Capítulo 23
—¡Jane! ¡AAAAAAAH! ¡PARA! ¡PARA, PEQUEÑO DEMONIO!
Parpadeé, sorprendida.
—¡Naya! —fruncí el ceño—. ¡Cálmate, me has asustado!
—¡Es que la maldita niña no me hace caso, JODER! ¡CÁLLATE YA, DEJA DE MOVERTE!
—¡Que no digas palabrotas!
Ella suspiró, frustrada, y dejó de intentar cambiarle el pañal. En realidad, solo tenía que ponerle el nuevo. Pero su hija no dejaba de retorcerse con una sonrisa malvada.
Decidí acercarme antes de que la matara y Naya se apartó como si lo hubiera estado pidiendo en silencio. Jane sonrió como un angelito al instante y dejó que lo hiciera sin problema.
—Creo que le caigo mal a mi hija —masculló Naya detrás de mí—. ¿Puedo caerle mal? ¿O no es posible?
—Naya, no digas tonterías. Te quiere mucho.
—Lo dudo —murmuró Sue desde el sillón.
—¿Lo ves? ¡Incluso la antisocial de Sue se ha dado cuenta!
—Creo que el término que buscas es asocial! —aclaró ella tranquilamente.
—¿A ti quién te ha metido en la conversación? —protestó Naya.
—Yo solita. Gracias.
Naya la miró un momento antes de suspirar.
—Me quiero morir. Soy una madre horrible.
—No digas eso —levanté a Jane con un brazo y ella se acomodó en mi pecho—. Solo es un pañal, no es para tanto.
—¡Sí lo es! Todo lo hace Will. Soy una madre horrible —repitió e hizo un mohín—. Incluso ella, siendo un bebé, lo sabe.
—Es un pañal —repetí, sacudiendo la cabeza—. Por Dios, Naya, si se pone a llorar cuando estás cinco minutos sin ella.
Ella dejó el mohín a un lado.
—¿Sí?
—Claro que sí. Eres su madre.
—Oh...
Esbozó una pequeña sonrisita orgullosa. Qué fácil era consolarla.
—Venga, ve a llevarla a la cuna —se la devolví, divertida—. Es tarde.
—Sí, eso haré —dijo felizmente—. ¡Vamos, ven con mami!
Puse una mueca cuando vi que se iba tambaleando a la niña de un lado a otro sin mucho cuidado. Sue suspiró desde el sillón cuando me acerqué a ella.
—¿Seguro que no quieres venir? —le pregunté.
Íbamos a ir a una de las famosas fiestas de Lana y Sue había dejado claro que no iba a acompañarnos. De hecho, había sido la excusa perfecta para que Naya y Will pudieran venir sin dejar a su hija sola. Ahora, él y Jack estaban arriba fumando y hablando de sus cosas.
Es decir, de nosotras, porque, si no, me habrían dejado ir con ellos.
De todos modos, me senté al lado de Sue y la miré. Ella negó con la cabeza.
—No me apetece —murmuró, cambiando de canal.
—Creo que es la primera vez que no quieres venir a una fiesta.
Puso los ojos en blanco.
—No quiero ir.
—¿Estás bien?
Me dedicó una mirada de advertencia.
—No me molestes.
—Solo te pregunto si estás bien.
—No es problema tuyo, pesada. Ve a molestar a tu futuro marido.
—Mi futuro marido soporta que lo moleste todo el día, así que te toca un poco a ti. ¿Estás bien o no?
—Me ha venido la regla y no me apetece salir de mi mantita porque me da la sensación de que me explotará un ovario si me muevo, ¿vale? —suspiró—. Que hay que contártelo todo.
Sonreí, divertida, e hice un ademán de apoyarme en un cojín, pero ella ahogó un grito y me detuve de golpe, asustada.
—¡¿Qué?!
—¡Mi cojín! ¡TEN CUIDADO!
Me lo quitó y lo abrazó como si fuera su tesoro más preciado. Suspiré.
—Lo siento.
—¡Un lo siento no hará que pueda volver a colocarlo bien!
—Sue, yo no...
—Maldita sea —murmuró, intentando amoldarlo con la mano tal y como estaba antes.
La miré un momento, confusa, antes de tragar saliva.
—¿Puedo preguntarte algo, Sue?
—No.
Se dio cuenta de que la estaba mirando con mala cara y apretó los labios.
—¿Qué? —me espetó secamente.
—¿Por qué... por qué tienes esa necesidad de que las cosas estén colocadas... a tu manera?
Se detuvo un momento para mirarme con una ceja enarcada.
—Eres la persona que me lo ha preguntado de forma más suave —murmuró—. Will quiso saber por qué estaba obsesionada con los platos sucios, Ross me dijo que dejara de berrear cada vez que movía algo y Mike me preguntó directamente si estaba loca.
Sacudí la cabeza. Qué comprensivos.
—Es complicado —añadió, respondiendo a mi pregunta.
Sonreí ampliamente, acercándome. Ya podía oler el cotilleo jugoso.
Sue tiene razón. Eres una pesada.
—Entonces... ¿hay un por qué?
—No te apoyes ahí.
Era como si pudiera verme sin girarse en mi dirección. Suspiré y volví a sentarme correctamente.
—No vas a irte hasta que te lo cuente, ¿no? —masculló, todavía amoldando el cojín.
—Efectivamente.
—Pues qué bien.
—Pues ya puedes contármelo.
Suspiró y colocó el cojín con sumo cuidado.
—No sé si te esperas la historia más interesante del universo —me dijo—. No lo es.
—Me valdrá cualquier cosa. Apenas sé nada de ti.
—Ni hace falta que lo sepas.
—¡Sue!
—¡Vale! —se exasperó—. Verás, cuando era pequeña, mis hermanos y yo...
—Espera, ¿tienes hermanos?
—Siete.
Abrí los ojos como platos. Ella frunció el ceño.
—¿Qué?
—¿Si... siete?
—Sí. Todo chicos.
—Whoa, eso debía ser... eh... interesante.
—No. Era una mierda.
Puse una mueca cuando vi que no iba a seguir.
—¿Y por qué nunca he visto a ninguno de ellos?
—Porque no me hablo con ninguno.
—¿Con ninguno? —repetí, incrédula.
—Bueno, más bien no hemos vuelto a hablar por las circunstancias. Tampoco es que nos llevemos fatal.
—¿Qué circunstancias?
—Cuando yo era pequeña, dormía con cuatro de ellos en la misma habitación. No podía controlar nada de lo que hacían ahí. Y te aseguro que no eran nada limpios. Empecé a obsesionarme con los gérmenes y con el orden. Se burlaban de mí, pero que les den. Al menos, ya no tengo que verles las caras feas otra vez.
Pensé en algo que decir, pero se me adelantó.
—Mi padre encontró a una mujer con dinero y se casó con ella —aclaró—. Por eso pude venir aquí. Bueno, mi padre no se casó con ella por el dinero. Creo. Digo yo que sería por amor. Me da un poco igual, la verdad. Pero, como me deja el dinero a mí... pues eso que me llevo.
—Oh.
Seguía sin saber qué decir. Se encogió de hombros.
—Ya te he dicho que no era una gran historia.
Ella volvió a centrarse en sus cosas y escuché la puerta de la entrada abriéndose. Las voces de Jack y Will se acercaron. Especialmente cuando el primero pasó por encima del sofá y se dejó caer a mi lado, sonriente. El cojín de Sue rebotó contra el suelo y vi que ella cerraba los ojos un momento, implorando paciencia.
—¿Ya estás lista? —me preguntó Jack, repasándome de arriba abajo con los ojos—. Vale. Estás lista. Muy lista.
—Dudo que Naya lo esté —aclaré, mirando a Will.
—Menuda novedad —murmuró Sue.
Will fue directo a la habitación a buscarla. Sue aprovechó para guardar el cojín en su sillón.
—¿De qué hablabais tanto rato? —quise saber, entrecerrando los ojos hacia Jack.
—Hay que contártelo todo, ¿no?
—¿Lo ves? —murmuró Sue.
—Oh, callaos. Solo era curiosidad.
—Lo tuyo no es curiosidad, Jen. Es chismoseo.
—Dudo que esa palabra exista.
—Sí existe. Acabo de inventarla.
Sonrió mientras yo ponía los ojos en blanco descaradamente. Sue se limitó a sacudir la cabeza.
Para mi grata sorpresa, Naya y Will volvieron rápidamente y nos despedimos de Sue, que nos hizo un gesto vago para decir adiós. Subimos al coche de Jack y él condujo tranquilamente hacia la residencia de Lana. Estaba tan llena como de costumbre. Will fue el primero en abrirse paso entre la gente. Menos mal que Naya me enganchó con un brazo para que no me perdiera entre la multitud.
Will sacó una botella de ron de la nevera y yo agarré una cerveza sin alcohol para solidarizarme con el pobre Jack, que le puso a la suya una mueca de asco.
—¿Seguro que no...?
—No —lo corté.
Me miró con mala cara.
—A veces, pareces mi madre.
—A veces, pareces un niño pequeño. Estamos en paz.
Sonrió, divertido, mientras vio que yo buscaba algo con la mirada.
—¿Qué buscas tanto, pequeño saltamontes?
—Algo para abrir esto —le enseñé la botella.
—Qué pocos recursos tienes. Dámelo.
Vi que le daba un golpe con su botella encima de la tapa y luego la aflojaba, devolviéndomela. Naya y Will me miraban de reojo y no lo entendí, pero abrí la botella igual.
Al instante, vi que la espuma subía a toda velocidad y tuve que apartarme para que no me diera a mí. Solté un gritito de sorpresa mientras esos tres idiotas se reían a carcajadas.
Qué poco has ido de fiesta, chica.
Podéis tener claro que intenté vengarme de Jack durante toda la noche.
Bueno, no sirvió de mucho. No tuve muy buenos resultados.
Como siempre.
Ya había desistido en mis intentos cuando dejé de bailar con Naya por un rato. Los chicos se habían perdido en la multitud y nosotras nos habíamos encontrado con Lana, Curtis y Chris. El pobre Chris parecía completamente fuera de lugar en esa fiesta. Miraba a su alrededor con cierto temor. Era obvio que solo había ido por Curtis.
Bailé con ellos durante casi una hora hasta que sentí que no podía más —las botas eran la principal causa, pesaban bastante— y me hice a un lado, abanicándome con la mano. Vi a Jack y Will hablando con unos amigos a lo lejos y le dediqué una sonrisa al primero. Él, encantado, dijo algo a sus amigos y empezó a acercarse mientras yo me dejaba caer en una silla, agotada.
Sin embargo, fruncí el ceño cuando vi que se detenía abruptamente, mirando a mi lado.
—Jennifer.
Levanté la cabeza, extrañada. Esa voz me resultaba familiar.
Entonces, vi unas piernas bronceadas, un vestido corto, unas curvas escandalosas y un pelo dorado enmarcando una cara que no me gustó nada. Especialmente por la pequeña sonrisa de sus labios.
—Vivian —la saludé un poco más frívolamente de lo que pretendía.
Ella no borró su sonrisa, claro.
Miré a Jack y vi que se había recuperado del primer susto, pero cuando intentó venir, un grupo de gente le pasó por delante y se lo impidió. Algo en su mirada no me gustó. ¿Por qué estaba tan asustado?
Me levanté para ir hacia él y la mano de Vivian me sujetó del codo. La miré, sorprendida.
Dime que no te ha tocado, que la mato.
Calma, conciencia.
De todos modos, me aparté de ella, que se limitó a sonreírme de nuevo. ¿Qué le pasaba a esa con las sonrisas?
—¿Ya te vas? Si no he podido decirte nada.
—¿Y qué tienes que decirme? —pregunté, extrañada.
—Bueno, pasaré mucho tiempo con tu futuro marido. Lo mejor sería que nos conociéramos un poco más, ¿no?
No me gustó la forma en que dijo lo de "futuro marido". No me gustó en absoluto.
—¿Por qué vas a pasar mucho tiempo con él? —fruncí el ceño.
—¿No te lo ha dicho? Vuelvo a ser la protagonista de su película.
Intenté que no me afectara. Juro que lo intenté. Pero no pude evitar echar una ojeada enfadada atrás. Jack seguía intentando llegar a mí. Vi que Will se daba cuenta de que algo iba mal y se acercaba a él, pero volví a darme la vuelta cuando Vivian se aclaró la garganta.
—Sé que eso de estar en una fiesta universitaria no pega mucho conmigo —añadió, sonriendo—. Lo de que te puedan hacer fotos borracha no da muy buena reputación. La vida de un famoso no es tan sencilla, ¿sabes? Pero quería hablar contigo.
—Claro —mascullé—. Oye, mira, tengo que...
—¿No estás enfadada conmigo?
Había hecho un ademán de levantarme, pero me detuve ante esa pregunta y la miré con una ceja enarcada.
—¿Yo?
—Sí. Después de todo, hicieron fotos a tu prometido saliendo de mi casa hace poco, ¿no te acuerdas?
Sí, el día en que habíamos discutido. Me acordaba. Y también me acordaba de mi hermana llamándome y preguntándome si tenía que matar a Jack de mi parte.
Era difícil olvidarse de eso, la verdad.
—Está olvidado —dije de todas formas.
—Oh, ya veo —se acomodó en la silla y repiqueteó una uña roja contra su rodilla—. Debes confiar muchísimo en Ross. No cualquiera perdonaría algo así.
—Confío en él —le dije secamente.
—¿Estás segura?
—¿Vas a cuestionar si confío en mi futuro marido?
—Oh, no —dijo enseguida, llevándose una mano al corazón—, solo... me pregunto ciertas cosas.
La miré de reojo.
—¿Qué cosas?
Sonrió como si estuviera ganando y me arrepentí de haberlo preguntado.
—Cositas —dijo sin borrar esa estúpida sonrisa—. No viniste a la premiere, ¿verdad?
—Era mi cumpleaños.
—Lo sé.
Fruncí el ceño al instante.
—¿Lo sabes?
—Sí —me aseguró.
No supe qué decir.
—A veces, me pregunto hasta qué punto lo conoces.
Al ver mi cara de confusión, puso expresión de lástima.
—A Ross, querida. Me pregunto hasta qué punto conoces a Ross.
—Perfectamente —le dije, irritada
—¿En serio?
Vi que Jack se acercaba a tanta velocidad como podía sin echar a correr seguido de Will y me puse de pie. Vivian, a mi lado, hizo lo mismo. Estaban todavía a unos metros cuando noté que me sujetaba el brazo y se inclinaba hacia mí. La miré, extrañada, y vi que no despegaba los ojos de Jack al hablarme en voz baja.
—¿Has visto su película, Jennifer?
Entreabrí los labios, confusa, pero en ese momento Jack llegó a nuestra altura y sentí que la mano de Vivian desaparecía de mi brazo al mismo momento que la de él tiraba del otro, atrayéndome a su lado. Parecía tenso. Muy tenso.
Miré a Will en busca de ayuda, pero él también parecía un poco perdido.
—¡Ross! —exclamó Vivian—. ¿Cómo est...?
—¿Qué le has dicho?
Me sorprendió el tono de voz tan agresivo que usó. Estuve a punto de dar un paso atrás, pero seguía sujetándome. Y Vivian ni había parpadeado.
—Nada importante. Solo hemos tenido una charla de chicas.
Jack me miró y vi que el enfado se sustituía por inseguridad. Solté mi brazo, extrañada, y di un paso atrás. Vi que Vivian aprovechaba y se acercaba a él. Se me apretaron los puños inconscientemente cuando le puso una mano en el hombro. Pero no por el hecho en sí, sino porque era obvio que no era la primera vez que lo hacía. Demasiado obvio.
Él me miró de reojo con los dientes apretados, pero volvió a centrarse en Vivian cuando ella se inclinó un poco más hacia delante.
—No sé qué quieres, pero este no es el momento ni el lugar —le dijo bruscamente.
Ella sonrió.
—Solo hablaba con Jennifer de lo divertida que fue tu visita a mi casa.
—Vivian, no...
—Pero... se me ha olvidado mencionar que te dejaste esto.
Mis ojos fueron inmediatamente atraídos a la mano de ella. Tenía algo en su puño y no se desprendió de ello hasta que sujetó la mano de Jack y se lo puso en la palma. Ver sus manos unidas hizo que se me revolviera el estómago.
Pero no fue nada comparado con lo que sentí cuando vi que lo que le había dejado en la mano era una pequeña bolsita llena de algo parecido a polvo blanco.
Entreabrí los labios, paralizada, y miré a Jack. Vi que él se había quedado pálido, pero no me devolvió la mirada. En su lugar, cerró los ojos por un momento y Vivian se separó de él con una sonrisita.
Pareció que había pasado una eternidad cuando por fin levantó la cabeza y me dirigió una mirada cautelosa. Y, solo con eso, supe que sí era suya.
No me lo podía creer.
No me podía creer que, después de esos meses de infierno, me estuviera haciendo eso.
Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, me di la vuelta y fui directa a la primera puerta que encontré. En este caso, fue la del pasillo. En realidad, no sabía dónde pretendía ir. Solo sabía que, urgentemente, necesitaba aire frío en la cara. Si no, me daba la sensación de que podía desmayarme. El corazón me latía muy deprisa y la cabeza me daba vueltas. Y sabía lo que quería decir eso. Lo había sentido una vez, solo una. Cuando me había enterado de lo de Monty y Nel.
Todavía recordaba la sensación de ahogarme, de no ver nada, de no sentir mi propio cuerpo. Era horrible. Probablemente, una de las peores sensaciones que había tenido en mi vida. Y no quería repetirla. Necesitaba aire frío. Lo necesitaba ya.
Abrí la primera puerta que encontré cuando escuché pasos detrás de mí y la ironía hizo que saliera a la terraza donde me había dado el primer beso con Jack. Vi la tumbona medio borrosa y pasé de largo, yendo directamente al pequeño muro de piedra que me separaba de una caída al patio trasero de la fraternidad. Me apoyé en él con ambas manos y cerré los ojos un momento, intentando centrarme.
Escuché los pasos de Jack detrás de mí y la puerta cerrándose. No necesitaba girarme para saber que eran suyos. Se detuvieron un momento antes de avanzar con más cautela hacia mí.
—Jen, no...
—¿Es tuyo? —le pregunté en voz baja.
Se quedó en silencio durante unos instantes. Podía sentir su mirada clavada en mi espalda.
—Yo... yo no...
Me giré, enfadada, y lo encaré.
—Me dijiste que nunca me mentirías —le espeté—. ¿Es tuyo o no es tuyo, Jack?
Él cerró los ojos por un momento y maldijo en voz baja.
—Sí.
El silencio que se creó a nuestro alrededor solo se vio interrumpido por mi propio corazón latiendo con fuerza y reverberando en mis tímpanos. Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas.
—¿Cómo has podido? —le pregunté en voz baja.
—No... no es... —se pasó una mano por la cara—. No me lo tomé. La... la bolsa está entera.
—¡Me da igual que no te lo tomaras, Jack! ¿Lo compraste tú?
Asintió con la cabeza sin mirarme. Sentí que el nudo en mi garganta se hacía peor.
—Discutimos una noche... y... y tú te vas a casa de cualquier chica que quiere acostarse contigo para poder... —señalé la bolsa que todavía tenía en la mano con desprecio, a punto de llorar—. ¿Eso es lo que va a pasar cada vez que discutamos?
—Era diferente —murmuró.
—¡Siempre es diferente para ti! ¿Es que se ha olvidado lo que fueron esos malditos meses, Jack?
—Claro que no se me ha olvid...
—¡Fueron tres meses! ¡Tres largos meses de días enteros encerrados en tu cuarto, sin querer comer, sin querer moverte y obligándome a verlo! ¿Y ahora que... que hemos pasado todo eso... vuelves a hacer exactamente lo mismo?
—¡No me lo tomé! —repitió, frustrado—. ¡Quería, pero no lo hice!
—¡Exacto, querías! ¡Solo por una discusión!
—¡No era una discusión cualquiera, pensé que te habías acostado con Mike!
—¡Te dije que él me había besado, Jack, nada más!
—¿Y qué te crees que me dijeron las otras dos? ¿Directamente la verdad? ¡Pues claro que no! ¡Creía que te habías acostado con mi hermano, que no me querías, y me precipité, pero no hice nada malo!
—¡¿Que no hiciste nada malo?! ¡Ir a casa de esa idiota, para empezar, fue lo peor que podrías haber hecho! ¡¿Cómo te sentirías si tuvieras que soportar ver día tras día fotos de mí con un chico guapísimo seguidos de titulares deseando que seamos pareja?! ¡Y eso no es lo peor, lo peor es que tú alimentas esos rumores!
—¡Yo no alimento nada!
—¡Sí, sí lo haces! ¡Lo hiciste cuando fuiste a su casa! ¡Y cuando volviste a contratarla para tu nueva película!
—¡Yo no quería contratarla, la productora me la ha impuesto porque sabe que...!
Se detuvo, frustrado, y negó con la cabeza.
—Porque sabe que vuestros nombres juntos venden más —completé—. Es eso, ¿no?
No me miró. Tenía los labios apretados. Intenté no llorar con todas mis fuerzas, pero tuve que pasarme los dedos por debajo de los ojos cuando se me escaparon unas pocas lágrimas.
—¿De qué va tu película, Jack?
Frunció el ceño y me miró.
—¿Qué?
—Responde. ¿De qué va?
Por un segundo, pareció que iba a decir algo. Pero luego solo volvió a apretar los labios.
—¿Por qué no has querido que la viera? —pregunté en voz baja—. ¿De qué va?
Jack tragó saliva e hizo un ademán de acercarse, pero se detuvo al ver que su contacto no iba a ser aceptado. En absoluto.
—Eso no importa —dijo al final.
—Sí, sí importa. Importa mucho. ¿Es por eso que no me invitaste a la premiere hasta el último momento? ¿Porque no querías que la viera?
—Yo... yo no...
—¿Va sobre nosotros?
No dijo nada, lo que me hizo pensar que no iba mal encaminada. Di un paso hacia él. Me temblaban las manos.
—Tres meses. Es el tiempo que estuvimos juntos —le dije en voz baja—. ¿Es sobre nosotros? ¿Sobre nuestra relación? ¿Es lo que vivimos desde tu punto de vista, Jack? ¿Es eso?
—No... —tragó saliva—. Jen, escucha, lo hice en un momento en que... yo no...
—En que me odiabas —concluí.
—No te odiaba. Nunca he podido odiarte. Ni siquiera cuando te fuiste.
—Entonces, ¿qué?
No dijo nada y mi paciencia se estaba empezando a agotar. Hice un vago intento de pasar por su lado y él me atrapó al instante, rodeándome con un brazo por la cintura.
—Jen, no te vayas, escúchame...
—¡Por mucho que intento escucharte, no llegas a explicarme nada! ¡Suéltame!
—No, no te vayas así —insistió, poniéndome la mano en el mentón—. Cuando me dejaste, estaba destrozado. Destrozado de verdad. Yo... fui a esa escuela en Francia. Y uno de los primeros proyectos que teníamos que hacer era escribir el argumento de una película. Intenté escribir de lo que fuera que no te incluyera. Te lo juro, de lo que fuera. Pero no podía. Cada vez que intentaba pensar en algo, tu imagen se me venía a la cabeza.
»Y si no era tu imagen, era cualquier cosa relacionada contigo. Cuando me iba a dormir, no te veía poniéndote el pijama, quitándote las malditas lentillas y acurrucándote conmigo. Cuando iba a la cocina, no estabas tú con mi ropa puesta intentando cocinar algo. Cuando iba al sofá, no estabas tú para pasarme los dedos por el pelo. Solo podía pensar en que no estabas. Y era insoportable.
»Y... escribí sobre ti, sí. Sobre lo nuestro. Pero... no era la verdad, Jen. O quizá lo era, pero estaba distorsionada por lo que pensaba en ese momento. Solo podía verte a ti con ese... con ese imbécil, dejando que te hiciera todo lo que a mí me hubiera gustado hacerte. Y siendo feliz con ello. No podía ver nada más. Y escupí las palabras en ese argumento, pero... no son la verdad que siento ahora.
—¿Y qué demonios sientes ahora, Jack?
—Que te amo —masculló, sujetando mi mano y mirando mi anillo por un momento—. ¿Te crees que te habría pedido que te casaras conmigo si no supiera que eres la única persona con la que estoy seguro de que quiero pasar mi vida? Joder, Jen, yo no... no debí ir a su casa. Y no debí comprar esa mierda. Lo sé. Pero te juro que no pasó nada. Ni con Vivian, ni con lo otro. Te lo juro.
Al ver que dudaba pero no me apartaba, me puso ambas manos en las mejillas. Realmente parecía desesperado porque lo creyera. Yo apreté los labios.
—¿Y cómo se supone que sé que no vas a ir corriendo con ella cada vez que discutamos?
—Porque te lo estoy diciendo.
Cuando vio que intentaba apartarme, se apresuró a hablar otra vez.
—Incluso cuando no estabas era incapaz de estar con nadie. Cada vez que besaba a una chica... era demasiado consciente de que no eras tú. Era jodidamente insoportable. Y, sí, Vivian fue la que más... la que más cerca estuvo de que cambiara de opinión... pero no podía. Ni con ella ni con nadie.
—Ella es guapísima —musité—. Y yo...
—¿Te crees que era por cuestión de cuál de las dos era más guapa? —casi pareció enfadado—. No era eso. No era eso ni de lejos. Era todo lo demás. Todo. No poder hablar con ellas como hablaba contigo, no poder reírme porque, cada vez que lo hacía, sabía que tú probablemente también lo estabas haciendo con otro tío... no poder abrir los ojos por la noche y verte conmigo... no poder dormirme escuchando los latidos de tu corazón... besarlas y, al separarme, que lo que me estuviera mirando no fueran dos ojos castaños brillantes.... era todo. Todo lo que tú tenías y ellas no.
»No era cuestión de belleza. Era cuestión de que estaba enamorado. Y... si no pudiste deshacerte de eso, ni siquiera tú, estando un año fuera... te aseguro que una puta bolsa de cocaína tampoco puede. Por eso no me la tomé. Y por eso no hice nada con Vivian. Ni con nadie. Porque el alivio hubiera sido instantáneo, sí, pero luego me habría dejado vacío. Y hubiera hecho que te perdiera. Y tú... contigo no me siento vacío, Jen. Nunca me he sentido vacío. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste? ¿De que me estaba comportando como Ross... pero que tú sabías que en el fondo seguía siendo Jack? Pues así me siento contigo. Me siento como si pudiera ser yo mismo, como si pudiera ser Jack, y alejarme de toda la mierda que Ross trae consigo. Eres la única persona en el mundo con quien me siento como... como si estuviera haciendo algo bien por primera vez en mi vida. Como si estuviera completo.
Estaba todavía absorta en sus palabras cuando vi que tragaba saliva. Le brillaban los ojos. Mi corazón se encogió Jack... estaba a punto de llorar. Nunca lo había visto llorando. Jamás. Entreabrí los labios, pero él se me adelantó, volviendo a colocar sus manos en mis mejillas.
—Sé que la he cagado. Y que la cagaré mil veces más. Y que tendrás que aguantar muchas cosas que no te mereces por mi culpa. Y que estoy siendo un egoísta. Y que no te merezco, pero... pero no me dejes por esto. No me dejes otra vez. No te vayas.
—Jack...
—Voy a despedirla si hace falta —insistió—. Aunque la productora se cabreará, te lo aseguro, pero me importa un bledo. Es mi película. Que se jodan.
—Jack, no...
—Y... puedes hacerme un control para asegurarte de que no me tomé nada de esa bolsa. Mi madre los hacía cuando iba al instituto. No me importa. Pero no tomé nada, yo...
—Jack —puse mis manos sobre las suyas en mis mejillas—, te quiero, y todo lo que estás diciendo es muy bonito, pero cállate y escúchame.
Parpadeó, sorprendido, pero al menos me hizo caso.
—Estoy enfadada, sí —le dije en voz baja—. Muy, muy enfadada, te lo aseguro. Pero eso no quiere decir que me vaya a ir corriendo otra vez. Estoy comprometida contigo. Vas a necesitar algo más que eso para que me quite tu anillo.
No dijo nada, pero vi el alivio cruzando su mirada. Suspiré y me quité sus manos de las mejillas y él las dejó caer a mis hombros. Agaché la cabeza y busqué las palabras adecuadas.
—Mira, esto es serio —le dije lentamente—, si me dices que no tomaste nada, te creo. Pero... voy a casarme contigo, Jack. No puedo vivir con la duda de si vas a volver a entrar en ese infierno. Porque te amo, pero si lo haces... yo no voy a poder soportar verlo sin poder hacer nada al respecto. No te puedes hacer una idea de lo insoportable que es. Así que... que necesito que me digas ahora mismo que no vas a volver a hacerlo. No, necesito que me lo jures. Si no... simplemente, no puedo seguir adelante con todo esto. Necesito poder confiar en ti.
—Sabes que no lo haré —me dijo en voz baja—. Te lo juro.
—Júralo por lo que más quieras.
Frunció el ceño.
—Tú eres lo que más quiero.
Me detuve un momento y se me formó un nudo en la garganta, pero por un motivo muy distinto al anterior.
—Pues júralo por tu coche —medio bromeé en un hilo de voz.
Por un instante, él no pareció saber qué decir. Entonces, esbozó media sonrisa.
—¿Te quedarás más tranquila si lo hago?
—Bastante.
—Muy bien. Pues te lo juro por todos los coches que he tenido y por todos los que me quedan por tener.
Se llevó una mano al corazón para darle dramatismo. Asentí con la cabeza.
—Gracias.
—No me des las gracias por algo que debería haber hecho antes.
—Jack...
—Hablaré con Joey y le diré que exija a todas esas revistas de mierda que dejen de especular sobre Vivian y yo y que hablen de nuestro compromiso en su lugar.
—¿Qué? —eso último me dejó un poco descolocada—. No, pero yo no...
—Así tu cara será la portada de las revistas cada semana en lugar de la suya. Te aseguro que voy a empezar a comprarlas.
—Jack, yo no quiero ser la portada de ninguna revista.
—Creo que eso deberías haberlo pensado antes de comprometerte con alguien famoso.
—¡No sabía que estuviera implícito!
—Pues lo está. Enhorabuena. Ya eres oficialmente pseudofamosa.
A pesar de la sensación que nos había seguido hasta ese momento, no pude hacer otra cosa que reírme, agotada. Mis músculos habían estado tan tensos que, ahora que se habían relajado, se sentían como gelatina. Él me sonrió. Estaba casi segura de que se sentía igual que yo.
—¿Estamos... bien? —preguntó—. Es decir, ¿puedo...?
—Para estar bien, vas a tener que hacerme muchos desayunos de tortitas.
Puso una mueca.
—¿No puede ser chili? No me gustó cocinar esas cosas.
—¿Cómo voy a desayunar chili?
—Sue desayuna helado, cerveza y mantequilla de cacahuete y se la ve feliz. La felicidad es para los valientes, querida Michelle.
—Acabas de ganarte dormir en el sofá.
—Querida Jen —corrigió enseguida.
—Eso está mejor.
Cuando nos quedamos en silencio, sorbí la nariz y miré a mi alrededor. Seguro que tenía el maquillaje hecho un desastre, pero en ese momento me daba absolutamente igual.
—¿Sabes dónde estamos? —le pregunté.
Vi que él también había echado una ojeada a su alrededor. Especialmente a la primera tumbona blanca.
—Es difícil olvidarlo —me dijo en voz baja.
—¿Sabes? Creo que desde el momento en que salimos de esta terraza... ya supe que lo mío con Monty estaba destinado al fracaso.
Me miro con una ceja enarcada.
—Eso deberías haberlo sabido mucho más atrás.
—Si lo hubiera sabido mucho más atrás, no nos conoceríamos.
Pareció sorprendido.
—¿Qué?
—Una de las principales razones por las que quise alejarme de casa... era porque no quería pasar tanto tiempo con él —murmuré—. Me agobiaba muchísimo, pero no me atrevía a dejarlo. Creía que todas las relaciones eran así y me daba miedo perder la única que tenía. Y sus padres querían que él viniera a esta universidad, así que me fijé en ella. Como estaba segura de que él no estaba interesado, yo solicité plaza, vine... y os conocí.
Durante unos instantes, pareció un poco descolocado. Finalmente, suspiró.
—¿Quién iba a decir que Malcolm no era completamente inútil?
—Monty —corregí, divertida.
—Pues eso. Mario.
—¡Jack! —empecé a reírme.
—¿Qué? Yo lo estoy diciendo bien. Eres tú la que no se acuerda del nombre del pobre Mufasa.
—¡Ese es el padre del rey león!
—Él también es el rey león, inculta.
Mi risa fue desapareciendo lentamente hasta transformarse en una pequeña sonrisa al mirarlo y veo que me la devolvía. Y el silencio se transformó en uno muy distinto. Al que me tenía acostumbrada. El que me gustaba.
Ya no podía más. Solo quería olvidarme de Vivian, de Monty y del resto del mundo. Me acerqué a él y me encontró a medio camino. Le rodeé la cintura con los brazos y él hundió una mano en mi pelo, tirando suavemente de él hasta que mi cabeza estuvo en el ángulo deseado y pegó su boca a la mía.
Sentir su mano en mi cabeza, sus labios tibios por el frío sobre los míos y su cuerpo apretándose contra mí hizo que sintiera que se evaporaban todos mis problemas al instante. Apreté los dedos en su chaqueta y lo atraje un poco más. Sentí que su corazón se aceleraba encima del mío, que lo imitó al instante, y que su otra mano bajaba por mi espalda hasta acariciarme la curva del final de la falda. Contuve la respiración y él se separó con los labios hinchados.
—¿Sabes lo que recuerdo de esa tumbona? —preguntó, señalándola con la cabeza.
Yo estaba medio mareada. Tuve que tomarme unos segundos para responder.
—¿Q-qué?
—Que me dejaste a medias.
Abrí la boca, ofendida.
—¡No te dejé a medias! ¡Nos interrumpieron! Después lo terminamos en tu habitación.
—Nuestra habitación, Jen.
—En ese momento era tu habitación.
—Empezó a ser nuestra habitación el primer día que la pisaste.
Me separé con media sonrisa, negando con la cabeza.
—Se te da demasiado bien adular a la gente —le dije.
—Lo sé —sonrió ampliamente—. Pero contigo me sale natural. Con los demás tengo que forzarlo.
Me froté los brazos, divertida.
—Deberíamos irnos.
—Sí —suspiró y me puso una mano en la espalda—. Los demás deben preguntarse dónde estamos.
Miré la hora y vi que tampoco era muy tarde, pero fui igual a la puerta. Sin embargo, algo hizo que me detuviera justo cuando rocé la manilla. Jack, detrás de mí, me miró con curiosidad.
—¿Ocurre algo?
Me mordí el labio inferior y lo miré de reojo. Él sujetaba mi bolso, que había tirado al suelo de malas maneras al salir a la terraza antes. No sé por qué, pero el hecho de que hubiera tenido ese pequeño detalle conmigo, hizo que mi mano se moviera sola y pusiera el pestillo de la puerta, aislándonos de la fiesta.
Vi que una de sus cejas se elevaba al instante, cargada de curiosidad.
—¿Qué tramas, pequeño saltamontes?
Me di la vuelta y, a pesar del frío, noté que mis mejillas se encendían y el rubor me bajaba por el cuello. Él sabía qué quería decir eso. Lo sabía perfectamente. Esbozó una pequeña sonrisa y clavó los ojos en mí.
—¿Qué se te ocurre hacer? —pregunté, todavía a una distancia de seguridad, un poco nerviosa.
—Unas cuantas cosas, pero acepto sugerencias.
Me empezaron a cosquillear los dedos cuando me recorrió el cuerpo entero con los ojos y yo hice lo mismo con él. Di un paso en su dirección, vacilante y al instante él soltó mi pobre bolso de nuevo y acortó la distancia entre nosotros. Me sujeté de sus hombros cuando me empujó con su cuerpo hacia atrás, haciendo que mi espalda se chocara contra la puerta. Sus labios ya estaban sobre los míos.
Me había dado cuenta de que, cuando Jack y yo peleábamos, el sexo que seguía a eso solía ser mucho más intenso de lo que normalmente ya era. Y pude sentirlo en ese momento por la forma en que se apoyó contra mí, en que me acarició con ansias por encima del vestido, haciendo que jadeara, y en que me besó como si hubiera estado deseando hacerlo durante horas.
Cuando bajó las manos por mi espalda y me agarró del trasero sin ningún tipo de vergüenza, no pude más y le empujé la chaqueta hacia atrás. Gracias a su ayuda, cayó al suelo con un ruido sordo. Hice un ademán de agarrar el borde de su camiseta y, para mi estupor, me detuvo las manos y dejó de besarme. Lo miré, sorprendida.
—Aquí no —me dijo con una sonrisa traviesa.
No entendí nada hasta que me rodeó la cintura con un brazo y me levantó del suelo. En unos pocos segundos, estaba tumbada sobre la suave y blandita tumbona. Su peso hizo que me hundiera un poco más cuando escaló sobre mí, metiendo una de sus piernas entre las mías y pegándose tanto como pudo a mi cuerpo. Sentí sus labios en mi mandíbula y solté todo el aire de mis pulmones, mirando la ciudad por encima de su hombro. Se veía igual que la primera vez que me había besado el cuello y yo había mirado por encima de su hombro. O incluso más bonita.
—Jack... —la voz me tembló cuando noté que me subía el vestido hasta la cintura y la tela de sus pantalones me acariciaba la piel ahora expuesta, mandándome escalofríos por todo el cuerpo.
—¿Mhm...? —murmuró, centrado en su labor de besarme cada centímetro de la garganta y la clavícula.
Contuve la respiración cuando noté sus labios acariciándome el escote del vestido. Por un momento, deseé haber elegido uno que le diera mejor acceso a mi piel.
—Yo... yo no... —no sabía cómo decirlo.
Él levantó la cabeza al instante en que notó las dudas en mi voz y me miró a los ojos.
—¿Qué pasa?
—Yo... nunca lo he hecho... así... al aire libre.
Por un momento, siguió mirándome. Después, esbozó una sonrisa socarrona.
—Pues será un placer introducirla en esta interesante práctica, futura señora Ross.
—P-pero... ¿y si nos ve alguien?
—¿Quién quieres que nos vea en una terraza de un tercer piso de un edificio que está en una colina solitaria? ¿Alguien con unos prismáticos y mucho tiempo libre?
—Por ejemplo. Podrían enfadarse...
—Jen, dudo que alguien pueda enfadarse si te ve desnuda.
Me puse roja como un tomate al instante y él empezó a reírse, subiendo la cara hasta que tuvo a la misma altura que la mía. Su risa se transformó en una sonrisa tierna.
—¿Quieres que sigamos con esto en casa?
—No. Si a ti te apetece hacerlo aquí...
—Lo que a mí me apetece es que tú lo disfrutes.
Lo miré, dubitativa. La suave brisa hizo que el pelo se le pusiera en la frente y se lo quité distraídamente. Con la poca luz que nos rodeaba, se veía todavía más guapo. Y pensar que esa sonrisa tan perfecta era solo para mí, hizo que se me acelerara el corazón de nuevo. Bajé la mirada a su cuerpo sobre el mío y luego la volví a subir a sus ojos.
—Olvídalo. Ven aquí.
Tenía una sonrisita en los labios cuando lo atraje para que volviera a besarme.
Le rodeé la cintura con las piernas y el contraste de sus dedos helados con mi piel ardiendo hizo que se me erizara el vello de todo el cuerpo, especialmente cuando agarró mis bragas con una mano y las bajó hasta que se deshizo de ellas. Se separó para mirarme un momento a los ojos antes de que esos mismos dedos helados subieran un poco entre mis piernas y empezaran a acariciarme. Hundí la cara en su hombro y me mordí el labio inferior. Él siguió besándome el cuello, la clavícula y el hombro de manera tan tierna y que contrastaba tanto con lo que estaba haciendo su mano que sentí que ya no podía más muy pronto. Bajé las manos por su pecho y le desaté el cinturón. Él me ayudó a bajarse los pantalones y me puso una mano en la nuca, y otra en el muslo antes de besarme de nuevo en los labios e inclinarse hacia delante.
Un rato más tarde, sentí que su corazón regulaba lentamente los latidos mientras él mantenía la cara escondida en la curva de mi cuello. Le seguí acariciando la nuca con los dedos mientras mi cuerpo se recuperaba.
Pasaron unos pocos minutos antes de que se separara y me rozara la mejilla con la nariz. Me miró con una expresión que solo usaba cuando estábamos los dos solos en la cama.
—¿Y bien? —preguntó.
—¿Qué? —me hice la inocente.
—¿Qué tal tu primera experiencia al aire libre?
Fingí que me lo pensaba un poco.
—Bien.
Su sonrisa era divertida.
—¿Solo bien?
—Bastante bien.
—¿Ya estamos otra vez con esto? Vas a acabar con mi autoestima. Ha sido de diez.
—De seis.
—¿De se...? Al menos, nueve.
—Ocho. Y te estoy regalando varios puntos.
—Ocho y medio. Ni lo uno, ni lo otro.
—Muy bien. Ocho y medio.
—¿Puedo preguntar cuándo demonios será de diez? —preguntó, irritado—. Porque mi diez fue la primera vez que lo hicimos. Estoy empezando a pensar que tienes las expectativas muy altas conmigo.
Divertida, le quité el pintalabios que tenía en la mandíbula con el pulgar.
—Nuestra noche de bodas será de diez —murmuré.
—Para eso falta una eternidad —protestó.
—No falta tanto. Solo unos meses.
—¿Y tengo que esperar unos meses para que me digas que mis polvos son de diez?
—Ugh, no los llaves polvos —puse una mueca.
—¿Y qué los llamo? ¿Actos de compartir fluidos corporales?
—¡Hacer el amor!
—Qué romántica te has vuelto, Mushu. Vas a hacer que me suba el azúcar.
Le golpeé, el hombro, divertida.
Sin embargo, toda la diversión se esfumó el instante. Él vio que mi sonrisa desaparecía y frunció el ceño.
—Era broma, ¿eh? —aclaró—. Lo nuestro nunca han sido polvos, son mucho más. Son...
—Jack...
—...hacer el amor —dijo con fingido acento francés.
—Jack —lo interrumpí urgentemente.
Esta vez, pareció preocupado.
—¿Qué pasa?
Mi corazón se detuvo justo en el momento en que me di cuenta.
—Lo hemos hecho —le susurré.
—Sí, creo que eso estaba claro. Más que claro. Clarísimo.
—No —le sujeté la cara con las manos—. No lo entiendes.
—¿El qué? —frunció el ceño.
Tragué saliva.
—Jack, lo hemos hecho sin condón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro