Capítulo 21
Me sentía como una mierda.
No os voy a mentir.
Al menos, no había tenido que ver a Jack en todo el día. Él había ido a hablar con Joey sobre algo de la película. Menos mal. Lo último que quería era hablar con él después de ese beso de anoche.
Suspiré pesadamente en el sofá del salón y alcancé mi móvil para llamar a la única persona del mundo a la que le consultaría cada movimiento de mi vida.
—Si es la feliz futura esposa —canturreó mi hermana nada más descolgar.
Puse mala cara al instante.
—No estoy de humor.
—Uy —casi pude ver que sonrisa desaparecía momentáneamente—. ¿Qué ha pasado? ¿Tormenta en el paraíso?
—Más bien huracán.
Ella se quedó en silencio, como si no pudiera ni intentar adivinar.
—¿Qué has hecho? —preguntó, directamente.
—¿Por qué siempre tengo que ser yo?
—Porque tienes una sorprendente facilidad por meterte en líos, Jenny. Venga, cuéntamelo todo.
Y eso hice. Durante casi diez minutos, hablé sin parar de todo lo que había con Mike. Y lo de Vivian. Shanon escuchó atentamente. Cuando terminé, ella soltó un suspiro.
—Vale —murmuró—, tú deberías habérselo contado. Y él no debería haber ido a ver a esa chica. Estáis empatados. ¿Eso no lo arregla?
Me quedé en silencio.
—Espera —me dijo—, ¿eso es todo?
—Bueno...
—¿Qué? —preguntó, impaciente.
—Ayer vino... Monty.
Mi hermana se quedó en silencio un momento.
—Dime, por favor, que no hiciste nada con él.
—¡Shanon!
—¡Tengo que preguntarlo!
—¡Claro que no hice nada con él!
—¿Y con Ross?
—Eh...
—¿Te acostaste con él y seguís peleados? No lo entiendo.
—No me acosté con él. Le di un beso y le dije que se fuera porque quería estar sola.
—Ah, claro. Muy lógico.
—¡Quería estar sola!
—Pobre chico. Lo que tiene que aguantar.
—Shanon, te estoy contando esto porque realmente necesito consejo.
Me sorprendió el tono de desesperación que usé para decírselo. Ni siquiera sabía por qué había sido. Ella se quedó en silencio un momento, sorprendida.
—Jenny, ¿estás segura de que estás bien?
—No, no estoy malditamente segura, Shanon.
—Vale, estás agobiada. Vas a casarte, eso conlleva estrés. Es normal.
—No, no es eso.
—¿Y qué es?
—Nada —sacudí la cabeza—. No sé... es complicado.
La escuché suspirar y se quedó pensativa por unos segundos.
—Mira, si no te sientes a gusto ahí, igual deberías venir a pasar unos días a casa.
La propuesta quedó suspendida en el aire mientras yo fruncía el ceño, todavía más confusa.
—No quiero huir de mis problemas.
—No es huir. Si estás agobiada, lo mejor es que te tomes unos días de descanso para aclararte las ideas.
Me miré las uñas, analizándolo.
—¿Crees que es lo mejor?
—Lo que yo crea no importa, sino lo que creas tú. Solo son unos días, Jenny. Y es por tu bien.
Suspiré y, finalmente, asentí con la cabeza.
—Sí, tienes razón. Debería mirar vuelos y... bueno, todo eso.
—Avísame cuando encuentres algo.
—Está bien.
—Date una ducha, ponte el pijama y métete en la cama. Ya verás como te sientes mejor.
—Tengo que hacer la maleta, Shanon.
—Ya la harás mañana.
—Dijo la madre responsable.
—Venga, no me marees —me dijo, divertida.
—Buenas noches, Shanon.
—Buenas noches, hermanita.
Eché la cabeza hacia atrás y respiré hondo antes de ponerme de pie e ir a la habitación. No quería decirle a Shanon que no tenía que ponerme el pijama porque no me lo había quitado. No había salido de casa en todo el día.
Me detuve en la habitación y miré mi armario. No hacía falta una maleta. Una mochila era más que suficiente. Pero como estaba en lo más hondo del armario, tuve que sacar las maletas de todas formas y dejarlas a un lado mientras llenaba la mochila de lo primero que encontré. Unos minutos más tarde, me senté en la cama y miré el móvil en busca de billetes. Lo cierto era que ir a casa unos días me motivaba más de lo quería creer.
Justo en ese momento, escuché pasos por el pasillo y miré la puerta de reojo. Llamaron con los nudillos.
—¿Puedo pasar? —preguntó Jack.
Por el suave ruido de después, supuse que había apoyado la cabeza en la puerta. Tragué saliva al darme cuenta de que tendría que decirle a Jack que me iba por unos días. Esperaba que lo entendiera.
—Sí, pasa —le dije torpemente, levantándome.
Él lo hizo casi al instante y cerró a su espalda. Me miró y pareció que iba a decir algo, pero se detuvo abruptamente.
Por un momento, no entendí que le pasaba. Vi que sus ojos se clavaban en las maletas y en mi armario abierto y cómo el color abandonaba su cara.
—¿Qué...?
—Jack, escucha...
—¿Te vas? —me interrumpió, y me sorprendió lo entrecortado que sonó.
—Sí, pero...
—No te vayas —negó con la cabeza y se olvidó de la formalidad de antes, yendo directamente hacia mí—. Sé que hemos discutido y que... y que esto está siendo una mierda, pero no...
—Me voy a pasar unos días con mis padres —aclaré.
Frunció el ceño durante un momento.
—¿Unos días?
—Sí.
Aparté la mirada, incómoda.
—¿Por qué? ¿Es... es el cumpleaños de alguien o...?
—No. Solo... necesito aclararme un poco.
—¿Y no puedes hacerlo aquí?
—Jack...
—No quiero que te vayas. No así.
—Solo son unos días.
—Ya han sido unos días estando peleados —insistió—, y la última vez que te fuiste no volví a verte en un año.
Sabía que le asustaba la idea de que decidiera quedarme con ellos y no volver, pero yo sabía que eso no pasaría. Estaba segura. Solo... necesitaba un tiempo.
—No es lo mismo —aclaré, mirándolo—. Eso fue... no volvería a hacerlo.
Él me miró por unos segundos y luego apretó los labios, pasando por mi lado para sentarse en la cama. Apoyó los codos en las rodillas y sacudió la cabeza.
—¿Esto es por lo de Vivian? —preguntó, finalmente.
—Jack, sé que no hiciste nada con ella.
—No me refiero a eso, sino a lo de la revista.
Parpadeé, confusa.
—¿Qué revista?
Él miró el suelo y volvió a sacudir la cabeza.
—Una revista me hizo fotos saliendo de su casa. Ya puedes imaginarte el titular.
Durante unos segundos, no fui capaz de decir nada. Él me miró. Parecía tenso. Muy tenso.
—No hice nada con ella —recalcó.
—Ya te he dicho que lo sé —mascullé.
Aparté la mirada y cerré los ojos un momento.
—¿Por qué fuiste a su casa?
—No lo sé. No... creo que haya un motivo concreto.
—Tiene que haberlo, Jack, o hubieras ido a cualquier otro lugar en el mundo. Podrías haber ido a cualquier maldito lugar y elegiste ese.
—Me equivoqué, ¿vale?
—No, Jack. Una equivocación es confundir dos conceptos. Ir a su casa fue algo muy distinto.
—¿Y ya está? —se volvió a poner de pie, mirándome—. ¿Te vas a ir a tus padres para no tener que verme solo por eso?
—No es solo por eso.
—¿Y por qué es? ¿Es por...?
Se detuvo y, de pronto, esbozó una sonrisa amarga.
—Tienes dudas, ¿no? Con lo de la boda.
Agaché la cabeza al instante, avergonzada. Él se pasó una mano por el pelo.
—Es complicado —murmuré.
—No es complicado, Jen. Si no quieres casarte conmigo, solo tienes que quitarte ese anillo y fingir que nunca ha pasado nada de esto.
—Jack, no seas así. Las cosas no son siempre tan simples.
—Sí son simples. Yo estoy enamorado de ti, por eso quiero casarme contigo. Si tú no lo estás de mí, entonces no voy a obligarte a hacerlo.
Sacudí la cabeza cuando él volvió a sentarse en la cama, frustrado.
En ninguna de las dos veces que habíamos salido juntos habíamos estado peleados por tanto tiempo. Y de esa forma. Vi que se pasaba una mano por el pelo. Solo hacía eso cuando se frustraba de verdad. Y estaba así de frustrado por mi culpa.
Y no pude más.
Volví a llorar.
¿Qué demonios me pasaba con llorar esos días?
Él me oyó llorar y suspiró contra sus manos antes de ponerse de pie y acercarse.
—Vamos, no llores por esto —murmuró, apartándome un mechón de pelo tras la oreja.
—Es... es que no... no sé q-qué demonios hacer.
—Haz lo que quieras. Y olvídate de lo que piensen los demás. Incluyéndome a mí.
—N-no... no quiero... olvidarme de lo que tú pienses —mascullé, sorbiendo la nariz—. ¿Q-qué demonios me pasa?
—Estás estresada —ladeó la cabeza.
—N-no... Jack. He... he estado... he estado estresada otras veces. No sé q-que me pasa. Es... es como si se me fuera la cabeza. C-como si no pudiera con-controlarlo...
Agaché la cabeza para quitarme las lágrimas y, cuando volví a levantarla, vi que él había cambiado su expresión por completo a una de perplejidad.
—¿Qué? —me miré a mí misma, confusa.
Él no respondió por un momento.
—¿Qué? —insistí, impaciente, agarrándolo del brazo.
—¿Crees... crees que podrías...?
Señaló mi estómago con la cabeza y yo lo miré, confusa, antes de volver a centrarme en él.
—¿Crees que es un buen momento para llamarme gorda, imbécil?
—No es eso, Jen.
—¿Y qué...?
Me corté a mí misma cuando lo entendí y bajé los ojos inmediatamente a mi barriga. Él también lo hizo. Por un momento, la habitación entera estuvo en silencio.
—No —mascullé, aterrada—. Eso no. Ni de coña. No. Hemos... siempre... siempre lo hemos hecho con protección. Es... no. No. Eso no.
—¿Estás segura?
Quise poder asentir con la cabeza. De verdad que lo quise. Pero cada vez estaba menos segura de todo.
—Voy a por un test —murmuró.
—Por favor —murmuré yo.
Me senté en el sofá mientras esperaba que volviera a casa y cada segundo se sentía como una eternidad. Nunca había pensado en lo que se sentiría al ser madre.
En ese momento, te aseguro que solo sentía terror. Terror absoluto.
Y solo podía suplicar que no fuera el caso.
Ya estaba empezando a desesperarme cuando volvió a casa. Parecía incluso más tenso que yo. Me tendió la pequeña caja rectangular y yo me la llevé al cuarto de baño.
Unos segundos más tarde, le puse la protección de plástico y me senté en la taza del inodoro con la cabeza entre las manos.
—¿Puedes entrar? —pregunté con voz temblorosa.
Como había supuesto, él estaba esperando delante de la puerta. Entró enseguida y se quedó mirando el test, confuso.
—¿Y bien?
—Hay que esperar cinco minutos.
Cerró los ojos por un momento y, acto seguido, se sentó delante de mí, en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Dobló las rodillas y apoyó los codos en ellas. Yo, por mi parte, seguí ahogándome en mi pavor mientras me pasaba las manos por la cara.
—¿Estás mirando el tiempo? —preguntó.
—Sí, Jack.
—¿Y...?
—Cuatro minutos y medio.
—Mierda. Esto es jodidamente eterno.
Levanté la cabeza y tragué saliva, tensa. Lo miré. Él me miró. No sé cuál de los dos estaba más asustado. Seguramente yo.
—Voy a ser una persona horrible y decirlo —murmuré—. No quiero ser madre. No así. No ahora.
—No eres una persona horrible por no querer hijos —me dijo, poniendo los ojos en blanco.
—¿Y si hay algo ahí dentro y lo escucha? ¿Y si crece con un trauma por mi culpa?
—Si hay algo ahí dentro, Jen, te aseguro que todavía no tiene tímpanos.
Intenté respirar, moviendo la rodilla de arriba abajo frenéticamente. Volvimos a sostenernos las miradas un momento.
—¿Y si...? —empecé—. ¿Y si... es un sí?
Él lo pensó un momento, tragando saliva.
—No lo sé, Jen.
—¿Tú quieres...?
—¿...tener un hijo contigo? Claro que quiero —sonrió de lado—. Pero... ¿ahora? No estoy tan seguro.
Agaché la cabeza y casi me golpeé a mí misma cuando me entraron ganas de llorar otra vez. Lo miré de reojo y no pude más. Necesitaba tocarlo. Y más en un momento así. Me aparté de mi asiento particular y me senté en suelo, entre sus piernas, con la espalda pegada a su pecho. Me sorprendió notar que me rodeaba con un brazo casi al instante.
—Siento haberte dicho que tenía dudas —murmuré—. No es verdad, no las tengo.
—No sé si ahora mismo es el mejor momento para pensar en eso.
—Lo es. Yo... —agradecí darle la espalda, porque así me atreví a ser sincera—. Jack, esto... esto no es por ti.
Noté que se quedaba muy quieto un momento y me quedó otra que girarme para mirarlo. Estaba claramente confuso.
—¿El qué?
—Todo esto. El haber estado enfadada contigo estos días.
No parecía haberle aclarado muy bien nada. De hecho, su expresión fue todavía más confusa.
—Vale... —murmuró—, creo que me falta información.
—Es que... ayer, Monty no...
¿Cómo explicarle todo eso si no sabía ni yo misma lo que quería decirle?
—¿Qué te dijo el idiota? —enarcó una ceja.
—No es que me dijera algo ayer particularmente, Jack.
—Entonces, ¿qué es?
Suspiré y negué con la cabeza.
—Durante meses, cuando estuve con él, me recordaba una y otra vez que si lo dejábamos no encontraría nunca a nadie que me quisiera.
Hice una pausa y vi que él apretaba los labios.
—Pues claramente eran tonterías.
—No, Jack. No... no lo entiendes. Me pasé meses y meses escuchando eso una y otra vez. Y cómo me decía que no valía nada. Y que no me merecía que alguien como él estuviera conmigo.
—Eso no es...
—No, déjame terminar.
Él obedeció, pero no pareció muy conforme.
—Tu... tu padre... me dijo mil veces que solo era un obstáculo para tu carrera. O una distracción. Y llegué a creérmelo. Por eso... me fui. No les estoy echando la culpa, sé que también fue mía, pero...
Respiré hondo.
—Cuando vino Monty, me dijo que algún día te darías cuenta de cómo era de verdad —murmuré, mirándolo—. Y... me asusté.
Esa vez ya no pudo contenerse más y me respondió.
—¿Por qué? —preguntó, sinceramente confuso.
—Porque... Jack, mírame. Y mírate. ¿Cómo demonios...? ¿Cómo vas a entenderlo?
—Estoy intentándolo.
—Me da miedo decirte que sí a esto. A todo esto. A la boda. A... a tener hijos. A vivir juntos, solo nosotros dos... y que... que algún día te arrepientas de haberlo hecho. Que algún día te... te despiertes por la mañana, mires a tu lado, me veas y... y te preguntes por qué has malgastado tu vida con alguien como yo.
Decirlo casi me hizo llorar otra vez. Pero era la verdad.
—Jen... —empezó, cerrando los ojos por un momento.
—Y sé que ahora todo parece muy bonito. Sé que realmente sientes algo por mí, pero... no quiero que sigamos con esto por un impulso. Jack, de verdad, ¿sabes lo que me estás pidiendo con este anillo?
—Perfectamente.
—¿Y...?
—¿Vas a dejar ya de decir bobadas?
Me detuve, perpleja por el tono enfadado que había usado. Y parecía realmente enfadado.
—¿Eh?
—Ya me has oído —me dijo.
—Sí, lo he oído, pero...
—Es decir, que dos idiotas te sueltan sus estupideces y tú te los crees, pero cuando yo, que soy tu pareja... tu maldito prometido... te digo que te quiero... te crees que es por un impulso tonto.
—No... yo... no es eso...
—Es exactamente eso. Has dejado que esos dos se metan en tu cabeza. Y te crees que no eres suficiente. Pues siento ser el que tenga que decirte la maldita verdad, pero lo haré. No eres solo suficiente. Nunca lo has sido. Eres mucho más que eso. Eres jodidamente perfecta, Jen. Por eso te pedí que vinieras a vivir conmigo, por eso empecé a salir contigo, por eso dejé toda la mierda de las drogas y, especialmente, por eso te pedí que te casaras conmigo. Porque eres lo más cercano a la perfección que he conocido en toda mi vida.
Hizo una pausa y apartó la mirada, apretando los labios. Después, volvió a mirarme.
—¿Qué demonios tengo que hacer para que te entre en la cabeza que te amo? ¿Comprarte un maldito yate? ¿Un cine? ¿Un poni azul? ¿Ponerme un disfraz de trapecista y hacer una pirueta? Agradecería un poco de ayuda, porque me estoy quedando sin ideas.
Estuve a punto de esboza una sonrisa perpleja en medio de la tensión. Él resopló.
—Y me dicen a mí que soy complicado... ¿por esto me has tenido al borde de la desesperación durante dos días? ¿Por dos idiotas? Joder, Jen.
—A ver, dicho así suena un poco...
—No es que suene estúpido, es que lo es.
—¡Lo que yo siento no es estúpido!
—No, lo que es estúpido es lo que dicen dos idiotas que no te conocen ni la mitad de bien de lo que te conozco yo.
Agaché la cabeza sin saber muy bien cómo sentirme. Estaba a medio camino entre la vergüenza y la risa por su reacción. No era lo que me esperaba.
—¿Perdón? —murmuré, sin poder contener una sonrisa divertida.
Él estaba pasándose una mano por la cara, pero se detuvo en seco para mirarme, irritado.
—¿Te estás riendo?
—No.
—Estás sonriendo.
—¡No estoy sonriendo!
—Acabo de decirte que eres perfecta y tú te ríes. Creo que voy a retirarlo.
—¡Lo siento, es que no me esperaba... nada de esto!
—¿Y qué te esperabas? ¿Que aplaudiera mientras de autodestruías?
—No lo sé, Jack, eres un poco difícil de seguir.
—Tú sí que eres difícil de seguir —puso los ojos en blanco.
Me quedé mirándolo mientras él se pasaba los nudillos por los ojos.
—¿Qué? —preguntó.
—¿Cómo sabes que te estoy mirando?
—Es difícil no saberlo —me miró—. ¿Qué?
—Siento no haberte contado lo de Mike.
Su mirada era irritada, pero vi que se relajaba al instante. La sostuvo en mis ojos por unos segundos antes de asentir una sola vez con la cabeza.
—Siento haberme ido a casa de Vivian. Y haberme emborrachado.
—Y yo siento haber intentado irme. Y no hablarte en todo el día. Y...
—Lo pillo. Los dos sentimos muchas cosas.
—Pues eso.
—Sí. Eso.
—Exacto.
—Claro.
—Ya.
—Vale.
—Muy bien.
Silencio. Él esbozó media sonrisa.
—Bueno, ¿ya está?
—¿El qué?
—Esta pequeña crisis que hemos sufrido.
—¿No lo sabes?
—No he sufrido muchas crisis de pareja en mi vida que me interesara arreglar, Jen.
Lo miré con mala cara antes de encogerme de hombros.
—Yo diría que ya está, ¿no?
—Sí, eso me parecía.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Apoyé la mejilla contra la palma de su mano cuando me apartó un mechón de pelo. Siempre era el mismo estúpido mechón y durante toda mi vida me había molestado, pero ahora me gustaba porque era una excusa para que Jack me tocara.
No pude más y me incliné hacia él. Hacia sus labios, concretamente. Él movió la mano a mi nuca al instante, pero cuando estaba a punto de rozarlo, escuché la alarma de mi móvil.
Los dos nos giramos a la vez hacia él. Oh, no. El test.
Jack alcanzó mi móvil y me lo dio. Apagué la alarma. El corazón me latía a toda velocidad.
—No sé si quiero saberlo —murmuré.
—Pues te aseguro que yo sí. Acerca eso.
Tras considerarlo un momento, estiré el brazo y agarré la prueba. Me temblaba la mano.
—Una rayita es negativo. Dos es positivo —murmuré.
—Muy bien.
Noté su corazón también acelerado en mi espalda. Estaba tan nervioso como yo.
Contuve la respiración y, por fin, le di la vuelta.
Los dos nos quedamos mirando la prueba por unos instantes. No supe cómo sentirme. Bueno, sí, completamente paralizada. Al igual que él.
Pareció que ambos nos habíamos quedado sin habla hasta que Jack volvió a rodearme con un brazo y apoyó la mandíbula en mi hombro.
—Solo una —murmuró—. Jay tendrá que esperar para ver el mundo.
Solté todo el aire de mis pulmones y dejé caer la mano a mi regazo. Sentí que todos mis músculos se relajaban al instante en que apoyé la cabeza en la suya.
—Creo que no había estado tan aterrada en mi vida —murmuré—. Ni siquiera cuando rayé el coche de mi padre con la bicicleta y tuve que ir a decírselo.
Él se rio suavemente.
—Recuérdame que nunca deje que te pasees en bici al lado del mío.
—He mejorado, ¿vale? Era muy pequeña.
—Y ahora sigues siendo muy torpe.
—Idiota.
—Tu idiota.
Puse los ojos en blanco.
—Serás cursi.
—Yo seré muy cursi, pero tú estás ruborizada.
—No es verdad —me puse todavía más roja.
—Sí lo es. Y, aunque me encante esto, ¿podemos seguir hablando en algún sitio donde no esté sentado en el suelo? Me estoy quedando sin culo.
—¿Eh? Ah, claro.
Me puse de pie y lancé la prueba a la basura del cuarto de baño. Tendí una mano a Jack, que se puso de pie delante de mí.
—¿Ya estás mejor? —me preguntó.
—¿Tú qué crees?
—Que podrías estar mejor si termináramos de reconciliarnos. Hemos dejado el trabajo a medias.
Sonrió como un angelito y yo sacudí la cabeza, entre el agotamiento y la diversión.
—Ven aquí.
No lo pensó dos veces. Acortó la distancia entre nosotros y me besó en los labios.
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