Capítulo 16
Al abrir los ojos, solté un gruñido de protesta y volví a cerrarlos. La cabeza me dolía como si me la estuvieran martilleando. Puse una mueca y hundí la cara en la almohada.
Sin embargo, no podía volver a dormirme. Tenía la garganta completamente seca. Me la acaricié mientras me incorporaba, sentándome. Jack no estaba y me di cuenta de que me había despertado abrazando su almohada. Me obligué a mí misma a arrastrarme hacia la cocina. Cada paso era como una tortura.
—Buenos días —murmuré.
Naya, Sue, Will, Jack y Mike estaban ahí desayunando. Puse una mueca al ver que Sue, Mike y Jack ocupaban los taburetes de la barra. Necesitaba sentarme. O tumbarme. O morirme. Lo más rápido.
—Buenos días, bella durmiente —sonrió Jack ampliamente—. Menuda cara.
—La resaca es bonita, ¿eh? —Will también parecía divertido.
—Oh, callaos —puse una mueca—. No lo entiendo. No bebí tanto.
—Es que no estás acostumbrada al pecado —me dijo Mike, llenándose la boca de su desayuno.
Yo clavé los ojos en Jack, que suspiró y se puso de pie, ofreciéndome el taburete. Fui a sentarme felizmente y él se quedó de pie a mi lado.
—¿Tienes hambre? —me preguntó Will.
—No, por favor. Necesito agua o creo que moriré de deshidratación.
Naya me acercó la botella de agua y vi que Jack reprimía una sonrisita cuando empecé a llenarme el vaso y a beberlo compulsivamente.
—¿Qué? —protesté.
—Nada.
—Pues deja de sonreír, tonto.
—Es que te lo tienes merecido por beber —me recordó—. Y por dar un puñetazo. Y por lanzar una lata a...
—Oh, déjalo —protesté, pasándome las manos por la cara—. Estoy demasiado cansada para una charla.
—Bueno —Naya atrajo la atención de los demás—, ¿podemos seguir con el tema de antes?
—¿Y cuál era? —preguntó Sue, viendo con una mueca que Mike comía como si la vida la fuera en ello.
—¡Mi fiesta! —chilló Naya, indignada al ver que nadie se entusiasmaba—. ¿Es que ya se os ha olvidado?
—¿Qué fiesta? —pregunté, confusa.
—¡Mi baby shower!
—Tú... ¿qué?
—Su fiesta premamá —aclaró Sue.
—¿Premamá? —Mike miró a Will—. ¿Y tú qué? ¿No eres prepapá?
—Yo tengo bastante claro que tengo un papel secundario en todo esto.
—Ese es mi chico —Naya le dio una palmadita en la espalda—. Lo que me lleva a que espero que a nadie se le haya olvidado, porque os recuerdo a todos que en estas fiestas se llevan regalos. Y no miro a nadie.
Clavó los ojos en mí, que casi me atraganté con el agua. Ups. Pues no había comprado nada.
Qué sorpresa.
—¿Eh? —pregunté al ver que seguía mirándome.
—Has comprado algo, ¿no?
—Eso no se pregunta —le recordó Will.
—¡Hay confianza, puedo preguntarlo!
—Yo... —intenté pensar a toda velocidad.
—Sí, lo ha hecho —dijo Jack por mí—. Cálmate, premamá.
—¡Genial! —Naya aplaudió y fue al salón—. Entonces, voy a llamar a Lana. Definitivamente, necesita una distracción y puede ayudarme a...
Y empezó a parlotear sobre la fiesta. Yo conseguí disimular hasta que ella y Will desaparecieron. Vi que Sue y Mike seguían arrasando con la cocina y fui al salón con Jack. Él miraba su móvil sin mucha preocupación.
—¿Por qué le has dicho que tenía un regalo? —pregunté, de pie delante de él.
—Se te había olvidado la fiesta, ¿no? Eres un desastre.
—¡Pero no sé qué se compra en estos casos!
Él suspiró y dejó el móvil a un lado, atrapándome la muñeca y tirando de mí hasta que estuve sentada en su regazo.
—¿Tu hermana no hizo una fiesta de esas cuando estaba embarazada? —preguntó.
—¿Mi hermana? Si se escondía como si fuera un vampiro del sol para que nadie le viera la tripa de embarazada.
—Bueno, estás de suerte —sonrió—. Yo ya tengo algo para ellos. Solo tienes que decir que es de parte de los dos.
Lo miré, sorprendida.
—¿Y qué es?
—Eso no te lo voy a decir.
—¿Por qué no?
—Porque es un regalo.
—Pero no es para mí.
—No quiero que Will y Naya se enteren antes de tiempo.
—¿Yo...? ¿Qué...? ¿Qué insinuas?
—No lo insinúo. Lo digo directamente. Eres una bocazas.
Lo miré, ofendida.
—¡Sé guardar secretos!
—Te desmoronas bajo presión —enarcó una ceja—. Si Naya empieza a interrogarte, terminarás diciéndolo.
—¡No es verdad! —dije, algo dubitativa.
—Ya lo creo que lo es.
Él se inclinó hacia delante para besarme, pero se detuvo cuando la pantalla de su móvil se iluminó con el nombre de Joey. Puso los ojos en blanco, suspirando.
—¿No vas a responder? —pregunté.
—Es una pesada. Ya lo haré más tarde.
—Pero...
—Tenemos una reunión importante de no sé qué en una hora y está nerviosa, como siempre —aclaró.
—¿Y tú no?
—¿Yo? ¿Por qué debería estarlo?
—Perdona, se me había olvidado que tu despreocupación ante la vida es proporcional a la de mi sobrino de diez años.
Sonrió, divertido, cuando le puse una mueca malvada. Se inclinó hacia delante y no entendí qué quería hasta que me pasó los dedos por las costillas, haciéndome cosquillas. Di un respingo e intenté apartarme, pero me tenía enganchada con el otro brazo.
—¡No, no, para, Jack!
—Pídeme perdón —dijo, tan tranquilo, ignorándome.
Menos mal que tenía su brazo en mi espalda, porque sino me hubiera caído de culo al suelo. Intenté apartarle el brazo y consiguió esquivarme con facilidad, haciéndome cosquillas en el estómago. Yo estaba riendo, pero por dentro intentaba salir corriendo con una mueca de horror.
—¡Vale, vale, perdón!
—¿Perdón, qué?
—¡JACK!
—Perdón, eres el mejor y no volveré a decir nada malo de ti —recitó para mí.
—¡No pienso dec...! —di un respingo cuando volvió a atacar—. ¡Perdón, eres el mejor y no volveré a decir nada malo de ti!
Se detuvo al instante, divertido.
—Así me gusta.
Le empujé por el hombro, irritada.
—Sabes que eso es chantaje, ¿no?
—Sabes que me da igual, ¿no?
Puse los ojos en blanco y él tiró hacia arriba para que volviera a sentarme en su regazo. Ni siquiera me había dado cuenta de que me había quedado en el sofá. Al instante en que me tuvo encima, me rodeó con ambos brazos y me dio un beso justo en la zona del cuello en la que me latía el pulso. Seguro que había notado que se me había acelerado, porque cuando volvió a mirarme tenía una pequeña sonrisa en los labios.
—Estoy planteándome no ir a la reunión.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque aquí hay cosas más interesantes —dijo, levantando y bajando las cejas.
Sonreí, divertida.
—¿Quieres que Joey te mate?
—Habrá valido la pena.
—Pues yo no quiero quedarme soltera —me puse de pie—, así que ya puedes ir.
Suspiró, mirándome de reojo, como si acabara de decirle que fuera a combatir a una guerra. Pero al final se puso de pie y se fue a la dichosa reunión.
***
—Entonces... ¿no has venido con tu amiguita?
Miré a Spencer con mala cara.
—Deja en paz a Sue.
—¿Y cómo sabes que estoy hablando de ella? Podría referirme a Naya.
—Sí, claro.
Sonrió como un angelito. Yo miré a mi alrededor en la cafetería. Menos mal que el aire acondicionado estaba puesto, porque fuera hacía demasiado calor. Tomé un sorbo de mi batido.
—¿Hasta cuándo estarás en la ciudad? —le pregunté.
—Pasado mañana me voy a casa —dijo distraídamente, jugando con la pajita de su bebida—. Tengo un curso de verano que atender.
—¿Owen está en el grupo?
—No, es de chicos de catorce años —suspiró—. Lo que me faltaba. Tener que aguantar a adolescentes de hormonas revolucionadas en pleno verano.
—Seguro que hay cosas peores —le aseguré.
—Oye, ¿y por qué no te vienes una semana o algo así a casa? —preguntó.
Lo miré, sorprendida.
—¿Yo?
—Sí, claro. Puedo intentar conseguirte un asiento en el avión.
—Pero... ¿papá y mamá...?
Dejé la pregunta al aire cuando vi la cara con la que me miraba. Claro que no iban a tener problemas con eso. Me encogí de hombros.
—Lo pensaré. Tengo que mirar billetes de vuelta y eso.
—Pero si tienes un novio rico. Puedes permitírtelo.
—Spencer, que mi novio sea rico no quiere decir que yo lo sea.
—Pues aprovecha y cásate, tonta. Arrasa con su fortuna.
—Me encanta tu visión tan romántica del matrimonio.
—Pero si he visto cómo lo miras. Como los idiotas de tus dos hermanos miran los coches caros. Se os cae la baba a los tres.
Me puse roja al instante.
—No es verdad.
—Sí lo es.
—¡No lo es!
—Pero ¡no te avergüences! Si él te mira igual.
Me detuve un momento, sorprendida.
—¿En serio?
—Sí. No sé por qué, pero parece que le gustas mucho.
—¿Cómo que no sabes por qué, capullo?
—Oye, un respeto a tu hermano mayor —suspiró y se apoyó en el respaldo de su silla—. Ya te veo en unos años en el altar con tu noviete del brazo. Lo que lloraría mamá si te casaras. Ya ha perdido las esperanzas con Shanon y conmigo. Por no hablar de los dos idiotas.
—¿Y por qué tengo que casarme? —pregunté de mala gana.
—No lo sé. Es lo que toca, ¿no? Novios, boda, hijos, jubilación... bueno, todo ese rollo.
—No sé si eso es para mí, la verdad...
—Ah, ¿no? —enarcó una ceja, divertido—. ¿Me dirás que nunca te has imaginado cómo sería casarte con tu noviete?
Me puse roja porque sí lo había hecho alguna vez. Me encogí de hombros, avergonzada.
—Además, en las bodas se liga mucho —añadió—. Sería mi oportunidad perfecta.
No volvimos a hablar del tema en todo el rato, pero me había dejado muy pensativa. Me acordaba de pequeña, cuando Nel y alguna otra amiga de la infancia hablaban de que se veían de adultas en una boda de cuento de hadas. Y yo... bueno, yo me veía a mí misma yendo a la Luna. Sí, quería ser astronauta.
Pues mírate. Estudiando filología.
Al volver a casa, seguía un poco descentrada por la conversación, pero me distraje completamente al entrar y ver que el salón estaba decorado con la fiesta de Naya y Will. Mike, Sue y Lana los estaban ayudando hinchando globos, poniendo un mantel en la mesa de café y demás. Yo me quedé un poco parada.
—Whoa, no parece el mismo salón. Es muy... rosa.
—Porque le he dado mi toque mágico —Naya me guiñó un ojo—. He invitado a Curtis y a mi hermano. Supongo que no tardarán en venir. ¿Has invitado a tu hermano?
—Tenía la reunión esta tarde.
—Bueno, no pasa nada.
Como si los hubiera llamado, alguien tocó el timbre y vi que abrazaba a Curtis y Chris. Les di también un abrazo, contenta de verlos. El pobre Chris había estado recluido en casa de sus padres durante un mes y Curtis y yo apenas habíamos hablado desde que habían terminado las clases. Era bueno verlos otra vez.
Ayudé un poco a decorar las cosas hasta que Naya me pidió que sacara las galletas que había metido en el horno. Menos mal que estaba un poco apartada de ellos y pude disimular la tos al abrir el horno. Una ola de humo negro me dio en la cara. Las galletas se veían horribles. Y olían a quemado.
—¡Están perfectas! —exclamó Naya al verlas.
Will, detrás de ella, me hizo un gesto para que disimulara. Sonreí ampliamente a Naya.
—Voy a ponerlas en un plato.
—¡Genial, gracias, Jenna!
Puse una mueca cuando volvió a venirme el olor y empecé a meterlas en un plato en la barra. Justo en ese momento, levanté la cabeza y vi que Jack acababa de entrar. Se quedó mirando la decoración rosa con una mueca.
—Pero... ¿qué demonios le habéis hecho a mi pobre salón?
—¡Está genial! —le protestó Naya—, ¿verdad, Lana?
Ella asintió con la cabeza enseguida. Jack suspiró y me buscó con la mirada. Sonrió ampliamente al verme en la cocina, pero dejó de hacerlo al quedarse a mi lado porque le vino el olor de las galletas.
—Dime que no vas a servir esa bomba de destrucción.
—No me queda otra —me encogí de hombros.
—Como alguien se coma eso, la fiesta terminará en urgencias.
Lo empujé con el hombro, divertida.
—¿Qué tal la reunión?
—Larga, aburrida e interminable.
—Suena fascinante.
—Tan fascinante como lo que tengo alrededor —se inclinó hacia delante y cogió una galleta de chocolate que había comprado Lana—. Creo que me va a dar una sobredosis de azúcar solo por la maldita decoración rosa.
—Solo es un día. Sobrevivirás.
Él puso una mueca. Yo terminé de colocar las galletas y las dejé a un lado un poco apartado para que nadie se intoxicara sin querer. Estaba volviendo al salón cuando pasé por delante de él, que ya se relamía los dedos. Me quedé mirándolo un momento y levantó la cabeza.
—¿Qué? —preguntó, confuso.
Me acerqué sin saber muy bien por qué y le rodeé la cintura con los brazos, apoyando la barbilla en su pecho. Él pareció sorprendido pero encantado con la idea.
—¿Estás bien? —sonrió, quitándome un mechón de pelo de la frente.
—Es que me da la sensación de que no soy tan cariñosa contigo como tú lo eres conmigo.
—A mí no me importa —me aseguró—. Aunque si empiezas a hacer cosas así te aseguro que no me quejaré. En absoluto.
—¡Tortolitos! —nos llamó Sue—, ¿queréis perderos toda la diversión o qué?
Al final, la fiesta estuvo mejor de lo que creía. Estaba casi segura que las fiestas de ese estilo normalmente no incluían alcohol o a gente como Mike cantando sobre una mesa, pero esa sí lo incluyó. Yo me tuve que apartar para que no me aplastara cuando saltó de la mesa y nos hizo una reverencia. Llegamos a la hora de cenar y ayudé a Will a traer las bandejas de comida. Por supuesto, las galletas tóxicas de Naya permanecieron en su plato. Menos mal que ella estaba demasiado distraída como para enterarse.
—Bueno, todo esto ha sido muy divertido —dijo, sonriendo ampliamente—. ¡Pero ya es la hora de los regalos!
—Naya... —Will suspiró.
—¡Es la hora! ¡Vamos, dadme cosas!
—Abre el mío primero —Lana sonrió.
Y, al final, Naya tenía delante ropa, juguetes e incluso una pequeña cuna que le había regalado Lana para montarla. Solo quedábamos nosotros. Miré a Jack y él me guiñó un ojo, completamente seguro. Me fiaba de su criterio para elegir regalos. Vi que le tendía a Naya un pequeño paquete azul. Ella lo rompió con ganas y abrió la cajita. Vi que su ceño se fruncía cuando sacó unos papeles y los leyó.
—¿Qué...? ¿Qué es esto? —pregunto, confusa.
Will se asomó para mirarlo, también confuso. Yo miré de reojo a Jack, esperando una explicación, pero él se limitó a sonreír.
Entonces, Will entreabrió los ojos y los clavó en él.
—Un momento...
—Sí —Jack se encogió de hombros.
—¿Qué? —Naya los miró—. ¡Dejad de comunicaros telepáticamente, que no me entero!
—Son los papeles de este piso —aclaró Jack.
—Vale, ¿y por qué nos los das?
—Naya —Will la miró—, nos lo está regalando.
Hubo un momento de silencio. Creo que yo era la que tenía la boca más abierta. Todo el mundo se quedó mirando a Jack, que seguía tan tranquilo.
—¿Nos estás regalando el piso? —repitió Naya, incrédula.
—Sí —él asintió con la cabeza.
—P-pero... Ross...
—No podemos aceptar eso —dijo Will, quitándole los papeles de la mano a Naya.
—Claro que podéis —Jack frunció el ceño—. Este piso no está mal. Tiene tres habitaciones. Y está cerca del centro de la ciudad. No os faltará de nada. ¿No necesitabais un piso?
—Sí, pero...
—Pues enhorabuena, ya lo tenéis.
Otro momento de silencio. Yo seguía perpleja cuando Naya se puso de pie y fue a abrazarlo antes de abrazarme a mí. Will hizo lo mismo. Yo intenté disimular un poco porque, después de todo, se suponía que también era mi regalo. Pero seguía pasmada.
Cuando volvieron a sentarse, vi que Curtis suspiraba, mirando los papeles del piso.
—Oye, Ross, si tienes más cosas así por regalar, que sepas que yo también aumentaré mi familia.
—¿Tú? —Chris lo miró, confuso.
—Voy a comprarme un pez, ¿vale?
Sue frunció el ceño.
—Espera —nos detuvo a todos, levantando las manos—, ¿ahora mis caseros sois vosotros?
—Eso parece —sonrió Will, todavía un poco perplejo.
—No vais a echarme o algo así, ¿no? Soy una niñera genial.
—Creía que no te gustaban los niños —le enarqué una ceja.
—Soy muy versátil, ¿vale?
—No vamos a echar a nadie —aseguró Naya enseguida, aunque después clavó los ojos en Mike—. Aunque se me acaba de ocurrir que esta ya no es la casa de tu hermanito.
Mike estaba comiendo galletas tan feliz, pero se detuvo en seco para mirarla.
—¿Eh?
—Eso es verdad —dijo Will.
—Técnicamente, ya no estamos obligados a mantenerte aquí.
—¿Eh? —repitió Mike, parpadeando—. P-pero... vamos, chicos. Somos amigos. No podéis dejarme en la calle.
—¿Cómo de amigos somos, Mike? —le preguntó Naya.
—Amigos del alma. Amiguísimos. Daría la vida por vosotros.
Naya miró a Will. Ambos parecían estar disfrutando de la situación.
—¿Qué crees, cariño? ¿Le dejamos quedarse? —le preguntó.
Will asintió con la cabeza.
—Vamos a darle una oportunidad.
El resto de la fiesta fue corto porque, entre otras cosas, Naya se quedó dormida en el sofá. Últimamente se quedaba dormida por todas partes. Nos despedimos de todo el mundo mientras Will la llevaba a la habitación y no tardamos en recoger todo bajo la imponente supervisión de Sue, que se ponía de los nervios cada vez que colocábamos un plato un centímetro más a la derecha de lo que le gustaba.
Al final, estaba agotada cuando me puse el pijama y me metí en la cama con Jack, que ya estaba bostezando. Apagué la luz estirándome y me quedé mirando el techo. Él, a mi lado, hizo lo mismo. Lo escuché suspirar.
—Bueno, ha sido una fiesta interesante —murmuró.
—Especialmente la parte en que regalabas un maldito piso —dije, sin saber si reír o llorar.
Noté que me miraba de reojo.
—Siento no habértelo dicho antes. Quería verte la cara.
—No tienes por qué decírmelo. Es tu casa, no la mía —lo pensé un momento—. Pero... ¿has pensado en la parte en que esa niña crece y esta habitación sea para ella?
—Es decir, la parte en que nos echan —concluyó.
—Sí, bueno, más o menos.
—Ya te lo dije, no quiero vivir siempre en un piso. Quiero una casa con jardín.
—Sí, y yo quiero ser millonaria —dije, medio riendo.
—No te preocupes de eso ahora —me recomendó—. ¿Qué tal te ha ido con tu hermano?
—Bien, como siempre —rodé hasta quedarme de lado para mirarlo. Él estaba repiqueteando los dedos en su estómago—. En realidad, me ha preguntando si quiero ir con él a casa. A pasar una semana con mis padres y mis hermanos.
No pareció muy sorprendido.
—¿Y quieres?
—Sí... la verdad es que no estaría mal.
—Pues no hay más que hablar.
—¿Quieres venir conmigo?
Por la cara que puso y por el hecho de que seguía repiqueteando los dedos en su estómago, deduje que algo no iba como de costumbre. Entrecerré los ojos.
—¿Qué?
—Tengo que hablar contigo de algo —murmuró.
—Jack, si me lo dices así, harás que entre en pánico.
Sonrió un poco, pero parecía pensativo.
—¿Te acuerdas de que te he dicho que hoy tenía una reunión importante con Joey?
—Sí —dije, intrigada.
—Pues... esa reunión era con mis productores. Quieren que compense mi ausencia de tanto tiempo yendo a varios festivales de cine.
Lo pensé un momento, pero no entendía muy bien qué estaba mal con eso. Porque, por la forma en que lo había dicho, estaba claro que algo estaba mal.
—Vale —murmuré—, ¿y no quieres ir?
—No puedo decir que no —me aseguró—. La cosa es que... voy a estar tres semanas fuera.
Abrí los ojos como platos.
—¿Tres... semanas?
—Es menos del tiempo del que parece —me aseguró enseguida.
—No es... es decir... —intenté aclararme un poco—. No me malinterpretes, me alegro mucho por ti, pero... ¿por qué tanto tiempo?
—Porque cada festival dura dos días. Y tengo que ir de un lado a otro. Y los vuelos no son cortos. En fin, sé que es un poco precipitado, pero tendría que irme mañana por la tarde y...
Me incorporé de golpe, mirándolo.
—¡¿Mañana por la tarde?!
—Sí —murmuró.
—¿Y me lo dices ahora?
—No quería decírtelo delante de todos los demás.
—P-pero... ¿te vas mañana y te lo dicen hoy?
—Así van estas cosas —se encogió de hombros.
Iba a intentar pensar algo agradable que decir, pero las palabras se quedaron congeladas cuando vi que su expresión seguía siendo de precaución. Entrecerré los ojos.
—¿Y qué más?
—El reparto estará con nosotros —añadió.
Hubo un momento de silencio.
—Es decir, que Vivian estará contigo —dije, un poco más de mala gana de lo que me hubiera gustado.
—No solo Vivian. El resto del reparto también.
—El resto del reparto no babea cada vez que te ve, Jack.
Él suspiró y también se incorporó, sentándose a mi lado.
—No me gusta Vivian —me dijo, frunciendo un poco el ceño.
—Pero a ella sí le gustas.
—¿Y qué?
—Que es... tan... —la palabra perfecta estuvo a punto de salirme, pero me contuve y sacudí la cabeza—. Es demasiadas cosas buenas.
—¿Sabes lo que no es? Mi novia.
Aparté la mirada. Odiaba ser así, pero esa chica me daba demasiadas malas vibraciones. Aunque tampoco era culpa de Jack. Él no iba a hacer nada, ¿verdad? Confiaba en él. Y Jack no era Monty. No tenían nada que ver. Volví a mirarlo.
—Entonces, supongo que yo iré a casa de mis padres —le dije con media sonrisa.
—Tres semanas no son nada —me aseguró, acercándose y pasándome un brazo por la espalda—. Y pienso llamarte cada día.
—¿Cada día? Tampoco hace fal...
—Cada día —repitió.
—Vale, papá —puse los ojos en blanco y volví a tumbarme, arrastrándolo conmigo.
—Esa palabrita en una cama tiene demasiadas connotaciones sexuales como para usarla tan a la ligera, Michelle.
—¿Quieres dormir en el suelo, Jackie?
Sonrió y se inclinó hacia delante, apoyando los codos a ambos lados de mi cabeza para poder apoyarse y besarme. Le acuné la cara con ambas manos y noté que su corazón se aceleraba sobre el mía cuando pegó nuestros pechos. Bajé las manos a su cuello y luego a su nuca, acariciándolo con las puntas de los dedos.
Y, justo en ese preciso momento, la puerta se abrió y Mike apareció con una almohada en la mano. Jack se apartó para mirarlo con el ceño fruncido.
—¿Qué? —le preguntó directamente, tan simpático como siempre.
—Me sentía solo en el salón —Mike puso una mueca.
—Pues ve a molestar a Sue.
—¿Quieres que muera?
Jack cerró los ojos un momento.
—No hagas que responda a eso.
Mike clavó sus ojos de cachorrito abandonado en mí.
—Mi novia acaba de serme infiel y me siento taaaaan solito en ese salón vacío y oscuro. Y en ese sofá. Tan grande para una sola persona y tan...
—¿Qué quieres, Mike? —le pregunté, enarcando una ceja.
—¿Puedo dormir con vosotros?
Jack soltó una risa irónica.
—No, de eso nada.
—¿Y por qué no? —protestó Mike.
—Porque estábamos ocupados.
—Bueno, podéis hacer vuestras guarradas en un lado de la cama. Yo os daré la espalda en el otro. Incluso puedo ponerme auriculares.
—Sí, claro, y cuando terminemos, aplaudes.
Mike se encogió de hombros.
—Si eso os gusta... yo no juzgo.
Jack suspiró y señaló la puerta.
—Venga, vete a dormir.
—¿En serio me vas a mandar solito al salón? ¿Qué clase de hermano eres tú?
—Uno que no te ha matado pero todavía tiene tiempo de hacerlo. Así que vete a dormir de una vez.
—Jack —lo interrumpí, atrayendo su atención—, ¿qué más da? Que se quede por una noche. No es para tanto.
Mike sonrió ampliamente. Jack me frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó, perplejo.
—Vamos, está triste —lo señalé.
—¡Yo sí que estoy triste por no poder dormir con mi novia!
—Venga, no seas amargado —Mike sonrió aún más y dejó caer su almohada en la cama.
Tuvimos que movernos los dos para apartarnos cuando se lanzó literalmente en medio de ambos, haciendo que el colchón rebotara. Se quedó mirando el techo mientras su hermano lo fulminaba con los ojos.
—Oye, pues es muy cómoda —aseguró, sonriéndome—. ¿Qué se siente al tener por fin al hermano guapo a tu lado en la cama?
Por la cara de Jack, me daba la impresión de que iba a matarlo, así que me aclaré la garganta rápidamente.
—Venga, Mike, duérmete.
—Es que ahora no tengo sueño. ¿Contamos historias de miedo?
—¿Quieres que te cuenta la del chico que perdió la paciencia y asesinó a su hermano mayor? —Jack enarcó una ceja.
—No, no suena interesante —se giró hacia mí—. ¿Quieres que te abrace un rato, cuñada?
—¿Quieres morir, Mike? —a Jack ya le temblaba la vena del cuello.
Suspiré y les di la espalda mientras ambos seguían discutiendo. No tardaron en insultarse y darse la espalda mutuamente. Apenas diez segundos más tarde, Mike empezó a roncar. Me di la vuelta y no pude evitar una sonrisita divertida cuando vi a Jack mirando al techo de mal humor.
—¿Qué he hecho mal en la vida para tener que aguantar esto? —señaló a Mike con la cabeza.
—Habla en voz baja —le recordé en un susurro.
—Oh, sí, no sea que se despierte el bebé de metro ochenta que tenemos en medio.
Sonreí ampliamente y le puse la manta encima a Mike, que seguía durmiendo. Su pecho subía y bajaba. Jack puso los ojos en blanco.
—Mi última noche aquí y tengo que pasarla con el señorito en mi cama —murmuró.
—Tenemos todas las noches para pasarlas juntos, Jack.
—Y aún así no parecen suficientes.
Sonreí y estiré la mano por encima de Mike para acariciarle la mejilla con los nudillos.
—Mañana te vas por la tarde. Podemos pasar el día juntos.
—Vas a arrepentirte de decir eso. Porque voy a estar todo el día pegado a ti.
—Uf. Suena horrible.
Sonrió y se dio la vuelta para besarme la mano. Entonces, cada uno se colocó en su lado de la cama y nos quedamos dormidos con Mike roncando en medio.
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