Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5

MARATÓN 1/3

Estaba terminando un proyecto para clase cuando me apareció en la pantalla del portátil una videollamada entrante. Fruncí un poco el ceño al ver que era Monty. Después de lo que había pasado el día anterior, lo último que me apetecía era hablar con él.

Sin embargo, no quería ser infantil. Lo pensé un momento y, al final, respondí a la llamada.

—Hola, Jenny —me saludó con una pequeña sonrisa.

—¿Ahora vuelvo a ser Jenny?

Él estaba en su habitación. Solo estaba iluminado por una lámpara que tenía al lado. Parecía algo cansado. Seguramente había tenido entrenamiento.

—¿Cómo estás? —ignoró mi pregunta.

—Bien —murmuré. Tampoco quería estar enfadada con él más tiempo del necesario—. Aunque la carrera sigue sin gustarme.

—¿No te gusta?

—No. No me gustan los libros que me mandan a leer.

—Si te consuela, últimamente los entrenamientos no me van muy bien —me dijo—. El entrenador está como loco para que ganemos el próximo partido. Nos hace entrenar el doble.

—¿Cuándo es el partido?

—El sábado que viene.

—Me gustaría ir.

—Lo sé —me sonrió—. Pero ya te contaré cómo va.

—Oye, Monty, ¿has hablado con Nel?

—¿Con Nel? —frunció el ceño—. No mucho, la verdad. ¿Por qué?

—Es que no me responde a los mensajes ni a las llamadas. Estoy empezando a pensar que está enfadada conmigo.

—Cuando te marchaste, parecía bastante triste.

—¿Y eso justifica que no me hable? —puse una mueca—. Menos mal que he encontrado a Naya y a los demás por aquí. Si no, me sentiría muy sola.

—Me tienes a mí —sonrió.

¿Por qué no podía ser así siempre? ¿Por qué se transformaba en un imbécil a la primera de cambio?

—Ojalá pudiera estar ahí contigo —murmuró.

—Bueno... —suspiré—. No es tanta espera. Dentro de dos meses nos volveremos a ver.

—Dos meses sin ti se me harán eternos.

Le sonreí, algo desanimada.

—Pero —suspiró— me alegro de que hayas encontrado algún amigo, cariño.

Me dio la sensación de que iba a decir algo más y no lo hacía.

—¿Y...? —enarqué una ceja.

—¿Y has conocido alguien...? Ya sabes. A alguien.

—Llevo aquí un casi mes, Monty. No me ha dado tiempo.

—Pero podrías haberlo hecho... ¿nadie?

—Nadie —le aseguré—. ¿Qué hay de ti? ¿Algo que... contar?

Qué raro era preguntarle eso.

—Pues... la verdad es que hay una chica que me llama la atención, pero no ha pasado nada.

—Oh —no sabía qué decirle—. ¿Y cómo es?

—Creía que habíamos quedado en no contarnos los detalles —me dijo, algo incómodo.

—Ah, ¿sí?

—Sí... ¿no?

No recordaba haberlo hecho, pero decidí que era mejor de esa forma. Ya era complicado tener la imagen de mi novio acostándose con otra. Con detalles sería mucho peor. 

Me encogí de hombros.

—Bueno... hablemos de otra cosa.

—¿De qué quieres hablar?

—Mhm... —intenté buscar una manera de iniciar eso sin que fuera extremadamente incómodo— había pensado que quizá podríamos intentar algo más interesante que hablar.

—¿Como qué?

Qué mal se le dan las indirectas.

—¿Y tú qué crees, Monty?

—Ah, eso —se aclaró la garganta, incómodo—. Pero... ¿así? ¿Aquí?

—Es mejor que nada.

—Lo sé, pero...

—Si no apetece, déjalo —le dije, algo disgustada.

—No es que no me apetezca, pero... —lo pensó un momento— no veo qué tiene esto de excitante.

—Vernos el uno al otro tocándonos, ¿no?

—Yo no quiero verte tocándote, quiero tocarte —dijo, como si fuera evidente.

—Ya lo sé, pero a no ser que tengas dinero ahorrado para venir a verme, no veo cómo podemos hacer eso.

—¿Y tú no tienes dinero?

Me quedé mirando el móvil. Mi madre me había mandado un mensaje esta mañana y, aunque podía imaginarme lo que ponía, había preferido no leerlo.

—Sabes que no puedo estar yendo y viniendo continuamente —le dije—. Esto es lo mejor que tenemos.

—Pues así yo no me concentro, cariño, lo siento.

—Pues nada —suspiré.

—Lo siento, Jenny. Estoy muy cansado.

—Lo sé. No te preocupes.

Él me sonrió.

—Tengo que irme. Mañana te llamaré, ¿vale?

—Vale.

—Buenas noches. Te quiero.

—Buenas noches, Monty.

Le mandé un beso con la mano y cerré la pantalla. Seguía teniendo el móvil al lado. El mensaje de mi madre iluminó la pantalla.

Llámame cuando puedas, cielo.

Gran mensaje.

Marqué su número y me puse de pie, mirando por la ventana. Ya eran casi las diez de la noche. Esperaba que mi madre no se enfadara. Pero, siendo sábado, probablemente todavía estaría viendo alguna película.

Efectivamente, descolgó al segundo tono.

—¡Jennifer! —chilló— ¡He estado todo el día esperando que me llamaras!

—Lo siento, mamá —murmuré—. No he encontrado un hueco hasta ahora.

Era mentira, claro, pero eso no iba a decírselo. Simplemente, no había querido oír lo que tenía que decirme en todo el día.

—No pasa nada —me dijo, aunque era obvio que no se lo había creído, y luego suspiró—. Cielo, tenemos que hablar de...

—Dinero —finalicé por ella.

—Sí... sabes que... bueno... tu padre y yo no estamos atravesando un buen momento.

—Lo sé, mamá.

—Hemos tenido que prestar dinero a Shanon para el material escolar de su hijo, y tus hermanos... bueno, también lo han necesitado para su taller. Ahora mismo... bueno, no sé cómo decirte esto, pero...

—No tenéis dinero para pagarme la residencia.

Intenté no sonar irritada con todas mis fuerzas. ¿Por qué sí había dinero para dárselo a mis hermanos, aunque no tuvieran ni idea de coches, pero no para mi educación? 

Pero nunca se lo diría a mi madre. Sabía que ella intentaba tenernos siempre a todos contentos.

—No, cielo —me dijo, y sonó sinceramente triste—. He intentado hacer cuentas, pero de verdad que no tenemos dinero suficiente.

—Lo entiendo, mamá.

—Eres un cielo —me dijo, y casi podía ver que se ponía en modo drama—. Teníamos que ingresar el dinero ayer y...

—Lo sé —repetí—. Buscaré la manera de conseguir dinero.

—Oh, sí, claro...

Esperé a que terminara, pero no lo hizo.

—¿Pero...? —enarqué una ceja.

—Pero... podrías volver a casa, Jennifer —me sugirió—. Un mes ha estado bien para pasarlo fuera, pero quizá podrías pensar en volver con nosotros. ¿Dónde vas a estar mejor que en casita con tus padres y tus hermanos?

—Mamá, ya hemos hablado de esto antes.

—Y sigues insistiendo en quedarte ahí, sola.

—No estoy sola, he hecho amigos.

—¡Aquí también tienes amigos!

—Quiero quedarme —insistí—. Además, me habéis pagado el año académico. No quiero tirar ese dinero a la basura.

—Tu bienestar es más importante que ese dienro, Jennifer, ya lo sabes. Además, hicimos un trato.

—Ese trato era para diciembre —le recordé—. Y me dijiste que sería entonces cuando tendría que decidir si quería seguir aquí o volver a casa. Estamos en octubre.

—Pero si quieres volver antes nadie te juzgará por ello.

—Mamá, quiero quedarme —repetí.

Ella suspiró.

—Mira, no tienes por qué buscar trabajo. Bastante tendrás con estudiar.

—No es para tanto —le aseguré—. No hacemos gran cosa.

Al menos, yo no hacía gran cosa.

—Igualmente, no quiero obligarte a trabajar. Intenta encontrar alguna forma de pasar este mes... o no lo sé, Jennifer. El mes que viene intentaré pagar. Te lo prometo.

—Está bien —suspiré.

—Aunque, si dentro de un mes has cambiado de opinión...

—Mamá —la corté, entrecerrando los ojos—, esto no será una estrategia para que quiera volver a casa, ¿no?

—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —preguntó ella con voz chillona.

—Porque te conozco. Y se te pone la voz aguda cuando mientes.

—No es verdad —me dijo otra vez con voz chillona.

—¡Mamá, podría dormir en la calle!

—O podrías volver a casa.

—Vale —le dije, respirando hondo—. Mira, mejor lo dejamos aquí. Ya me las apañaré por un mes. Buenas noches.

—No te enfades, cariño...

—No me enfado.

—No mientas a tu madre.

Suspiré.

—Buenas noches, mamá.

—Buenas noches, Jennifer, cariño, te quiero, abrígate y come bien, ¿me oyes?

—Sí, mamá.

—¡Y no estés enfadada conmigo!

Colgué el teléfono y me quedé mirando por la ventana con expresión triste. Sabía que esto iba a pasar, pero una parte de mí esperaba que fuera más tarde.

Sabía que la razón principal de esa falta de dinero podía ser que mamá quería que volviera a casa, pero también era cierto que no estábamos bien de ingresos. Y no quería abusar de ellos. Quizá sí que debería conseguir trabajo. 

Y pensar rápidamente en un lugar en el que pasar las siguientes cuatro semanas. Fundamental si no quería quedarme en la calle.

Como no sabía qué hacer, mandé un mensaje a Naya preguntándole qué estaba haciendo, a lo que no tardó en decirme que Ross se ofrecía a venirme a buscar. Sacudí la cabeza.

Dile que no hace falta.

Me respondió un segundo más tarde.

Tarde. Ya ha salido de casa.

Al menos, Ross me alegraba la mierda de noche.

Me quité el pijama y me puse ropa cómoda. Agarré el abrigo y bajé las escaleras de la residencia. Chris estaba jugando al Candy Crush, sentado en su silla giratoria.

—Hola, Chris —lo saludé al pasar.

Él levantó la cabeza tan rápido que pensé que se habría hecho daño.

—¡Jennifer! —me llamó, dejando el móvil a un lado—. Tengo que hablar contigo, ha habido un problema con...

—El pago mensual, lo sé —asentí con la cabeza—. Estoy pensando en cómo solucionarlo. Te prometo que, si no consigo el dinero en dos días, me iré a otra parte a dormir y no te molestaré.

—Jennifer...

—Y el mes que viene te pagaré, te lo prometo. Sin falta.

—¿Y dónde vas a dormir hasta entonces?

—No... no lo sé.

No pareció gustarle demasiado. Puso una mueca.

—Mira, si estás mal de dinero, puedo intentar atrasarlo una semana más para que encuentres la forma de pagarlo —me dijo—. Pero ese es el máximo antes de que mi jefe se entere de que no has pagado.

—Chris, muchas gracias —suspiré.

—No quiero tener cargo de conciencia porque duermas en la calle.

Chris podía ser rarito y pesado con las normas de la residencia, pero lo cierto era que era muy buena persona. Casi me entraron ganas de llorar. Hacía mucho tiempo que nadie se ofrecía a hacer nada parecido por mí.

—No te imaginas lo que necesito un abrazo ahora mismo.

Chris hizo un ademán de abrazarme por encima del mostrador, pero en ese momento alguien me abrazó por la espalda y me apretujó. Levanté la cabeza y me encontré la sonrisa de Ross.

—¿Y por qué no me lo pides a mí? No te diré que no —preguntó antes de mirar a Chris—. Hola, Chrissy.

—Quedamos en que no volverías a llamarme así, ¿recuerdas? —él puso mala cara—. Haces que pierda autoridad.

—Vale, Chrissy —Ross sonrió y me miró—. Bueno, ¿de qué hablabais? ¿De los condones de sabor a mora?

—¡Eso son secretos de la residencia! —Chris frunció el ceño.

—No puedes pretender dar condones de sabores por el campus sin que se entere todo el mundo.

—Eres un chismoso —le dijo a Ross, indignado—. Hablábamos de los problemas financieros de Jennifer.

Miré a Chris con los ojos muy abiertos.

—Gracias por la discreción, Chris.

—Ups —él sonrió, incómodo—. Hablábamos de Candy Crush.

Suspiré.

—Muy hábil —murmuré.

—¿Estás mal de dinero? —me preguntó Ross, soltándome.

No sabía por qué, pero se me hizo muy vergonzoso hablar de eso con Ross, que me miraba con curiosidad, como si eso fuera lo más anormal del mundo.

—No —dije—. Bueno... sí, pero no pasa...

—¿No puedes pagar el mes? ¿Es eso?

—Eso es privado —miré a Chris, que fingió jugar al Candy Crush, pero en realidad estaba escuchando cada palabra que decíamos.

—Vamos, responde —Ross atrajo mi atención.

—Sí —dije, finalmente—. Así que si sabes de alguien que busque trabajadores de... algo... lo que sea, sería útil.

Él lo pensó un momento.

—No, no conozco a nadie.

—Vaya —suspiré.

—Pero tengo algo mejor —me sonrió—. Podrías venirte a vivir con nosotros.

Me quedé mirándolo con el ceño fruncido.

—¿Eh?

—¡Claro! Si ya eres parte de nuestro selecto grupo de amigos.

—Nos conocemos desde hace un mes, Ross.

—Pero si ya prácticamente vives ahí con nosotros. Solo es cuestión de transportar tus cosas.

—Pero... te estoy diciendo que no tengo dinero —recalqué.

—Pero es temporal, ¿no? Cuando estés mejor financieramente, vuelves aquí.

—¿Y, mientras, cómo te pago? ¿Con amor?

—Es una opción a la que no me negaré —sonrió.

—Lo digo en serio. No tengo cómo pagarte.

—¿Y cuándo he dicho yo que tuvieras que pagarme nada? —preguntó, casi ofendido.

Me quedé mirándolo, confusa.

—No puedo meterme en vuestra casi así... porque sí. Will y Sue podrían enfadarse.

—Will no se enfadaría nunca contigo. Además, probablemente Naya venga más por casa para verte y esté más contento. No será muy agradable para los demás por los gritos, pero estoy dispuesto a sacrificarme.

—¿Y Sue?

— Sue nos detesta a todos, ¿qué más da lo que piense? Si lo raro es que todavía no nos haya matado mientras dormíamos.

—No sé qué decirte, Ross...

—Entonces, di que sí.

Chris ya no disimulaba, nos miraba con curiosidad.

—Podría dejar tu habitación como ocupada durante uno o dos meses. Así no habrá problema con que te la roben. Después, me ingresas el dinero y ya estará.

—¿Dos meses? Hablábamos de uno solo y yo no...

—Dos meses me parece bien —interrumpió Ross.

—Bien, entonces, solo tienes que firmar aquí como si hubieras pagado este mes —Chris me pasó una hoja—. Dentro de dos meses, me pagas los dos y todo listo.

Miré a Chris, y luego a Ross. Uno parecía pensativo, el otro alegre. Chris tomó su botellita de agua y le dio un sorbo, mirándome.

—Pero... —miré a Ross—. ¿Dónde dormiría yo?

—Conmigo, obviamente.

Chris empezó a atragantarse con el agua, teniendo que llevarse una mano al corazón.

Ross debió vernos las caras, porque levantó las manos en señal de rendición.

—Oye, que soy inofensivo —dijo—. No te haré nada.

—Me lo imaginaba —bromeé, aunque me había puesto nerviosa al instante.

—A no ser que me lo pidas, claro.

—No te lo pediré.

—Eso está por ver.

—Ejem —Chris sonrió—. Todavía tienes que firmar, Jennifer.

Leí la hoja pensativa antes de mirar a Ross.

—¿Y a ti no te importa tener que compartir la cama?

—Vamos, mi cama es enorme. Yo no uso ni la mitad. Y es mejor que nada.

—No sé...

—¿Cuál es tu otra opción? ¿Dormir en un banco del parque?

—Los bancos son interesantes y tienen vistas bonitas...

—...y son considerablemente incómodos.

Lo pensé un momento.

—Ross... no quiero deberte...

—Olvídate ya de deberme nada —me puso una mano en la espalda, dirigiéndome hacia las escaleras—. Venga, vamos a buscar tus cosas.

—¿Ya? —pregunté—. Pero... tengo que avisar a mi madre y...

—¡Y tienes que firmar! —me chilló Chris, agitando el papel.

Ross lo ignoró y siguió guiándome hacia las escaleras.

—¿Y no deberías avisar a Will?

—¿A Will?

—Después de todo, es su piso.

—Pero si es mío.

Me detuve y lo miré, sorprendida.

—¿Es tuyo?

Él enarcó una ceja.

—Intentaré ignorar el tono de sorpresa, jovencita.

—Es que... siempre he creído que era de Will y... bueno, no sé por qué.

—Pues es mío. Te estoy abriendo las puertas de mi humilde morada. Puedes sentirte afortunada.

Durante la siguiente media hora, él estuvo sentado en mi cama viendo como yo iba de un lado a otro lanzando cosas a una maleta. Me pareció más pequeña que la última vez que la había usado. De vez en cuando, se agachaba y miraba con curiosidad alguna camiseta para volver a dejarla en su lugar.

—¿Por qué tienes tantas cosas? —preguntó, confuso—. Si siempre vas con lo mismo.

—Eso no es cierto —le dije, ofendida, mirándome a mí misma.

—No me malinterpretes, me encanta lo que llevas siempre. Ojalá ni siquiera lo llevaras.

Le lancé unos pantalones a la cara y él los dejó en la maleta, riendo.

—Hoy te has levantado inspirado, ¿no? —le dije, lanzando una camiseta a la maleta.

—Yo siempre estoy inspirado. Pero lo disimulo.

Hizo una pausa para colocar mejor unos pantalones que había tirado de mala manera.

—¿Y cómo es que no tienes dinero? —me preguntó con curiosidad.

—Mis padres se lo han dejado todo a mis hermanos mayores —lancé unos calcetines a la maleta con más fuerza de la necesaria—. Creen que es mejor invertir en un taller de coches que en mis estudios.

—¿Cuántos hermanos tienes?

—Cuatro —él levantó las cejas—. Todos mayores que yo.

—¿Todos chicos?

—Menos la mayor, Shanon. Pero ella vive con su hijo y su novio intermitente.

—¿Intermitente? —sonrió.

—Se pasan el día discutiendo y volviendo. Seguro que el pobre niño está cansado de ellos —me quedé mirándolo—. ¿A qué vienen las preguntas?

—Es que nunca me hablas de tu familia.

Me quedé pensándolo un momento. Después, seguí doblando ropa.

—Tampoco hay mucho que contar, la verdad.

—A mí me parece interesante —aseguró.

—Sí, es fascinante —ironicé.

—Lo es —él levantó unas bragas grandes y viejas que solía usar cuando me venía la menstruación y levantó las cejas—. Preciosas.

Se las quité de la mano y las hundí en la maleta, avergonzada.

—No toques mi ropa interior —le advertí.

—Vale, sargento.

Cuando por fin pude cerrar la maleta, él se ofreció a cargarla hasta abajo. Cuando llegamos, Chris estaba parado delante de la puerta como si fuera un policía.

—De aquí no se va nadie hasta que firmes esto —me dijo.

—Quita, Chrissy —le dijo Ross, pasando por su lado con mi maleta.

—¡He dicho que de aquí no sale nadie! —chilló él—. ¡Y que no me llames así!

—Vive un poco —le dijo Ross, suspirando.

—¡Yo tengo una vida muy plena! —le gritó Chris antes de mirarme—. La firma, Jennifer.

Firmé su hoja de papel y se la devolví. Él me sonrió.

—Pórtate bien —me dijo—. Aunque si le das un puñetazo, mejor.

—Lo tendré en cuenta —le sonreí—. Adiós, Chris.

Salí del edificio y vi a Ross cargando mi maleta en el coche. Cuando cerró la puerta, resopló.

—Madre mía —dijo—. Parece que llevas piedras ahí dentro.

Subimos los dos al coche y me puse el cinturón enseguida, aunque lo cierto es que me estaba acostumbrando a su manera de conducir. De hecho, me estaba acostumbrando tanto que Will se me hacía muy lento.

—Will estará muy contento cuando te vea —me dijo—. Y Naya también.

—Naya va a estar sola en su habitación —le dije, confusa—. No creo que esto la haga muy contenta.

—Prácticamente vive con nosotros. Os veréis más así.

Lo miré con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué estás tan contento con la situación, Ross?

Él se encogió de hombros, sonriente.

—No lo sé.

—Sí lo sabes.

—¿Escuchamos música? —me interrumpió, subiendo el volumen.

Llegamos a su bloque rápidamente y esta vez yo quise cargar con la maleta hasta el ascensor.

Ross me abrió la puerta y me dejó pasar. Sin embargo, él llegó primero al salón con una sonrisa de oreja a oreja, como si fuera a anunciar la noticia de nuestras vidas vidas.

—¡Me he ido con las manos vacías y vuelvo con una nueva inquilina!

Entré al salón con la maleta.

—Hola —los saludé con una pequeña sonrisa.

—¿Qué está pasando? —preguntó WIll, mirándonos sorprendido.

—Vengo a vivir aquí —le dije.

—¡¿Qué?! —chilló Naya.

—Hemos decidido llevar nuestra relación un paso más allá —dijo Ross, pasándome un brazo por encima del hombro—. Os pedimos un poco de privacidad y respeto en estos momentos de felicidad.

—¡¿QUÉ?! —Naya abrió los ojos como platos.

—Que no es verdad, Naya —me separé de él, que estaba riendo—. Voy a pasar una temporada aquí si no os importa.

—Por mí perfecto —me dijo Will con una sonrisa amable—. Seguro que eres mucho mejor compañía que estos dos.

Sue me analizó un momento.

—¿Sabes cocinar?

—Un poco, sí —me encogí de hombros.

—¡Por fin alguien que sabe cocinar! —suspiró Will.

—¡Mi chili es perfecto! —Ross lo miró con el ceño fruncido.

—Si supieras hacer algo más, ya sería genial —le dijo Naya.

Ross se cruzó de brazos.

—Fingiré que no he oído nada de eso porque sé que os encanta y estoy de buen humor—dijo antes de mirarme—. ¡Vamos!

—Ya voy, ya voy...

Arrastré la maleta por el salón, siguiéndolo.

Ross esperaba en su cama como un niño pequeño al que acaban de dar un dulce. Sonrió ampliamente cuando me detuve delante de él.

—Puedes usar ese armario de ahí. Nunca lo he necesitado.

Estaba señalando un enorme armario empotrado con un espejo de cuerpo entero.

—¿Y se puede saber dónde tienes tu ropa? —le pregunté, sorprendida.

—Ahí —señaló una cómoda—. Siempre ha sido suficiente.

—¿Solo eso te ha sido suficiente?

—Soy un hombre sencillo —se limitó a decir—. Voy a ir a por algo de cenar, así te dejo sola por si quieres cambiarte o algo. ¿Qué te apetece?

—¿Eh? —me había quedado en blanco por un momento. Hablaba a toda velocidad—. No lo sé. ¿Pizza?

—Sue está harta de pizza.

—Oh, entonces...

—Pero acabo de acordarme de que me da igual —sonrió—. Si quieres pizza, traigo pizza. Soy el chico de los recados.

No esperó a que respondiera. Se marchó felizmente y yo me quedé en su habitación, deshaciendo la maleta de nuevo. Iba por la mitad cuando escuché que la puerta se abría. Era Naya. Puso una mueca triste.

—Te voy a echar de menos —me dijo en voz baja.

—Ross tiene razón, nos veremos más aquí que viviendo juntas —le dije—. Además, solo serán, como muchísimo, dos meses.

—Lo sé, pero se me hará tan raro dormir ahí sin ver tus cosas...

—Mis cosas siguen ahí, solo me he llevado la ropa.

—¡Déjame montar mi drama en paz!

Se sentó en la alfombra, a mi lado, y me ayudó a meter los calcetines en un cajón abierto.

—¿Y vas a dormir con Ross? —me preguntó con tono curioso.

—Sí, ¿por qué?

—Por nada, por nada.

La miré.

—¿Qué? —insistí.

—Nada —ella sonrió malévolamente—. Es que... creo que pegáis bastante.

La miré un momento, sin saber qué decir.

—¿Que pegamos? —me salió un tono un poco más agudo que de costumbre.

—Sí, como pareja. Sois muy afines.

Volví a quedarme sin saber qué decir.

—Lástima que tenga novio, entonces —bromeé, centrándome en mi ropa rápidamente.

—Lástima —dijo ella—. Si salierais juntos, podríamos ir a citas dobles.

—Entonces, me alegro de tener novio —le aseguré.

Naya rio irónicamente y continuó ayudándome. Después, me dejó sola para que pudiera ponerme mi pijama ridículo con pantuflas en forma de cabezas de perro. Me quité las lentillas y me puse las gafas.

Cuando abrí la puerta, me encontré a Ross a punto de llamar con los nudillos.

—La pizza se está enfri...

Se cortó a sí mismo para empezar a reírse al ver cómo iba vestida. Apreté los labios.

—Es mi pijama —le dije, con los brazos en jarras.

—Es precioso —me aseguró—. Especialmente los zapatos. Necesito unos iguales en mi vida.

Negué con la cabeza mientras se seguía riendo de mí.

—¿Has terminado?

—Más o menos —sonrió—. ¿Y no tendrás frío en manga corta?

—Me he dejado muchas cosas en la habitación. Mañana los iré a buscar.

—No hace falta, ponte una sudadera mía.

—¿Todavía tienes la de Pumba?

—Sí, pero podrías innovar un poco, ¿no?

Pasó por mi lado y abrió un cajón. Mientras rebuscaba, se detuvo un momento para mirarme.

—¿Llevas gafas? —preguntó, confuso.

—Sí, pero no me gustan.

—¿Por qué no?

—Básicamente, porque son horribles —dije, ajustándomelas—. Tengo las lentillas ahí.

—No son horribles. Te dan un aire intelectual.

Lo miré con una ceja enarcada.

—¿Y sin ellas no te parezco lista?

—Eso suena a pregunta trampa —dijo—. Elige rápido y ven a comer antes de que te robe tu parte.

Revisé el cajón de arriba abajo buscando algo que me gustara y al final me quedé con la sudadera negra con estampado. Me la pasé por la cabeza y al instante noté el olor de Ross impregnado en él. Me pregunté si alguien se habría fijado alguna vez en el olor de mi ropa. Esperaba oler así de bien

Cuando llegué al salón, Sue ya había desaparecido, así que solo estaban los tres restantes mirando la televisión. Ross sonrió al verme.

—La de Pulp Fiction —me dijo—. Era mi favorita.

—¿Era?

—Hasta que me compré la de Kill Bill.

Me iba un poco grande, pero era muy cómoda. Me senté a su lado y apoyé los pies con él en la mesita mientras agarraba mi trozo de pizza ya fría.

—¿Qué miráis? —pregunté.

—La de cambios radicales —me dijo Naya, que estaba atenta a la pantalla—. A esta le acaban de operar la nariz y se la han dejado horrible. Ahora está eligiendo un vestido para la fiesta.

Un rato más tarde, ellos empezaron a darse besitos bajo las mantas. Ross y yo seguimos mirando el programa y haciendo chistes malos que hacían que ellos nos miraran con mala cara.

Entonces, llegó el momento decisivo.

—Nosotros vamos a dormir —dijo Will poniéndose de pie y ofreciéndole una mano a su novia.

Naya la aceptó y me miró de reojo al pasar.

—Duerme bien, Jenna.

Le puse mala cara disimuladamente. Cuando desaparecieron, Ross también se puso de pie, totalmente tranquilo.

—Creo que yo haré lo mismo —dijo, bostezando.

—¿No hay que limpiar todo esto? —pregunté, al ver que dejaba el plato sobre la mesa.

—Sue es limpiadora compulsiva, mañana por la mañana nada de esto estará aquí.

—¿Y nosotros no tenemos que hacer nada?

—Si hicieras algo que trastocara su ecosistema perfecto, probablemente se enfadaría contigo —me dijo.

Lo seguí hacia la habitación y le dije que iría al cuarto de baño. En realidad, me limité a mirarme en el espejo un momento. Estaba nerviosa, y no estaba segura de por qué. Menuda tontería. Solo era Ross. Will ya me lo había dicho una vez. Era como un osito de peluche.

Al cabo de unos minutos, me atreví a salir del cuarto de baño y entré en su habitación, cerrando la puerta detrás de mí.

Ross estaba terminando de ponerse una camiseta de manga corta. Ya se había cambiado los pantalones a unos largos de algodón. Le sentaban bien.

Aunque eso no era de mi incumbencia.

—¿Qué lado prefieres? —preguntó.

Parpadeé, confusa.

—¿Eh?

—En la cama, Jen. ¿Derecha? ¿Izquierda? ¿Debajo?

—Me da igual —dije, acercándome.

—Pues me pido el de la derecha

Él se dejó caer como si nada, mientras que yo era un manojo de nervios estúpidos. Me acerqué a la cama, me desaté el pelo y me quité las gafas, frotándome los ojos.

—Si quieres hacer algo ilegal, este es tu momento —le dije, metiéndome en la cama—. No veo nada.

—Lo tendré en cuenta para el futuro —bromeó.

Estiró el brazo para apagar la luz y me quedé mirando el techo en la oscuridad.

—Buenas noches, Jen.

—Buenas noches, Ross —respondí, antes de cerrar los ojos.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro