dos que más me gustaban y se las enseñé.
—¿Quieres una gris para sentirte Christian Grey... —levanté la otra— ...o una azul oscuro para sentirte... eh... quién lleva corbatas azul oscuro?
—Yo —la agarró—. ¿Podemos irnos ya?
Le puse mala cara, pero lo seguí a la caja.
—Para lo que valía, podría haber comprado todas las que me enseñabas —masculló mientras bajábamos las escaleras mecánicas.
—Dijo Steve Jobs.
Sonrió disimuladamente.
No tardamos en encontrar a esos dos. Sue miraba a Mike con una mueca mientras él se paseaba con su helado.
—¿Qué tal? —le pregunté a Sue, divertida.
—Iría mejor si se le cayera el helado y pudiera reírme de él —murmuró.
De pronto, Mike soltó un gritito que me hizo dar un respingo.
Entonces, entendí que iba corriendo a una de las máquinas esas en forma de unicornio que usaban los niños y que solo se balanceaban.
—No me lo creo —murmuró Sue, siguiéndolo.
Yo no me había dado cuenta de que, al dar el respingo, me había agarrado al brazo de Jack. Cuando lo vi, él sonrió con una ceja enarcada y yo me aparté, avergonzada, siguiendo a los demás. Mike ya estaba a punto de llegar a una de las máquinas, pero un niño estaba a muy poco de adelantarlo.
—Aparta, niño —exclamó, sentándose en ella.
El niño se cruzó de brazos, indignado, cuando Mike sonrió ampliamente y le enseñó la monedita antes de meterla. Jack y Sue negaban con la cabeza. Yo intentaba no reírme.
—¿No eres un poco mayor para esto? —le preguntó el niño, irritado.
—¿No eres un poco enano para montar? —Mike le puso mala cara.
—Tus tatuajes son feos.
—Tu cara es fea.
—Y tú eres estúpido.
—Pues yo tengo un hermano famoso. ¿Qué tienes tú? ¿Eh?
El niño le sacó el dedo corazón antes de volverse con sus padres que, gracias a Dios, no se habían enterado de nada.
—Enhorabuena —Sue aplaudió—. Has ganado un debate a un niño de unos ocho años.
Mike la ignoró, disfrutando de lo que había pagado.
Cuando volvimos a casa, Jack seguía desesperado porque Sue no estampara su pobre coche. También seguía culpándome a mí de haberla dejado conducir. De nuevo, Sue no estampó nada. De hecho, condujo bastante mejor, lo que me llevó a pensar que la primera vez solo lo había hecho mal para irritara a Jack.
Cuando subimos las escaleras, Mike y Sue desaparecieron en la habitación de ella para cuchichear, como siempre. Jack se quitó la chaqueta distraídamente. Al darse la vuelta, vio que yo lo miraba de brazos cruzados y adivinó mis intenciones.
—No me eches una bronca —murmuró, poniendo los ojos en blanco—. Ya casi se me ha pasado.
—¡Me da igual que se te haya pasado?
Me ignoró completamente y se acercó a la nevera. Cuando vi que iba a por una cerveza, la cerré con el ceño fruncido.
—¡Oye! —protestó.
—Al sofá —lo señalé.
—No —frunció el ceño.
—Al sofá —le dije más lentamente.
—¡Tengo sed!
—Pues bebe agua.
—¿Agua? —arrugó la nariz.
—Sí. Agua. Que es muy sana. Y el castigo perfecto.
—¿Cast...? ¿Te crees que tengo cinco años? ¡Tengo veintinuno!
—¡Pues empieza a comportarte como tal!
Lo dejé solo en la cocina, yendo al sofá. Noté que me fulminaba con la mirada, pero no oí el ruido de una lata de cerveza abriéndose cuando me alejé lo suficiente. De hecho, me senté en el sofá y vi que, unos segundos más tarde, él se sentaba a mi lado con una mueca, dejando un vaso de agua en la mesita.
—Qué asco.
—Es agua.
—Es un aburrimiento.
—Oh, qué pena.
Me puso mala cara.
—Muy bien, ¿y ahora qué? —se cruzó de brazos—. ¿Te queda alguien a quien darle las llaves de mi coche? ¿O decirme algo más que no pueda hacer?
Lo pensé un momento, mirando a mi alrededor.
—¿Quieres que miremos uno de mis realities? —sonreí ampliamente.
Él puso mala cara.
—¿En serio?
—¿Prefieres que ponga una película de Naya?
—Prefiero elegir yo.
—Has perdido ese privilegio cuando te has puesto los ojos así.
Por un momento, no supe si había ido demasiado rápido como para hacer una broma. Sin embargo, él pareció divertido al clavar los ojos en la pantalla.
Me dejé caer en el sofá con mi manta favorita y esperé que él fuera a por otro, pero me quedé paralizada cuando se tumbó. Encima de mí.
Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando colocó su cabeza encima de mi pecho, justo debajo de mi barbilla. Fue todavía peor cuando me rodeó con los brazos. Justo... como solíamos hacerlo antes.
Estaba segura de que notaba mi corazón. Estaba literalmente bajo su mejilla. Era imposible no notarlo. Sin embargo, no dijo nada.
—¿Estás cómodo? —intenté bromear, pero era obvio que estaba nerviosa.
—¿Lo estás tú? —murmuró, mirando la televisión.
—Sí.
—Yo también.
Pero él también estaba un poco tenso. Podía notarlo solo por la forma en que me rodeaba con los brazos. Cambié de canal mientras nos ponía mi mantita por encima, cubriéndonos a ambos. Su calor corporal era mejor que cualquier mantita. Ni siquiera recordaba haber echado tanto de menos que se dejara caer sobre mí. Pero, ahora, me era inconcebible pensar que no fuera a volver a hacerlo.
Puse el reality mientras él bostezaba y se acomodaba un poco más. Jack había tenido problemas para dormir durante todo ese tiempo. Ya lo había mencionado Will alguna vez. Y, si no recordaba mal, antes se solía dormir cuando yo... sí, iba a intentarlo. Esperaba no fastidiarlo todo.
Tragué saliva cuando, por instinto, estiré la mano y le pasé el pulgar por la mejilla. Mi corazón se contrajo por la emoción cuando cerró los ojos. Moví el pulgar por su mejilla hasta su oreja, llegando a su nuca. Ahí, le pasé los dedos lentamente por el cuero cabelludo antes de empezar a masajearlo con suavidad, haciendo que los mechones me cosquillearan entre los dedos. Hace un año, le encantaba eso.
Y ahora también, por lo visto.
Oh, lo había echado tanto de menos... Le pasé los dedos de la otra mano por la mejilla. Él tenía los ojos cerrados. Le aparté los mechones cortos de la frente y le recorrí la raiz del pelo con la punta de un dedo mientras mi otra mano seguía masajeando su cuero cabelludo. No me podía creer que estuviera disfrutando tanto acariciando a alguien.
—Te he echado de menos —no pude evitar decirlo.
Hubo un momento de silencio cuando él siguió sin abrir los ojos. Igual estaba dormido. Era mejor así, seguro.
No estaba segura de querer saber la resp...
—Y yo a ti.
Contuve la respiración, pero él abrió los ojos y no me dejó pensar mucho en lo que acababa de decir.
—Pero no echaba de menos tus realities malos. Sus gritos me están poniendo de los nervios. Dame eso.
Sonreí, un poco afligida todavía, y dejé que cambiara de canal. Me fijé en que no se quejó de que siguiera pasándole los dedos por el pelo mientras cambiaba y se quejaba de cada maldito programa, serie o película que había en la programación.
Me quedé helada por un momento cuando se incorporó, sentándose en el sofá. Estaba tensa cuando me miró. ¿Había hecho algo mal?
—¿Tienes hambre?
Oh, era eso.
Momento pánico diluido, histérica.
—No diré que no a unas golosinas.
Él sonrió de lado y fue a la cocina. Me senté de piernas cruzadas cuando volvió, dejándose caer a mi lado. Él me agarró de los tobillos y se los puso en el regazo. Era ridículamente feliz solo con eso. Empezamos a comer golosinas mientras escuchaba las risitas de Mike en la habitación de Sue.
Entonces, ambos escuchamos las voces en el pasillo. Nos giramos a la vez, mirando la puerta principal. En pocos segundos, Chris apareció con Naya y Will. Tenía los labios fruncidos y arrastraba una maleta azulada.
Justo tuvo que coincidir con Sue y Mike apareciendo por el pasillo con un bote de helado vacío. Los ojos de ella se detuvieron en Chris al instante. Después, se deslizaron a su maleta. Cambió su expresión a una de horror absoluto.
—Oh, no —suplicó—. Más gente no, por favor.
—Solo serán unos días —le dijo Naya—. Y solo es una persona más.
—Si contamos a... eso —señaló su estómago—. Son dos personas más. Y el parásito sigue aquí. Ya son tres. Mi ansiedad social implora clemencia.
—¿Puedes dejar de llamarme...? —se detuvo al ver lo que estábamos comiendo—. ¡Golosinas!
Jack le dio un manotazo cuando se acercó a meter mano a la bolsa.
—No es para ti.
—¡Es para todos!
Mike volvió a intentarlo y empezaron a forcejear. Yo me aparté con las golosinas con una mueca.
—¿Alguien puede hacerme caso en mi drama? —protestó Chris.
Ellos se detuvieron con la misma expresión exacta de odio mutuo. Mike se quedó de pie, de brazos cruzados.
—¿Cómo estás? —le pregunté yo a Chris al ver que nadie más lo hacía.
—Mal —puso una mueca y se dejó caer en el sofá—. Estúpida residencia. Estúpida jefa. Estúpida ley.
—Se te pasará, Chrissy —murmuró Jack, comiendo una golosina.
Chris se giró hacia él con una mirada furibunda.
—Voy a dejar pasar lo de Chrissy porque me dejas quedarte en tu casa.
Jack frunció el ceño.
—¿He dicho yo que pudiera quedarse o...?
Sonreí, divertida, mientras Chris le ponía mala cara.
—Le he dicho que podía quedarse un tiempo en el sofá —murmuró Naya—. No tiene donde ir. Mis padres viven lejos de aquí.
—Sí, soy como un juguete viejo, roto y desamparado —murmuró Chris, dejándose caer en el sofá de brazos cruzados—. Abandonado en la lluvia, a mi suerte y desgracia, amparando las inclemencias del destino y...
—Que sí, pesado —Jack puso los ojos en blanco—. Quédate.
—¿Y dónde dormirás tú? —le preguntó Will—. ¿En el otro?
Hubo un momento de silencio cuando noté que Naya me dedicaba una mirada significativa. Jack abrió la boca para responder, pero Mike se adelantó.
—Eh, eh, eh —nos detuvo levantando las manos—. ¿Y qué hay de mí?
—Tú no vives aquí —le recordó Sue, de brazos cruzados.
—Perdona, pero soy una parte importantísima de esta familia y me parece fatal que paséis de mí así. ¡El sofá iba a ser para mí cuando esos dos volvieran juntos!
Me puse roja cuando nos señaló, frustrado. Menos mal que Jack reaccionó mejor.
—Honestamente, Mike, no sé ni por qué tienes llaves de aquí.
—¿Como que no sabes por qué? ¡Porque soy tu hermanito!
—Yo no te he dado nunca las llaves.
—¡No hacía falta que te molestaras! ¡Hice una copia de las tuyas yo solito!
—La confianza da asco —murmuró Sue.
—Hay dos sofás —le recordó Will—. Podéis quedaros cada uno en uno de ellos.
—¿Y Ross? —Naya sonrió ampliamente.
Lo miré. Él rebuscó en la bolsa de golosinas sin decir nada por unos segundos.
—Puedo volver a la habitación —murmuró.
Durante un instante, todo el mundo clavó la mirada en mí. Por mi parte, intenté que mi entusiasmo no se notara, pero no pude evitar una pequeña sonrisa de triunfo que se borró para disimular cuando Jack me miró.
—Si te parece bien —añadió.
—Me parece bien —dije quizá demasiado rápido.
—Es decir, que yo me quedo en el sofá. A no ser... —Mike se giró hacia mí con una sonrisa encantadora— que alguien se haya confundido al decir qué hermanito quería en su cama.
—No se ha confundido —Jack le enarcó una ceja.
—Deja que lo diga ella.
Los dos clavaron sus miradas en mí, que tenía la boca abierta para comer una golosina. La cerré al instante, avergonzada.
—Eh... lo siento, Mike.
Jack le dedicó una sonrisa de triunfo mientras él ponía una mueca y se giraba en redondo hacia Sue.
—También está la posibilidad de...
—No vas a dormir en mi habitación en tu vida —ella se cruzó de brazos.
—¡Vale! —Mike se frustró—. Pues voy a tener que dormir en un sofá cualquiera. Vais a tener que vivir con eso en la conciencia. Y no os guardaré rencor. Porque soy mejor persona que vosotros.
—Si no te gusta el sofá, puedes ir al banco del parque —le recordó Naya.
—No, el sofá está bien —aseguró él enseguida.
—Bueno... —volví a mirar a Chris—, ¿nos vas a explicar ya por qué te han echado?
—No me han... echado —matizó él—. Me han invitado cordialmente a que me marchara porque mi perfil no era el deseado para una residencia femenina y querían...
—Lo han echado —confirmó Mike.
—Y de malas maneras —murmuró Sue, sentándose con él en los sillones.
Naya y Will se sentaron con Chris. Se me hizo raro ver el salón tan concurrido. Y más raro era tener las piernas sobre el regazo de Jack, que no parecía escuchar demasiado mientras me pasaba el pulgar por el tobillo distraídamente.
Ojalá estuviéramos así siempre.
—¡He estado trabajando ahí dos años y me lo pagan así! —puso una mueca Chris—. Ni siquiera me han hecho una carta de recomendación.
—¿Y qué querías que pusieran? —le preguntó Sue—. Trabaja bien, pero tiene pene.
Intenté no reírme con todas mis fuerzas porque Chris la miró con mala cara.
—Me echan porque soy un chico en una residencia de chicas —protestó—. ¡Si soy gay! ¡Soy el menor de sus problemas!
—A lo mejor, solo era una excusa para echarte —opinó Naya distraídamente. Se puso roja cuando Chris la miró fijamente—. O no. Seguro que no. Eres un trabajador estupendo. Menudos capullos, ¿eh?
Chris decidió pasarlo por alto antes de suspirar largamente.
—Y, ahora, ¿qué hago con mi vida? —preguntó—. No tengo trabajo. No tengo nada que estudiar. No tengo expectativas de futuro. No tengo ganas de vivir. Solo tengo ganas de comer.
—Puedes tirarte por la ventana —sugirió Mike.
—Eso no ayuda —le dijo Will.
—¡No ha dicho que quisiera ayuda!
—Tengo hambre —Chris miró a su alrededor—. ¿Aquí no tenéis comida?
Jack y yo escondimos las golosinas al instante.
—Podemos pedir algo —sugirió Will, estirándose para llegar a su móvil—. ¿Qué os apetece?
—Algo grasiento —pedí.
Will se giró hacia mí con expresión divertida.
—¿Algún problema con la comida sana?
—Sí, que da asco —dijo Sue por mí—. Algo grasiento para mí también, gracias.
Naya robó el móvil a Will y empezó a marcar, pero se detuvo abruptamente con la mirada clavada en la pantalla. Casi me sentí como si fuera a matarme cuando levantó la vista y la clavó en mí.
—¿Qué he hecho ahora? —pregunté.
—¡Serás zorra!
Abrí los ojos como platos cuando agarró un cojín y me lo lanzó a la cara. Hice un ademán de apartarme, pero Jack ya lo había atrapado con la mano.
—¿Qué te pasa a ti ahora? —le preguntó a Naya con el ceño fruncido.
—¡En dos días es tu cumpleaños! —me chilló Naya, indignada.
—¿Eh? ¿Ya? —agarré mi móvil y miré el día.
—Eres un desastre —empezó a reírse Will.
—He estado distraída, ¿vale? —protesté—. Y solo es un cumpleaños, tampoco es la gran cosa de...
—¿Quién traerá el alcohol? —me interrumpió Mike.
—¿Cuándo he dicho yo que...?
—Pasado mañana lo celebramos, ¿no? —preguntó Sue.
—¿Podéis no ignor...?
—Podríamos hacerlo aquí —dijo Naya.
—¿Aquí? —Will puso una mueca—. ¿Quieres que un vecino nos mate? Bastante tienen ya con los gritos que escuchan cada día.
—Yo quiero emborracharme —remarcó Chris—. Para olvidarme de mi dolor.
—Qué dramático es —Sue puso los ojos en blanco.
—¿Hola? ¿Podéis hacerme un poco de caso? —fruncí el ceño—. Es mi cumpleaños.
—Lo dices como si les interesara tu opinión —me dijo Will, divertido.
—Entonces... —Naya fue analizando lo que habían dicho—, ¿alcohol?
—Confirmado —asintió Sue con la cabeza.
—¿Invitados? —ella lo pensó—. Lana podría venir.
—Y Charlie —murmuró Jack.
—Es Cur... —me corté—. ¿Por qué estáis organizando una fiesta cuando yo no he dicho que la quisiera?
—Porque queremos una fiesta —me dijo Sue como si fuera evidente.
—También podríamos invitar a los de su clase —siguió Naya—. ¿Crees que tus hermanos querrán venir?
—Vale, esto se os está yendo de las manos.
—Ya llamaré yo a Shanon —murmuró Naya.
Iba a decir algo, pero me detuve para mirarla.
—¿Que la llamarás?
—Tengo su número.
—¿Qué...? ¿Desde cuándo?
—Desde siempre. Voy actualizándola de tu vida —sonrió inocentemente—. Bueno, volvamos a la cena. ¿Algo grasiento?
Media hora más tarde, solo quedábamos Naya, Chris y yo en el salón. Sue había desaparecido en su habitación y Mike había subido con los chicos al tejado. Las dos nos quedamos mirando la bola de sábanas y pañuelos con mocos que era Chris. No había dejado de quejarse desde que nos habíamos sentado con él. Yo tenía un brazo por encima de sus hombros mientras él lloraba en el regazo de Naya.
—¡Y... t-todo por... por tener... pene! ¡E-es... discriminación! ¡Discri... discriminación s-sexual!
—Podríamos denunciarlos —propuse, divertida—. O matarlos.
—Will estudia derecho —murmuró Naya—. Y Ross sabe golpear. Y tiene el dinero suficiente como para contratar a alguien que lo haga si no le apetece. Las dos opciones son bastante viables.
—N-no quiero... golpearles —Chris se incorporó, sorbiendo por la nariz—. Q-quiero... quiero que sufran. De otra forma.
—Eso ha sonado un poco mafioso —admití.
—No —Chris me miró, ahora con los ojos entrecerrados—. Ya se me ocurrirá algo.
—Vale, hermanito —Naya le dio una palmadita en la espalda—, creo que ya va siendo hora de que te vayas a dormir. Ha sido un día largo. Y yo tengo que ir a hacer pis. Desde que tengo el bichito dentro, tengo que hacer pis cada diez minutos. Es insoportable.
Sonreí al verla desaparecer por el pasillo y me quedé mirando a Chris, que seguía sorbiendo la nariz. Justo en ese momento, Jack volvió del tejado y se quedó mirándolo un momento.
—Creo que eres lo más deprimente que he visto en meses.
—Vaya, muchas gracias —murmuró él.
—¿Qué te pasa ahora? —Jack enarcó una ceja.
—¡Que me han despedido! ¿Es que no tienes corazón?
—¿Sigues triste por eso? —parpadeó, confuso, cuando vio que lo miraba con mala cara—. ¿Qué he dicho ahora?
Al ver que estaba ocupada consolando a Chris y no iba a responder, se encogió de hombros y se dejó caer al otro lado de Chris. Puso una mueca al apartar un pañuelo usado con cuidado de tocarlo lo menos posible.
—No creo que vengarte vaya a hacer que te sientas mejor, Chris —le dije mientras tanto.
—Lo sé —suspiró—. Es que... por una cosa que se me daba bien...
—Seguro que hay cosas que también se te dan bien.
—Sí —murmuró Jack—, seguir las normas como un obseso. Y jugar al Candy Crush.
Tan pronto como lo dijo, se puso a lloriquear y no supe qué hacer, así que dejé que llorara en mi hombro, pasándole la mano por la espalda. Aproveché el momento de distracción para darle al idiota de Jack un manotazo en el hombro. Él me puso mala cara.
—Encima, no tengo vidas en Candy Crush —protestó Chris, lloriqueando.
—Bueno, solo tienes que esperar un rato y...
—¡Ni pareja! ¡Y para eso no vale esperar un rato! ¡Mi vida sentimental da asco!
—¿Quieres que te hablemos de la nuestra? —masculló Jack.
—N-no... no es lo mismo —protestó, gimoteando—. Vos... vosotros os tenéis el uno al... al otro. Y-yo no tengo a nadie.
Jack y yo intercambiamos una mirada por encima de su cabeza antes de que yo volviera a centrarme en él.
—Nos tienes a nosotros, ya lo sabes.
—Oh, sí, tu novio es la viva imagen de la sensibilidad —puso los ojos en blanco.
—Oye, yo soy muy sensible —protestó él.
Me quedé mirándolos un momento, pensativa. Entonces, fue como si se me encendiera una bombillita en la cabeza. Jack puso una mueca al verme.
—Oh, no.
—¿Qué? —fruncí el ceño.
—Me da la sensación de que vas a tener una idea muy estúpida.
—No es estúpida.
—Es decir, que sí tienes una idea —enarcó una ceja.
—Pues... —miré a Chris con una sonrisa—. Resulta que tengo un amigo soltero en busca de otros solteros al que... mhm... quizá podrías interesarle.
Chris me miró con poca confianza.
—¿Está bueno?
—¡Oye! —fruncí el ceño.
—Es una pregunta importante —lo defendió Jack.
—Sí —Chris asintió con la cabeza.
—Eso no es verdad —protesté—. Lo físico es lo menos importante.
—Venga ya —Chris puso los ojos en blanco.
—¿Cuántas películas de Disney has visto? —se empezó a reír Jack.
Dejaron de reírse cuando vieron que los miraba fijamente, indignada.
—Sois unos superficiales —remarqué—. Y, aunque no te lo mereces, sí, está muy bueno.
—¿En serio? ¿Y quién es?
—Se llama Curtis y...
—Espera, espera —me detuvo Jack con los ojos entrecerrados—, ¿es Charlie? ¿Charlie es...?
—Ha dicho que se llama Curtis —dijo Chris, confuso.
—Cállate, Chrissy —le dijo antes de mirarme—. ¿Charlie es gay?
—No es gay al cien por cien. Solo... al noventa por ciento.
—Me vale —me aseguró Chris—. ¿Hablarás con él mañana?
—Sí, claro. Yo me encargo —me puse de pie cuando vi que Jack fruncía el ceño en mi dirección—. Ahora, si me disculpáis...
Fui a la habitación con la esperanza de poder pensar una excusa, pero no me sirvió de nada porque, en menos de un minuto, la puerta se abrió y Jack se quedó mirándome desde el umbral con mala cara.
—Así que Charlie es gay —enarcó una ceja.
—No del todo...
—Al noventa por ciento.
—¿No te lo había dicho? —sonreí inocentemente.
—No.
—¿Seguro? Yo creo que sí.
—Me acordaría, te lo aseguro.
Me encogí de hombros.
—Bueno... eh... ya lo sabes.
—Sí, ya lo sé.
Había estado tan distraída pensado en excusas por no habérselo comentado que no me había dado cuenta de que había entrado en la habitación por primera vez desde que había vuelto. Él seguía mirándome fijamente.
—¿Por qué me da la sensación de que eras muy consciente de que no lo sabía, Jen?
—Yo no... —me aclaré la garganta—. Desde el principio te dije que no me interesaba.
—Pero no me dejaste tan claro que no le interesaras tú a él.
—Bueno, ¿qué más da? Ahora ya lo sabes.
—¡A mí me da!
—¿Por qué? ¡Tampoco lo ves tanto!
—¡Sabías que en la fiesta... esa... me pasé la noche paranoico por su culpa!
—¡Por tu culpa! —remarqué—. ¡Él no hizo un solo ademán de hacer nada, eras tú el que se creía...!
—¡Tampoco hiciste nada para que pensara lo contrario!
—¡Ya no hace falta hablar de él, Ross, es...!
—¡Pues yo quiero hacerlo!
—¡Pues te recuerdo que yo no te he preguntado ni una sola vez por Vivian!
Oh, oh.
No acabas de decir eso, ¿verdad?
Él iba a contestar, pero se detuvo y frunció un poco el ceño, como si analizara lo que acababa de soltar.
—¿Vivian? —repitió, confuso.
Bueno, ya no había vuelta atrás.
—No hagas como si no conocieras a ninguna Vivian, Ross.
—Sí la conozco. Lo que no entiendo es a qué viene mencionarla ahora.
—Bueno, quizá yo no tengo a quien interese en mi vida, pero está claro que tú sí.
—¿Yo...? —creo que sonrió esperando que estuviera bromeando, pero dejó de hacerlo en cuanto vio que no era así—. ¿Estás hablando en serio?
—Venga ya, Ross, la mitad de los titulares con su nombre hablan de vuestra posible relación.
—¿Cuántas veces lo has buscado?
—Yo... —mierda, ya estaba roja—. Ninguna. Me lo han... eh... comentado. Pero no hablábamos de eso. Hablábamos de una relación que...
—Una relación que ninguno de los dos ha confirmado —remarcó, frunciendo el ceño—. Ni confirmará.
—Entonces, ¿estás seguro de que a ella no le interesas? ¿Para nada?
Él abrió la boca para responder, pero se detuvo. Apreté un poco los labios.
—¿Ves?
—Pero, ¿por qué te preocupa tanto Vivian? —se frustró.
—¡Porque la he visto en fotos!
—¿Y?
—¡Que es guapísima!
—¿Te crees que me he fijado en eso? ¿Que me gusta?
—Ross, me gusta hasta a mí.
—Vale, cambiaré la pregunta, ¿has oído que hablara de ella alguna vez?
Lo pensé un momento.
—No.
—Entonces, ¿qué más da que Vivian sea guapísima o no?
—¡Así que lo es! —lo señalé con un dedo acusador y él puso los ojos en blanco—. ¡Acabas de admitirlo!
—Venga ya —murmuró.
—Seguro que a ti no te haría ninguna gracia que tuviera a un chico guapísimo conmigo en la mitad de las fotos que salen de mí en Internet.
—Bueno, siendo sinceros, no encontrarías a alguien más guapísimo que yo.
Él sonrió ampliamente cuando yo apreté los labios.
—¡Estoy hablando en serio! —protesté.
—Yo también —se encogió de hombros—. Buena suerte encontrándolo..
Le puse mala cara al darme cuenta de que no iba a tomarme en serio. De hecho, se estaba riendo abiertamente de mí. Me senté en la cama de brazos cruzados.
—¿A qué ha venido este ataque de celos? —quiso saber, acercándose con aire divertido y malicioso—. ¿Era eso lo que hacíais Naya, Lana y tú antes?
—No —pero lo había dicho demasiado rápido—. Y no estoy celosa.
—Ya.
—Solo... curiosa.
—Curiosa —repitió, enarcando una ceja. Seguía sonriendo.
—¡Deja de sonreír como un... idiota! —protesté, poniéndome de pie y yendo al armario. Él me siguió con los ojos sin dejar de hacerlo.
Agarré mi pijama y lo miré con las manos en las caderas.
—Date la vuelta.
—¿Para qué?
—Para que pueda cambiarme.
—¿Tienes algo que no haya visto todav...? —se calló cuando hice un ademán de tirarle la camiseta a la cara—. Vale, vale. Madre mía, qué carácter.
Puso los ojos en blanco y se dio la vuelta, sentándose en su lado de la cama. Me puse rápidamente el pijama. Él no se había quitado la ropa, pero tampoco tenía el pijama ahí. Seguía en el salón. Y no se había molestado en traerlo de vuelta. Preferí no decir nada. No quería forzar las cosas. Me metí bajo el edredón y me quedé mirándolo cuando él también se tumbó, solo que encima de las sábanas. Como si quisiera dejar una barrera entre nosotros. Vi que tragaba saliva cuando me estiré para apagar la luz.
—¿Ross?
Se giró hacia mí con una ceja enarcada.
—¿Qué pasa?
—Mañana es el estreno de tu película, ¿no?
Suspiró, mirando el techo de nuevo.
—Sí.
—¿No estás nervioso?
Pareció que iba a reírse.
—La estrenamos en la ciudad, no en el mundo. Ya hemos dado tres premieres. Dejó de ser especial a la segunda.
—Pero... no es lo mismo. Tus padres estarán ahí.
—Lo sé.
Hubo un momento de silencio. No sabía por qué estaba alargando las cosas cuando, en realidad, tenía tan claro dónde quería llegar.
Quería decirle la verdad. Y, aunque estuviera un poco irritada con él, estaba claro que ya no había tanta hostilidad entre nosotros. No me sentía cómoda mientras seguía ocultándole eso. Merecía saber la verdad.
Respiré hondo.
—Ross, yo...
—¿No es raro que me lleve bien con él? —me interrumpió con una mueca.
Lo miré un momento, confusa.
—¿Qué?
—Con mi padre —aclaró—. Creo que es la primera vez en mi vida que nos podemos ver sin discutir. Es... de las pocas cosas que he podido arreglar.
Me quedé mirándolo fijamente, tragando saliva.
No podía decirle la verdad sin mencionar a su padre. Podía intentarlo, pero no confiaba del todo en mi habilidad para mentir. Y él me pillaría enseguida si me ponía nerviosa. Y, si mencionaba a su padre...
Mierda. Si lo mencionaba, le echaría mucha culpa a él. Estaba segura de ello. Lo conocía demasiado bien.
Cortó el hilo de mis pensamientos cuando me miró de reojo y frunció el ceño.
—¿Qué?
—Nada —negué con la cabeza y suspiré—. Solo... se me hace raro que estés aquí.
Por la manera en que me miró, creo que supo que había algo más detrás. Por suerte, no insistió.
—¿Raro en el mal sentido?
—Raro en el buen sentido.
Esbozó una pequeña sonrisa.
—Deberías dormirte, Jen.
Lo miré durante unos segundos, pensativa.
Al final, asentí con la cabeza y me di la vuelta, dándole la espalda. Noté que él me miraba la espalda unos segundos antes de acomodarse y cerré los ojos.
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