Capítulo 25
Penúltimo capítulo D:
—Es que... yo...
Me miré de nuevo en el espejo con una mueca de indecisión. Mi madre, Mary, Agnes, Naya, Sue y Shanon, sentadas en el alargado sofá de seda, tenían sonrisas expectantes.
Bueno, Sue solo estaba de brazos cruzados con cara de desear que eso terminara. La verdad es que no me esperaba que viniera a ver vestidos de novia, pero ni siquiera había protestado.
—¿Qué? —preguntó mamá, entusiasmada—. ¿No es genial?
Mi mirada se desvió al enorme y pomposo vestido blanco con velo, hombreras y un escote que casi hizo que Mary se desmayara.
No, no era genial. Parecía sacada de una película de terror de los sesenta.
—Mamá... —me aclaré la garganta—, es que... mhm... tenía en mente... algo... distinto.
—¿Algo distinto? —preguntó ella, confusa.
—Algo mejor —aclaró Sue.
Ella, Shanon y Agnes empezaron a reírse entre ellas. Lo que les faltaba a esas tres. Hacerse amiguitas.
Mary les dirigió una mirada de advertencia y las tres pararon.
—¿Y qué...? —preguntó Naya, que estaba ocupada intentando ajustar mejor la chaquetita que llevaba Jane—. ¿Te quieres estar quieta, pequeño diablillo?
—¡Dah! —le gritó ella, tirándole del pelo.
Naya puso una mueca de desesperación y Mary la miró como si la entendiera a la perfección.
—¿Quieres que me encargue yo, querida?
—Por favor. O mataré a mi hija.
Mientras Mary sujetaba a Jane —que, en cuanto dejaba los brazos de Naya, se volvía un angelito— y le ponía bien la prenda, miré a mamá. Ella ya empezaba a poner una mueca dramática.
—¡Ya no te gusta nada de lo que te digo!
—Mamá, venga, no seas así —protestó Shanon—. Es su boda. Tiene que estar cómoda.
—¡Pero... yo soy su madre! ¡Tengo derecho a opinar!
—Y vas a opinar, pero sobre el vestido que ella quiera —mi hermana me miró y yo gesticulé un gracias—. ¿Qué tienes en mente?
—Algo menos... más... —no encontraba palabras que no fueran ofensivas cuando me giré y miré abajo—. Es que no puedo ni moverme. Me siento como si estuviera en un ataúd blanco.
—Interesante comparación —murmuró Sue.
—Quieres algo más sencillo, ¿no? —preguntó Agnes.
—¡Exacto! —por fin alguien que lo entendía—. Sin hombreras, y faldas de dos metros de anchura... algo sencillo. Si estaremos en una playa...
—No me lo recuerdes —protestó mamá, todavía enfurruñada. La boda no estaba saliendo como ella quería.
—Pues a mí me gusta la idea de la playa —dijo Mary, devolviéndole a Naya su hija—. Es original. Y será en la playa que hay delante de casa de tus padres, ¿no, querida?
—Sí —puse una mueca—. Habrá que quitar las botellas de alcohol vacías de la arena.
—Un lugar paradisíaco —murmuró Shanon.
—Bueno —la chica de la tienda se había mantenido al margen hasta ese momento, pero al mi cara con el vestido, se apresuró a adelantarse—, ¿quieres que te traiga algo más sencillo? Tenemos vestidos bastante bohemios.
—¡¿Bohemios?! —a mi madre iba a explotarle la cabeza.
Yo solo miré a la chica de la tienda.
—Tú tráelos, ya me ocupo de ella —le susurré.
Pareció divertida cuando fue a por otro carrito de vestidos. Yo, por mi parte, me metí otra vez en el probador y me quité el ostentoso vestido gigante. Pesaba más que yo. Shanon se asomó entre las cortinas para pasarme la bata que me habían dejado los de la tienda y volví a salir para revisar los vestidos nuevos.
Lástima que no hubiera sitio para mí, porque todas mis acompañantes tenían las narices metidas en el montón de vestidos blancos. Suspiré y me crucé de brazos. Nadie pareció darse cuenta de mi presencia mientras discutían entre ellas sobre cuál era mejor.
Me dejé caer en el sofá, irritada. Habían estado así toda la mañana. Y, por lo visto, estarían así toda la tarde. Si yo quería platos con carne en la boda, ellas los querían con pescado. Si yo quería las sillas beige, ellas las querían azules. Si yo quería llevar el pelo suelto, ellas preferían que lo llevara atado. Y así con todo.
¿No se suponía que era mi boda? Bueno, y la de Jack, pero no me atrevía a meterlo en medio de ese grupo. Iba a terminar matando a alguien.
Suspiré y estiré el brazo hacia una revista cualquiera para distraerme. Al ver la portada, puse una mueca de disgusto.
Como diría mi hermano... nunca es tarde para que el día empeore, ¿no?
Jack y yo estábamos en la portada. Él tiraba de mi mano y estaba de mal humor. Y se veía perfectamente que yo llevaba puesto un anillo. Y parecía un poco perdida, por cierto. Encima, me habían sacado mi lado malo, los muy asquerosos.
Y, claro, el titular. No necesité leerlo completo. Con la palabra cazafortunas fue suficiente.
Ahora, todo el mundo se creía que me casaba con él por su dinero. Había perdido la vuenta de la cantidad de veces que había leído esa palabra en las revistas, justo al lado de mi nombre o de mi cara. Era muy agobiante.
Estaba segura de que, si no fuera porque la recompensa era casarme con Jack, me habría hartado muy pronto.
Además, él se lo tomaba peor que yo. Especialmente cuando los titulares se metían conmigo. Empezaba a soltar palabrotas y le decía a Joey que no pensaba volver a concederles una entrevista a ninguna de ellas. Al final, consiguió que unas pocas revistas me dejaran en paz, pero todas las demás seguían metiéndose conmigo.
La chica de la tienda debió ver mi cara de estrés y me dedicó una sonrisa amable. Solo ella y Shanon se habían quedado al margen conmigo.
Por cierto, Shanon era la única que no intentaba imponer sus ideas sobre las mías. Esos días me estaba recordando por qué la quería tanto. Especialmente cuando aplacaba a mi madre en sus intentos de decidirlo absolutamente todo.
—Esto pasa mucho —me aseguró la chica de la tienda, señalando a mi séquito con la cabeza.
—¿Qué parte? —pregunté, un poco desanimada.
—La parte en la que los familiares intentan controlarlo todo —ella se encogió de hombros—. Si vierais la cantidad de discusiones que he presenciado aquí...
—¿Y no tenéis extintores o algo así para dispersarlas? —preguntó Shanon.
—No —ella se rió—. Pero no es mala idea.
Escuché que me seguían cuando fui a por el montón de vestidos "bohemios" que ellas habían desechado. Ni siquiera se dieron cuenta de que estaba mirándolos detrás de ellas. No me gustaron especialmente, pero era definitivamente mejores que los demás.
Nunca hubiera dicho que un simple vestido pudiera estresarme tanto. Pero tampoco me había parado a pensarlo. Es decir, tenía que salir bien en las fotos. Lo último que me faltaba ya era salir como un ogro en las fotos de mi propia boda. Lo que me llevaba a pensar en que tenía que contratar a algún fotógrafo.
Pareció que Shanon me había leído la mente, como siempre.
—Yo me encargo del catering y las fotos —me aseguró—. He encontrado una fotógrafa bastante buena por aquí cerca. Puedo presentártela a ver si te cae bien. Es estudiante de fotografía, así que podríamos pedirle un descuento por falta de experiencia o algo así. Aprovechémonos de la dura vida estudiantil.
—El espíritu capitalista te está invadiendo, hermana.
—Siempre ha estado dentro de mí, ahora solo se está manifestando.
Empecé a reírme, pero la risa se murió al instante en que mis ojos se clavaron en una de las prendas que tenía delante. Aparté el resto de vestidos que había encima y la levanté. Mi mirada se iluminó cuando pude ver el vestido completo.
Shanon y la chica me miraron, confusas. Mi hermana fue la primera en adivinar mis intenciones.
—Bueno... al menos, ya tenemos vestido. Un problema menos.
***
Estresada era una expresión que se quedaba muy corta a cómo me sentía. Muy, muy corta.
Maldita boda.
Piensa en la noche de bodas y se te pasa.
Cuando por fin llegué al piso, me sentía medio muerta por dentro. Fui directamente a la cocina y agarré las galletas de chocolate de Jack, dejándome caer en el sofá con ellas.
Él, Mike y Will, que habían estado todo el rato sentados en el otro sofá, me miraron con una ceja enarcada cuando me puse a devorarlas sin prestarles atención.
—Bienvenida a casa, amor mío —dijo Jack, divertido—. ¿Qué tal tu día? Te veo muy bien.
—Pues mal —mascullé, malhumorada—. No me gusta estar estresada. Me da hambre.
Naya, Sue y Jane llegaron en ese momento. Mi madre y Shanon se alojaban en un hotel cercano. No habían querido molestar pese a que habíamos insistido en pagar nosotros. Es decir, Jack. Yo seguía siendo pobre.
Naya ahogó un grito cuando me vio y vino corriendo a quitarme las galletas de un manotazo.
—¡De eso nada!
—¡Oye! —protesté.
—¡No vas a engordar meses antes de tu boda, señorita!
—¡Dame las galletas, Naya!
—¡No!
—¡Dámelas o...!
—¡Cariño, atrápalas!
Naya se las lanzó de mala manera a Will y él hizo lo que pudo para atraparlas antes de que le dieran en la cabeza. A Mike le voló una galleta a la cara.
Jane, en los brazos de Sue, se reía abiertamente como si entendiera toda la situación.
—¡Naya! —protestó Will.
—¡Podrías habernos matado! —protestó Mike.
—Son galletas, no granadas —ella puso los ojos en blanco y me miró—. Y a ti no te voy a dejar comer compulsivamente. Ya me lo agradecerás.
Resoplé y me tumbé boca abajo, agotada. Maldita vida. Maldita boda. Maldito todo.
—¿Y si me auto-ahogo con la cara en la almohada? —mascullé.
—Bueno —comentó Mike, comiéndose la galleta que le había dado en la cara—, está claro que las cosas por aquí están muy tranquilas. Tal y como las dejé.
Lo miré de reojo y vi que Jack se ponía de pie y se acercaba. Se sentó a mi lado y me dio la vuelta por los hombros para que lo mirara. Me puso la cabeza en su regazo. Parecía un poco preocupado.
—¿Qué pasa? ¿No has encontrado vestido? —preguntó—. Tampoco se acaba el mundo, tienes un montón de meses. Encontrarás alguno y...
—Sí lo he encontrado —protesté como una niña pequeña.
—¿Entonces? —Jack miró a Naya y Sue en busca de ayuda.
—Que la están agobiando —le explicó Sue.
Él frunció el ceño al instante.
—¿Quién? —espetó.
—No es la prensa, fiera —Naya sonrió con su repentino ataque de protección.
—Son vuestras queridas familias. Y esta —Sue señaló a Naya con la cabeza.
Ella pareció profundamente ofendida.
—¡Yo solo doy mi opinión!
Jack las ignoró y me miró.
—¿Es eso? ¿Te están agobiando?
—No... bueno... un poco... pero... —de pronto, una ola de culpabilidad me inundó—. Es decir, están ilusionadas, pero... es que no me dejan elegir nada. He tenido que comprar el vestido prácticamente a escondidas. Como si fuera un maldito adolescente comprando alcohol.
—Jen, es nuestra boda —me dijo, frunciendo el ceño—. Tienes todo el derecho a elegir lo que quieras.
—Eso díselo a tu suegra —Naya sonrió.
—O a tu madre y tu abuela —replicó Sue.
Jack suspiró.
—Ya hablaré con ellas.
—Jack, como te metas con los gustos de mi madre, va a dejar de adorarte —advertí.
—Prefiero que me adore su hija pequeña, la verdad. Aunque sé que ya lo hace.
Casi lloré de alivio. Por fin un poco de apoyo.
—Oye —Mike siguió comiendo su galleta—, ¿y cuándo os vais a mudar?
Levanté la cabeza al instante, confusa.
—¿Mudar?
—Bueno, ¿no os iréis a...?
Se calló de repente y me di cuenta de que su hermano lo asesinaba de diez formas distintas con la mirada. Mike enrojeció hasta las orejas y se metió el resto de galleta en la boca para no tener que decir nada más.
—¿Qué ibas a decir? —miré a Jack—. ¿Qué iba a decir?
—¡Nada! —me aseguró Mike con la boca llena.
Barrí a todos los de la habitación con una mirada escrutadora. Incluso Jane pareció hacerse la ciega.
—Bueeeeeeno —Naya soltó una risita divertida—. ¿No es la hora del baño, hija mía querida?
—¡Dah!
De pronto, eran amiguitas otra vez. Genial.
—Y papi tiene que supervisar que todo vaya bien —Will asintió con la cabeza, poniéndose de pie.
—Y tío Mike tiene que... eh... fumar —él asintió con la cabeza—. Sí. Eso. Eh... fumar. Adiós. Pasadlo bien.
Se fue rápidamente a la puerta y escuché la ventana del pasillo. Will, Naya y Jane desaparecieron en el cuarto de baño. Miré a Sue, la única restante, que nos observaba con aburrimiento.
—Yo solo no quiero escuchar esto —se encogió de hombros—. Adiós.
Negué con la cabeza cuando se encerró en su habitación y miré a Jack. Parecía tenso y yo me tensé instintivamente, revisándolo de arriba abajo.
—¿Qué has hecho? —pregunté directamente.
—¡Nada! —me aseguró enseguida, ofendido—. ¿Por qué me miras así?
—Porque tienes una de las mayores caras de culpabilidad que te he visto en mi vida. ¿Qué has hecho?
—Nada... malo —aclaró.
Me senté para poder fulminarlo mejor con los ojos.
—¿Y algo bueno sí? —le interrogué.
—Bueno... tampoco.
—¿Y qué es?
—¿Quieres que te traiga otra vez las galle...?
—Jack —advertí.
Él suspiró y se pasó una mano por la nuca. Oh, oh. Estaba nervioso. ¿Qué demonios había hecho? Notó que me tensaba aún más y me frunció el ceño.
—¿Puedes dejar de mirarme como si hubiera matado a un perrito?
—¡¿Has matado a un perrito?!
—¿Qué...? ¡Claro que no! ¿Quieres centrarte?
—¡Pues dime algo ya, me estás poniendo de los nervios!
—¡Vale!
Resopló y se dio la vuelta para quedarse sentado, mirándome fijamente. Tragué saliva y esperé, más tensa que nunca.
—¿Y bien? —pregunté.
Él se mordió el labio antes de hablar por fin.
—He estado pensando... en comprar una casa.
Parpadeé dos veces antes de fruncir el ceño.
—¿Eh?
—Una casa, Jen. Para nosotros.
Fue como si me lo hubiera dicho en chino. Volví a parpadear, mirándolo fijamente. Vi que me revisaba la expresión e intentaba reprimir una sonrisa.
—Bueno, o un piso —replicó—. Lo que quieras. No tengo preferencia.
—¿Qué...? —intenté reaccionar—. ¿Qué casa?
—Yo... bueno, no quería decidir nada sin que tú estuvieras de acuerdo, pero tenía una en concreto en mente.
Por algún motivo, se me aceleró el pulso.
—¿C-cuál?
—Oye, igual ahora mismo estás muy agobiada por lo de la boda y no quieres...
—Jack, como me dejes a medias, te tiro las galletas a la cara.
—Vale, vale —empezó a reírse antes de aclararse la garganta y volver al tema—. Yo...
Hizo una pausa, pensándolo.
—Mis padres ya se han divorciado —aclaró—. Del todo.
—Sí, lo sé —murmuré.
—Mi madre se ha quedado con la mitad de todo. Incluidas dos casas. Bueno, y nuestra casa. La que tú conoces.
—P-pero... ¿cuántas casas tenéis? —abrí la boca, sorprendida.
—Unas cuantas —sonrió—. Lo que quiero decir es que ella gana dinero con sus cuadros y todo ese rollo, pero no lo suficiente como mantener tres casas. Y tampoco quiere hacerlo. No las necesita. Así que... mhm... quería comprarle alguna de esas casas para que tuviera dinero de sobra y, de paso, quitarnos un problema de encima. ¿No dijiste que querías que te demostrara que iba en serio con esto?
Yo volví a mirarlo como una idiota por unos segundos.
—¿Qué casa?
Hizo una pausa, carraspeando.
—He pensado en comprarle la casa del lago.
No supe qué decirle. Él seguía mirándome fijamente y esperaba una respuesta. Me aparté el mechón de pelo que siempre se me salía, agachando la mirada a mi regazo. No me esperaba tener esa conversación. Al menos, no ese día. O, bueno, quizá nunca. Había estado tan ocupada con el estúpido vestido y la ceremonia que no había pensado en todo lo demás.
—Yo... —empecé.
—Es una idea. No tenemos por qué hacerlo —añadió al ver mi cara de espanto—. Will ya me ha dicho que podemos quedarnos aquí tanto tiempo como queramos.
—No, yo... —intenté centrarme en decir algo coherente—. ¿La casa esa... que tiene un lago?
—Sí, Jen, solemos llamarla la casa del lago por el lago que tiene al lado.
—P-pero... ¿puedes permitirte eso?
Casi empezó a reírse ante mi perplejidad.
—Pues claro que sí.
—Pero ¿tú cuánto ganas? ¿La gente se suele hacer multimillonaria con una peliculita?
—No soy multimillonario —empezó a reírse—. Y te recuerdo que son dos peliculitas. Aunque empezaré a cobrar de verdad por la otra al empezar a grabarla. Entonces, ya podremos comprarnos otra.
—Sí, claro, y nos compramos una mansión en Paris, también.
Levantó las cejas.
—¿Quieres una mansión en París?
—¡No! ¡Era solo...! ¿C-cómo puedes tener tanto dinero y estar tan tranquilo?
—Podrías ver mi cuenta si quisieras. Lo sabes, ¿no? Pronto también será tu dinero.
—Prefiero no verla o me daría un infarto.
Sonrió, divertido.
—Bueno, no hay prisa. Piénsalo el tiempo que quieras. Total, no nos casamos hasta dentro de una eternidad. Y por tu culpa.
—Prefiero esperar que casarme en una playa en pleno invierno, la verdad —entrecerré los ojos.
Suspiró dramáticamente y yo aproveché para aclararme la garganta, un poco incómoda. Eso que volviera a tener su atención.
—¿Qué? —preguntó, curioso.
—Yo... he estado pensando en todo eso del dinero, y las revistas... y...
—No empieces —me advirtió.
—¡Ni siquiera sabes lo que quiero decir!
—Que no quieres que lo pague todo. Eres muy pesada con el tema.
Pues ha acertado.
Cállate, conciencia.
—Vaya, gracias, futuro marido.
—Jen, deja de preocuparte por el dinero.
—¡No era eso! —lo detuve por el brazo cuando hizo un ademán de levantarse—. Bueno, un poco sí que lo era. ¡Pero no exactamente!
Me miró un poco más relajado.
—Muy bien, ¿qué pasa?
—Yo... —carraspeé—. ¿Has pensado en que... firmemos algo?
No pareció entender muy bien lo que decía.
—¿Firmar qué? ¿Los papeles de la boda?
—No, Jack. Otros. Antes de la boda.
—¿Qué otr...? —se detuvo abruptamente y su mirada se heló.
Vale, ya lo había entendido.
Y, por su mirada, no le había gustado. En absoluto.
—¿Crees que quiero que firmes una separación de bienes? —me preguntó, enfadado.
Bueno, sabía que iba a tomárselo mal, pero no esperaba que se enfadara directamente. Noté que se me encendían las mejillas cuando me miró fijamente de esa forma. Nunca me acostumbraría a que se enfadara conmigo. O a que me mirara así. Pocas veces lo hacía enfadar de esa forma.
—Solo lo digo por... por estar seguros. Para que estés seguro de mí.
—¿Seguro de qué? ¿De que no te casas conmigo por el dinero?
—Pues sí, Jack.
Su enfado fue en aumento. No lo estaba solucionando mucho. De hecho, lo estaba empeorando.
Como siempre.
—¿Crees que pienso que estás conmigo por el dinero, Jen? ¿En serio?
—No, Jack, pero...
—No voy a firmar nada.
—¿Qué más te da? Solo es un papel. Y estaremos todos tranquilos.
—¿Estaremos? ¿Quiénes? ¿Las revistas? ¿Mi padre?
Mis mejillas se volvieron todavía más rojas cuando él frunció profundamente el ceño.
Si su mirada antes era fría, ahora simplemente gélida.
—¿Te ha dicho algo? —preguntó en voz baja.
—¡No! —le aseguré enseguida y pareció relajarse un poco. Solo un poco—. Jack, yo... sinceramente, todo el mundo cree que me caso contigo por el dinero.
—No todo el mundo.
—Pues la mayoría de la gente.
—Yo no lo pienso. Es lo que debería importarte.
—Solo quiero que te quedes tranquilo.
—Estaba muy tranquilo hasta que me has sacado el tema.
Se puso de pie y yo me apresuré a seguirlo, deteniéndolo por el codo junto al otro sofá. Me miró a regañadientes.
—¿Y si dentro de diez años discutimos y no quieres volver a verme? ¿Y si conoces a otra persona? —insistí—. ¿No te gustaría poder elegir si tus cosas siguen siendo tuyas o no?
Eso pareció ofenderlo más aún y le solté el brazo, suspirando.
—¿Eso es lo que piensas? ¿Que algún día me iré con otra y te dejaré tirada? —preguntó, enfadado y ofendido a partes iguales.
—No es que lo crea, pero...
—Joder, Jen. ¿Qué más tengo que hacer para que te des cuenta de no voy a volver a querer a nadie más?
Mis mejillas estaban tan rojas que irradiaban más calor que una chimenea. Él suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—No firmaré nada —finalizó—. Y no quiero seguir hablando del tema.
Mantuve la cara agachada, todavía roja como un tomate. No me esperaba esa discusión. Me esperaba que firmara el papel con tal de no discutir. Y que se quedara más tranquilo. Pero había conseguido lo contrario.
—No te enfades conmigo —murmuré, mirándome las manos.
Noté que su cuerpo se relajaba casi al instante. Se acercó a mí y me levantó la cara con la mano en mi mentón.
—No estoy enfadado contigo —suavizó el tono—. Solo... deja de escuchar a la gente que dice tonterías. Siempre los escuchas más a ellos que a mí. Es frustrante.
—Lo siento.
—No te disculpes por eso —negó con la cabeza—. Solo... ¿puedes entender que confío en ti y dejar el tema?
Asentí con la cabeza lentamente y él me atrajo para darme un pequeño abrazo que yo misma alargué, rodeándole el pecho con los brazos. Apoyé la mejilla en su hombro, de puntillas, y noté su mano en la parte baja de mi espalda.
—¿Y si dentro de diez años tengo un amante y quiero fugarme con él? —sugerí.
—Tranquila, yo lo mato y asunto arreglado.
Empecé a reírme sin poder evitarlo y él me separó para mirarme.
—Entonces, ¿ya tienes vestido? —enarcó una ceja, volviendo a un tema más tranquilo.
—Sí —mi tono sonó bastante más ilusionado de lo que pretendía.
—¿Y cómo es?
—No puedo decírtelo. Da mala suerte.
—Verlo da mala suerte. Contar unos detalles inocentes no.
—¿Y qué detalles inocentes quieres que te cuente exactamente?
—No lo sé... ¿se te marca bien el culo? ¿O se transparenta, al menos?
Abrí los ojos de par en par y le di un manotazo en el hombro. Él dio un respingo.
—¡Era una pregunta seria! —protestó.
—¡Mi familia estará ahí! ¡Y la tuya también!
—Es decir, que no se ve nada —puso un mohín.
—Pues no.
Al ver su cara de decepción, noté que una pequeña sonrisa pervertida empezaba a bailarme en los labios.
—Peeeero... —dejé la palabra al aire.
Volvió a mirarme, mucho más interesado de lo que había estado hasta ahora.
—¿Peeeero...? —quiso saber.
—Peeeero... cuando volvía... quizá me haya detenido a por algunas cosas. En otra tienda. Con mi hermana.
Ladeó la cabeza, mirándome de arriba abajo.
—¿Qué cosas? —quiso saber, dando un paso hacia mí.
—Lencería... para la noche de bodas.
Vi que sus labios se curvaban casi al instante en una sonrisa maliciosa.
—¿Y qué te hace pensar que en la noche de bodas voy a dejarte llevar algo puesto?
Maldita sea. Cada vez que intentaba ser la pervertida de la relación, él se me adelantaba. Era injusto. Ya estaba yo avergonzada y él sonreía maliciosamente, acercándose a mí.
—Aunque todavía recuerdo la única vez que te has puesto lencería. No me importaría volver a verlo. En absoluto.
Mi cara se volvía más roja a cada palabra y él lo sabía, porque su sonrisa se había ensanchado. Especialmente cuando me alcanzó la cadera con una mano y me atrajo a su cuerpo.
—¿No crees que deberíamos practicar?
—¿P-practicar? —mierda, ya estaba tartamudeando.
—Exacto. Ven aquí.
Mi vergüenza se esfumó cuando esperé a que me besara. Sin embargo, no llegó a hacerlo. Abrí los ojos de nuevo y vi que la sonrisa se le había borrado. Yo ya tenía las manos en sus hombros y noté que se tensaban un poco.
—¿Qué? —pregunté, preocupada.
—Todavía no hemos decidido qué hacer con el pequeño... ejem... asunto.
No entendí nada hasta que miró abajo, a mi estómago.
—Oh —murmuré—. La de la farmacia me dijo que la píldora se puede tomar hasta cinco días después, pero cada día es menos eficaz.
—¿Y cuántos han pasado?
—Tres.
Nos quedamos en silencio un momento.
—¿Y...? —lo noté un poco nervioso—. ¿Te compraste... eh...?
—Sí, también me compré una prueba. Pero lo ideal es hacerla unos días después de un retraso en la menstruación.
—¿Cuándo...?
—Dentro de dos semanas.
—Pues sí que estabas ovulando cuando te lo pregunté.
Me hizo un poco de gracia que pareciera más nervioso que yo.
—Bueno... ya sabes lo que pienso —dijo—. Ahora solo queda saber qué piensas tú.
Solté una risita nerviosa.
—Lo que pienso es que hace un año y medio mi mayor preocupación era que mi mejor amiga no me respondiera las llamadas y, ahora, estoy organizando una boda, planeando mudarme con mi casi-marido y considerando tener un futuro hijo.
Intentó no reírse con todas sus fuerzas cuando volví a soltar una risita nerviosa.
—No sé si tomármelo como algo bueno o malo —me dijo.
—Yo me lo tomo como algo estresante —me separé y fui a por mi bolso.
Escuché que me seguía cuando saqué la píldora de él junto al test de embarazo. Los miré un momento, pensativa, antes de decantarme por la píldora y llenarme un vaso de agua. Si en algún momento le molestó, no lo dejó notar. De hecho, me dedicó una sonrisa comprensiva.
—Si no estamos listos, no hay prisa —me aseguró.
Esperaba que el agradecimiento en mis ojos fuera evidente, porque en esos momentos te aseguro que estaba agradecida.
Miré la pequeña pastillita blanca y, tras suspirar, la saqué del envase naranja y me la puse en la palma de la mano. Lo miré, dubitativa.
—Jack, no quiero...
—Haz lo que creas que es mejor —insistió.
Sabía que no lo decía por presionarme y eso hizo que mi corazón se derritiera un poco. De verdad quería que hiciera lo que yo creyera correcto. Miré de nuevo la pastilla y apreté los labios.
Finalmente, me la llevé a los labios, decidida.
Sin embargo, me detuve sin saber muy bien por qué y volví a alejarla. Lo había hecho casi por impulso. Jack frunció el ceño, sin comprender.
—¿Qué pasa? —preguntó.
No respondí. Cerré la mano en un puño y aparté la mirada.
—¿Jen? —insistió.
En silencio, rodeé la barra de la cocina y, sin pensarlo, lancé la pastillita a la basura. Al girarme, Jack tenía los labios entreabiertos.
—¿Qué...?
—Si dentro de una semana en esa cosa sale que sí, a mí me dará un infarto —advertí—. No sé si será de felicidad o de horror, pero me dará un infarto, te lo aseguro.
Él seguía perplejo. Cuando pasé por su lado y vi que empezaba a esbozar una sonrisa, lo señalé.
—Ni se te ocurra sonreír.
La borró al instante, pero seguí viéndola en sus ojos.
***
Recorrí el sofá de cuero sintético con un dedo, pensativa. Miré el resto del salón, los ventanales al patio de atrás, el muelle y el lago. Tenía un nudo de nervios en el estómago y ni siquiera estaba segura del por qué.
—¿Quieres parar de una vez? —protestó Jack detrás de mí.
Mike y Naya no habían dejado de corretear de un lado a otro para revisar cada sala de la planta baja. Will y Jane estaban a un lado, juzgándolos con los ojos.
Sue había optado por no venir porque, cito textualmente: se la sudaban nuestros problemas.
—¡Es que esto es enorme! —protestó Naya—. ¿Cuántos dormitorios hay?
—Cinco —dijo Jack, tan tranquilo.
—¡Cinco! ¡Yo quiero una casa con cinco dormitorios! ¡Will, haz una maldita película!
—Hazla tú —protestó él.
—¡Y tiene una casita de invitados ahí fuera! —Mike sonrió ampliamente—. Es decir, una casita bonita para mí.
—Eh, eh —lo detuvo Jack enseguida—. No está claro si vamos a comprarla, pero sí está claro que tú no vas a seguir viviendo con nosotros.
—¿Cómo que no? —Mike se giró en redondo hacia mí—. ¡Cuñada, defiéndeme!
Se escondió detrás de mí como un niño pequeño y miró a Jack con rencor por encima de mi hombro.
—No te metas con tu hermano, Jack —le dije casi automáticamente.
—Pues que deje de ser un parásito.
—¡No soy un parásito! ¡Soy un hombre muy unido a su familia!
—Demasiado unido —recalcó Naya.
—No sabía que ahora se pudiera amar demasiado —protestó Mike.
Puse los ojos en blanco y los dejé discutiendo para subir las escaleras. Ya había estado ahí una vez, pero había sido un año atrás y apenas lo recordaba. Recorrí las puertas y revisé las habitaciones con los ojos. Eran grandes. La casa, en general, era grande. Quizá demasiado. Me detuve delante del piano del señor Ross, al final del pasillo, y le pasé un dedo por encima.
—Podemos vender todo eso.
Jack me había seguido y ahora estaba apoyado con un hombro en la pared, mirando mi inspección.
—También podríamos devolvérselo —le dije.
—¿Crees que no tiene dinero para comprarse otro si lo necesita?
Vale, tenía razón. Suspiré y me senté en el banco del piano. Él se acercó a mí.
—¿No te gusta?
—Sí, sí me gusta —murmuré, cabizbaja—. Me encanta.
Eso pareció descolocarlo un poco. Se agachó delante de mí y apoyó las manos en mis rodillas.
—¿Y no deberías estar un poco más animada?
Me encogí de hombros.
—Jen, ¿qué pasa? —insistió.
—¿No es... demasiado?
—¿Demasiado?
—Sí... quiero decir, es mucha casa para dos personas. Bueno, tres si contamos a tu hermano.
—No lo cuentes —enarcó una ceja.
—Jack, los dos sabemos que va a terminar viviendo aquí.
Suspiró.
—Vale, pues cuéntalo. Estúpido parásito.
Sonreí y alargué una mano a su mejilla.
—¿A ti te gusta esta casa?
—¿A mí? —repitió, divertido—. ¿No estamos aquí para impresionarte a ti?
—Jack, pasaste muchos momentos de tu infancia aquí. Buenos... y malos. Con tu padre. ¿Estás seguro de que quieres vivir aquí? ¿No te afectaría?
Hizo una pausa, mirándome.
—Esta casa es perfecta —dijo finalmente.
—Eso no responde a mi pregunta.
—No quiero pensar en los recuerdos que tengo de esta casa, Jen, quiero crear otros nuevos. Contigo.
De nuevo, el corazón se me derritió un poquito.
—¿No te importa que esté tan alejada de todo? —pregunté.
—La ciudad está a unos minutos en coche. No es para tanto. Y a mí me viene mejor. No tendré que seguir preocupándome de asesinar a un paparazzi cada vez que bajes las escaleras del piso.
—Bueno, y no tendríamos vecinos —añadí.
—En realidad, hay una casa a dos minutos andando. Es de unos amigos de mis padres.
—También ricos —adiviné.
—Ahora vive ahí su hija mayor embarazada con su marido. Tienen nuestra edad —se encogió de hombros—. Igual hasta hacemos amiguitos nuevos. Y, si al final tenemos un pastelito en el horno, cuando nazca tendrá la misma edad que el del vecino.
Sonreí, divertida.
—¿Un pastelito?
—Era una metáfora preciosa.
Negué con la cabeza, sonriendo.
—Muy bien, entonces. Decidido.
Él también sonrió, pero parecía un poco confuso.
—¿El qué?
—Me encanta esta casa, Jack.
La frase quedó suspendida en el aire por unos segundos hasta que él terminó de entender lo que le estaba diciendo.
—¿Quieres que vivamos aquí?
—A ti te hace ilusión y a mí me encanta la casa —me encogí de hombros—. No creo que encontremos nada mejor.
Abrió los labios y volvió a cerrarlos, sorprendido. Yo aproveché el momento.
—¿Sabes qué?
—¿Qué? —casi me hizo sonreír que no pudiera ocultar lo contento que estaba.
—La primera vez que nos besamos, estábamos en esta misma posición.
Él miró abajo y se dio cuenta de que era cierto. Sin más preámbulos, me puso una mano en la nuca y me atrajo para besarme.
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