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Capítulo 6

Cuando abrí los ojos, tardé unos segundos en acordarme de lo que había pasado la noche anterior. Bajé la mirada y vi que tenía dos brazos alrededor. Y seguía notando el aliento de Jack en mi nuca. Parpadeé varias veces, intentando creerme que eso era real. Cuando intenté separarme, él apretó los brazos y murmuró algo en sueños. 

Seguía teniendo los dedos sobre el dorso de su mano. Lo había estado acariciando hasta que se había quedado dormido y ni si quiera me había dado cuenta. Era como si me saliera solo.

Conseguí deshacerme de su agarre con toda la suavidad que pude reunir para que no se despertara. Él seguía durmiendo tranquilamente. Lo miré durante un momento y no pude evitar una sonrisa estúpida.

—Buenos días, cuñadita bonita.

Di un respingo y mi sonrisa estúpida se borró de golpe cuando vi que Sue y Mike me miraban con sonrisas malévolas desde la barra. Will estaba preparándose unas tostadas. Él, al menos, intentaba ocultar su diversión.

—Eh... hola —murmuré, poniéndome roja.

—¿Has dormido bien? —Mike levantó y bajó las cejas.

—¿Has dormido calentita? —sonrió Sue.

Mi cara estaba completamente roja cuando noté que, a mi lado, Jack se removía. Vi que abría los ojos y se quedaba mirando a los demás, que seguían con sus sonrisitas malvadas. Después, me miró a mí, miró hacia abajo y tardó dos segundos más en darse cuenta de que habíamos dormido juntos. 

Parpadeó varias veces y frunció el ceño.

Oh, no.

Dime que se acuerda, por favor.

—He ido a por desayuno para todo el mundo —Will interrumpió mi momento de pánico interior—. Espero que os gusten los gofres. Con sirope de chocolate.

Me puse de pie con la excusa y me acerqué a la barra. Agarré uno de los platos y el olor a dulce hizo que me rugiera el estómago. Will me sonrió cuando me metí un trozo de gofre en la boca.

—Buen provecho. Hay más si te quedas con hambre.

—¿No era Naya la cocinera de la casa? —pregunté con la boca llena.

—Naya dormirá un rato más —él puso los ojos en blanco.

Junto a Will, Mike sonreía ampliamente a Jack, que se acercó y se sentó en el taburete de mi lado con aspecto de no haber dormido en años. Seguro que la resaca era bonita. Se frotó los ojos con las manos, suspirando.

Mike no había borrado su sonrisa.

—Buenos días, hermanito.

—Mike, ahora mismo tu voz hace que quiera tirarme por la ventana —le dijo con voz áspera, apoyando los codos en la barra y la cara en sus manos.

—Las consecuencias de una noche loca —anunció Sue.

—¿Quieres comer algo? —le ofreció Will.

—Aléjame eso o vomitaré —murmuró Jack de mala gana, apartando el plato.

Sue y Mike se rieron disimuladamente de él mientras yo me tomaba la libertad de comerme su gofre. Ya estaba por la mitad del segundo cuando Naya apareció, bostezando. Se quedó parada un momento cuando vio que había dos almohadas en el sofá, la ropa de Jack en el sillón y la puerta de mi habitación estaba cerrada. Empezó a atar cabos y, en menos de dos segundos, ya tenía los ojos entrecerrados clavados en mí.

—Buenos días —dijo von su voz de investigadora privada.

—Hola —murmuré con la boca llena.

Will le sonrió cuando ella se acercó a darle un pequeño beso de buenos días. Jack y yo nos quedamos mirándolos un momento con una mueca.

El resto del desayuno transcurrió bastante silencioso por mi parte. Estaba ocupada intentando no mirar a mi derecha con todas mis fuerzas. ¿Se acordaba de lo que había pasado? Las únicas veces que me había girado, lo había visto con la mirada perdida en la cocina o resoplando mientras se masajeaba las sienes con los dedos.

Bueno, al menos, no habíamos discutido.

Mike no tardó en desaparecer y Sue se encerró en su habitación, dejándome con los tres restantes. Supe que Naya quería decirme algo al instante en que me dedicó una sonrisa inocente. 

—Oye, Jenna, ¿te apetece que vayamos a por algo de comer?

—Son las diez —le dijo Will, confuso.

—Pero tenemos que comprar algo, luego cocinarlo... eso lleva tiempo, cariño. ¿Vamos o no, Jenna?

—¿Eh? Sí, claro, claro...

—Genial, voy a ducharme.

Yo aproveché para ir a vestirme. Como sabía que Naya tardaría una eternidad, tampoco tuve mucha prisa. Cuando volví al salón, solo estaba Jack sentado en el sofá mirando su móvil. No dijo nada cuando me acerqué a rescatar mi móvil de la mesa y le mandé un mensaje de Shanon diciéndole que tenía que hablar con ella.

La echaba tanto de menos...

Por suerte, Naya apareció sin que tuviéramos que intercambiar una palabra.

—Vamos —me agarró del brazo y se giró hacia ellos—. Te la robo por un ratito, Ross.

Él levantó la mirada y la clavó en mí durante un momento, pero no dijo nada. Yo volvía a estar roja —sí, otra vez— cuando Naya cerró la puerta de la entrada.

—¿Que me robas? ¿Qué...?

—Me encanta sembrar el caos —sonrió ampliamente.

—Pues a mí no me gusta tanto, Naya.

—¡Estoy alterada por el embarazo, a veces no puedo evitarlo!

—Llevas tres semanas embarazada. No te ha dado tiempo a alterarte.

—Dijo la experta en embarazos.

Fuimos al supermercado mientras yo le contaba todo lo que había pasado la noche anterior. Ella escuchó atentamente, achinando los ojos en señal de concentración.

—Está tan enamorado de ti... —suspiró.

No dije nada. No sabía qué decir.

—Quiero decir, eso ya lo sabes, él mismo te lo dijo —sonrió ampliamente—. ¿Os besasteis?

—No, Naya. Estaba borracho.

—Ya, ya. Pero... ahora mismo no está borracho.

Le dediqué una mirada de advertencia.

—¡Vaaaale! —puso los ojos en blanco—. Pues será esta noche. Porque ya me encargaré yo de que estéis solos un buen rato.

—¿Eh? ¿Qué vas a hacer?

—Un mago nunca desvela sus trucos, querida.

Volvimos a entrar en el edificio. En el ascensor, noté que mi móvil empezaba a vibrar. Ella asintió con la cabeza cuando le pregunté si le importaba que respondiera. Era Shanon.

—A ver, ¿ya estás en problemas otra vez?

Sonreí. Siempre con actitud ganadora.

—Necesito tu consejo.

Naya me miró de reojo, pero no dijo nada.

—¿En qué? ¿Temas sexuales? Usa protección.

—Dijo la chica con un hijo.

—¡Por eso te lo digo! Hablo desde la experiencia. Es decir... eh... Owen es una bendición y todo eso, pero ya me entiendes.

Suspiré.

—Tiene que ver con Ross, ¿no? —me preguntó.

—Sí... te has perdido muchas cosas.

—Ahora te quiero un poco menos.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque no me lo has contado. Has roto nuestro amor de hermanas. Bueno, ¿qué pasa? ¿Sigues pillada de él?

Parpadeé varias veces, sorprendida.

—¿Cómo...?

—Solo responde. No tengo mucho tiempo.

—Sí, es eso —murmuré, viendo que ya llegábamos al tercer piso.

—Sigues queriendo estar con él, ¿no?

Silencio.

No necesitó que respondiera para seguir hablando.

—Y no sabes cómo hacer que todo vuelva a ser como antes. Cómo ayudarlo.

Silencio de nuevo. Apreté los labios. Naya seguía pegando la oreja al móvil para escuchar.

—Lo he intentado —murmuré.

—Al parecer, no lo suficiente, Jenny.

Fruncí un poco el ceño. Las puertas del ascensor se abrieron, pero ninguna de las dos hizo ningún intento de abrir la puerta principal al llegar a ella.

—¿Y qué debo hacer, oh, sabia consejera?

—La ironía te queda fatal, ¿vale? —suspiró—. ¿Crees que tratarlo como a un niño pequeño que tiene una rabieta te servirá de algo?

—Yo no...

—Cállate y escucha porque no tengo tiempo. Lo estás tratando como lo tratan todos los demás. Como si necesitara que alguien lo riñera. Él es mayorcito, Jenny. Sabe que lo que está haciendo está mal, no necesita que se lo recuerden.

—Eso no es de mucha ayuda.

—¿Qué parte de calla y escucha porque no tengo tiempo no has entendido?

Suspiré. Naya me dedicó una pequeña sonrisa divertida.

—No va a sentirse diferente si sigues tratándolo igual. Trátalo como lo tratarías normalmente. Como lo hacías antes.

Silencio. Naya y yo intercambiamos una mirada cómplice.

—¿Como... antes? —pregunté en voz baja.

—Algo harías bien. Después de todo, se enamoró de ti. Y mira que eres difícil de aguantar.

—Gracias, hermanita. No sé que haría sin tu apoyo.

Me ignoró completamente.

—Quizá, tratándolo con naturalidad, se dará cuenta de lo que está haciendo mal. De lo que se está perdiendo por su actitud.

Naya y yo seguíamos mirándonos. Ella sonrió, negando con la cabeza.

—¿Hola? —empezó a impacientarse Shanon.

—Eres una genia.

—Oh, ya lo sé. Y tú deberías saberlo también a estas alturas del libro, así que deja ese tono sorprendido a un lado y haz lo que te digo.

—Te debo una.

—Me sentiré pagada cuando me cuentes todo lo que me he perdido.. Ahora, tengo que irme. Ah, y no le digas a Owen que has vuelto a vivir con él, ¿eh? Sigue sin gustarle mucho ese chico. Creo que es el único de la familia que no quiere que vuelvas con él. En fin, buena suerte. La necesitarás.

No esperó respuesta. Colgó el móvil y lo guardé en el bolsillo, mirando a Naya. Ella también parecía ilusionada.

—Hacer como si nada —asintió con la cabeza, pensativa—. Es tan simple que podría funcionar.

—¿Tú crees?

—Sí, Jenna. Especialmente contigo. Quizá vea lo que se está perdiendo por actuar como un descerebrado. Y más después de lo de anoche.

—No sé si se acuerda de lo de anoche.

—¿No ha dicho nada?

—No...

Silencio. Ella suspiró cuando la miré.

—¿Deberíamos decírselo a los demás? —pregunté.

—No lo sé. Dejemos que las cosas sigan su curso... por ahora.

—Vale —sonreí sinceramente, algo que no había hecho en días—. ¿Lista?

—Más que nunca. Vamos.

Abrió la puerta y vi que las cosas estaban tal cual las habíamos dejado. En silencio absoluto. Sue estaba sentada en un sillón leyendo un libro, Will y Jack estaban en el sofá viendo la televisión y Mike se paseaba por la cocina con una cerveza y una sonrisa de oreja a oreja. Ya había vuelto.

—Cuñada, esos pantalones te hacen un culito precioso —me sonrió directamente.

Jack le clavó una mirada de dientes apretados antes de volver a girarse hacia la televisión.

Bueno, no era un buen comienzo.

—Mike, cállate —negué con la cabeza.

—¡Hola, cariño! —exclamó Naya con quizá demasiado entusiasmo, plantándole un beso en la mejilla Will.

Todos se quedaron mirándola, confusos.

—¿Qué te pasa? —preguntó Will, algo descolocado.

—Que estoy feliz, ¿no está eso bien? ¡Seguro que son las hormonas, por el embarazo! —me miró, en busca de ayuda, ¿cuántas veces iba a usar la excusa del embarazo?—. Jenna también lo está, ¿verdad?

Todos se giraron hacia mí, que me había quedado ahí de pie como una idiota.

—Eh... sí —dije torpemente.

—Nos apetece hacer algo casero para comer hoy. ¿Verdad, Jenna?

Dudé un momento antes de asentir torpemente con la cabeza. 

Sue le puso los ojos en blanco a su libro.

—Sois muy discretas —murmuró.

—¿Alguien quiere ayudar? —preguntó Naya, sonriendo ampliamente y mirando directamente a Jack.

Él frunció el ceño cuando todo el mundo lo miró y se volvió hacia la televisión de nuevo.

Ay, Naya...

—Yo —Mike sonó feliz.

Las dos lo miramos.

—¿Tú? —repetí, confusa.

—Sí, yo. Dejad de mirarme así. Puedo ser tu compañero de cocina. Y de lo que quieras.

—Vale, eh... —me había quedado un poco perpleja—. Sí, claro, ayúdame si quieres.

—Genial —sonrió ampliamente cuando me acerqué y dejé la bolsa delante de él.

—¿Te apetece que nosotros vayamos a dar una vuelta? —le preguntó Naya a Will con una sonrisa inocente.

—¿Puedo ir? —preguntó Sue con una mueca—. No quiero quedarme con los hermanos Monster y Jenna.

—Vaya, gracias —le puse una mueca.

—Claro, vamos —Will asintió con la cabeza.

Nos quedamos mirando como desaparecían. Naya me guiñó un ojo descaradamente al marcharse, a lo que negué con la cabeza.

—Bueno, ¿qué hago? —me preguntó Mike, frotándose las manos.

—Puedes empezar a cortar el apio —se lo di y asintió felizmente con la cabeza—. Yo, mientras...

—Yo también.

Levanté la cabeza. Jack se había puesto de pie y se acercaba con la mirada clavada en su hermano. Se colocó a su lado, en medio de nosotros dos, y le quitó el apio de malas maneras, empujándolo por el hombro. Mike se cruzó de brazos, irritado.

—¡Esa era mi tarea!

—Qué pena.

—¡Jenna, dile que era mi tarea!

—Hay muchas cosas por hacer —dije, nerviosa.

—¡Yo quería cortar el apio!

—¡Pues lo hago yo!

—¿Por qué?

—Porque lo hago mejor que tú, idiota.

—Mike —lo agarré del brazo—. Ven, tú puedes ayudarme con esto.

Se colocó a mi lado y me ayudó a sacar cosas de la bolsa. Jack se quedó mirándonos, fastidiado. Mike le sacó la lengua.

Y así estuvieron durante todo el rato de cocinado.

Sue tenía razón. Todos teníamos seis años mentales.

Pasé de estar preocupada por las reacciones de Jack a poner los ojos en blanco cada cinco minutos por las tonterías que hacían. Me sentía como una madre con sus dos hijos. Cada vez que pedía ayuda con algo, se peleaban entre ellos como dos críos para llegar primero. De hecho, cuando los llamé esa vez para ayudarme a cortar la última tanda de verduras, se estaban empujando el uno al otro de malas maneras. Mike tiró un bote de salsa al suelo y parte de el contenido se derramó.

—¿Ves lo que has hecho? —le preguntó Jack, agarrando un trapo y lanzándoselo a la cara.

—¿Yo? —Mike se lo lanzó de vuelta—. ¡Tú me has empujado!

—Si no estuvieras en medio, no te habría empujado.

Seguían lanzándose el trapo el uno al otro, discutiendo por la cocina. Puse los ojos en blanco cuando empezaron a empujarse el uno al otro y... chocaron conmigo.

Mientras cortaba.

Sí. Auch.

—¡Ay! —solté el cuchillo de golpe y me quedé pálida—. Oh, oh.

—¿Estás bien? —me sorprendió la reacción inmediata de Jack, que empujó a su hermano para quedarse delante de mí.

Levanté la mano. Me había hecho un corte en uno de los dedos. Y estaba sangrando. Mierda.

Odiaba sangrar. Por algún motivo, me ponía muy nerviosa ver mi propia sangre. Me sentía como si me hubiera mutilado un dedo cuando era solo un corte. Aunque, siendo honesta, sí que era bastante profundo. Y feo.

Jack se acercó para mirarlo y entreabrió los labios.

—Eres un idiota —le dijo Mike, asomándose por encima de su hombro—. Si no te hubieras puesto en medio, Jenna estaría bien.

Jack lo miró, furioso.

—A lo mejor, si TÚ no te hubieras puesto en medio, no tendríamos un problema.

—Chicos...

—¿Yo estaba en medio?

—¡Sí, siempre molestas!

—¿Hola? —pero seguían ignorándome.

—¡Tú sí que molestas!

—Chicos, yo no...

—¡Eres un pesado, no sabes cuándo sobras!

—¡Yo nunca sobro, le doy mucha vidilla a la casa!

—¡¿Podéis dejar de discutir como dos críos por un maldito momento?! —exploté—. ¡Estoy sangrando, por si se os había olvidado!

Los dos intercambiaron una mirada antes de acercarse a la vez. Jack fue el primero en reaccionar, agarrando un paño limpio y envolviendo la herida con él.

—¿Por qué no deja de sangrar? —masculló él en voz baja.

Frunció el ceño por la concentración mientras Mike entraba en pánico detrás de él, dando vueltas por la cocina

—¿Y si se muere desangrada?

—¿Eh? —yo perdí el color de la cara.

—Yo no sé si podré vivir con la muerte de alguien en mi conciencia.

—¿Puedo... morir? —miré a Jack, aterrada.

—Claro que no. Esto no es nada —me dijo antes de mirar a Mike con mala cara—. Y tú, cállate.

—¿Y si el cuchillo estaba infectado con algo?

—¿In-infectado...?

—Mike, cállate,

—¿Y si no podemos parar la sangre? ¿Y si...?

Cuando Jack vio que yo también entraba en pánico, se giró en redondo a su hermano.

—Escúchame, idiota, o cierras la boca o ese cuchillo terminará más cerca de tu cara de lo que debería estar.

Mike levantó las manos en señal de rendición.

—Vale. Lo pillo. Me relajo.

—Ven —me dijo Jack, ignorándolo—, vamos al hospital.

—¿A-al... hospital? ¿No era nada?

—Venga —me urgió antes de mirar a su hermano—. Y tú te quedas, pesado.

—¡Oye! ¡No me dejéis solito!

Mike nos siguió hacia el coche y se quedó sentado detrás mientras yo intentaba ignorar el hilillo de sangre seca que había llegado a mi jersey. Puse mala cara.

—Oh, no.

—¿Qué? —Jack me miró al instante.

—Que me he destrozado el jersey —protesté, mirando la manga manchada.

Pareció que iba a matarme con los ojos.

—¿Estás preocupada por el maldito jersey mientras te sangra el dedo?

—Es un jersey precioso.

—Sí, y un dedo precioso. Céntrate.

Le fruncí el ceño y me centré en el frente mientras él aceleraba y pasaba un coche a toda velocidad. Lástima que no pudiera pegarme al asiento por mi vida.

—Te ha sacado el dedo corazón —dijo Mike, mirando el coche que íbamos dejando de atrás—. ¿Quieres que yo también se lo saque?

—No haber ido tan lento —murmuró Jack sin molestarse en frenar en una curva.

—Él iba a la velocidad correspondiente —dije—. Eres tú que conduces como.... como si te persiguiera el diablo.

—Vale, primero el jersey y ahora las lecciones de conducir —puso los ojos en blanco—. ¿Tenemos que ponernos a analizar cada aspecto de nuestra vida mientras vamos a urgencias, Jen?

Aparcó el coche delante del hospital y los tres entramos. Jack me echa varias ojeadas por el camino. Él mismo se detuvo delante de la mujer del mostrador y empezó a hablar con ella en voz baja. En menos de un minuto, estábamos sentados con los demás en la sala de espera. Yo tenía a un hermanito a cada lado. Mike miró a su alrededor con curiosidad mientras Jack rellenaba mi ficha con el ceño fruncido.

—¿Y qué pasaría si te murieras? —me preguntó Mike—. Es decir... eh... no digo que quiera que pase o algo así... pero hay que preguntar, ¿no?

—Mike, cállate —masculló Jack sin mirarlo.

—Es que tengo curiosidad. ¿Sus cosas ahora serían nuestras? Porque yo estoy interesado en la habitación.

—No tengo planeado morirme —puse mala cara.

—Pero la muerte es imprevisible, cuñada, esa es su gracia.

—Mike —Jack lo miró—, hay unas máquinas geniales en ese pasillo de ahí. Ve a comprarte algo de comer y cierra la boca.

—No tengo hambre.

—Sí, sí la tienes.

Suspiró largamente.

—Vale, pues tengo hambre. Pero no tengo dinero.

Su hermano puso los ojos en blanco y le lanzó cinco dólares. Mike los atrapó al vuelo y los fue contando mientras iba felizmente a la máquina. No tardó en volver con tres chocolatinas y un refresco. Por un momento, creí que era para nosotros. Pero era solo para él, claro.

Mientras Mike comía a mi otro lado, me giré disimuladamente y vi que Jack ya casi había terminado. Y todo lo que había puesto en la ficha era correcto. ¿Cómo se acordaba de todo eso? Ver mi día de nacimiento me recordó que, en muy poco tiempo, era mi cumpleaños. Puso la última cruz y la llevó a la mujer del mostrador, que le sonrió. Poco más tarde, estaba sentado conmigo otra vez. Me miró la mano de reojo.

—¿Te duele?

—No —puse una mueca—. Creo que no era para venir al hospital.

Me enarcó una ceja, lo que fue suficiente para que suspirara.

—Sí era para venir —remarcó.

—Perdón, papá —mascullé de mala gana.

—¿Soy papá por tener sentido común?

—Oye, cuñada —Mike me clavó un codazo para llamar mi atención que casi me deja sin costillas—, ¿crees que esa chica me está mirando?

Miré a una chica un poco más joven que yo que miraba su móvil y, de vez en cuando, levantaba la mirada... hacia Jack.

Entrecerré los ojos al instante. Mi conciencia soltó un ruidito de desaprobación.

Mhm...

Jack ni siquiera se había dado cuenta, estaba mirando mi mano con el ceño fruncido. Y Mike intentaba disimular, así que tampoco.

—Sí, te está mirando —le dije a Mike—. Yo, si fuera tú, iría a por ella.

Eso es. Estrategia.

—Vigila mi comida. Voy a atacar.

—Vale.

Se puso de pie y se acercó a la chica con una sonrisa de oreja a oreja. Jack y yo lo miramos cuando se sentó a su lado y empezó a embaucarla con palabras. La chica no tardó en olvidarse de mi nov... eh... de Jack y centrarse en Mike.

—Bueno, algo tiene a su favor —murmuró Jack—, tiene un don natural para enredar a la gente.

Tardé unos segundos en responder porque sabía lo que quería preguntar y no era algo muy... cómodo. Él se dio cuenta y me miró con curiosidad.

—¿Tú también... eh...? —no sabía ni cómo decirlo. Él enarcó una ceja y me avergonzó aún más—. ¿También lo haces así?

Hubo un momento de silencio cuando me miró fijamente. Pareció que iba a decir algo, pero se quedó callado cuando la enfermera me llamó a través del altavoz.

Unos veinte minutos más tarde, me habían vendado media mano —sí, solo por un dedo— y me habían dado una pomada y unas pastillas. Solo por un corte de dedo. Eso era ridículo. Y lo pensaba demasiado evidentemente mientras el médico me daba las instrucciones.

—Solo es un corte —recordé, mirándolo.

—Señorita Brown, una infección en un corte así puede llegar a ser más grave de lo que cree. Tómese las pastillas y póngase la pomada.

—Pero...

—Lo hará —le aseguró Jack por mí.

Lo miré con mala cara.

—Eso lo decido yo.

Él también me puso mala cara.

—Lo harás.

El médico nos sonrió.

—Haga caso a su novio, señorita Brown.

Me puse roja como un tomate, pero Jack no se molestó en negarlo. Igual tenía prisa por irse. Agarró mi abrigo mientras yo me miraba la mano con una mueca. Parecía que me la había roto. Qué espantosos eran los médicos.

Ya en el aparcamiento del piso, Mike estaba de mal humor porque la chica, al final, había pasado de él. Bajó del coche de brazos cruzados y reprimí una sonrisa cuando fue al ascensor con cara de irritado. Sin embargo, la sonrisa se quitó cuando me giré hacia Jack, que todavía se estaba quitando el cinturón tranquilamente.

—Gracias... eh... por traerme y todo eso —murmuré.

Me miró un momento, pero no dijo nada.

Supuse que seguiría sin hacerlo, así que bajé del coche y nos quedamos los dos en completo silencio en el ascensor. Él metió las llaves en la cerradura en la puerta principal y vi que se quedaba quieto un momento. Fruncí el ceño, confusa.

Después, me miró.

—Yo no soy Mike, ¿sabes? —dijo en voz baja.

No entendí a qué se refería. Al menos, no durante los tres primeros segundos. Después, fui consciente de que le había preguntado si ligaba igual que Mike porque era una idiota. Abrí la boca para responder, pero no sabía qué decirle.

—No... no quería decir eso —murmuré al final.

—¿Qué te crees que he estado haciendo este año, Jennifer? —enarcó una ceja—. ¿Tirándome a cada chica que se me cruzaba por delante?

La verdad era que sí. Porque había sido uno de mis principales miedos.

—Bueno, Naya y Lana dijeron que tú vas a la residencia casi siempre, tú dijiste lo de las chicas y...

—Solo te incordiaba —puso los ojos en blanco—. A veces, duermo en la residencia porque sé que aquí estará Mike y ahí me pilla más cerca del estudio de grabación. Y Chris me deja dormir en su cama libre.

Me quedé sin palabras cuando vi que estaba diciendo la verdad. No era muy difícil notarlo. Tragué saliva, incómoda.

—¿Te crees que, después de lo que pasó, me apetecía mucho ir por ahí a enrollarme con otras chicas? —preguntó en voz baja, negando con la cabeza.

—Yo... no... —no sabía ni qué decir.

Puso una mueca y abrió la puerta.

—Creí que me conocías mejor que eso.

Lo detuve por el brazo instintivamente.

—Entonces... —lo siento, necesitaba confirmarlo—, en todo un año... ¿no...?

—No he estado con nadie —enarcó una ceja.

Hubo un momento de silencio. Igual no debía alegrarme tanto por eso.

—Yo tampoco —murmuré.

Él me miró durante unos instantes antes de desaparecer en el interior de la casa. Yo tardé unos segundos, pero al final entré con él. Naya, Sue, Will y Mike estaban en la cocina reunidos mientras Will terminaba nuestro intento de risotto de verduras.

—La lisiada —Sue empezó a reírse al verme.

Como el dedo herido era el índice, cuando intenté sacarle el corazón pareció que le hacía un gesto de paz. Todos se rieron de mí y me enfurruñé. Fui al sofá, pero vi que Mike y Jack se habían colocado en uno de ellos, dejando un lugar estratégico en medio y mirándome. Decidí ir al otro. No me había sentado cuando volvía a tener uno a cada lado, fulminándose con las miradas entre sí.

Oh, iba a ser un día muy largo.

—Está delicioso —me dijo Will.

—Lo has terminado tú —le sonreí.

—Pero el trabajo es tuyo.

—Gracias, pero no lo habría conseguido sin... —dudé un momento cuando noté dos miradas clavadas en cada lado de mi cara— ...mis... ejem... ayudantes.

Ellos parecieron satisfechos porque, por primera vez en una mañana, no tuvieron nada de qué quejarse. Suspiré y removí un poco mi plato con la cuchara. Costaba comer con esa cosa en la mano. Noté que Jack me miraba de reojo y me giré, pero él ya había vuelto a clavar los ojos en su plato.

Justo en ese momento, su móvil empezó a sonar en la mesita. Todos lo miramos a la vez. El nombre de Joey salía en la pantalla.

—¿No vas a responder? —preguntó Will al ver que no se movía—. Es tu manager.

—No.

Parpadeé, mirándolo de reojo.

—Podría ser importante —le dije en voz baja.

Él clavó una mirada en mí que dejaba entrever lo mucho que le interesaba mi opinión. Me giré hacia mi plato enseguida, roja de vergüenza. No se movió y el móvil dejó de sonar.

—Bueno —Naya, como siempre, rompiendo los silencios incómodos—, ¿no deberíamos hacer algo esta tarde?

Nadie dijo nada. Will y yo intercambiamos una mirada.

—Sí, a mí me apetece —dijo él cuando su novia le dio un codazo.

—¿Alguna idea?

Silencio.

—Podríamos ir al cine —murmuré, removiendo la comida con la cuchara.

—¡Es una gran idea! —exclamó Naya, entusiasmada—, ¿quién se apunta?

—Yo —dijo Will.

—Y yo —le dediqué una sonrisa.

Ella, tan disimulada como de costumbre, se giró en redondo hacia Jack.

—¿Tú también, Ross?

Él dudó un momento y, por su cara, me dio la sensación de iba a decir que no. Sin embargo, asintió lentamente con la cabeza. La cara de Naya era de triunfo total.

Sue insistió en limpiar ella las cosas porque los demás lo hacíamos muy mal —¿cómo se limpiaba mal un vaso?—, así que decidí quedarme con Naya en el salón mientras ellos iban a fumar al tejado. Mike estaba dormido en el sillón cuando volvieron.

Decidimos ir al cine a mediana tarde. Hacía mucho frío. Tuve que equiparme con mi bufanda. De nuevo, parecía una vagabunda al lado de Naya, que iba preciosa con su jersey color rosa pastel y su sonrisa de oreja a oreja.

Había creído que Mike o Sue vendrían con nosotros, pero... no. Eran ellos dos y nosotros dos.

Como una cita doble.

Genial.

En el ascensor, la tensión empezó a ser obvia. Jack se había puesto unas gafas de sol para ocultar su expresión de cansancio por la noche anterior y me estaba poniendo muy nerviosa no saber lo que estaba mirando. Intenté no pensar en ello mientras, para mi sorpresa, subíamos a su coche. Naya y Will ni siquiera dudaron al subirse a la parte de atrás, así que me tocó sentarme a su lado.

Como en los viejos tiempos.

Bueno... era más incómodo que los viejos tiempos.

Ellos dos estuvieron en la parte de atrás muy pegados todo el rato. Intentaron sacar conversación al principio, pero al ver que no servía para mucho, no tardaron en dejarlo. Escuchar sus besos en la parte de atrás solo hacía las cosas mucho peores. Miré de reojo a Jack y vi que él también tenía la mandíbula apretada. Deseé poder quitarle las gafas para poder ver su expresión y saber lo que pensaba.

Aparcó algo lejos de la entrada por el número de coches que había. Al instante en que bajamos del coche, me dio la sensación de que la gente nos miraba raro. Lo dejé pasar... pero seguía teniendo esa sensación. Miré hacia atrás para ver si ellos dos se habían dado cuenta, pero parecían no enterarse de nada mientras se hablaban en voz baja y se besaban el uno al otro.

Y, obviamente, no me apetecía mucho preguntar a Jack. Su humor parecía haber empeorado notablemente. Quizá se arrepentía de haber venido.

—¿Qué vemos? —preguntó él secamente al llegar a las taquillas del cine.

Naya y Will por fin llegaron a nuestra altura. Yo seguía mirando a mi alrededor, extrañada. ¿Era cosa mía o ese grupo de adolescentes nos había seguido? Los miré detenidamente y me pareció que una de las chicas se ponía roja mientras sus amigos empezaban a murmurar en voz baja.

Y no solo ellos, sino también algunas otras personas. Me miré a mí misma en busca de algo que estuviera mal mientras ellos buscaban películas.

—¿La de amor? —sugirió Naya con una sonrisa inocente. Will la abrazó por detrás felizmente.

—A mí me apetece.

—A mí no —dijo Jack secamente.

Los tres me miraron en busca de una respuesta, pero seguía mirando a una pareja que tenía los ojos clavados en mí.

Y, entonces, me di cuenta.

No nos miraban a nosotros en general... sino a Jack. Como la chica del hospital esa mañana.

Él había salido en mil revistas, periódicos, noticias y otros medios de comunicación. Era el famoso del momento por la película que acababa de sacar. Todos lo conocían. No sabía que los directores de cine fueran tan populares.

Solo los directores de cine con la cara de tu futuro marido, querida.

La teoría se confirmó cuando vi que dos chicas se acercaban completamente rojas hacia él con el móvil en la mano. Querían una foto.

Jack las vio llegar y dio un paso hacia la derecha. Dejó a Naya y Will entre las chicas y él, de manera que ellas se detuvieron, algo sorprendidas. Seguían rojas de vergüenza al volver con sus amigos. Lo miré con el ceño fruncido.

—Creo que querían una foto —le dije en voz baja.

Me ignoró. Genial.

—¿La de misterio? —sugirió él, sin mirarme.

—¿Misterio? —preguntó Naya con mala cara.

—Si te siguen, deberías ser un poco más agradecido con ellas —le dije, ignorando la conversación—. Solo es una foto.

—Sigue siendo mi problema si me hago la foto o no, no el tuyo —me soltó de malas maneras.

Le sostuve la mirada un momento, enfadada.  Vi que él apretaba los labios al instante en que terminaba de decirlo.

—Es decir...

—Comprad lo que queráis —mascullé, interrumpiéndolo—. Voy a por algo de beber.

No esperé una respuesta. No podía soportar a Jack de esa forma. No había quien siguiera sus cambios de humor. Vi que la gente se quedaba mirándome con curiosidad cuando pasé por su lado, pero me las arreglé para fingir no verlo.

Estuve unos minutos en la cola para comprar mi refresco. Cuando fui a la zona de salas de cine, vi que me estaban esperando. No sabía cuál habían elegido, pero lo cierto era que me daba igual. Entramos en la sala y me quedé sentada entre Jack y una chica desconocida. Él se recostó en el asiento y se quitó las gafas de sol. Seguía teniendo ojeras y los ojos rojos. Intenté no mirarlo mucho mientras apoyó su cabeza en un puño, malhumorado.

Podía entenderlo, había mucha gente que lo estaba mirando. ¿Tan poco disimulaban? Era casi... maleducado. Había dos chicos que incluso estaban hablando en voz alta de su película. Jack apretó la mandíbula sin mirarlos.

Y ya supe, en ese momento, que eso no terminaría bien.

Esos dos, que debían tener cerca de veinticinco años, se sentaron justo delante de nosotros. No dejaban de echar ojeadas hacia atrás. Me pusieron nerviosa hasta a mí. Jack tenía los ojos clavados en la pantalla, pero vi que empezaba a apretar el puño en el que tenía la cabeza apoyada.

Y, entonces, uno de los chicos sacó el móvil y se giró sin ningún tipo de vergüenza hacia él. No pude evitarlo y decidí meterme.

—Perdona —atraje su atención—, estamos intentando ver la película. ¿Te importaría bajar eso?

El chico pareció algo sorprendido de que le hablara, pero lo hizo. Empezó a cuchichear con su amigo. Me giré hacia Jack. Lo pillé mirándome, pero no me sostuvo la mirada por mucho tiempo.

Y, durante la película, fue aún peor. Los dos chicos no dejaban de girarse. Incluso Naya les pidió que dejaran de molestar. Pero no eran los únicos. Varias personas lo hacían. Incluso la chica de mi lado. Vi que Jack estaba empezando a perder la paciencia y decidí que eso era todo lo que iba a soportar.

—¿Quieres ir fuera? —le pregunté en voz baja, olvidándome de mi enfado anterior.

Él pareció algo sorprendido. Me sostuvo la mirada unos segundos, analizándome detenidamente. 

—¿Y la película? 

—No me gusta —mentí. Ni siquiera la estaba mirando.

Me puse de pie suplicando que me siguiera y me sorprendió ver que lo hacía. Creo que nos llevamos todas las miradas de la sala por el camino de salida mientras hacía un gesto a Naya y Will para que ellos se quedaran un rato más.

No había pensado en qué hacer si eso salía bien, así que me limité a mirar a mi alrededor. Lo que me llamó la atención fue la salida de emergencia.

—¿Va a pitar o algo así si la empujo? —pregunté—. No quiero ir a la cárcel.

—Solo hay una manera de descubrirlo —dijo él.

La empujó y salió del edificio sosteniéndola para mí. Pasé por debajo de su brazo, sorprendida, y los dos quedamos fuera. Hacía muchísimo frío. Y no había nadie porque ya estaba oscureciendo. Vi que él se encendía un cigarrillo y miraba el aparcamiento con aire pensativo. Decidí sentarme en un escalón de la escalera de emergencias porque los bancos estaban cubiertos de una fina capa de nieve.

Lo último que esperaba era que él hiciera lo mismo, sentándose a mi lado. Estaba tan cerca que su pierna estaba pegada a la mía. Las miré un momento y vi que él hacía lo mismo, soltando el humo del cigarrillo entre los labios. 

Al menos, no llevaba las gafas de sol puestas. Me gustaba poder ver su expresión.

Al final, tras considerarlo un buen rato, cortó el silencio.

—Siento haberte hablado mal antes.

Me quedé mirándolo de reojo. Ni siquiera me miraba.

—No pasa nada —le aseguré. Honestamente, ni me acordaba.

—Sí pasa —frunció el ceño al frente—. Ya no puedo ir a ningún lado sin que me pase esta mierda. No es que no esté agradecido, pero... joder, la gente no sabe disimular. Y no es por tu culpa. No debí pagarlo contigo.

Me sorprendió que se abriera, por poco que fuera, conmigo. Tuve el impulso de poner mi mano sobre la suya. La tenía apoyada en su rodilla. Estaba muy cerca de la mía. Tuve que contenerme.

—Siempre podemos ver una película en casa —murmuré.

Él esbozó una pequeña sonrisa que hizo que mi corazón diera un salto de trampolín. 

—Sí, podríamos ver una de terror.

—Vale. Olvídalo.

—¿Tendré que acompañarte al baño después? —me miró de reojo, divertido.

—Solo... una de terror no —protesté—. Todavía tengo pesadillas con la monja loca.

—Claro, porque está científicamente demostrado que los espíritus de monjas son la principal causa de muerte en jóvenes de diecinueve años.

—Igual que la principal causa de muerte de los jóvenes de veintiún años son las jóvenes de diecinueve años —enarqué una ceja.

Él empezó a  reírse suavemente y sentí que mi mundo interior se iluminaba. ¿Siempre había sido así de guapo riendo? Hacía demasiado que no veía esa sonrisa. Ojalá pudiera congelar ese momento en mi memoria. No sabía si volvería a hacerlo.

—¿Vas a matarme porque me estaba riendo de ti? —me enarcó una ceja, divertido.

Estaba tan sorprendida con la naturalidad de la conversación que tardé unos segundos en responder.

—Puede —lo reté—. ¿No te defenderías?

—No lo creo. Me duele demasiado la cabeza.

No pude evitarlo. Me empecé a reír y vi que sus ojos se desviaban un momento a mi boca y esbozaba una media sonrisa que me llegó al alma.

—Cuando vayas a emborracharte, acuérdate de lo mal que te sientes ahora y dejarás de hacerlo.

—Ahora no me siento mal.

Mi sonrisa se congeló por el comentario tan repentino. Él apartó la mirada.

—Y me emborracho casi cada noche, Jen.

No pude evitarlo. Estiré la mano y alcancé la suya. Tenía la piel fría. Él pareció tensarse, pero no se movió, así que no la quité.

Recuerda: naturalidad, no lo trates como un crío que se porta mal.

—¿Por qué haces eso?

—No lo sé. Porque salgo.

—Pues... no salgas.

—¿Se te ocurre una alternativa mejor? —esbozó una sonrisa irónica.

—Quédate en casa. Conmigo.

La frase se quedó en el aire unos segundos. Él miró nuestras manos y vi que tragaba saliva. Tardó tanto en responder que creí que no iba a hacerlo.

Y... efectivamente, no lo hizo.

Mi pecho se deshinchó cuando quitó su mano de debajo de la mía y apartó la mirada a cualquier cosa que no fuera yo. Tragué saliva, un poco decepcionada.

Vale, no confiaba del todo en mí. Lo entendía. No podía culparlo.

—Vamos, quiero irme de aquí —murmuró sin mirarme.

Will y Naya ya estaban en el coche cuando llegamos. Se estaban besuqueando, como siempre. Me pregunté si no habrían contactado con nosotros a propósito para que estuviéramos solos. 

Y, mientras me lo preguntaba, noté que Jack enganchaba mis hombros con un brazo. Lo miré, extrañada y emocionada a la vez. Él tenía los ojos clavados en algo de mi espalda. Y, por su expresión, supe que no era nada bueno. 

Eran los chicos del cine. Nos habían seguido y uno de ellos, por algún motivo, tenía su móvil justo delante de mi cara. La tenía tan cerca que tuve que apretarme contra Jack para que no me diera un golpe con ella.

Él le empujó la cámara de un manotazo.

—Aparta eso —le advirtió.

—¿Es tu novia? —preguntó el chico, volviendo a apuntarme muy cerca de la cara.

Vi que un grupo de chicas estaba a unos metros. También estaban grabando lo que pasaba. Y casi entré en pánico cuando vi que Jack hacía un ademán de quitarle el móvil al chico.

—Ross, vámonos —le dije, empujándolo hacia el coche.

No iba a dejar que hiciera eso delante de una cámara.

—¿Lo eres? —el chico insistió en acercarme la cámara a la cara. 

Cuando intenté apartarla con la mano mala, él me quitó la mano de un manotazo y puse una mueca. Eso fue suficiente para que Jack se adelantara y le diera un empujón que lo envió unos pasos hacia atrás, chocando con su amigo. Oh, oh. Lo agarré del brazo cuando hizo un ademán de ir hacia ellos y tiré hacia el coche.

—¿Qué haces? —me frunció el ceño.

—Ven. Ahora.

Él me miró como si no entendiera mi reacción. Entonces, se dio cuenta de las chicas que nos estaban grabando. Se dejó arrastrar hacia el coche. Menos mal. Will y Naya también parecieron aliviados cuando cada uno ocupó su lugar. Ninguno dijo nada en todo el camino.

Cuando llegamos a casa, la tensión había disminuido un poco. Nos terminamos el risotto de esa mañana. Mike seguía pululando por la casa. Me volví a quedar sentada entre los dos hermanitos, pero esa vez estaba más animada. Era la única que no había terminado su plato cuando noté que Mike se inclinaba hacia mí.

—Oye, si no tienes más hambre...

Vi que Jack pasaba el brazo por encima de mis hombros para apartarle la cabeza de un empujón. Mike le puso una mueca.

—Deja de robar comida —le advirtió Jack.

—No iba a robarlo. Iba a tomarlo prestado.

—Ella te habría dicho que no —Sue enarcó una ceja—. Es robar.

—¡No es robar porque... se lo había pedido antes! Sabía mis intenciones.

Yo dejé de escuchar cuando noté que Jack mantenía su brazo encima de mis hombros y tiraba suavemente de mí hacia él, dejándome pegada a su lado. Miré a Will, que había esbozado una pequeña sonrisa.

No tardaron en desaparecer y dejarnos solos. Tardé unos segundos en darme la vuelta hacia él.

—¿Sigues queriendo...? —intenté preguntar.

Él se tumbó en el sofá y me atrajo con él. Me fijé en el detalle en que me dejó dándole la espalda de nuevo. Noté que me ponía la manta por encima y me pegué un poco más para no caerme. Él me pasó los brazos por los hombros y la cintura otra vez.

No sabía si quería que dijera algo, así que volví a acariciarle el dorso de la mano con las yemas de los dedos. Rocé sus cicatrices varias veces y seguí hasta su muñeca. Él respiró hondo contra mi nuca y noté que acercaba su cara a la curva de mi cuello hasta el punto en que podía sentir su nariz rozándome.

—Siento haber aparecido borracho anoche —murmuró de repente.

Honestamente, no me esperaba que me hablara de eso. Y mucho menos en ese momento. Detuve mis caricias por un momento, sorprendida, antes de volver a ellas.

—No pasa nada —murmuré—. No pasó nada malo.

—¿No?

—No. Solo... cenaste y... eh... dormimos... eh... juntos.

Hubo un momento de silencio. De hecho, se prolongó tanto que asumí que no iba a decir nada más. Cerré los ojos y respiré hondo, acomodándome un poco más.

—Se te olvida la parte en la que te pedí que te quedaras, Jen.

Abrí los ojos de golpe. Creo que mi corazón había dejado de latir. Esta vez, fue mi turno de quedarme en silencio, sin saber qué decir. Hubiera deseado poder ver su expresión pero, a la vez, me aliviaba que no pudiera ver la mía.

Hice un ademán de decir algo, pero él se adelantó pegando su frente a mi nuca. Suspiró largamente antes de murmurar:

—Me alegra que lo hayas hecho.

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