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Capítulo 2

Considerad esto un regalito extra :v


No volvió a casa en todo el fin de semana... y nadie parecía muy preocupado por ello.

Intenté convencerme a mí misma de que eso era normal porque Will y Naya no dejaban de asegurármelo. Y, aunque no querían decirme dónde había estado, ya podía imaginármelo. Se me revolvían las tripas solo de pensarlo.

El lunes era mi primer día de clase. No estaba tan nerviosa como la primera vez. De hecho, hablé con algunos alumnos que habían ido a clase conmigo el año pasado y habían repetido asignaturas. Entre ellos, estaba Curtis. No había hablado demasiado con él el año pasado porque cada uno estaba con su propio grupo de clase, pero ese año estábamos solos y, no sé cómo, terminamos sentándonos juntos en todas las asignaturas comunes.

Resultó ser bastante más simpático de lo que esperaba. Y lo que más me gustó fue nuesta aparente coincidencia en babear por Henry Cavill.

—¿Lo viste en La liga de la justicia? —suspiró, negando con la cabeza—. Y, bueno, Gal Galdot tampoco estaba nada mal. Las cosas como son...

Cuando vio cómo lo miraba, sonrió.

—¿Qué?

—¿Te gustan ambos?

—Sí. Soy bisexual —me dedicó una sonrisa deslumbrante—. ¿Para qué quedarse en una acera cuando puedes estar en medio de la carretera e ir pescando de ambos lados?

No pude evitar reírme. Me gustaba su forma de ver las cosas. Sin embargo, hablar de superhéroes me entristecía un poco porque me recordaba a Jack. No tardamos en cambiar de tema.

Me quedé charlando un rato con su grupo de amigos y, al final, me ofrecieron ir a comer con ellos alguna vez entre clases. La verdad era que me apetecía. Hacía tanto que no tenía vida social...

En mi pueblo ya nadie que no fuera de mi familia —literalmente— estaba interesado en hablar conmigo. Monty había estado contando por ahí que le había sido infiel incontables veces en la ciudad y ahora todo el mundo me miraba como si fuera... bueno, no quiero ni decirlo. 

No era cierto, claro, pero... ¿lo habrían juzgado a él igual de mal que a mí? Lo dudaba mucho. Además, ¿por qué lo creían sin pruebas?

Menos mal que Spencer no se lo había cruzado.

De todas formas, me despedí de Curtis y los demás para encaminarme hacia la residencia. Ya era por la tarde y tenía las botas empapadas de la pequeña capa de nieve que se había formado en mi ausencia cuando entré en el edificio. Era extraño ver que seguía exactamente igual, pero... no parecía el mismo.

Me había dado cuenta de que, cuando estás triste, el mundo parece haber adquirido un tono un poco más gris.

Chris estaba con el ceño fruncido en su móvil. No levantó la cabeza cuando escuchó la puerta.

—¡Dos movimientos! Tiene que ser una broma... —masculló—. ¡Límpiate la nieve en la alfombra o voy a tener que fregarlo y no...!

Se detuvo al levantar la cabeza y verme. Sonreí, divertida, cuando él también me sonrió.

—¿Qué tal, Chrissy?

—Ahora un poco peor —puso una mueca.

—Perdón. Chris.

Decidió pasarlo por alto y se puso de pie con una sonrisa.

—¡Mi inquilina favorita!

—¿Cómo estás? —le di un pequeño abrazo por encima del mostrador.

—Pues... como siempre —se encogió de hombros—. Las cosas no varían mucho por aquí, la verdad.

—El Candy Crush tampoco —sonreí, burlona.

—¡Solo juego cuando no tengo nada mejor que hacer! —se justificó enseguida, rojo de vergüenza—. Bueno... ¿has vuelto a vivir por aquí? Naya no me había dicho nada.

—Sí, no le ha dicho nada a nadie.

—¿Dentro de ese nadie está...?

No necesitó decirlo.

—Sí, está dentro de ese nadie.

—Suena a tontería que haría Naya para salirse con la suya —Chris suspiró—. En fin, ¿has vuelto a estudiar?

—Voy a hacer el cuatrimestre que no empecé —repiqueteé los dedos en el mostrador, un poco nerviosa—. En realidad, quería hablar contigo sobre eso.

—¿Necesitas habitación? —adivinó.

—Sí —sonreí—. Me gustaría quedarme en casa de Will y Naya, pero... eh...

—Las cosas no están muy bien ahora mismo, lo sé. Últimamente, veo a Ross casi cada día —puso una mueca—. Me tiene harto.

Intenté que no se me notara que eso me afectaba. Me limité a encogerme de hombros.

—¿Tienes habitaciones libres?

—La verdad es que no... será difícil encontrarte una individual a estas alturas del curso.

—¿Y compartida?

Se puso delante de su ordenador a teclear a toda velocidad. Yo miré el cesto de condones que tenía al lado y no pude evitar sonreír un poco cuando vi uno de mora.

Sin embargo, la sonrisa se me borró cuando vi que Chris miraba por encima de mi hombro y ponía mala cara.

—Podrías, al menos, intentar disimular —soltó de mala gana—. Si mi jefa se entera de que te estoy dejando entrar aquí...

No necesité darme la vuelta para ver quién estaba bajando las escaleras. Apreté los labios con fuerza al pensar en lo que habría estado haciendo esa noche. Y toda la mañana. No. No quería pensarlo. No quería saberlo.

—No se enterará —murmuró Jack, deteniéndose a mi lado en el mostrador.

No me giré para devolverle la mirada cuando noté que clavaba los ojos en mi perfil. Una parte de mí no se atrevía a hacerlo. Me retorcí los dedos sobre el mostrador, un poco nerviosa.

Todavía no había hablado con él. Ni siquiera lo había vuelto a ver. Y ya hacía dos días que había vuelto. Era raro pensar en ello.

—¿Qué hacéis? —preguntó Jack sin despegar los ojos de mí.

Intenté dedicarle una mirada significativa a Chris, cuyos ojos oscilaban entre nosotros. Estaba tan ocupado intentando descifrar qué pasaba que no se dio cuenta de nada.

—Busco una habitación para Jenna —dijo, finalmente.

Muchas gracias, Chrissy.

No había mejorado su discreción con un año.

Entonces, escuché una risa suave a mi lado y me atreví a girarme por primera vez hacia él. 

Tenía un aspecto bastante malo, como si hubiera dormido mal. Podía imaginarme por qué había dormido mal. Pero lo que me disgustó no fue eso, sino la mirada frívola que tenía clavada en mí. Nunca me había mirado así.

Y lo peor es no poder culparlo, ¿eh?

Él ladeó la cabeza, mirándome.

—Acabas de llegar y ya quieres volver a irte corriendo —me dijo lentamente—. Qué sorpresa.

—No voy a irme corriendo a ningún lado —murmuré, mirando a Chris—. Solo quiero terminar mi año universitario.

—Qué lástima que ya no tengas a alguien que te lo pague todo, ¿no?

Ugh.

Él repiqueteaba los dedos en el mostrador justo al lado de mi mano. La alejé visiblemente y vi que dejaba de hacerlo.

No quería entrar en ese juego. Dolía, pero... me lo merecía. Lo había tratado muy mal. O eso creía él. ¿Lo había hecho? Ya no estaba segura de nada.

Vale, no quería entrar en ese juego... pero tenía demasiados sentimientos acumulados. Lo miré de reojo.

—Nunca te he pedido que me pagaras nada —mascullé.

Él volvió a soltar esa risa despectiva pero suave que ya me estaba empezando a poner nerviosa.

—Tú nunca pides nada, ¿verdad?

Apreté los labios.

—Estoy ocupada, Jack.

—Ross —me corrigió secamente.

—¿Qué?

—Que me llames Ross.

No pude evitarlo. Puse los ojos en blanco.

—No seas infantil.

Se formó un silencio muy tenso a nuestro alrededor cuando volví a girarme hacia Chris. Jack había dejado de repiquetear los dedos en la encimera, pero seguía mirándome fijamente. Ya no sonreía.

—¿Hay habitaciones o no? —le pregunté directamente.

—Ahora mismo, no —dijo él tras echarle una ojeada a Jack, claramente incómodo—. Pero... hay una chica que tiene pendiente decirme si dentro de un mes se va de aquí. Es una individual.

—¿Podrías avisarme si se va? —ignoré categóricamente la mirada que tenía clavada en el perfil.

—Eh... —Chris miró a Ross de nuevo, incómodo—. Sí, claro. Serás la primera en saberlo. ¿Tienes dónde dormir mientras no estés...?

—Tranquilo, duerme en mi cama —lo cortó Ross.

Intenté no poner mala cara con todas mis fuerzas, pero no pude evitarlo. Volví a ignorarlo.

—Gracias, Chris —remarqué su nombre—. Ya nos veremos.

Me di la vuelta y me alejé de ellos rápidamente hacia la puerta de la residencia.

—Y, Ross —escuché decir a Chris—, ¿podemos hablar de...? ¡Oye, Ross!

Pareció aceptar que no iba a ser escuchado cuando vio a Ross ignorándolo y siguiéndome hacia el exterior del edificio. No pude evitar poner una mueca cuando bajé las escaleras y se posicionó a mi lado. Ni siquiera lo miré.

—¿A qué viene tanta prisa? —preguntó, colocándose delante de mí y andando de espaldas para mirarme de esa forma.

—Déjame en paz, Ross —remarqué su nombre.

—Te he dejado en paz un año, creo que es justo que ahora pueda no hacerlo.

Me detuve, mirándolo. Él también se detuvo delante de mí y vi que apretaba los labios al mirarme de arriba abajo.

—Mira... —empecé lentamente—, sé que esto no es cómodo para ti.

Intenté ignorar la risa áspera que soltó, mirándome y negando con la cabeza.

—No sabía que estabas aquí —añadí—. Si lo hubiera sabido...

—...no te habrías atrevido a venir. Sí, lo sé.

—No... no es cuestión de que me atreva o no, Ross, es cuestión de que esto no es cómodo para ninguno de los dos. Lo entiendo. Puedes tener tu habitación y yo dormiré en el sofá mientras tanto para que...

—Puedes quedarte con tu maldita habitación —sus ojos se enfriaron—. Después de todo, es más tuya que mía. Siempre lo ha sido, ¿no?

Fruncí el ceño.

—¿Qué quieres de...?

—Déjalo —recuperó el tono despectivo—. Así que ahora vivirás aquí. En la residencia. Qué interesante, ¿no?

No respondí. Él esbozó una pequeña sonrisa maliciosa, inclinándose hacia delante.

—Podría hacer contigo lo que hago con las demás chicas de esa residencia. ¿Eso te gustaría?

Tragué saliva. Intenté contar mentalmente hasta diez cuando tuve el impulso de responderle de malas maneras. Él se había separado y se acababa de encender un cigarrillo, mirándome con ese brillo cruel en los ojos. Enarcó una ceja, esperando una respuesta.

—No soy tu maldita chica de residencia —le dije secamente.

—¿No lo eres?

—No. Así que ten un poco de respeto.

—¿Respeto? ¿El mismo respeto que tuviste tú hace un año?

Me mantuve firme con mi mala cara.

—Jack, yo no...

—Ross —me cortó.

—¡Por favor, solo es un nombre!

—Sí, es mi nombre, así que llámame como quiera yo, no como te apetezca a ti.

Parpadeé, sorprendida. Intenté no dar un paso atrás cuando clavó en mí una mirada mucho más dura.

—No hace falta que estés... —intenté decirle.

—Oh, ni se te ocurra decirme cómo tengo que estar —me cortó con una risa áspera—. Ni se te ocurra.

Aparté la mirada y negué con la cabeza.

—¿Por qué me has seguido si, realmente, no quieres hablar conmigo?

Él ladeó la cabeza con una pequeña sonrisa, mirándome de arriba a abajo.

—Supongo que tenía curiosidad —admitió—. Pero... veo que no has cambiado mucho.

—¿Y eso qué se supone que significa? —fruncí el ceño por la forma en que lo dijo.

—Nada —me dedicó una pequeña sonrisa cruel.

Me observó unos segundos antes de que yo diera un respingo cuando algo pitó a mi espalda. Su coche. Estábamos de pie justo al lado.

No te pongas roja, por favor.

Se me encendieron las mejillas.

No es el momento de ponerse roja, Jennifer Michelle Brown.

—¿Dónde vas? —enarcó una ceja.

Honestamente, creo que era la pregunta que menos esperaba en esos momentos.

—A ca... es decir... eh... al piso.

Me miró durante unos segundos en silencio, soltando el humo del cigarrillo entre los labios. Estaba a punto de marcharme cuando vi que entrecerraba los ojos.

—Sube.

Parpadeé, sorprendida, cuando pasó por mi lado y se subió a su coche. Estaba tan confusa que me quedé mirando el vehículo con los labios entreabiertos.

¿Acababa de ofrecerme llevarme a casa? ¿Después de esa conversación?

Cuando vio que no me movía, puso los ojos en blanco y se apoyó con el codo en mi asiento, bajando la ventanilla.

—¿Durante este último año te has quedado sorda... —enarcó una ceja— ...o simplemente quieres que me vaya sin ti?

Tragué saliva y subí a su coche. Durante un momento, se sintió raro estar los dos ahí sentados. En cuanto estuve sentada, no esperó a que me pusiera el cinturón para dar un acelerón.

Y cuando digo que condujo rápido... lo digo en serio.

En realidad, una parte de mí estaba segura de que esa era la forma de conducir de Jack. Algunas veces, Will me había comentado que iba más despacio cuando yo estaba en el coche. Supongo que ya no más.

Me puse el cinturón precipitadamente cuando bajó la ventanilla para conducir con una mano —socorro— y fumar con la otra. Me aferré al asiento cuando se saltó un semáforo en rojo dando otro acelerón.

Y lo estaba haciendo a propósito, el muy...

Seamos positivas. Si morimos, al menos moriremos bien acompañadas.

Bueno, yo no quiero morir.

—¿Puedes...? ¿Puedes frenar un poco?

—Puedo, sí.

Y no lo hizo.

Lo miré con mala cara.

—Jack, en serio, no...

—Ross.

—¡Pues Ross! ¡Frena un poco!

—Es mi coche. No haberte subido.

—¿Sabes lo que es la normativa de tráfico? ¿Esos papelitos llamados leyes que sirven para que la gente las siga?

Esbozó media sonrisa maliciosa, pero no frenó.

De hecho, me dio la sensación de que pilló la siguiente curva todavía peor. Y a propósito. Puse una mueca, agarrándome con más fuerza.

—Vale, no frenes si no quieres —apreté los dientes—, ¿puedes cerrar la ventanilla?

—Estoy fumando.

—No deberías estar fumando mientras conduces.

—Y tú no deberías asumir que te haré caso en todo lo que te diga.

—Ja... —me detuve cuando me miró un momento—. Ross. Sí, vale. Ross, es ilegal. Y peligroso. Y...

—Dios, ¿qué eres? ¿Mi madre?

Mi corazón dio un brinco cuando dio otro acelerón.

Vale, se acabó. Me daba igual si se lo estaba pasando bien. Me daba igual saber que no tendríamos ningún accidente porque tenía los malditos reflejos de Spiderman. Me daba igual. Solo quería bajarme.

—Para el coche.

Por un momento, vi que fruncía un poco el ceño.

—¡Ross, para el coche, lo digo en serio!

—Si ya estamos llegando.

—¡Me da igual!

—¿Te has mareado? —me puso cara de pena.

—¡Jack, no...!

—¡Es...!

—¡ME DA IGUAL SI ES JACK O ROSS, PARA EL MALDITO COCHE!

Él apretó la mandíbula hacia delante. No me hizo ni caso. De hecho, vi que ya estábamos en nuestra calle. Me daba igual. Puse una mueca de terror cuando entró en el garaje sin molestarse en frenar. Los neumáticos dieron un chirrido cuando aparcó de una sola maniobra. Mi corazón latía a toda velocidad.

Vale, me había asustado. De verdad. Imbécil.

—¿Ves? —quitó las llaves del contacto—. Has llegado viva, ¿no?

—Pero... ¡¿se puede saber qué te pasa?!

Enarcó una ceja en mi dirección.

—¿A mí? Nada.

Lo miré un momento. Tenía tantas palabras ofensivas que preferí reservarlas. Al final, negué con la cabeza y salí de su coche hecha una furia. No lo esperé mientras llamaba al ascensor, pero no tardó en alcanzarme. Estuvimos los dos en completo silencio en su interior mientras subíamos y así siguió la cosa cuando entramos en el piso. Naya y Will estaban sentado en un sofá besuqueándose.

Se detuvieron en seco al vernos entrar juntos.

Siguieron mirándonos cuando yo me senté en el sofá de brazos cruzados y Jack fue directo al cuarto de baño sin hablarnos. Unos segundos más tarde, escuché la ducha abriéndose. Naya y Will intercambiaron una mirada curiosa.

—Mhm... ¿puedo preguntar? —sonrió ella angelicalmente.

—Sigo enfadada contigo —mascullé.

—Oh, vamos. Ya han pasado dos días.

—Y lo que te queda.

Will negó con la cabeza cuando se puso de pie y se sentó a mi lado para estrujarme en un abrazo que no le devolví, pero me hizo sentir un poco mejor.

—No te enfades conmigo, porfis.

Will pareció divertido cuando puse una mueca.

—Naya está en un curso de cocina —me informó él—. Quizá, podría cocinarte algo para que le perdones.

La miré.

—¿No has quemado ya dos postres desde que estoy por aquí?

—¡Porque me cuesta entender el estúpido horno! —puso una mueca—. Pero sé hacer helado casero. Y casi sabe a helado.

—Y lo hace en pleno invierno —añadió Will.

—Bueno, pues te haré algo —concluyó ella—. Ahora, cuéntame cómo te ha ido el día.

Me alegró ver que no me preguntaba por el imbécil que había intentado matarme al volante. Les hablé un poco de los profesores, pero no parecieron realmente interesados hasta que solté la frase bomba.

—Oh, y tengo algo así como una cita.

Los dos se quedaron mirándome con los ojos abiertos de par en par. Naya se inclinó hacia delante, entusiasmada.

—¿Qué? ¿Ya? —miró a Will en busca de ayuda y volvió a mirarme a mí—. ¿Tú y Ross ya lo habéis arreglado?

—¿Qué? No —fruncí el ceño—. Con un chico de mi clase. Pero no es una cita. Lo he formulado mal. Él es...

Naya me interrumpió con un chillido de sorpresa.

—¡Jenny tiene novio!

—¡No digas eso, es solo un amigo! ¡Y habrá más gente!

—¿Tiene tu número? —me preguntó ella.

—Bueno, sí, pero...

—¡Tiene tu número! —Sue acababa de entrar en el salón. Se llevó una mano al corazón—. ¿Cuándo es la boda? ¿Habrá comida gratis?

—Oh, cállate —Naya le puso los ojos en blanco.

Will seguía mirándome raro. Le fruncí el ceño.

—¿Qué pasa?

—Nada —murmuró—. Es que... mhm...

No pareció saber cómo decirlo. Naya y Sue también lo miraron, confusas.

—¿Ross sabe algo de esto? —preguntó, finalmente.

—¿El mismo Ross que acaba de entrar en el cuarto de baño sin siquiera hablarnos? —pregunté con una ceja enarcada—. No parecía muy abierto a intercambiar experiencias vitales.

Silencio. Will suspiró.

—Sí, Ross está complicado últimamente.

—¿Complicado? —repitió Naya, perpleja.

—El eufemismo del siglo —dijo Sue.

Como si hubiera sido llamado, salió de la ducha en ese momento con su pijama y su cara de amargura puestos. Se metió en la cocina sin mediar palabra, agarró una cerveza y la abrió con una mano mientras se acercaba.

Se dio cuenta del silencio y frunció el ceño.

—¿Qué? —enarcó una ceja.

Miré al techo disimuladamente, dejándoles a ellos el problema.

—Estábamos hablando de tu película —Naya salvó la situación—. ¿Cuándo se estrena?

Hubo un momento de silencio. Repiqueteé los dedos en mis rodillas.

—En dos semanas —le dijo Jack.

—Se te ve muy ilusionado —comentó Sue, enarcando una ceja.

Silencio de nuevo. Supuse que le habría clavado una mirada dura, pero dudaba que a Sue le hubiera importado demasiado.

—¿Va a ir Vivian? —preguntó Will.

Fruncí un poco el ceño al techo.

¿Quién es Vivian y por qué ya me cae mal?

—Obviamente —le dijo Ross secamente.

—Estoy deseando conocerla —le aseguró Naya.

Silencio. Vivian no me resultaba familiar. Y... me daba la sensación de que todo el mundo se quedaba callado por mi presencia. No supe si eso era bueno o malo. Me incorporé y estiré el cuello, que crujió.

Si querían hablar de algo sin que yo estuviera delante... había que respetarlo.

—Voy a darme una ducha —dije en general, suspirando.

Me metí en el cuarto de baño, me quité la ropa y me metí en la ducha. Me estaba aclarando el pelo cuando la puerta se abrió y cerró de un golpe. Escuché pasos acercándose. Antes de que pudiera reaccionar, la mampara se abrió de golpe y la cara furiosa de Jack apareció delante de mí. Estaba tan impresionada que ni siquiera cerré el agua.

—¿Qué...?

—¿¡Tienes una cita!? —me espetó.

Parpadeé, sorprendida.

¿Era una broma?

—¿Qué...? —repetí como una idiota antes de fruncir el ceño—. ¡Me estoy duchando, maldito pervertido!

Hice un ademán de cerrar la mampara y él volvió a abrirla, apretando los labios. Ni siquiera me había mirado nada que no fueran los ojos, pero yo me cubrí igual con las manos.

—¿La tienes sí o no? —sonaba furioso.

—¡Sal del cuarto de baño! —le grité.

—¡Ross, no seas infantil! —escuché que le decía Naya al otro lado de la puerta.

—¡Dime si la tienes o no!

—¡No es tu problema! —volví a intentar cerrar la mampara y él volvió a abrirla, enfadado—. ¡ROSS!

Volvimos a repetir el proceso de forcejear para cerrar o abrir la mampara. Por supuesto, él ganó.

—¡VETE DE AQUÍ!

—¡NO!

—¡ROSS, COMO NO SALGAS AHORA MISMO DE AQUÍ, TE DOY CON EL CHAMPÚ EN LA CARA!

Cerré la mampara de un golpe. Durante un momento, creí que había funcionado. Sin embargo, la volvió a abrir con tanta fuerza que casi me dio miedo de que se rompiera. Bueno, como si no pudiera pagar otra... 

Me encogí, intentando cubrirme. Él tenía la mandíbula apretada.

Igual tenía que intentar una forma más calmada de decir las cosas.

—Solo quiero duch...

—¡Y yo quiero que me digas si es verdad!

—¡ESTOY DUCHÁNDOME, PERVERTIDO, SAL DE AQUÍ AHORA MISMO!

A la mierda la calma.

Él metió la mano en la ducha sin siquiera molestarse en esquivar el agua y la cerró.

—Ya no te estás duchando —enarcó una ceja.

—Esto es ridículo.

—¿Tienes una cita o no? —me preguntó.

—¡Déjame ducharme, maldito pesado!

—¡Ross! —esta vez, la voz era de Will—. ¡No creo que ahora sea el mejor momento para...!

—¡Pues yo creo que el momento idóneo! —seguía con su mirada furiosa clavada en mí—. ¿Sí o no?

—¡Por ahora, no! —fruncí el ceño—. Y no tengo por qué darte explicaciones, así que déjame en paz.

—¿Por ahora? —repitió lentamente.

—¡Por el amor de Dios! ¿Vas a dejarme sola de una vez?

Cuando vio que me retorcía para cubrirme, no pudo evitar olvidarse del enfado y poner los ojos en blanco.

—¿Puedes dejar de hacer eso como si no te hubiera visto así mil veces?

Me puse roja porque, en parte, tenía razón. Eso solo me enfadó más.

—¡Eso no te da derecho a entrar aquí sin mi permiso! ¡Tengo derecho a darme una ducha sin que me molestes! ¡Y tú no tienes ningún derecho a verme desnuda sin mi consentimiento!

Enfadada, lo empujé por el pecho y cerré la mampara de un golpe.

—¡Y, ahora, déjame sola de una vez!

Para mi sorpresa, tras unos segundos, lo hizo. Escuché a Naya riñéndole en lo que ella consideraba voz baja cuando la puerta se cerró tras él. Por mi parte, terminé de darme la ducha y me puse mi pijama. Ya me había puesto de peor humor. Como si lo del coche no hubiera sido suficiente. Me puse las gafas, enfurruñada, y salí del cuarto de baño. Él estaba apoyado en la pared de enfrente con la espalda. Me miró fijamente al instante, claramente enfurruñado también.

—¿Vas a hablar ahora o sigues ocupada duchándote?

—Déjame en paz —puse los ojos en blanco, yendo al salón donde los demás nos miraban casi con diversión.

Fui a la cocina escuchando sus pasos detrás de mí y agarré una cerveza.

En cuanto hice un ademán de abrirla, me la quitó de las manos y la dejó en la encimera de un golpe, mirándome.

—¿Con quién tienes una cita?

—¿En qué momento te has vuelto un controlador compulsivo?

Él frunció el ceño un momento.

—Solo... dímelo —masculló.

Puse los ojos en blanco e hice un ademán de agarrar la cerveza. Él la movió más lejos para que no la alcanzara.

—Pero, ¿qué...? ¡Tienes que estar bromeando!

—¿Tengo cara de estar bromeando? —frunció más el ceño.

—¡Me da igual! ¡No te debo ninguna explicación!

—¡Dime con quién has quedado!

—¡NO! —le grité en la cara.

—¡SÍ! —me gritó él, a su vez.

—Chicos.... —intentó decir Will.

—¿¡QUÉ!? —los dos nos giramos hacia él a la vez, furiosos. Will dio dos pasos atrás.

—Los vecinos...

—¡Que les den a los vecinos! —le espetó Jack antes de girarse hacia mí—. Dímelo.

—No.

—¡Dímelo de una vez y acabaremos con esto!

—¡No! ¡No tengo nada que acabar porque no tengo por qué decirte nada!

Se pasó una mano por el pelo, claramente exasperado.

—Ross —la voz de Naya pareció sorprendentemente calmada en comparación a la nuestra—. Es solo un chico de su clase. Relájate.

—Solo un chico de tu clase —repitió él, mirándome como si tuviera la culpa de todos los pecados del mundo.

—Sí, ¿qué pasa? —fruncí el ceño.

—Nada, Jennifer.

—No, dime qué pasa.

—¿Te gusta?

Apretó los dientes cuando fruncí el ceño.

—Eso no es problema tuyo.

—¿A él también le dirás que le quieres y luego te irás por un año?

Oh, mierda.

Genial.

Mucho había tardado.

Aparté la mirada, enfadada, cuando dio un paso hacia mí.

—¿O solo lo quieres para vivir gratis a cambio de echar cuatro polvos?

—¡Ross! —Naya dio un respingo.

Me giré lentamente hacia él. Entendía que estuviera enfadado conmigo, pero... ¿de verdad eso era lo que creía? ¿Que nuestra relación había sido por interés?

Al ver que yo no decía nada, apretó los labios.

—Venga, respóndeme —levantó una ceja.

Ya no pude seguir conteniéndolo.

—Eres un cerdo.

Sonrió, negando con la cabeza.

—Al menos, yo soy honesto.

—Si tan mala soy, ¿por qué demonios te preocupa tanto que tenga una cita? 

—Me importa una mierda tu cita.

—¡Hace cinco minutos, has entrado en el cuarto de baño mientras me duchaba solo para confirmarlo, maldito psicópata!

—¡Solo quiero avisar al pobre chico!

—¡Avisarlo! —repetí, acercándome a su cara—. ¿Quieres que haga yo una lista con todo lo que has hecho durante este año? ¿Y que avise a cada chica con la que salgas de ahora en adelante? ¡Porque seguro que tendría trabajo hasta el maldito año que viene!

Justo en ese momento, Mike entró con una sonrisa de oreja a oreja. Ni siquiera me fijé en él. Estaba muy ocupada con el idiota de su hermano.

—¡Hola, familia! —saludó alegremente.

Los dos lo ignoramos. Jack estaba tan cerca de mí que podía sentir que mi cuerpo reaccionaba a él. Pero estaba tan enfadada que me dio igual.

—¡No es lo mismo! —me gritó él.

—¡ES EXACTAMENTE LO MISMO!

—¡NO LO ES!

Mike se giró hacia nosotros y abrió los ojos de par en par.

—¿Es la marihuana que me ha jodido el cerebro o esa es...?

—¡ES LO MISMO, JACK!

—¡NO, NO LO ES!

—¡¿Y cuál es la jodida diferencia?! ¡¿Que tú solo te acuestas con ellas y a mí eso no me interesa?!

—¡DEJA DE HABLAR ASÍ DE MAL!

—¡ESPERA, QUE AHORA VA A DARME CLASES DE PROTOCOLO EL PSICÓPATA QUE HA ENTRADO EN MI DUCHA ESTANDO YO DESNUDA!

—Si te sientas aquí se ve mejor —le dijo Sue a Mike con una sonrisita divertida, haciendo que él fuera al sofá sin entender nada.

Por mi parte, hice un ademán de agarrar mi cerveza y Jack volvió a apartarla con los labios apretados.

—¡DAME MI MALDITA CERVEZA DE UNA VEZ, JACK!

—¡ES ROSS!

—Oh, ¿ahora te enfadas si te llamo por tu nombre? ¡Pues te seguiré llamando así hasta que me devuelvas mi maldita cerveza!

—¡Dime cómo se llama el idiota con el que quieres salir!

—¡Jack, déjalo ya o...!

—¡Es Ross!

—¡Es Jack!

—¡Ross!

—¡JACK!

—¡ROSS!

—¡JACK, JACK, JACK, JACK! —repetí y le saqué la lengua, a lo que él pareció momentáneamente perplejo—. Jódete.

Exasperada, pasé por su lado. Noté su mirada clavada en mi nuca cuando me senté junto a Mike con los brazos cruzados. Mike me miró, confuso, y vi que Jack se había plantado delante de nosotros mirándolo fijamente. El pobre Mike se encogió en su lugar.

—Yo sigo sin entender qué está pasando —admitió, levantando las manos en señal de rendición.

—Fuera —le espetó Jack, señalando el sillón con la cabeza.

Mike hizo un ademán de levantarse, pero lo detuve agarrándolo del brazo.

—¡No tiene por qué moverse! —le espeté a Jack.

—¡Fuera! —le gritó él a Mike.

—¡No!

—Eh... —Mike no sabía qué hacer.

—¡He dicho que quiero sentarme ahí! —me espetó Jack.

—¡Pues yo no quiero sentarme contigo, así que ve tú al maldito sillón!

—¡No pienso ir a sillón, él lo hará!

—¡No, él estaba aquí primero que tú!

—Chicos —intentó intervenir Mike—, no me importa ir a...

—¡CÁLLATE! —le gritamos los dos a la vez.

Él casi se cayó de culo del sofá del susto.

—¡Estás comportándote como una niña pequeña! —me gritó Jack.

—¡Y TÚ COMO UN PSICÓPATA!

—¡INFANTIL!

—¡PSICÓPATA!

—¡PESADA!

—¡IMBÉCIL!

—¡CABEZOTA!

—¡PERVERTIDO!

—Esto es oro puro —Sue sonreía, negando con la cabeza mientras lo grababa todo.

Jack se giró hacia Mike, furioso.

—¡LEVÁNTATE DE UNA VEZ DE AHÍ, MIKE!

—¡NO TIENE POR QUÉ HACERLO SI NO QUIERE!

—¡ES MI CASA!

—¡PUES ÉL HA LLEGADO PRIMERO, ASÍ QUE TE JODES!

—¡¿VES CÓMO ERES UNA NIÑA?!

—¡Y TÚ UN PESADO!

—¡Y TÚ UNA...!

—¡Se acabó! —me puse de pie—. ¡Cenad vosotros, se me ha quitado el hambre!

Pasé por su lado y, gracias a Dios, no me siguió cuando fui a la habitación.

Me encerré en ella deseando poder tirarle algo a la cabeza. Me limité a hundir la cabeza en la almohada y soltar una palabrota muy fea que hubiera hecho que mi madre me mirara con los ojos muy abiertos. Después, agarré mi portátil y decidí ponerme cualquier cosa para distraerme. Una película pareció una buena opción. Una muy sangrienta.

Ya llevaba la mitad de ella cuando me di cuenta del hambre que tenía. El estómago me estaba rugiendo. Me atreví a acercarme a la puerta y pegar la oreja a ella. Solo se oía la voz de Naya. Iba a arriesgarme. La abrí y me acerqué de puntillas por el pasillo.

Mi alivio fue notable cuando vi que solo estaban ella y Sue.

—Están fumando arriba —me explicó Naya al ver mi cara—. Ven, te he guardado un poco de pizza.

—Gracias —me acerqué con mi cerveza, que todavía estaba en la encimera, y me senté en el maldito sofá—. Me moría de hambre.

—Bueno... ha sido intenso —dijo con una mueca de diversión.

Sue estaba mirando el vídeo de nuevo con una sonrisita.

—Estoy haciéndome youtuber —me explicó—. Gané doce suscriptores por el video del otro día. Sois una mina de oro.

—No ha sido divertido —protesté con la boca llena—. ¡Y tú no nos pongas en Internet!

—No, no. Nunca haría eso —murmuró Sue sin mirarme, colgando el video nuevo.

—Vale —Naya me miró—. No ha sido divertido.

Sin embargo, las dos seguían sonriendo.

—¿Y se pude saber por qué sonreís como si eso fuera algo bueno? —fruncí el ceño, metiéndome medio trozo de pizza en la boca.

—Bueno... —Naya suspiró—. Puede parecerte que no, pero es un avance.

—A mí me ha parecido que retrocedíamos diez kilómetros —murmuré.

—No —me aseguró ella.

—Ha hablado más hoy que en dos meses —añadió Sue.

Me quedé quieta un momento.

—¿En serio? —pregunté.

—Sí... deberías haber visto su cara cuando Naya le ha dicho que habías quedado con un chico.

—Ha sido una obra de arte —Naya empezó a reírse—. Se ha desquiciado de celos.

—Sí, gracias por tu discreción, por cierto —le fruncí el ceño—. Creía que había aclarado que no era una cita.

—Es una estrategia —me guiñó un ojo.

—¡Una estrategia! —repetí, negando con la cabeza—. Casi lo mato por tu estrategia.

—Tienes que admitir que ha sido un poco gracioso —me dijo Sue, divertida.

—Sí, un poco —Naya empezó a reírse.

Les puse mala cara y decidí terminarme mi cena en la habitación.


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