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Capítulo 1

—Entonces... —Shanon me miró a través del espejo, sentada en mi cama—, ¿estás nerviosa?

Yo también me miré a mí misma. ¿Era cosa mía o ese día nada —absolutamente nada— me sentaba bien? Estaba horrorosa. Estúpida ropa. Estúpido cuerpo. Me quité la sudadera de un tirón y la lancé al suelo junto con el ya considerable montón de ropa que había ido descartando en tiempo récord. 

Mi hermana mayor, Shanon, pareció divertida al verme tan agobiada.

—Me lo tomaré como un sí —dijo.

—¿Por qué estoy tan fea con todo?

—Solo te ves fea por los nervios. Y por tu ropa —puso una mueca—. En serio, necesitas renovar tu armario.

—Mi ropa está bien —protesté entre dientes, rebuscando.

—Jenny, cariño, sabes que te aprecio mucho y que eres la mejor hermana que tengo, pero tu sentido de la moda...

—Un momento, soy la única hermana que tienes —la miré de reojo.

—Exacto.

Puse los ojos en blanco.

—¿Te gusta este? —pregunté, enseñándole un jersey rojo oscuro.

—No está ma... un momento, ¡eso es mío!

Lo pegué a mi pecho cuando hizo un ademán de quitármelo.

—Estaba en mi armario —enarqué una ceja—. Ahora es mío.

—¿Qué...? ¡No!

—Ley de propiedad privada. Lo siento.

—¿Ley de propiedad privada? ¿Y eso qué es?

—Lo que me acabo de inventar.

—¿Y es válido?

—Sí. Porque estás en mi habitación. Mi habitación, mis normas.

—Si te quedas eso, tus botas con plataforma son mías. Y el collar azul.

—Sí, claro. Y el armario entero, si quieres.

—¡Pues devuélvemelo!

—¡No!

Forcejeamos un rato antes de que ella se diera por vencida.

—Bueno —puso los ojos en blanco—. Da igual. Sigue quedándome mejor a mí.

—Eso te crees tú.

El rojo oscuro no me sentaba mal. Iba a ser el elegido. Me apresuré a agacharme y empezar a meter apresuradamente en la maleta todo lo que había desechado. Shanon se puso nerviosa al ver que lo dejaba todo arrugado y se agachó para arreglar el desastre. Ella iba doblando la ropa a medida que yo la tiraba —literalmente— en la maleta.

—Cuando te pones nerviosa, estás insoportable —murmuró.

—Pues tú estás insoportable siempre.

Ella se rio, poco ofendida.

—Owen estaría de acuerdo contigo —murmuró.

Owen era su hijo pequeño, el cual había sido un pequeño accidente que había tenido con solo diecinueve años. Es decir... mi edad actual. Mi madre se había puesto bastante intensa —por no decir pesada— con eso de asegurarse de que tuviera cuidado a la hora relaciones sexuales. Mi padre era menos disimulado y me había regalado, directamente, una caja de condones.

Si supieran cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había hecho algo así... bueno, no se molestarían en darme condones. 

—Esto no cierra —protestó Shanon, devolviéndome a al realidad.

Me senté encima de la maleta y las dos empezamos a tirar con fuerza de la cremallera por ambos lados.

—Aclárame una cosa —masculló mientras las dos forcejeábamos.

—Dime.

—Hace... mhm... cómo odio las maletas.

—Shanon, ibas a decirme algo.

—Ah, sí, sí... hace un año que no los ves, ¿no? A Naya, Will, Sue... y todo el etcétera que va tras ellos.

—Sí... —murmuré.

—Un año exacto.

—Bueno... no exacto. Ya estamos a mediados de enero.

—Y tu novio no estará, ¿no? Está en Francia por...

Puse una mueca cuando mencionó la-palabra-prohibida-con-n y ella se interrumpió a sí misma.

—No lo llames así —le pedí en voz baja.

—Oh, perdón, Jenny —se apresuró a añadir, incómoda—. Es decir... eh... Ross estará en Francia medio año más.

—Sí.

—No lo vas a ver, ¿no?

—Ese es el objetivo.

—Entonces... ¿por qué vuelves?

Me enganché el mechón de pelo que siempre se salía de su lugar tras la oreja al conseguir cerrar la estúpida maleta.

—Si él estuviera ahí, no volvería —le dije con una ceja enarcada.

—¿No quieres volver a verlo?

—No.

—¿Estás segura? Lo he visto en la tele y está muy bue..

—No quiero saberlo —la corté enseguida.

Jack había estado saliendo en la televisión los dos últimos meses. Por lo visto, había estado grabando una película en Francia durante no sé qué tiempo y con no sé qué actores famosos. No dejaba de dar entrevistas por todos lados. 

Al parecer, después de todo, las cosas le habían ido bien gracias a esa escuela.

O eso te dices a ti misma para no arrepentirte de lo que hiciste.

Ay, vocecilla de mi conciencia, ya te había echado de menos. Incluso siendo así de cruel.

La cosa es que yo no había visto ninguna de esas entrevistas. Ni iba a hacerlo. No quería verlo. En cambio, mis padres no se perdían ni una. De hecho, muchas veces los pillaba hablando Jack tan orgullosos como si fuera su propio hijo. Por supuesto, se convertía en un tema tabú en cuanto se daban cuenta de que podía oírlos y cambiaban de tema abruptamente.

Honestamente, parecía que todo el mundo en mi familia creía que iba a echarme a llorar solo por escuchar su nombre.

 —Lo he hablado con Naya —volví a la conversación—. Él no estará por medio año más y yo puedo aprovechar para hacer las asignaturas que dejé pendientes el año pasado. Cuando termine, volveré a casa y a él todavía le quedará una semana en Francia. Ni siquiera sabrá que he estado ahí. Es... —suspiré— el plan perfecto. 

Al final, había aceptado el trabajo de entrenadora de atletismo. De hecho, había sido la entrenadora de mi sobrino y de sus compañeros de clase durante casi un año entero. Y me había estado cuidando. Había estado comiendo sano con Spencer y entrenando con los chicos. La perspectiva de volver a la comida basura no era, precisamente, muy prometedora.

Pero... tenía que terminar mi primer año de filología. Era lo que me había propuesto a mí misma. Y Naya me había asegurado que, si iba a vivir con ellos durante ese tiempo, Jack jamás se enteraría. 

Así que sí que era el plan perfecto, ¿vale?

Aunque... eso de ir a su piso sin él no me hacía mucha ilusión. Sería demasiado extraño. En realidad, mi plan era ver si encontraba alguna habitación en la residencia, pero no le había dicho nada a Naya por si acaso. Era un poco intensita cuando quería.

—¿Y dormirás en su habitación? —preguntó Shanon, mirándome de reojo.

Tenía un don para leerme la mente. Me encogí de hombros.

—Espero poder dormir en el sofá. O con Sue, aunque no creo que me deje entrar en su habitación. Y voy a pagarles el alquiler. Aunque no quieran.

—Pero... ¿estarás bien, Jenny?

Y sabía lo que quería decir con eso.

Lo había pasado fatal durante ese año. Simplemente, fatal. 

Nunca creí que una ruptura pudiera afectarme tanto. 

Me había pasado el primer mes arrepintiéndome de lo que había hecho y encontrándome a mí misma con el móvil en la mano varias veces, dispuesta a llamarlo para pedirle que me llevara con él o volviera conmigo. Pero... sabía que la decisión estaba tomada y eso solo hacía que me pusiera a llorar como la idiota impulsiva que era.

Las ganas de llorar desaparecían cuando lo veía —de reojo— sonriendo en la televisión al pasar rápidamente por el salón. 

Mis dos mayores pilares de apoyo habían sido mis dos hermanos mayores Spencer y Shanon. Mamá, papá y los dos idiotas —mis otros dos hermanos— se habían esforzado para que estuviera bien, pero... no era lo mismo. Shanon era como mi mejor amiga. La única persona a la que sentía que podía contarle todo sin problemas. Y Spencer había sido quien me había sacado de mi cama para obligarme a hacer algo productivo con mi vida pese a mi actitud de mierda.

Durante ese primer mes había ganado tres kilos hechos a base de helado de chocolate y golosinas —ambas me recordaban a Jack y me deprimían más, comiendo el doble. Los adelgacé al mes siguiente, cuando Spencer me obligó a salir a correr cada mañana con él. Ya había aceptado el puesto de entrenadora, así que empecé a trabajar y fue como si tuviera la excusa perfecta para estar ocupada y no pensar en él. Porque hacerlo era horrible.

Él había intentado contactar conmigo. Durante el primer mes. Había dejado de mirar el móvil. De hecho, mi récord fue tenerlo en mi cómoda una semana sin prestarle atención. No quería responder. No quería hablar con él. Sabía lo que pasaría si lo hacía; me derrumbaría y todo sería un desastre.

Después de ese mes, no volví a saber nada de él. Al menos, no directamente. 

Naya y yo empezamos a hablar cada semana. Ella me hablaba de su vida por ahí y yo de la mía. A veces, intentaba insinuar que podía decirme cómo le iba a Jack, pero prefería no saberlo. La única vez que me ignoró y me dijo algo sobre Jack, fue que él no volvería a intentar llamarme. Nunca. Pero eso yo ya lo sabía.

Podía entenderlo. Le había mentido para que me dejara. Para que me odiara. Para que se fuera.

Le había dicho que había vuelto con el imbécil de mi exnovio cuando no era cierto.

Me había cruzado con Monty alguna vez durante ese tiempo. Ahora, salía con la que había sido mi amiga, Nel. Me había puesto los cuernos con ella, también. No había llegado a hablar con ella de eso jamás. De hecho, no había vuelto a hablar con ella. De ninguna forma. Una parte de mí esperaba una escena digna de una película de Hollywood en la que nos dijéramos de todo para después matarnos entre nosotras, pero no. Simplemente, no habíamos vuelto a hablar. 

Qué aburrida podía llegar a ser la vida real.

—¿Jenny?

Shanon me miraba fijamente, como si hubiera entrado en trance.

—¿Me estás escuchando?

—¿Eh? —parpadeé.

—Solo quiero... ¿estás segura de que estarás bien volviendo ahí? Quiero decir... has pasado un tiempo muy mal... ¿seguro que quieres volver? Podría ser como volver a empezarlo todo.

Me quedé en silencio un momento.

—Ya está decidido, ¿no?

Ella suspiró.

—Sí, supongo que sí. Venga, te acompañaré al aeropuerto.

Bajé las escaleras cargando como pude la enorme maleta. Biscuit, mi perro, fue el primero en acercarse a recibirme con cara triste, como si supiera que me marchaba otra vez. Ya me había despedido de los dos idiotas, que estaban trabajando en el taller. Papá, mamá, Spencer y Owen me observaron desde los sofás.

—Hora de irse —anunció Shanon.

—¿Puedo ir? —Owen puso cara de pena—. Por fa, por fa, por fa.

—Si no molestas —Shanon le sonrió.

—¡Bien!

—Ven, cielo —mamá se había acercado a mí con los brazos abiertos. Me dio un pequeño abrazo y suspiró—. Pórtate bien. Y, si cambias de opinión...

—Puedo volver a casa, lo sé.

Se separó y me dedicó una sonrisa triste.

—Siempre puedes volver a casa. Siempre.

Se me había formado un nudo en la garganta cuando asentí con la cabeza. Papá se acercó y me puso una mano en el hombro, muy serio.

—Como me llames para decirme que estás embarazada...

—Papá —puse los ojos en blanco, riendo.

—Ya tuve suficiente una sorpresita.

Spencer tapó las orejas a Owen, que nos miraba felizmente.

—No lo llaméis sorpresita —protestó Spencer—. Podéis crearle un trauma infantil o algo así.

—Y... em... —mi padre intentando ser cariñoso conmigo era bastante malo—. Cuidate y todo eso.

—Exacto —mi hermano asintió con la cabeza—. Seguro que esta vez podemos venir a verte alguna vez. Y nos presentas a tus amigos.

No me dejó tiempo para responder.

—Venga, vamos, yo conduzco.

Me quedé atrás con Owen todo el camino, mirando por la ventana con expresión perdida. Él parecía emocionado —le gustaban los aeropuertos— y triste a la vez porque me fuera. Spencer y Shanon no dijeron nada, pero los pillé intercambiando miradas varias veces.

Entonces, llegamos al aeropuerto y ellos me acompañaron hasta donde pudieron. Nos detuvimos los cuatro y yo me giré hacia ellos, respirando hondo. Se avecinaba una pequeña despedida. 

Y me sentía como si estuviera diciendo adiós para irme a la guerra.

Owen fue el primero en acercarse. Me agaché para mirarlo.

—Me gustabas como entrenadora, tita —murmuró con mala cara.

—¿Y qué te hace pensar que no lo seré cuando vuelva, cariño? —le revolví el pelo con una mano—. Son solo unos meses. Ya recuperaremos el tiempo perdido en verano.

Él me frunció el ceño, no muy convencido.

—¿Qué pasa? —pregunté, confusa.

—¿Vas a ver a ese chico? —preguntó, enfurruñado.

—No —aseguré en voz baja.

No se lo creyó.

—¿Vas a volver a llorar por su culpa? —puso una mueca—. No me gusta que llores, tita.

—Owen... —miré a mis hermanos en busca de ayuda. 

Ellos parecían haber entrado en pánico, como siempre que se mencionaba a Jack en mi presencia. No sabían disimular.

—No molestes a tu tía, venga —Shanon lo riñó suavemente antes de mirarme—. Lo siento, Jenny, le dije que no dijera nada de...

—No pasa nada —le aseguré.

Pero Owen estaba empezando a lloriquear. Oh, oh.

—No quiero que la tita se vuelva a ir —murmuró, agachando la cabeza y sorbiendo la nariz.

—Oye, Owen —Spencer lo miró—, ¿quieres que vayamos a probar suerte en la máquina esa de pescar peluches?

Él lo miró un momento, dejando de llorar. Después, sonrió ampliamente y asintió con la cabeza.

Shanon aprovechó el momento para darme un abrazo de oso. Sonreí apoyando la mandíbula en su hombro.

—Espero que no te cruces con él —murmuró—. Y no lo digo porque sea malo o algo así, pero... no creo que sea bueno para ninguno de los dos.

—Lo pillo.

—Pero, si lo haces... —se separó y me guiñó un ojo—. Que sepas que estás mejor que nunca. Mira qué piernas. Se volvería loco.

Sonreí, divertida y triste a la vez. Spencer se acercó y me rodeó los hombros para plantarme un beso ruidoso en la frente.

—Llámame para cualquier cosa —me aseguró.

—Llevas diciéndome eso una semana.

—Cualquiera, ¿vale?

—Que sí, pesado —sonreí.

—Bien —suspiró—. Pues... pásatelo bien y eso.

—Sí —sonrió Shanon.

—Adiós, tita.

Los miré un momento, tragando saliva y preguntándome si había tomado la decisión correcta.

Al final, les dediqué una última sonrisa sin ser capaz de decir nada más y me di la vuelta para alejarme de ellos.

***

Parecía que había pasado una vida entera desde que no las veía.

Cuando salí de la puerta de salidas, vi que Naya y Lana hablaban entre ellas con el ceño fruncido. Seguro que ya estaban maquinando algo.

Un momento...

¿Lana había ido a buscarme?

¿Lana?

Me detuve un momento, sorprendida y confusa. Después, decidí seguir andando.

Y, justo cuando pensé que ya había superado todas las cosas vergonzosas que podían sucederme en un aeropuerto... Naya hizo su aparición estelar.

Ella levantó la mirada y la clavó en mí. Me quedé de pie entre la gente que seguía avanzando y le dediqué una pequeña sonrisa emocionada. No había cambiado nada. Lana se había cortado un poco el pelo, pero también seguía igual de odiosamente perfecta.

Entonces, Naya chilló como si hubiera visto a un asesino en serie y, literalmente, pasó por encima de la valla de entrada para venir corriendo hacia mí. Casi me tiró al suelo cuando se lanzó sobre mí para abrazarme. Lana había hecho exactamente lo mismo. Entre las dos, empezaron a estrujarme.

Vale, podía entenderlo en Naya, pero... ¿¡Lana!? 

¿Qué me había perdido?

¿Había entrado en un universo paralelo al bajar del avión? Era la única explicación raznable.

—¡QUÉ FUERTE! —Naya estaba entusiasmada, dando saltitos mientras me abrazaba con fuerza—. ¡Mírate!

—Parece que ha pasado una eternidad —asintió Lana, igual de contenta.

Vale, igual Lana está fumada o algo.

—Me alegro de veros —esbocé una pequeña sonrisa avergonzada. Todo el mundo nos miraba de reojo.

—¡Estás preciosa! —Lana levantó las cejas.

—Sí, te has puesto en forma —Naya asintió con la cabeza, mirándome de arriba a abajo.

—Puedo decir lo mismo de vosotras —les pasé un brazo por encima de los hombros, dándoles otro abrazo. Yo también las había echado de menos. Y estaba intentando no mostrarme muy extrañada por Lana. Después de todo, había venido a buscarme—. Bueno... me encantan los aeropuertos, pero... ¿podemos irnos?

—¡Vamos! —Naya agarró mi maleta y echó a correr hacia la salida mientras Lana enganchaba su brazo con el mío y me guiaba, sonriendo.

—Está muy emocionada con que vuelvas —me dijo.

—Ya lo veo —le aseguré, divertida.

—Todos lo estamos —me guiñó un ojo—. Tu ausencia por aquí se ha notado muchísimo.

No supe qué decir al respecto. Parpadeé, sorprendida, cuando vi que todo a mi alrededor estaba cubierto con una fina capa de nieve. Estaba congelada cuando se subieron a un taxi con una sonrisa de oreja a oreja. Seguramente, Will y Sue tenían algo más que hacer. Pero... me había hecho ilusiones de verlos. Tendría que esperar un poco.

En cuanto nos pusimos en camino, ellas me agarraron una mano cada una, emocionadas. Estaba sentada entre las dos en la parte de atrás mientras el taxista miraba la carretera con cara de aburrimiento.

—Dios, tienes que contarnos todo lo que te haya pasado —me dijo Naya.

—Seguro que os han pasado más cosas a vosotras —murmuré, divertida.

—Tengo novio —me dijo Lana felizmente—. Hace casi tres meses que estamos juntos.

—Me alegro por ti —le aseguré con una pequeña sonrisa.

—¿Y tú qué? ¿Algún romance a la vista?

Casi me reí. Claro que no. Dudaba que alguna vez pudiera volver a gustarme alguien. Mi corazón ahora mismo era como un prado desierto en el que nunca daba el sol.

Qué poética te has vuelto, chica.

—No —les aseguré.

Lo más cercano que había tenido a una cita en un año había sido ir al dentista y que me tocara un chico joven en prácticas. Shanon se había enfadado conmigo porque había dicho que me había estado sonriendo todo el rato y yo había pasado categóricamente de él.

Honestamente, ni me había dado cuenta de que era un chico guapo. Había estado tan perdida...

A veces, me daba miedo no volver a sentir nada por nadie. Y lo decía muy en serio. Todo parecía... nada en comparación a... él.

—¿En serio? —Naya pareció sorprendida, devolviéndome a la realidad.

—Seguro que te encontramos a alguien —me aseguró Lana.

E intercambiaron una mirada que me hizo desconfiar de ellas al instante.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—¡Nada! —Naya me colocó un mechón de pelo—. Parece que hace una eternidad que no nos vemos. ¿Sabes que...?

Y empezó a contarme que Chris había salido del armario —whoa— y que había estado con un chico durante un tiempo, pero que no había funcionado. Sue seguía igual. Will también. Ahora, Naya ya vivía con ellos dos oficialmente. Me alegré por ella.

—¡Y he estado cocinando unos pastelitos para cuando llegaras! —exclamó Naya—. Pero... eh...

—A no ser que te guste el sabor a carbón, no te los recomiendo —añadió Lana.

—¡Ese estúpido horno no me hace caso cuando le doy a los... botoncitos!

—Es un horno, no tiene botoncitos. Tiene teclas.

—¡Es lo mismo!

—Puedo cocinar yo algo —les aseguré, sonriendo.

—¡De eso nada! —Naya pareció alarmada—. Eres la invitada. Y tienes que asentarte en la habitación.

—En realidad, creo que me quedaré en el sofá.

—No puedes —me dijo Lana demasiado rápido.

Me quedé mirándolas un momento, confusa. Ellas habían intercambiado otra mirada. Fruncí el ceño.

—Vale —dije lentamente—, ¿alguien puede explicarme...?

—¡Anda, mira, ya llegamos!

Puse mala cara cuando intenté volver a preguntar y me distrajeron de nuevo.

El trayecto se me había hecho ridículamente corto. El taxi se detuvo e insistieron en pagar ellas el viaje. Recogí mi maleta y nos subimos las tres en el ascensor. Parecían muy emocionadas. Seguía mirándolas con cierta desconfianza.

Ambas esbozaron sonrisitas angelicales.

—Tengo un mal presentimiento —murmuré.

—¡Venga, ven!

Naya sacó las llaves de su bolsillo y abrió rápidamente la puerta para nosotras dos. Sin embargo, nos adelantó estratégicamente y fue ella quien se deslizó la primera al salón con una enorme sonrisa. Lana se colocó a su lado y me quedé quieta, confusa, en el descansillo.

—Por fin —la voz de Will me hizo sonreír, emocionada. Hacía un año que no lo oía. Lo había echado mucho de menos—, ¿dónde os habíais metido?

—¡Hemos ido a por una sorpresa! —Naya me miró—, ¡ven aquí!

Me adelanté torpemente y me asomé al salón para ver a Sue leyendo y a Will sentado en el sofá. Ambos se giraron a mí con expresiones aburridas.

Entonces, en apenas un segundo, cambiaron —a la vez— su expresión a una de perplejidad absoluta.

—¿Qué...? —empezó Sue.

—¿Cuándo...?

—¡Sorpresa! —exclamó Lana, señalándome.

—¡Sí, sorpresa! —Naya también me señaló.

Sonreí inocentemente.

—¿Sorpresa?

Esperé una reacción positiva, pero los dos seguían mirándome como si hubieran visto un fantasma.

—Cuánta alegría por volver a verme —comenté, intentando no poner una mueca.

Entonces, Will se puso de pie y miró fijamente a Naya, que convirtió su sonrisa de oreja a oreja en una mueca. Will parecía enfadado. Levanté las cejas.

¿Will... enfadado?

La teoría del universo paralelo cada vez tiene más sentido.

—No me lo puedo creer, Naya —le dijo, negando con la cabeza.

—Oh, vamos, amor, sabes que... —Lana puso los ojos en blanco.

—No, tú sabes que esto no está bien —frunció el ceño—. Y tú también, Lana.

Parpadeé, un poco ofendida.

—Tú no, Jenna —me aseguró él enseguida al ver mi expresión—, es que... ¡Naya, no me puedo creer que hayas hecho esto!

—¡Ella también lo ha hecho, no es solo mi culpa! —protestó ella, señalando a Lana.

—Chivata —murmuró Lana.

—¿Hacer el qué? —pregunté, confusa.

—Esto va a ser muy interesante —Sue se había puesto de pie y se había acercado a mí—. Me alegra volver a verte.

Y me abrazó.

¿Qué...?

Universo paralelo. Te lo estoy diciendo.

No sé si me confundió más su muestra de afecto repentina o la mueca enfadada de Will. Sue me dio una palmadita en la espalda al separarse.

—¿Qué tal estás? —le pregunté.

—Sigo teniendo helado de sobra, así que bien.

Le sonreí, divertida, pero esa sonrisa se esfumó cuando vi que Will volvía a sentarse, pasándose una mano por la cara.

—No me lo puedo creer —murmuró.

—Pues créetelo —Lana le dio un apretón en el hombro antes de sentarse en un sillón—. Es por el bien común.

—¿Por el bien común? —Will la miró, perplejo—. No sabéis lo que habéis hecho.

—¿Alguien me va a explicar qué está pasando? —pregunté, confusa, cuando todo el mundo se sentó menos yo.

Naya se había puesto en el otro sofá, a una distancia prudente de su novio irritado. 

Will me miró con los ojos abiertos de par en par.

—¿No lo sabes? —miró a Naya—. ¿¡No lo sabe!?

—¿Saber el qué? —me asusté un poco. ¿Por qué lo decía así?

—¡Si se lo hubiera dicho, no habría accedido a venir! —protestó Naya.

—¡Pues claro que no! ¡Porque es una persona racional!

—¿Y nosotras no? —preguntó Lana.

—¡Obviamente, no!

—¿Podéis no ignorarme, por favor? —mascullé.

—Mierda —Will suspiró largamente y me miró—. Yo... siéntate.

Me senté a su lado, cautelosa. Me agarró la mano y me miró como si fuera a decirme que había matado a mi gato. Parpadeé, tensa.

—No te alteres —advirtió.

—Me estás alterando tú al no decírmelo.

—Es que... Jenna, no te va a gustar esto.

—Vale...

—Así que prepárate y...

—¡Will, dímelo ya!

—¡A eso voy!

—¡Entonces, déjate de tonterías y...

—Ross está viviendo aquí.

Me quedé mirándolo un momento.

No acababa de decir lo que creía que había oído, ¿no?

Porque no tenía sentido.

Y no podía ser real.

Solo podía escuchar mi corazón latiendo. No reaccioné. Mi cerebro se había quedado en blanco. De hecho, yo me había quedado blanca.

—¿Qué? —me escuché decir a mí misma en voz baja.

—¿Sorpresa? —Naya me sonrió.

Parpadeé en su dirección antes de volver a mirar a Will. Una parte de mí tenía la esperanza de que se echara a reír y dijera que era broma... pero no lo hacía. Solo me devolvía la mirada, más serio que nunca y apretando mi mano.

Vamos, di que es una broma, Will.

No tiene pinta de ser una broma, querida.

—¿Qué? —repetí como una idiota.

—Imagínate cómo reaccionará él cuando la vea —murmuró Sue, mirándome con cierta diversión maligna—. Yo pienso grabarlo, no sé vosotros.

Entonces, mis sentimientos se agolparon todos de una vez y se unificaron en mi enfado hacia Naya. Cuando la miré, ella se encogió en su lugar.

—¡Dijiste que seguía en Francia! —la inculpé, después miré a Lana—. ¡Y tú lo sabías y tampoco has dicho nada!

—Si lo hubiéramos hecho, no habrías venido —me dijo Lana.

—¡Pues claro que no! ¡Tenía derecho a elegir! —solté la mano de Will, respirando agitadamente—. ¡Esto es una maldita encerrona!

—¡No es una encerrona! —protestó Naya.

—¡Sí, sí lo es! —la corté, alterada—. No me puedo creer que me hayáis hecho esto.

—Ni yo —murmuró Will.

—¡No es para tanto! —protestó Lana.

—¡Sí, seguro que Ross se alegra mucho al verte y todo vuelve a ser como siempre! —Naya sonrió ampliamente—. ¡Volveremos a ser como una pequeña familia feliz!

Will, Sue y yo la miramos fijamente, cuestionándonos hasta qué punto había pensado la tontería que acababa de decir.

—¿De verdad crees que Ross se alegrará de verla? —le soltó Will, frunciendo el ceño—. ¿Te has olvidado de este maldito último año?

Naya agachó la cabeza, avergonzada.

—No...

—¿Y me puedes decir en qué momento has decidido que era una buena idea traerla aquí sin decirle nada?

—¡Solo quiero que todo vuelva a ser como antes! —puso una mueca, como si fuera a echarse a llorar.

—Pues esta no es la forma de conseguirlo —le dijo él—. ¿Qué se supone que haremos ahora?

—Esperar a Ross —dijo Sue, negando con la cabeza—. Y suplicar porque se comporte mejor que últimamente.

Eso último hizo que levantara la cabeza y dejara de maldecir a esas dos en voz baja.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, confusa.

Hubo un momento de silencio colectivo.

—¿Algo más que no hayáis mencionado? —les pregunté a ellas dos, enfadada.

—Es que... —Lana hizo un ademán de empezar, pero no supo cómo seguir.

—Ross no es... —Naya suspiró, buscando las palabras adecuadas.

Silencio de nuevo. Will, exasperado, me miró fijamente.

—Ross no es el Ross que conocías —me dijo directamente.

Me quedé mirándolo, confusa.

—¿Qué?

Su me sonrió.

—Conociste su lado bueno. Espero que estés preparada para el malo.

—¿El malo? ¿Qué...?

—Ha cambiado mucho en este año —murmuró Naya.

No entendía nada. Y todos parecían muy incómodos con la conversación.

—Vale, vamos por partes —murmuré, intentando centrarme—, ¿no se supone que él debería estar en Francia?

—No —Will me miró—. Empezó el curso, pero le salió una buena oferta hace cuatro meses y volvió aquí.

¡La maldita película por la que había salido por la televisión tantas veces! ¡No había estado en Francia! ¡Había estado aquí todo el tiempo!

Debí haber mirado las estúpidas entrevistas.

Un momento... ¡mis padres las miraban! ¿Lo sabían? ¿Y no me dijeron nada?

—Sí, trabajó en algunas películas —murmuró Sue.

—Y en la suya —añadió Lana.

La miré fijamente.

—¿La suya?

—Se estrena dentro de tres semanas —Naya sonrió inocentemente.

Era tanta información para procesar que apenas podía entenderlos.

—¿Jack ha hecho una... película?

—Ugh... no lo llames así —me advirtió Lana con una mueca.

—¿Por qué no? —pregunté, confusa.

—Tú... eh... limítate a llamarlo Ross —me recomendó Naya con una pequeña sonrisa.

—Vale. Ahora, ¿me podéis explicar por ha cambiado?

—Es una larga historia —me aseguró Will, suspirando.

—Tengo tiempo —le aseguré.

—No tanto —me aseguró él, a su vez—. Supongo que te han ofrecido a quedarte aquí.

—Sí, pero supongo que ya no va a poder ser —murmuré.

Naya me miró, extrañada.

—¿Por qué no?

—Acabáis de decir que Ja... que Ross está aquí —aclaré—. Por motivos bastante obvios, no voy a poder dormir con él.

Hubo un momento más de silencio.

—¿Qué? —pregunté, impaciente.

No decían nada y yo estaba perdiendo los nervios.

—Eso sí, si me dejáis quedarme en el sofá una noche, al menos, para poder...

—No puedes quedarte en el sofá —me dijo Naya en voz baja.

—¿Por qué no?

—Porque lo usa Ross —murmuró Will—. No... mhm... no ha usado mucho la habitación desde que te fuiste.

¿Qué?

Estaba tan entumecida que ni siquiera pude pensar al respecto.

—¿Y duerme... en el sofá?

—Sí, cuando aparece —murmuró Sue, mirando su libro con toda la tranquilidad del mundo.

—¿Cuando aparece? —repetí, mirándola.

—Sí —ella se encogió de hombros, pasando página—, cuando no está borracho tirándose a alguna chica en la residencia, duerme aquí.

Oh, no.

Me sentó como diez patadas en el estómago.

Y sabía que no tenía ningún derecho a sentirme así. Eso era lo peor.

—Y el premio para el tacto va a Sue —Lana la miró de reojo.

—Es verdad, ¿no? —se encogió de hombros—. Mejor que sepa cómo están las cosas.

—Pero... —estaba intentando entenderlo todo—, Jack no... no bebe... no...

¡Ni se acuesta con otras chicas!

Me ardía la garganta.

Sue contuvo una risa, mirándome.

—Oh, querida... —murmuró, abriendo su libro de nuevo.

Miré a Will en busca de ayuda.

—¿Quieres... que te ayude a llevar tus cosas a la habitación?

—¿A la habitación? —repetí, confusa—. ¿Cómo voy a quedarme aquí si Jack...?

—Ross —me corrigió Naya.

—¡Cómo sea! ¿Cómo voy a vivir aquí con él? ¿Os habéis vuelto locos?

—Honestamente, Jenna, hace casi una tres días que no lo vemos por aquí —me dijo Will—. Lo verás menos aquí que en la residencia.

Otra bofetada. Puse una mueca.

¿Y qué hacía él en la residencia femenina? Si no recordaba mal, él no hacía nada con chicas de la universidad. Dijo que no quería volver a cruzárselas. Quizá ya se había saltado esa norma.

Apreté los labios cuando noté un nudo en el cuello.

—Quédate aquí hasta que encuentres algo —me sugirió Naya.

Le dediqué una mirada dura para que supiera que seguía enfadada con ella y agachó la cabeza de nuevo.

—Ven —Will se puso de pie y agarró mi maleta—. Te echaré una mano.

—¿Puedo...? —empezó Naya.

—No te recomiendo que hagas eso ahora —le recomendó sabiamente Lana, que también parecía un poco avergonzada.

Will abrió la puerta de la habitación para mí y no pude evitar que se me formara un nudo en la garganta cuando vi que estaba tal y como la había dejado la última vez. Will me echó una ojeada antes de dejar mi maleta junto al armario grande.

—Siento no haberte recibido muy bien —murmuró con una mueca.

—Puedo entenderlo —le aseguré en voz baja.

—Yo... —suspiró, sentándose en la cama—. Mira, igual tienes suerte y no te cruzas con Ross hasta dentro de un tiempo, pero...

—Vale —cerré la puerta y lo miré—. Quiero que me digas ahora mismo qué pasa con él.

—Es com...

—Me da igual si es complicado, Will. Quiero saberlo.

Él suspiró largamente, mirándome,

—Lo pasó muy mal cuando te fuiste, Jenna. Muy mal.

Apreté un poco los labios. Él era la única persona a parte del padre de Jack y Shanon que sabía por qué me había marchado realmente.

—Sé que no era tu intención —añadió—. Pero... joder, no sabes cómo dejaste las cosas por aquí.

Me senté a su lado, tragando saliva.

—Al principio, quiso llamarte mil veces y no dejaba de preguntarnos a todos si habíamos notado que algo estuviera mal contigo. Ya te puedes imaginar que nadie dijo nada. Y se encerraba mucho en esta habitación. Estuvo así casi un mes entero.

Como yo...

—Entonces... fue tan repentino... se fue a Francia por esa escuela. Creí que sería bueno para él, pero... volvió mucho peor. Había vuelto a... a hacer todo lo que había dejado de hacer.

—Como en el instituto —adiviné en voz baja.

—No ha cambiado desde que volvió, Jenna —me advirtió—. De hecho, creo que ha empeorado. Mucho. Sacó sus cosas de aquí y las tiene en la cómoda del salón. Ni siquiera ha vuelto a entrar.

—¿De verdad? —puse una mueca triste.

—Y... —suspiró—. Mira, sé que Naya y Lana creen que, estando aquí, volverá a ser el de siempre, pero...

Su silencio fue suficiente como para que lo adivinara.

—Tú no lo crees —murmuré.

—No —admitió—. De hecho... bueno, no lo sé. Ross es muy impredecible cuando está en su modo autodestructivo. 

Se puso de pie y me miró.

—Te dejaré sola para que te asientes —me dedicó una débil sonrisa—. Puedes darte una ducha si quieres, eh... estás en tu casa.

—Provisional —le recordé.

Él me miró un momento antes de ladear la cabeza como si nada.

—Tendrás el honor de elegir la cena por ser la recién llegada —me dijo—, ¿qué te apetece?

—Hace mucho que no me como una hamburguesa grasienta —esbocé una pequeña sonrisa.

—Pues una hamburguesa —él abrió la puerta, pero se quedó un momento en el umbral, mirándome—. Oh, y... bienvenida a casa, Jenna.

Cerró la puerta a sus espaldas y yo suspiré.

Volvía a estar ahí.

Ni siquiera me atreví a mirar a mi alrededor. Era como si cada rincón de esa habitación me trajera un recuerdo distinto. Seguía preguntándome si había tomado una buena decisión volviendo.

Me puse de pie y decidí no deshacer la maleta. No podía quedarme ahí si Jack seguía viviendo con ellos. Era una opción que no iba a contemplar. Ya me buscaría la vida de alguna forma. Me puse mi pijama y me solté el pelo, suspirando de nuevo. Estaba agotada y no sabía ni por qué. Aproveché para mandar un mensaje a Shanon y Spencer diciéndoles que ya estaba con ellos.

Por supuesto, omití todos los detalles de Ja... Ross.

Y pensar que antes se me hacía raro llamarlo Jack... ahora lo raro era no llamarlo así.

Fui directa a la puerta de la habitación y la abrí con expresión vacía.

Sin embargo, me detuve en cuanto puse un pie en el pasillo. Escuché pasos en la entrada y unas llaves cayendo estratégicamente en la barra. 

Solo conocía a una persona capaz de hacer eso sin que se cayeran al suelo.

Oh, oh.

—¡Ross! —la voz de Naya sonó horrorizada.

Di dos pasos hacia delante con el corazón latiéndome a toda velocidad y me volví a quedar quieta al verlo.

Estaba de espaldas a mí, mirando a los demás, que estaban sentados en los sofás con las hamburguesas. Todos me habían visto, pero Ross no se dio cuenta porque estaba quitándose la chaqueta y lanzándola a un lado. Contuve la respiración.

Verlo, aunque fuera a varios metros de distancia y de espaldas, hizo que mi cuerpo entero reaccionara a él. Hacía tanto que no sentía algo parecido a nervios que me costó aceptarlo mientras daba otro paso hacia delante. El corazón me latía con tanta fuerza que me palpitaba la cabeza.

Jack se quedó mirándolos al ver que estaban todos en silencio.

—¿Qué? —preguntó secamente.

Whoa.

Dejé de avanzar, sorprendida.

Nunca lo había escuchado hablar así de mal a nadie. No era lo que había dicho, sino el tono que había usado.

Y, sin embargo, ellos no parecieron sorprendidos para nada.

—Eh... —Lana hizo un ademán de señalar las hamburguesas—. Hemos compr...

—¿Qué haces tú aquí? —la cortó Ross.

Parpadeé, sorprendida. Él no era así... ¿qué estaba haciendo?

—Naya me ha invitado —le dijo Lana, algo cansada, como si hubiera repetido eso miles de veces—. Por si se te había olvidado, ella también vive aquí.

—Hablando de invitaciones... —Naya me miró de reojo antes de volver a centrarse en Ross—. Em... hay algo que deberías saber.

Él se cruzó de brazos, mirándola.

—Más te vale que no sea una de tus tonterías.

—Relájate —le dijo Will con una dura mirada.

—¿Que me...? —pareció que Ross se reía de él por un momento, pero se interrumpió bruscamente al ver su expresión—. ¿Qué?

Oh, oh. Se había dado cuenta de que algo iba mal.

Ya verás cuando se entere de que ese algo eres tú.

—¿Qué habéis hecho ahora? —preguntó Ross secamente.

—Yo no quiero saber nada de esto —murmuró Sue, sacando el móvil y preparándose para grabarlo todo.

Jack dio un paso hacia ellos, tenso.

—¿Qué habéis hecho?

—Tío, relájate —Will se puso de pie lentamente.

—No me digas que me relaje y dime ya qué pasa.

—Cuando te relajes...

—¡No quiero relajarme! ¿¡Qué pasa!?

—Hola —me escuché decir.

Silencio.

Horrible silencio.

Mi voz sonó muy bajita, pero fue suficiente para que todo el mundo se callara. Yo solo lo veía a él. En concreto, su espalda. Todos sus músculos se tensaron al instante, pero no se movió de su lugar.

Vi que Will pasaba la mirada desde mí hasta él varias veces. Se había quedado de pie al lado de Jack, precavido.

Entonces, como en cámara lenta, Jack se dio la vuelta lentamente. Lo primero que noté que había cambiado fue que tenía barba de pocos días y el pelo un poco más corto. Y... su expresión. Como si no hubiera descansado bien en años.

Pero yo ya no podía ver eso.

Solo pude ver sus ojos clavándose en mí como dos dagas.

Tuve el impulso de dar un paso atrás, pero conseguí mantener la compostura y no me moví de mi lugar, tragando saliva.

Hubo silencio absoluto cuando sus ojos fueron desde los míos hasta mis pies y volvieron a subir lentamente, enviándome descargas eléctricas por todo el cuerpo que jamás creí que volvería a sentir. Me retorcí los dedos, nerviosa, y él los miró un momento. Tenía los labios entreabiertos.

Y el maldito silencio era horrible. Solo quería que dijera algo. Ni siquiera parecía enfadado o contento, solo... en shock. 

Will también lo miraba esperando una reacción que no llegaba.

Entonces, di un paso hacia él y Ross lo retrocedió, parpadeando como si hubiera vuelto a la realidad. 

Volvió a repasarme de arriba a abajo y luego clavó la mirada en cualquier cosa que no fuera yo. Vi que tragaba saliva.

—¿Sor... presa?  —murmuró Naya.

Ross la ignoró completamente. Volvió a mirarme. Esta vez, su mirada era impenetrable. No dejaba entrever nada de lo que pensaba. Absolutamente nada. Y eso me intimidó un poco. Volví a retorcerme los dedos cuando apretó los labios.

Cerró los ojos y tuve el impulso de acercarme, pero no me dio tiempo a hacerlo.

—Mierda —masculló en voz baja.

Entonces, agarró sus cosas de nuevo y se marchó dando un portazo. 

Ni siquiera volvió a mirar atrás.


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