No me podía creer que estuviéramos todos con caras tristes cuando llegamos al aeropuerto. Naya incluso se había preparado un paquete de pañuelos. Me di la vuelta junto a la entrada y los miré.
—Son solo dos días —dije, viendo que a Naya empezaba a temblarle el labio inferior.
—¡Dos días y medio!
Dejé que me abrazara, entre divertida y sorprendida. No estaba muy acostumbrada a que alguien me dijera tan abiertamente que me echaría de menos. Alguien que no fuera mi madre, claro.
—Pásatelo bien —Will me dedicó una sonrisa afable, dándome una palmadita en la espalda.
Sue parecía incómoda. Cuando la miré, puso cara rara y luego asintió una vez con la cabeza. Siendo ella, era casi como si me hubiera dicho que me amaba.
Dudé un momento al mirar a Ross. Él parecía estar esperando a que yo hiciera lo que quisiera. Una vocecilla en mi interior me dijo que no quería hacer nada que no supiera si iba a gustarme... como besarme, por ejemplo.
Nunca lo había besado en público. No lo había pensado hasta ese momento. Siempre había sido estando a solas. Ni siquiera le había contado nada a Naya, y eso que le hablaba a menudo de casi todos mis problemas.
Estuve a punto de dar un paso más allá pero, entonces, me acobardé y me limité a abrazarlo por la cintura.
Si estuvo decepcionado, no lo demostró. Se limitó a sonreírme y a desearme un buen viaje.
Ay, Ross, eres demasiado bueno...
***
Estaba bajando del avión con un nudo en el estómago. Nada más llegar a la zona de salidas, se me paró el corazón a ver a mis padres y a mi hermano mayor Spencer. Él sujetaba un cartelito de bienvenida a casa. No pude evitar sonreír con los ojos llenos de lágrimas. No me podía creer que los hubiera echado tanto de menos en tan solo unos meses.
Mi padre seguía siendo bajo, con barbita blanca y sus polos de golf. Mamá, a su lado, se había atado el pelo castaño en un pequeño moño y ya tenía un paquete de pañuelos preparados para el drama. Me recordó a Naya. Mi hermano mayor, mucho más alto que yo, tenía el pelo castaño corto y un tatuaje de una mujer pirata en el brazo. Fue el primero que me vio, pero mi madre fue la que soltó un grito al verme, haciendo que medio aeropuerto se girara hacia nosotros.
—¡Ay, cariño! —empezó a besuquearme las mejillas—. ¡No sabes cuánto te he echado de menos! ¡Ya estás aquí, por fin! ¿Me has echado de menos tú a mí?
—Sabes que sí, mamá —reí, dejando que me besuqueara y apretujara.
Mi padre se acercó y me dedicó una sonrisa. No le gustaban los abrazos.
—¿Estás más delgada? —preguntó, frunciendo el ceño.
—¡¿No estás comiendo bien?! —exclamó mi madre.
—Como perfectamente, mamá, es que he vuelto a correr por las mañanas.
—Sigues sin ser más rápida que yo —Spencer sonrió y se acercó.
Me dio un abrazo de oso, levantándome del suelo y apretujándome. Se lo devolví con ganas antes de que volviera a dejarme en el suelo.
—Mírate, toda una mujercita —bromeó, revolviéndome el pelo con ganas.
—¡Deja de despeinarme!
—Cada vez que te veo, me pareces más baja.
—Y tú cada vez me pareces más viejo.
Empezamos a empujarnos el uno al otro mientras él sonreía malévolamente. Papá puso los ojos en blanco.
—Niños, no empecéis —mi madre estaba usando uno de los pañuelos dramáticamente.
—Bueno, ¿vamos a casa? —preguntó papá, incómodo, al ver que todo el mundo nos miraba.
Hacía mucho más frío que en casa de Ross. Me abracé a mí misma, siguiéndolos. Dejé la maleta en el coche de Spencer y subí a la parte de atrás, con mi padre. Mi madre no dejó de darse la vuelta durante todo el camino, preguntándome cosas sobre la Universidad, sobre mis nuevos amigos y sobre todo lo que pudiera venírsele a la mente.
—No la agobies —protestó mi padre.
—No pasa nada —aseguré.
Cuando vi que entrábamos en mi calle sonreí y miré por la ventanilla. Nuestra casa era la del final, con vistas al mar, que en esos momentos apetecía poco por el frío que hacía. Además, la playa siempre estaba sucia por la gente que iba a emborracharse ahí por la noche y dejaba sus botellas por la arena.
Spencer dejó el coche dentro del garaje y me ayudó con mi maleta entrando en casa.
El olor a casa me invadió las fosas nasales. Ni siquiera recordaba que tuviera un olor particular, pero acababa de descubrir que me encantaba. Pasé por la cocina y me agaché cuando una enorme bola de pelo se acercó corriendo a mí.
—¡Biscuit! —exclamé, dejando que mi perro me lamiera la cara.
Estuve un buen rato acariciándole la espalda y la cabeza mientras él me lamías las manos felizmente. Después, me detuve en la sala de estar, donde mis otros dos hermanos mayores, Steve y Sonny estaban discutiendo algo sobre un partido que estaban mirando.
—¡Hola! —los saludé alegremente.
Ellos me miraron y pusieron mala cara.
—Oh, no, ya está aquí otra vez —murmuró Steve.
—Mucho ha tardado en volver —Sonny asintió con la cabeza.
—¿En cuánto estaba la apuesta?
—Yo dije que duraría dos semanas, tú un mes, Spencer tres meses y Shanon que no volvería nunca.
—Pues no ha ganado nadie —me crucé de brazos—. ¡Podríais fingir que me habéis echado un poco de menos!
—Teníamos un cuarto de baño solo para nosotros —Steve me miró como si fuera la culpable de todos sus problemas.
—Sí, se acabó la paz en esta casa.
—¡Yo también os quiero, idiotas!
Me lancé sobre ellos y les di un abrazo de oso del cual protestaron todo el rato. ¿Por qué era tan divertido molestarlos? Por si fuera poco, Biscuit se animó a la fiesta y se lanzó sobre mí, por lo que estábamos los dos como un peso muerto sobre ellos.
Eran los famosos hermanos del taller de coches. Por cierto, eran los que habían hecho que no tuviera dinero para seguir en la residencia.
No estaba segura de si estar enfadada o agradecida por eso. Después de todo, habían hecho que fuera a vivir con Will, Sue y... Ross.
La mayor de mis hermanos era Shanon, que vivía con su hijo a unas manzanas de ahí. Después, estaba Spencer, que en esos momentos era profesor de gimnasia en el instituto local. Después estaba Steve y, después de él, Sonny. Yo era la última, la más baja y el objetivo de casi todas sus bromas pesadas, que eran frecuentes.
—Abrazad a vuestra hermana —protestó mi padre cuando pasó y vio que intentaban apartarme.
—Quita —protestó Sonny—. Estábamos haciendo cosas importantes.
Sonreí y le puse la gorra al revés, cosa que sabía que le sacaba de quicio.
Mi madre volvía a lloriquear en la cocina.
—¿No podrías quedarte? —preguntó ella.
—Mamá, no empieces —le dijo Spencer, poniendo los ojos en blanco y dejando mi maleta en el suelo.
—¿Mi habitación...? —pregunté.
—No he tocado nada —me aseguró ella.
—Yo intenté mudarme a ella, pero no me dejó —protestó Steve.
—Sí, ¿no te habías ido a vivir con tu nuevo novio? —me preguntó Sonny de mala gana.
—No es mi novio —me puse roja sin querer.
Oh, no.
Por su expresión, supe que la guerra había empezado.
—¡Se ha puesto roja! —Steve ensanchó su sonrisa.
—¡Mamá, Jenny tiene novio!
—¡Que no es mi novio, idiotas!
—Sí, ahora vive con él —Sonny me irritó más.
—Con su nuevo novio —repitió Steve, burlándose de mí.
—Oh, callaos de una vez.
—¿Qué tiene tan malo como para que no lo hayas traído? —me preguntó Sonny, burlón.
—No tiene nada malo.
—Algo tendrá malo
—Sí, no olvidemos que está saliendo contigo, Jenny.
—¡No tiene nada malo!
—Entonces, ¡sales con él!
Le tiré un cojín a la cara mientras se reían abiertamente de mí.
—Mi habitación sigue siendo mía —les advertí, volviendo al tema.
—Eso crees tú —murmuró Sonny.
—Sí, ¿cuándo vuelves a irte?
—Podríamos meter nuestras cosas sin que mamá se entere.
Tendremos que esconder la llave.
Subí las escaleras y me detuve en la tercera puerta a la izquierda, la que tenía una pegatina de Harry Potter. Muggles no. Ya ni siquiera recordaba haberla puesto ahí.
La abrí con una sonrisa y, efectivamente, vi que todo estaba tal y como lo había dejado la última vez que había estado ahí, con la cama pequeña entre las dos ventanas de la pared de en frente, un escritorio que había obligado a Steve a pintar de rosa —y que ahora odiaba—, mi armario ahora casi vacío y la alfombra blanca en la que había estado tantas tardes estudiando.
Miré mi colección de música y sonreí. Me la había regalado mi tía cuando era más joven, aunque nunca la había escuchado. Ojalá Ross hubiera podido verlo. Seguro que se habría conocido todos y cada uno de los álbumes.
Pasé la tarde con mi familia, ayudando a mi padre —el cocinero de la casa— a hacer el pastel que serviríamos a mi madre el día siguiente a la hora de comer. Era su favorito, el de chocolate y galletas. Ideal para dietas. Le lancé un trozo de galleta a Biscuit mientras pensaba en la cara que pondría Naya al verme con tantas calorías cerca estando a dieta.
Ese día no pude salir de casa, pero no me importó. Tampoco me apetecía ver a nadie que no fuera un miembro de mi familia. Estuve todo el rato mirando el partido de fútbol con los chicos, yendo con el equipo que no les gustaba para molestar. Mi madre se unió a la causa.
Aunque técnicamente fuera una invitada, mis hermanos insistieron en que ellos habían puesto mesa y a mí me tocaba fregar las cosas. Por lo tanto, estaba fregando un plato con ganas cuando Spencer apareció, comiendo cereales de chocolate de un cuenco justo después de haber cenado.
—¿No se supone que los profesores de gimnasia comen sano? —pregunté, soplando un mechón de pelo fuera de mi vista.
—¿Alguna vez has visto a un profesor de gimnasia corriendo?
—No.
—Porque no lo hacen —sonrió—. Eso de predicar con el ejemplo no es lo mío.
Se comió la última cucharada y dejó el cuenco en el montón de platos sucios, sentándose en la encimera para mirarme.
—Bueno —dijo—, ¿y es verdad que has dejado a ese chico?
—¿Te lo ha dicho mamá? —puse los ojos en blanco.
—Casi. Shanon. Vino ayer a decirme que disimulara si me lo contabas.
—Para ser los mayores sois los peores —protesté.
—Ya te lo he dicho. Predicar con el ejemplo no es lo mío.
—Lo dejé hace poco —volví al tema.
—¿Por qué?
Lo pensé un momento. Si le decía a Spencer lo que había pasado, sabía perfectamente que su reacción sería ir a darle un puñetazo. No era precisamente lo que quería que hiciera.
—¿Jenny? —su expresión cambió a una desconfiada.
—Da igual lo que hiciera —le dije—. Ya no estoy con él, así que da igual.
—Sabes cómo es. ¿Y si se presenta en tu piso de repente?
—He estado practicando eso de correr últimamente —bromeé.
—Jenny —no parecía tener ganas de bromas.
—Estoy casi segura de que Ross le enseñará la salida —lo miré—. Y de una forma poco amable. ¿Eso te consuela?
—¿Ross es tu novio?
—¡Que no es mi novio!
—Lo que tú digas —sonrió, divertido.
Pareció que iba a decir algo más, pero cuando escuchó que alguien marcaba en el partido se marchó enseguida, dejándome sola.
Cuando me metí en mi cama —MI cama, qué raro todo—, cerré los ojos y suspiré. Era extraño estar sola. Era como... que la cama parecía enorme.
Y eso que era individual.
Tenía que dejar de pensar en mis nuevos amigos. Parecía que estaba obsesionada. Si solo llevaba unas horas fuera.
Como si hubiera leído mi mente, Naya me envió un mensaje preguntándome cómo estaba de parte de todos. Le envié una foto de mi pijama de ovejitas y ella me envió emoticonos riendo. Llevaba fuera unas horas y ya la echaba de menos. ¿Qué me pasaba?
Estuve dos veces a punto de llamar a Jack, pero no lo hice. No sé por qué.
A la tercera lo hice, pero tampoco supe por qué.
Me respondió al primer tono.
—¿No deberías estar durmiendo? —preguntó.
—Hola a ti también —bromeé.
—Son más de las doce —me dijo.
—No tengo sueño.
—Te has levantado a las seis, Jen.
—Cuando estoy contigo no pareces tener ningún problema con que me duerma tarde.
Me había salido del alma. Me puse roja al instante. Él no dijo nada. Al menos, durante unos segundos. Después, escuché una risa suave al otro lado de la línea.
—Es una lástima que no estés conmigo, entonces.
Ya volvía a tener la sonrisa estúpida. Me reprimí a mí misma, intentando ponerme seria.
¿Por qué su voz suena tan sexy por teléfono?
Mi conciencia era poco objetiva.
—¿Cómo está tu familia? —me preguntó, cambiando de tema.
Noooo, yo quería el otro tema.
—Mi madre lloriquea, mi padre se queja y mis hermanos siguen sin querer que los abrace. Todo bien.
Él se rio suavemente y me entraron ganas de estar con él al instante.
Mente fría. Concentración.
—Me alegro de que estén todos bien —me dijo.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, mirando el lado vacío de mi cama.
—Estaba mirando una película en mi habitación.
—¿Sin mí?
—No es lo mismo, pero tengo que pasar el tiempo de alguna forma en tu corta ausencia.
Sonreí y me miré las manos.
—Me siento traicionada igual.
—Ya te lo compensaré cuando vuelvas.
Oh, no ahí estaba otra vez. ¿Por qué podía hacer que se me encendieran las mejillas sin siquiera estar presente? Normalmente, yo no me ponía roja por cualquier tontería.
—Cuando vuelvas, Naya no parará de abrazarte por dos horas. Ya va de un lado a otro por la casa porque dice que nadie la entiende. Ha puesto nervioso incluso a Will.
—¿A Will? —me reí—. Creo que no lo he visto nervioso nunca.
—Yo lo conozco de toda la vida y solo lo he visto así unas pocas veces —dijo, divertido—. Aunque puedo entender a Naya.
Hizo una pausa. Supe perfectamente lo que iba a preguntarme.
—¿Has visto a tus amigos?
—No. Mañana por la noche los veré.
—Espero que también estén bien.
—¿Sabes? —intenté cambiar de tema—. Deberías ver lo que estoy viendo yo.
—¿Y qué ves?
—Mi colección completa de música.
—No me puedes decir eso y no mandarme una foto.
—Te prometo que después de la mandaré —sonreí—. Seguro que los conoces a todos.
—Si no lo hiciera, me sentiría humillado.
—Además, no tengo unos gustos muy particulares. Tú eres el rarito.
—Dijo la chica que no había visto El rey león con diecinueve años.
—¡Dieciocho!
Hablamos un rato más de música. Al menos, pareció un rato, porque cuando miré el reloj vi que eran casi las dos de la mañana. Había estado dos horas hablando con él. No quería despedirme, pero sabía que tenía que hacerlo.
—Tengo que irme a dormir. Mañana tengo que ayudar a mi padre en la cocina. Y aguantar la manada de familiares.
—Descansa bien —me deseó, divertido.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Jen.
Colgué el teléfono después de un momento y lo pegué a mi pecho, mirando el poster de Bon Jovi que que había colgado Spencer en el techo de mi habitación hacía un tiempo.
Suspiré y cerré los ojos.
***
Había estado toda la mañana en la cocina, pero los invitados no llegaron hasta el mediodía. Mis abuelos, mis tías y mis tíos, mi hermana mayor con Owen, su hijo, que se abrazó a mí y empezó a gritar tita apretujándome, la novia de Spencer, que era una estirada que ninguno de mis hermanos soportaba, mi prima pequeña, que estuvo todo el rato mirando el móvil y mis padres, que se aseguraron de que todo marchara bien.
Me reí varias veces durante la comida, y me hinché como un pollo. Casi podía ver la mirada de traición de Naya al ver que me había saltado su dieta de esa forma.
Mi padre me hizo señas para que entrara en la cocina y encendimos las velitas a la tarta de chocolate, cantándole la canción de cumpleaños feliz a mi madre mientras se la dejábamos delante y Sonny le hacía fotos como un loco para rememorar el momento.
Por la tarde, Shanon tuvo la magnífica idea de que fuéramos las dos de compras con Spencer. Era consciente de que estaba mal pensarlo, pero ellos eran mis favoritos. Steve y Sonny siempre habían sido como un dúo indisoluble. Compañeros del mal. Era difícil relacionarse con ellos sin que terminaran riéndose de mí.
Spencer me había comprado un batido que me bebí felizmente mientras ellos hablaban de no sé qué de las clases de Spencer. A veces, cuando iba con ellos dos, me daba la sensación de que volvía a tener diez años. Siempre hablaban como... demasiado adultos. Y yo me limitaba a beber batidos y a seguirlos.
Spencer se alejó de nosotras para saludar a unos amigos y Shanon aprovechó su oportunidad para agarrar mi batido y tirarlo a la basura.
—¡Oye! —protesté.
—Ven aquí.
Se metió en la primera tienda que encontró, que resultó ser de ropa interior. Fingió que miraba algo, pero en realidad solo había querido apartarme para hablar conmigo.
—¿Hacía falta tirar mi batido a la basura?
—Sí. No puedes entrar en tiendas con comida o bebida, lista.
—Bueno... —suspiré—. ¿Qué pasa?
—Me he estado conteniendo durante un día entero —enarcó una ceja.
Miré distraídamente un sujetador, haciéndome la inocente.
—¿Y...?
—Y sabes perfectamente lo que quiero preguntar.
—No tengo ni idea —le sonreí como un angelito.
—Venga ya. Estás saliendo con un chico guapo, de tu edad, bueno contigo, con dinero...
—El dinero es lo menos importante, Shanon...
—...y, encima, ¡le gustas!
—La próxima vez, podrías intentar sonar menos sorprendida.
—Es que, después de Monty, pensé que cualquiera cosa me parecería buena —sonrió—. Pero me has sorprendido gratamente. ¿Cuándo me lo presentarás?
—No estoy saliendo con él.
No sé por qué, pero en ese momento me acordé de que el día anterior no había llegado a preguntarle a Ross qué le pasaba. Porque algo le pasaba.
—Por ahora —recalcó Shanon, devolviéndome a la realidad.
—Eso no lo sabes.
—Oh, lo sé —suspiró—. Bueno, veo que Spencer ya empieza a sospechar. ¿Compramos algo?
—¿Eh?
Ella agarró el conjunto que había estado mirando y lo sostuvo.
—Es de tu talla —sonrió, levantando y bajando las cejas.
—Si yo no me he puesto eso nunca...
—¡Venga, no seas tan santurrona! —me lo tiró, de manera que tuve que agarrarlo—. Ve a probártelo.
—Pero, ¿qué vale...?
—¡Que te lo pruebes!
Media hora más tarde, salía de la tienda con la bolsa en la mano. En el interior, estaba un conjunto de color rosa palo. A Shanon le había gustado más. Y lo cierto era que a mí también.
Spencer nos esperaba junto a la fuente, mirando su móvil. Me pasó un brazo por encima del hombro mientras nos encaminábamos hacia el coche de nuevo. Mamá ya había llamado exigiendo que volviéramos a casa para poder pasar tiempo conmigo.
—¿Ese no es tu ex, Jenny?
Oh, no.
Mi mirada se dirigió enseguida hacia una de las cafeterías que solía usar para quedar con mis amigos cuando vivía por aquí. Más concretamente, se detuvo sobre la figura de Monty, que estaba sentado con... Nel.
Por qué será que no me sorprende.
Quizá a mi conciencia no le sorprendiera, pero yo sentí que mi corazón se detenía un momento. Los dos hablaban tranquilamente, pero conocía a Nel. Sabía cómo se vestía cuando quería conquistar a alguien. Sabía qué expresiones ponía y cómo hablaba. Era obvio que estaban juntos.
Tan obvio que fue como si me dieran un guantazo de realidad.
—No me lo puedo creer —Shanon negó con la cabeza.
Sabía que ya no estaba saliendo con él, pero me sentó como un jarro de agua fría de todas formas. No porque me hubiera roto el corazón, sino... por Nel. ¿Por eso no me había respondido durante esos meses? ¿Por Monty? ¿Por cuánto tiempo habían salido juntos? ¿Me había vuelto a ser infiel? ¿Nel era la chica de la que me había hablado? ¿Con la que se había acostado?
Y yo creyendo que podía confiar en ella de nuevo... y en Monty. Noté que se me formaba un nudo en la garganta.
—Déjame ir a matarlos —masculló Shanon.
—Hey, Jenny —Spencer hizo que me girara—, ¿estás bien?
Negué con la cabeza. No. No estaba bien. Durante más de medio año, había creído que podía confiar en esas dos personas. Y ahora ahí estaban. Me sentía tan... estúpida. Tan traicionada. Tan ilusa.
—Vámonos —le dijo Spencer a Shanon.
—¿Es una broma? ¡Vamos a darles con una silla en la cabeza!
—No creo que sea el momento para eso, la verdad.
Al final, ella nos siguió hacia el coche mientras Spencer me apretaba el brazo en los hombros, intentando darme un poco de apoyo. Pero yo solo podía pensar en lo idiota que había sido.
Ya en el coche, los ánimos eran horribles. Spencer tardó un momento en arrancar. Shanon le decía de todo, a su lado, por no haberla dejado ir a matar a Nel o a Monty. O a los dos. Yo estaba a punto de llorar.
El pobre Spencer no sabía qué hacer.
—¡Shanon! —le gritó, perdiendo la paciencia—. ¡Cállate ya!
—¡Si me hubieras dejado hacer mi trabajo, ahora tendrían las cabezas metidas en la fuente!
—¿¡Quieres calmarte de una vez!?
Arrancó el coche y siguieron discutiendo mientras yo, en la parte de atrás, empezaba a notar que se me llenaban los ojos de lágrimas. Entonces, no pude más y empecé a lloriquear. Los dos se detuvieron al escucharme y Shanon se giró hacia mí.
—Oh, no llores por esos idiotas —me dijo de mala gana. La sensibilidad personificada.
Pero no podía parar. Shanon suspiró y se giró hacia delante. Spencer no sabía qué decirme. Pero yo sabía con quién quería hablar. Agarré mi móvil y busqué el nombre de Naya. Me respondió casi a la primera.
—¡Hola, desconocida! —me saludó alegremente, y luego escuché que se alejaba del móvil—. Es Jenna. No, ahora quiere hablar conmigo, Ross. ¡Cuando te llame a ti, querrá hablar contigo! No seas pesado.
—¿Naya? —pregunté, intentando no sonar como si estuviera llorando, pero era complicado porque era, precisamente, lo que estaba haciendo.
—Que no, espera —volvió conmigo—. ¿Qué tal todo?
—Mal —le dije directamente.
—¿Mal? —repitió, sorprendida.
—Necesito hablar contigo. Solo contigo, ¿me entiendes?
Lo último que necesitaba, era preocupar a Ross. Era capaz de venir conduciendo solo para asegurarse de que estuviera bien.
Ese pensamiento hizo que me animara un poco.
Naya, disimulando tan poco como de costumbre, soltó un chillido de alerta y escuché la voz de Will preguntándole qué pasaba.
—Ahora vuelvo, no me molestéis —le dijo a alguien alejándose del móvil—. No, Ross. Es privado. ¡Que es privado, no seas pesado!
Finalmente, volvió conmigo.
—Vale, estoy en la habitación de Will. Cuéntamelo todo antes de que Ross venga a secuestrar mi móvil.
—¿Te acuerdas de Nel?
—Sí, tu amiga la que no respondía a tus mensajes.
—¿Y de Monty?
—Ese ex idiota al que dejaste.
—Pues "mi amiga" y mi ex estaban juntos en una cafetería.
Hubo un momento de silencio. Entendió perfectamente lo que quería decir.
—¿¡Qué!?
—Ni siquiera sé qué pensar.
—¿¡Qué!? —repitió y soltó un insulto muy impropio de ella—. ¡No me lo puedo creer!
—No sé qué hacer.
—¡Tú no hagas nada! Pienso ir ahí y...
Hizo una pausa. Fruncí el ceño.
—¿Naya?
—¡Ross, sal de aquí! No, no quiere hablar contigo ahora, quiere hablar conmigo. Déjame en... ¡EH!
—¿Qué pasa? —me preguntó la voz de Ross mientras escuchaba de Naya quejándose de fondo.
—Nada —dije. Era la última persona con la que quería hablar del tema—. Pásame a Naya.
—No —dijo, firmemente—. ¿Qué pasa?
—No es nada grave, Jack.
Incluso con la situación tan tensa, mis dos hermanos se miraron al instante al escuchar el nombre. Shanon esbozó una sonrisa perversa.
Él lo pensó un momento.
—No pienso colgar hasta que me lo digas.
Suspiré. Pensando en las palabras adecuadas.
—He visto a Monty —mascullé.
Hubo un momento de silencio.
—¿Qué te ha hecho? —me preguntó en voz baja.
—Nada —aseguré enseguida—. Ellos no me han visto a mí. Estaba con Nel... estaban juntos.
Hubo un momento de silencio. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo había llamado Jack en lugar de Ross. Otra cosa que solía hacer solo en privado.
—Al menos, ahora sabes la verdad —me dijo.
—Es que... —ya no podía evitarlo, empecé a lloriquear de nuevo—, pensé que... no lo sé... que era mi amiga. Intenté convencerme de que lo era... de que todo podía volver a ser como antes de que ella... de que ella y Monty...
—No llores, por favor.
—No puedo evitarlo —lloriqueé.
—Si sigues llorando, voy a ir a buscarte —me advirtió.
—Sí, en avión privado —mascullé, pasándome el dorso de la mano bajo los ojos.
—No necesito un avión privado, solo un coche.
Me quedé en silencio un momento.
—¿Lo dices en serio? —pregunté, sorprendida.
—Pues claro que lo digo en serio —casi pareció ofendido.
—¿Vendrías a buscarme? ¿Solo... porque estoy llorando?
—No puedo seguir aquí de brazos cruzados sabiendo que tú estás así de mal.
Me quedé en silencio un momento. Me había quedado en blanco. Shanon me miró de reojo, pero la ignoré. Ya no estaba llorando, pero tenía un nudo en la garganta.
—¿Jen? —preguntó él. Sonaba preocupado—. ¿Sigues ahí?
—Sí —mascullé.
—¿Y bien?
—No estoy tan mal —le aseguré en voz baja.
Pero no quería decirle eso. Quería decirle algo muy distinto. Pero ni siquiera yo estaba segura de saber qué era.
—¿Estás segura?
—No, pero tengo a dos guardaespaldas delante —dije, un poco más animada—. No creo que dejen que nadie se acerque a mí.
—Me consuela bastante —me aseguró, también más alegre.
—Eso somos —bromeó Shanon—. Los guardaespaldas.
—¿Estás segura de que estás bien? —me insistió Jack al otro lado de la línea.
—Que estoy bien, pesado.
—Vale, pesada.
Sonreí, negando con la cabeza. Era el único capaz de sacarme una sonrisa en un momento así.
—¿Puedo hablar con Naya ahora? Debe querer matarte.
—Tiene cara de querer hacerlo, la verdad.
—Pues déjame hablar con ella. No quiero volver y no encontrarte.
Hubo un momento de silencio. Después, le devolvió el móvil a Naya, que lo había escuchado todo.
—Qué tierno es cuando se preocupa por ti —me dijo ella.
Y, a partir de ahí, se limitó a insultar a Nel por un rato antes de que las dos decidiéramos colgar. Mis hermanos no dijeron nada más en todo el camino.
Ninguno dijo nada del tema en casa y lo agradecí. Cenamos todos juntos, cosa que hizo que mi madre se entusiasmara aún más. Después, pusimos uno de los programas de pesca de mi padre que a nadie le gustaba más que a él. En cuanto se quedó roncando en su sillón, pusimos algo más interesante.
Mi hermana y su hijo ya se habían ido, así que me tumbé con la cabeza en el regazo de Spencer mientras Steve cambiaba de canal con expresión de aburrimiento. Fue entonces cuando noté que me vibraba el móvil. Mi corazón palpitó con fuerza al pensar que podía ser Jack, pero era Monty.
Un momento. Era Monty.
Oh, no quería hablar con él.
Pero la curiosidad era fuerte. Miré su mensaje con mala cara.
Estoy fuera. Sal.
Dudé un momento. ¿Sabía que estaba ahí? Quizá sí que me había visto, después de todo.
Y yo no quería verlo a él. Pero... en algún momento tendría que pasar. Les dije que volvería enseguida, agarré mi abrigo y bajé los escalones de la entrada para encontrarme con él. Parecía haber adelgazado un poco. Durante un momento, nos miramos el uno al otro en silencio. Era extraño verlo. Como si ahora ya fuera un completo desconocido.
—Hola —murmuró.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —mi voz no sonó muy amable.
—Te vi... en el centro comercial.
Pausa. Apreté los labios con fuerza.
—Así que ahora estáis juntos.
—¿Qué no? —negó enseguida con la cabeza.
—No soy tonta, Monty.
—No estoy saliendo con ella, Jenny. No he estado con ella desde... hace meses. Cuando te enteraste.
—¿Y qué hacías con ella, entonces? —no me creía nada.
—Ella... —suspiró—. Ha estado insistiendo mucho en verme.
—¿En verte?
—Ya sabes a lo que me refiero.
Cuando vio mi expresión, dio un paso hacia mí y yo lo retrocedí enseguida.
—Le he dicho que no todas las veces que me lo ha pedido —aseguró enseguida.
—¿Y por qué debería creerme eso?
—Es... es la verdad.
—¿Tan verdad como lo que hacíais cuando empezamos a salir?
Él suspiró. Sabía que eso hacía que se enfadara. Apretó los labios, pero no dio ninguna muestra de enfado.
—No he estado con nadie estos meses —me aseguró—. Solo con la chica que te dije. Pero no era Nel. No me gusta Nel.
—¿Y por qué sigue insistiendo en verte?
—¡No lo sé!
En realidad, no me habría sorprendido mucho que eso fuera verdad. Conociendo a Nel... pero dolía igual.
Silencio. Él apartó la mirada cuando vio que mi expresión cambiaba.
—¿Te lo pidió ella? —pregunté en voz baja—. La primera vez que pasó.
Pareció dudar un momento antes de asentir con la cabeza.
Y, por algún motivo, supe que era verdad.
—¿Por qué no me lo dijiste? —no podía entenderlo—. Te eché a ti toda la culpa, Monty.
—Lo sé.
—Pudiste haberme dicho que había sido ella.
—Lo sé —repitió.
Sacudí la cabeza, confusa.
—¿Por qué no lo hiciste?
—No lo sé —masculló—. Porque... porque era tu amiga. No quería que lo pasaras mal.
No sabía qué decirle. Había pintado a Monty tan malvado en mi cabeza esos días que me costaba creer que hubiera hecho algo bueno por mí.
—Oh, Monty...
Como no sabía qué hacer, decidí darle un abrazo. Se sentía extraño, como si ya no hubiera la misma complicidad entre nosotros. Probablemente, nunca más la habría. Él me abrazó de vuelta y, durante unos segundos, no dijimos nada.
Entonces, noté que me apartaba el mechón rebelde de siempre.
—Vuelve conmigo —me pidió en voz baja.
Suspiré e intenté apartarme, pero él me sujetaba con firmeza.
—Monty...
—Por favor. Te quiero.
Me separé de él y negué con la cabeza.
—No puedo.
—¿Por qué no? —insistió—. Nos iba bien.
—No nos iba bien. Lo sabes perfectamente.
—¡Nos iba bien!
—Destrozaste mis cosas —murmuré, separándome.
—¡Porque tú te fuiste a vivir con otro!
—Yo nunca he tocado nada tuyo. Nunca he roto nada tuyo. Nunca te he hecho nada que pudieras reprocharme.
Él se tomó un momento para respirar hondo y calmarse.
—Vuelve conmigo —repitió, agarrando mi mano entre las suyas—. Por favor, Jenny.
—No puedo.
—Sí que puedes. Solo di que sí.
—Monty...
—Te prometo que no te volveré a hacer daño. Nunca.
—No puedo volver contigo, Monty —intenté sonar lo más calmada que pude.
Él soltó mi mano con los labios apretados.
—¿Te gusta ese chico? ¿Jack Ross?
—Sí —dije, sin pensar.
Y, mientras lo decía, me di cuenta de lo cierto que era. Me gustaba Jack. Me gustaba muchísimo. Y no era algo reciente. Hacía mucho tiempo que sentía algo por él. Pero no había querido decirlo en voz alta hasta ese momento, como si eso fuera a hacerlo menos real.
Pero era muy real. Tan real que daba miedo.
—Me gusta Jack —repetí, más para mí misma que para él.
Monty se quedó mirándome un momento, confuso. Después, su expresión se oscureció. Soltó mi mano y yo me abracé a mí misma.
—Hemos estado juntos mucho tiempo.
—Lo sé.
—¿Y ahora se presenta un idiota cualquiera en tu vida y te quedas con él?
—No es un idiota. Y te aseguro que no es cualquiera.
—¿Qué tiene él que no tenga yo?
—Monty...
—¡Dímelo!
—¡Que me gusta! —perdí la paciencia—. ¡Mucho más de lo que me has llegado a gustar tú!
Por un momento, fui tan tonta como para pensar que lo aceptaría. Su expresión se volvió sorprendida, como si le hubiera dado un empujón.
Pero un segundo después, volvió a ser el de siempre. Volvió a ser el idiota impulsivo que había roto mis cosas. Se acercó a mí tan rápido que me apresuré a retroceder, chocando con la barandilla de las escaleras con la espalda. Me agarró del cuello del jersey me acercó a él. Intentó besarme con tanta violencia que mi respuesta fue... más violencia. Antes de poder pensar lo que estaba haciendo, estiré el brazo y le di una bofetada.
Wow. Nunca había dado una bofetada a nadie. Lo máximo había sido el puñetazo a la chica que se había metido con Naya en esa fiesta.
Pero, con Monty... lo máximo que le había hecho nunca había sido empujarlo.
Él me soltó al instante, sorprendido, y se llevó una mano a la mejilla. Dudé que le hubiera hecho daño, pero su expresión podía darme una idea de lo enfadado que estaba. Yo me quedé mirándolo, con el corazón latiendo a toda velocidad.
Iba a devolvérmela. Lo sabía. Podía notar la adrenalina y el terror fluyendo por mis venas.
Entonces, cuando se adelantó hacia mí, me eché para atrás torpemente, asustada. Caí de culo en las escaleras. Él me agarró del cuello del jersey otra vez y sonó un crujido de tela rompiéndose que no me gustó nada mientras me ponía de pie bruscamente. Intenté librarme de su agarré tirando de sus brazos, pero era obvio que tenía mucha más fuerza que yo. Tenía la tensión del cuello del jersey en la nuca, y estaba empezando a dolerme de verdad.
—¡Suéltame! —le grité, enfadada, pero no me hizo caso. Estaba fuera de sí.
Y, entonces, conseguí que me soltara, dando unos pasos hacia atrás. Me relajé un momento, hiperventilando. Aprovechó el momento para intentar agarrarme de nuevo. Choqué con los pies en la escalera y estuve a punto de salir corriendo hacia la puerta para llamar a Spencer. No podía yo sola. No por muchas clases de puñetazos que me hubieran enseñado mis hermanos.
Pero no me dio tiempo a pensar, porque en ese momento me dio un puñetazo en las costillas.
Nunca me habían dado un puñetazo. Nunca. Me sorprendió tanto que me quedé sentada en las escaleras, intentando recuperar la respiración. Me sentía como si me hubiera dado directamente en el pulmón. Cuando levanté la vista, él había desaparecido. Yo me sujetaba la costilla. Dolía. Dolía mucho. Como si fuera a explotar. Puse una mueca mientras me ponía de pie.
Levanté mi jersey cuando, unos segundos más tarde, el dolor disminuyó. Tenía una zona roja bajo las costillas, justo al lado del ombligo. Era lo que más dolía. Eso iba a ser un moretón.
Pero, al menos, podía olvidarme de Monty de una vez por todas.
Pensé en decírselo a Spencer. Sabía que él, Sonny, Steve, Shanon e incluso mis padres irían a por él en cuanto lo hiciera. Shanon la primera. Con una escopeta si era necesario. Se podía volver muy violenta para defender a quien quería.
Pero yo solo quería olvidarme de Monty... ¿por qué no podía limitarse a dejarme en paz? Además, tenía que aprender a luchar mis propias batallas. Y... más o menos me había defendido, ¿no? Dudaba que fuera a volver a molestarme pronto.
Dudé un momento más antes de tomar una decisión. Esperaba que fuera lo correcto.
Me puse de pie y entré en casa con expresión tranquila, como si no hubiera pasado nada.
***
Al levantarme, lo primero que hice fue mirarme las costillas. Tenía una pequeña zona lilácea rodeada de un rojo intenso que me mareó un poco. Ya no dolía si no lo tocaba, pero, joder...
No había dicho nada a nadie. Ni siquiera a Shanon. Pero cuando me puse una sudadera, noté que el dolor se extendía hacia el brazo aunque el moretón en sí no fuera tan grande. Cada vez que me estiraba, lo sentía latiendo en mis costillas. No quería imaginarme el dolor que debían sentir los boxeadores después de un combate.
Ah, por cierto, mi jersey estaba roto. Había dado un tirón tan fuerte que había roto el cuello. Y no parecía tener arreglo. Me estaba empezando a quedar sin ropa por su culpa.
Pero solo me quedaba un día con mi familia. No podía pensar en eso. Esa noche tenía que coger un avión a las ocho, así que todavía tenía unas horas extra con ellos. Me pasé el resto de mañana con mis padres. Los acompañé el centro comercial —donde, por suerte, no encontré a nadie— y ayudé a mis hermanos un rato en el taller, aunque mi máxima función fue cambiar la emisora de la radio mientras me quitaba la grasa de las manos y ellos protestaban porque les molestaba mi presencia, como siempre.
Spencer se había ido con su novia a comer y Steve y Sonny habían desaparecido, así que me quedé sola con mis padres, ayudándoles a recoger los platos de la comida. Por un momento, fue como si todo hubiera vuelto a como estaba antes.
Entonces, mi mirada se clavó en la casa del árbol que había en el patio trasero. Desde la cocina, solo se podía ver la parte de atrás, la única parte que tenía sin ventanas.
—Nadie ha subido desde que te fuiste —mamá me sonrió.
—¿Nadie?
—Nos hubieras matado si lo hubiéramos permitido —mi padre puso los ojos en blanco.
Era cierto. Mis abuelos la habían hecho para mis hermanos y para mí cuando yo era pequeña, pero había terminado usándola solo yo. Ellos decían que era para críos.
Pero yo nunca dejaba que nadie entrara. La única excepción fue una vez en la que dejé que Nel subiera conmigo, pero no se repitió jamás porque se le cayó un refresco sobre mi manta favorita.
Oh, Nel... seguía doliendo cuando pensaba en lo que había pasado. No había contactado con ella de ninguna forma posible. No quería verla. No quería saber nada de ella. Aunque sabía perfectamente que, en algún momento, tendríamos que enfrentarnos la una a la otra. Pero no sería en esa ocasión. Había tenido más que suficiente con Monty.
Salí al patio trasero y Biscuit me siguió dando vueltas a mi alrededor. Cuando empecé a subir las escaleras de madera él se me quedó mirando desde el suelo con curiosidad. Empujé la trampilla y asomé la cabeza a la pequeña cabaña. Estaba llena de polvo. Hacía meses que no entraba nadie.
De hecho, antes de ir a la Universidad, concretamente desde que había empezado a salir con Monty, tampoco había subido una sola vez. Era extraño. Era como si, durante nuestra relación, me hubiera separado de lo que era yo realmente. En ese momento, sin embargo, necesitaba volver a encontrarlo.
Como no tenía mucho más que hacer y me apetecía estar sola, para variar, abrí las pequeñas ventanas que daban al mar —aunque seguía estado un poco lejos— y me pasé una hora limpiando el polvo de mis cosas.
Ahí estaban mis primeros juegos de mesa, mis muñecas favoritas, un juego de coches de colores, mi mochila roja, una alfombra mullida que siempre me había gustado, una pequeña colcha que no era muy cómoda pero que a mí me encantaba y una mesita llena de revistas que solía leer cuando era una niña. Por no hablar de los pósters de mis artistas favoritos, que solían ser chicos guapos sin camiseta que, aunque en ese momento me habían hecho babear, ahora solo me parecían niños comparados con...
Con papi Jack.
Mi conciencia, a veces, necesitaba una ducha de agua fría.
Cuando volví con mis padres, Shanon y su hijo habían venido. Owen me abrazó con fuerza y me pasé un buen rato jugando con él a la consola de mis hermanos solo para destrozarles las estadísticas.
—¿Cuándo volverás a casa, tita? —me preguntó Owen cuando apagamos la consola.
—No lo sé —confesé.
—Mamá dijo que en diciembre quizá volvías.
Suspiré. Me daba pena no poder decirle que estaría con él todo el tiempo que quisiera.
—Volveré más a menudo de lo que crees. Llegarás a aburrirte de mí.
No pareció muy convencido, pero no protestó.
Finalmente, llegó la hora de volver al aeropuerto.
Como ya había imaginado, mi madre se puso a llorar, mi hermana puso los ojos en blanco y mi padre me dijo que me llevaría él mismo. Como Spencer ya había ido a buscarme y mis otros dos hermanos no parecían muy por la labor, acepté su propuesta.
—Vamos, entonces —dijo, agarrando las llaves.
Mamá se acercó a mí y me fundió en un abrazo que casi me mareó.
—El abrazo de mamá oso —bromeó Spencer.
—Mamá, necesito respirar —protesté.
Ella se separó y sorbió la nariz, sujetándome la cara con las manos.
—Come bien —me dijo dramáticamente—, ¿me oyes? Y abrígate. Como me entere de que vas por la vida sin abrigo...
—Jack Ross se lo recordará —Sonny sonrió malévolamente.
—Yo creo que preferirá quitárselo —Steve y él empezaron a reír.
Spencer suspiró, estiró las manos, y les dio en la nuca a los dos a la vez. Dejaron de reírse para mirarlo con mala cara.
—Te he metido comida en la mochila —me dijo mamá, ignorándolos—, y te he ingresado el dinero del viaje para que se lo devuelvas a tu novio.
—Vale, mamá... —ya era inútil repetir que no era mi novio. Seguían insistiendo en ello. Dudé un momento—, ¿me van a dejar pasar comida por ahí?
—Se van a pensar que es una terrorista —dijo Steve.
—La terrorista de las albóndigas —y Sonny y él empezaron a reírse a carcajadas. Spencer suspiró, rindiéndose a que fueran idiotas.
—No quisiera ver como intentan impedirlo —papá sonrió, divertido—. No les gustaría que tu madre fuera a hacerles cambiar de opinión.
Mamá se separó de mí y Shanon me dio un rápido abrazo, como siempre. Ella siempre era la persona a la que más echaba de menos. En el fondo, era como mi mejor amiga.
—Llámame a menudo y mantenme actualizada —sonrió un poco.
Owen se quedó agarrado a mis piernas un rato. Spencer también se despidió de mí con un abrazo de oso. Biscuit me lamió las manos, como siempre. Mamá tuvo que obligar a Steve y Sonny a decirme adiós, pero ellos estaban ocupados gritándome al abrir su consola y ver sus estadísticas hechas un desastre.Me marché de casa sacándoles la lengua, divertida.
Ya en el coche, me puse el cinturón y suspiré. Estaba nerviosa. Y ansiosa. Quería volver a casa.
Es decir... a casa de Jack.
Mi padre no hablaba mucho. Era una de las cosas que siempre me habían gustado más de él. Sin embargo, en esos momentos me daba la sensación de que teníamos que hablar de algo y no lo hacíamos, así que el silencio no era muy agradable.
El camino al aeropuerto no era muy largo, pero me lo pareció mientras veía mi barrio desapareciendo poco a poco por la ventanilla. La playa era uno de mis lugares favoritos. El primer día de cada invierno, era tradición que los del último año del instituto lo inauguraran tirándose al agua vestidos. Yo nunca me había atrevido a hacerlo. Por supuesto, todos mis hermanos lo habían conseguido, así que seguían restregándomelo hasta el día de hoy.
Rajada solía ser la palabra que usaban.
Finalmente, papá habló, devolviéndome al mundo real.
—¿Con quién hablaste ayer por la noche?
Ugh. Odiaba que hiciera eso. ¿Por qué me conocía tan bien? No necesité decírselo, realmente.
Si me lo estaba preguntando, es que ya se imaginaba lo que había pasado.
—No me duele —mentí.
—¿Dónde te golpeó?
—En las costillas.
Él apretó los labios en una dura línea. A veces, me sorprendía su entereza.
—¿Lo sabe tu madre?
—No, claro que no. Habría salido a matarlo. Igual que Shanon y los demás.
—Lo sé.
Él no. Papá era distinto en ese sentido. No era de esas personas que buscaban vengarse si alguien me hacía daño. Siempre había optado por enseñarme a hacerlo por mí misma. Y lo había hecho bien, pero... en ese momento, no había pensado. Había dejado que Monty se saliera con la suya.
Al ver su cara, supe que estaba pensando lo mismo que yo.
—¿Qué pasa? —pregunté, al final, impaciente.
—Nada —aseguró—. Solo quería asegurarme de que estabas bien.
—Estoy bien.
—Muy bien.
Suspiré cuando volvió a quedarse en silencio.
—¿Qué? —pregunté.
—Ya lo sabes.
—Sí, lo sé, debería haber cortado con él mucho antes —dije, a la defensiva—. ¿Ahora estás contento?
—No lo sé. ¿Lo estás tú?
—Odio cuando haces eso.
—No hago nada.
Suspiré.
—Fue mi culpa, ¿no? —pregunté, cruzándome de brazos—. Que me diera un puñetazo.
—No he dicho eso —me aseguró enseguida, muy serio.
—¿Y qué quieres decir?
—No quiero decir nada, Jennifer, pero los dos sabemos que el hecho de que te diera un puñetazo no te sorprendió demasiado.
—¿Crees que ya sabía que lo haría?
—Creo que hace tiempo que sabías que esto terminaría mal —me corrigió—. Y aún así no nos dijiste nada.
—¿Y qué querías que dijera? Hola, papá, mamá, mi novio me ha dado un puñetazo en las costillas, ¿os apetece ir mañana al centro comercial?
—No le quites importancia a lo que ha pasado —me advirtió.
Papá no se enfadaba muy a menudo, pero cuando lo hacía... temblaba el Infierno.
—Ni siquiera os disteis cuenta —mascullé—. No sería para tanto.
—Por el amor de Dios, Jennifer —él sacudió la cabeza, cambiando la marcha de malas maneras—. ¿Crees que soy idiota? Quizá tu madre no lo notó, pero yo sí vi que traías un agarrón en el brazo hace unos meses.
—Eso no es...
—Y, unas semanas atrás, otro en el hombro.
—Papá...
—Por no pensar en lo que no he visto. Prefiero no saberlo.
—No hay más.
—No mientas a tu padre —me cortó secamente.
Apreté los labios. Siempre me hacía sentir como una niña pequeña.
Me avergonzaba hablar de eso con él porque sabía que tenía razón. En su momento, cuando Monty se enfadaba, solía agarrarme con fuerza, pero nunca me había dado un puñetazo. En alguna ocasión puntual, me había dejado un agarre marcado, pero eso era todo.
Y, sin embargo, me hacía sentirme como una mierda.
—¿Eso es lo que te hemos enseñado? —preguntó—. ¿Crees que ese chico era lo mejor que podías conseguir?
No sabía por qué lo quería defender, pero quería hacerlo.
—Monty no era... no era tan mala persona.
—No, claro. Solo se acostaba con tu mejor amiga y te golpeaba.
—Solo me ha golpeado una vez.
—Ya te lo he dicho dos veces, Jennifer, pero no habrá tercera. No me mientas.
—Solo fue una vez más —admití, al final—. Y yo lo provoqué.
—¿No te das cuenta de que hay un problema serio cuando te das a ti misma la culpa de que otra persona te golpee? —él suspiró—. Jennifer, por Dios, deja de intentar defenderlo. Ya no es parte de tu vida. Piensa un poco en ti misma.
Lo miré, sorprendida.
—Lo hago —murmuré.
—No, no lo haces.
—Sí lo hago.
—Si lo hicieras, anoche le habrías devuelto el golpe y le hubieras dejado tumbado en el suelo.
—Papá, mide más de...
—Tus hermanos y yo te enseñamos a defenderte de cosas peores que un imbécil con la mano floja —me cortó.
Apreté los dientes.
—La violencia no es siempre la mejor solución.
—Quizá no lo es, pero en el momento en que te pone una mano encima, tienes derecho a olvidarte de esas tonterías y romperle la nariz.
Estuve a punto de reír, pero la situación era tensa. Siempre que me hacía sentir avergonzada, me sentía tan mal que me irritaba con él.
—¿Eso es lo que quieres que sea? ¿Alguien que solo sabe responder con violencia?
—No. Lo que quiero es que seas tú misma, mi hija. Porque yo no he criado a una chica que sale con alguien que no la quiere, deja que le golpee, no se defiende y, encima, se echa la culpa a sí misma cuando el problema no es suyo.
Me quedé callada, mirando por la ventanilla. Mi padre tenía el don de hacerme sentir mal sin siquiera levantar la voz. Intenté pensar algo ingenioso que decirle, pero no me salía nada.
—Al menos, veo que estos meses fuera de casa te han abierto un poco los ojos. Cuando vivías aquí, tratabas a ese chico como si hubiera caído del cielo.
En eso tenía razón. Tenía que admitirlo. Monty nunca había sido, precisamente, un novio ejemplar, pero yo siempre lo había tratado como si lo fuera.
—Pues todavía me queda un mes ahí —murmuré.
—¿Ya sabes qué harás después?
—¿Eh?
—Le dijiste a tu madre que estarías ahí hasta diciembre y luego decidirías si seguías —me aclaró—. ¿Ya has pensado en ello?
Negué con la cabeza.
—No, la verdad es que no.
—Bueno, es tu decisión, hija —dijo, metiéndose en el aparcamiento—. Y sabes que quieres volver a casa, te aceptaría encantado, pero...
—Pero quieres que me quede ahí —terminé por él.
—Has vuelto mucho más feliz que cuando te fuiste —me dijo—. Yo no soy ningún experto, pero si te hace más feliz pasar unos meses más fuera de casa... entonces, que así sea.
Hizo una pausa.
—Aunque no creo que haya sido por estar fuera de casa —añadió, con un tono más relajado.
Miré a mi padre de reojo y mi cara se transformó en una expresión de confusión.
A veces, era increíble que nos entendiéramos con solo una mirada.
—¿Quieres conocerlo? —pregunté, sorprendida, refiriéndome a Jack—. Nunca has mostrado mucho interés por las vidas amorosas de tus hijos.
—Ese chico ha hecho muchas cosas por ti, Jennifer —me dijo—. Quiero darle las gracias.
—Papá...
—No hay discusión que valga. Quiero conocerlo.
Pareció que lo decía enfadado, pero cuando nos miramos el uno al otro esbozamos una sonrisa cómplice.
Ay... lo había echado de menos.
Cuando me subí al avión, cerré los ojos un momento. No podía esperar a ver a mis amigos... y a Jack.
Miré por la ventanilla. Estaba muy nerviosa. Muy ansiosa.
Pero volvía a casa.
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