43
Yeong
—Yeong-ssi, el señor Lee está aquí.
—Que pase —dije en alto.
Aclaré mi garganta después de hablar y me levanté del tocador, deseando con todo mi corazón que Lee Dongwook hubiera puesto su firma en los papeles pertinentes, tal y como JaeHo había buscado esa primera mitad del año. Si hubieran cerrado sus tratos durante la reunión previa, sería mucho más desestresante y fácil para mí aguantar la noche sin perder los nervios.
No sabía si las intenciones de ese hombre habrían cambiado o si me vería en la tesitura de subir a la cama para cumplir sus demandas de nuevo, así que estaba tensa. Él también lo vio al pasar el umbral y descubrirme allí, de pie y cruzada de brazos.
—Buenas noches —saludó primero.
—Buenas noches —moví ligeramente la cabeza.
El personal del hotel cerró la puerta. Ya solos, el crudo silencio de mi habitación hizo que se guardara las manos en los bolsillos. El ambiente era frío a pesar de las altas temperaturas que rondaban la ciudad durante esa época.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó él.
Me miró a los ojos, como si no tuviera nada de lo que avergonzarse.
—Muy bien —le ofrecí una corta y forzada sonrisa—. Gracias por preguntar. ¿Y usted? —analicé el suelo durante un par de segundos—. ¿Ya ha llegado a un acuerdo con el señor Choi?
—Sí. Todo está arreglado —me comunicó, pausado.
—Me alegro —mi brevedad era alarmante.
No quería pasar tiempo con él. Estaba más nerviosa de lo que pretendía, pero me era inevitable. Las escenas de aquella noche me nublaban la vista, pues no se trataba únicamente de cómo me trató Lee Dongwook, sino de la llegada de Jungkook, de todo lo que sucedió a raíz de esa situación, incluyendo la paliza que me llevé cuando Jae se enteró de que su futuro socio no había caído en la trampa.
Que hubieran solventado sus diferencias en el ámbito de los negocios era todo lo que necesitaba para respirar con algo más de soltura. Ya no tenía la presión de convencerle sobre un tema del que conocía apenas un par de datos.
—Yeong-ssi —me devolvió a la realidad y no tuve más remedio que contemplar su semblante de arrepentimiento—, ¿la incomodo?
—¿De verdad tengo que responder a esa pregunta, Dongwook-ssi? —se lo lancé como una jabalina, directa a matar.
Comprendió al instante que me encontraba a la defensiva, y no era para menos.
Bajó un poco la barbilla, meditando. Llevaba una barba más notable que la última vez que nos vimos. Debían haber pasado un par de semanas desde que se la afeitó. A decir verdad, parecía incluso más cansado que en la exposición, más mayor, a punto de colapsar, pero esa apreciación no me hizo más indulgente con él.
No me moví ni un ápice cuando se disculpó.
—Discúlpeme.
—¿Disculparle por qué, exactamente? —espeté, rígida.
—Por nuestro primer encuentro —escuché cómo tragaba saliva, gesto acompañado de la subida de su manzana de Adán—. No debí tocarla sabiendo lo que la obligan a hacer en este sitio.
Usted también me obligó. No lo olvide.
Relajé la postura, aceptando que no había venido con los mismos objetivos que en aquel entonces. En lugar de mantener mis brazos cruzados contra el pecho a modo de escudo, los aparté para tomar mis manos desnudas. La ausencia del anillo no me daba fuerza alguna, pero debía sacarla si pretendía sobrevivir a aquella charla y salir victoriosa.
—Puedo perdonar su asqueroso comportamiento, pero no olvidarlo —lo escruté fijamente—. Espero que lo entienda.
—Claro. Me lo merezco —apoyó el peso de su cuerpo en la pierna contraria—. Aunque no es solo ese perdón el que me gustaría conseguir de su parte —añadió al final.
—¿Otro perdón? —le regalé una mueca de disgusto—. Ser ambicioso cuesta muy caro, señor —la pesadez sobre sus hombros era notoria y me apiadé de él solo por esa vez—. ¿De qué se trata?
Más que una interrogación, sonó como una demanda, una exigencia para que me fuera completamente sincero. Ya había dado demasiados rodeos y vueltas a mi alrededor. Comenzaba a agotarme. Si bien no quería juzgarlo de antemano ni poner tantas normas entre ambos, la sensación de su correa estrellándose en mi piel no me abandonaba. En absoluto.
Si bajaba la guardia, estaría pecando de estúpida. La benevolencia no era algo que se hubiera ganado por méritos personales y yo no iba a otorgarle tanto sin saber la verdad detrás de sus ojos tristes.
—Le he mentido —reconoció.
Sencillo y cortante.
Tras revisar su forma de mirarme, me giré. Solo en ese momento me permití suspirar, pues no podía averiguar lo débil que me sentía antes de tiempo. Lo camuflé como mejor pude al caminar hacia mi tocador.
—¿Quiere algo de beber? —cogí un vaso limpio del mueble de caoba.
—Un whisky bien cargado, por favor —escuché sus suaves pisadas y, a través del espejo, comprobé que solo había avanzado un par de metros en mi dirección. Seguía lo suficientemente lejos—. Usted ya lo sabe.
Leí entre líneas y deduje que se refería a su falsa identidad. Sin embargo, me hice la tonta al respecto. No iba a actuar como una chica despreocupada y abierta para un hombre como él, en torno a quien únicamente giraban incógnitas de lo más desagradables.
—¿Saber el qué? —vertí el líquido en el vaso.
Tuve que ayudarme de mi mano izquierda porque la derecha me temblaba a ratos.
—Que soy un farsante —dijo, desaprensivo.
Vaya. Parece que no quiere alargarlo mucho.
—¿Que lo sepa cambia algo? —decidí que no servía de nada fingir desconocimiento.
Apoyé la botella con whisky en la mesa y coloqué su cierre en silencio. Hacer mutis no estaba entre mis actividades favoritas con ese tipo de personas. Había ganado bastante confianza en mí misma los últimos meses. Mi objetivo era plantarle cara, nada de ceder ante una tregua aunque él me tendiera la mano. Y no fui capaz de perpetuar la agresividad en mi discurso. No estaba tranquila siendo tan borde y apática.
—Yo diría que lo cambia todo —afirmó—. ¿Puedo sentarme?
Me giré con el vaso en la mano. Dongwook señalaba la cama, esperando mi respuesta.
—Claro —asintió, agradecido. Se acercó más a mí, acomodándose al borde del colchón. Me adelanté para que cogiera la bebida—. Tome.
—Gracias —lo sostuvo con cuidado de no rozar mis dedos en el proceso—. ¿Usted no bebe nada? —inquirió.
—El alcohol no me agrada especialmente —y me senté en el pequeño sillón de mi tocador, dándole la cara.
—Ya veo —susurró.
Dio un largo trago. El alcohol debió quemar su laringe o eso imaginé a raíz del gesto que puso después de ingerirlo. ¿Necesitaba calmarse? ¿Tanto le avergonzaba hablarme con la verdad por bandera?
—¿Tengo que desnudarme o prefiere hablar de esa supuesta mentira? —mi curiosidad le desconcertó, pero no me inmuté—. Entienda que debo hacerle la pregunta.
Mi trabajo se basaba en atender a cualquiera que entrara a ese cuarto y, si Lee Dongwook pedía un sexo más humano y civilizado, yo no era nadie para negarme a ello.
—Siga vestida —se ocupó de desatar su corbata, respirando un poco mejor—. Me comprometo a no dejar que se repita ningún escenario en el que se sienta coaccionada u obligada a nada. Le reitero mis disculpas —terminó de decir.
—De acuerdo —me había quitado una montaña de preocupaciones de encima aunque él no fuera consciente. No había mantenido muchas relaciones sexuales con invitados y demás clientes de Jae últimamente y me dolería hacerlo porque, desde que Jungkook y yo seguimos avanzando, me sentía aún más sucia intimando con otros hombres—. Y no se preocupe; reviso a diario si han colocado algún dispositivo de escucha. Hoy estamos solos —le hice saber—. ¿Tengo que revisar su ropa también?
Se sacó la chaqueta, levantó los puños de su camisa y me permitió revisar tanto el cuello de esta como el dobladillo y los bolsillos de sus pantalones. Limpio.
—No estoy aquí para meterla en un lío, Yeong-ssi —dijo, sentándose de nuevo.
—Lo escucho —agarré mis manos.
Y escuché todo lo que tenía que explicarme.
En realidad, me mantuve callada durante su extenso monólogo. Transcurrió más de media hora y, en ese período de tiempo, me contó acerca de su puesto en la policía secreta, tal y como nos advirtió Yoongi-oppa. Por supuesto, yo no le dije por qué razón conocía aquello ni quién me lo había soplado. Nunca traicionaría la confianza de aquellos que habían arriesgado su propio cuello por ayudarme.
Su alegato, a pesar de que en ningún momento lo dijo literalmente, se fundamentó en asegurar que era de los buenos.
Un agente encubierto que se hacía pasar por un heredero multimillonario para atrapar a Choi JaeHo con las manos en la masa y encerrarlo. Porque eso hacen los polis buenos, ¿no? Meter en la trena a los malos.
Si fuera tan fácil de creer, me habría encantado hacerlo. Si dudar de ese tipo fuera imposible, para empezar, no nos veríamos en dicha situación, con él relatándome cuánto se arrepentía de haberse comportado como un odioso ricachón del montón conmigo mientras le lanzaba miradas que juzgaban hasta la manera en que se agarraba los dedos y hacía crujir sus nudillos.
Me aseguró que el estrés le traicionó en aquella ocasión, que vio la oportunidad de desfogarse y lo hizo, aunque fuera en contra de sus ideales y de todo aquello por lo que luchaba a diario.
Quise creerle. Si no lo hacía, todas sus declaraciones irían condicionadas por el daño que me causó, a nivel físico y mental, así que no me quedaba otra opción.
Según Dongwook, el trato que estaba cerrando con Jae pondría a este en una fea posición dentro de unos meses y que, al ponerse nervioso, sería mucho más sencillo cogerle in fraganti. Además, estaba llevando a cabo una fructífera investigación gracias a nueva información que recibía todas las semanas. Información que comprometía más y más a Choi JaeHo. Varias personas cercanas a él habían empezado a cansarse de estar a su sombra en el mundo empresarial y tenía esperanzas de que más de un gran nombre traicionara a mi carcelero.
Pensé que Yoongi-oppa podría estar detrás de esas filtraciones sin saberlo siquiera, pero no se lo planteé y procesé el resto de sus palabras.
—¿Y por qué debería confiar en usted? —formulé cuando terminó su historia—. Puede enseñarme una placa o un documento que contraste su verdadera identidad, pero eso no significa que todo lo que acaba de decirme sea cierto. Podría estar utilizándome para tener una cabeza de turco si JaeHo descubre algo de lo que intenta —razoné.
—Sé que ... —trató de hacerse pequeño y vulnerable a mis ojos.
—No voy a ser su chivo expiatorio ni el de nadie, Dongwook-ssi —frené su justificación, molesta por el lugar en que me dejaba después de escupir su verdadero plan.
—Y no quiero que lo sea —frunció el ceño.
Pero no podía recriminarme esa frivolidad porque había salido de la incertidumbre más absoluta para, de repente, autoproclamarse como el salvador. Y los dos allí sabíamos que no había hecho nada por mí, por denunciar o despreciar las artimañas de Jae. Nada.
—Está bien —exhalé—. Entonces, ¿qué quiere que haga yo en todo esto? ¿Por qué me ha contado su plan sin tener la seguridad de que no iré a él y lo delataré? —esa idea le turbó la mirada, pero estaba ahí y me veía con la valentía de validarla—. Podría hacerlo.
Nunca vendería a alguien al mejor postor. Un mejor postor conocido más bien como Choi JaeHo, claro. Incluso si era un hombre que no me inspiraba apenas confianza, no guardaba tanta maldad ni resentimiento como para arrojarlo a los leones. Salvar mi culo no era mucho en comparación a tener la conciencia tranquila el resto de mis días.
—Yeong-ssi, le debía una disculpa —estaba decidido a convencerme de su buena fe—. Y esa disculpa no sería sincera si no le hubiera dicho quién soy o cuáles son mis intenciones. No voy a pedirle nada a cambio —negó mientras se aferraba a su dedo corazón—. Creo que esa es la única prueba que necesita para fiarse de mí. No la conozco, pero, precisamente usted, por lo que sé —paró para que yo pudiera entender algo más—, es la persona que más ha sufrido los desvaríos de Choi JaeHo. No la involucraré en una guerra que no ha pedido. Sería injusto que lo hiciera y ya ... —respiró hondo—. Ya he sido muy injusto con usted.
Su voz parecía genuinamente sincera.
—Debe sacar algo de esto —argumenté en su contra.
—No. No saco nada —no perdía la paciencia conmigo—. Estoy dejando que juzgue si merezco seguir en este mundo de mierda. Puede ir a él y decirle todo. No la culparé por querer salvarse. Todos aquí lo hacen —afirmó, resignado a ser traicionado no solo por mí—. Es el instinto natural de supervivencia, supongo. Si no soy yo, será otro el que acabe con la base de la corrupción de nuestro país. Tenga eso en cuenta —no tembló al declarar aquello—. Solo soy un peón más. Da igual cómo acabe porque los registros están ahí y, en el caso de que se deshagan de mí, otros vendrán y continuarán hasta sacarlo de su torre de marfil —me observó, impasible—. No es eterno. Todos moriremos y el hombre que le hace la vida imposible no es una excepción, ¿sabe?
Ninguno de los dos podía adivinar cuándo ocurriría eso, pero, ciertamente, no ganaba nada contándome sus motivos. Me amparé en su sentido del deber, en que fuera cierto y no una maldita trampa que escapaba a mi entendimiento.
—Me ha investigado, ¿no es así?
Ante mi interrogativa, Lee Dongwook se mostró un poco desorientado. ¿Creía que era tan estúpida como para pensar lo contrario?
—Es parte de mi trabajo —me lo admitió, cabizbajo.
No me cabía duda alguna de que debía haber rebuscado en mi pasado hasta constatar que, al menos de cara a la documentación, estaba libre de cualquier tipo de acusación o delito. Esa información podría serme de utilidad y, al fin y al cabo, quien más perdería si uno de los dos abría la boca era él.
—¿Tan importante es que confíe en usted? —quería que me respondiera sin bajar la cabeza.
No era un niño a punto de recibir su castigo y yo no iba a tomar el rol de niñera bajo ninguna condición.
—No la obligaré a hacerlo, pero me ayudaría mucho —sus ojos como lanzas hundiéndose en los míos—. ¿Yeong-ssi, es usted religiosa?
La religión. ¿Había aportado algo a mi vida un concepto ufano e impreciso como ese? No. Ni una miserable gota de misericordia.
Imperturbable, le respondí de la manera más objetiva que acerté a ofrecer.
—No. La verdad es que no —mantuve mi mirada en las oscuras bolsas negras que caían bajo sus orbes negros.
—Yo sí —reveló ese lado católico que habría esperado de cualquier hombre menos de él— y sé que no habrá perdón que me exima de todo el daño que estoy causando ahora mismo —se sinceró. Había verdadero dolor en su rostro—. Haría que este teatro fuera más llevadero: saber que usted confía en la parte humana que todavía tengo es más significativo de lo que piensa —apartó la seriedad por un segundo y el amago de una sonrisa iluminó ligeramente su pálida tez—. Este trabajo es muy traicionero y solitario.
Ponerme en sus zapatos se sentía mal, desagradable. Llevar una máscara y no poder ser sincero consigo mismo me recordaba a una etapa que todavía no había superado por completo. Unos días fríos a los que no quería regresar, así que ... Aunque mi mente dijera lo contrario, elegí ser fiel a lo que mi corazón decía, no sin antes reclamar aquello que me interesaba.
—Su informe ... —mi estómago revuelto no era una buena señal, pero pude calmarlo—. ¿También incluye a mi familia?
—Así es —asintió.
Se estaría preguntando la razón por la que quería saber hasta qué punto había llegado esa indagación sobre mí y sobre mi entorno, pero, lógicamente, no escindiría ningún camino a un hombre que continuaba siendo un peligro en potencia para mí y para los chicos.
—Déjelo junto a la información que haya conseguido esta semana. Sé que le llegará a la persona adecuada —no profundicé en el asunto, protegiendo a Min Yoongi—. Si lo hace, no dudaré de su propósito —le expresé mi ultimátum.
No titubeó porque era consciente de que sería la única oferta que obtendría de mi parte.
—Tiene mi palabra —se tocó el puño de la camisa.
—Muy bien —me puse en pie, acto que él imitó tras un par de segundos—. ¿Algo más? —mi invitación implicaba que no deseaba prolongar el encuentro.
Ya habíamos hablado de lo más relevante y seguía notándome extraña en su presencia. Lo indicado era acabar con la reunión. Jae podría aparecer sin avisar y habría que dar demasiadas explicaciones por las prendas de vestir que ocultaban satisfactoriamente mi cuerpo al invitado.
—No. Nada más —se abrochó la chaqueta—. Gracias por atenderme.
No nos dimos la mano y él respetó mi angosta despedida.
—No hay de qué —encajé mis dedos, los unos contra los otros, formando una barrera entre el señor Lee y yo por segunda vez—. Espero tener noticias suyas pronto.
—Yo también lo espero —se inclinó, mucho más cortés de lo que la situación requería—. Que pase una buena noche —y se encaminó hacia la puerta.
Apenas tocaba con las yemas el picaporte cuando volví a pronunciarme.
—Dongwook-ssi —me miró, con ese aura de cansancio orbitando sobre su persona—, buena suerte.
Que no estuviera segura de su voluntad no quería decir que fuera una desaprensiva de manual con él.
—Gracias —sonrió brevemente.
—Buenas noches.
Salió del cuarto, cerrando tras su paso.
Una temblorosa respiración escapó de mi boca.
Ya está, Yeong. Ha ido bien. Te habías preocupado por nada.
Regresé a mi asiento frente al tocador. Un minuto más tarde, con mi corazón latiendo a un ritmo normal, contemplé mi reflejo en el espejo.
Lo has hecho, así que tranquilízate y manda ese mensaje. Jungkook debe estar esperándolo.
Jae vendría pronto, por lo que perder el tiempo no era una opción.
Fui hasta mi bolso, apoyado a un lado del mueble del tocador, y saqué el móvil. La pantalla, sin notificación alguna, me dio la bienvenida. Desbloqueé el teléfono con mi fecha de cumpleaños, como siempre, y entré en la aplicación en busca del chat con mi hermano mayor. Era el segundo más reciente.
Ya dentro, redacté los mensajes, tal y como lo habíamos hablado antes. Algo que no desatara las alarmas de JaeHo si alcanzaba a ver dicha conversación algún día.
Nam, ¿estás durmiendo ya?
22:54 p.m.
Namjoon no se iba a la cama antes de medianoche, pero la falta de una respuesta me empujó a teclear la siguiente frase.
Solo quería decirte que el libro que me prestaste es más interesante de lo que pensaba. Me está salvando de una noche larga y aburrida 🥱
Descansa 💜
22:55 p.m.
Los mensajes le habían llegado. Así me lo confirmaba el doble tick.
Decidí esperar un poco. No tenía nada más que hacer si Jae decidía ignorarme el resto de la noche. Durante la espera, tomé también el volumen del que hablaba en los mensajes. Empecé a leerlo esa tarde, pero los nervios no me permitieron continuar la lectura y lo aplacé. Leer con la ansiedad por las nubes no era recomendable ni mi actividad favorita.
Mi móvil vibró sobre la mesa y yo abandoné el párrafo al que tan solo le había dedicado un par de minutos.
Aquí estoy, hermana
Te lo dije. Sabía que te gustaría 🤓
El cuarto capítulo es increíble 👌🏻
22:59 p.m.
El último mensaje me hizo sonreír porque había terminado ese capítulo durante aquel corto descanso. Me dispuse a alabar su puntería.
Ah, justo acabo de ...
Pero no concluí. Ni siquiera pulsé el botón para enviarlo.
Otro mensaje en la parte más baja de la pantalla se llevó toda mi atención.
Noona, ¿está todo en orden?
23:00 p.m.
Un segundo. Dos, tres, cuatro. Al quinto, esas cinco palabras fueron eliminadas.
El hormigueo en mi vientre se acentuó y mis labios se tensaron en una sonrisa que denotaba anhelo. El mayor anhelo que tendría que combatir nunca.
La librería cerraba a las nueve de la noche y los domingos no abrían al público. Era domingo.
¿Por qué no estaba en casa ya? Bueno, esa pregunta tenía una sola respuesta que conocía perfectamente y que hacía doler mis comisuras.
¿Lo has leído?
23:00 p.m.
Pero no se refería al capítulo, aunque reconocía que la estrategia era inmejorable.
Escribí mi contestación y ahogué una risa.
Sí, lo he leído. La narración es una maravilla. Está todo en orden. No sobra ni una mísera coma 👍🏻
23:01 p.m.
Utilicé su misma expresión para que supiera que había leído a tiempo.
Estuvo escribiendo durante unos segundos.
¿Puedo llamarte? Ese libro merece uno de mis brillantes comentarios 😏
23:01 p.m.
Y ahí estaba su impaciencia. Por no hablar de lo penoso que era su intento de hacerse pasar por Nam. Aunque su ternura ganaba por goleada.
Suspiré, temiendo que Jae apareciera.
No es un buen momento
Mañana mejor
23:02 p.m.
Mañana mi turno empieza a las nueve
23:02 p.m.
Y termina a las dos y media. Lo recuerdo, Jungkookie.
Sonreí más.
Lo sé. Te llamaré a primera hora <3
23:02 p.m.
Vale 😊
Buenas noches, Yeong 💍
23:03 p.m.
No podía ser más descarado y adorable al mismo tiempo. Era hipotéticamente imposible.
Descansé los hombros y dejé el teléfono delante de mí. La pantalla bajó el brillo a los veinte segundos, pero no se apagó porque un nuevo mensaje entró antes.
Me recliné para leerlo.
Agh, putos emoticonos
23: 03 p.m.
Su reacción arrancó las carcajadas del fondo de mi garganta. Olvidaba cuánto odiaba nuestras muestras de afecto, incluso cuando estas iban implícitas en un simple e inofensivo emoji.
🫰🏻
Ese mejor
23:04 p.m.
Bromista, jugué un poco con él.
¿A quién le mandas un anillo?
¿Qué me he perdido? 🤨
23:04 p.m.
Nada, nada
Fue un lapsus. Personalidad múltiple controlada 🫡
23:04 p.m.
Suavicé mis risotadas por precaución.
Podía imaginar la mirada asesina con la que había obsequiado a Jungkook después de recuperar su teléfono móvil.
Claaaaro 🤥
23:05 p.m.
Hice una pausa.
Os quiero
23:05 p.m.
Joder, no podría vivir sin sus tontas interacciones y actitudes radicalmente opuestas.
Agh, puto teclado
Te quiero, oppa (。'▽'。)♡
🫰🏻🫰🏻
23:05 p.m.
Mi imitación y posterior zalamería le provocó una sonrisa y los kilómetros que nos separaban no bastaban para encubrirla.
Estoy rodeado de lameculos 🖕🏻
23:06 p.m.
La conversación acabó así, sin más bromas ni juegos a tres bandas. Fue demasiado corta, pero alivió bastante mi estrés. Diría que me lo quitó de un plumazo. Ya le agradecería a Nam por aceptar que nos comunicáramos a través de él. No era nuestro método más habitual para hacerlo, no obstante, había servido bastante esa noche.
Más calmada, crucé mejor la tira de mi bata de satén negro y pasé más de media hora leyendo. Jae no apareció por allí. Tampoco quería verle. Simplemente, traté de pasar desapercibida para todas y cada una de las personas que rondaban por el edificio. Me aislé en la habitación y devoré varios capítulos más del libro en el amable silencio que me proporcionaban esas cuatro paredes.
Si Jae estaba ocupado con algo, la decisión más sabia era quedarme quietecita donde no le molestara. Eso hice, pero, sobre las once y media, el repiqueteo de unos nudillos golpeando la puerta me sacaron del aislamiento que yo misma había creado.
—Adelante —di paso y cerré el libro tras colocar el marcapáginas.
Uno de los empleados del hotel asomó la cabeza. No abrió mucho la puerta, pero las bisagras rechinaron igualmente.
—Yeong-ssi —me saludó.
—¿Ocurre algo? —le pregunté, pues ese tipo de intromisiones no solían producirse.
El chico corrió a negarlo, casi nervioso.
—El señor Choi no se encuentra en el hotel ahora—eso explicaba la tranquilidad que respiraba por una vez—, pero ha llegado el señor Jeon y pide verla. ¿Es un problema? —esperó mi contestación.
¿Por qué no marcharse a casa después de estar con mi hermano? Creí que había disipado sus dudas, que la conversación le había arrebatado cualquier miedo a que Lee Dongwook hubiera cruzado la línea durante nuestro encuentro en privado. Aunque, pensándolo bien, Jungkook querría comprobarlo con sus propios ojos. Especialmente después de que, días atrás, le hablara sobre ese negruzco presentimiento del que no lograba alejarme.
El impulso de sonreír estuvo cerca de revelar algo al joven que me observaba desde la puerta del cuarto.
—No. No necesito el permiso de JaeHo si se trata de él —le expliqué, a lo que movió la cabeza, satisfecho—. Dile que venga.
Se fue al segundo, dejándome esbozar esa sonrisa en paz.
No hacía falta que se tomara las molestias de venir. Además, tenía que madrugar al día siguiente, pero no podría echárselo en cara porque entendía su preocupación y disfrutaba de ella. Que me cuidara tanto no sería motivo de mi enfado nunca.
El ruido de unos pasos me llegó desde el pasillo. Con la puerta entreabierta, abandoné mi asiento, dispuesta a tirarme a sus brazos en cuanto entrara. Tres días enteros sin mirarlo a los ojos se habían convertido en toda una penitencia y me encargaría de decirle cuánto había echado de menos unos pocos minutos a solas.
Aparté el libro hacia la esquina del tocador, bajando un poco la mirada por si aparecía acompañado de aquel empleado.
De espaldas a él, oí el rechinar de la puerta y, sonriente, escruté su figura a través del alto espejo.
Pero no era su figura, ni su ropa, ni su rostro el que me tropecé al alzar la vista. El vidrio distorsionaba un poco mi percepción, lo deformaba suavemente, sin embargo, ese pequeño inconveniente hacía que viera a otra persona en lugar de Jungkook. Era otro. Otro hombre que, por desgracia, no tardé en ubicar como miembro de la familia Jeon.
Sus ojos negros no resplandecían. Solo denotaban un recelo que rivalizaba con lo siniestro de su aura.
El traje de corbata negro, su cabello engominado hacia atrás y la retorcida sonrisa que se desdibujó en los labios de Jeon Junghyun me petrificaron.
Recordé las palabras de su madre:
"Su hermano mayor no se parece en nada a él. Solo un poco en el físico".
No había ningún rasgo que me ayudase a ver a Jungkook en ese hombre. Únicamente la lejana estela de un parentesco que se caía a pedazos cuanto más lo miraba.
"Cuídate de Junghyun. Está en medio de una tonta guerra con Jungkook y no me gustaría que te vieras involucrada".
¿Involucrada?
Joder.
Eomeoni, ya estoy metida hasta el cuello.
🌹🌹🌹
Bueno, creo que ya podéis deducir que el próximo capítulo no será bonito en absoluto 🙂
No voy a decir mucho más. Últimamente estoy poco habladora y si a eso le sumamos que todavía tengo que terminar una práctica de la uni esta noche, creo que me voy a ir volando 三三ᕕ( ᐛ )ᕗ
Espero que os haya gustado el capítulo y que esperéis con muchas ganas el siguiente ♡
Os quiere, GotMe 💜
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