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Capítulo 2

—He llegado tarde a mi primera clase —me soltó Naya, malhumorada, dejando la mochila en el suelo para sentarse delante de mí.

Estaba probando las hamburguesas de la cafetería. No estaban mal... teniendo en cuenta lo mal que sabía la sopa.

—¿Por qué?

—Porque ayer estuvimos en casa de Will hasta las tantas y esta mañana me he dormido —suspiró—. Bueno, valió la pena. Hacía mucho que no lo veía y eso, pero...

—Tampoco habrá sido para tanto —dije—. En mi clase hay tanta gente que podrías irte sin que nadie se enterara.

—Y en la mía, pero me molesta no llegar puntual —suspiró y agarró el cuenco de sopa que había cogido—. Huele raro.

—Huele raro y sabe a gato muerto.

—¿Cómo sabes a qué sabe un gato muerto? ¿Lo has probado?

—Pruébalo y me cuentas.

Ella se tomó un momento para darle un sorbo a la sopa.

—Vale. Sabe a gato muerto y podrido.

—¿Lo ves?

Dejó la sopa a un lado con mala cara y agarró el sándwich de pavo. Eso pareció gustarle más.

—¿Ya has hablado con tu novio? —me preguntó.

—Esta mañana me ha mandado un mensaje preguntándome qué tal todo, pero nada más.

—Podríais hacer algo por Skype —sugirió—. Will y yo lo hacíamos cuando no podíamos vernos muy a menudo.

—¿Hacer algo? —pregunté, confusa.

—Algo sexual, mujer —se rio—. No pongas esa cara, no es para tanto.

—No es que suene muy erótico —murmuré, arrugando la nariz.

—Es mejor que nada. Otra opción es comprarte un vibrador en Amazon.

—Será mi plan B.

Di otro bocado a la hamburguesa, pensativa. Quizá debería proponérselo a Monty.

Cuando volví a la residencia, vi a Chris sentado tras el mostrador y jugando al Candy Crush, justo como había dicho Ross. Levantó la cabeza cuando me oyó abrir la puerta.

—¿Qué tal tu primer día? —me preguntó.

—Un poco aburrido, la verdad. Solo ha habido presentaciones de profesores.

—Mañana ya empezaréis el temario y no te aburrirás tanto —me sonrió.

O el aburrimiento será peor.

—Naya me ha dicho que habéis hecho buenas migas. Es una gran noticia. Cambiar a la gente de habitación siempre es un lío de papeles.

—¿Cuánta gente pide cambios?

—Más de la que te pueda parecer —me aseguró—. Ayer vino una chica diciéndome que su compañera de habitación tenía un sacacorchos escondido bajo su almohada y quería el traslado inmediato.

—¿Un sacacorchos?

—Sí —él dudó—. Ahora que lo pienso, no he vuelto a verla.

—Quizá le haya clavado el sacacorchos en un ojo.

—Quizá —él se encogió de hombros—. ¡Mierda! Me he quedado sin vidas.

Estaba tan ocupado maldiciendo el haberse quedado sin vidas que no respondió a mi despedida.

En el pasillo de la residencia había dos chicas gritándose por no sé qué de una camiseta, así que tuve que pasar rápidamente a su lado para que no me volara una almohada en la cabeza. Había tenido más suerte de la que creía con Naya.

Cuando por fin llegué a mi habitación, suspiré pesadamente.

Ya había colocado todas mis cosas esa mañana, así que empezaba a parecer un poco más habitable que el día anterior. Justo cuando estaba dejando la mochila en la cama, escuché que mi móvil sonaba.

La cara de mi madre apareció en la pantalla táctil con una gran sonrisa.

Supe enseguida que su versión real no tendría una sonrisa en absoluto.

—¡Jennifer Michelle Brown! —me chilló en cuanto descolgué.

Me despegué el móvil de la oreja un momento antes de volver con ella.

—Hola, mamá. Yo también te echo de menos.

—¿Se puede saber por qué no me has llamado? ¡Ya llevas una semana ahí!

—Pero si llegué ayer por la tarde.

—Para mí ha sido una vida entera —me aseguró dramáticamente—. ¿Cómo estás? ¿Y tu compañera de habitación? ¿Y tus compañeros de clase? ¿Y tus profesores? ¿Hace buen tiempo?

—Estoy bien. Mi compañera de habitación es muy simpática. Mis compañeros de clase estaban tan dormidos como yo esta mañana, así que no lo sé. Y hace buen tiempo. Bueno... ahora está nublado, pero por lo que he visto, aquí suele llover a menudo. ¿Ha nevado en casa?

—Es septiembre. Claro que no ha nevado. ¿Cogiste tus botas?

—Sí.

—¿Las negras y las marrones? Ya sabes que siempre te pones las marrones, que son más bonitas, pero no sirven para nada y...

—Las dos, mamá.

—¿Y el abrigo? ¿Te estás abrigando? Que siempre vas como quieres y te resfrías.

—Me abrigo bien —le dije, divertida.

—¿Y la comida?

—No está tan buena como la de papá, pero tampoco está mal.

—¿Estás comiendo bien? Entraste en unos kilitos estos meses por los nervios, espero que no los estés perdiendo. Te sentaban muy bien.

Me quedé mirando al espejo. Era cierto que había engordado un poco esos meses. Me pellizqué la barriga mirándome.

—Me siguen entrando los pantalones y no se me caen, así que me mantengo bien —le dije, mirándome.

—No comas comida basura todo el día, que nos conocemos. Espero que no hayas comido una hamburguesa el primer día, señorita.

—Claro que no —mentí descaradamente.

—Hija, se te da tan mal mentir como a tu padre.

Como si hubiera sido invocado, escuché la voz de papá al otro lado de la línea. Él y mi madre empezaron a discutir sobre el móvil hasta que él se lo quitó.

—¿Jenny? —preguntó.

—Hola, papá —sonreí—. ¿Te ha obligado mamá a hablar conmigo?

—Eso no lo diré delante de la sargento —aseguró él—. Me está mirando fijamente y cuando cuelgue me va a dar con la zapatilla.

Escuché a mi madre gritarle algo y me reí.

—Papá, intenta sobrevivir hasta que vuelva.

—Lo intento, te lo aseguro —me dijo—. ¿Cómo te van las cosas? ¿Ya has hecho algún amigo?

Justo en ese momento entró Naya y me sonrió a modo de saludo, cerrando la puerta. Señalé el móvil y dije padres en voz baja.

—Mi compañera de habitación está bastante bien —le dije.

Naya se abanicó con la mano dramáticamente.

—Me alegro. Cuando estuve en la Universidad me tocó compartir habitación con un chico que me caía fatal y fue un año horrible.

—No creo que me pase eso.

—Bueno, tu madre está empezando a echar humo por las orejas, así que te la voy a...

—¿Has colgado? ¿Jennifer? ¿Hola? —mi madre le había robado el móvil.

—Aquí sigo.

—Bien. Pues abrígate, ¿me oyes? Y come bien. Menos hamburguesas y más comida sana. Y nada de chocolate todos los días.

—Mamá, tengo dieciocho años.

—Tendrás treinta y seguiré diciéndotelo porque seguirás haciéndolo —noté que iba a emocionarse y sonreí—. Eres mi niñita. No me quites ese privilegio.

—Llevo literalmente veinte horas fuera de casa y ya estás así. ¿Qué harás en un mes?

—¡Ya me entenderás cuando tengas hijos!

—Ugh. Eso no pasará.

—Eso me lo dirás dentro de cinco o diez años.

—Bueno, tienes a los chicos metidos en casa. ¿Cómo puedes seguir acordándote de mí?

—Sí, hija, estoy rodeado de chicos por todas partes. ¿Crees que es agradable?

Escuché a mi hermano protestar porque la estaba oyendo. Mi madre le dijo que se callara y volvió al teléfono.

—Tengo que colgarte. Vamos a ir a ver a Shanon y a su hijo.

—Dile que la llamaré en unos días.

—Está bien. Te quiero, cielo. Un beso. Te quiero. Te quiero.

—Y yo a ti, mamá. Cuídate.

—¡COME SANO Y ABRÍGATE!

Colgué el teléfono y me quedé mirando a Naya, que estaba sonriendo.

—Tengo mucha curiosidad por conocer a tus padres —me dijo.

—Se te quitaría si los conocieras —le aseguré—. Creo que mi madre no va a superar en mucho tiempo eso de haberse quedado sola con los chicos en casa.

—¿Con los chicos?

—Mis tres hermanos mayores —le dije, sentándome en la cama.

Ella levantó las cejas.

—¿Tienes tres hermanos mayores?

—Cuatro. Pero la mayor es una chica y vive con su hijo en su propia casa.

—Siendo hija única, no puedo imaginarme lo de debe haber sido crecer como la pequeña de cinco —me dijo, comiendo golosinas de una bolsita.

—No ha estado mal.

La verdad es que los echaba de menos. Ellos siempre habían sido más lanzados que yo. Shanon especialmente. Ella se habría plantado en clase esa mañana y habría hecho diez amigos. Yo no había hablado con nadie. Y eso que me había propuesto hacerlo antes de llegar.

Además, era muy raro no tener a nadie que me molestara o se metiera conmigo. Cuando estaba en casa solía odiarlo, pero solo había pasado un día fuera y ya lo echaba en falta.

—¿Qué harás esta noche? —me preguntó, mirándome.

—Ni idea. Tumbarme a ver la vida pasar, supongo.

—Yo creo que iré a ver a Will.

—Tenéis mucho tiempo que recuperar, ¿eh? —bromeé, sonriendo.

Ella me lanzó una almohada, avergonzada. Se la devolví y me tumbé en la cama, repiqueteando los dedos en mi estómago.

—A Will se le ve muy enamorado. Y a ti también.

—Lo estoy —me aseguró.

Pensé en Monty y en mí mientras escuchaba que ella rebuscaba en su bolsa de golosinas. Me pregunté si esa sería la impresión de los demás sobre nosotros cuando nos veían. Era cierto que no era muy cariñosa con él. No me salía. Pero él tampoco lo era. Eso también era aceptable en una pareja, ¿no? No hacía falta besarse todo el rato para saber que era mi novio y que le tenía aprecio.

—¿Cómo os conocisteis? —le pregunté, mirándola.

Ella sonrió un poco, mirando su bolsa.

—Fue bastante simple. Mi padre y el suyo eran muy amigos. Cuando mis padres se divorciaron, nos encontramos en un restaurante y se detuvieron para hablar con mi padre. Mientras lo hacían, Will y yo empezamos a hablar. Terminó pidiéndome mi número, yo se lo di, quedamos y... bueno, lo demás es historia.

—¿Y ya? —fruncí el ceño.

—Sí, la verdad es que esa parte no fue muy complicada.

—¿Y qué parte fue complicada?

—Bueno... cada pareja tiene sus baches.

—No puedo imaginarme a Will discutiendo con nadie. Parece tan... tranquilo.

—La verdad es que mis discusiones no solían ser con él. Al menos, no en su origen.

—¿Y con quién eran?

Lo pensó un momento y puso una mueca.

—Es una historia muy larga —me aseguró—. Es que, antes de venir aquí, íbamos Ross, Will yo y otra chica al mismo instituto y éramos un grupo de amigos bastante unido. La otra chica y yo éramos muy amigas, pero cuando discutíamos solía pagarlo con Will.

—Sigo sin imaginaros discutiendo.

—Pues deberías vernos cuando nos enfadamos el uno con el otro —ella suspiró—. Por suerte, después de las broncas vienen las reconciliaciones.

—Monty y yo nunca nos hemos peleado —reflexioné.

—Pero lleváis muy poco tiempo juntos, ¿no?

—¿Siete meses es poco? Pues es mi relación más larga... —puse una mueca.

—Dale tiempo y ya verás como un jersey nuevo puede ser suficiente como para desatar la tercera guerra mundial.

Justo en ese momento su móvil empezó a sonar y ella respondió sin mirar quién era.

—¿Sí? Ah, hola, amor —sonrió como una niña pequeña—. Estoy en mi habitación, sí. ¿En serio? Eres el mejor. Un momento.

Se separó del móvil y me miró.

—¿Te apetece ir a ver a unos amigos de Ross que tienen una banda?

Abrí la boca para responder, pero ella ya estaba dirigiéndose al móvil de nuevo.

—Jenna viene. ¿Una hora? Genial. Nos vemos, cariño.

Colgó y vio cómo la miraba.

—Vamos, incluso Sue viene —protestó—. Y eso que separar  a Sue de su cama no es fácil.

—Es difícil decirte que no, ¿eh? —le dije, poniéndome de pie para ir a darme una ducha.

—Casi imposible —me aseguró ella—. Date prisa o no me dará tiempo a ducharme.

Cuando terminé, ella entró en el cuarto de baño y yo miré mi armario. ¿Qué había dicho que íbamos a hacer? ¿Ver a una banda? Entonces, sería un bar. Nunca había ido a ver una banda en directo. Ni siquiera había ido a un concierto.

Para mi sorpresa, Naya tardó muy poco en ducharse y, cuando salió, me ayudó a elegir qué ponerme. Al final, ella se puso una falda negra y yo unos jeans rotos con un jersey.

No fue tan rápida maquillándose. Yo ya estaba lista desde hacía un buen rato mientras ella se retocaba la máscara de pestañas en el espejo de mi armario. De hecho, llamaron a la puerta y todavía no estaba lista. Suspiré y abrí la puerta.

Ross me miró con cara de aburrimiento.

—No es por meter prisa —dijo—, pero Sue se está poniendo nerviosa. Y yo no pienso responsabilizarme de lo que haga.

—Naya se está... 

—¡ME ESTOY MAQUILLANDO! —gritó ella desde mi armario.

Ross suspiró.

—¿Por qué me da la sensación de que ya he vivido esto? —me preguntó—. Ah, sí, porque pasa cada vez que queremos salir.

—Cállate, Ross —masculló Naya.

Sonreí, divertida.

—Puedes intentar convencerla de que no necesita retocarse —le abrí la puerta del todo—. Ya lo he intentado yo.

—No, tengo un método más efectivo —él asomó la cabeza—. ¡Si en cinco minutos no estás lista, nos vamos sin ti, y no pienso decirte si Will mira a las chicas del bar!

De pronto, Naya apareció con una sonrisa inocente.

—Lista —anunció.

La vimos dirigirse a la escalera bien contenta y Ross negó con la cabeza.

—¿Has pensado en ser profesor alguna vez? —le pregunté, cerrando la puerta—. Tienes autoridad.

—Y falta de vocación —me aseguró.

Me puse el abrigo y lo seguí hacia la salida de la residencia. Chris levantó la cabeza y fulminó con la mirada a Ross.

—Han sido más de veinte segundos —protestó él, señalando su móvil.

—Vamos, Chrissy, las visitas cortas están permitidas —dijo Ross.

—Que no me llames Chrissy —él se puso rojo—. Además, ¡en el momento en que oscurece fuera, se considera horario nocturno! Y no debe haber visitas sin planificar por la noche, Jennifer.

Me miraba como si yo tuviera la culpa de todos los problemas de su vida.

—Si solo han sido dos minutos —dije, incrédula.

—La ley es la ley y debe respetarse —dijo él, sentándose con el ceño fruncido.

Mientras salíamos, Ross puso los ojos en blanco.

La ley es la ley y hay que respetarse —lo imitó.

No pude evitar reírme. Chris lo había oído y nos miraba con mala cara.

Mientras, Sue sacaba la cabeza por la ventana.

—¿Y si aceleráis el paso? —preguntó de malas maneras.

Cuando subí a la parte trasera entre ella y Ross, entendí por qué estaba molesta. Naya y Will se estaban besando como si ella no estuviera presente.

—Podemos irnos cuando terminéis, ¿eh? —les dijo Ross—. Sin prisas. Solo llegamos media hora tarde.

—Perdón —sonrió Will, antes de arrancar de nuevo—. Hola, Jenna.

—Hola, Will —miré a Naya—. Media hora retocándote el pintalabios para arruinártelo en dos segundos.

—Ha valido la pena —me aseguró.

El bar estaba cerca de su casa, pero como estaba lloviendo agradecí ir en coche. Will encontró aparcamiento rápidamente y vi que dentro del local había bastante gente sentada mirando hacia el mismo lugar. Seguí a los demás hacia el interior.

Al instante, escuché al cantante de la banda. Un chico con voz chillona. Estaba junto a un chico que tocaba la guitarra y otro que aporreaba un piano. La música no era muy buena. Por no decir que era bastante mala.

—¿Ese es tu amigo? —le pregunté a Ross.

—Sí. ¿A que es bueno?

—Sí —dije enseguida, acercándome a la mesa que había elegido Naya—. Son muy... eh... especiales.

—Lo sé. Nunca habías oído algo así, ¿verdad?

—No. Desde luego que no.

Ross se me quedó mirando y soltó una risotada.

—No tengo ni idea de quiénes son, pero espero que no quieran dedicarse a esto o pasarán hambre —me aseguró—. Los que conocemos van después.

Le puse mala cara.

—Mientes muy mal —me aseguró, sentándose a mi lado.

—No miento mal —protesté, irritada.

MI madre ya me había dicho lo mismo. ¿Tan mal lo hacía?

Sí. Lo haces fatal.

—¿Cuándo tocan ellos? —preguntó Naya, mirando la carta del bar con una ceja enarcada.

—Se supone que hace treinta y cinco minutos —dijo Will—. Supongo que habrán llegado tarde.

—Qué novedad —dijo Ross en voz baja.

El camarero vino poco después y ordenamos todos una cerveza menos Naya, que pidió un cóctel. Sue no pidió nada, pero vi que sacaba una botella de agua de su mochila.

—¿No bebes? —le pregunté, intentando ser simpática.

Ella me dedicó una mirada recelosa, se apegó a su botella de agua y entrecerró los ojos.

—No te daré de mi agua.

—No... no te lo he pedido —le dije, confusa.

—Si te veo bebiendo de mi agua, te vas a arrepentir —me aseguró.

Me quedé mirándola con los ojos muy abiertos antes de mirar a los demás, que contenían sonrisas.

—Parece que ya salen —dijo Naya, señalando el pequeño escenario.

Efectivamente, el grupo actual y dio lugar a otro grupo de tres chicos. No sé quién me dio peor impresión. El primero en subir al escenario lanzó el piano eléctrico al otro grupo, que lo agarró como pudo, y dos camareros le ayudaron a subir su batería. Otro enchufó una guitarra eléctrica a un altavoz y el último, un chico poco alto con un chaleco vaquero abierto y sin camiseta, se colocó en el micrófono.

—Van vestidos de forma... peculiar —comenté.

—¿Van vestidos? —me preguntó Ross.

Me dio la impresión de que los miraba con cierta mala cara, aunque no entendí el por qué. Después de todo, se suponía que eran unos amigos suyos, ¿no?

Al instante en que la banda empezó a sonar, tuve la tentación de taparme los oídos. Básicamente eran berridos del cantante acompañados del guitarrista y del batería. Pasaron diez minutos eternos hasta que hicieron una pausa para beber agua.

—¿Te gustan? —me preguntó Will al ver mi cara.

—Eh... —no sabía ni qué decir.

—Son horribles —me dijo Ross—. Puedes decirlo. Todos lo pensamos.

—Las chicas de la primera fila no lo piensan —aseguró Naya.

Las miré. Había un grupo de unas cinco chicas con camisetas con la cara del cantante, que todo el rato las señalaba mientras interpretaba sus canciones. Ellas eran las únicas que aplaudían a la banda. El resto del local los miraba con una ceja enarcada.

El tiempo pasó y la banda dejó de tocar. Volvieron a bajar del escenario y pusieron música de la radio, cosa que agradecí. Los demás también parecían un poco cansados de oírlos.

—Me ha gustado —dijo Sue.

—¿Que te ha gustado? —repitió Naya, mirándola.

—Me gustan las cosas feas, mal hechas y horribles.

Los cuatro nos quedamos en silencio, mirándola.

Entonces, vi que dos de los miembros de la banda se iban con el grupo de chicas. El cantante vino directo hacia nosotros. Tenía el pelo un poco largo, por los hombros, y un tatuaje de un corazón en la cadera. Intenté no arrugar la nariz. Odiaba los tatuajes de corazón. Eran tan cliché.

—¿Qué tal? —preguntó, mirando directamente a Ross—. ¿Te ha gustado?

—Fascinante —le dijo él.

—Sí, ¿verdad? —sonrió y miró a los demás—. ¿Y a vosotros?

Will y Naya dudaron un momento antes de asentir sin mucho convencimiento. Sue lo miró con desprecio, como hacía con todo el mundo. Finalmente, me tocó a mí, que intenté sonreír.

—Ha estado bi...

—¿Y tú quién eres? —me interrumpió, sonriendo—. Creo que no te tenía fichada.

—Normal, no soy una ficha —fruncí el ceño.

Vi que Ross bebía para ocultar una sonrisa.

El cantante hizo caso omiso y arrastró una silla hasta que quedó entre Ross y yo, apoyando un brazo en cada silla. Me sonrió ampliamente.

—Me llamo Mike —me dijo—. Soy el hermano de este idiota.

Parpadeé un momento, antes de mirar a Ross.

Era cierto, tenían algún parecido. No en altura —Ross era mucho más alto que él— ni en carácter —por lo poco que había visto de ambos—, pero sí en los ojos claros y el pelo castaño desordenado.

—¿Sois hermanos? —pregunté, incrédula.

—Desgraciadamente, sí —dijo Ross.

—No se parecen en nada —me aseguró Will.

—¿Y tú cómo te llamas? —me preguntó Mike.

—Nada que a ti te importe —Ross atrajo su atención—. Ya he cumplido, así que dile a mamá que no tengo que venir a ver esta mierda hasta dentro de un año.

—Mamá estará muy contenta de que me hayas atraído nuevos fans —aseguró Mike sonriendo—. Deberías apoyar más a tu hermano mayor, Ross.

—Lo haré el día que hagas algo que valga la pena apoyar.

Levanté las cejas, pero Mike se limitó a reírse.

—¿Es tuya? —le preguntó, señalándome con la cabeza.

Oh, no, eso ya no.

Enséñale las uñas, tigresa.

—No soy de nadie, gracias —le dije secamente—. Y si fuera de alguien, sería de mi madre, que para eso me parió.

Ross me sonrió mientras su hermano se giraba hacia mí con expresión sorprendida.

—Qué carácter, chica —me dijo.

—No la molestes —le dijo Naya, poniendo los ojos en blanco—. Eres muy pesado, Mike.

—¿Y vosotros seguís juntos? —les preguntó a ella y a Will—. Por Dios, disfrutad un poco de la vida.

—Aplícate esa norma a ti mismo —le dijo Will sin inmutarse.

—Yo disfruto de la vida —aseguró él, sonriendo—. De hecho, esta noche voy a disfrutarla con una de esas chicas que llevan mi cara en su camiseta. Si tengo suerte, quizá lo haga con dos o tres.

—Tan encantador —Naya bebió.

—Siempre he tenido un don para caer bien —aseguró Mike, mirándome—. ¿Quieres una camiseta firmada?

—Nadie quiere una camiseta tuya firmada —le dijo Naya.

—Te aseguro que esas chicas la quieren —sonrió Mike—. Bueno, ha sido un placer hablar con vosotros, pero tengo que atender a mis fans.

Dicho esto, se puso de pie y se acercó a ellas con una sonrisa. Vi que Naya negaba con la cabeza.

—Veo que no te cae muy bien —le dije.

—No lo soporto —dijo ella—. Lo siento, Ross, pero...

—No te preocupes, siento lo mismo —aseguró él.

—¿Y qué hacemos aquí? —pregunté, confusa.

—Mi madre quiere que venga a verlo, al menos, una vez al año —Ross suspiró—. Es la única forma de que no me moleste con él el resto del año.

—¿Cómo están tus padres? —preguntó Will, mirándolo.

—Bien, como siempre —él se encogió de hombros—. Mi madre sigue pintando líneas en un lienzo y llamándolo arte abstracto, y mi padre sigue leyendo para no morirse de aburrimiento.

—¿Tu madre es pintora? —pregunté, sorprendida.

—Eso se llama a sí misma —Ross me sonrió antes de mirar a su hermano—. Aunque está claro que lo de artista no es hereditario. Mike lo ha demostrado esta noche.

En el viaje de vuelta, Ross iba conduciendo porque Will había preferido sentarse detrás con su novia. A Sue no le había hecho mucha gracia ese cambio. Ahora, los miraba con cara de asesina cada vez que Naya la rozaba para achucharse con su novio.

Menos mal que había conseguido sentarme delante.

Ross se detuvo delante de su edificio y los demás bajaron sin decir nada.

—¿Te llevo? —me preguntó.

Dudé un momento, pero lo cierto era que no tenía dinero para un taxi.

—SI no te importa.

Él no dijo nada, pero aceleró.

Era de esas personas que, cuando conducían, hacían que apreciaras cada segundo que pasabas en tierra firme. Intenté no ponerme nerviosa cuando vi que adelantaba un coche, giraba sin frenar y pasaba un semáforo en ámbar. Me había acostumbrado demasiado a la forma de conducir de Monty.

—¿Qué pasa? —me preguntó, al ver que me agarraba al asiento de manera que yo creí disimulada.

—Conduciendo, me recuerdas a mi hermano mayor —le dije.

—¿Y eso es bueno?

—Parece que tenéis las mismas ganas de tener un accidente.

Él sonrió, divertido, pero frenó un poco.

—¿Qué tal tu primer día de clase? —me preguntó, y me solté del asiento cuando vi que por fin usaba los intermitentes y respetaba las señales de tráfico.

—Aburrido. Presentaciones. Profesores aburridos. Mala combinación. ¿El tuyo?

—Yo no he tenido presentaciones. Es mi segundo año.

—¿No has cambiado de profesores?

—Técnicamente, yo no estoy haciendo una carrera. Solo dura dos años. Son los mismos profesores y alumnos que el año pasado.

—Oh.

Él estaba en su último año y yo acababa de empezar. Me sentí como si tuviera diez años.

—¿Y qué harás cuando termine este año? —pregunté, curiosa.

—Supongo que lo sabré cuando termine este año —sonrió.

—¿No tienes nada pensado? —pregunté, con los ojos muy abiertos.

Yo no podía imaginarme mi futuro sin, al menos, un poco de planificación.

—Sí. Tengo pensado acabar el año. Después, improvisaré.

Ya me gustaría a mí ser así de positiva.

—¿Y tú qué tienes pensado cuando termines tus magníficos años de filología?

—Pues... espero tenerlo claro para entonces —murmuré—. En el peor de los casos, me veo a mí misma enseñando a niños de catorce años a diferenciar determinantes de adverbios.

—Un futuro esperanzador —ironizó.

—Espero no terminar así —aseguré.

—¿Y no hay nada que te guste? —preguntó.

—Nada especialmente.

—Pero... eso es imposible. Tiene que haber algo que destaque. Aunque sea un poco.

Lo pensé un momento.

—No lo creo.

—¿Y qué se supone que has estado haciendo los últimos dieciocho años de tu vida?

—Pues... intentar sobrevivir a mis hermanos, aprobar el curso y ahorrarme broncas de mi madre.

Visto así, mi vida sonaba aburridísima.

—Tiene que haber algo. Siempre lo hay. Quizá, todavía no lo has encontrado.

—Espero que sea eso.

Detuvo el coche delante de mi residencia mientras yo me quitaba el cinturón y me ponía el abrigo.

—Gracias por traerme —le sonreí.

—No hay de qué, chica sin hobbies.

Le puse mala cara.

—Te sienta bien el rojo —me dijo, mirando mi jersey.

Me miré a mí misma. El jersey ni siquiera era mío. Era de Naya. No solía gustarme ponerme cosas tan llamativas, pero cuando lo dijo, yo también me vi bien en él.

—Buenas noches —se despidió.

—Buenas noches, Ross.

Bajé del coche y, al entrar, vi que Chris no estaba en su lugar. Bueno, era tarde. Supuestamente, él ya estaba en su habitación. Subí las escaleras distraídamente y me detuve en seco en medio del pasillo cuando vi a Mike, el hermano de Ross, saliendo de la habitación que había frente a la mía. Estaba gritando algo a una chica que lo empujaba, tirándole el chaleco a la cara.

—¡Fuera! —le gritó ella con ganas.

—¡Pues vale! ¡Ni siquiera estabas tan buena!

Ella le cerró la puerta en la cara de un golpe. Mike se agachó para subirse los pantalones, que tenía por los tobillos, y levantó la cabeza mientras se ponía el cinturón. Me miró un momento antes de sonreír.

—Tú estabas con mi hermano, ¿no? —me preguntó.

—Sí —dije—. Y tú estabas con la chica que acaba de echarte a patadas, ¿no?

—Hay gente que no sabe aceptar una broma —él miró la puerta con el ceño fruncido—. Solo he dicho que la chica de la foto estaba más buena que ella.

—Qué halagador.

—¿Qué culpa tengo yo de que fuera su hermana pequeña? —él puso los ojos en blanco, atándose el cinturón—. En fin, hay gente muy amargada por la vida.

Pasé por su lado, negando con la cabeza, y metí las llaves en el picaporte de mi puerta. Vi que él se asomaba y me miraba con una sonrisita.

—¿Y qué haces tú tan solita? —me preguntó.

—Ahora mismo, irme a dormir —le dije—. Mañana tengo clase.

—¿Y necesitas compañía?

—No.

—¿Estás segura?

—Sí.

—No me has dicho cómo te llamas.

—Jennifer —dije.

—Yo soy...

—Mike, lo sé.

—¿Has preguntado por mí? —sonrió.

—Tu hermano te ha llamado así varias veces —señalé.

A él le sonó el móvil y sonrió.

—Bueno, Jennifer, lo siento... pero me ha salido otro plan —dijo, señalando el mensaje de una chica—. Tú te lo pierdes.

—Lloraré toda la noche —le aseguré.

Él me guiñó un ojo y se marchó alegrementemientras yo entraba en mi habitación.



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