Capítulo 26
Esta nota es solo es para recordar que este es el último capítulo, pero no olvidéis que todavía queda el epílogo (lo subiré tan pronto como me sea posible) así que no eliminéis la historia todavía, pequeños saltamontes.
Además, en el epílogo tengo unas cuantas cosas muuuy interesantes que contaros *música de intriga*
Ahora sí, a leer :D
—Ni de coña.
—Pero...
—Jack. En serio. No.
—Eres una aburrida.
Miré mejor las sábanas que me estaba enseñando. Tenían el dibujo de no sé qué película de Tarantino. Una muy sangrienta, eso seguro, porque era lo único que podía ver en ellas a parte de una maldita espada rara.
Negué con la cabeza.
—No voy a dormir con eso encima.
—Siempre puedes dormir con esto —se señaló— encima.
—Lo que tú quieras, pero te recuerdo que hemos llegado al acuerdo de que, si algo no nos gusta a ambos, no lo compramos.
—¿Qué tienen de malo? —protestó.
—¿A parte de todo?
Suspiró pesadamente.
—El compromiso te está relajando, Mushu. Solías ser más aventurera.
—¿Puedo aportar algo a la conversación? —preguntó Mike alegremente.
Los dos nos detuvimos en medio del pasillo de la tienda de muebles y lo miramos.
—¿Ya has vuelto? —Jack no ocultó muy bien su mala cara.
—Es que ya me he terminado el helado —Mike se encogió de hombros.
Sí, habíamos descubierto que la mejor forma de librarnos de Mike cuando queríamos comprar algo era darle dinero y que fuera a comerse un helado.
¿Te das cuenta de que es vuestro hijo malcriado?
—¿Y tienes que estar aquí? —le preguntó Jack.
—¿Se te ocurre algo mejor?
Jack suspiró y Mike esbozó una sonrisita de triunfo cuando le volvió a dar dinero.
—No más helados —le advertí.
—¿Qué? —frunció el ceño—. ¿Y qué hago?
—Algo se te ocurrirá —Jack lo apartó para seguir andando.
Vi que volvía a salir de la tienda contando el dinero que le había dado su hermano y sacudí la cabeza. Volví a engancharme del brazo de Jack, que estaba tan animado como de costumbre con eso de ir de compras. Él apartó la mirada disimuladamente cuando un grupo se quedó mirándolo y se apresuró a meterse en otro pasillo.
—Nunca creí que me encontraría a mí mismo comprando sábanas —murmuró de mala gana.
—No son solo sábanas —recalqué.
—Oh, sí. También hemos comprado un sofá. Qué ilusión.
—Te recuerdo que lo de cambiar los muebles fue idea tuya —enarqué una ceja.
—Pero era joven e inocente. No pensaba en las consecuencias.
—Jack, han pasado unos días.
—El tiempo es relativo.
Al final, estuvimos dando vueltas por una hora más hasta que tuvimos lo que necesitábamos. El pobre Jack ya estaba amargado cuando salimos de la tienda y vimos que Mike esperaba pacientemente apoyado en el coche. Tenía una bolsa llena de golosinas en las manos. Puse los ojos en blanco cuando discutieron porque no quiso dejar que su hermano comiera ninguna.
Corrijo: son tus dos hijos malcriados.
Finalmente, los dos se subieron al coche. Jack no había conseguido comer y tenía el ceño fruncido.
Se frunció todavía más cuando Mike sostuvo la bolsa al lado de mi cabeza, sonriéndome.
—Para ti sí que hay, cuñadita.
Intenté no sonreír cuando vi que Jack lo miraba como si quisiera matarlo.
Por suerte, no hubo más discusiones de camino a casa. Naya, Will, Jane y Sue estaban sentados en los sofás y los sillones. Jane sonrió ampliamente al ver a Mike, que puso una mueca de horror cuando se puso a perseguirlo gateando mientras él la rehuía.
—¿Por qué me persigue? —protestó.
—Mira, Mike, las atraes incluso cuando son pequeñas —bromeó Naya.
—Es que todavía no tiene criterio —Sue le sonrió dulcemente.
Mike soltó un chillido cuando Jane le enganchó el tobillo de malas maneras.
—¡Will, controla a tu hija!
Mike consiguió saltar a la niña y llegó al sillón. Jane puso un puchero y fue a por su siguiente objetivo: Jack. Él la levantó con un brazo y ella se abrazó a su cuello con una feliz sonrisita.
Mal gusto no tiene.
No, la verdad es que no.
Me dejé caer al sofá suspirando pesadamente.
—¿Qué tal los preparativos para vuestra nueva casa? —preguntó Naya alegremente—. ¿Ya podemos ir a verla?
—Podéis ir, pero todavía tienen que traer algunos muebles —dije—. Qué raro se me hace tener esta conversación. Es como... muy de adultos.
—Teóricamente somos adultos —murmuró Sue, encogiéndose de hombros.
Naya puso la misma mueca de desagrado que yo.
—Yo prefiero seguir considerándome joven adulta —recalcó ella.
—Lo que quieras —Sue la miró—. Tienes una hija, un piso y un novio formal. Para mí, eres una adulta.
—¡No soy una adulta! ¡Soy joven!
—Sí, la verdad es que a mí también me pareces bastante adulta —Mike asintió con la cabeza.
Naya se giró hacia Will, indignada.
—¡Haz que se callen! —exigió.
Will suspiró cuando le dio un manotazo para que reaccionara.
—¿Por qué siempre tengo que solucionar yo estas cosas? —protestó.
—Porque eres el único racional del grupo —le sonreí.
Él negó con la cabeza y se vio obligado a mirar a Sue y Mike.
—¿Queréis pagar vuestra comida? —enarcó una ceja.
—Yo pago la mía —dijo Sue.
—Yo no —Mike sonrió ampliamente—. Perdonadme, queridos caseros provisionales. No pretendía ofenderos. Naya es joven y yo estúpido.
—Gracias —Naya sonrió ampliamente y se abrazó a Will, que puso los ojos en blanco.
Aunque, de repente, él me miró.
—Ahora que lo pienso... ¿qué haréis con él?
—¿Por qué lo preguntas como si no estuviera? —se enfurruñó Mike.
Miré a Jack. Él estaba ocupado poniéndole caras a Jane y haciendo que se riera, así que supuse que ni siquiera estaba escuchando.
—Va a vivir provisionalmente —remarqué la palabra— en nuestra casa de invitados. Sin molestarnos.
—Y gratis —Mike sonrió ampliamente—. Para que luego papá diga que no sé ganarme la vida.
—Sí, porque lo de ganar tu propio dinero y tener tu propia vida está descartado, ¿no? —Sue le enarcó una ceja.
Él lo pensó un momento antes de sonreírle seductoramente.
—¿Quieres venirte a vivir conmigo, Susie? Tengo una cama doble que será muy ancha para mí solito.
Ella suspiró y puso los ojos en blanco.
—Preferiría dormir en el suelo de una gasolinera, la verdad.
—Me rompes el alma.
—Tú no tienes de eso.
Mike le puso mala cara.
—Además —Sue volvió a mirar su móvil tranquilamente—, yo ya tengo otro piso al que ir.
Por un momento, la frase quedó flotando en el aire. Todos nos giramos hacia ella, que no se dio cuenta hasta que pasaron unos segundos.
—¿Qué? —preguntó, a la defensiva.
—¿Te vas? —no pude evitar el tono sorprendido.
—Bueno, mi expectativa de vida no es compartir piso para siempre —replicó, encogiéndose de hombros—. Y este año terminaré la carrera. Ya iba siendo hora de buscar un lugar donde vivir yo sola.
—¿Dónde vas? —le preguntó Will.
—He encontrado un ático para mí sola no muy lejos de aquí. El alquiler no está mal y es bastante más amplio que lo demás que me enseñaron, así que parece una buena oferta. Iba a decíroslo mañana. Es mi último mes aquí.
Hubo un momento de silencio absoluto. Entonces, escuché un snif muy característico.
A Naya le empezó a temblar el labio inferior y Jane se arrastró enseguida hacia ella para abrazarla por el cuello, cosa que solo pareció empeorar la situación.
—¿Qué pasa? —le preguntó Jack con una mueca—. ¿Ya empiezas a lloriquear otra vez? Qué pesada eres.
—Y luego yo soy la insensible —Sue sacudió la cabeza.
Naya los ignoró a ambos mientras Jane se metía un mechón de pelo suyo en la boca y ella intentaba no llorar con todas sus fuerzas.
—¿Os vais a ir todos? ¿En serio? ¡Vais a dejarme sola!
—Te recuerdo que tu novio y tu hija se quedan contigo —Will entrecerró los ojos en su dirección.
—Dah —Jane asintió con la cabeza.
—¡Pero no es lo mismo! —Naya empezó a lloriquear—. No será lo mismo si no estamos todos juntos.
Vi que nadie sabía muy bien qué hacer y me aclaré la garganta, incómoda, atrayendo su atención.
—Sue estará aquí al lado y vendrá a visitaros cada día.
Sue dio un respingo.
—¿Cada d...?
—Cada día —la corté—. Y Jack y yo... podríamos acordar un día a la semana. Para venir y cenar todos juntos. O que vinierais vosotros.
Ella lo pensó.
—O dos días a la semana. Un día en cada casa —negoció.
—Me parece bien.
Le di un codazo a Jack, que se había quedado mirando la tele. Él asintió con la cabeza enseguida.
—A mí también. Es maravilloso. La mejor idea del mundo.
Naya pareció más animada al instante.
—Bueno... seguirá dándome pena que no estéis... pero lo entiendo.
Entonces, algo brilló en su mirada. Algo maligno.
—¿Cuándo os vais vosotros dos, Jenna?
—Tres —le recordó Mike, indignado—. Dejad de olvidaros de mi existencia.
—En una dos semanas, ¿por qué?
—Porque en una semana y seis días podríamos...
—...oh, no... —Will suspiró.
—¡...organizar una cena de despedida en vuestro honor!
Como vi que nadie iba a estar muy entusiasmado con la idea, me apresuré a parecerlo yo, riendo forzadamente.
—¡Qué gran idea!
Naya se lo creyó, pero vi que Jack intentaba no reírse con todas sus fuerzas.
—Vale, ya estoy mejor —Naya suspiró alegremente—. Ya podemos decidir qué cenamos.
Mike se frotó las manos.
—Por fin pasamos a los temas interesantes.
Un buen rato más después de cenar y charlar en el salón, cada uno fue a su habitación menos Mike, que se quedó roncando en el sofá. Jack estaba a punto de meterse en la cama cuando vio que yo estaba asomada desde el pasillo mirándolo fijamente. Le hice un gesto para que no hiciera ruido y él frunció el ceño.
—¿Qué quieres?
—¿Qué parte de...? —repetí el gesto de que no hiciera ruido— ¿...no has entendido?
—Toda. ¿Se puede saber qué haces ahí asomada como un asesino en serie?
—Ven conmigo —le pedí en voz baja—. Y baja la voz o Mike nos oirá.
—Mike no nos oiría ni aunque lanzáramos una bomba nuclear a su lado.
—Muy bien, pero ven conmigo.
—¿Ahora? Tengo sueñ...
—¡Que vengas ya al cuarto de baño conmigo!
Me miró de arriba abajo y sonrió. De pronto, ya no parecía tener tanto sueño.
—¿Quieres echar un polvo en la ducha, pequeña pervertida?
—No. ¡Venga!
Su sonrisa desapareció, pero se dejó arrastrar detrás de mí. Cuando estuvimos en el cuarto de baño y cerré a su espalda, se cruzó de brazos.
—¿Y si no vamos a echar un polvo, qué se supone que tengo que hacer yo aquí?
—Para empezar, callarte.
—Sí, señora.
Sonreí, divertida, pero me descentré al instante cuando me acerqué al lavabo y rebusqué algo que había escondido un momento antes.
Él enarcó una ceja, intrigado.
—¿Vas a enseñarme tu vibrador? No sé si estoy preparado mentalmente para este momento, Michelle.
—Si yo no tengo vibrador —fruncí el ceño.
—Conmigo es suficiente, ¿eh? —levantó y bajó las cejas.
—Jack, céntrate.
—Es que no sé en qué quieres que me centre.
Lo había estado sujetando durante la pequeña conversación, pero conseguí callarlo cuando se lo enseñé. Él dejó de sonreír al instante.
—¿Eso es...?
—El test de embarazo, sí.
Deseé que mi voz no hubiera sonado tan nerviosa.
—¿Ya has...?
—Según mis cálculos, le falta un minuto.
—Un minuto —se pasó una mano por el pelo—. Joder, tenemos que usar más condones. Ya es cuestión de salud. Voy a morir joven como sigamos haciendo pruebas de estas y tenga que soportar esta presión.
Quizá en otra ocasión hubiera sonreído, pero estaba demasiado nerviosa. Repiqueteé un dedo sobre la mesa.
—¿Y si sale que no? —pregunté.
Me sorprendió a mí misma el tono de decepción que usé para decirlo. Él me miró de reojo.
—Bueno, yo te ofrezco tantos intentos como quieras.
—Hablo en serio.
—¿Y qué te hace pensar que yo no?
—Vale, ¿y si sale que sí?
—Entonces, volveremos a esa tienda tan horrible de muebles y compraremos una cuna con sábanas de Tarantino.
Sonreí y sacudí la cabeza.
—Bueno, pues si sale que sí y dentro de unos meses nos dicen que es un niño...
—...el pequeño Jay por fin verá la luz.
—¿Y si es niña?
—Se llamará Ellie, ¿no?
—Que tengamos esto tan planificado me da un poco de ansiedad.
—¿Te digo yo la ansiedad que me da que ese trasto no esté listo todavía?
—Cuarenta segundos, Jack.
—¿Y si tenemos tres hijos? —entrecerró los ojos en mi dirección.
Solté una risita nerviosa.
—Ni siquiera estoy segura de querer uno solo.
—Vamos, uno es muy poco. Con cinco es un desastre, como hemos podido comprobar contigo...
—¡Oye!
—...y con dos también. Como hemos podido comprobar conmigo. Las alternativas son tres o cuatro. A no ser que quieras seis. O siet...
—Vale. Para. Tres como mucho. Como muchísimo.
—¿Y cómo llamamos al tercero? —lo pensó un momento—. ¿Rufus?
—¿Rufus? —puse una mueca de horror.
—¿Qué tiene Rufus de malo? Es original.
—Madre mía...
—Podríamos llamarlo Ruf-ruf.
—¿Cuántas palizas quieres que le den en el recreo?
—Yo le enseñaré a defenderse. Aunque tú también podrías enseñarle a dar uno de tus puñetazos destructores.
—Muy bien, Karate kid, ¿y si fuera una niña?
—Mi instinto de padre novato me dice que sería un niño.
—Mi instinto de madre novata me dice que ahora mismo está teniendo un ataque de pánico.
—¿Y Tyler? ¿Te gusta?
Lo pensé un momento.
—No está mal.
—Pues ya tenemos nuestro trío de oro. Jay, Ellie y Ty.
—¡Solo he dicho que no estaba mal!
—Y por eso lo hemos decidido, Michelle. Somos un equipo.
—Jack, como vuelvas a llamarme Michelle...
—¿Qué le falta a ese trasto? —cambió de tema enseguida.
Miré la hora en el móvil y se me detuvo el corazón cuando me di cuenta de que ya estaba listo. Él debió verme la cara de espanto, porque se llevó una mano al corazón.
—No he rezado en mi vida, pero creo que empezaré hoy —murmuró.
—¿Para que salga que sí o que no?
—Que sí, obviamente.
—Yo no estoy tan segura.
Me aparté de él, nerviosa, y agaché la cabeza, mirando el test. Noté su mirada ansiosa clavada en mi nuca.
—¿Y bien? —preguntó, impaciente—. ¿Voy a comprar condones o una cuna?
—No... ¿cuántas rayas son para decir que sí?
—Una raya es que no. Dos es que sí.
Me aclaré la garganta, incómoda.
—Es que veo cinco rayas.
—¿Qué...?
Se detuvo un momento antes de fruncirme el ceño.
—¿No llevas lentillas? —protestó.
—Ups. Puede que no.
—¡Jen, va a darme un ataque y tú sin ver nada! ¡Dame eso!
Me lo quitó de las manos y lo miró directamente.
Durante unos segundos, no dijo nada. Sentí que mis nervios aumentaban.
—¿Y bien? —pregunté yo, impaciente.
Él levantó la mirada y la clavó en la mía.
—Parece que vamos a tener que volver a la tienda de muebles, pequeño saltamontes.
***
Jack me sonrió cuando, dos semanas más tarde, me tomó de la mano para dirigirme en ese mar de gente.
La verdad es que estaba un poco confusa. ¿Ahí trabajaba él? Cruzamos dos platós con decorados de lo que parecían casas normales y corrientes, pero llenos de gente que tenía mil y una funciones diferentes. Casi todos saludaron a Jack cuando lo vieron pasar y me trataron con bastante amabilidad teniendo en cuenta que no me habían visto nunca.
Finalmente, salió del plató y cruzó un patio grande de piedra lisa para meterse en un edificio. Vi una cafetería con gente llenándose las bandejas de cosas de desayuno, tomando cafés y charlando, pero él siguió andando hacia las escaleras y llegamos a un pasillo impoluto. La suya era la última puerta a la izquierda. Sonreí al darme cuenta de que nuestra habitación en el piso de Naya y Will también era la última a la izquierda.
Joey estaba sentada en la mesa de cristal hablando por el móvil. Al vernos llegar, nos asintió con la cabeza y salió del despacho para terminar la conversación en el pasillo. Yo me quedé mirando el camerino de Jack. Bueno, eso me había dicho que era. Pero parecía un maldito apartamento.
Tenía una mesa redonda de cristal con varias sillas blancas, una alfombra mullida, muebles de cocina con una mininevera, un cuarto de baño, un armario, un sofá con sillones y un espejo gigante. Por no hablar de la ventana de atrás, que daba con todo el complejo. Tragué saliva ruidosamente.
—¿Aquí... trabajas? —pregunté, algo insegura.
—¿No te gusta?
—La pregunta es... ¿a quién puede no gustarle?
Sonrió, divertido.
—Todavía no uso el camerino para nada. El rodaje empieza a en un mes y medio.
—P-pero... esto es... creo que te odio un poco.
—Siéntate —me ofreció, riendo—. ¿Tienes hambre?
—Lo que tengo es la impresión de que esto no puede ser un camerino.
—El de los actores principales es parecido —se sentó a mi lado en la mesa, mirándome de reojo—. Por cierto, creo que no te lo comenté, pero Vivian ya no será un problema.
Dudé un momento, observándolo de soslayo.
—¿Por qué no?
—Porque la despedí.
Abrí al boca, sorprendida.
—Jack, yo no...
—No empieces a soltarme un sermón sobre que no me pediste que la echara. Créeme, no tendrá problemas económicos. De hecho, me extrañaría mucho que no le hubieran ofrecido ya otro papel importante.
—¿Y... quién la sustituye?
—Una actriz que a la productora le interesa que salga en una película taquillera —se encogió de hombros.
Joey entró en ese momento.
—Según lo que he oído, ella y el actor principal se toman muy en serio su trabajo y hacen muuuuchas horas extras... muy juntitos —sonrió, divertida, sentándose delante de nosotros.
—¿En serio? —Jack enarcó una ceja antes de negar con la cabeza—. Pues más les vale centrarse en lo importante cuando empiece el rodaje.
—Y el director implacable ha vuelto —bromeó Joey.
—Acabo de acordarme de que, técnicamente, tú eres el jefe —murmuré.
—Por favor, no me me llames eso —me suplicó—, hace que me sienta como si tuviera cincuenta años, barriga gorda y un puro en la mano.
Empecé a reírme mientras Joey sacudía la cabeza y sacaba algo de su maletín negro. Lo puso en la mesa.
—Bueno, ¿procedemos a lo que has venido a hacer? —me preguntó con la mirada clavada en sus papeles.
Dejé de reírme cuando el nudo de nervios que había sentido durante todo el camino volvió a por mí. Asentí con la cabeza y noté que Jack me ponía una mano en la rodilla para intentar calmarme un poco.
Joey, por su parte, se quedó con tres papeles y les dio la vuelta para enseñármelos. Los miré de reojo, pero no entendía la mitad de lo que ponían en esa pequeña letrita.
—Estos son los tres elegidos —me informó—. He estado hablando con varias galerías de arte y hubo unas cuantas interesadas en exponer tus cuadros, pero sus ofertas eran una mierda.
A veces, me hacía gracia lo sincera que podía llegar a ser. Joey era genial.
—¿Hiciste lo que te pedí? —pregunté, algo tensa.
—¿Lo de no usar la baza de que tu prometido es este señor? —ella lo señaló con la cabeza y Jack le puso mala cara—. Ni siquiera lo mencioné. Aunque ya te dije que, si me dejaras usarlo, podrías ganar mucho más dinero.
—No es cuestión de dinero —murmuré.
—Lo sé, es cuestión de que quieran tus cuadros y no la publicidad que conllevaría exponer a la mujer de un famoso —ella me miró—. Pero no voy a poder seguir ocultándolo cuando te cambies el apellido.
—Jennifer Michelle Ross, también conocida como Mushu —canturreó Jack felizmente.
Le di un codazo y volví a centrarme en Joey.
—Para cuando se enteren, ya habrán comprado los cuadros.
—Tienes razón —me concedió—. También me pediste que no hablara con la madre de Ross y no lo he hecho, pero creo que estaría encantada de exponer tus cuadros en sus galerías.
—Lo sé.
—Aclarado todo esto... he conseguido tres contratos importantes. Estas dos galerías están dispuestas a comprar toda la colección. Esa última paga mejor, pero solo quiere quince cuadros.
—¿Y... cuál me recomiendas? —dudé.
—Querida, lo que quieres ahora es darte a conocer. Tú eres tu propia marca y, lo que se hace con las marcas, es intentar expandirlas al máximo público posible. Esta galería —señaló el segundo contrato—, es la que peor paga porque es menos exclusiva, pero asociarte con ella implicaría llegar a un mayor número de personas. Eso sí, esas personas no tienen el mismo alcance económico que los clientes de esta otra —señaló el primer contrato—, con la que llegarías a menos gente pero... tienen más dinero.
—¿Y la tercera galería?
—Es la que solo quiere quince cuadros. Es una galería muy exclusiva y con pocos clientes... pero selectos. Hay dos posibilidades; o te va muy bien y alguno de echa el ojo... o tenemos que volver a empezar. Ah, y el pago no sería tan elevado, claro. Son menos obras.
Me mordí el labio inferior, pensativa. Jack me acarició la rodilla con el pulgar y yo lo miré.
—¿Tú qué crees?
—Creo que es tu decisión —bromeó.
—Jack...
—Eres más lista que yo, Jen. Sabes qué quieres elegir.
Pues sí, lo había sabido durante un buen rato. Estiré la mano y agarré el tercer contrato y lo leí dos veces. Parecía estar todo correcto. Y, además, Joey lo había revisado.
Ellos dos me dejaron un poco de tiempo para pensarlo antes de que Joey me enarcara una ceja.
—¿El tercero? Te recuerdo que, si te sale mal, vamos a tener que empezar todo otra vez.
—Lo sé.
—¿Estás segura?
—Sí —miré a Jack de reojo—. Parece que sigo siendo un poco aventurera.
Él sonrió y negó con la cabeza mientras yo me inclinaba para firmar el contrato.
—Espera —miré a Joey—, ¿cuánto voy a cobrar por esto?
—Cobras por ceder los derechos ahora y también cobrarás cuando vendas un cuadro. Pero ya te he dicho que ese contrato es el peor pagado de los tres.
—¡Es la primera vez que cobro por pintar, me da igual que sea muy poco! —sonreí ampliamente—. ¿Cuánto es?
—Veinte.
No pude evitar ocultar la mueca.
—¿Solo veinte dólares?
Joey me miró y luego miró a Jack, que estaba intentando no reírse con todas sus fuerzas.
—¿Qué? —pregunté.
—No son solo veinte —aclaró Joey—. Son veinte mil.
Noté que la sonrisa iba evaporándose lentamente de mi cara para dejar solo una mueca perpleja.
—¿Eh?
—No está mal para un primer contrato —murmuró ella.
—¿Y-yo... voy a... voy a tener... veinte...?
—¿Qué le pasa? —preguntó Joey con una mueca.
—Está entrando en cortocircuito —le explicó Jack, dándome una palmadita en la espalda.
Si no me había dado un infarto en esa sala, supe que no me daría ninguno jamás.
Seguía medio en shock cuando volvimos al piso. Todos los demás estaban en el salón preparándose para la cena de despedida.
Jack, Mike y yo habíamos trasladado todas nuestras cosas ya a la casa nueva por la mañana. Me había sentido incluso más rara que cuando me había ido de casa de mis padres para empezar la Universidad. Me daba un poco de lástima irme de ese piso pero, a la vez, no podía esperar a vivir en esa casa con Jack.
Bueno, y con Mike. A quien ya le habíamos dejado claro que solo viniera en caso de emergencia. Aunque me daba la sensación de que sus emergencias serían venir a comer todos los días por pereza a hacerse algo él solito.
Naya sonrió ampliamente al vernos llegar.
—¡He he hecho yo toda la cena en vuestro honor! —exclamó felizmente.
Vi las miradas furibundas que cruzaban el salón y tuve que contenerme para no reír.
—Estoy hambrienta —le aseguré.
—Pues en cuanto lleguen... ¡aaaahhhh, ahí están!
Pasó volando por mi lado cuando llamaron a la puerta. Lana estaba apoyada en el marco, acompañada de Chris y Curtis. Los tres entraron y nos saludaron a todos. Mientras Chris y Naya discutían —como siempre—, me alejé un poco con Curtis hacia la cocina.
—Así que lo vuestro ya es oficial, ¿eh? —señalé a Chris con la cabeza.
Curtis lo recorrió con la mirada antes de encogerse de hombros.
—Hasta que uno de los dos se aburra, supongo.
—Qué romántico eres.
—No te negaré que ese rollo que tiene de quererlo todo perfecto me pone...
—Vale, no necesito tanta información.
Sonrió ampliamente.
—Te debo una por presentármelo, ¿eh? —me pasó un brazo por encima de los hombros—. Si alguna vez te divorcias de tu señor futuro marido, llámame y te encontraré a alguien. O sin necesidad de divorciarse. Dicen que eso de tener un amante es genial. ¿No tienes pensado tener uno? Seguro que también puedo encontrarte a alguien.
—Es un detalle, pero estoy bien servida.
—Hola, Charlie.
Curtis se apartó de mí casi por instinto cuando Jack apareció delante de nosotros con los ojos entrecerrados en su dirección.
—Hey, Ross —Curtis sonrió ampliamente—. Solo le decía a Jenna lo buen marido que serás.
—Eso no es lo que me ha parecido oír, Charlie.
—¿Chris me está llamando? —preguntó él enseguida.
Fruncí el ceño.
—Yo diría que n...
—Efectivamente, me está llamando y debo ir con él. Qué pena —sonrió y se alejó a toda velocidad.
Jack lo siguió con la mirada antes de suspirar y mirarme.
—Oye, dime que tienes comida escondida por aquí.
—¿Comida?
—No pienso intoxicarme con lo que sea que Naya ha estado cocinando.
—Lamento decirte que esa es tu única opción. A no ser que no quieras cenar.
Puso una mueca de disgusto.
Y la mantuvo durante toda la cena, que consistió en carne quemada, puré rancio y un postre que parecía un pastel de algo dulce.
De todos modos, yo me esforcé en fingir que me encantaba todo porque Naya parecía sinceramente ilusionada. Además, la cena fue incluso mejor de lo previsto. Me lo pasé muy bien con todos ellos. Incluso llegué a olvidarme de contratos, casas, bodas, embarazados y mudanzas. Solo me lo pasé bien con ellos.
De pronto, Naya suspiró y dejó su cerveza en la mesa de un golpe.
—No me puedo creer que de verdad os vayáis.
—La verdad es que yo sigo sintiendo que este es tu piso —confesó Will mirando a Jack.
—Espero que cuidéis muy bien de la habitación —replicó él—. Ha sido una gran compañera por unos cuantos años.
—Y de la mía —recalcó Sue.
—Y de mi sofá —añadió Mike.
Chris nos miró a todos con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Y no os vais a llevar ningún recuerdo?
—¿Recuerdo? —repetí, confusa.
—No lo sé. Una foto de todos juntos o algo así. Para recordar esta etapa. Es bonito, ¿no?
Curtis sonrió y le dio un beso en la mejilla.
—Qué cursi eres.
A Chris se le enrojecieron las orejas al instante.
—Pues a mí no me parece mala idea —replicó Lana—. Colocaos en el sofá. Yo os la hago.
Parpadeé, sorprendida, cuando Naya y Will se instalaron junto a Jack y a mí. Sue puso una mueca cuando no le quedó lugar. Jack tiró enseguida de mí para sentarme en su regazo y Sue ocupó mi lugar. Jane se quedó con Curtis y Chris mientras Lana se ponía de pie y se alejaba un poco para hacer la foto.
Sin embargo, enseguida me di cuenta de que Mike se había quedado en uno de los sillones, un poco cabizbajo.
Y, para mi sorpresa, no fui yo quien le dijo que viniera.
—Eh, tú, idiota —Jack le hizo un gesto—, venga, ven aquí.
Mike esbozó una sonrisa encantadora y vino casi dando saltitos. Sin más preámbulos, se lanzó sobre Will, Naya y Sue. Los tres protestaron, pero él no se movió en absoluto.
—Bueno, ¿ya estáis listos o falta alguien más? —preguntó Lana.
—Listos.
—Genial. Pues enseñadme esas sonrisas.
Lo de las fotos había sido una muy mala idea. Lo supe al instante en que Naya agarró su móvil, inspirada, y empezó a hacerlas compulsivamente.
De todos modos, nadie protestó mucho, especialmente porque todos empezábamos a ser conscientes de que la cena se estaba terminando. Jane ya se había quedado dormida en un sillón. Y Mike en un sofá, roncando con la cabeza encima de Sue, que intentaba apartarle con una mueca de horror pero que le resultaba imposible hacerlo porque él cada vez se pegaba más ella.
Chris y Curtis fueron los primeros en marcharse. Después, lo hizo Lana.
Me sorprendió un poco que Naya no montara el drama cuando Jack y yo nos pusimos de pie.
—Bueno... —Jack suspiró—, parece que va siendo hora de irse.
Naya lo señaló enseguida.
—Ni se te ocurra ser un insensible ahora.
Él puso los ojos en blanco cuando Naya se me acercó y me abrazó con suficiente fuerza como para estrujarme. Cuando se separó, se limpió dramáticamente unas cuantas lágrimas y Will se adelantó para despedirse de nosotros. Sue se limitó a murmurar algo sobre tener más espacio antes de apartar a Mike de malas maneras.
—Despierta, parásito. Hora de irse.
Él parpadeó y se puso de pie, bostezando.
—¿Ya? ¿Qué hora es? Quiero dormir un ratito más...
Jack negó con la cabeza.
—Parece mentira que tú seas el hermano mayor.
—La edad es algo mental, hermanito.
—Sí, y tú tienes cinco años mentales, hermanito.
—No os pongáis a discutir ahora, por favor —suplicó.
Jack asintió con la cabeza.
—Sí, bueno, vámonos.
—Mira que eres poco dramático —Sue negó con la cabeza.
—Si nos vamos a ver en tres días —protestó Jack.
—¡Es simbólico! —se quejó Naya—. ¿O tú no vas a echarnos de menos, idiot?
Jack lo pensó un momento. Le dediqué una mirada de advertencia y él suspiró pesadamente.
—Odio las malditas despedidas —masculló de mala gana.
—¿Eso es un sí? —Naya sonrió ampliamente.
—Bueno... supongo... que podrías considerarlo un sí.
—¡Aaaaaah! ¡Ross, sabía que en el fondo nos querías!
Jack dio un respingo cuando ella lo abrazó con fuerza.
—¡Pero suéltame, loca!
—Ya podéis iros —Naya sonrió ampliamente—. Solo quería que él lo admitiera en voz alta. Sois libres.
—Vaya, muchas gracias —ironicé.
Mike bostezó ruidosamente en la puerta.
—¿Nos vamos o qué? Yo tengo sueño.
Los tres nos acompañaron a la puerta y nos quedamos un momento en silencio cuando nosotros nos detuvimos en el pasillo, mirándolos.
Por primera vez esa noche, sentí que se me formaba un nudo en la garganta al mirarlos. Los quería mucho. Con sus virtudes y con sus defectos. Eran mi segunda familia. La que había elegido. Y no habría podido elegir mejor.
Esbocé una pequeña sonrisa triste.
—Portaos bien sin nosotros, ¿eh? —bromeé.
Naya ya volvía a lloriquear. Will esbozó también una sonrisa triste. Y Sue se cruzó de brazos, evitando la mirada de nadie.
—Lo mismo os digo —murmuró Will.
Me quedé en silencio un momento más. Entonces, sentí que Jack envolvía su mano en la mía y solté todo el aire de mis pulmones, mirándolos.
—Adiós, chicos.
Para mi asombro, la primera en responder no fue Naya, sino Sue.
—Vais a venir a vernos, ¿no? —me frunció el ceño—. Lo habéis prometido.
No pude soportarlo más y me lancé sobre ella, dándole un abrazo. Ella empezó a protestar a voces cuando todos los demás se unieron, divertidos.
—¡No, soltadme! ¡Qué asco, no me toquéis!
—¡Te jodes! —le espetó Naya antes de sonreír felizmente, fundiéndose en el abrazo—. ¡Abrazo grupal!
Sue suspiró y, finalmente, dejó que la abrazáramos.
Unos minutos más tarde, miré la carretera delante de mí. Mike estaba tumbado en los asientos de atrás, durmiendo profundamente. Jack, a mi lado, parecía pensativo. Estiré la mano y atrapé a suya sobre el cambio de marchas.
—¿Te das cuenta de que a esto lo llaman cerrar una etapa para empezar otra? —murmuré.
Él sonrió.
—La pregunta es... ¿será mejor o peor?
—Las expectativas están altas, pero yo diría que será mejor.
—Eso espero.
Apoyó nuestras manos en mi regazo y noté que me pasaba un dedo por encima del anillo, recorriéndolo lentamente.
—¿Y estás lista para esta nueva etapa, Jen?
Sonreí cuando volvió a pasar el dedo por mi anillo y asentí con la cabeza, decidida.
—Estoy lista.
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