Capítulo 11
Aviso de que el capítulo está sin revisar, así que es posible que haya errores. Los corregiré mañana o pasado. Un beso :D
¿Por qué no estás todavía estresada?
¿Por qué debería estarlo?
Se te ha olvidado el pequeño detalle de que vas a casa del señor Ross, ¿no?
¿Y?
¡Es el enemigo! ¡Vas a casa del enemigo, pedazo de suicida!
—¿En qué piensas tanto? —Jack me frunció el ceño.
En que estoy teniendo una conversación conmigo misma.
—En que deberías estar agradecido por esa sudadera tan bonita y nueva que llevas puesta.
Me miró con mala cara antes de centrarse en la carretera de nuevo.
La verdad es que intenté no pensar demasiado en el señor Ross. Después de todo, Agnes y Mary también estarían ahí. Y Mike. Y, ¿cuál era la alternativa? ¿No volver a ir a su casa nunca solo porque sabía que él estaría ahí? Además, no iba a decirme ninguna tontería delante de Jack. No era tan idiota como para eso. Eso era lo que importaba.
Aún así, mis nervios fueron aumentando a medida que subimos la calle hacia su casa. Tenía un mal presentimiento. Uno muy malo.
Bajé del coche ajustándome el jersey y siguiendo a los hermanos Monster. Mike se adelantó y abrió de un portazo, como siempre. Escuché que saludaba felizmente a su madre al entrar. Jack fue el siguiente mientras yo cerraba la puerta del garaje. Era raro volver a estar ahí después de todo lo que había pasado. Como si... bueno, como si todo volviera a la normalidad.
Me adelanté cuando vi que Mary estaba ahí de pie, abrazando a Jack. Le dijo algo en voz baja, sonriendo y apretándole las mejillas. Jack se apartó, irritado —como siempre— y ella me dedicó a mí su sonrisa.
—Hola, querida —me dijo suavemente, también como siempre—. ¿Cómo estás?
—Bien. Gracias por invitarme.
—Gracias por venir —me puso una mano en el hombro—. Jackie me había dicho que quizá no querrías.
Clavé la mirada en su hijo, que levantó los brazos en señal de rendición.
—Madre mía, tampoco he matado un perrito. No me mires así.
—Bueno, está claro que una de tus virtudes no es la adivinación, Jackie.
—Exacto, Jackie —lo irrité.
Él me puso mala cara y Mary sonrió, divertida.
Me acerqué al salón, donde Mike se había encendido la consola y estaba disparando a diestro y siniestro por una ciudad. Por algún motivo, iba en un convertible rosa y su arma era amarillo chillón. Agnes estaba a su lado con un segundo mando, poniéndole una mueca a la pantalla.
—¿Tengo que matar a ese?
—¡Sí, rápido o sacará una ametralladora y...! ¡ABUELA! ¡Ya te ha matado!
—Pero... —ella parpadeó—, ¡si era un niño!
—Abuela, tenía treinta años.
—Pues eso, un niño.
—¡Saca ya las granadas o...! ¡¡ABUELA!! ¡Vas a hacer que nos maten a los dos!
—¿Sabes lo que contamina una granada, jovencito? Yo no usaré eso.
Me adelanté, sonriendo. Agnes también sonrió al verme.
—Hola, Jennifer —me saludó tranquilamente—. ¿Has visto esto? Me estoy modernizando.
—¿Estás segura de que quieres empezar esto de los videojuego disparando? —preguntó Jack, asomándose por encima de mi hombro.
—Relaja bastante —ella se encogió de hombros—. Creo que me compraré una consola de esas para mi casa. Y mataré a la gente cada vez que me sienta frustrada.
Jack y yo intercambiamos una mirada divertida cuando ella y Mike se colaron en un centro comercial y empezaron a disparar a todo lo que se movía. En fin...
Nos pasamos un rato con ellos mientras Jack animaba a su abuela y yo a Mike. Estaban sorprendentemente igualados. Al final, Mike ganó y chocamos las manos, divertidos, pero toda diversión se esfumó cuando los cuatro escuchamos la puerta principal abriéndose y cerrándose. El señor Ross. No podía ser otra persona.
Efectivamente, él se acercó al salón y enarcó una ceja al vernos. O, mejor dicho, al verme con ellos. Aparté la mirada y la clavé en la rodilla de Mike. Cualquier cosa con tal de no mirarlo a él. Intimidaba mucho.
—¿Podéis dejar esas tonterías y empezar a poner la mesa?
—Hijo, no seas aguafiestas —protestó Agnes.
Hubo un momento de silencio. Incluso Mike se había tensado.
—Venga, apagadlo —Mary había aparecido para firmar la paz—. La cena ya está lista.
Nos acercamos a la mesa y noté una mirada clava en mi nuca como si quisiera hacer que saliera corriendo. Tragué saliva y me senté entre Jack y Mike. Ambos parecían un poco más tensos que antes. Agnes se quedó delante de mí y me guiñó un ojo, haciéndome sonreír. Miré al señor Ross, que no daba señales de querer sentarse cuando Mary empezó a pasarnos los platos.
—¿Qué haces? —le preguntó ella, confusa.
—Estoy esperando... —se detuvo y sonrió—, oh, ahí está.
Desapareció por el pasillo y yo aproveché para beber un trago de agua. Tenía la boca un poco seca. Creo que Jack se dio cuenta de mi tensión, porque me miró algo extrañado, pero toda esa confusión desapareció, dejando paso a una tensión horrible emanando de su cuerpo cuando el señor Ross apareció por el pasillo... con Vivian.
Ella iba con una blusa y unos pantalones estrechos. Y parecía una supermodelo. Sonrió amplia y directamente a Jack, que le frunció el ceño.
—¿Vivian? —preguntó Mary, pasmada.
—Pensé que sería una buena idea que viniera —sonrió el señor Ross, señalándole la silla libre entre él y Agnes—. Para que conociera a la familia.
—¿Para que conociera a la familia? —repitió Mary, y por su tono supe que la idea no había sido de su agrado.
Vivian la ignoró completamente y se sentó con elegancia delante de Jack, sonriente.
—Hola a todos —sonrió—. Espero no haber hecho esperar.
Silencio. Ella no le dio demasiada importancia.
Miré a Jack de reojo. Él tenía el ceño fruncido hacia su padre, como si no entendiera qué demonios hacía. Cuando miré al señor Ross, vi que él tenía los ojos clavados en mí y me giré al instante hacia mi plato, roja de vergüenza.
La verdad es que la cosa no fue mal al principio. No tenía grandes expectativas de que eso terminara bien, así que Vivian parloteando de su trabajo en la película era casi un alivio. Al menos, no había silencio tenso. Jack sí estaba tenso. La miraba con mala cara. Y me daba la sensación de que Vivian solo lo miraba a él. De hecho, ni siquiera me había echado una sola ojeada. Dudaba que supiera de mi existencia.
—Bueno —Agnes tomó el relevo de la conversación, mirándome—, no pude felicitarte por tu cumpleaños. Felicidades atrasadas, querida.
—Oh, es cierto —dijo Mary y su mirada se iluminó—. Felicidades, Jennifer. ¿Has recibido algún regalo?
Miré de reojo a Jack, que se relajó al instante para dedicarme una sonrisa de lado.
—Jack me dijo que le habías aconsejado a la hora de elegirlo —murmuré.
—Oh, sí. Espero que te guste el óleo.
—Y pintar —añadió Mike con la boca llena de comida que engullía como un loco.
—Me encanta —aseguré enseguida—. No puedo esperar a estrenar la caja.
—No entiendo eso de pintar —murmuró Mike—. Es decir... ¿no te aburres? Parece aburrido.
—Es que destrozar un micrófono a gritos es mucho más entretenido —Jack puso los ojos en blanco.
—Pues tiene su arte —protestó su hermano—. Y te desahogas.
—Y... —me giré hacia Vivian cuando noté que me miraba por primera vez desde que había llegado con una sonrisa dulce—, ¿cuántos añitos cumpliste?
El tono dejaba claro que se estaba burlando de mí, pero me esforcé en fingir que no me daba cuenta.
—Diecinueve.
—Diecinueve —ella clavó los ojos en Jack—. Está claro que te gustan jovencitas.
—Solo se llevan dos años —dijo Mike con la boca llena.
Vivian no dijo nada, pero seguía teniendo los ojos clavados en Jack. Noté la tensión que emanaba entre ellos y no pude evitar fruncir el ceño.
—¿Estás estudiando, Jennifer? —me preguntó ella sin mirarme.
¿Por qué sentía que tenía que ser cordial con ella pese a que estuviera mirando a mi n... eh... a Jack de esa forma? ¿Pese a que ni se dignara a echarme una ojeada?
—Eh... sí. Filología.
—Filología —repitió con una pequeña sonrisa.
Cada vez que me decía algo, me daba la sensación de que se burlaba de mí.
—Sí, filología —fruncí un poco el ceño.
—¿Te gusta escribir novelas? —preguntó suavemente, mirándome por fin.
—Bueno... en realidad, no mucho.
—¿Leer?
¿Por qué siempre que decía lo que estudiaba me salían con las mismas preguntas? Removí la comida, un poco incómoda.
—No especialmente.
—¿Y poesía? ¿Tenemos una poeta entre nosotros?
Hubo un momento de silencio tenso cuando la miré. ¿Por qué me hablaba como si fuera idiota?
—Todos tenemos un poeta dentro, ¿no? —bromeó Mary, calmando un poco la situación, aunque estaba claro que seguía preguntándose qué hacía esa chica ahí.
Agnes disimulaba menos y, directamente, la miraba con desagrado.
El resto de la cena transcurrió sin muchos más incidentes, pero seguía notando los ojos de Vivian sobre Jack, que hacía lo que podía para ignorarla. Los miré con extrañeza y ella me dedicó una sonrisa dulce.
—¿Estás bien? —le pregunté a Jack en voz baja, para que solo él pudiera oírme.
Él me miró como si hubiera vuelto a la realidad.
—Sí —murmuró, volviendo a apartar la mirada.
—¿Estás seguro?
—Sí —dijo más secamente.
No, no estaba bien. Eso estaba claro. Lo miré un momento antes de ponerme de pie.
—Ahora vuelvo —les dije con toda la tranquilidad que pude reunir.
Subí las escaleras y me metí en el cuarto de baño. Tenía todos los músculos tensos. Me pasé las manos por la cara. Menos mal que no me había maquillado. Me mojé un poco las manos y me refresqué el cuello. Seguía un poco tensa cuando abrí la puerta y me encontré de frente con la cara del señor Ross.
Tardé un momento en decir nada. Él tenía el ceño fruncido. Y aprovechó que yo dudaba para hablar él.
—¿Qué haces aquí, Jennifer?
—Mary me...
—¿Sigues queriendo el dinero, es eso?
Lo miré, ofendida.
—¿Por qué sigue creyendo que sigo con su hijo por dinero?
—Porque conozco a las chicas como tú. Y no voy a dejar que te aproveches de mi hijo.
—¿Que yo me aproveche de su hijo? —repetí, perpleja—. ¿Y se puede saber qué demonios he hecho para aprovecharme de tu hijo?
Con el cabreo, se me había olvidado que lo estaba tuteando. Él frunció aún más el ceño.
—No necesito pruebas para verlo, ¿sabes con cuántas listillas me he cruzado durante toda mi vida? Sois como polillas a la luz. Solo buscáis dinero. Y a alguien lo suficientemente idiota como para dároslo.
—Igual tú eres el idiota al pensar que Jack no podría darse cuenta de eso por sí solo —murmuré.
Hubo un momento de silencio. Nunca me había atrevido a faltarle al respeto.
Y la mirada que me echó en ese instante me recordó, al momento, a la que solía echarme Monty justo antes de darme un empujón o lanzarme algo a la cabeza. Noté un escalofrío desagradable subiéndome por la columna vertebral. Solo el recuerdo de Monty hacía que me pasara eso. Y me entraran náuseas. Un año más tarde, seguía sin haberlo superado.
Contuve la respiración cuando él dio un paso hacia mí y me clavó una mano en el cuello, haciendo que retrocediera dos pasos. No sé por qué, pero no me sorprendió. Quizá fue por su parecido con Monty. De todas formas, contuve la respiración e intenté quitarle la mano.
—Te crees que eres muy lista, ¿no? —preguntó en voz baja—. Pues déjame decirte algo, Jennifer, no eres lista. Ni la mitad de lo que tú te crees.
Clavé los talones en el suelo sin dejar que siguiera empujándome hacia atrás. Puse la mano en su muñeca, intentando apartarlo. No me apretaba tanto como para que me doliera, pero sabía perfectamente que podía hacerlo en cualquier momento.
—Al menos, yo sé que es lo que quiere Jack de verdad —mascullé.
—¿Y qué quiere?
—No voy a tener esta conversación aquí. Él está en el piso de abajo y...
—¿Qué crees que quiere? ¿A ti? —me ignoró—. Por favor, Jennifer. Los dos sabemos que no eres lo mejor para él.
Enfadada, levanté la barbilla y dejé de forcejear para que me quitara la mano.
—Tú no sabes lo que es mejor para él —le dije—. Nunca lo has sabido.
—Puede que no lo conozca tanto como me gustaría, pero sé lo que es mejor para su futuro.
—¿Su futuro? —no pude más y me quité su mano de un manotazo, dando un paso atrás—. No, lo de la escuela, lo de Vivian... que quieras todo eso para él no tiene nada que ver con su futuro. Solo quieres tener el poder de presumir de que tu hijo ha hecho todas esas cosas.
—Sabes que eso es una bobada.
—No, no lo es —casi me entraron ganas de llorar cuando sonreí amargamente—. La única bobada de toda esta historia fue escucharte cuando me dijiste todas esas... tonterís en Navidad.
Hubo un momento de silencio. Él entrecerró los ojos.
—¿Y qué te dije, Jennifer? —preguntó lentamente—. ¿Que lo dejaras? ¿Yo dije eso? Porque no lo recuerdo así.
—Sabías muy bien lo que estabas haciendo.
—Solo tuve una conversación contigo. En ningún momento te dije que lo dejaras.
—¡Me estabas manipulando!
—Querida, eres demasiado fácil de manipular, pero yo no te dije que lo dejaras tirado. Fue decisión tuya.
—¡No, pero me metiste la idea en la cabeza, y lo sabes perfectamente! ¡Lo hiciste a propósito! ¡Y yo fui lo suficientemente idiota como para escuchar media palabra de lo que decías! ¡Debí hacer caso a Jack e ignorarte!
—¿Y qué harás ahora? ¿Le dirás la verdad? —dio un paso hacia mí, retándome con la mirada—. En el mejor de los casos, consigues que te crea y me eche la culpa. Pero... él pierde a su padre. En el peor de los casos, te echa a ti toda la culpa y te deja. Pierde a su novia. Hagas lo que hagas, va a perder a alguien. Por tu culpa. Otra vez.
Silencio. Yo apreté los labios.
—¿Vas a decírselo, Jennifer? ¿Vas a volver a tirar toda su felicidad por la borda por una decisión impulsiva?
No dije nada. Hice un ademán de pasar por su lado, pero me detuvo por el brazo y me devolvió bruscamente a mi lugar. Yo intenté mantenerme firme, pero la verdad es que me se estaba formando un nudo en la garganta.
—Nunca te ha importado su felicidad —murmuré.
—Más de lo que crees.
Se tomó un momento para suspirar antes de volver a mirarme. Sacudió la cabeza.
—¿Qué creías? ¿Que iba a permitir que sacrificara toda su carrera por una relación con alguien que conocía desde hacía unos pocos meses? ¿Por alguien como tú?
—Él era mucho más feliz antes que ahora. Y, sí, quizá gran parte de la culpa sea mía, pero eso no quita que tú también la tengas.
—Algún día, Jennifer, cuando te deje y se dé cuenta de cómo es la vida real, me lo agradecerá.
—¿Como te agradeció lo que fuera que hicieras por él en el instituto? —solté de malas maneras.
Su mandíbula se tensó.
—Ten cuidado —advirtió.
—No sé lo que hiciste, pero los destrozaste. No solo a Jack, a Mike también. ¿Qué clase de padre hace eso?
—Un padre sabe lo que es mejor para su hijo.
—¡Tenía veinte años, no diez! ¡Era lo suficientemente mayor como para saber lo que era bueno para él y debimos dejar que lo decidiera por sí mismo!
—Mi hijo es un pequeño desagradecido, Jennifer, pero...
—¿Desagradecido? —repetí lentamente, apretando los puños.
—¿Sabes cuántos ingresos desinteresados tuve que hacer a su instituto para que no le expulsaran cada vez que hacía una de sus tonterías? ¿Sabes la cantidad de veces que tuve que pagar sus fianzas porque se metía en peleas y tenía que ir a buscarlo a la comisaría como si hubiera criado a un criminal?
—¡No sabías si era un criminal o no! ¡Estabas demasiado ocupado pensando en lo buen padre que eras como para intentar serlo!
—¿Quieres que te haga una factura de lo que me debe?
—Eso es todo para ti, ¿verdad? ¡El dinero!
—¡Está aquí gracias a mi dinero! ¡Debería estar de rodillas agradeciéndome todo lo que he invertido en él en lugar de andarse con tonterías de novias y escuelas! ¡Sin mí, no sería más que un criminal drogadicto tirado por algún callejón!
—¡Sin ti, sería un chico normal y corriente, sin problemas, que habría cumplido su sueño por su talento! —le grité, furiosa.
—¿Y tú qué sabrás?
—¡Sé que un niño necesita amor, no dinero! —exploté—. ¡Lo que necesitaba no era que le pagaras las fianzas, sino que te sentaras con él para entender qué estaba mal! ¡No pagar al colegio para que lo expulsara, sino darte cuenta de lo que estaba pasando en su vida e intentar hacérselo más llevadero! ¡Intentar ayudarlo! ¡Quererlo! ¡Demostrarle que no está solo! ¡Eso es lo que hace un padre que quiere a su hijo, no pagarle todo para poder echárselo en cara más tarde, como si te debiera algo!
—¿Qué insinúas? ¿Que no quiero a mi hijo? —masculló.
—¡No, no le quieres! ¡Solo... te quieres a ti mismo! ¡Ni Jack, ni Mike han recibido la mitad del amor que se merecían, y todo por tu culpa!
—¿Y tú qué sabrás? Eres una niña.
—Una niña que quiere más a Jack que su propio padre.
Eso pareció dejarlo descolocado. Pasé por su lado para salir del cuarto de baño, pero su voz hizo que me volviera de nuevo.
—Cincuenta mil —me dijo—. Es mi última oferta.
Hubo un momento de silencio cuando cerré los ojos con fuerza antes de mirarlo. Ya ni siquiera estaba enfadada. Solo negué con la cabeza. Él me sostuvo la mirada, muy serio.
—No lo entiendes, ¿verdad? —murmuré—. Nunca vas a tener el dinero suficiente como para eso. No hay una cifra. Nunca la habrá.
Él me miró sin decir nada. Tenía la mandíbula tensa cuando volví a darme la vuelta y salí del cuarto de baño. Cerré los ojos, intentando calmarme y aparentar naturalidad.
Sin embargo, me detuve de golpe cuando vi a Jack de pie delante de mí, en medio del pasillo.
Oh, no.
Durante un momento, nos quedamos mirando el uno al otro. Yo no sabía ni cómo interpretar su expresión. Tragué saliva cuando escuché los pasos del señor Ross detrás de mí. Él también se detuvo en seco al ver a su hijo, pero Jack no despegó los ojos de los míos.
—Jack... —murmuré.
Por favor, que no hubiera escuchado la parte en que su padre decía todas esas burradas sobre él. Por favor.
De pronto, él dio un paso hacia mí. Pude ver el momento exacto en que estaba a punto de romperse y yo supe que, si él lloraba, yo iba a ser mucho peor. Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo.
—¿Te fuiste por eso? —preguntó en voz baja.
Durante un momento, no supe de qué me hablaba. Pero mi cerebro ató cabos y tragué saliva cuando entendí que se refería a cuando lo había dejado. Ya no tenía sentido mentir. No quería que terminara mal con su padre o conmigo, pero no había otra.
—Sí —murmuré.
Durante unos segundos que parecieron eternos, él solo me miró fijamente. Sus ojos bajaron un momento y se clavaron en mi jersey. Supe que estaba pensando a toda velocidad. El señor Ross seguía clavado a mi lado, sin moverse. Era la primera vez que lo veía realmente tenso.
Como supe que él no iba a moverse, di un paso vacilante en su dirección. Al ver que no se alejaba, di otro. Y otro. Hasta quedar justo delante de él. Estiré las manos y se las puse en las mejillas. Él clavó los ojos en los míos. No quería ni imaginarme la mezcla de sentimientos que tenía dentro en esos momentos.
—Sé que debí decírtelo antes —dije con un hilo de voz—. Lo siento mucho, Jack, no quería que...
—Lo he oído todo —me cortó.
Me quedé helada. Tragué saliva.
—¿T-todo?
Él subió las manos a sus mejillas y quitó mis manos. Por un momento, creí que iba a mandarme a la mierda, pero después fue mucho peor cuando clavó los ojos en su padre. Oh, no. Nunca había visto a Jack tan enfadado. Daba terror. Su padre dio un paso atrás.
—¿La convenciste para que se marchara? —preguntó en voz baja.
—Jack —la voz de Mary hizo que diera un respingo. Ni siquiera la había visto acercarse—. Cariño, creo que deberías irte antes de que hagas algo de lo que te arrepientas.
Miré sobre su espalda. Agnes y Mike debían estar abajo. Ya ni me acordaba de Vivian. Estaba demasiado tensa viendo que Jack apretaba los puños, mirando a su padre, que ya no parecía tan valiente.
—Sí —murmuré, viendo que Mary me miraba en busca de ayuda—. Jack, tengo que explicártelo todo y...
—¿Explicarme qué? —se giró hacia mí al instante y yo retrocedí un paso—. ¿Que te fuiste por una maldita tontería? Soy bastante consciente de ello, gracias.
—Pero...
—¿Por qué demonios lo escuchaste? —negó con la cabeza—. Te lo dije. Te dije que no lo hicieras.
—Lo sé, pero...
—¿Por eso no querías que te hiciera más preguntas el otro día?
—Jack, yo no...
—No, no me hables como si fuera idiota —advirtió en voz baja—. Estoy harto de esto. De tus mentiras.
Abrí la boca para decir algo. Miré al señor Ross, que no me devolvió la mirada. Al final, suspiré y me volví hacia Jack.
—Todo... todo fue por mi culpa —murmuré.
Silencio. Se acabó. Tenía que hacerme responsable. Y no iba a joder una relación de padre e hijo por eso. Él seguía mirándome fijamente cuando seguí hablando.
—Yo... creí que... que era lo mejor para ti. Y lo hice. Me fui. Y me arrepentí, muchas... muchas veces —aparté la mirada un momento y parpadeé para alejar las lágrimas—. Demasiadas. Pero... al final... al final has conseguido cumplir tu sueño. No fue para nada.
Jack seguía mirándome en silencio sin cambiar su expresión tensa. Mary cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza. El señor Ross seguía en silencio.
—Entonces, fue idea tuya —murmuró Jack, quitándose la mano de su madre del brazo y mirándome sin expresión, como lo había hecho la primera vez que habíamos hablado al volver.
Odiaba que me hablara así. Odiaba que me mirara así. Pero... me lo merecía.
—Sí —mentí.
Hubo un momento más de silencio. Él siguió mirándome de la misma forma y yo ya supe lo que pensaba de mí. Se giró hacia su padre.
—¿Eso es verdad?
Miré al señor Ross. Él sabía perfectamente que no era cierto.
No me miró al asentir con la cabeza, aparentemente apesadumbrado.
—Sí, es verdad.
Silencio. Solo podía sentir mi propio corazón. No me podía creer que lo estuviera destrozando todo otra vez. Me entraban ganas de llorar. No quería volver a seguir con mi vida sin él. No otra vez. No podía. No iba a soportarlo.
Levanté la cabeza cuando escuché que Jack soltaba una risa despectiva. Estaba segura de que iba por mí, pero me quedé parada cuando vi que estaba mirando a su padre. Él pareció tan sorprendido como yo. Al igual que Mary, que no lo sujetó cuando Jack dio un paso hacia él.
—Eres un miserable —murmuró, negando con la cabeza.
Su padre parpadeó, confuso.
—¿Eh?
—¿Ibas a dejar que se echara toda la culpa? ¿De verdad?
Entreabrí los labios, pasmada. Jack dio otro paso hacia su padre, que no se movió de la impresión.
—Jack —le dijo su padre lentamente—, sé que ahora no puedes verlo, pero...
—Oh, lo veo perfectamente —Jack me señaló sin mirarme—. Veo a alguien que era capaz de dejar que la odiara con tal de que no me duela que mi padre sea un imbécil... y a ti. Créeme, lo veo perfectamente, papá.
Sentí que mi corazón empezaba a latir con fuerza, pero no supe si era por la emoción o por la tensión acumulada.
—No has cambiado nada desde el instituto, ¿verdad? —Jack negó con la cabeza—. Quizá tu estilo ya no sea dar palizas, sino manipular a la gente, pero no has cambiado nada. Sigues siendo igual de miserable.
¿Dar... palizas?
Al ver que Mary agachaba la cabeza, supe que era cierto. Y supe que el señor Ross, durante el instituto, había estado golpeando a sus hijos. Y todo empezó a tener sentido. El hecho de que Jack no me quisiera a solas con él, que Mary siempre pareciera tan tensa a su alrededor, que Mike se alejara de él cuando veía que se enfadaba, que Jack se hubiera transformado tan repentinamente...
Pero, seguía habiendo algo que no cuadraba. ¿Por qué Mary seguía con él? ¿Por qué Jack había cambiado en un punto en concreto? ¿Había pasado algo más que no me había dicho todavía?
No podía pensar en eso ahora. Jack dio un último paso, quedándose justo delante de él. Era más alto que su padre. Y eso lo sabía el señor Ross, que apretó la mandíbula.
—Pero ahora ya no soy un niño, ¿no? —preguntó Jack lentamente—. Ya no puedes darme una bofetada para que haga lo que quieras. Ahora, sabes que eso ya no funciona. Y tienes que usar otros métodos. Porque sabes que podría hacerte mucho más daño yo a ti... que tú a mí.
Vi que el señor Ross adoptaba una posición casi defensiva y yo me tensé, haciendo un ademán de acercarme a ellos.
—No te molestes en hacer eso —le dijo Jack, negando con la cabeza—. Yo no soy tú. Puede que haya cometido algunos errores en el pasado, pero no soluciono las cosas como un puto animal.
Me detuve a medio camino y vi que Mary no había hecho un gesto de acercarse, pero estaba a punto de llorar. Seguía habiendo mucho que yo no entendía, ¿verdad?
—Pero... —Jack se inclinó hacia él—, si me entero de que has vuelto a hablar con ella, de lo que sea, en las circunstancias que sean... se me olvidará toda esa mierda de ser mejor persona que tú.
No esperó una respuesta. Lo miró unos instantes antes de darse la vuelta y clavar los ojos en mí, que tragué saliva. No sabía qué se suponía que tenía que esperar. Cuando vi que se acercaba, al contrario que el señor Ross, me planté en mi lugar, mirándolo. No retrocedí.
Jack se detuvo delante de mí y me agarró de la mano con una suavidad que no esperaba.
—Vamos a casa —me dijo en voz baja.
Estaba tan pasmada que tardé unos segundos en responder. Miré a Mary, que seguía teniendo la cabeza agachada. Jack seguía mirándome, esperando una respuesta.
—Está bien —murmuré, al final.
Él no se dio la vuelta cuando tiró de mí hacia por el pasillo. Noté que su mano se tensaba un poco alrededor de la mía cuando perdimos a sus padres de vista, así que le pasé el pulgar por la palma instintivamente. Él no dio señales de haberse dado cuenta, pero me dio la sensación de que la tensión desaparecía un poco.
Mike y Agnes estaban en el salón. Jack se detuvo para mirarlos, pero Agnes se adelantó.
—Id a casa —dijo ella con una pequeña sonrisa triste—. Llamaremos un taxi.
Miré a Mike, que estaba sentado en el sofá con la mirada perdida en sus manos. Me pregunté si lo habría oído todo. Su padre también había dicho muchas cosas horribles de él. Esperaba que no. Pero me daba la impresión de que sí.
Agnes se dio cuenta de lo que miraba.
—Id a casa —me dijo a mí, más suavemente.
Al final, Jack tiró de mi mano otra vez hacia el coche. No dijo nada mientras lo arrancaba y yo me ponía el cinturón a su lado. Una parte de mí esperaba que condujera como un loco, pero lo hizo con sorprendente suavidad. No sabía si quería que hablara o estuviera en silencio. Él tenía la mirada clavada en el frente. Me miré las manos, tensa, cuando aparcó el coche en el garaje y nos quedamos los dos en silencio.
—Ahora ya lo sabes —murmuró.
No sonaba enfadado, solo... agotado. Lo miré.
—¿El qué? —pregunté suavemente.
—Por qué nos llevábamos tan mal —dijo en voz baja, mirándome.
Tragué saliva, tratando de buscar las palabras adecuadas.
—Os... golpeaba, ¿no? —murmuré.
—Solo a mí al principio —me dijo como si no le importara, totalmente apático—. Después, también a Mike.
—¿Por... por cuánto tiempo?
Me observó durante unos segundos.
—No lo sé —dijo en voz baja—. Más años de lo que me gustaría recordar.
No pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas.
—¿Por eso reaccionaste así cuando viste el golpe que me había dado Monty? —esbocé una sonrisa triste.
Jack apartó la mirada.
—No solo por eso —murmuró—. Y lo sabes.
Parpadeé varias veces para alejar las lágrimas y tragué saliva.
—¿Por... por eso cambiaste en el instituto?
—Entre otras cosas —suspiró—. No fue una reacción muy madura, pero fue la única que conocía. Lo único que creí que podía hacer. Igual que cuando me dejaste.
—¿Qué otras cosas? —pregunté suavemente.
Me miró sin entender.
—Has dicho entre otras cosas —repetí—. ¿Qué otras cosas?
Él tardó unos segundos en responder y supe, al instante, que estaba pensando en las palabras adecuadas que decir.
—Él solía golpearme muy a menudo —empezó—. Demasiado, pero... aunque creas que no, llega un punto en el que... solo... de alguna forma extraña y retorcida... se convierte en parte de la rutina.
Hizo una pausa, apretando un poco los labios.
—Normalmente, la cosa no pasaba de un empujón, una bofetada o un puñetazo. Como mucho, podía llegar a hacer que me sangrara la nariz si llegaba borracho a casa. Pero... un día volví y lo encontré con Mike. Nunca había golpeado a Mike. Nunca. Y estaba furioso. Yo no sabía qué había hecho, pero debía ser algo muy grave. Nunca lo había visto así. Años más tarde, descubrí que había intentado vender uno de sus pianos.
—¿Venderlo? —repetí, perpleja.
—Jen, Mike era adicto a la cocaína. Lo fue desde muy joven. Cuando un adicto se queda sin recursos, empieza a robar cosas para venderlas. O a pedir dinero. No era la primera vez, pero nunca se había atrevido a tocar nada de nuestro padre.
—¿Sigue... siéndolo? ¿Adicto?
—No. Lo dejó hace tres años. Pero... cuando se estresa mucho, suele estar al borde de una recaída. El año pasado me mandaste un mensaje diciéndome que te había pedido dinero después de la discusión con mi padre, ¿te acuerdas?
Asentí con la cabeza lentamente.
—Te dije que había golpeado a ese hombre porque sí, pero no era cierto. Era por el mono. Y... bueno, si no me hubieras avisado, probablemente hubiera encontrado alguna forma de meterse esa mierda de nuevo.
Hizo una pausa.
—Esa noche —volvió al tema—, estaba golpeando a Mike por primera vez en su vida. Nunca había reaccionado al verlo golpeándome. Había dejado que lo hiciera mil y una veces, justificándolo con que quería que fuera perfecto. Siempre dio a Mike por perdido, como si no valiera nada. Ni se molestaba en mirarlo. Y yo... bueno, aceptaba los golpes. No me quedaba otra.
Negó con la cabeza, tragando saliva.
—Pero, esa noche... no pude hacerlo. Cuando vi que lo golpeaba... no pude más. Me lancé sobre él. Lo pilló tan desprevenido que se apartó de Mike. Y después empezamos a forcejear. Él tenía fuerza, pero yo tenía más. Era más joven, tenía más energía... más rabia...
Cuando vi que se detenía, no pude más y estiré la mano para tocar su rodilla. Él miró mi mano un momento antes de seguir.
—Él me golpeó muchas más veces de las que pude contar. Mamá estuvo a punto de llamar a la policía. Se asustó. Yo también me asusté. Por un momento, entré en pánico y le di un puñetazo en el estómago. El primero de mi vida. Nunca había golpeado a nadie. Y su primer impulso después de eso fue agarrarme del cuello y empujarme hacia atrás. Choqué con la espalda en la mesa de cristal y la rompí. Y... me la jodí. Me jodió la espalda.
Pausa. Apartó la mirada.
—Por ese entonces, yo jugaba a baloncesto y a béisbol. Y era bueno. Muy bueno. De hecho, mi entrenador estaba a punto de hacerme capitán del equipo de baloncesto. ¿Recuerdas todos los trofeos? Pues fueron los últimos. Tuve que olvidarme de gimnasia, de baloncesto, del béisbol... ni siquiera pude conducir en dos años porque tuvieron que operarme.
Le pasé el pulgar por la rodilla, agachando la mirada.
—¿Por eso empezaste a hacer todas esas cosas? —pregunté.
—Sí, fue por eso —murmuró—. Sé que no fue la mejor reacción del mundo, pero no conocía otra. Me había pasado años criticando a Mike por su adicción a la cocaína y yo terminé igual o peor que él. Conseguí dejarlo con ayuda de Will y con mucho tiempo, pero... bueno, ya sabes que he recaído.
Hubo una pausa entre nosotros. No sabía qué decirle. Tragué saliva.
—¿Y no podrías volver a jugar? —pregunté—. A lo que fuera, a baloncesto, béisbol...
—Podría, pero... nunca podría acceder a una liga importante con la espalda así. Durante el tiempo en que estuve en el hospital o tirado en una cama... empecé a interesarme en ver películas. Y vi la colección entera que tenía mi madre. Había un poco de todo, pero no era suficiente y empecé a buscarlas por internet, a comprar las que me gustaban... y encontré el sustituto perfecto para todo lo que ya no podía hacer.
—Y descubriste que querías ser director de cine —murmuré con una pequeña sonrisa.
—Sí. No tardé en llegar a esa conclusión.
Me quedé mirándolo un momento con una idea rondándome la mente.
—Jack... —empecé, haciendo que me mirara—. Lo que te pasó en la espalda...
—¿Sí? —preguntó, al ver que no seguía.
—¿El... el tatuaje cubre la cicatriz?
Silencio. Me miró fijamente, analizando mi reacción.
—Sí.
—¿Y te lo hiciste... después de que pasara todo eso?
—Sí. El primero me costó noventa dólares y estaba borracho al hacerlo —esbozó media sonrisa y miró el punto de mi cadera donde sabía que estaba el mío—. Era un desastre. Tuve que arreglarlo, pero lo hice mucho después. Cuando conseguí dejar la cocaína y todas esas mierdas. Fue idea de Will.
—Jack...
—Me lo hice mucho después. Cuando conseguí salir de la cocaína y de todas esas mierdas. Porque quería que mi vida diera otro rumbo. Quería cambiar a mejor —me miró—. Por eso dejé que te lo hicieras. No pienses en la cicatriz que hay debajo, es... es simbólico. Supuso un nuevo comienzo para mí. Quería que también lo supusiera para ti.
Lo miré por unos segundos.
—¿Crees que estoy enfadada? —pregunté lentamente, incrédula.
—Te hiciste un tatuaje sin que te dijera qué significaba exactamente. No te culparía de estarlo.
—Jack...
—Supuse que te arrepentirías de habértelo hecho durante este año —añadió con media sonrisa—. Me alegré mucho cuando, en la fiesta de Lana, con ese top... pude verlo. Creo que fue una de las principales razones por las que me volví un paranoico esa noche.
—No iba a quitármelo —¿en serio creía eso?
Hice una pausa para aclarar mis ideas. Todavía tenía mucho que entender.
—¿Mary nunca... nunca hizo nada? ¿O Agnes? ¿O... o Mike? ¿Para defenderte?
—Mi abuela nunca lo ha sabido. Cree que nos llevamos mal por... bueno, porque todos tenemos unos caracteres de mierda.
—¿Y los demás?
Negó con la cabeza.
—No hicieron nada —dijo en voz baja.
—¿Nunca? —no podía creérmelo—. Pero... ¿lo sabían?
—Lo sabían, sí. Y no hicieron nada. Nunca.
Quise estirar la mano hacia él de nuevo, pero me contuve. Volvía a tener ganas de llorar. Jack apretó los dientes y se giró hacia mí con una expresión muy distinta. Casi vulnerable.
—Nunca me había defendido nadie —dijo en voz baja, mirándome—. Nunca. Hasta hoy. Hasta que has llegado tú.
No supe qué decir. No quería llorar. Aparté la mirada para volver a intentar espantar las lágrimas parpadeando. Él siguió hablando con el mismo tono suave.
—He oído toda la conversación —añadió—. Incluida la parte en la que le decías que me querías.
Volví a mirarlo al instante. Su expresión era un poco tensa, como si esperara que dijera algo. No supe si hacerlo. No sabía ni hablar.
—¿Es... cierto?
Tardé unos pocos segundos en poder reaccionar. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Sabes que es cierto, Jack —dije en voz baja.
Vi que me miraba con expectación. Tragó saliva y se inclinó para girarme la cara con la mano en mi mejilla. No me quedó otra que mirarlo.
—Dilo —me urgió.
—Jack...
—Si es verdad, dime que me quieres.
Nunca me había dado tanta impresión decir dos palabras. Y eso que lo había hecho en el pasado. Pero él estaba dormido. Y no tenía que esperar una respuesta. No tenía que estar asustada por lo que hiciera después. Porque daba miedo decirlo. Era casi como admitir que podía hacerme daño.
Pero... ¿qué sentido tenía seguir negándolo?
—Te quiero.
Él tardó un instante en reaccionar, mirándome fijamente. Entreabrió los labios y bajó la mirada a los míos, que también se habían entreabierto sin que me diera cuenta. Tragué saliva cuando colocó su otra mano en mi otra mejilla y apoyó su frente en la mía.
—No más secretos —murmuró, cerrando los ojos—. Promételo.
—Te lo prometo —le dije en voz baja, sincera.
—Nunca más —insistió, separándose para mirarme—. Quiero que hables conmigo, no que te vayas corriendo porque crees que es lo mejor para mí.
—Lo sien...
—No digas que lo sientes, solo dime que no volverás a hacerlo —murmuró.
Puse mi mano sobre la suya, en mi mejilla.
—No volveré a hacerlo. Te lo prometo.
Pareció inmensamente aliviado cuando se inclinó hacia delante y unió nuestros labios. Me quedé sin respiración por el beso, que solo había consistido en apretar los labios sobre los míos con fuerza. Tragué saliva cuando se separó.
—Yo también te quiero.
Volvió a inclinarse hacia delante y volvió a besarme, esta vez con más ganas. Dejándome entrever lo mucho que lo había estado deseando durante esas semanas. Seguro que le daba la sensación de que yo sentía lo mismo, porque era así. Cerré los ojos y dejé que pasaran unos segundos cuando se separó sin que ninguno dijera nada.
—Mañana me desharé de toda esa mierda —añadió, mirándome.
Parpadeé cuando supe que se refería a las drogas. Asentí con la cabeza.
—Hazlo cuando estés listo.
—Ya lo estoy —sonrió—. Pero, ahora, mismo estoy pensando en hacer otra cosa muy distinta. Y mucho mejor.
Abrí la boca para responder, pero él salió del coche de un salto y, en pocos segundos, estaba a mi lado, abriéndome la puerta. Acepté su mano, sorprendida, cuando me arrastró hacia el ascensor.
En cuanto se cerraron las puertas, se acercó a mí y me agarró de la nuca para darme un beso que me dejó sin aliento. No se separó hasta que las puertas volvieron a abrirse. E, incluso después de eso, tardó unos segundos. Tuve que separarme, riendo, cuando vi que se cerraban solas, metiendo la mano para detenerlas. Él sacó las llaves de su bolsillo y las metió con algo de urgencia que me hizo sonreír. Me enarcó una ceja al verlo.
—¿Algo que te parezca gracioso, Michelle?
—Me enfadaría contigo por lo de Michelle, pero tu ansiedad me hace demasiada gracia.
Él abrió la puerta, todavía con la ceja enarcada. Cuando pasé por su lado, escuché que cerraba la puerta y se acercaba a mí. La sonrisa se me borró de golpe cuando me agarró de la nuca para volver a besarme.
Vale, ya no tenía ganas de reír. Tenía ganas de mil cosas distintas. Y todas ellas lo involucraban a él y a una cama.
Cuando noté que se inclinaba hacia delante para sujetarme de la parte baja de la espalda y pegarme a su cuerpo, me separé un poco con la cabeza para asegurarme de que no había nadie en el salón. Me giré lo justo para ver que estaba vacío antes de que me agarrara del mentón para volver a girarme hacia él y besarme con más ganas.
Vale, no había nadie. Era un alivio. Le rodeé el cuello con los brazos, lo que hizo que apretara sus dedos en mi cadera. Antes de poder reaccionar, se agachó un poco para rodearme las piernas con los brazos. Justo debajo del culo. Me levantó sin dejar de besarme y empezó a transportarme hacia la habitación. Bueno, alguien tenía prisa.
Cerré la puerta a su espalda cuando nos metió a ambos en la habitación antes de dejarme caer en la cama. Clavó una rodilla entre mis piernas, apoyándose delante de mí. Sonreí al ver que se quitaba la sudadera que se había comprado esa misma tarde conmigo de un tirón. Yo me quité el jersey y la camiseta interior y los dejé caer fuera de la cama. Él se estaba quitando la camiseta cuando estiré los brazos para intentar quitarle el cinturón.
Vale, sí, yo también tenía muchas más ganas de lo que quería aparentar.
Jack se inclinó hacia delante cuando conseguí quitarle el cinturón y lanzarlo al otro lado de la habitación. Apoyó su cuerpo sobre el mío y volvió a besarme. Esta vez, me recordó a como me besaba hace un año justo antes de hacer lo que estábamos a punto hacer. Quizá la urgencia era mayor, pero eso solo lo mejoraba. Le pasé el pelo y la otra por la espalda mientras él me acariciaba las costillas con la palma de una mano y tiraba un poco hacia arriba para poder tener acceso al cierre de mi sujetador.
Y, honestamente, quise poder fundirme en ese momento para vivir en él para siempre.
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