Capítulo 14
Estaba sola en el salón, tomándome una cerveza y repasando mis apuntes Lingüística. Estaba tan centrada en leerlos que no oí a Ross viniendo por el pasillo.
—Cuando te concentras mucho, te sale una arruga en la frente.
Me llevé una mano ahí al instante y él empezó a reírse.
—Es broma —sonrió inocentemente—. Pero ha valido la pena por tu cara.
—Qué gracioso eres.
Se sentó a mi lado y me robó la cerveza sin siquiera titubear.
—¿Qué haces?
—Estudiar Lingüística —murmuré, suspirando—. Tengo un examen en dos días y no me sé casi nada.
—A lo mejor, si te pusieras a estudiar antes... —empezó a insinuar, divertido, sabiendo perfectamente que me irritaría con el tema.
—Gracias por el consejo, papá.
Papi rico.
—Te están llamando.
Suspiré y giré el móvil para no ver el nombre de Monty, que durante la semana siguiente a la discusión había estado llamándome como un loco. Ross no había sacado el tema de lo que había pasado en ningún momento, cosa que agradecía profundamente.
Pero, en ese momento, era obvio que el tema iba a salir.
—¿Has pensado en bloquearlo? —sugirió.
—Si no puede entretenerse llamando, podría darle otro ataque de psicopatía y presentarse aquí —dije, cerrando la tapa del portátil y dejándolo a un lado.
—Yo defendería tu honor —sonrió él ampliamente.
—Intentaremos que eso no sea necesario —murmuré.
Justo en ese momento, llegaron Naya y Will. Ella entró en el salón y se quedó mirándonos.
—¿Ross no está gritando por la casa? —preguntó—. ¿Quién se ha muerto?
—Tu sentido del humor —sonreí, divertida.
Ross empezó a reírse mientras ella me sacaba el dedo corazón. Él y yo chocamos las manos mientras seguía riéndose sin un ápice de vergüenza.
—Bueno —Will sacó su móvil, sentándose en el sofá—. ¿Cenamos? Tengo hambre.
—Podemos pedir algo —murmuró Ross—. ¿Qué queréis?
—Vosotros no sé, pero Jenna y yo estamos a dieta —dijo Naya.
Me quedé mirándola, confusa.
—¿Yo estoy a dieta?
—Sí. Es que he decidido que quiero adelgazar y el trabajo en equipo hace estas cosas más fáciles, ¿no crees?
Me miré a mí misma. Era cierto que había engordado un poquito esas semanas. Era difícil seguir el ritmo de Ross sin engordar. No todo el mundo podía tener la suerte de poder comer lo que quisiera.
—Sí, vale —le dije—. Estamos a dieta. Oficialmente.
Naya aplaudió, entusiasmada.
Los chicos se quedaron un momento en silencio, intercambiando una mirada, como si les acabara de decir que era una espía rusa.
—¿A dieta? —repitió Will—. ¿Por qué?
—Para adelgazar, obviamente —le dije.
Sue había salido de su habitación y se sentó en el sillón, enarcando una ceja al oírnos hablar de dietas.
—Si quieres mi opinión —me dijo Ross—, no te sobra ni te falta nada.
—Pero tú opinión no cuenta —le dijo Naya, poniendo los ojos en blanco.
—¿Y por qué no? —él frunció el ceño.
—Es como la opinión de una madre. No es objetiva.
—Bueno —Will suspiró—, ¿y qué vais a cenar?
—Ensalada —dijo Naya—. Con pollo a la plancha.
—¿En serio? —suspiré.
Sue y Ross se reían disimuladamente de mí.
—Todavía puedes echarte atrás —me dijo Will al ver mi expresión.
—No —me crucé de brazos—. Estoy a dieta. Al menos, quiero durar una semana.
—Pues yo me pediré una pizza —aseguró Ross—. Mi organismo no puede mantenerse vital a base ensaladas y pollo a la plancha.
Media hora más tarde, miraba las pizzas de la mesa babeando mientras me hacía mi plato sano en la cocina. Era una escena muy triste.
Como Will se había tumbado y Sue usaba uno de los sillones, mi única opción era sentarme en el suelo, porque Naya y Ross usaban el otro sofá. Él debió ver mi dilema, porque se dio una palmadita en el regazo.
Me senté encima de él y miré el programa de reforma de casas mientras me comía la ensalada con poco entusiasmo. Cada vez que él agarraba un trozo de pizza y lo pasaba al lado de mi cara para comérselo, me entraban ganas de tirarme por la ventana. Y no llevaba ni una hora.
—¿Seguro que no quieres? —me preguntó.
—No —miré fijamente mi pollo.
—Está muy buena, te lo aseguro.
—Te odio.
Él se rio y siguió comiendo. Mientras, Sue ponía los ojos en blanco.
Ya habíamos cenado todos y Sue se había encerrado en su habitación cuando noté que mi móvil vibraba encima de la mesita. No estaba muy entusiasmada por ver el nombre de Monty otra vez. Sin embargo, cuando lo levanté, vi que era mi madre.
Oh, oh.
—Si es mi suegra —me dijo Ross.
—Mierda —solté, poniéndome de pie bruscamente—. Mierda.
—¿Qué pasa? —Will se giró, sorprendido.
Los tres me miraban fijamente, confusos.
—Nada, es que... —me interrumpí a mí misma, mirando el teléfono—. Se va a enfadar conmigo.
—¿Por qué? —me preguntó Naya.
—Porque... —estaba a punto de cortarse la llamada, tenía que responder—. Mierda.
Me llevé el móvil lentamente a la oreja con cara de terror.
—Hola, mam...
—¡JENNIFER MICHELLE BROWN!
El móvil casi se me escapó de las manos por el susto. Vi que Naya abría los ojos como platos, mientras que Will sonreía y Ross empezaba a reírse sin descaro.
—¿Michelle? —preguntó, riéndose a carcajadas.
—Cállate —le musité, pellizcándole el hombro.
—¡Oye! —protestó.
—¿ME ESTÁS ESCUCHANDO? —me gritó mamá.
—Claro que sí, mamá, es que... —intenté decirle.
—¡¿HAS ESTADO VIVIENDO CON UN CHICO DURANTE SEMANAS Y NO ME HAS DICHO NADA?!
Obviamente, ellos lo estaban oyendo todo. Con esos gritos...
—¿Ese soy yo? —preguntó Ross, mirándome.
—No creo que sea yo —le dijo Will, divertido.
Hice un ademán de ir hacia las habitaciones, pero Naya me detuvo.
—Solo hay cobertura en el salón —me dijo con una sonrisita maligna.
Genial. Iban a oírlo todo.
—Iba a decírtelo, mamá —le aseguré rápidamente—. Es que con todo el lío de clase se me olvidó y...
—¡SE TE OLVIDÓ! —repitió, enfadada—. ¡Ya no te acuerdas de contarle nada a tu propia madre!
—Eso no es cierto y lo sabes.
Los tres seguían mirándome descaradamente. Les puse mala cara y se rieron de mí.
—Si me dejas explicártelo...
—¡No hay nada que explicar! ¡Que sepas que tu padre también está muy enfadado!
—Si papá nunca se enfada conmigo —fruncí el ceño.
—¡Pues ahora se ha enfadado contigo!
—¡Eso no es cierto!
—¡Vale! No es cierto. ¡Pero debería serlo!
—Esta misma noche iba a llamarte y a contártelo, te lo prometo —le aseguré, aunque no era cierto.
—Jennifer, te he parido, ¿crees que no sé cuándo me mientes?
Solté una palabrota entre dientes que, por suerte, ella no escuchó. Ross sí, porque seguía riéndose.
—¿Y se puede saber quién es ese chico? ¿Es un buen chico?
Me quedé mirándolo un momento. Él sonrió angelicalmente.
—Háblale bien de mí —me dijo, burlón.
—Es un poco pesado, pero no está mal —dije, mirándolo con los ojos entrecerrados.
—Cuanta gratitud a quien te ha abierto las puertas de su casa, Michelle —me dijo él, sonriendo.
Tapé móvil con una mano, mirándolo.
—Vuélveme a llamar Michelle y te quemo todos los paquetes de tabaco que te queden.
—¡Jennifer! —chilló mi madre.
—Perdón —dije, volviendo con ella.
—¿Es un amigo tuyo?
—Algo así —mascullé, tras dudar un momento.
Escuché que ahogaba un grito y me puse roja como un tomate solo por saber lo que se avecinaba.
—¿No será tu novio? —preguntó, y su voz se agudizó por la emoción—. ¡¿Has dejado a Monty?!
—¿Qué? Mamá, no es...
—¡Por fin! —suspiró ella—. Cariño, sé que te gustaba mucho, pero a mí no me gustaba nada para ti. Siempre ha sido muy poca cosa.
—Mamá, no...
—Con tanto entrenamiento y tonterías... ¡no podía centrarse en vuestra relación! No, no me gustaba nada para ti.
—Mamá...
—Por no hablar de esos ataques de ira. Si lo hubiera pillado yo...
—¡Mamá!
—¿Y cómo es ese chico? ¿Por qué no me has hablado de él?
—¿¡Me estás escuchando!?
Estaba roja como un tomate mientras ellos seguían riendo.
—Si quieres, pásame el móvil y me presento —se ofreció Ross.
Agarré un cojín y se lo tiré a la cabeza. Él lo esquivó, riendo.
—Sí, Monty y yo lo hemos dejado —le dije a mi madre—. Vino el otro día, discutimos y... se acabó.
Ella se tomó un momento para procesarlo.
—Supongo que no estarás sonriendo —dije, enarcando una ceja.
—No —dijo, y supe que sí estaba sonriendo maliciosamente.
—Mamá...
—Lo siento, cariño, pero siempre has tenido tan mal gusto con tus parejas...
—¡Eso no es cierto!
—Por lo que sé, sí lo es —me dijo Naya.
Le puse mala cara. Mi madre suspiró al otro lado de la línea.
—Bueno, ya hablaremos cuando vengas a verme por mi sesenta cumpleaños.
Me quedé paralizada un momento, sin saber qué decirle. Ella notó mi silencio, porque enseguida soltó un sonido dramático.
—No vas a venir, ¿verdad? —me preguntó—. ¡Lo sabía! Te vas de casa y te olvidas de tu pobre madre. Siempre la misma historia. Ahora que ya has crecido y no me necesitas, me dejas apartada y sola. Como a un juguete roto. Como unos zapatos viejos. Siempre la misma historia. Ya me pasó con Shanon y...
—Mamá, sabes que quería venir, pero... —bajé el tono de voz y les di la espalda a esos tres— ahora mismo no sé cómo pagarlo.
—Pues nosotros te pagamos el viaje.
—Sé cómo están vuestras cuentas. No podéis hacerlo. Y no quiero que pidáis un crédito para eso.
—¿Y en coche?
—Son cinco horas para ir y otras cinco para volver —mascullé—. Ni siquiera tengo carné.
—Quizá, si Spencer viniera a buscarte... —empezó, pero las dos sabíamos que eso no iba a funcionar.
Ella respiró hondo y supe que estaba a punto de llorar para darme pena y que fuera con ella.
—Mamá, vamos, no te pongas así —le dije en voz baja.
Si ella se ponía a llorar, yo me pondría a llorar.
—No, si lo entiendo —dijo ella—. Es mi sesenta cumpleaños, pero no hay dinero para venir a celebrarlo conmigo. Lo entiendo.
—Te prometo que encontraré trabajo pronto y te compraré algo para compensarlo, ¿vale?
—No quiero un regalo, Jennifer.
—Ya lo sé, mamá, pero...
Me quedé helada cuando noté que alguien me quitaba el teléfono de las manos. Levanté la cabeza y miré horrorizada a Ross, que se lo puso tranquilamente en la oreja.
—¿Señora Brown? —preguntó con un tono de voz de chico encantador.
—¡¿Qué haces?! —mi voz sonó muy aguda.
Me tiré sobre él, intentando quitarle el móvil. Él me apartó estirando el brazo, aunque yo forcejeé como una loca para que me lo devolviera.
—¡Ross, no es una broma, devuélvemelo!
—No, soy el dueño del piso —se presentó él tranquilamente, sin que se notara que me estaba empujando para que no recuperara mi móvil—. Jack Ross. Sí, es un placer.
—¡Jack!
—No se preocupe —dijo él con una sonrisa encantadora—. En realidad, no. Mire, si mi madre hiciera sesenta años y no fuera a su fiesta se pondría muy, muy triste, y no puedo dejar que eso le pase a usted.
—Qué pelota es —murmuró Will, riendo.
—¿Qué dices? —le pregunté, horrorizada.
—No, claro —él sonrió, ignorándome—. Sí, no se preocupe. Ya me lo devolverá cuando pueda. No hay prisa.
Escuché a mi madre balbuceando agradecimientos y me callé para escuchar la conversación. Ross dejó de forcejear conmigo y volvió a sonreír de manera encantadora, empujándome con un dedo en la frente. Gesticuló cotilla con la boca sin hacer un solo ruido. Le puse mala cara.
—El placer es mío —aseguró a mi madre—. ¿Quiere hablar con su hija?
Él se quitó el móvil y me lo ofreció sonriendo.
—Es tu madre —me dijo.
Yo seguía sin saber qué hacer. Me llevé el móvil a la oreja mientras él me miraba con una sonrisa maligna.
—¿Qué...? —empecé a preguntarle a mi madre.
—¡Gracias a Dios que has dejado a Monty! —me gritó ella.
—¡Mamá! —protesté.
—Es que parece mentira que siguieras con ese chico teniendo a este otro —me dijo, indignada—. ¡Tu nuevo novio se ha ofrecido a pagarte el viaje!
—No es mi... —parpadeé y clavé la mirada en Ross—. Espera, ¿qué?
—¡Es un encanto!
—Pero... no... pero...
Él se había vuelto a sentar en el sofá y miraba su móvil tranquilamente.
—Ni se te ocurra decir que no —me dijo mi madre—. Yo misma le devolveré el dinero.
—Mamá, no...
—¡Qué contenta estoy! —chilló—. ¡Estaremos todos reunidos!
—¡Mamá!
—Me voy, cielo, que tu hermano me llama desde hace un rato.
—¡No, espera...!
—¡Un besito para tu novio!
Colgó antes de que pudiera decir nada. Me quedé mirando el móvil un momento, y luego me giré lentamente hacia Ross.
—Bueno —Naya se puso de pie—. Creo que es nuestro momento de ir a tu habitación, amor.
—Estoy de acuerdo —coincidió Will.
Desaparecieron enseguida, dejándome sola con Ross, que se giró para mirarme con una sonrisa.
—¿Qué pasa? —preguntó inocentemente.
—¿Se puede saber qué te pasa por la cabeza? —le pregunté, señalando el móvil—. Ya estoy viviendo aquí gratis, no puedo dejar que me pagues todo.
—No te pago todo. Tómatelo como un regalo de Navidad adelantado.
—¡Un regalo de Navidad es un perfume, no un viaje!
—Oye, lo de los perfumes es muy privado. No quiero meterme en esa parte de tu vida.
—¡Hablo en serio, Ross!
—¿Qué pasa? ¿No te alegra ir a ver a tu madre? —preguntó, confuso.
Lo miré fijamente. ¿Cómo podía no entenderlo?
Ojalá tener tanto dinero como para gastarlo así.
—Claro que me alegra. Muchísimo. Pero...
—Pues no se hable más —señaló el sofá—. Ven, anda.
—No, no voy. ¿No ves que te debo un montón de dinero, Ross?
—Ya empezamos otra vez —resopló.
—Madre mía —me llevé las manos a la cara—. Qué bonito debe ser tener tanto dinero que no tienes ni que preocuparte por él.
—¿Por qué te preocupas siempre tanto por el dinero?
—¿Por qué te preocupas tú siempre tan poco? —le pregunté, atónita.
—Hay cosas más importantes en la vida.
—¿Como qué? ¿La felicidad?
—Por ejemplo.
—Pues yo preferiría llorar en un yate que ser feliz en un banco del parque, la verdad.
Él sonrió, divertido, pero dejó de hacerlo al instante en que clavé en él mi mirada acusadora.
—Sigo sin sentirme bien con esto, Ross.
Pareció pensarlo un momento. Después, suspiró.
—Mira, cada mes me ingresan más de seis mil dólares que no uso nunca para nada más que para pagar este piso y que se van acumulando porque no me interesa comprar nada.
—¿Seis mil...? —abrí la boca de par en par.
—Ahora que por fin quiero comprar algo y gastarme ese dinero, ¿cuál es el problema?
Dicho de esa forma, hacía que incluso yo me planteara cuál era el problema.
—¿Tus padres te ingresan seis mil dólares cada mes? —pregunté, atónita.
—¿Mis padres? No, claro que no. Es el dinero que gano por algunos cortos que hice el año pasado. Hace años que no le pido dinero a mis padres.
Y lo dice tan tranquilo.
Parpadeé, volviendo a la realidad.
—No puedo aceptarlo, Ross.
—Claro que puedes.
—No, no puedo. Me siento como si me estuviera aprovechando de ti.
—Puedes aprovecharte de mí todo lo que quieras —aseguró—. Además, piensa en tu madre. En lo contenta que estará cuando te vea aparecer.
—Si, pero...
—Vamos, olvídate de eso y ven aquí.
Seguía flipando cuando me senté a su lado y él cambió de canal hasta encontrar una película que le gustó.
—¿Unos cortos? —pregunté—. ¿Cuándo has hecho tú cortos?
—El año pasado colaboré en la edición de algunos.
—¿Y ganas todo eso?
—No es tanto —me aseguró—. Se hicieron bastante famosos. Saqué un diez en la asignatura.
—¿Y cómo no me lo habías dicho antes?
Él se estaba comiendo un trozo de tomate de mi ensalada. Lo pensó un momento antes de encogerse de hombros.
—No sé. No me habías preguntado.
—Perdón por no pensar que podías estar ganando dinero por unos cortos del año pasado, ¿cómo no se me habrá ocurrido?
Él sonrió, divertido, mirando la película.
No fue hasta entonces que fui consciente de que en dos semanas pasaría un fin de semana con mi familia. Empecé a sonreír un poco. Vería a Shanon y a su hijo, y a mis hermanos mayores, y a mis padres. Quizá, incluso, a mis abuelos.
Y a Monty, y a Nel... y a los demás.
—Voy a ir a casa —murmuré, como si acabara de darme cuenta.
—¿Ahora te enteras? —me preguntó, divertido—. Llevamos un buen rato hablándolo.
—¡Voy a ir a ver a mi familia! —le dije, entusiasmada.
—Me alegro de que te ponga tan contenta —me aseguró, riendo.
Lo abracé con fuerza por el cuello y empecé a besuquearle la mejilla. Él se rio, intentando que no le cayera mi plato de ensalada.
—¡Eres el mejor! —le aseguré, besuqueándolo.
—Eso ya está mejor —bromeó, divertido.
—Pero —me separé y lo miré, muy seria—, prométeme que no me pagarás nada más.
—No pienso prometerte eso.
—Lo digo enserio. Al menos, espera a que te devuelva el dinero.
Asintió con la cabeza, aunque estaba claro que no iba a hacerme ni caso. Aún así, estaba contenta, así que me abracé a él como un koala. Normalmente, era muy poco cariñosa, pero en esos momentos no podía evitarlo.
—Y no es por presumir, pero creo que ya le caigo mejor a tu madre que tú —dijo.
Mejor que Monty, seguro.
Él se giró hacia mí cuando notó que lo miraba fijamente.
—¿Qué? —preguntó, dejando el plato de ensalada en la mesa de café.
Yo tampoco me había dado cuenta hasta entonces de que había estado mirándolo fijamente. Aparté la mirada, incómoda.
—Nada.
Pero sabía perfectamente qué me había venido a la cabeza.
—¿Tienes sueño? —pregunté.
Él dudó un momento antes de reírse.
—¿Qué tienes en esa cabecilla maligna?
—Nada —aseguré.
Un momento de silencio.
—¿Estás muy cansado?
—Para ti, no.
Levanté la cabeza y me acerqué a besarlo, pero me detuve en seco cuando vi a Sue mirándonos con cara de asco en el pasillo.
—Oh, no —cerró los ojos—. Más parejas no, por favor.
—¿Qué quieres, Sue? —le preguntó Ross con cara de fastidio.
—Iba a limpiar esto. Pero no puedo si estáis ahí besuqueándoos.
Se cruzó de brazos, esperando pacientemente. Sonreí cuando pasé por su lado, hacia la habitación de Ross. Él cerró la puerta a su espalda y se acercó a mí sin necesidad de decir nada más.
***
Estaba medio dormida cuando escuché algo en la entrada.
Abrí un poco los ojos y vi a Ross durmiendo tranquilamente con la cabeza en mi pecho. Me había dado cuenta de que le encantaba dormir así.
Sin embargo, fruncí un poco el ceño cuando volví a escuchar algo. Intenté incorporarme y Ross me abrazó con más fuerza, murmurando palabras ininteligibles en sueños.
—Ross —le susurré, moviéndole el hombro—. Ross, despierta...
—¿Mhm...? —preguntó, medio dormido.
—Creo que hay alguien en la entrada.
—Vale —murmuró, acurrucándose un poco más.
—Lo digo enserio, Ross, despierta.
Él resopló.
—Será Will o Sue —murmuró, medio dormido.
—No. Era ruido de cerradura. Y ellos ya están en el piso.
—Pues será el vecino, que...
—¡Que no es el vecino!
Él me miró, burlón.
—¿Qué pasa, tienes miedo?
—Pues sí. Igual han entrado a robar.
—Pues que se lleven tus bolsas de ensalada.
—¡Ross!
—Vale, vale...
Él hizo un ademán de estirarse. Se levantó lentamente y se puso unos pantalones de algodón. No estaba demasiado preocupado. Se puso de pie y volvió a estirarse, bostezando.
—¡Ross, podrían estar robando!
—Vale, vale —dijo, aunque no parecía muy asustado.
—Voy contigo —le dije, poniéndome unas bragas y su camiseta.
—¿Y qué harás? ¿Matar al ladrón de un puñetazo o mirarlo con mala cara?
—Te lanzaré como escudo humano y saldré corriendo —murmuré.
Justo en ese momento, el ruido volvió a sonar, esta vez más fuerte. A Ross le desapareció la cara de sueño enseguida.
—¿Lo ves? —musité.
—Quédate aquí.
—¡Pero...!
—Jen, quédate aquí.
No había llegado al pasillo cuando me puse de puntillas, asomándome por encima de su hombro. Me miró con mala cara.
—Ni puñetero caso —murmuró.
—Yo no me quedo ahí esperando —le dije.
—¿También quieres ir delante o eso puedo hacerlo yo?
—Todo tuyo.
Eso sí que no lo discutí.
Los dos llegamos a la puerta principal, vimos que, efectivamente, estaba intentando ser abierta. Me quedé en el umbral del salón, viendo cómo Ross la abría de un tirón con el ceño fruncido. Me tensé por completo.
Pero, para mi sorpresa, puso los ojos en blanco y soltó una palabrota.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó.
—Hola a ti también —murmuró Mike, abriendo la puerta por fin.
Él se tambaleó hacia dentro del piso y se quedó mirándome, ya que solo llevaba las bragas y una camiseta de su hermano.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, divertido.
—¿Qué hacías con las llaves? —le preguntó Ross, cerrando la puerta otra vez.
—No sé cuál es la de tu piso. Estaba intentando abrir con todas —me miró—. Siempre es un placer verte, Jenna.
—Claro, Mike —negué con la cabeza.
Miré a Ross, que pareció irritado con que me hablara. Como siempre.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó directamente.
Mike me sonrió un momento más antes de entrar en el salón y dejar su abrigo en el sillón. Miró a su alrededor y luego se giró hacia su hermano.
—He discutido con mi ahora exnovia y he pensado que no te importaría que me quedara unos días aquí.
—Pues sí me importa —le dijo él, claramente poco contento con la visita.
—Vamos, Ross, soy tu hermano.
No me extrañaba que no quisiera que se quedara, no dejaba de sonreírme y, cada vez que lo hacía, parecía que a Ross se le hinchaba más una vena del cuello.
—Así que... ¿ya es oficial, chicos? —preguntó, mirándonos.
—Tienes que irte —le dijo Ross.
—¿Vas a dejarme en la calle?
—No puedes quedarte aquí. No hay sitio.
—Estaba claro que no ibais a dejarme dormir con vosotros.
—Pues no, Mike.
—Algún sitio habrá para tu hermano, ¿no?
—Sigue estando el sofá —comenté.
Al instante en que Ross me miró, me arrepentí.
—Ella quiere que me quede —dijo Mike, señalándome.
—Yo no quiero nada —aseguré enseguida.
Ross cerró los ojos un momento y luego miró a su hermano.
—Solo esta noche —le dijo, señalándolo—. Y mañana por la mañana te vas.
—Claro, claro —él se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá, sonriendo—. ¿No vas a quedaros un rato para hacerme compañía?
—No —le dijo secamente, yendo hacia el pasillo.
—Tranquilo, si se lo decía a ella —le dijo Mike, sonriéndome.
Ross se detuvo en el pasillo y rehizo sus pasos para agarrarme de la muñeca.
—Deja de molestarla —le advirtió a su hermano—. O te largas. Y no es una forma de hablar.
—¡No la estoy molestando! —le dijo él—. ¿A que no, Jenna?
—Yo... no... —no sabía qué decir, miré a Ross.
Él tiró de mí hacia el pasillo y yo me dejé arrastrar viendo como su hermano me seguía con la mirada. Ross cerró la puerta de su habitación,
Cuando levantó la mirada, me vio mirándole.
—Igual no debería haber dicho nada —dije, intentando sonreír, aunque estaba avergonzada.
—No pasa nada —me aseguró él.
—Es que...
—No pasa nada —repitió, y pareció relajarse—. Es que... me pone de mal humor tenerlo cerca. Siempre me busca problemas de una forma u otra.
Se sentó en la cama y se pasó una mano por el pelo. No pude evitar sentirme mal por él y me acerqué, sentándome en su regazo y rodeándole el cuello con los brazos.
—¿Qué más da? Es solo un día —le dije, mirándolo—. Mañana se irá.
—No creo que se vaya tan fácilmente.
—O igual hace las paces con su novia.
—Tiene más novias que tiempo, Jen, no volverá con ella.
Me mordí el labio, pensando. Sentía la necesidad de que se sintiera mejor. Me acoplé mejor encima de él y lo besé en la punta de la nariz.
—Vamos —le susurré—. Puedo hacer que te olvides de todos los que hay en este piso.
Eso pareció gustarle, porque esbozó una pequeña sonrisa.
—Ah, ¿sí?
—Ajá —me froté contra él y sonreí cuando recibí una respuesta—. Es un método muy persuasivo.
—Me muero de ganas de verlo —me aseguró, abrazádome.
Sonreí y lo besé en la boca, tumbándolo lentamente hacia atrás hasta que quedamos los dos tumbados y abrazados, besándonos y acariciándonos.
Cuando abrí los ojos por la mañana, vi que Ross todavía dormía, así que me puse la ropa de deporte y salí de su habitación de puntillas. Su hermano también dormía en el sofá casi con la misma postura. No pude evitar sonreír. Podían llevarse mal, pero eran increíblemente parecidos.
Estuve corriendo un buen rato. Incluso hablé con Spencer un rato mientras volvía a casa con un café que me había comprado por el camino. Subí por el ascensor y saludé a un vecino que había visto varios días seguidos volviendo también de hacer ejercicio. Cuando entré en casa, lo primero que oí fue un silbido procedente de la cocina. Me giré con una sonrisa esperando a Ross, pero se borró al instante cuando vi que era Mike.
—Qué activa por la mañana —comentó, mirándome de arriba a abajo.
—¿Siempre has sido tan pesado, Mike? —pregunté, mirándolo—. Porque te recordaba mejor.
—Es que siempre que te veo tengo novia o un intento de ella. Es la primera vez que me pillas soltero y entero.
Will se estaba acercando en ese momento. Estaba bostezando, pero se quedó parado cuando vio a Mike.
—Hola, Will —lo saludó él sin dejar de mirarme, cosa que ya estaba empezando a molestarme.
—¿Mike? —preguntó él, mirándome en busca de una explicación.
—Apareció anoche —le dije—. Pregúntale a Jack.
Ups. Jack. Me había salido solo.
—A Jack —repitió Mike, burlón—. ¿No lo llamas Ross? Eso es que es una relación seria y consolidada
—Veo que no has cambiado nada —comentó Will, abriendo la nevera y sacando un cartón de leche—. ¿Cuándo te vas?
—No lo sé —dijo él, encogiéndose de hombros.
—Le dijiste a tu hermano que te irías hoy por la mañana —fruncí el ceño.
—¿Y no te dijo mi hermano que suelo cambiar de opinión con facilidad, guapa?
Puse una mueca cuando me llamó así.
—Voy a ducharme —les dije.
Cerré la puerta del cuarto de baño, me desnudé y me metí en la ducha, pasando la cortina. Estaba enjabonándome el pelo cuando escuché que alguien abría la puerta bruscamente. Del susto, solté un grito y me tapé la boca, avergonzada.
Cuando me asomé con cuidado a que solo se me viera la cabeza, vi que Mike estaba haciendo pis como si nada.
—¡¿Se puede saber qué haces?¡ ¡Me estoy duchando! —le grité, tapándome como pude aunque supiera perfectamente que no podía ver nada.
—Tranquila, ya me voy —dijo, mirándome con una sonrisa burlona—. No tienes nada que no haya visto antes, ¿sabes?
—¡Pues vete! —le grité.
—Ya me voy, ya me voy.
Se subió la cremallera lentamente y yo noté que la cara se me volvía roja por una mezcla de rabia y vergüenza.
—Oye —me dijo, lavándose las manos—, puedes seguir si quieres, no me molesta.
—¡Que te vayas!
Ross debió oírme gritar, porque se asomó al cuarto de baño con el ceño fruncido y se quedó mirar con expresión de horror a su hermano invadiendo mi intimidad.
—¿¡Se puede saber qué haces!? —le gritó.
—Tranquilízate, hermanito, solo...
Ross no lo dejó terminar, lo agarró del cuello de la camiseta y lo sacó del cuarto de baño de un tirón, cerrando la puerta en su cara. Vi que se pasaba una mano por la cara.
—Lo siento —me dijo, mirándome—. Es un imbécil.
—No pasa nada —le dije—. Pero como vuelva a hacerlo, pienso lanzarle el bote de champú a la cara.
—Pagaría por ver eso —sonrió, negando con la cabeza.
Cerró la puerta cuando se marchó, y escuché que le gritaba su hermano. Suspiré y terminé de ducharme.
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