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Capítulo 20

Antes que nada, quería avisaros (aunque algunxs ya lo sepan) de que me he abierto un canal de youtube y tenéis el link en mi perfil por si queréis echarle un vistazo al primer vídeo. Menciono cosas de este libro, si no recuerdo mal.

Y creo que tenía que decir algo más, pero se me ha olvidado :D

Pues nada, a leer.


—Entonces, ¿no has sabido nada de él desde ayer?

Negué con la cabeza y Jane me sonrió, contrastando bastante con mi humor, cuando me agarró un dedo con la manita. Estaba tumbada en mis piernas y se reía cada vez que le ponía una mueca. No recordaba que los niños se me dieran tan bien.

Y menos estando de un humor tan bajo.

—No —murmuré.

Naya, a mi lado, estaba preparando un biberón para la niña. La miré de reojo.

—¿Has considerado que el bebé te...? —me señalé el pecho.

—¿Has visto alguna vez un pezón después de eso? No, gracias. Por ahora, eso solo lo hará Will.

—Demasiada información —murmuró Sue, leyendo un libro en el sillón.

—Como sea —Naya recogió a la niña y la colocó para empezar a dárselo. Ella agarró el biberón con ambas manitas y empezó a beber felizmente—. Ya conoces a Ross. Es incapaz de guardar rencor. En dos días volverá a estar aquí.

Ojalá yo hubiera tenido esa seguridad.

Cada vez que lo llamaba y no me respondía, sentía que mis esperanzas se iban haciendo más y más pequeñas. Y no ayudaba que Mike hubiera desaparecido también. Aunque por un motivo muy diferente. Y Mike no me preocupaba tanto. Él volvería cuando se calmaran las cosas, como siempre. Jack era distinto. No volvería hasta que se le pasara el cabreo.

Y no era solo conmigo. E ahí el problema. También con Will. Y... bueno, creo que con todos. Casi hubiera preferido que fuera solo conmigo.

Aproveché que Naya hablaba en voz baja con la niña para mandarle otro mensaje. Ya había unos quince sin respuesta. Suspiré y vi que no se había conectado desde anoche. Seguro que ni había mirado el móvil.

—Bueno, ¿y no vamos a hablar de eso? —Naya señaló mi mano con la cabeza.

Miré el anillo y casi me entraron ganas de llorar.

—¿Ahora? ¿En serio? —Sue le enarcó una ceja.

—A ver, es para distraerla.

—Has hecho un gran trabajo, Naya.

—Gracias —sonrió ella, obviando la ironía del comentario—. Bueno, ¿has pensado ya cómo quieres que sea o no?

—Pues... no. Y mucho menos hoy.

—¿Por qué no?

—Naya, mi prometido no me habla.

—Ya se le pasará.

—¡O no!

—Claro que sí. A ver, supongo que yo seré tu dama de honor, ¿no?

Menos mal que Jane soltó un hipido en ese momento y la distrajo, porque sinceramente no estaba de humor para hablar del tema. Ni siquiera había dicho nada a mi familia. Bueno, técnicamente Shanon y mis padres ya lo sabían, pero los demás no.

Me pasé la tarde yendo de un lado a otro por la casa con la esperanza de que la puerta fuera a abrirse de un momento a otro. No sucedió. Y le mandé unos cuantos mensajes más. Ya desistí en intentar llamarlo. Total, no me iba a responder, ¿no?

Ya era de noche cuando me quedé sola en el sofá. Naya y Jane estaban en su habitación y Sue había desaparecido hacía un rato encerrada en la suya. Will me lanzó el mando a distancia y se puso de pie.

—¿Vas a esperarlo? —me preguntó, no muy convencido.

—No —me encogí de hombros, mintiendo descaradamente.

Me miró un momento y pareció darse cuenta de que no había mucho que pudiera decirme para que cambiara de opinión, porque suspiró y se dio la vuelta.

—Oye, Will.

—¿Sí? —volvió a centrarse en mí.

—¿Has... intentado llamarlo?

Dudó un momento.

—Sí.

—¿Y te ha respondido o...?

Apartó un momento la mirada, avergonzado.

—Mira, te va a responder en algún momento, ya lo conoces.

—Es decir, que sí te ha contestado —murmuré.

—No es... lo mismo.

—No pasa nada —murmuré—. Solo... no quería que se enfadara contigo por mi culpa.

—¿Por tu culpa?

—Yo te pedí que mantuvieras el secreto.

—Sí, y yo decidí guardarlo —negó con la cabeza—. Mira, todos nos equivocamos. Y él te perdonará. Igual que tú le has perdonado mil veces. Solo déjale algo de tiempo. Y vete a dormir.

Vi que se daba la vuelta e iba a la habitación, dejándome sola. Me quedé mirando la televisión un rato y alcancé la mantita. Ya empezaba a volver el frío. Y yo seguía yendo en pantalones cortos de algodón. Era muy lista.

Miré la hora en el móvil varias veces —o, más bien, si me había respondido— y volví a dejarlo en la mesa todas esas veces, algo decepcionada.

Al final, asumí que, simplemente, no iba a llegar. Apagué la televisión cuando ya era de madrugada y me puse de pie, dejando la manta con un poco más de fuerza de la necesaria. Idiota. Él. Y yo también. Pero él más.

Y fue en ese glorioso momento cuando escuché la puerta de la entrada abriéndose.

Me di la vuelta al instante y, efectivamente, lo vi entrando. Él ni siquiera se había dado cuenta de mi presencia. Iba vestido de la misma forma que la última vez que lo vi. Bueno, quizá un poco más despeinado. Pero parecía... extrañamente relajado.

Como no sabía cómo reaccionar —o, más bien, cómo reaccionaría él—, me quedé de pie ahí, mirándolo. Tragué saliva cuando levantó la cabeza hacia mí.

—Hey —murmuré, incómoda.

Sus ojos me recorrieron de arriba abajo antes de volver a los míos.

—Hey —enarcó una ceja.

Y creo que fue ahí cuando me di cuenta... de que estaba malditamente borracho.

—¿Has bebido? —pregunté en voz baja, acercándome.

Jack casi pareció divertido cuando me siguió con la mirada hasta que me planté delante de él.

—Depende —ladeó la cabeza, sonriendo de lado.

—¿Que depende? ¿De qué?

—De a lo que te refieras. No he bebido agua.

Y contuvo una sonrisa cuando vi que le fruncía el ceño. El impulso de empujarlo fue fuerte, pero me contuve, apretando los labios.

—¿Esto te hace gracia? —le pregunté, enfadada.

—¿El qué?

—¿Se te han olvidado todos esos meses, Jack?

—¿Qué meses?

—¡Los que te pasaste encerrado en una habitación! ¿Se te ha olvidado lo mal que lo pasaste?

—Si no recuerdo mal, uno de esos meses fue prácticamente todo hacerlo, así que tampoco fue tan malo.

Entreabrí los labios cuando empezó a reírse de su propio chiste. Después, pasó por mi lado como si nada.

—Bueno, venga, vamos.

Lo seguí con la mirada, confusa, cuando vi que se dirigía al pasillo. Sin embargo, se detuvo cuando miró a su alrededor y vio que no lo estaba siguiendo. Me miró.

—¿A qué esperas?

—¿A qué...? ¿Dónde vas?

—A la habitación.

—¿A qué?

—A hacer las paces. Venga, vamos.

Demos las gracias al señor por no tener un cuchillo en la mano en estos momentos de tensión o esto hubiera terminado muy mal.

—¿Estás bromeando? —me indigné—. ¿Te crees que así se arreglan las cosas?

—No sé si se suelen arreglar así, pero seguro que es la mejor forma.

—¿La mejor...? Jack, ¡estás borracho!

—No seas exagerada, no he bebido tanto.

—¡Me da igual, me dijiste que no volverías a hacerlo!

—Y tú me dijiste que no volveríamos a guardar secretos el uno con el otro —me guiñó un ojo—. Ya estamos en paz, Mushu.

—¡No me llames Mushu ahora!

—Nunca dejas que te llame así —puso los ojos en blanco, arrastrándose hacia mí con pasos perezosos—. Ni estando enfadados, ni estando contentos...

Iba a decir algo, pero me detuve cuando se detuvo delante de mí, sujetándome con ambas manos por las caderas y pegándome a las suyas. Tenía una sonrisa maliciosa en los labios cuando se inclinó hacia delante y me dio un beso justo debajo de la oreja. No pude contenerme y sentí que se me erizaba la piel.

—¿Seguro que no quieres ir a hacer las paces? —insistió en mi cuello.

—Jack, estás borracho —repetí por enésima vez.

—Y tú tienes un culo espectacular.

Puse los ojos en blanco, pero se me encendieron las mejillas cuando bajó las manos a él y le dio un apretón descarado. Hubiera deseado odiar eso más de lo que lo hice. Y más estando enfadada. Pero él volvió a inclinarse hacia delante, esta vez para besarme. Me eché hacia atrás justo a tiempo.

—Jack...

—Venga, Michelle, no seas aburrida.

—No, para —esta vez lo dije en serio.

Se quedó mirándome un momento, esta vez sin sonreír, y me soltó. Di dos pasos atrás y vi que apretaba los labios.

—¿Qué? —preguntó.

—¿Qué? —repetí—. ¡No he sabido nada de ti desde anoche!

—¿Y qué?

—¿Qué...? ¿Te crees que ha sido agradable para mí?

—Ahora estoy aquí, ¿no?

—¡No es eso, Jack!

—¿Por qué siempre tienes que complicarlo todo? —puso los ojos en blanco, yendo al sofá.

Lo seguí, irritada, cuando se dejó caer y volvió a intentar lo de antes, dando una palmadita a su lado. Suspiró pesadamente cuando me crucé de brazos, quedándome delante de él.

—¿Qué? —repitió.

—¿Eso es lo que vas a hacer siempre que tengamos un problema? ¿Irte corriendo?

—No me fui corriendo —frunció el ceño.

—Sí, lo hiciste. Lo haces continuamente. En cuanto tenemos un problema, te vas y desapareces, me evitas... y... y luego vuelves esperando que ignoremos que lo has hecho.

—No estaba evitándote.

—¿Ah, no? ¿Y por qué no me respondías a las llamadas? ¿O a los mensajes?

Él volvió a poner los ojos en blanco y dejó caer la cabeza hacia atrás, pasándose una mano por la cara.

—Estoy demasiado bebido como para hablar de esto. Y tú demasiado enfadada.

—Igual si no hubieras bebido no estaría enfadada, Jack.

—¿Y qué más te da si bebo o no? No eres mi madre.

—¡No, soy tu prometida! —le enseñé el anillo—. ¿O ya se te ha olvidado?

—¿Cómo voy a olvidarme de eso?

—¡No lo sé, Jack, dímelo tú!

—¡Es que no sé qué demonios quieres que te diga!

—¡No quiero que digas nada! ¡Quiero que, si tenemos un problema, te quedes a hablarlo conmigo para que podamos arreglarlo, no que te vayas corriendo!

—¿Y de qué querías que hablara? —me miró, enfadado—, ¿del hecho de que besaste a mi hermano?

Me detuve y le fruncí el ceño.

—No fue así. Y lo sabes.

—Oh, ¿lo sé? ¿En serio? ¿Te molestaste en explicármelo? Porque yo no recuerdo que me contaras muchos detalles.

—¿Y qué demonios querías que te contara?

—¡Que mi maldito hermano te besó, Jennifer!

—¡No fue como tú crees! ¡No es... no significó nada! ¡Solo fue un beso!

—¡Igual que lo mío con Vivian solo fue un beso, justo después de que TÚ me dejaras tirado como a un imbécil! ¡Y cuando te lo conté te pusiste histérica!

—¡No es lo mismo!

—¿Y por qué demonios no es lo mismo? ¿Porque tú estabas conmigo y yo no estaba contigo cuando lo hice?

—¡Yo no besé a Mike, Jack!

—¡Igual que Lana no lo hizo! ¡O la otra! ¡Siempre es todo culpa de Mike, pero, de alguna forma, siempre termináis acostándoos con él!

Entreabrí los labios. El corazón me iba a toda velocidad por el enfado. Él seguía sentado en el sofá, mirándome fijamente. Apreté los labios en una dura línea.

—¿Eso es lo que te crees? ¿Que iba a acostarme con él?

Apartó la mirada y negó con la cabeza.

—No, no es eso.

—Sí, sí lo es. Es lo que acabas de decir.

—No quería decirlo así, ¿vale?

—Pues es como te ha salido —no pude evitar que me temblara la voz—. ¿Esa es toda la confianza que tienes en mí? ¿Te crees que no te dije nada porque quería hacer algo con él? ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos?

—Jen, no...

—¡Cállate! —le espeté—. ¡Lo que pasó fue que Mike me besó, me aparté y luego se disculpó porque se arrepentía de haberlo hecho! ¡Eso es todo! ¡No hubo más intenciones! ¡Ni siquiera intentó volver a acercarse a mí! ¡O yo a él!

Jack me miró con los labios apretados, pero al menos no dijo nada.

—¿Sabes qué? —sacudí la cabeza—. Creo que tienes razón. Has bebido demasiado como para hablar de esto. Mejor recúperate aquí solo esta noche.

Noté su mirada clavada en mi nuca cuando fui al pasillo, enfadada. Sin embargo, me detuve en seco cuando un pensamiento me asaltó la mente. Me volví a dar la vuelta y descubrí que se había puesto de pie y venía hacia mí, pero se había detenido al verme la cara. Frunció un poco el ceño.

—¿Qué? —preguntó, cauteloso.

—¿Dónde pasaste la noche ayer? —le pregunté en voz baja.

Su expresión lo dijo todo. Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo y volvió a cerrar la boca. Mi corazón se aceleró a instante.

—¿O con quién? —reformulé la pregunta.

—No pasó nada —me aseguró enseguida.

—¿Que no...? ¿Has pasado la maldita noche con Vivian?

—No pasó nada —repitió—. Solo... no sabía dónde ir...

—¡Podrías haber venido aquí! ¡Podrías haber ido a casa de tu abuela, o de tu madre! ¡Podrías haber ido a un maldito hotel si hubieras querido! ¡Tú mismo elegiste ir a casa de esa chica sabiendo perfectamente lo que siente por ti!

—No siento nada por Vivian, Jen.

—¡No, claro, pero en cuanto discutimos lo primero que haces es ir a su casa a dormir!

—¡Te estoy diciendo que no pasó nada!

—¡Me da igual! ¿Cómo te sentirías si yo te dijera que he ido a dormir a casa de Monty? ¿O de alguien con quien me hubiera besado antes? ¿Te calmaría mucho que te dijera que no pasó malditamente nada?

—Jen... —hizo un ademán de agarrarme del brazo.

—¡No, no me toques! ¡Vete a la mierda, Jack! ¡O vete a dormir con tu nueva novia, porque te aseguro que conmigo no vas a dormir!

Me di la vuelta, furiosa, y me precipité hacia nuestra habitación. Cerré la puerta a mi espalda con un poco más de fuerza de la necesaria, sin tener en cuenta los demás habitantes de la casa. Al menos, nadie se despertó.

En cuanto estuve sola, me invadieron unas ganas terribles de llorar. Me metí en mi lado de la cama y me tapé la cara con las manos, intentando no pensar en el idiota que seguramente estaba sentado en el sofá. Y pensar que yo había estado preocupada toda la noche cuando él, simplemente... había estado con esa otra idiota.

Al menos, no vino a buscarme esa noche.

***

Hice lo que pude y más para evitarlo a la mañana siguiente. No fui a correr. La verdad es que era lo último que me apetecía en esos momentos. En su lugar, me quedé en la cama una buena parte de la mañana y después acompañé a Sue a comprar no sé qué mueble para su habitación. Cualquier cosa con tal de no verlo.

No tuve tanta suerte una hora antes de cenar.

Salí de la ducha con mi pijama puesto y fui al salón con el móvil en la mano. Hubo un momento de silencio incómodo cuando vi que el único sitio libre era a su lado. Will y Sue me miraron de reojo. Naya debía estar en la habitación con la niña. Puse los ojos en blanco disimuladamente y fui a la cocina a por una bolsa de golosinas antes de volver a la habitación.

Pero, claro, esta vez no lo dejó pasar.

Apenas había cerrado la puerta cuando volvió a abrirse. Tampoco hizo falta que me diera la vuelta para saber quién era.

—¿Hasta cuándo vas a seguir con esto? —me preguntó, irritado, volviendo a cerrar.

—¿Con qué? —no levanté la mirada, tumbándome en la cama.

—Evitándome, Jen.

—¿Y me lo dices tú, Ross? —le enarqué una ceja, mirándolo.

Él me puso mala cara al instante en que oyó Ross en lugar de Jack.

—Mira, igual hablé más de lo que debía, pero estaba enfadado. Y sabes que tenía motivos para estarlo. ¿Esto es necesario?

—No tengo ganas de hablar, Jack.

—Pues yo sí las tengo, especialmente si vas a seguir ignorándome así. Es jodidamente insoportable.

Lo miré por unos segundos antes de volver a agachar la mirada. Él negó con la cabeza. Lo supe incluso sin mirar.

—¿Sabes qué? Avísame cuando te apetezca hablar —murmuró, abriendo de nuevo—. Me voy a acompañar a Will a fumar.

Suspiré cuando escuché la puerta principal. Al poco rato, los pasos de Sue al cuarto de baño y abriendo el agua de la ducha.

Aproveché para ir a devolver la bolsa de golosinas. Se me había quitado el hambre. Pero tenía sed. Abrí la nevera y me quedé mirando un momento las cervezas sin alcohol que Jack había comprado en sustitución a las de siempre... solo porque yo se lo había pedido.

Vale, ya no estaba segura de si estaba siendo desproporcional o demasiado blanda. Me quedé mirando un momento más la nevera como una idiota.

El timbre sonó y me preparé a mí misma mentalmente para pedirle a Jack que viniera a hablar conmigo a la habitación. Me tomé un momento para respirar antes de abrir.

Y... no era Jack.

Por un momento, me quedé mirando al chico que tenía delante, pasmada.

—¿Qué...? ¿Monty?

¿Qué demonios?

Él me miró un momento. Seguro que mi cara era un poema. Tragó saliva y, sin más, me apartó para pasar por mi lado. Yo lo miré, todavía más perpleja.

—¿Qué...? ¡Oye! ¡No te he dicho que pudieras pasar!

Él se detuvo en medio del salón. Yo seguía sin saber cómo reaccionar, así que dejé la puerta abierta para poder echarlo a patadas. Me quedé mirándolo mientras él seguía inspeccionando cada rincón de la casa con los ojos.

—¿Estás sola? —preguntó, por fin.

No me gustó esa pregunta, así que miré a mi espalda inconscientemente. Me pregunté si Jack me ayudaría si iba a ped... bueno, ¿qué estaba diciendo? Claro que me ayudaría. Y sin necesidad de pedírselo.

—No —me crucé de brazos—. Y te vuelvo a recordar que no te he invitado a entrar, Monty.

—¿Y con quién estás? —me miró, enarcando una ceja.

—¿Y a ti qué te importa? ¿Puedes salir ya de mi ca...?

—¿Es verdad que te vas a casar?

Me detuve en seco, sorprendida. Él me miraba fijamente. Su pecho subía y bajaba a toda velocidad.

—¿Eh?

Me ignoró y se acercó, agarrándome la mano con poca delicadeza y mirando el anillo. Di un tirón de mi brazo enseguida, pero me tenía sujeta. Eso me trajo más recuerdos de los que siquiera sabía que tenía y se me paró el corazón.

—Suéltame —mi voz sonó sorprendentemente segura.

—Así que es verdad —me frunció el ceño—, ¿se puede saber qué te pasa? ¿Te has vuelto loca?

—¿Qué...?

—¿Cuánto hace que lo conoces? ¿Unos meses?

—Desde que entré en la Universidad y tú me pediste una relación abierta, en realidad —di un tirón a mi mano y la liberé por fin, acariciando mi muñeca—. ¿Se puede saber qué haces aquí?

—¡Ayudarte a que recapacites, Jenny!

—¿A que... recapacite? —repetí, pasmada.

—¡Ya me has oído! ¡No tienes ni veinticinco años, por el amor de Dios! ¿Cómo demonios vas a casarte?

—Te recuerdo que eso es problema mío, Monty. No eres mi novio. Ni siquiera eres mi amigo.

—¿Es por el dinero? —preguntó—. ¿Es eso? ¿Quieres hacerte rica?

Estaba harta de eso. De que todo el mundo se creyera que estaba con Jack por el dinero. Y que lo dijera Monty era mucho peor. Bueno, cualquier cosa dicha por el imbécil de Monty era peor.

—Vete de aquí —dije, señalando la puerta.

—No —frunció el ceño—. No hasta que hablemos.

—¿Y de qué quieres hablar? —pregunté, perpleja.

—¡De nosotros!

—¿Qué...? ¡Tienes novia! ¡Y yo voy a casarme! ¿Qué nosotros hay ya?

—Venga ya, Jenny. Déjate de tonterías.

—¿Qué tonterías? ¿Te crees que sigo queriendo volver contigo o qué?

Él se detuvo, un poco sorprendido por la agresividad de mis palabras.

Y sentí que toda la rabia que le había estado guardando con el tiempo salía en ese momento hacia él.

—¿Te crees que quiero volver con alguien como tú? —repetí—. ¿Para qué? ¿Para que vuelvas a pasarte el día manipulándome o convenciéndome de hacer cosas que no quiero hacer?

—No te hagas la víctima.

—¡No me hago la víctima! ¡Tú me hiciste víctima! ¡Toda nuestra maldita relación estuvo basada en que yo hiciera exactamente todo lo que tú querías que hiciera! ¡Y asustada constantemente por si no te gustaba algo! ¡O creyendo que no era lo suficientemente buena para ti o para nadie! ¿Te crees que disfruté algún maldito momento de eso?

—No todo fue malo.

—¡No, Monty, pero todo lo bueno queda eclipsado por lo malo! ¡Hay demasiadas cosas malas! ¡Nunca me quisiste! ¡Ni siquiera cuando estaba contigo!

—¡Me pasaba el día diciendo que te quería!

—¡Oh, sí, lo repetías continuamente para que me sintiera mal cada vez que me enfadaba porque me empujabas o te volvías loco por cualquier tontería!

—¿Que estás diciendo? ¿Que me lo inventaba?

—¡Te estoy diciendo que no sabes lo que es querer a alguien! ¡Si me hubieras querido, nunca me hubieras tratado como me trataste! ¡Y, si quisieras a Nel, no la tratarías como la estás tratando ahora, viniendo aquí a... a hablar de un nosotros que ni siquiera ha llegado a existir!

Se quedó mirándome un momento, pensando en algo que decir. Yo no me había dado cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Lágrimas de rabia.

—Claro que te quería, Jenny —me dijo en voz baja, mirándome—. Sabes que lo hacía. Y... sé que ahora todo lo malo parece demasiado y todo lo bueno muy poco, pero... pero sabes que te quería. Lo sabes.

Me quedé mirándolo fijamente con los labios apretados. Él dio un paso hacia mí al ver que no me movería.

—Nel no significa nada. Nunca lo ha hecho. He tardado en darme cuenta. Y... la cagué con ella demasiadas veces, lo sé. No es culpa suya, es completamente mía. Yo era el que tenía un compromiso contigo. Y no te cuidé. No supe hacerlo, pero eso no significa que no te quisiera. O que no te quiera ahora.

Apreté aún más los labios cuando se adelantó y me puso una mano en la mejilla.

—Venga, Jenny, ¿de verdad piensas que todo lo de nuestra relación fue malo?

Esperó una respuesta que no llegó. Al final, volvió a hablar él.

—Siento si te hice daño. Yo... era una mala persona. Y tuve suerte de encontrarme a alguien como tú. Que me... que me cuidara. Y que supiera ver algo más que todo lo malo. Lo viste durante meses. Hasta que nos separamos. Pero, hasta entonces, habíamos sido felices.

—Yo no era feliz, Monty —sacudí la cabeza.

—Ahora crees que no, pero lo eras. Te conozco, Jenny. Más que nadie en el mundo. Y sé que eras feliz. Y puede que ahora también lo seas, pero, venga ya. ¿De verdad es lo mismo con él que conmigo?

Di un paso atrás cuando intentó alcanzarme con la otra mano y mi espalda chocó con la barra de desayuno. Él seguía mirándome como si no hubiera levantado la voz en su vida.

—Si... si ahora mismo te dijera que quiero que vuelvas conmigo. Que... que te quiero... ¿no lo pensarías? ¿No tendrías ni una pequeña parte de ti que dudara? ¿Ni una?

Negué con la cabeza, pero él me ignoró y se acercó a mí, sujetándome la cara con las manos. Como tantas veces lo había hecho en el pasado. Y seguía recordando lo mucho que me había gustado en su momento.

—Jenny, yo te quiero —me dijo en voz baja—. Mírame. Sabes que digo la verdad.

No dije nada. Él apretó los labios, tragando saliva.

—Nunca he querido a nadie como te quiero a ti —insistió—. Y nunca lo haré. Por muchas chicas como Nel que se crucen por mi camino, jamás será lo mismo. Lo nuestro era especial. Sigue siéndolo. Te quiero.

Cuando se inclinó para besarme, ya no pude más y esbocé una sonrisa irónica.

—¿Te crees que lo que tuve contigo es mínimamente comparable a lo que tengo con Jack, Monty?

Él se detuvo a medio camino del beso y me miró.

—¿Qué?

—A él lo amo. A ti ni siquiera llegué a quererte. Esa es la diferencia. Y la razón por la cual me voy a casar con él y no contigo.

Hubo un momento de silencio entre nosotros. Por primera vez desde que lo conocía, agarré sus manos y las aparté de mí. Él dio un paso atrás, sin palabras.

—Ahora —señalé la puerta—, por favor, vete antes de que venga Jack y te vea aquí.

—¿Y qué hará si me ve aquí? —preguntó, de repente sacando su verdadera forma de ser—. ¿Volver a darme una paliza? ¿Eso es lo que quieres en tu vida? ¿Y luego soy yo el violento?

—Jack no es como tú.

—No, Jenny. Es exactamente igual. Seguro que alguno de estos días termina dándote una bofetada. Igual que lo hice yo.

—Vete de aquí —repetí, furiosa.

—¿O qué? ¿Me vas a echar tú?

—No, voy a hacerlo yo.

Creo que mi respingo fue mayor que el de Monty cuando Jack apareció a su lado de la nada. Will estaba en la puerta, algo tenso. Acababan de llegar, seguro.

—¿Qué hace este aquí? —me preguntó Jack sin dejar de mirarlo.

Monty pareció más ofendido por eso que por todo lo demás.

—Este tiene nom...

—Cállate —Jack me revisó de los pies a la cabeza—. ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo?

—Estoy bien.

—¿Estás segur...?

—Jack, estoy bien, solo le estaba diciendo que se fuera de una maldita vez.

Él se giró hacia Monty.

—¿Y a qué demonios esperas? ¿Quieres que llevarte un recuerdo, como la última vez?

Monty podía hacerse el valiente, pero estaba claro que eso le había asustado un poco.

—Estaba a punto de irme —le dijo en voz baja—. Ya le he dicho a Jenny todo lo que tenía que decirle.

—Eso ya lo hiciste hace mucho tiempo. Podrías haberte ahorrado el viaje.

Se miraron el uno al otro por un momento y la tensión de la habitación fue más que evidente. Sin embargo, Monty se apartó y fue a la puerta, mirándome por última vez. Yo notaba cada músculo de mi cuerpo tenso. Will lo miró fijamente mientras salía y cerró la puerta.

—¿Estás bien, Jenna? —me preguntó.

—Que estoy bien, pesados. Tampoco soy una damisela en apuros —murmuré, aunque la verdad es que me temblaban las manos.

Jack me miró un momento y Will suspiró.

—Bueno... será mejor que vaya a ver a Naya y Jane.

Y, con esa excusa lamentable, se marchó y nos dejó solos. Yo noté que se me encendían las mejillas cuando me di cuenta de que Jack seguía mirándome fijamente.

—¿Qué? —pregunté, a la defensiva.

—No tienes que hacerte la fuerte conmigo, Jen.

—Contigo, precisamente, es con quien más tengo que hacerlo ahora mismo.

Él apartó la mirada un momento, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué sigues enfadada conmigo?

—Lo sabes perfectamente.

—¿Por Vivian? ¿En serio?

—¿Por qué lo dices así? ¿Como si no fuera nada?

—¡Porque no es nada!

Lo miré y puse los ojos en blanco.

—Olvídalo.

Fui directa a la habitación y no me molesté en cerrar la puerta. Efectivamente, en cinco segundos él estaba de pie delante de mí otra vez.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que me arrepiento? Porque, joder, te aseguro que me estoy arrepintiendo más de eso que de cosas peores que he hecho en mi vida.

—No es eso, Jack.

—¿Y qué es? ¿Qué quieres que diga?

—¡Nada!

—¡Vale, pues dime qué quieres que haga para que podamos olvidarnos de esto!

Le sostuve la mirada un momento y, de la nada, me puse a llorar.

Sí, a llorar.

Él pareció todavía más perplejo que yo. Y te aseguro que yo lo estaba. Se quedó parado unos segundos, mirándome. Después, hizo un ademán de ponerme una mano en el brazo.

—Aparta, idiota —murmuré, lloriqueando.

Me puso mala cara, aunque estaba mezclada con la preocupación y la confusión.

—¿Qué he hecho ahora?

—¡Nada!

—¿Y qué te pasa?

—¡Nada! ¿Vale?

—Jen, está claro que te pasa algo.

—Es... es que... te.. te quiero mucho Jack.

Y lo dije llorando como una idiota. Él se me quedó mirando con una mueca confusa.

—Vale —empezó lentamente, con cautela—. Yo te lo agradezco mucho. Y comparto el sentimiento. Más que nada en el mundo. Pero creo que no te sigo, Jen.

Ya somos dos.

—Pues claro que no me sigues, idiota.

—Un poco de ayuda no me iría mal, la verdad.

—Es que... yo... Monty me ha....

Su expresión cambió completamente.

—¿Qué te ha hecho?

—Nada —añadí y volvió a fruncir el ceño con confusión—. No es eso.

—Vale, Jen, ¿vas a decirme ya lo que es o tengo que ir a por un adivino?

—Es que... verlo me ha... me ha hecho recordar lo que era estar con él...

Parpadeó unas cuantas veces, intentando comprender en qué punto se unía mi enfado con él y mi enfado con Monty.

—No tienes que preocuparte de eso, Jen —dijo, confuso—. Nunca más. Ya no estás con él.

—¡Pues precisamente por eso!

—Espera... ¿estás llorando porque no estás con él?

—¡No!

—Vale, ¿quieres que vaya a por un pañuelo o algo así? Porque ahora mismo me siento bastante poco útil.

—Quiero estar sola —mascullé.

Suspiré e hizo un ademán de ir hacia la puerta. Lo detuve por el brazo enseguida.

—¡No me dejes sola, idiota!

Frunció el ceño, perdido.

—¿Qué...?

—¿En serio ibas a dejarme sola y llorando? ¿Qué clase de persona eres tú?

—¡Acabas de decirme...!

—¡No quiero un pañuelo, quiero un novio que me quiera!

—¡Lo tienes, literalmente, a un metro de distancia! ¡Y podría estar a menos si en lugar de discutir estuviéramos metidos en la cama de una vez!

—¿Ves como eres un idiota?

—Mira, Jen, he sido un idiota mil veces en mi vida. Pero ahora mismo te aseguro que no sé por qué lo estoy siendo.

—¡Porque no me entiendes!

—¡NI SIQUIERA SÉ QUÉ TENGO QUE ENTENDER!

—¡PUES A MÍ!

—¡SINCERAMENTE, DUDO QUE TE ENTIENDAS TÚ MISMA!

Volví a lloriquear como una idiota y me pegué a él, rodeándolo con los brazos y pegando mi mejilla a su pecho. Se quedó todavía más paralizado de la impresión. Pero me devolvió el abrazo enseguida, claro.

—Mira, no sé por qué te has puesto a llorar, pero seguro que no es ni la mitad de importante de lo que te crees.

Me pasé los dedos bajo los ojos y me separé para mirarlo. Él parecía un poco confuso, sin saber por dónde iba a salir ahora.

Y mi primer impulso fue agarrarlo del cuello de la camiseta y tirar de él hacia mí, pegando mis labios a los suyos.

Se quedó muy quieto por un momento, pero luego me devolvió el beso como si nada. Y con muchas más ganas que yo.

Me puso una mano en la nuca y me acercó hasta que nuestros cuerpos estuvieron pegados. Yo clavé una mano en su pecho y agarré su camiseta en un puño, inclinándome hacia atrás cuando él me sujetó de la cadera y se inclinó hacia delante, sujetándome. Hundí la otra mano en su pecho y noté que su corazón se aceleraba encima del mío, así que lo pegué tanto como pude y aumenté la intensidad del beso.

Y, de la nada, me separé y lo miré con mala cara.

—Vete.

Se quedó mirándome con la respiración acelerada y los labios hinchados.

—¿Eh?

—Que te vayas. Quiero estar sola.

Me metí en la cama y me di la vuelta cuando me di cuenta de que seguía mirándome con una mueca de confusión absoluta.

—¿Qué haces?

—Es que no sé qué demonios quieres que haga —replicó lentamente.

—¡Acabo de decirte que me dejes sola!

—¡Y antes también y casi me matas cuando lo he intentado!

—¡Pero ahora lo decía en serio y antes no!

—¡¿Y cómo quieres que note la diferencia?!

—¡Que te vayas, pesado!

Le lancé una almohada y la esquivó, mirándome. Finalmente, sacudió la cabeza y salió de la habitación, murmurando para sí mismo:

—Cada día entiendo menos el mundo...

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