44
Yeong
—Creo que no me esperabas a mí —agrandó su tétrica sonrisa—. ¿Me equivoco? Al mayor de los Jeon, quiero decir—ladeó la cabeza, interesado en mi fría bienvenida.
Un resorte activó mi circulación de nuevo y me giré para enfrentar al hermano de Jungkook.
Esto no está bien. No ... No lo está ...
Di un par de pasos. Tiempo que él dedicó a recorrer mi cuerpo de una forma muy poco disimulada, deteniéndose en mi escote y la escandalosa abertura de mi bata, que mostraba gran parte de mis muslos. Asustada de aquel repaso, le tendí mi mano, todo lo educada que podía ser con un desconocido.
—Es un placer conocerle —acompañé ese gesto con una suave inclinación.
¿Por qué está aquí? ¿Qué quiere de mí? ¿Viene en calidad de cliente o sabe que Jungkook y yo ...?
—No, el placer es mío —apretó mi mano y un escalofrío me reptó por la espalda. Oh, no. Esto es una mala señal—. Kim Yeong, ¿verdad?
—Sí —me resultó difícil alzar la barbilla—. ¿Usted es el hermano mayor de Jungkook-ssi? —y me fijé por primera vez en sus ojos.
Solté su mano porque esas pupilas oscuras gritaban que me lo haría pasar mal. Si hubiera tenido margen de error, habría intentado salir de allí, pero esa posibilidad no existía. Mis gelatinosas piernas lo corroboraron cuando Jeon Junghyun asintió, contento de que le reconociera.
—El mismo. Estás bien informada. ¿Te importa que nos tuteemos? Es más familiar así —apuntó él, desconcertándome.
¿Familiar?
¿Qué quiere decir con eso?
—Ah ... Claro —mi mueca le agradó de un modo enfermizo—. Entonces, ¿cómo debo ...?
—Junghyun. Nada más —se desabotonó la chaqueta y el primer botón de su chaleco—. ¿Tienes coñac ahí? —señaló el mueblebar.
Me desorienté por un instante, pero recobré el sentido rápidamente. Quise creer que Junghyun no lo notó.
—Sí —me moví—. ¿Quieres una copa?
—Y ponte otra tú —dijo mientras se sacaba la chaqueta.
No preguntó si me apetecía. Lo ordenó.
Todo lo contrario a Jungkook.
Estás en problemas, Yeong.
¿Mi mal presentimiento iba en esa dirección? ¿Me preocupé demasiado por Lee Dongwook cuando, en realidad, el único hombre al que debía temer esa noche era el heredero de los Jeon?
Con cierta rigidez en los dedos, fui de regreso al tocador. Saqué los dos vasos de la estantería sin abrir la boca, pero no le perdí de vista. De reojo y gracias al reflejo frente a mí, seguí sus ágiles movimientos hasta la cama que regía la estancia. Se acomodó al borde de esta, aflojando la corbata de tonos azules que ahorcaba su cuello.
Respiró. El aire, pesado y sucio a su alrededor, también me envolvió como una densa nube contaminada de propósitos perturbadores y almizcle rancio.
Las lágrimas estancas en mis ojos dieron el aviso a mi abarrotada mente de que estaba flaqueando y no podía hacerlo. Pestañeé varias veces. Incluso tuve que ayudarme del índice para retirar una gota que estaba cerca de rebasar el lagrimal. La recogí con previsión, aterrada de que ese pálpito me hubiera alertado de aquel que, en un mundo más civilizado y justo, podría considerar mi cuñado.
Llené las copas sin prisa alguna. Miles de ideas y suposiciones me atormentaron durante esos segundos. Segundos que se clavaron en mí igual que puñales, a cada cual más hiriente y lacerador.
—He retrasado mucho mi visita, pero ya era hora de que me pasara por aquí —sorbí mi nariz con cuidado de no hacer saltar sus alarmas—. Mi hermano ha estado encargándose de nuestros negocios con Choi y me preocupaba que las cosas no estuvieran en orden.
La botella de coñac chocó contra el cristal en un débil pero súbito ataque de cólera que acabó antes de cobrar forma.
Agarré sendos vasos y me obligué a dar esa versión de mí misma que odiaba.
Piensa en ello como el disfraz que es. No te martirices, Yeong. ¿Qué otra cosa puedes hacer?
Di la vuelta, aparentando seguridad y tranquilidad a pesar de que mi interior sufría el peor seísmo que recordaba desde que mi vida fue engullida por ese mundo de sombras.
—Tu hermano ha estado a la altura —mi lengua todavía no se acostumbraba al tuteo. Me aproximé a él y le ofrecí la copa con una convulsa sonrisa en los labios—. Eso me ha dicho el señor Choi —aclaré para que no sospechara nada.
Junghyun aceptó la copa sin más dilación.
—Supongo que sí —se mojó las comisuras en la bebida y, poco satisfecho con esa escueta respuesta, añadió más—. ¿Jungkook viene a menudo a verte?
—Ha pasado un tiempo desde la última vez que lo vi —mentí descaradamente—. Y no viene por mi compañía, sino por la empresa de su ... Tu padre —corregí mi cortesía.
—Mi hermanito puede parecer muy inocente, pero te aseguro que no lo es —chasqueó la lengua, irritado ante la imagen de Jungkook—. Teniendo a una mujer como tú en este sitio, incluso yo vendría más de lo recomendado —su afirmación me dejó desprotegida y todo empeoró cuando palmeó la cama, a su derecha—. No te quedes ahí de pie y bebe —reacia a su mandato, me senté, manteniendo cierta distancia. Solo di un sorbo al coñac—. ¿Por qué no me hablas un poco de ti? Pareces tensa y no quiero que lo estés —declaró.
Mi ansiedad se estaba disparando. Sus niveles no eran correctos y me vi en un callejón sin salida al elegir una contestación que lograra salvarme de esa conversación.
—No hay mucho que contar —observé el suelo bajo mis pies descalzos—. Mucho menos algo que pueda interesar a un hombre como tú.
Lo escuché tragar con fuerza y me aferré al recipiente de cristal, hecha un manojo de nervios.
—Un hombre como yo ... —distinguí el nacimiento de una carcajada poco amistosa—. ¿Y cómo crees que soy? Sorpréndeme —invitó a que compartiera mi análisis—. No. Mejor aún —se acomodó sobre el colchón, buscando una mirada que yo le negaba fervientemente—. Si aciertas, te diré algo que no sepas sobre mí.
Ese juego me recordaba a algo macabro. Junghyun ansiaba un tira y afloja entre ambos. Quería ver por sí mismo cómo me defendía cerca de un hombre que tenía la sartén por el mango. Yo me dije que debía mantener la compostura a toda costa, pero mi límite se acercaba a una velocidad vertiginosa y no guardaba ases en ninguna parte.
Estaba bien jodida, sí.
—El señor Choi no tardará en regresar. Puede ... —pero no me dejó terminar.
—¿Quién ha dicho que mi intención sea encontrarme con él? —el calor de su cuerpo era equiparable al de una intensa llamarada que amenaza con tragarse un montón de madera—. Vamos. Podemos hacer esto divertido, ¿no crees? —su insistencia no era rival para mi frágil resistencia.
Decir que estaba acorralada era quedarse corto, por lo que no me paré a pensar en la delicada situación que se me presentaba y hablé.
—Eres ... El hijo mayor de una familia bien posicionada —una afirmación en absoluto arriesgada.
—Por favor, Yeong —me recriminó haber elegido el camino seguro—. Los dos sabemos que puedes esforzarte más —no le faltaba razón para asegurar aquello.
Mis dedos, cansados de abrazar aquella copa con demasiado ímpetu, se tomaron un merecido descanso.
No podía denegarle nada a un cliente. Esa era mi condena y mi condición siempre que alguien entraba a la habitación que llevaba mi nombre. Lo pagaría con creces si no realizaba lo que me pedía porque Jeon Junghyun no estaba siendo amable. Su voz demandaba y eso significaba que no se encontraba allí para obtener un mero sondeo de la puta cara de Choi JaeHo. Se atenía un plan que solo me revelaría cuando las cuerdas estrangularan mi yugular, asesinas.
—Te gusta tener el control de lo que sucede a tu alrededor.
Noté un tick en el ojo. Los cerré, tratando de recomponerme por dentro.
—¿Tanto se nota? —se carcajeó, divirtiéndose—. Joder, vale. Ahí me has pillado. Veamos ... —se golpeó un par de veces el muslo mientras pensaba—. Me considero una persona bastante observadora. Al menos lo suficiente observadora como para ver cosas que otros no detectarían —fue algo superficial, pero escuché la burla escondida tras su voz—. Te toca.
—Debería avisar a ...
—Te toca.
Su mano derecha cayó en mi pierna.
Se me revolvieron las tripas. Una sacudida, un despropósito que nadie merecía sentir.
—Te preocupas por tu familia —el picor de la mentira entumeció mi lengua.
—Esa ha sido buena —su risa me resultaba odiosa—. Sí, adoro a mis padres, aunque tengo especial debilidad por mi hermano —mentiroso, embustero—. Ah, dudo que sepas esto: recientemente lo he visto más feliz, más ... Más amable incluso. No conmigo, claro —todavía se atrevía a bromear con la felicidad de Jungkook—. Y estoy seguro de que detrás de ese cambio de humor hay una mujer. Vosotras —subió la mano más. Rozaba el borde de mi bata—, las mujeres, hacéis maravillas en nosotros, ¿sabes? —se inclinó sobre mí, remarcando la diferencia de altura, pero no me encogí cuando su aliento de fumador empedernido desordenó mi cabello—. Y me gustaría entender qué has hecho con mi hermanito.
Me levanté al segundo de sentir esa presión en la parte interior del muslo. No quería sus malditas manos en mi cuerpo.
—Qué tipo de servicio quiere —dije, rechazando la pantomima que había orquestado.
El sonido metálico de un mechero intentando encender un pitillo me agujereó el tímpano. Cómo no.
No tardó mucho en prender el cigarro y exhalar la primera calada. Su copa estaba en el suelo y él bastante tranquilo. Sabía que no podía huir de él. Probablemente saboreaba más ser el ingeniero de mi calvario aquella noche que llenarse los pulmones de una sustancia adictiva como la nicotina.
—Lo que le das a él —no pude evitarlo y posé mi mirada en su rostro. Sonrió, encantado con mi reacción—. ¿Qué pasa? ¿No puedes o no quieres? —rodeó el extremo del cigarro con la boca, pareciéndome incluso más repulsivo—. Se supone que eres la mejor chica de Choi JaeHo y me prometió que te desnudarías para mí —comentó mientras se guardaba la tabaquera—. Hazlo —y lo hice. Me retiré la bata, dejando al descubierto mi corpiño y las bragas de encaje negras a juego—. ¿Lo ves? No es tan complicado —a pesar del asqueroso sentimiento que me atizaba el esternón, no me zafé de su agarre. Junghyun colocó la mano en mi cintura, como si estuviera valorando si ese pedazo de carne valdría la pena—. Las putas como tú no sabéis de lealtad ni de sentimientos.
¿Vas a aguantar esto, Yeong? ¿Tolerar que el hermano de Jungkook te trate como una tonta? ¿Que te haga sentir como lo hace Jae? ¿Darás bandera verde a su desprecio? Eres más que eso. No lo olvides, por favor.
—Qué sabrás tú de sentimientos —mi voz se derramó sobre él, que me contemplaba con la incredulidad desfilando en sus pérfidas pupilas.
Por primera vez en mucho tiempo, no me arrepentí de haber dicho lo que sentía. Aunque ese hombre me golpeara, se lo debía a la Yeong que apenas comenzaba a vivir. Protegerla era todo lo que me quedaba.
Sus uñas se clavaron en mi costado y me arrastró hasta que las rodillas entraron en contacto con la tela de sus pantalones de marca. Estupefacto, se quitó el pitillo de los labios y, entrando en cólera, decidió que empujarme contra la cama era la mejor idea. Ponerse encima de mí, por si pretendía escapar.
¿Escapar? Quiero hacerlo, pero no puedo hacerme pequeña delante del verdugo de Jungkook. Mostrar debilidad frente a alguien así implica firmar una sentencia que no se revoca nunca. Aprendí eso de Jae, que se aprovechó de mis inseguridades y de mi miedo al abandono.
Una vez pude caer, pero no dos. Esa chica ingenua e inocente no habría mirado a los ojos de Jeon Junghyun después de atacarle de aquella forma.
Mi vaso rodó por el suelo junto con un sordo sonido. No se rompió, aunque el líquido rojizo debió extenderse bajo la cama también.
—Repite eso —sellé mi boca, enfadándole más. Recuperó la sonrisa. La emoción le recorría unos rasgos finos y atractivos para cualquiera menos para mí—. Conque esas tenemos, ¿eh? —sin soltar el cigarro, empleó la misma mano en sostener mi quijada—. Dímelo a la cara. Reconócelo —me animó—. Sé que tienes una relación con él. Os he visto —dejé de respirar—. ¿Comprendes ahora en qué situación estás, cariño? Porque puedo aplastarte y arrastrar al estúpido de Jungkook contigo.
Me zumbaban los oídos.
Imaginaba que tenía algún tipo de información sobre Jungkook y sobre mí, pero procesar que no me había equivocado en esa prematura apuesta me destruyó de mil maneras distintas.
—Estás loco —escupí.
—¿Yo? —preguntó con escepticismo—. Los dementes sois vosotros. ¿Pensaste que te saldría bien la jugada? Solo eres una oportunista del montón que ha enganchado al hermano débil, pero no tienes ni idea de la familia con la que te has metido—pretendía romper mi mandíbula con las yemas de sus dedos—. Doy una orden y estás fuera. Totalmente fuera.
Recogí algo de aire.
No te dejes amedrentar. Da miedo. Pánico. Pero has soportado golpes peores. Resístelo.
—Lo entiendo —murmuré.
Enfoqué bien la maldad en esos ojos negros. Un par de desconocidos que intentaban superar la bondad que denotaba Jungkook en cada mirada.
No. No estás a su altura. En absoluto, Jeon Junghyun.
—Buena chica ...
El humo me asfixiaba. Él se agachó, repartiéndolo por mi rostro adrede. Justamente cuando se propuso bajar y besarme, mis palabras retumbaron en la habitación como el mazo de un juez.
—Entiendo que Jungkook no te soporte —especifiqué, enardecida.
Le molestó, le jodió más de lo que demostró, pues sus facciones se endurecieron. Esa falsa sonrisa no podía sepultar la ira que le generaba mi arrogante actitud.
—Ahí está —unos perlados dientes me saludaron dentro de la nube contaminante que formó al reír—. Quieres matarme, ¿no? Me gustan esos ojos —me soltó la barbilla, pero aquella tensión no se esfumó de mis huesos—. Ahora veo por qué JaeHo no te suelta. Tienes más sangre que el resto. No puedes ocultarlo cuando tocan lo que quieres y amenazan con quitártelo.
Y apagó el cigarro en la piel de mi hombro.
Se me cristalizaron los ojos. Junghyun lo vio. Sin embargo, no importaba cuánto hundiera el papel quemado porque no le di ni un motivo para pensar que me lastimaba de verdad.
Lo manejé en silencio, recuperando viejos recuerdos de palizas y torturas mucho más sanguinarias. Una quemadura de menor grado ya no bastaba para hacerme gritar. Solo quería llorar por lo que estaba ocurriendo. Por Jungkook. No necesitaba otra jodida razón por la que enfrentarse a su hermano.
Junghyun no me ofendía solo a mí. También calumniaba a su hermano pequeño.
Las cenizas se quedaron ahí, en mi piel enrojecida, mientras la herramienta con la que me había apuñalado deliberadamente rodaba hasta perderse en las sábanas limpias.
—No tienes lo que hace falta —denuncié, atenta a su repentino retroceso.
Tomó cierta distancia y empezó a desabrocharse los pantalones. El truculento sonido de la cremallera hizo mella en mi pecho. Yo, inmóvil, no se lo expresé. Callé que la bilis trepaba por mis intestinos.
Sé fuerte y traga, Yeong.
—Continúa —me apremió, sacándose la hebilla dorada que hacía de cinturón—. Estás consiguiendo que se me ponga dura en un tiempo récord, vamos ...
—Un capullo como tú no tiene huevos para amenazar a nadie —me mordí la lengua, consciente de lo que iba a provocar en él—. Por eso tu padre no te toma en serio.
Lo siguiente que vi fueron las sábanas blancas. Un blanco impoluto que, por suerte, no se manchó con ninguna gota de carmín rojo. Ese bofetón podría haberme roto el labio sin problema alguno, pero no estaba destinado a ser así y tan solo recibí un duro guantazo. La marca sería más visible a la mañana siguiente, desde luego.
—Deberías aprender cuál es tu sitio —ladró él.
Firme, rivalicé con su cortante mirada.
—Jungkook no te importa ... —mi voz amenazó con temblar, así que paré y me estabilicé, humillada de pies a cabeza—. ¿Qué ganas haciéndole daño? Me das pena y asco ...
—¿Vas a darme lecciones de moralidad? ¡¿Tú?! —gritó, tan irritado que sus ojos parecían henchidos de sangre hirviendo—. Abre las piernas —las mantuve cerradas, de nuevo aterrorizada—. ¡Ábrelas, joder!
Ese segundo gruñido se proyectó de un modo excelente contra mi barrera protectora y flaqueé. Detectó el tambaleo al instante, logrando hacer palanca y separar mis muslos violentamente.
—Hijo de ... —quise decir en un arrebato.
Mi error consistió en apartar la vista. No podía verle ahí, con esos aires de animal enfurecido, a punto de embestir y destrozarme. El energúmeno subido sobre mí anhelaba esa destrucción y yo tiritaba de puro miedo porque nada ni nadie me habría preparado para un momento escabroso, malsano, como el que experimentaría en cuestión de segundos.
¿Cómo se lo contaré? ¿Cómo reaccionará cuando sepa que su hermano mayor ha sobrepasado la línea de lo decente conmigo?
Atrapó mis mejillas entre su pulgar e índice, forzándome a encajarlo de frente.
Mis lágrimas le enorgellecían. Hacían crecer su hombría.
Maldito enfermo.
—No, no ... Mírame a la cara —demandó—. No soy menos que mi hermano. Una aventura no es nada para mí. Con él puede funcionar, pero yo no soy Jungkook —aunque eso lo intuiría cualquier conocido de la familia Jeon, disfrutó diciéndomelo. Para él era una victoria personal—. Yo no me conformo con tan poco. Quiero más que eso. Quiero follarte ese espíritu rebelde que tienes y dejarte sin nada —esclareció sus intenciones más podridas y las gotas en mis lagrimales se hicieron espesas, enturbiando la reducida visión de la que disponía—. Porque no eres nada, querida. Nada.
Tiró de mis bragas. Se rasgó parte del elástico cuando intenté forcejear, pero no conseguí más que un par de arañazos en las caderas.
—Si yo no soy nada, entonces tú ni siquiera tienes derecho a respirar —dije, ciega a causa de las lágrimas.
—No te confundas —esa mueca me produjo arcadas—. Puedo ser tu peor pesadilla si no haces lo que digo.
Sentí su polla contra mis pliegues y realicé un último esfuerzo por no venirme abajo.
—¿Mi peor pesadilla? —una gota resbaló, descendiendo por el rabillo de mi ojo izquierdo. Con la vista un poco aclarada, apreté los dientes—. No le llegas ni a la suela de los zapatos.
Jae no dudaría en infringirme todos los castigos existentes para acabar matándome si supiera lo que tengo con Jungkook. Tú solo eres capaz de imponerte a una mujer por la fuerza bruta, violando como el buen demonio a medio hacer que eres, Jeon Junghyun. Si no fueras el hermano de la persona que amo, no habría derramado ni una maldita lágrima. No habrías obtenido nada de mí.
—Ya ... —se insertó en mí, pero no separé los labios y maté el gemido de dolor a tiempo—. Pues voy a disfrutar de su zorra preferida, así que espero oír tus gritos, Kim Yeong —su sonrisa acompañó la embestida inicial.
—Ni lo sueñes —le gruñí, rota.
Me penetró con rabia. Una oleada de aguijones cercenó mi sexo, siendo aquella la vez que más sufría por tener relaciones sexuales con alguien. La balanza estaba desequilibrada a su favor puesto que mi mente daba tumbos, de un lado hacia otro, tan fragmentada que había quedado irreconocible. No podía recomponerse antes de la siguiente penetración, más ruda y desagradable que la predecesora. El aliciente perfecto para que un depravado de su talla siguiera empujándome contra esa cama que conocía todos y cada uno de mis secretos. Secretos de los que me avergoncé hasta aquella noche, cuando Junghyun tintó las paredes de oscuras y siniestradas tonalidades. Ningún otro maltrato estuvo a la altura de lo que acepté mientras él jadeaba a mi oído y lamía mi garganta.
Un único resuello salió de mí cuando me aferré a las sábanas. Iba a correrse dentro de mí.
La pintura negra del desmayo picoteó mis globos oculares. Un instante más tarde, solo un agudo pitido me recordaba que la vida se agarraba mi cuerpo, una cáscara vacía, injustamente. Perdí el conocimiento durante algunos segundos y lo recuperé en el jodido momento en que Junghyun se apoderaba del orgasmo. Mi silencioso llanto se prolongó un rato más. Al parecer, no le bastó con observar mi palidez de cerca y, tras pegar su boca a la mía en un repudiable acto de posesividad, se decantó por una vista privilegiada de mi espalda.
El semen me resbalaba por los muslos.
Mordí la tela de la ropa de cama, llorando como una niña.
Perdóname por esto, Jungkook. Perdóname, por favor.
Los minutos de sufrimiento activo concluyeron. Después de venirse varias veces, Junghyun se alejó de mi cuerpo inerte. Yo me limité a esperar como quien aguarda que las manecillas del reloj den la hora de un descanso eterno. Me recogí las piernas y los brazos, escuchando el tintineo de su cinturón.
Mis paredes internas se quejaban de la vejación a la que se habían visto sometidas de repente.
Apoyé la mejilla en una zona empapada por lágrimas que ya habían perecido en mi cara, dejando un rastro de estrías enfermizas y de un tono casi violáceo por culpa de lrímel corrido. Color que combinaría muy bien con la huella de su mano cuando esta decidiera mostrarse en unas horas.
Mis poros lloraban sangre. Sangrar, aunque no hubiera sangre que lo demostrara. Solo dolor. Un dolor sin parangón que me erosionaba el vientre.
—Es por tu bien —se estaba subiendo los pantalones, de pie, al borde de la cama—. Deja a Jungkook o será más doloroso de lo que puedas imaginarte. Dudo mucho que a Choi le guste compartir un diamante en bruto como tú, pero si te olvidas de mi hermano, nadie tiene por qué enterarse de que jugáis a las casitas juntos, ¿verdad? —me cubrí el pecho, demasiado expuesto tras haber contenido uno de sus desesperados arrastres—. Hazte un favor y salva ese culo que tienes. Muchos tíos te lo agradecerán —me provocó náuseas oírle decir aquello—. No merece la pena que te juegues el cuello por un crío. Volveré pronto y espero que haya cambios para entonces. Y a Jungkook ni una puta palabra —tenía la vista puesta en mí, pendiente de la insolente contestación que le preparaba discretamente—. Respóndeme.
La palabra que desgastaba mi garganta acabó por abandonar también esa boca seca que había retenido unos besos desarticulados y vomitivos.
—Lárgate —mi exigencia era clara.
Risas graves y perturbadoras rebotaron de una esquina a la otra. Mi embotada cabeza no agradecía el escandaloso sonido. Lidiando con el irritante ruido, guardé total silencio a partir de entonces.
—Es gracioso. Hablas como si te quedara algo de orgullo ahí dentro —su burla era de lo más hiriente—. Acéptalo, Yeong. Solo sirves para esto —me despreció, tan cruel que no concebía cómo era posible que se hubiera criado junto a Jungkook, bajo el amparo y la protección de la misma madre—. Pasa una bonita noche y recapacita antes de que sea demasiado tarde.
Cerró la puerta y yo me abracé la barriga.
Luchar contra las ganas de llorar nunca fue más difícil. No obstante, lo resistí y me concentré en orientar mi respiración para que no me jugara una mala pasada. Los ataques de ansiedad no solían golpearme de aquella forma, pero no quería arriesgarme, así que estuve monitorizando mis exhalaciones durante un corto período de tiempo.
Con la pegajosa tranquilidad de que todo había acabado, me incorporé en la cama. El espesor de su semen todavía estaba ahí, impregnado en las sábanas. Por lo tanto, me aparté del lugar de los hechos.
Trastabillé al levantarme, más torpe de lo usual, y vi en el espejo la imagen de una chica extraña. No la reconocí. No era yo. El maquillaje corrido y el endeble temblor que me atizaba los músculos gritaban que esa persona no se correspondía con la mujer que llevaba mi nombre. Ya no me identificaba con ella y comprobar que había vuelto a esa rutina de hombres y sexo indeseado hizo que huyera de mi propio reflejo, escondiéndome en el cuarto de baño anexo con el propósito de asearme mínimamente.
En algún momento, mientras me limpiaba el rímel de los pómulos, la angustia volvió a mi estómago junto a la imperiosa necesidad de salir de esa habitación. Del hotel que propició el maldito encuentro entre Junghyun y yo. Era la única manera de olvidar cómo me tocó. La lujuria de su mirada me anestesió las manos y el algodón se me resbaló de los dedos.
Vestirme a toda prisa y coger mi bolso del suelo fueron mis siguientes movimientos. No recordé que el libro de Namjoon y mi teléfono seguían sobre la mesita del tocador.
Puse el piloto automático, ignorando por completo las preguntas de los guardias de seguridad que flanqueaban las salidas del segundo piso. Tampoco tenían la potestad para detenerme, por lo que me dejaron marchar sin más. No me importaba que JaeHo hubiera vuelto. Ni siquiera sabía si ese era el caso porque solo pensaba en escapar de allí antes de que un nuevo problema me extrajera las fuerzas de cuajo.
Estoy agotada. No quiero más problemas. No quiero más decepciones. ¿Es mucho pedir? Su hermano me amenaza y me ultraja como si no tuviera unos sentimientos que proteger de tipos como él. Como si estuviera hueca.
¿Por qué no puedo estar bien? ¿No es suficiente con haberme visto reprimida durante años?
El ambiente húmedo de la calle abanicó mi rostro.
Al principio no supe qué hacer exactamente, pero la pintura de un taxi aparcado frente al hotel concibió mi impulso.
Sentada en los asientos traseros, el taxista me preguntó acerca del destino al que debía llevarme. La dirección de Jungkook patinó por mi lengua. Apenas logré contenerla. Alguien que podía tener tratos con Jae no podía saber del único lugar en el que me sentía segura. Así pues, le dije una calle cercana a la casa de su Taehyung, imaginando que esa opción era mejor que ir con Namjoon. Si mi hermano se enteraba de la razón por la que me temblaban las manos no quería imaginar cuál sería su determinación.
El camino en coche fue demoledor. El recuerdo de Jungkook en ese mismo cuarto, meses antes, tratándome mejor de lo que creí merecer, contrastaba duramente con la ausencia de cortesía de la que Junghyun había hecho uso. Esa brutalidad disparó mi vómito, que subió demasiado rápido, quemando mi laringe. El malestar me apuñaló el estómago y empecé a llorar otra vez.
Si el conductor vio mi estado o no significaba poco. Más bien nada.
No mostró ningún indicio de preocupación cuando mis breves sollozos inundaron el vehículo. Pese a su eterno silencio, cuando llegamos a la calle señalada y me dispuse a sacar la cartera de mi bolso, el desconocido aseguró que el gasto del trayecto corría a su cuenta. Me conocía, igual que el resto de trabajadores, y la imagen estoica que siempre me había perseguido no se correspondía con el fantasma opaco que viajaba en su coche.
¿Pena? ¿Empatía? ¿Repulsión? Una perspectiva que me hacía sentir más arrinconada y desdeñada que nunca.
Me bajé tras agradecerle el gesto.
Era plena noche y el barrio de Tae no se movía ni un ápice. En la penumbra de la calle, apenas iluminada por unas farolas aquí y allá, el motor del taxi mantuvo mis sentidos a flote.
Solo tenía que doblar un par de calles para llegar al edificio, pero fue un maldito suplicio. Pequeñas pintas negras florecieron en mis ojos después de unos segundos de esfuerzo físico. Desmayarme en mitad de la calle no era mi intención. Por ello, aceleré mi ritmo y alcancé el portón de Taehyung que, para mi alivio, algún vecino había dejado medio abierto.
Mi visión enturbiada no ayudaba a que la cabeza me diera un respiro. La notaba a punto de explotar. Ni una bomba estaba a su nivel y lo confirmé cuando la puerta de su casa se abrió ante mí, cegándome.
Temí haberme equivocado de piso porque mi orientación estaba en el subsuelo a esas alturas, pero un desconcertado Jimin me recibió en la entrada.
—¿Yeong? —exclamó.
Empujó más la puerta con tal de darme la bienvenida.
—Jimin-ah ... —mi saludo sonó lento, tardío.
—¿Qué haces aquí tan tarde? —me sujeté a la pared y él avanzó para servirme de apoyo, empezando a preocuparse por mi salud—. ¿Te encuentras bien? —apenas percibí la presión de sus dedos en mi brazo derecho.
Joder. La necesidad de vomitar se hizo más intensa. Me forcé a echar la cabeza hacia arriba mientras tragaba con toda la suavidad que podía.
—¿Yeong? —ubiqué a Tae, que había seguido a Jimin. Escucharme bastó para que saliera al pasillo—. ¿Qué pasa?
Ahogada por la bilis, logré articular unas pocas palabras a mi mejor amigo.
—Necesito ... Necesito usar tu baño —le comuniqué en voz baja.
Tae se acercó a mí, sujetándome también de la espalda. Miró a Jimin, que tampoco entendía la situación, y me fue guiando hacia el interior de su casa.
—¿Mi baño? Claro, pero ... —crucé el umbral—. ¿Estás mareada? ¿Es eso? —inquirió.
Se estaba asustando más y más, pero, por mucho que quisiera eliminar ese miedo de su cara, solo podía caminar y resultó que ni siquiera podía hacerlo sin tambalearme de izquierda a derecha.
No me encontraba nada bien. Eso era evidente.
—Un interrogatorio no va a servir de mucho, Tae —dijo Jimin—. Apóyate en nosotros.
Me ayudaron a entrar en el baño y, una vez allí, me desplomé de rodillas frente al retrete. Jimin dijo algo que mis oídos no captaron. Un molesto ruido en mi cabeza tapaba la conversación que ellos mantenían.
Empecé a vomitar a los segundos. Tae debía estar tan bloqueado por verme de aquella forma que esperó de pie, tratando de asimilar qué mierda estaba ocurriendo conmigo. Fue Jimin quien se arrodilló a mi lado y me recogió el cabello, un gesto que no fui capaz de agradecerle porque estaba demasiado ocupada en echar cualquier alimento, sólido o líquido, que aún viviera en mi estómago.
—¿Es grave, Yeong? —escuché la pregunta de Tae, demasiado lejana a pesar de que él aguardaba a mi espalda—. ¿Deberíamos pedir una ambulancia?
Todo se me cayó encima. Esa aparente resistencia que empleé para huir del hotel ya no existía. Se evaporó en unos minutos, dando lugar a una desestabilización alarmante.
Me agarré al retrete. Ese agrio y repugnante sabor subía de nuevo por mi garganta.
—No ... Solo ... —mi balbuceo provocó una reacción en Jimin.
—No te sobreesfuerces, por favor —rogó, tocándome la nuca.
Las gotas que escapaban de mis ojos se perdieron con una nueva oleada de vómitos. Casi no podía sacar la voz de lo más profundo de mi pecho.
—Llama a Jungkook ...
No sabía cómo explicarle nada de lo que pasó entre su hermano y yo, pero ... Pero no soportaría ocultárselo, así que me rendí ante esa vergüenza que trepaba mis entrañas y les expresé lo único que me calmaría.
—¿A Kookie? —repitió Taehyung.
—Por favor ... —tosí, sofocada—. Llámalo. Necesito que venga —mi sollozo quebró el aire a nuestro alrededor—. Lo necesito aquí ...
—Taehyung-ah, avisa a Jungkook —Jimin no dudó en cumplir mi deseo—. Tiene que venir ya. Yo me quedo con Yeong. Vamos —empujó a su amigo.
Me tendió un pedazo de papel con el que pude limpiar los restos de mis labios y barbilla.
—Vuelvo en un segundo —prometió.
Con Jimin acariciando mi espalda, vertí un elevado porcentaje de los líquidos que almacenaba. A ese ritmo, terminaría deshidratándome. Ojalá hubiera podido parar. Las arcadas debían molestarle, pero no se alejó de mí, mascullando diferentes palabras de ánimo durante aquellos pesados minutos.
Tae no regresaba todavía cuando me aparté un poco del retrete, jadeando.
—Jimin ... —lo llamé.
El sabor ácido en mis papilas gustativas hacía que también me desagradara el simple hecho de hablar.
—Dime, preciosa —noté que sus dedos retiraban algunos de mis mechones.
Me inflé con una buena bocanada de aire. El cuarto giraba muy rápido y estar allí tirada no me salvaba de aquel terremoto interno. Era inhumano.
—Tiene que perdonarme ... —farfullé—. Después de esto, yo ... —me quedé sin energía para vocalizar.
No estaba en mi rango visual, sin embargo, la mirada de Jimin tuvo que reflejar una aprensión durísima. Porque ... Cómo no sentirse aterrado tras escucharme decir algo así al tiempo que tiritaba a pesar de ser pleno verano.
—¿Es que no conoces a Jungkook? —se enfocó en transmitirme todo su cariño—. Te perdonaría cualquier cosa. Si es que hubiera algo que perdonar, claro —explicó, un tanto escéptico—. No estés así, ¿vale?
—Esto no —meneé la cabeza—. Le va a destrozar ...
Estaba horrorizada ante la idea de que Jungkook me culpara en cierto modo de lo sucedido. Aunque fuera imposible, esa parte de mí latía mucho. Daba vértigo.
Mis lágrimas no cesaban. No importaba lo que intentara Jimin para tranquilizarme, pues el útero se me resentía con cada contracción de mi pecho. Él lo notó. Notó que me estrangulaba a mí misma. Los pensamientos nocivos limaban cuanto había progresado esos meses.
—No te preocupes, Yeong. Ninguno de nosotros parará hasta que tengáis vuestra propia casa y dos o tres niños correteando por todas partes —ese intento por suavizar mi agitado nerviosismo falló estrepitosamente, pero se lo agradecí entre gimoteos—. Confía en mí —nuevas toses avivaron esa angustia contra la que luchaba—. Despacio ... Recuerda respirar, ¿eh?
Mi apreciación temporal fue destruida y no supe distinguir si habían pasado cinco minutos o media hora. Solo era consciente de que me dolía el vientre y de que el borrón en mis pupilas avisaba de un inminente desmayo.
Y, entonces, el timbre me golpeó de lleno. Estaba limpiándome las comisuras cuando lo atrapé con mis obstruídos tímpanos.
—¿Dónde está?
Ni siquiera entendí cómo demonios su voz llegó a mí, pero lo hizo. Milagrosamente, lo hizo.
Alertada de su aparición en el piso de Tae, quise volverme. Jimin me ayudó, pero no conseguí más que tragarme la angustia, sentada en el frío suelo.
—En el baño, con Jimin —le indicó Taehyung después de cerrar la puerta principal.
Unos segundos y el dulce olor de su champú sustituyó el ardor en mis fosas nasales. Por el sonido de sus deportivas, supuse que el miedo no le había dado tregua ni para descalzarse antes de cruzar el hogar de nuestro mejor amigo.
—Jungkook-ah ... —gemí, llorosa.
Mi labio inferior se estremeció y Jimin lo dejó pasar al reducido espacio.
—Estoy aquí, noona —abrió sus brazos para mí—. Ya estoy aquí.
Me enganché a su camiseta negra. No podía levantar la barbilla y mirarle a los ojos, aunque lo necesitaba más incluso que respirar como era debido. Necesitaba sacarme de una maldita vez ese par de hoyos negros que su hermano me obligó a observar durante gran parte de la violación y eso no ocurriría hasta que me perdiera en los suyos.
—Voy a desmayarme ... —conseguí decir.
Jungkook me besó la sien. El calor de sus manos nunca fue tan refrescante, tan afectuoso. Otro sollozo huyó de mi resentida boca, poniéndole sobre aviso.
—¿Esperaste a que llegara para desmayarte, cariño? —le habría sonreído de haber tenido un mínimo control sobre mis facciones.
—Estoy muy mareada ... Creo que... —me tropecé al hablar.
—Lo sé —pegó los labios a mi cabello revuelto—. Buen trabajo, mi vida —cumplimentó mis esfuerzos y yo me abracé a su torso—. Eso es ... Vale, ya te tengo ... —dijo, con sus dedos sosteniendo mis pantorrillas y mi espalda—. Cuidado con la cabeza —se giró para que pudiera apoyar la mejilla en su hombro—. Agárrate a mi cuello, Yeong —esperó pacientemente a que lo hiciera—. Hyung, abre la puerta. Voy a levantarla —les avisó—. Te llevaré a la cama de Tae, ¿de acuerdo? —emití un sonido de aprobación—. Podrás descansar en un momento.
Ya estoy descansando, Jungkookie.
Imaginé que se refería a Jimin, aunque también creí ver a Taehyung. De repente, Jungkook me cogió en peso y pensé que no me lo merecía, que no me merecía algo que había anhelado toda la noche.
El mundo dio múltiples vueltas cuando comenzó a caminar hacia fuera.
La culpa se apoderó de mi voz rota, sintiéndome como un ser despreciable por no haberme negado en rotundo a que un hombre que formaba parte de su vida más personal se aprovechara de su posición para ... Para ...
—Lo siento mucho ... —me lamenté, refugiada en su cuello sudado.
—¿Sentirlo? —reaccionó al instante—. Nadie siente esto más que yo. No debí dejarte sola hoy —el enfado estaba naciendo en su fuero interno—. Ese cabrón de Dongwook no ...
Pero no es Dongwook el que me ha dejado así, Jungkook. No fue él, sino tu hermano. Tu hermano mayor. Ese al que no quieres dirigirle la palabra por su comportamiento egoísta.
Algo se encogió en mi corazón, rasgando varias venas, ensangrentando mi organismo.
Sus palabras se extraviaron en el corto viaje hasta el dormitorio de Tae y caí en la oscuridad más absoluta.
⚖️⚖️⚖️
Hello 🤙🏻🤙🏻
Bueno, ya se sabe cuál es el primer tropiezo fuerte en la trama 🙂
El puto de Junghyun violó a Yeong y la amenazó con sacar a la luz su relación con Jungkook. Sin comentarios, y eso que soy yo la autora 🤡
Btw, el capítulo hoy ha salido un poco más tarde para Latinoamérica porque en España hubo un cambio de hora esta madrugada pasada (se retrocedió una hora) y, aunque para mí siguen siendo las once y media de la noche, para el resto serán ya las doce 😅
Bien, ahora que ya se está poniendo negra la cosa, lo mejor será que lo deje a vuestra imaginación porque quién sabe cómo se tomará Jungkook lo que ha hecho su hermano 😐
Nos vemos la semana que viene, si no hay ningún problema uwu
Os quiere, GotMe 💜
30/10/2022
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