Capítulo 18
Adivinad quién vuelve a tener insomnio y va aprovecharlo para quedarse despierta y leer toooodos los interesantes comentarios que van a provocar este capítulo *sonrisa malvada de saber algo que vosotrxs no sabéis*
A leer :D
Ya habían pasado unos días desde lo de Mike y no había vuelto a saber nada de él.
Tampoco había hablado de ello con Jack. Habíamos llegado a la decisión conjunta de que no le diríamos nada hasta que volviera. Y yo era la encargada de hablarlo con él, claro. Las tareas fáciles siempre eran para mí.
Una parte de mí no estaba muy entusiasmada con contárselo. Después de todo, conocía a Jack, sí, pero... ¿lo conocía realmente enfadado? La vez que más enfadado lo había visto había sido conmigo. El día en que tuvimos esa discusión tan fuerte. Pero... incluso en esas circunstancias me había dado la sensación de que se había controlado mucho para no gritarme. Dudaba que tuviera tanta consideración con Mike.
Estaba sentada en la azotea con Will. Él fumaba mientras mirada la ciudad. Yo, para varias, le estaba dando vueltas a cómo hablaría con Jack.
Will suspiró y me miró.
—Deja de pensar en ello —me recomendó.
—No sabes en qué estoy pensando —protesté.
—Jenna, no te ofendas, pero no es que seas un gran misterio.
Le puse mala cara y sonrió.
—A veces, eres como un abuelo pesado.
—Me lo tomaré como un cumplido.
—Me lo tomaré como un cumplido —imité su voz y se rió suavemente mientras yo suspiraba—. ¿Por qué crees que lo hizo?
Me miró de reojo, pensativo.
—Mike... bueno, es impredecible —admitió—. Siempre que creo que puedo llegar a entenderlo, hace algo que me demuestra que no es así.
—¿Las otras veces también...?
—¿...nos engañó durante meses y de repente hizo lo que hizo? Sí, exactamente —negó con la cabeza—. Mira, no le digas a Ross que te he contado esto...
—No lo haré —dije enseguida, ávida de información.
Él soltó el humo y sacudió la cabeza.
—Mike siempre ha sido así. Es gracioso, entrañable e incluso puede llegar a ser buena persona algunas veces, pero... a la hora de la verdad... nunca lo he visto dando la cara por nadie. Y lo conozco desde hace muchos años.
Hizo una pausa y yo me giré hacia él, interesada.
—Ross puede decir lo que quiera, pero tú y yo sabemos que es incapaz de guardarle rencor a nadie por mucho tiempo. Ni siquiera contigo cuando lo dejaste. Y, no te lo tomes a mal, pero creo que fue uno de los momentos más bajos de su vida. Cuando volviste, creí que sería incapaz de mirarte a la cara en meses, pero... un solo mes y ya estabais juntos otra vez.
—Sí, tienes razón —murmuré.
—Mike siempre se ha aprovechado de eso. Siempre lo hará. No sé por qué, pero cada vez que creemos que realmente ha cambiado, hace algo parecido a lo que hizo ayer y no se vuelve a hablar con su hermano hasta que Ross decide perdonarlo.
Por la forma en que me miró, adiviné que esa era la parte que no quería que dijera a Jack que sabía.
—La cosa es —siguió— que cuando empezaste a vivir con nosotros por primera vez, era muy obvio que Ross babeaba a tu alrededor. Y Mike lo notó enseguida, claro. Se pasaba el día intentando sacarle de quicio contigo. Ross lo toleraba por aquel entonces, pero... de repente empezó a hacer lo de siempre. A ser parte del grupo, a ser el gracioso, a caer bien a todo el mundo. Incluso se hizo tu amigo, de alguna forma extraña.
—Y Jack tenía miedo de que pasara lo mismo —murmuré.
—Es comprensible —Will se encogió de hombros—. Le ha pasado ya dos veces. De repente, una de sus novias está con Mike. Y no es lo mismo contigo, te lo aseguro. Nunca lo ha sido. Lo que tenéis vosotros no es comparable a lo que tenía con las otras chicas. Por eso, esperaba que Mike hubiera cambiado de verdad esta vez. Que no hiciera nada. Pero... se ve que hay cosas que no cambian.
Me quedé en silencio un momento, mirándolo. No pude evitar sentirme como una idiota.
—Entonces... ¿crees que todo lo que ha hecho Mike estos meses... todo lo de ser nuestro amigo... era mentira?
—No, no es eso —él lo pensó—. Bueno... no lo sé. La verdad es que no tengo ni idea. Ojalá pudiera entender a Mike.
La cabeza me daba vueltas. Por una parte, mi decepción con Mike era demasiado grande en esos momentos como para intentar empatizar con él. Por otra parte, se me hacía imposible imaginarme que Jack se sintiera inseguro con... bueno, con nada. ¿Por qué a mí nunca me mostraba esa faceta?
Porque eres su novia, no su mejor amigo, idiota.
—¿Puedo aportar algo a la conversación?
Los dos dimos un respingo cuando nos dimos la vuelta y vimos a Sue ahí de pie comiendo helado.
—¡¿Quieres dejar de hacer eso?! —le solté, irritada.
—Es que teníais una conversación muy interesante —dijo, acercándose—. No quería interrumpir.
—Era mejor escuchar a escondidas, ¿no? —Will enarcó una ceja.
—Efectivamente —Sue arrastró una de las sillas entre nosotros y siguió comiendo helado—. Bueno, volveré a la pregunta, ¿puedo...?
—¿Qué aportación tienes a este interesante debate, Sue? —le pregunté directamente.
—Oh, ya que preguntas —ella parpadeó varias veces—. Bueno, como sabréis, estoy estudiando psicología, así que creo que puedo darme la licencia de hacerme un poco la sabelotodo insoportable con el comportamiento humano.
Hizo una pausa, como si esperara una respuesta. No la recibió, así que siguió adelante con el discurso.
—A ver, está claro cuál es el perfil de Mike. Clásico chico eclipsado por los logros de su hermano. Toda su vida se ha sentido inferior a él. Con sus padres, en el instituto...
—¿Cómo sabes tú todo eso? —preguntó Will.
—Estoy en medio de un psicoanálisis. No interrumpáis.
—¿Cuántas conversaciones has estado escuchando? —me salió la voz aguda de la impresión.
Ella se detuvo y se comió una cucharada de helado, ganando tiempo.
—Unas cuantas.
—¡Sue!
—¡Mi vida es muy aburrida! ¿Vale?
—Bueno —Will hizo un gesto para que nos calláramos—, ¿puedes terminar, Sue?
—Sí, sí. La cosa es que durante toda su vida se ha sentido como si estuviera a su sombra. Y, ahora, lo han echado de su banda...
—Espera, ¿qué? —pregunté.
Ella me dedicó una mirada asesina y me puse roja.
—Deja de interrumpirme.
—Perdón.
—¿Por dónde iba? Ah, sí. Lo han echado de su banda y Ross está teniendo un éxito impresionante con su película y todo eso. Todo el mundo habla de él constantemente, los comparan... y él se siente enormemente inferior. Seguro que, incluso con las chicas, Ross siempre ha tenido más éxito que él.
—Sigue sin justificar nada —replicó Will.
—Sé que no lo hace, pero ahí es donde entra nuestro pequeño experimento también conocido como Jennifer Michelle...
—¡¿Cómo sabes que me llamo Jennifer Michelle?!
—¡Ya te he dicho que he estado escuchando muchas conversaciones!
—¡Pero...!
—Volviendo al tema —me cortó rápidamente—. Creo sinceramente que Mike no volvería a hacer lo que hizo a su hermano en el pasado. Si hizo lo que hizo el otro día, fue porque realmente le gustas, Jenna. O, bueno, quizá no le gustes. Quizá solo esté confuso porque no sabe cómo reaccionar ante una amistad como la vuestra. No parece haber tenido muchas amigas, ¿no?
—Sue, la besó —le recordó Will, enarcando una ceja.
—Y eso está mal. Lo sé. Lo único que digo... y creedme, me jode tener que decir algo bueno del parásito... es que dudo muchísimo que Mike lo hiciera con mala intención. Para mí, es como un niño pequeño. Obviamente, no sabe gestionar sus emociones. Se dejó llevar por el momento y tú... bueno, reaccionaste de una forma bastante negativa. Le dijiste unas diez veces lo mucho que amas a nuestro querido Ross.
—¿Cómo sabes...? —suspiré—. Oh, déjalo. Sé cómo lo sabes.
—¿Y qué creía que iba a decirle? —preguntó Will—. Está saliendo con su hermano. Es obvio que no va a querer hacer nada con Mike.
—No digo que no fuera un error —aclaró Sue—. Solo digo que no deberíamos tratar a Mike como si fuera una mala persona solo por eso.
Hubo otro momento de silencio. Yo miraba fijamente a Sue, que seguía comiendo helado como si nada. Entonces, una idea me vino a la mente.
—Se me hace raro verte aquí —le dije—. ¿Alguna vez habías subido?
—¿Yo? No. Odio el aire libre.
—¿Y solo has subido a escuchar lo que decíamos? —preguntó Will, confuso.
—Claro que no, ¿quién te crees que soy?
—¿Entonces...?
—Es que Mike está abajo esperándote, Jenna.
Di un respingo. ¿Cómo podía decirlo tan tranquila? Intercambié una mirada con Will, que aplastó el cigarrillo al instante y se puso de pie conmigo. Fuimos a la salida mientras Sue soltaba una palabrota y se apresuraba a seguirnos.
—¡No corráis que estoy comiendo, cabrones!
Efectivamente, Mike estaba de pie en el salón cuando llegamos. Naya estaba a su lado de brazos cruzándolos. Parecía que el silencio sepulcral había llenado la sala durante un buen rato. Mike levantó la cabeza en nuestra dirección.
—Eh... hola —murmuró.
—Espero que hayas venido a disculparte —le dijo Naya directamente.
Mike me miró y se le tiñeron las mejillas de rojo. Solo lo había visto ruborizado una vez y se me hizo extraño verlo. Me miré las manos, incómoda.
—Naya —le advirtió Will.
—No pasa nada. En realidad... —Mike se aclaró la garganta—. La verdad es que he venido precisamente a eso.
Will y yo intercambiamos una mirada perpleja.
—¿Qué? —Will lo miró—. ¿Has dicho que vas a disculparte?
—Eh... sí.
—¿Tú? —Sue se había asomado por encima de mi otro hombro—. ¿Estás bien? ¿Tienes fiebre?
—Estoy bien —Mike les puso mala cara.
—¿Seguro que estás bien?
—¡Que estoy bien, pesados! ¿Podéis dejar de mostrar tanta sorpresa?
—Bueno —interrumpí—, di lo que tengas que decir, Mike.
Él volvió a mirarme y se mordió el labio, incómodo.
—¿Podemos... hablar a solas?
—De eso nada —dijo Naya, riendo.
—Yo no me pierdo esto —remarcó Sue.
Cuando hizo un ademán de sacar el móvil, Will se lo quitó de un manotazo. Suspiré.
—¿Podemos centrarnos? —miré a Mike—. Vas a tener que tener público.
—Bueno, da igual.
Él dudó un momento antes de acercarse. Nunca había visto a Mike nervioso. Se retorcía las manos, mirando cualquiera cosa que no fuera yo.
—Mira, yo... —empezó—. Sé que lo que hice la otra noche no estuvo bien.
—Pues no —dijo Naya de fondo.
—Cállate, que nos echan —le masculló Sue.
Los miré de reojo. Los tres estaban sentados en el sofá, mirándonos. Sonrieron como angelitos a la vez y puse los ojos en blanco antes de volver a centrarme en Mike.
—No, no estuvo bien —le insté a seguir.
—Mira, lo he estado pensando mucho y... bueno, no sé cómo decirte esto, pero... yo... eh...
Se calló. Fruncí el ceño.
—¿Tú...?
—Ya sabes.
—¿Qué sé, Mike?
—Ya sabes... eso... que... mhm... lo siento y todo eso.
Suspiré pesadamente.
—¿Eso es una disculpa? ¿En serio?
—A ver, técnicamente lo es —escuché murmurar a Sue de fondo. El siguiente ruido me indico que Naya le había dado un golpe en el brazo para que se callara.
Mike pareció dudar antes de continuar.
—Creo que confundí tus señales, ¿vale?. Y, a la vez... me confundí a mí mismo. Realmente, no me gustas. Eh... no de esa forma, quiero decir. Eres una bellísima persona y todo eso. Oh, eh... no en ese sentido. Digo... eh... en personalidad, ¿sabes? Que me gusta tu personalidad y todo eso, pero no...
—Lo hemos pillado —le dijo Naya.
—Bueno —Mike tragó saliva—, me arrepiento de lo que hice. Lo hago de verdad.
Lo miré sin saber qué hacer. Él se aclaró la garganta, incómodo.
—Y... entiendo que te hice sentir incómoda. Y que quieras contarle todo esto a Ross por lo que pasó hace unos años. Lo dejo en tus manos. Haz lo que creas más conveniente. Solo... bueno, quería aclarar que no ha sido lo mismo que lo que pasó con esas otras dos chicas. Ni de lejos. Pero... si te sientes incómoda conmigo lo entenderé y me iré de aquí. Puedo ir a casa de mis padres. No pasa nada.
Hizo otra pausa, como esperando a que dijera algo. Yo no supe muy bien por qué, pero solo me salió una cosa.
—¿Y cómo sé que lo dices de verdad? —pregunté.
Él suspiró, nervioso, y sacudió la cabeza.
—Supongo que no puedes saberlo.
—Eso no sirve de mucho, Mike.
—Mira, Jenna, creo que en mi vida me había disculpado por nada, pero... lo estoy intentando. Sé que es un poco raro, pero... realmente me gustas como amiga. Eres de las pocas personas de mi vida que nunca me ha tratado como si fuera un idiota, un inútil o un pesado. Siempre me has tratado bien. Incluso cuando no te conocía mucho y mi hermano se enfadaba contigo por defenderme. Me has apoyado en muchas cosas y siento que yo no te he apoyado en ninguna. Y no me gusta esa sensación. Es la primera vez en mi vida que tengo una amiga de verdad. O... bueno, técnicamente somos familia, ¿no?. En fin, lo que quieras llamarlo. La cosa es... que no quiero perderte. Eres mi mejor amiga. Y... eso. Que lo siento. Mucho.
Silencio. Abrí la boca para balbucear algo, pero me detuve cuando escuché un snif detrás de mí. Me di la vuelta y me encontré a Naya lloriqueando mientras Will y Sue ponían los ojos en blanco.
—Es que... ha sido muy bonito —lloriqueó ella—. Y ha salido de la boca de Mike. No me lo esperaba.
Suspiré y volví a girarme hacia Mike. Él esperaba una respuesta. Volví a abrir la boca para decir algo, pero alguien se sonó de manera demasiado sonora los mocos detrás de mí. Me giré irritada hacia Naya, que tenía el pañuelo todavía en la nariz.
—¿Qué? —preguntó con voz nasal.
Me reí, negando con la cabeza, y me giré hacia Mike.
—Oh, vamos, ven aquí, cuñado.
Él pareció algo sorprendido cuando me incliné hacia él para darle un abrazo de oso. Al instante, escuché los pasitos de Naya acercándose y estrujándonos a los dos. Will no tardó en unirse.
—¡Abrazo grup...! —Naya se detuvo y clavó los ojos en Sue—. ¡Ven aquí!
—No. Gracias.
—No era una sugerencia.
—El contacto humano y yo nos llevamos bastante m...
—¡QUE VENGAS! —le bramó de malas maneras.
Sue pareció un poco aterrorizada cuando dio un paso hacia delante y nos abrazó incómodamente. Naya volvió a la sonrisa angelical y nos abrazó a todos.
—¡Abrazo grupal! —exclamó felizmente—. ¡Somos una familia feliz!
—Una familia disfuncionalmente feliz —masculló Sue.
—Tenemos a la tía amargada, el tío gracioso, el papá responsable, la mamá histérica y los tíos enamorados. ¿No es genial?
—Naya —la miré—, ¿te das cuenta de que te has llamado histérica?
—Uno tiene que asumir lo que es, querida Jenna.
—Bueno —Mike estaba en medio del abrazo con una mueca—, ¿podemos separarnos ya? No puedo respirar
—¡Un poquito más! —Naya sonrió ampliamente.
Pero Sue se retorció y se libró de nosotros. Los demás hicimos lo mismo y dejamos a Naya plantada sola, con los brazos cruzados.
—Sois una familia horrible —nos dijo—. Que sepáis que...
Se detuvo en seco y la miré, confusa.
Entonces, mis ojos bajaron automáticamente a sus pies. Bajo la falda y hacia sus zapatos, había líquido formando un charco. Abrí los ojos como platos.
—¡Qué asco! —Mike puso una mueca—. Se ha meado encima de la felicidad.
—No es eso, idiota —le soltó Sue.
Vi que Naya, pálida, buscaba con los ojos a Will. Él se había quedado de pie, como en shock.
—Has... has roto aguas —murmuró.
—Oh, Dios —ella empezó a hiperventilar—. Oh, Dios. ¡Va a salirme un niño por... por ahí! ¡Dios mío, va a salirme un niño por ahí!
—¿Ahora te enteras? —le preguntó Sue.
—¡No había sido del todo consciente hasta aho...!
Se detuvo en seco cuando la puerta principal se abrió. Todos nos giramos a la vez hacia Jack, que acaba de entrar con una amplia sonrisa y su maleta.
—¡Adivinad quién ha llegado antes de lo prev...! —fue bajando lentamente el tono hasta callarse, confuso al vernos las caras de espanto—. Vale, sé que la camiseta no es la mejor de mi armario, pero tampoco es para que os quedéis así.
Hubo un momento más de silencio cuando revisó a Naya, que estaba en medio de nosotros. Sus ojos se detuvieron en sus pies.
—Eh... Naya... no sé si te has enterado, pero has roto aguas o te has meado encima.
—¡Me he enterado! —exclamó ella, hiperventilando todavía—. ¡Que alguien haga algo! ¡WILL!
—Eh... sí —Will reaccionó por fin—. ¡Ross, el coche!
—¿Eh?
—¡Que conduzcas!
Seguía medio paralizado cuando Will y Naya pasaron por su lado, así que me acerqué a él y agarré su brazo y lo arrastré conmigo hacia el ascensor. Mike y Sue nos gritaron que vendrían en taxi para que Naya pudiera tumbarse en los asientos traseros. Bajamos todos al coche de Jack y me senté junto a él mientras Naya se tumbaba en la parte de atrás con la cabeza en el regazo de Will. Justo cuando Jack arrancó el coche, soltó un gritito de dolor, sujetándose la tripa.
—¡Mierda, esto duele!
La miré con cierto pánico mientras Will hacía lo que podía por consolarla y consolarse a sí mismo. Jack dio la vuelta rápidamente al coche y salió del aparcamiento. Yo tragué saliva y lo miré.
—Creo que ha llegado tu momento de demostrarnos lo rápido que puedes ir —murmuré.
Él me miró, confuso por un momento. Pero, entonces, en medio del caos, esbozó una pequeña sonrisita.
—Genial.
—¡No es genial, Ross, siento que voy a partirme por la maldita mitad! —le gritó Naya.
—¡Tenemos que cronometrar las contracciones! —Will parecía completamente ido—. Si son cada...
—¡AAAAAHHHHH! ¡CONTRACCIÓN, CONTRACCIÓN!
—¡Nos hemos enterado! —le gritó Jack, que iba conduciendo a toda velocidad y yo me estaba mareando.
—¡CÁLLATE, ROSS!
—¡Oye, yo no tengo la culpa de que vaya a salirte un bicho entre las piernas! —él la miró por el retrovisor un momento—. Oye, ¿podrías intentar no manchar los asientos del...?
—¡JENNA, POR DIOS, DALE UNA BOFETADA DE MI PARTE!
—¡VALE, PERDÓN!
En menos de cinco minutos, Jack detuvo en coche casi en seco frente al hospital y un policía se acercó a decirnos que no podíamos aparcar ahí, pero se detuvo en seco cuando vio a Naya bajar del coche con Will.
—¡Vamos a aparcar y venimos! —le grité a Will.
Él estaba distraído sujetando a Naya, así que Ross movió el coche hacia el aparcamiento. No había plazas libres cerca de la puerta principal, así que tuvimos que caminar un rato para llegar a ella. Will y Naya estaban desaparecidos y no tardaron decirnos que ya los habían trasladado a una habitación o algo así. Nos apresuramos a ir hacia ella y nos encontramos a Naya en una bata de hospital, tumbada en una cama con la cara roja y Will sujetándole la mano. Lana, Sue y Mike —por su aspecto, acababan de llegar— estaban a un lado, mirándola con cierto horror.
—¡Jenna! —Naya me miró como si hubiera visto un ángel—. ¡Ven, por favor, necesito a alguien que me sujete la mano!
—¿Y yo qué? —protestó Will.
—¡A ti te odio! ¡Estoy sufriendo por tu culpa!
Le dediqué una sonrisa de disculpa a Will mientras él parecía demasiado nervioso como para pensar en ello. Me acerqué a Naya y ella me estrujó la mano hasta el punto en que dolió.
—El imbécil del médico me ha dicho que tengo que dilatar más —me puso una mueca—. Tengo que tener contracciones cada dos minutos o algo así.
—¿Y cada cuánto las tienes ahora? —preguntó Lana.
—Cada cinco —murmuró Naya, lloriqueando—. Esto es horrible. No quiero ser madre. ¿No pueden sedarme o algo así y arrancármelo sin que me entere?
—Pero, ¿tanto duele? —Jack puso una mueca.
Naya lo miró, furiosa, y él dio un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición.
En realidad, solo pudimos estar con ella durante veinte minutos más, porque entonces vino un médico que nos dijo muy amablemente que fuéramos a esperar todos en el pasillo menos Will. Y ahí nos dejaron sentados por casi una hora, incomunicados.
Apoyé la cabeza en el hombro de Jack, que parecía adormilado. Me pregunté si habría dormido ese día. Quizá no. Pobrecito. Le dediqué una pequeña sonrisa.
—Bienvenido, por cierto —murmuré.
Él volvió a centrarse para sonreírme.
—No ha sido la bienvenida que esperaba.
—¿Y qué te esperabas?
—¿Sinceramente? Echar un polvo, no atender un parto.
Me puse roja y me aseguré de que Mike, Sue y Lana no nos habían oído. Ellos estaban hablando en voz baja unos asientos más lejos de nosotros. Clavé los ojos en Jack, que tenía su sonrisa encantadora en los labios.
—Conmigo no echas polvos, haces el amor —le recordé.
—Bueno, la mecánica es la misma.
Negué con la cabeza.
—¿Cómo has llegado tan pronto?
—En Italia no hacía muy buen tiempo y han tenido que suspender la mitad de uno de los festivales. Cancelar el otro vuelo y venir hoy ha sido caro, pero te aseguro que ha valido la pena —sonrió—. Parece que la niña me estaba esperando para nacer. ¿Ya saben qué nombre le pondrán?
—Están en medio de un debate. Naya quiere ponerle Kim, Michelle o Gabriela. Will quiere ponerle Jane.
—Michelle —levantó y bajó las cejas las cejas—. Me gusta. Ya sé qué nombre le pondremos a nuestra hija.
—Vale, ¿por qué asumes que tendremos una hija? ¿O que le pondremos ese horrible nombre?
—No es horrible. Solo le tienes manía porque es tuyo. Y tú también deberías asumir que tendremos hijos, querida Michelle.
—¡Que no me llames...!
—¿Qué nombre le pondrías? —me interrumpió—. A un chico.
Suspiré, encogiéndome de hombros.
—Nunca lo he pensado.
—¿En serio? Pues yo sí.
—No me asustes.
—Te asustas tú solita.
—No compuestos, por favor.
—Los nombres compuestos son lo mejor.
—¡No!
—Vale. Pues nombres originales.
—¿Como cuál?
Lo pensó un momento, pasándome un brazo por encima de los hombros. Parecía estar pensándoselo de verdad.
—Scott —dijo, al final.
—Podríamos llamarlo Scotty.
—O Connor. O David.
—Mhm... no terminan de convencerme.
—Muy bien. ¿Landon? ¿Lester?
—¿Eso es original, Jack? Si en mi clase había tres con esos nombres.
—Un nombre común también está bien. ¿Rhett? Ese es original.
—¿No es el protagonista de Lo que el viento se llevó?
—Mírate, ya eres una pequeña cinéfila.
—Céntrate, Jack.
—Vale, vale. ¿Logan? ¿Kyle? ¿Jared?
—Sigue siendo un no.
—No me lo estás poniendo fácil, Mushu.
—Si te lo pusiera fácil, no estarías tan perdidamente enamorado de mí —bromeé.
Él pareció sorprendido por un momento antes de echarse a reír y estrujarme con un brazo. Me dio un beso en la sien, divertido. Me giró la cara y sonreí cuando esta vez me besó en los labios. Pero se separó enseguida, pensativo.
—Vale. ¿Qué tal Jeremy?
—¿Jeremy?
—Sí. No está mal. Ni muy largo, ni muy corto. Ni muy común, ni muy original. A mí me gusta.
—Podríamos llamarlo Jay.
—Ya no me gusta tanto.
—¡Jay es genial!
—Muy bien, genia, te dejo a ti la elección del de la niña.
—¿Y si solo tenemos chicos?
—¿Cuántos quieres tener, Michelle? No me asustes.
—¡Solo estoy bromeando!
—Pues yo no.
Decidí ignorar su sonrisita.
—Llevo con estos dos nombres desde que era pequeña, así que espero que te gusten —le advertí.
—¿Jennifer y Michelle?
—No, idiota. Victoria y Elisabeth.
Se encogió de hombros.
—Me gusta Ellie.
—Pues Ellie. Decidido.
—Genial, ahora solo nos falta engendrarlos. ¿Vamos a ello?
—¿Con Naya aquí al lado agonizando porque tiene que parir? Sí, claro, ahora mismo me encantaría tener un hijo.
Nos pasamos ahí una hora más. Jack terminó quedándose medio dormido con la cabeza en mi hombro. El médico nos había advertido que las madres primerizas tardaban mucho en parir, pero no creí que lo dijera tan en serio como cuando Will salió de la habitación y suspiró.
—Creo que deberíais ir a casa por hoy, chicos —nos dijo.
Todos nos giramos hacia él, perplejos.
—¡Yo quiero quedarme! —protestó Lana.
—Nos han dicho que tardaremos tres horas más en saber nada —remarcó Will—. Y, aún así, dicen que es muy poco tiempo para una madre primeriza.
—Podemos esperar tres horas —aseguré.
Mike y Sue no parecían muy seguros, pero como había una máquina de comida en el pasillo, terminaron aceptando.
Así que nos pasamos tres horas ahí sentados esperando. Jack terminó durmiéndose —efectivamente, no había dormido en un montón de horas— con la cabeza en mi regazo y yo me entretuve mirando el móvil. Los demás dieron varios paseos por el hospital y hablaron conmigo, pero la verdad es que las horas se hicieron muy largas.
Yo misma me había quedado medio dormida cuando abrí los ojos por instinto. Cuando lo hice, vi que Will estaba delante de nosotros con una sonrisa agotada. Todo el mundo estaba despierto. Él suspiró con alivio.
—Ya está —murmuró—. Es... ya ha nacido, chicos.
***
Will y Naya se quedaron con Jane —porque habíamos convencido entre todos a Naya con ese nombre— en el hospital esa noche, pero nosotros no. Jack ya no parecía tan cansado cuando dejó a Lana en la residencia y nos llevó a todos a casa. La verdad es que ahora yo tampoco estaba tan cansada. De hecho, estaba emocionada. No sabía muy bien cómo explicarlo.
Cuando salimos del ascensor y Sue abrió la puerta, solté un suspiró y Jack me miró, extrañado.
—¿Qué pasa?
—Me he dejado un refresco arriba.
Mike y Sue se escabulleron enseguida, dejando claro que no serían ellos quienes se encargaran.
—Voy a por él —murmuré, dirigiéndome a la ventana.
Claro está que Jack me siguió. Subí las escaleras de incendios y suspiré otra vez cuando vi el refresco en la silla que había estado usando esa tarde. Ahora, era de noche. Jack sonrió al ver mi mirada perdida.
—¿Todo bien?
—No. Estoy teniendo un bajón.
—¿Un... qué?
—Me pasa cuando tengo demasiado tiempo para pensar —murmuré, mirándolo de reojo—. Pero no importa.
Él parpadeó, sorprendido, cuando pasé por su lado para agarrar el refresco. Me detuvo sujetándome de la mano.
—¿Qué te pasa? —preguntó, medio divertido.
—Nada, ya te lo he dicho. Lo hablé con Shanon.
—¿De algo tan importante que no puedes decírmelo? —sonrió de lado.
Dejó de hacerlo cuando vio que hablaba en serio. Su ceño se frunció un poco y tiró de mí hasta que me tuvo justo delante.
—¿Qué? —preguntó, esta vez algo preocupado.
Lo pensé un momento antes de sacudir la cabeza.
—¿Puedo preguntarte algo? ¿Y vas a ser completamente sincero?
—Vamos, Jen, sabes que sí.
—Yo... —dudé—, ¿crees que soy una inútil?
Pareció sorprendido por un momento. Dudo que creyera que la conversación fuera a ir por ahí. Esbozó media sonrisa incrédula.
—¿Qué? ¿Por qué preguntas esa tontería?
—No es una tontería.
—Sí lo es. Claro que no eres ninguna inútil. No digas eso.
—Es que... ¿qué voy a hacer en septiembre? ¿Meterme otra vez en una carrera que ni siquiera me gusta?
—Puedes elegir la carrera que quieras, Jen.
—Ya lo sé, pero no hay nada que me guste. O que se me dé bien.
—Se te da bien pintar —me recordó, enarcando una ceja.
—Oh, sí, soy genial —ironicé.
—Eres buena —me dijo, completamente serio—. Incluso mi madre lo dijo. Y te aseguro que ella no lo diría si no fuera verdad. Lo único que necesitas es practicar más.
—¿Y cuándo voy a tener tiempo cuando vaya a clase? ¿Por las noches?
—Por las noches estarás ocupada —enarcó una ceja.
—¡Jack, hablo en serio!
—Bueno, si el problema son las clases, no vayas.
Parpadeé, como si se le hubiera ido la cabeza.
—¿Qué? —pregunté en voz aguda.
—No es para tanto. Haz lo que más te guste.
—Sí, claro, y luego tendré treinta años y ninguna carrera o...
—Una carrera no te soluciona la vida, Jen. Y mucho menos si es una que no te gusta. Además, ¿por qué no puedes volver a estudiar cuando tengas treinta años?
No dije nada, pero no estaba muy convencida. Él decidió continuar.
—¿Prefieres trabajar toda tu vida en algo que no te gusta o intentar hacer lo que quieres de verdad?
—Es muy fácil decir eso siendo... tú.
—Pero ¿qué te preocupa tanto?
—Bueno... no lo sé.
—El dinero, ¿no?
Me puse roja y él suspiró.
—Venga ya. Sabes que puedo...
—No quiero abusar de tu dinero.
—No abusas de nada. Yo quiero dártelo.
—Jack, no quiero gastarme tu dinero en...
—Tengo de sobra. Y quiero que lo uses.
—¿De sobra? Steve Jobs ha vuelto...
—Lo digo en serio —insistió—. Mira, quería contártelo mañana cuando hubiéramos descansado, pero ya que has sacado el tema...
Suspiró y yo lo miré, confusa.
—He firmado un contrato para otra película.
Hubo un momento de silencio antes de que yo reaccionara por fin y sonriera ampliamente, olvidándome de todo lo que habíamos hablado.
—¿Qué? Pero... ¡eso es genial, Jack!
—Lo sé —sonrió un poco cuando me vio tan animada.
—¿Y de qué será? ¿La segunda parte de la que ya tienes? Ahora que lo pienso, no sé de que va...
—Y no hace falta que lo hagas —bromeó.
—¿De qué...?
—No tiene nada que ver con la primera —me aseguró—. Esta vez, es una de terror.
—Pues ya sabes de alguien que no la va a ver.
Empezó a reírse.
—Claro que la vas a ver. En el estreno. Pienso arrastrarte conmigo a la primera fila.
—¡No voy a ir!
—Lo que tú digas. Vas a ir.
Puse los ojos en blanco antes de acercarme y rodearlo con los brazos. No recordaba haber echado tanto de menos sus abrazos en dos semanas y media, pero lo había hecho. Apoyé la mejilla en su pecho y noté que él también me rodeaba con los brazos.
—En conclusión —murmuró—, tendrás dinero de sobra para gastarte en pinturitas.
—Haces que suene maravilloso —ironicé, sonriendo—, pero deberías invertirlo en algo mejor.
—¿Algo mejor que tú?
—Sí, Jack. Definitivamente. Como... no sé. Podrías comprarte uno de esos coches convertibles que hacen un montón de ruido innecesario.
—Me gusta mi coche —protestó.
—O toda la maldita ropa de Kill Bill que haya a la venta.
—¿Yo comprando ropa? ¿En serio?
—Vale, podrías invertirlo en una casa o algo así.
—¿Para nosotros? Me parece bien.
—O ir en uno de esos globos gigantes...
—Suena bien.
—O irte de crucero.
—O comprarme el yate.
—O pagarte unas vacaciones.
—O una luna de miel.
Abrí los ojos de golpe.
Creo que mi conciencia hizo lo mismo.
Durante un momento, no me moví, pero supe que había oído bien. ¿Había sido una broma? Me separé lentamente para mirarlo y vi que él estaba completamente serio.
Oh, oh.
Se aclaró la garganta, nervioso.
¡Jack nervioso!
OH, OH.
—Lo he estado pensado durante ya un tiempo —empezó, mirándome—, y cada vez que lo pienso, tiene más sentido. Y más quiero hacer esto... contigo.
Mi corazón iba a toda velocidad, pero mi cerebro se había quedado paralizado.
—¿El... el q-qué?
—Hablé con tu hermana para pedirle consejo —añadió, sonriendo—, y se emocionó mucho con la idea. Tus padres también. De hecho, tu madre incluso me dio algunas ideas de cómo pedírtelo. Creo que fue el último empujón que necesitaba para hacer esto. De hecho, iba a hacerlo esta noche, pero con todo lo de Jane... creí que no tendría la oportunidad de hacerlo.
Yo seguía medio paralizada cuando él apartó la mirada un momento, sujetándome la mano.
—Mira, Jen... —se aclaró la garganta—, sé que esto te puede parecer un poco precipitado porque... bueno, tampoco hace tanto tiempo que estamos juntos, ¿no? Así que entenderé si me dices que no, pero... necesito preguntártelo. No puedo aguantar más sin hacerlo.
Como digas que no te juro que me mudo a otra cabeza.
Clavé los ojos en su mano cuando se la metió en el bolsillo y el corazón empezó a aporrearme las costillas cuando sacó una pequeña cajita de terciopelo. Y ya sabía lo que había dentro. Él apretó los dedos alrededor de mi mano.
—La primera vez que estuvimos juntos fue solo por tres meses y fui incapaz de imaginarme un solo año sin estar contigo. Ahora, después de todo lo que hemos pasado... soy incapaz de imaginarme una vida sin ti. No quiero hacerlo. Y sé que esto suena muy precipitado y demasiado cursi... y que... y que puede salir mal de mil formas distintas, pero... también sé que no habrá nadie más en mi vida con quien quiera intentarlo. Solo contigo.
Respiró hondo y vi que clavaba lentamente una rodilla en el suelo, abriendo la cajita. El mundo se detuvo cuando vi el pequeño anillo plateado de su interior.
—¿Quieres casarte conmigo?
Abrí la boca para... bueno, en ese momento no sabía ni para qué porque seguía en trance. No sé cómo, pero conseguí respirar lo suficiente como para no desmayarme. La cabeza me daba vueltas. ¿Estaba pasando de verdad? Porque si era una broma no tenía maldita gracia.
—Es un buen momento para decir algo —añadió en voz baja—. Preferiblemente un sí, pero eso mejor decídelo tú misma.
Por fin, conseguí reaccionar y noté que estaba asintiendo con la cabeza. Pude ver el alivio en sus ojos cuando murmuré algo que supuse que era un sí. Jack sonrió ampliamente y se puso de pie. Vi que me ponía el anillo en el dedo anular antes de quitarme las lágrimas de debajo de los ojos. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando.
Él me dedicó una pequeña sonrisa emocionada y se inclinó hacia delante para sujetarme de la nuca y unir nuestros labios. Yo noté el anillo alrededor de mi dedo cuando me sujeté a él para no caerme.
Entonces, se separó un poco para mirarme.
—¿Puedo empezar ya a llamarte Jennifer Michelle Ross, Mushu?
Sonreí, negando con la cabeza, y lo empujé por el hombro. Él también sonrió y volvió a besarme.
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