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Capítulo 25

Penúltimo capítulo D:

Al final, mamá había insistido en que nosotros dos nos quedáramos por más tiempo, así que pasamos fin de año con ellos. Fue bastante gracioso ver cómo mis hermanos, medio borrachos intentaban ganar a Jack en una pelea de bolas de nieve. 

Creo que fue al día siguiente, cuando amaneció, cuando me di cuenta de lo que quería hacer.

Iba a quedarme con él.

Había estado todo el viaje pensándolo y había llegado a la conclusión de que no quería separarme de él.

Cuando fuimos a por nuestras maletas a mi habitación el último día, noté que él me miraba de reojo.

—¿Estás bien? —preguntó.

Asentí con la cabeza.

—Estaba pensando... —murmuré—, si quiero llevarme algo más de aquí.

Su cara se iluminó con una sonrisa burlona.

—¿Puedo revisar tus cajones a ver qué cosas interesantes encuentro?

—Puedes revisar lo que quieras, pero no creo que encuentres nada interesante —sonreí un poco.

Fui a mi armario y agarré algunas sudaderas que había echado en falta, tirándolas a mi pequeña mochila. Escuché que él abría los cajones y los volvía a cerrar sin estar muy entusiasmado con los resultados. 

Ya estaba metiendo lo que había elegido en la mochila cuando vi que él revisaba un cajón con más atención.

—Una pulsera que nunca te he visto puesta —murmuró, mirándola.

—Casi nunca me pongo complementos —murmuré.

—¿No tienes collares? —puso una mueca al ver que solo había pendientes y pulseras.

—Creo que no —murmuré, encogiéndome de hombros. 

—Mhm... ¿qué más? Un cuaderno...

—No es un cuaderno —protesté.

—¿Es un diario? —se le iluminó la cara por la curiosidad al abrirlo. Sonreí al ver su cara de decepción—. ¿Por qué hay una lista de nombres de lugares... y de personas?

—Cuando era pequeña, tenía una lista de cosas de las que me sentía orgullosa —señalé lo que miraba—. Haber ido a Disney, aprobar cálculo... tonterías.

—¿Y yo no estoy aquí? —enarcó una ceja.

—Tú estás detrás —bromeé—. En la lista de errores de mi vida.

Fue a la última página y vi que lo revisaba concienzudamente.

—Que Spencer te pillara haciéndote fotos —asintió con la cabeza, como si estuviera de acuerdo—, haberte caído a una piscina vestida, haber elegido una asignatura que no te gustaba solo para estar con tu amiga...

Se detuvo y me frunció el ceño.

—¿Por qué no está escrito Monty?

—¡Hace años que no escribo nada ahí!

—Nunca es tarde —sonrió ampliamente y volvió a dejarlo en el cajón para seguir revisando—. Un iPod... mhm... 

Siguió cotilleando mis cosas hasta que fue hora de marcharnos. Mi familia se despidió y mi madre nos estrujó a ambos en un gran abrazo. Cuando estuvimos en el taxi, no pude evitar mirar mi casa y luego a Jack, que me sonrió.

¿Estaba haciendo lo correcto?

Todavía no era tarde para rectificar.

Pero... no. No había nada que rectificar.

Clavé la mirada en mis manos. Era lo correcto. Lo era. Quería quedarme con él. Quería estar con él.

Estuve en silencio en el avión y casi todo el camino restante. Fingí estar dormida para que no me hablara. Había dormido poco y me dolía la cabeza. Incluso me había puesto sus gafas de sol, cosa que no hacía nunca.

Él aparcó el coche en el garaje y nos bajamos en silencio. Jack recogió nuestras dos mochilas y las subió al ascensor. Nada más abrir, el olor a quemado me inundó las fosas nasales. Naya estaba chillando algo. Entramos corriendo al salón, alarmados. Ella estaba abriendo el horno en la cocina.

—¡Mierda! —soltó.

Una nube negra salió enseguida del horno y de una bandeja que sujetaba con un pollo del mismo color. Naya puso una mueca. Will, Mike y Sue se reían de ella disimuladamente desde la barra.

—¿Veis por qué no quería ponerme a coci...? —se detuvo al vernos—. Ah, hola, chicos.

—¿Estás intentando que el apartamento arda? —preguntó Jack.

—Ugh, cállate. Diez dólares a la basura.

—¿Qué intentabas hacer? —pregunté, divertida, olvidándome por completo de lo que había tenido en la cabeza durante todo el camino.

—¡Pollo al horno! Quería que tuviéramos una cena decente.

Suspiré y la miré.

—Si no te has aburrido de cocinar, podemos ir a por otro y te ayudo.

—¡Síííí! —exclamó, entusiasmada.

Así que ella, Will y yo nos pasamos la tarde cocinando como idiotas e intentando no hacer un desastre. Al final, nos salió un plato sorprendentemente bueno. Sue olisqueó el aire cuando lo dejamos en la mesa de café. Todos nos sentamos a su alrededor y Naya le frunció el ceño a Mike cuando preguntó por qué no habíamos puesto la televisión.

—¡Es Navidad! —protestó Naya—. En Navidad, se habla. No se mira la estúpida televisión.

—Navidad ya ha pasado —le recordé—. Estamos en enero.

—No pudimos pasar las navidades juntos —dijo ella con un mohín—, ¿no podemos fingir un poco y celebrarlas juntitos y felices?

Clavó los ojos en Will, que suspiró.

—Me parece una idea genial —dijo él.

—¿Jenna? —preguntó, mirándome fijamente.

—Eh... sí, claro.

—¿Y tenéis regalos? —preguntó Mike, ilusionado.

—Eh... no —murmuró Naya.

—Qué mierda de segunda Navidad.

—¡Cállate! —protestó ella.

—¿Ahora no puedo dar mi opinión?

—No, parásito —le dijo Sue.

—¿Por qué sigues llamándome parásito? —protestó Mike—. Sin mí, os aburriríais.

—O disfrutaríamos de la vida —le dijo Jack.

—Cuñada, necesito refuerzos —protestó Mike.

—Chicos, parad —dije casi automáticamente.

Y, para mi sorpresa, lo hicieron. Pero no porque los hubiera intimidado. Fue porque todo el mundo tenía hambre.

Después, nos pusimos una película en la televisión mientras Mike y Sue la criticaban, Will y Naya se besuqueaban y Jack y yo estábamos solos en el otro sofá. 

Él era la única persona que conocía que, cuando te decía que quería ver una película con su novia, lo decía de verdad. Si intentaba distraerlo besándolo, llegaba incluso a irritarse y era bastante gracioso. Estaba muy atento a ella. Contuve una sonrisa mientras veía que fruncía el ceño a una escena.

—¿Qué? —preguntó, pillándome de pronto.

—No quería distraerte —bromeé.

—Ya estoy distraído —enarcó una ceja.

—Es que... —bajé la voz—. Tengo un regalo de Navidad para ti.

Él lo consideró un momento antes de entrecerrar los ojos, curioso.

—¿Un regalo? —preguntó, intrigado—. ¿Por qué no me lo diste en casa de tus padres?

Noté que se me encendían las mejillas.

—Bueno... no es un regalo muy... mhm... convencional.

Se le iluminó la mirada al instante en que esbozó una sonrisa perversa.

—Quiero verlo.

—¿No quieres esperar a que la pel...?

—Vamos —me urgió, poniéndose de pie y arrastrándome hacia la habitación.

Se sentó en la cama con la ilusión de un niño pequeño.

—Yo también tengo algo para ti —me dijo.

—¿En serio?

—Era un regalo de cumpleaños, pero puedo adelantarlo.

—Mi cumpleaños es dentro de un mes —levanté las cejas.

—Me gusta ser previsor. ¿Quieres abrirlo tú primero?

—¡Sí! —estaba un poco más entusiasmada de lo que debería.

Se puso de pie y rebuscó en su cómoda hasta encontrar su objetivo. Lo lanzó al aire y conseguí agarrarlo de milagro. Le puse mala cara.

—¡Podría haberse roto!

—Confiaba en ti —bromeó, sentándose de nuevo.

Empecé a romper el papel rojo con cuidado. Era una caja pequeña. Él me observaba con atención.

—No sé si te gustará mucho —añadió.

—¿Por qué no? —me detuve a punto de abrirla.

—No lo sé. Ya te dije que soy un poco nuevo en esto de hacer regalos.

Eso hizo que mis ganas de abrirlo se incrementaran. Terminé de romper el papel y lo lancé al suelo. La caja era azul y de terciopelo. Levanté una ceja, intrigada.

—¿Y si...? —empecé.

—Ábrela de una vez —protestó, irritado.

Sonreí, divertida, y abrí la cajita.

Mi sonrisa pasó a perplejidad cuando vi que, en su interior, había una llave plateada y pequeña. Él se mordió el labio inferior, nervioso.

—¿Qué...? —empecé, levantando la llave.

—Es la llave de aquí —aclaró—. Del apartamento.

Seguía sin entenderlo. Yo ya tenía llave de ahí.

—Es... simbólico —murmuró.

—¿Simbólico?

—Hoy hace dos meses que viniste aquí —me dijo—. Y en la noria te dije que no tenías que responderme enseguida, pero... bueno, ya sabes.

Me quedé mirándolo un momento. Pareció ponerse más nervioso porque no dijera nada. Casi me pareció tierno ver que estaba nervioso por primera vez desde que lo conocía.

—¿Y bien? —preguntó.

—Yo... —no sabía ni qué decir—. Mi regalo es una mierda en comparación.

Sonrió, aliviado, y se puso de pie para acercarse.

—Sinceramente, ahora mismo solo quiero ver mi regalo —me quitó la caja de las manos y la dejó en la cómoda—, ¿dónde está?

—Pero... ¿no tengo que respond...?

—¡Mi regalo! —exigió.

—¡Que sí! Ve a sentarte ahí —señalé la cama.

—¿A sentarme? —preguntó, confuso.

—Sí, no mires.

—¿Qué...?

Protestó cuando lo senté en la cama, dándome la espalda. Cuando intentó darse la vuelta, volví a colocarle la cabeza.

—Quieto —advertí.

Me apresuré a ir hacia mi armario mientras él tarareaba una canción, fingiendo distracción. Me aseguré de que no estaba mirando mientras rebuscaba en mi armario. No se giró. Menos mal. Saqué lo que había rebuscado.

—¿Puedo girarme ya?

—No.

—¿Y ahora?

—Tampoco.

—¿Y aho...?

—¡Jack!

—Perdón.

Casi pude vislumbrar su sonrisa divertida mientras yo hacía mi trabajo a toda prisa.

—¿Y ahora?

—Si vuelves a preguntármelo, lo haré más despacio.

Repiqueteó los dedos en sus rodillas pacientemente. Yo terminé mi parte y me miré en el espejo de cuerpo entero. Ya estaba roja como un tomate y todavía no se había dado la vuelta.

Me había puesto el conjunto que Shanon me había comprado. Era lencería. Muy sexy. Y muy rara. Nunca me había puesto algo así. No parecía yo.

—Me estoy durmiendo —protestó, resoplando para irritarme.

—Un momento —me apresuré a quitarme soltarme el pelo y a colocarlo sobre mis hombros.

¿Por qué estaba tan nerviosa? Solo era un maldito conjunto de lencería. Me había visto cientos de veces con menos cosas.

Escondí las cosas en el armario y lo cerré. Él se había tumbado, pero tenía los ojos cerrados dócilmente. Me coloqué, pero me gustó la postura y la cambié, incómoda. Repetí el proceso tres veces. Él seguía repiqueteando los dedos en su estómago con una sonrisa divertida.

—Te escucho moverte por la habitación —murmuró, divertido.

—Cállate y no mires.

Al final, me quedé simplemente de pie, roja como un tomate.

Respiró hondo.

—Vale. Ya puedes mirar.

Él abrió los ojos al instante y me miró.

Durante unos segundos horriblemente eternos, se quedó mirándome. Vi que sus cejas se disparaban hacia arriba mientras me escaneaba de arriba abajo. Mi cara seguro que estaba escarlata. Intenté no taparme con las manos. Tenía los brazos tiesos y tensos a ambos lados de mi cuerpo.

Y seguía en silencio. Se quedó mirando el sujetador con las cejas levantadas.

—¿Y bien? —pregunté con voz aguda.

Él volvió a mirarme de arriba a abajo.

—Joder.

—¿Joder de qué bien o joder de qué mal regalo? —pregunté, un poco insegura.

—Joder de... —dudó, volviendo a escanearme—. De joder.

Cuando clavó la mirada en mi cara, sentí que podía volver a respirar.

—¿Desde cuando tienes eso y por qué no te lo habías puesto hasta ahora?

—¡No he encontrado una ocasión especial!

—Por mí puedes usarlo cada día —me aseguró enseguida.

—Bueno —ya no pude evitarlo y me tapé un poco con los brazos—, yo...

—Ven aquí —dijo, divertido.

Me acerqué a él. Jack me agarró de la mano y me sentí en su regazo. Me estremecí cuando noté sus dedos en mi rodilla y mi espalda.

—Nunca me había alegrado tanto de celebrar una segunda Navidad, te lo aseguro.

***

Ya hacía una semana que estábamos en casa y las cosas habían vuelto a la normalidad. Ya se me había olvidado todo lo relacionado con Francia. Además, había vuelto a correr por las mañanas y Jack había vuelto a quejarse de la presencia de Mike en nuestra casa. Todo normal.

Esa noche, estaba sentada en el sofá mirando la televisión. Jack había ido con unos compañeros de clase a tomar algo, así que estaba sola con la parejita y Sue, comiendo pizza y mirando una película mala.

Sue fue la primera en desaparecer por el pasillo. Naya y Will fueron los siguientes, que fueron a su habitación entre risitas y besos. Yo me quedé mirando la televisión un rato antes de estirarme y decidir ir a la cama. Ya me despertaría cuando Jack llegara. No iba a esperarlo.

Me puse de pie y me volví a estirar, perezosa. Mi mirada se clavó en una carta que había sobre la encimera. Estaba tapada estratégicamente por unos cuadernos. Los aparté y miré la carta con curiosidad. Mi expresión indiferente se borró cuando vi que era la carta de cancelación de la plaza de Jack.

No pude evitarlo y la leí. Explicaba que, por motivos personales, agradecía la oferta pero la rechazaba. Fruncí el ceño y volví a dejarla en su lugar con cuidado para que pareciera que no la había tocado.

Casi me dio un infarto cuando me di la vuelta y vi a Will de pie, mirándome de brazos cruzados.

—Eso de mirar las cosas de los demás no está bien, Jenna —me dijo.

—Yo... —lo miré, incómoda—. No le digas nada a Jack, por favor.

—No le diré nada —me aseguró—. ¿Es la carta de la escuela?

Asentí con la cabeza. Él suspiró.

—Menuda oferta va a rechazar, ¿eh? —bromeó.

Dejó de sonreír cuando vio mi expresión.

—¿Qué pasa? —preguntó, confuso.

Negué con la cabeza, abrazándome a mí misma. Fue como si todo lo que había estado intentando bloquear esos días volviera a mí en forma de bofetada de realidad. Y sabía que Will solo lo había dicho para bromear, pero no pude evitar sentirme horrible conmigo misma.

 Se acercó enseguida al ver que no respondía.

—¿Qué es, Jenna? —preguntó, esta vez más preocupado.

Nos sentamos los dos en el sofá. Me pasó una mano por la espalda, mirándome.

—¿Crees que está rechazando algo que no debería rechazar? —pregunté en voz baja.

Él dudó un momento. Durante un segundo, su mano se congeló en mi espalda.

—¿Qué quieres decir?

—No lo sé —me tapé la cara con las manos.

—Vale, corregiré la pregunta. ¿Qué quieres oír exactamente, Jenna?

—No lo sé —repetí—. No sé ni lo que quiero hacer.

Will me observó en completo silencio. Ya sabía perfectamente lo que estaba pensando. Y solo con mirarme.

—Es una gran oportunidad —murmuró—. Si el sueño de su vida es ser director de cine, claro.

—Lo es —le dije.

—Lo sé.

—Y ha dicho que no.

—También lo sé.

—Por mi culpa.

Él suspiró.

—Jack es... testarudo —me dijo—. No lo harás cambiar de opinión.

Me quedé mirándolo un momento. Will frunció el ceño.

—¿Qué?

—No lo sé —murmuré, pensando un momento—. Es solo... no lo sé. No debería decir que no.

—Lo sé, Jenna.

—Si no estuviera conmigo, iría sin dudarlo.

La frase quedó suspendida en el aire unos segundos. Will entrecerró los ojos.

—No sé lo que estás pensando —me dijo lentamente—, pero te aseguro que no es la solución a lo que...

—Will —lo interrumpí—. Mírame a los ojos y júrame que estás seguro de que podrá llegar a cumplir su sueño sin ir a esa escuela.

Él me miró a los ojos y pareció que iba a decir algo, pero se detuvo. Asentí con la cabeza.

—Es su sueño —murmuré.

—Jenna...

—Es su sueño —repetí.

—Hay mil formas de cumplir ese sueño. No tiene por qué ser esta.

—¿Cuántas cosas ha hecho él por mí, Will? —pregunté, sin mirarlo—. ¿Cuántas cosas de su vida ha cambiado por mí? ¿A cuántas cosas ha renunciado por mí?

—Jenna, no creo...

—Ha renunciado al sueño de su vida... a lo que lleva esperando desde que era pequeño... por mí.

Él no dijo nada, observándome.

—¿Qué he hecho yo por él? —pregunté en voz baja.

—Has hecho muchas cosas por él.

—No —negué con la cabeza—. Nada parecido. Nada comparado a renunciar al sueño de mi puta vida. Ni siquiera renuncié a un novio imbécil por él durante meses.

—Jenna...

—Me ha dado todo lo que ha podido y yo no he sabido devolvérselo.

—Hay mil formas de devolvérselo. No tiene por qué ser esta.

—Quizá sí, Will —sonreí, un poco triste—. Quizá si tiene que ser esta.

Él suspiró y se pasó una mano por la cara.

—No puedes hacerle esto.

—¿El qué? ¿Ayudarle a cumplir su sueño?

—Él te quiere, Jenna.

—Soy su novia, no su mujer —le dije—. ¿Y si las cosas van mal dentro de un año o dos? ¿Y si cortamos por algún motivo? ¿Qué hará entonces? Habrá renunciado a su sueño por nada.

—No habrá sido por nada.

—Sí habrá sido por nada, Will.

Él cerró los ojos un momento. 

—¿Y si fueras con él? —sugirió.

—¿Tengo cara de poder pagarme un viaje a Francia? —casi me reí.

—Encontraríamos la forma de...

—No quiero deberle nada más —murmuré.

Pareció que iba a decir algo, pero los dos escuchamos las llaves metiéndose en la cerradura de la entrada. Clavé los ojos en Will.

—No digas nada —supliqué.

—Jenna, no puedes...

—Hola de nuevo —Jack entró con una sonrisa alegre—. ¿Qué hacéis? ¿Conspiráis contra Sue y su helado?

Se acercó y me dio un beso corto en los labios mientras se quitaba la chaqueta. Miré a Will de reojo cuando nos dio la espalda. Él tenía expresión sombría.

—Voy a cambiarme —murmuró Jack, desapareciendo por el pasillo.

En cuanto estuvimos solos, hice un ademán de ponerme de pie y él me detuvo por la muñeca.

—Vas a destrozarlo —me dijo en voz baja.

—Si lo destrozo ahora, quizá... quizá algún día lo entienda.

—Jenna, no puedes...

—Will —advertí.

—No —tiró de mí hasta que me dejó sentada de nuevo—. No lo entiendes. Esto lo destruirá.

Lo miré un momento y él suspiró tristemente.

—No hay nada que pueda decirte para que no hagas esto, ¿no?

No dije nada, pero no lo necesitó.

—Espera a mañana por la mañana —me suplicó—. Pasa esta noche con él. Si mañana sigues queriendo hacer esto... entonces... hazlo. Pero piénsalo bien. Piensa en las consecuencias.

Vio que dudaba.

—Por favor —añadió.

—Está bien —accedí en voz baja.

Me puse de pie y avancé hacia el pasillo. No lo había alcanzado cuando noté que me llamaba suavemente. Lo miré. Él me observaba con una sonrisa triste.

—Eres lo mejor que le ha pasado, ¿sabes? —murmuró.

No supe qué decir. Noté un nudo en la garganta.

—Hagas lo que hagas... solo quería que lo supieras.

Nos miramos el uno al otro un momento. Después, avancé por el pasillo y me metí en la habitación. Jack no se había molestado en ponerse camiseta. Estaba en la cama con el móvil, pero lo tiró a la mesita cuando me vio aparecer.

Enseguida vio que algo no estaba bien y dejó de sonreír.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Naya me ha puesto la película del perrito que se queda esperando a su dueño muerto —mentí sin mirarlo—. Estoy triste.

Había estado preparándome mentalmente para ese momento mucho rato. Podía hacerlo. Podía mentirle. Esperé, nerviosa, y me calmé cuando vi que abría los brazos, divertido.

—Ven aquí. Te quitaré la tristeza.

Esbocé una pequeña sonrisa triste y me acurruqué contra él. Jack se estiró para apagar la luz cuando me apoyé con la cabeza en su pecho. Me acarició la espalda con los dedos distraídamente.

—¿Mejor? —preguntó.

Asentí con la cabeza. Tenía ganas de llorar.

—Podemos adoptar un perro algún día —murmuró—. Siempre he querido uno.

—¿Un perro? —repetí, sin mirarlo.

—Sí. Biscuit segundo. En honor al tuyo.

—Lo dices como si estuviera muerto.

—No es que esté muerto, pero necesita su representación en esta casa.

Sonreí un poco, pero tenía ganas de llorar. Él siguió acariciándome la espalda.

—O un gato —murmuró, pensativo—. Los gatos son más independientes.

No dije nada. Cerré los ojos e intenté no llorar mientras él cavilaba.

—¿Qué me dices? ¿Gato? ¿Perro? ¿Dragón de cinco cabezas?

Me incorporé para mirarlo. En medio de la débil oscuridad, enarcó una ceja, esperando una respuesta.

—El dragón suena bien —murmuré.

—Pues un dragón —concluyó—. Aunque yo no pienso hacerme cargo de limpiar lo que destroce.

Esbocé una pequeña sonrisa y no pude evitarlo. Me incliné hacia delante y uní nuestros labios. Él correspondió al instante, hundiendo un mano en mi pelo.

Dejé que me tumbara sobre mi espalda. Notó que estaba triste, pero asumió que era cosa de la película. Se lo estaba tomando todo con más calma y ternura que nunca. Me besó en la punta de la nariz y sonrió antes de tirar arriba de mi camiseta para quitármela. Cerré los ojos cuando volvió a besarme en la boca.

Un rato más tarde, estaba tumbada con la cabeza en su pecho. No podía dormir. No lo haría. Lo sabía. Cerré los ojos con fuerza cuando noté que se me llenaban de lágrimas. Él ya estaba dormido. Frunció un poco el ceño cuando me incorporé para mirarlo bien. Parecía tan tranquilo cuando dormía...

Pasé una mano por su estómago y la subí hacia su pecho. El corazón le latía acompasado. Me detuve ahí un momento. Tenía la piel cálida. Subí por su cuello y toqué sus labios con la punta de los dedos. Él siguió durmiendo plácidamente. Murmuró algo en sueños.

Y fue en ese momento cuando me di cuenta.

Fue como si lo hubiera sabido todo el tiempo y no me hubiera atrevido ni a pensarlo por miedo. Por terror. Pero ese terror ya no tenía sentido.

Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas cuando me incliné hacia delante y le di un suave beso en los labios, intentando grabarme ese momento a fuego en la memoria. Cuando me separé, vi que seguía durmiendo y le quité el pelo de la frente.

—Te quiero —susurré.

Nunca lo había dicho en voz alta, pero fue tan real que no me sentí extraña al pronunciarlo. Fue como si me hubiera quitado un peso de encima. Me quité una lágrima de la mejilla y respiré hondo. Lo quería. Lo había querido durante mucho tiempo y ahora era más real que nunca.

Y, por eso, tenía que hacerlo.

Volví a poner una mano sobre su corazón e intenté no romper a llorar, pero no pude evitar que unas cuantas lágrimas me cayeran por las mejillas.

—Te quiero mucho, Jack —susurré—. Espero que algún día puedas entenderlo.

Quité la mano de su pecho y la apreté en un puño, conservando su calidez por un momento. Después, me giré hacia mi cómoda y me puse de pie sin hacer un solo ruido. Agarré mi móvil y salí de la habitación marcando el número de Shanon.

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