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(06.) CAPÍTULO CINCO:
Juego de adultos.
⭐️
" There's no one like you,
so I'm gonna hide you, my sweet. "
(NUEVE DÍAS PARA NAVIDAD)
jueves, 16 de diciembre de 1993
LOS DIGGORY PRONTO ACOMODARON A BRIELLE. Ella se estaría quedando en un cobertizo no muy lejos de la casa. El lugar se encontraba bien acomodado, pues Cedric lo había rehabilitado para ser su habitación futura. A ella le gustaba; estar moderadamente lejos de la familia le concedía privacidad y el lugar, aunque no hubiera estado completamente remodelado, tenía una pizca del Hufflepuff que la pacificaba.
Por más que se mortificara por compartir espacio y ser alimentada por una familia que sin duda estaría mejor sin su disruptiva presencia, los rugidos de su estómago comenzaban a volverse insoportables. Brielle se ajustó un abrigo a la cintura, se calzó un par de botas de nieve y recogió su cabello en una coleta alta. Cuando el sol ya había comenzado a salir, derritiendo la capa de hielo que cubría la vegetación del hogar Diggory, la Slytherin se decidió por cruzar el jardín que los separaba y tocar la blanquecina puerta de la morada. Después, lo intentó una vez más. Para la tercera vez que llamó sin respuesta, decidió empujarla y sorprenderse al comprobar que cedía ante ella para dejarla pasar.
Hacia más ruido del que pudo haber notado desde el otro lado de la puerta. Un sonido musical flotaba alrededor de ella, guiándola con precisión a la cocina. Ahí dentro se topó con la señora Diggory, quien bailaba en movimientos vaporosos y rítmicos. Tenía sus blancos brazos alzados sobre su cabeza, formando figuras curveadas a su alrededor. En su piel habían comenzado a brotar manchas rojizas de la exaltación de la actividad física, subiendo hasta sus mejillas tensas por una sonrisa. Cedric también estaba ahí: mezclando algo en un tazón, queriendo evitar fallidamente reírse de la vivaz imagen de su madre. Brielle quiso desaparecer, pero la cálida escena la había inmovilizado en el marco de la entrada.
La señora Diggory dio un elegante giro que mandó a las faldas de su túnica a volar en ondas, y terminó mirando de frente a la morena.
—¡Brielle, cariño! —La exclamación de su nombre hizo que Cedric parara lo que estaba haciendo para alzar la mirada como resorte—. Buenos días, bonita. Ven, ven.
Como si no hubiera dejado de danzar, la mujer se estiró con gracia y la tomó del antebrazo para guiarla a tomar asiento en la mesa al centro de la habitación.
—Buenos días, señora Diggory.
—Por favor, dime Nora.
Brielle asintió y la vio regresar a amasar una plasta de color cremoso que olía a vainilla. Aunque la Slytherin quiso devolver en cierto nivel su derroche de amabilidad, las palabras se quedaron pegadas a su paladar.
Nora era una muggle, lo había sabido desde el momento en que la conoció. Sin embargo, no fue hasta ese momento que ella cayó en cuenta de que la madre de Cedric era la primera muggle que conocía en persona. Su conocimiento empírico se limitaba a nacidos de muggles. Teniéndola ahí presente, se preguntó por qué la pureza de sangre generaba tanto revuelo. Brielle jamás había conocido a alguien que despidiera tanta amabilidad y gracia de su persona.
—¿Cómo te trata el cobertizo? —continuó la mujer.
—Muy bien. Muchas gracias, de verdad.
—Pff —exclamó con un suave manotazo al aire—. No hay de qué, necesitaba la compañía femenina —murmuró como si fuera un comentario solo para ella, mientras le daba una mirada ladina a su hijo.
Cedric se rio y negó con la cabeza.
—¡Nora! ¿Dónde está mi...? —la pregunta de Amos quedó al aire, cuando éste se percató de la Slytherin ahí sentada—. Ah, eres tú.
La señora Diggory se giró y posó ambas manos sobre sus caderas.
—Amos, por favor. No es Nora, es cariño. Y no es tú, su nombre es Brielle.
El hombre tomó un color carmín en su complexión y suspiró visiblemente.
—Claro, hola, Brielle.
La mencionada miró de soslayo a Cedric, quien alzó sus cejas de forma divertida y metió una mora a su boca. Ella le dio una sonrisa apenas perceptible y respondió:
—Hola, señor Diggory. Buenos días.
Él prefirió hacer como que no la escuchaba.
—Cariño, ¿sabes dónde quedaron mis piezas de ajedrez?
—¿Ya buscaste debajo del tablero?
—¿Debajo del...? ¡Ah! —Con alivio, tomó a su esposa de la cintura y plantó un beso en su mejilla—. Gracias, gracias.
Con eso, volvió a desaparecer de la cocina, en dirección al estudio.
Esa interacción pareció llamar la atención de Brielle, quien girándose y apoyando una mano en el respaldo de la silla, se quedó mirando el lugar por donde Amos había desaparecido. Cedric miró su espalda, preguntándose lo que la castaña estaría pensando. Para su sorpresa, la vio levantarse e ir tras el hombre. Cedric y su madre intercambiaron una mirada de pregunta; ambos se encogieron de hombros.
Por su parte, Brielle se le unió al señor Diggory como compañía en el estudio. Él se encontraba sentado frente a una mesa redonda, acomodando las piezas de ajedrez mágico sobre un tablero. El fuego repiqueteó en el otro lado de la habitación y notó la humeante taza de té que él tenía a su lado. Brielle enredó sus manos detrás de su espalda y con voz calmada perforó el silencio entre ellos:
—¿Puedo jugar con usted?
Amos detuvo lo que estaba haciendo y puntualmente la miró por encima de sus gafas.
—Mmmh, éste no es un juego para niños.
—Lo sé.
Sin esperar una respuesta afirmativa, Brielle ocupó el lugar vacío frente al mago. Bajo la inquisitiva mirada del hombre, ella se despojó de su abrigo para ponerse cómoda al colgarlo detrás de su asiento. Amos chasqueó la lengua en señal de disconformidad, pero prosiguió a terminar de posicionar las fichas, sabiendo que el prospecto sería mejor a jugar él solo.
Cuando Brielle apenas había comenzado clases en el maravilloso colegio de Hogwarts, su madre Celene había estado saliendo con un hombre que su nombre ya no recordaba, lamentablemente. Había sido uno de los pocos verdaderamente amables con ella. Él solía sentarla en un estudio muy parecido al que se encontraban en esos momentos y jugar ajedrez mágico hasta que las horas se les acababan. Le enseñó con una paciencia y dedicación que ella poco había conocido a su corta edad. Los días pasaban y lloviera o relampagueara, el extraño par no fallaba en enfrentarse despiadadamente frente a un tablero. Eventualmente, Brielle se convirtió en una hábil rival. Luego fue la boda y meses después el fallecimiento de su compañero de juego...
Brielle sacudió el doloroso recuerdo de su mente, incapaz de precisar en qué momento su madre se había vuelto inmune al luto.
En los años por venir, Brielle jugó con sus amigos hasta que nadie se atrevió a desafiar su habilidad. Su última opción, misma que seguía ejerciendo a la fecha, era jugar en las mazmorras con Snape, su jefe de casa.
Amos le cedió ser las fichas blancas, mismas que llevaban ventaja.
—Peón a E4 —ella pronunció, dando inicio a su partida.
Brielle lo miró descartar su jugada con falta de interés. Sus movimientos eran predecibles y su taza de té parecía el asunto que más acaparaba su foco de atención.
Fue hasta que una de las fichas blancas de Brielle se comió a uno de sus peones negros, que el hombre se enderezó en su asiento. Con un delgado trapo limpió los lentes de sus gafas y observó con verdadera atención el tablero frente a él. Ambos intercambiaron una mirada que se alargó un par de segundos y la verdadera partida comenzó.
Con la tenacidad que ambos tenían, la mañana pronto se volvió tarde. Nora, desesperada por su falta de interés en el desayuno, les llevó dos platos llenos y no se fue de ahí hasta estar satisfecha con la cantidad de alimentos que ambos tomaban. Cedric también intentó hacer acto de presencia, con soltura preguntar si todo estaba en orden. Él no sabía qué esperar, pero definitivamente no era la escena que se desenvolvía frente a sus ojos. Brielle y Amos apenas y notaron su presencia, ambos profundos en sus pensamientos. Cedric jamás había visto a alguien que tuviera a su padre tan nervioso en un juego de ajedrez mágico y sinceramente, quiso quedarse a disfrutar la función. De los estantes tomó uno de los muchos libros que había dejado a medio leer y se sentó en un sofá libre. Una vez avanzada la lectura, y después de haber revivido el moribundo fuego de la chimenea, Cedric terminó por fastidiarse por la espera. Antes de abandonar la habitación, se giró a darles un último vistazo. Ahí atrapó los ojos chocolates de la bruja, quien le dedicó un guiño juguetón que le sacó una risa. Quería pasar tiempo con Brielle y no podía creer que su padre la mantuviera tan ocupada.
Eventualmente, el resto del día pasó de esa misma forma. Nora y Cedric se turnaban para asomar sus cabezas al estudio, siempre encontrándolos en la misma posición.
Cuando la noche ya estaba muy entrada, la bruja y el mago subieron la vista del tablero pobremente iluminado por la tenue llamarada del fuego. Con firmeza, ambos se tendieron la mano y la apretaron como cierre ceremonial de su juego. Sin intercambiar palabras significantes, recogieron su acomodo hasta dejar el lugar sin rastro de su presencia. Brielle se volvió a ajustar el abrigo y se dirigió a la salida, hasta que sintió la compañía de Amos a sus espaldas, sosteniendo una lámpara de mano.
—Te encaminaré al cobertizo —avisó, no preguntó.
Brielle asintió. Cuando el par salió del cálido hogar, la ventisca invernal los abordó con cautela. La llama de la lámpara defendió su luz sin titubeo, por lo que decidieron ponerse en marcha en dirección a la habitación de la invitada.
—Espero sepa que de verdad estoy arrepentida por las molestias que les pueda causar mi presencia aquí. —Las palabras salieron de la boca de Brielle con prisa, como si guardarlas un segundo más resultara doloroso.
—Yo sé, yo sé.
—Si hubiera sabido de otra forma de arreglar mi situación en su momento, lo hubiera hecho. Lo siento.
Amos suspiró con un ligero gruñido y se detuvo en medio del crujir de sus pisadas en el helado suelo.
—No te disculpes. Eres solo una niña, nadie espera que sepas cómo arreglar este tipo de situaciones. —De forma inesperada, posó un pesado brazo en el hombro de la joven—. Mi muchacho hizo bien en traerte. Ya veremos cómo encontrar una solución.
El corazón de Brielle latió caliente y poderoso dentro de su pecho, mientras llegaban al cobertizo.
—Gracias, Amos.
—Sí, sí. Descansa, Brielle. Bien jugado.
Brielle le dio una amplia sonrisa que disparó luces en sus ojos y se lanzó a darle un corto abrazo de agradecimiento. Amos, tomado desprevenido por su calidez, no pudo evitar corresponder con una sonrisa que no mostró sus dientes. Y con eso, ella se refugio en su habitación prestada.
Aparte de ellos dos, nadie nunca supo quién ganó realmente aquella partida.
(n/a) hola, hola.
ya pasó navidad, pero
ni modo. mgta esta historia.
y la acabaré este año.
comenten qué piensan o lloro.
besos,
nia.
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