40
Yeong
La velada acabó pasadas un par de horas. Sobre la una y media, los primeros asistentes se despidieron y salieron del salón reservado. Nosotros observamos su marcha a un lado de la sala y la señora Jeon le sugirió a su hijo que deberían imitar a esas personas antes de que se hiciera más tarde.
Jungkook asintió a la petición de su madre y se despidió de Jimin y Hana cuando estos declararon que querían decir adiós a unos conocidos que estaban a punto de irse también.
Quedando solos, la señora Jeon y yo salimos a la recepción. Jungkook nos siguió de cerca, pero no se detuvo junto a nosotras y escapó para buscar a algún empleado que trajera su Mercedes del aparcamiento.
Lo perdimos de vista muy rápido, en pocos segundos. Una solitaria pareja preguntaba acerca algo al recepcionista, por lo que teníamos bastante intimidad. Jeon Heejo aprovechó aquella despedida como, seguramente, había planeado en secreto.
Acarició mi brazo con afecto y, en mi inocencia, creí que me besaría la mejilla antes de despedirse, sin embargo, separó sus labios y dijo algo que no había previsto en absoluto.
—Yeong, cariño —sonrió, dulce—, la próxima vez, ven a casa, ¿de acuerdo?
¿Ir a su casa? ¿Qué significaba eso?
Con el semblante turbado, puse mi mano encima de la suya y traté de leer entre líneas.
—¿Qué quiere decir? —inquirí, contrariada.
Sus comisuras se estiraron más y vislumbré un destello que me encogió el estómago.
¿Ella ...?
—Lo que quiero decir —empezó a explicarme— es que espero que te presentes adecuadamente. Hablaré con Jungkook sobre eso, tranquila —dio pequeños toques al dorso de mi mano.
El pánico se me agrupó en el fondo de la garganta, dificultando mi elección de palabras después de entender de qué estaba hablando aquella mujer.
—¿Usted ...? —me estremecí.
Su risa se desencadenó al mirarme a la cara y ver que todo color había huido de ella. La seriedad marcaba cada una de mis facciones, declarándome culpable de las acusaciones que no se atrevía a formular en voz alta.
—¿De verdad pensabais que lograríais engañarme? —la ofensa en su tono era divertida, risueña—. Estos ojos han visto mucho, querida, y, más importante aún: yo lo traje al mundo —palpó mis dedos para que no me desmayara de golpe—. Sabía cuándo era él quien había roto una de mis figuritas de porcelana por ser el niño más despistado del barrio y, por suerte, sigue siendo transparente para mí. Habría perdido facultades si no veo a un hombre enamorado, especialmente si ese hombre es mi hijo —me relató, sin perder la sonrisa—. Además, no es la primera vez que veo ese anillo —y lo rozó con sus yemas.
No éramos muy descuidados, pero esquivar una mirada como la de su madre resultaba impensable. Porque ella quería a su hijo, se preocupaba por él y revisaba que todo a su alrededor marchase debidamente. Engañar a JaeHo, por ejemplo, siempre sería más sencillo porque, al final, su aprecio también estaba camuflado bajo capas y capas de mentiras. Ni siquiera podía considerarse similar al cariño que desprendía la señora Jeon mientras me examinaba.
Mi sensatez estuvo alerta desde que Jimin nos presentó. Acabaría por ver lo que nos unía a Jungkook y a mí, pero no pensé que sucedería tan pronto.
—Yo no ... No era mi intención ... —me tropecé con esa deficiente justificación que ni siquiera había premeditado.
—Oh, no, no —se resistió a escuchar mi tartamudeo—. No me debes ninguna explicación. También sé que debe haber una razón de peso si no ha podido decírmelo —también había deducido aquello y me sentí horriblemente mal por no poder ofrecerle una mejor carta de presentación. El picor en mis ojos avisó de unas lágrimas inminentes—. Entiendo que vuestra situación no es fácil, pero puedes contar conmigo, sea lo que sea —empatizó a ciegas y vio la humedad en mis lagrimales—. No llores, por favor —su pedido habría sido mucho más fácil de cumplir si no hubiese sido comprensiva con la historia de una chica a la que apenas conocía de unas horas—. Arruinarás tu maquillaje —me advirtió.
El apoyo que me transmitía no tenía precio y me habría gustado que supiera cuánto se lo agradecía. Si mi voz no temblara más que una hoja, se lo habría hecho saber.
—Señora Jeon ...
—Llámame 'eomeoni' la próxima vez, ¿está bien? —me propuso, amable—. Incluso Jimin lo hace —recordó, ensanchando su sonrisa.
¿Así se sentía tener a una madre? Aunque su presencia no fuera incondicional, que ella me estuviera aceptando como parte de su familia era más de lo podría desear nunca.
—Gracias por entenderlo —logré expresarle mi gratitud.
Me sujetó la mano con más fuerza, impidiendo que me inclinara ante ella.
—Ni su padre ni su hermano sabrán nada, pero cuídate de ellos, ¿de acuerdo? —me informó con cuidado de que nadie más que yo escuchara su revelación—. En especial de Junghyun —dijo, apesadumbrada—. Está en medio de una tonta guerra con Jungkook y no me gustaría que te vieras involucrada.
Le honraba conmunicarme los problemas familiares que existían entre sus hijos. Aunque ya conocía esas diferencias, fue un bonito gesto que me lo dijera para evitar un mal mayor.
—No se preocupe. Tendré cuidado —aguanté las lágrimas y observé que Jungkook cruzaba las puertas correderas del edificio—. Yo ... Yo amo a Jungkook. Espero que lo sepa —el apretón de sus dedos contestó.
—Lo sé. He visto muchas cosas hoy y no dudo de tus sentimientos hacia él —apreté los dientes, aliviada de que no me hubiera malinterpretado—. Cuídalo. Ese es tu deber ahora —me señaló.
Él estaba a pocos metros cuando meneé la cabeza de lado a lado y sonreí. Jungkook me devolvió la sonrisa, aislado de aquella breve charla que entablamos su madre y yo durante su desaparición.
—No es ningún deber, sino un regalo —corregí—. Créame.
Jungkook escuchó lo último, pero no logró encontrarle ningún sentido. Al colocarse junto a su progenitora, nosotras concluimos esa sosegada charla y nos centramos en él.
—He pedido que traigan mi coche —nos comentó. También vio que ella retiraba la mano de mi brazo—. ¿De qué hablabais? —se interesó.
—Cosas de mujeres, cariño—esquivó con maestría la curiosidad del menor. Se dirigió hacia mí y oteé la gratitud en sus ojos negros—. Gracias por acompañarnos esta noche, Yeong.
Negué, pues la única verdaderamente agradecida era yo.
—El placer ha sido mío.
Se acercó para besar mi mejilla.
—¿Te veré pronto? —temía que ese encuentro no volviera a repetirse y yo sentí la misma desazón.
—Eso espero —lo anhelaba con una intensidad que desbordaba mi cuerpo.
¿Podría llegar a hablar sinceramente con ella? ¿Podría relatarle las fatalidades que me acompañaban, debido a las cuales no tenía la emancipación necesaria para tomar de la mano a su hijo, sin jugar a las escondidas? Porque tenía el presentimiento de que lo entendería, de que me aceptaría a pesar de todas las grietas que conformaban mi vida.
—Muy bien —accedió a ese acuerdo no escrito.
—¿Quieres que te llevemos a casa, noona? —intervino Jungkook, todavía pensativo—. Podemos desviarnos un poco.
Su buena voluntad agrandó mi sonrisa.
—Gracias, pero no es necesario. Quiero despedirme de Jimin y Hana primero —le revelé mis últimas intenciones antes de poner final a esa agradable noche.
—Claro —murmuró, alicaído.
El rugido de un motor a sus espaldas empujó a su madre a revisar si se trataba del coche de Jungkook. Tras confirmarlo, acarició el brazo de su hijo pequeño.
—Ese es tu coche —indicó y empezó a andar hacia la salida—. Te espero allí.
—¿Qué? —extrañado, hizo el amago de seguirla—. No. Voy contigo y ...
—Jeon Jungkook —le nombró, decidida—, despídete de la señorita como Dios manda —dada la orden, se despidió de mí—. Buenas noches, Yeong.
—Buenas noches —me incliné, más sutil que cuando Jimin nos presentó.
Estupefacto, contempló la noble retirada de la mujer que lo trajo al mundo. Se rascó la nuca y sopesó si debía preocuparse por la calma que estaba exteriorizando. Claro, Jungkook no imaginaba que ya lo había averiguado.
—¡Salgo en un minuto! —le gritó.
Ella movió su brazo, sin volverse.
—¡Pueden ser dos, hijo!
El pesado silencio evidenció que estábamos completamente solos por primera vez en días, pero Jungkook, cauteloso, revisó que el recepcionista se hubiera volatilizado y que ninguna persona viniera desde el interior del salón que acabábamos de abandonar.
Un poco más segura de que mi voz no temblaría, lo miré derrochando todo el amor que me había prohibido revelar delante de otros. Tarea que había sido todo un fracaso, por cierto.
—Jeon Jungkook —lo llamé igual que había hecho su madre. Él dejó a un lado la exploración del lugar y concentró sus cinco sentidos en mi persona—, ¿dónde está mi despedida? —me mofé.
Apenas un instante después, la fuerza de sus manos en mi cintura atentó contra la estabilidad que había logrado recopilar. Sus labios me atacaron sin piedad alguna y lo único que pude hacer fue agarrarme a él, a su chaqueta, como si me dejara la vida en ello.
Agonizaba en mi boca. Sentía que sus impulsos se desbocaban, que no medía los movimientos de su lengua. No recordaba haber percibido esa agresividad desde la primera vez que tuvimos relaciones. La desesperación acompañaba esos fogosos besos, así que no fue nada raro que, cuando conseguimos separarnos mínimamente, parte de mi pintalabios rojo estuviera esparcido por sus comisuras.
A mis ojos, el vivo color parecía atraerme más y no lo contuve. Como si estuviera persiguiéndolo, volví a besarle. Esa segunda ronda de roces succionó tanto mis labios como las lascivas ideas que relampaguearon de repente en mi mente. No obstante, esas espesas gotas no se esfumaron, ni siquiera cuando Jungkook jadeó.
—He deseado hacer esto toda la noche ... —declaró, incapaz de alejarse de mí ni un maldito centímetro. Un último beso le ayudó a diferenciar esa ansiedad con la que lo tocaba. Alertado, tomó mi mejilla en la palma de su mano, examinando mejor mi lacrimosa mirada—. ¿Por qué siento que vas a llorar? —juntó sus cejas, leyéndome demasiado bien.
Exhalé, liberándome de todas las cadenas que no me habían permitido ser sincera hasta entonces.
Aferrada a sus costados, tironeé de su chaqueta negra y una tonta sonrisa iluminó mi semblante, confundiéndole.
—Debemos ser los peores actores del mundo ... —me reí al pensar en cómo se habría sentido su madre siendo la espectadora de aquella pobre función en la que hacíamos de desconocidos.
—¿Por qué lo dices? —me preguntó, con el ceño cada vez más fruncido.
No di más rodeos. Tampoco teníamos mucho tiempo antes de que saliera por la puerta que ya había atravesado su acompañante.
Él me robó un beso, suplicando que se lo explicara.
—Tu madre lo sabe —le dije.
Escéptico, se negó a creerlo. Debió pensar que estaba tomándole el pelo.
—¿Lo sabe? Es imposible que lo sepa ... —pero mis ojos llorosos reconocían que esa era la pura verdad—. ¿No te estás quedando conmigo, Yeong? —insistió.
—¿Me ves con cara de chiste? —le repliqué, irónica.
Parecía que caminaba sobre una mullida masa que me mareaba a cada paso. Para evitar aquella sensación de desorientación, me refugié en su boca. Él me sostenía con fuerza, por lo que ese mareo no creció demasiado. En realidad, lo besé porque había añorado hacerlo. Cualquier excusa que pusiera no era cierta. Solo quería olvidarme de aquel sitio, de la tensión que se agarrotaba en mis músculos y de que su madre ya conocía el secreto que tanto habíamos intentado proteger.
¿Lo descubrió cuando Jungkook se arrodilló para calzarme los tacones de Hana? ¿O lo vio mientras bailábamos?
Se relamió a las puertas de mi boca, asimilando que no era ninguna broma.
—Hablaré con ella —expresó con decisión.
Como si pudiera decidirlo. Como si su madre no fuera a preguntarle por más de una cosa cuando entrara en el coche, completamente acorralado y sin más opción que decirle la verdad.
—Claro que lo vas a hacer —no me cabía ninguna duda—. Nada más subirte al coche, diría yo —reprimí un poco la sonrisa, pero él la devoró en un ágil beso. Empujé su pecho, creando una pequeña abertura—. Aunque no te hará muchas preguntas. Solo las necesarias —asentí, intentando convencerme a mí también de que no indagaría mucho—. Ya imagina que se lo hemos ocultado por algo.
Por la palidez que bañaba su rostro, entendí que sus nervios habían saltado.
Ir esa noche del brazo de su madre, sabiendo que yo estaría allí, fue una operación arriesgada desde el minuto cero, pero no inviable. Que hubiera fracasado estrepitosamente le había arrancado el color de la tez y yo, sintiéndome algo culpable, acaricié sus esponjosos pómulos antes de depositar dos besos cortos en sus labios entreabiertos.
Querría haberle tranquilizado con palabras, sin embargo, Jungkook se impuso a la situación. Su mano derecha trepó por mi espalda hasta la zona que el vestido ya no ocultaba con el propósito de percibir el calor de mi cuerpo.
—Joder ... Vale. No pasa nada —murmuró, más positivo—. Iba a ocurrir igualmente, así que ... —agitó la cabeza, controlando su nerviosismo.
Agradecí que lo aceptara con aplomo y madurez. Tendría que enfrentarse a posibles cuestiones que no podría responder aunque deseara hacerlo y sabía que su mayor miedo era que su madre no quedase conforme con las explicaciones que le diera, pero una voz me decía que esa mujer no pondría en un aprieto a su hijo y quise que la confianza también envolviera su espíritu. Que lo afrontara con entereza.
—Quiere que me presente de manera oficial —le comuniqué—. Sé que no puedo hacerlo, pero es ... —mi suspiro bañó su mentón—. No sabes el peso que me he quitado de encima, Jungkook ...
Sonriendo, disfrutó del alivio que denotaba mi voz.
—Solo cuatro horas y ya te adora. ¿Cómo lo has hecho? —comentó, burlón. A cambio, le propiné un suave golpe en el pecho que agrandó más su preciosa sonrisa—. Este vestido te queda genial. ¿Te lo había dicho ya? —se desvió adrede para que mi sonrojo saliera a escena de nuevo. Se inclinó, pretencioso, y fusionó su boca con la mía—. Ojalá pudiera ver lo que hay debajo —codició un grado superior de intimidad.
Tras pellizcar mi labio inferior, puse mi brazo entre ambos a modo de palanca.
—Yo preocupándome por ti y tú saliendo con eso ... —su risita estuvo cerca de ablandarme—. Lárgate ... —lidié con sus atropellados besos—. Tu madre está esperando, vamos ...
Un gemido ahogado mío le invitó a hundirse en mi cohibida cavidad, como si no estuviéramos expuestos a los curiosos ojos de alguna señora que se marchara a casa del brazo de su marido.
—Cinco segundos más, noona ... —no fueron cinco, sino quince, pero ni una queja más salió de mí. La concentración que ponía en besarle anulaba cualquier intención racional. Además, no fui yo, sino Jungkook, quien rasgó aquella sigilosa despedida—. Te veo el jueves —musitó antes de soltarme y comenzar a caminar hacia atrás.
Quedé a la deriva, igual que un barco al que le han despojado de las cuerdas que lo sujetan a su astillero y es arrastrado por la marea, lenta y cruelmente.
Mis comisuras palpitaban cuando me crucé de brazos, intentando despedirme de él sin avivar las lágrimas que había aplacado durante aquellos minutos de descanso.
—Hasta el jueves, Jungkookie.
Andaba de espaldas para mirarme hasta el último momento, hasta que sus dedos rozaran la puerta de cristal y tuviera que girarse.
—Descansa, ¿vale? —mi afirmación llegó a la misma vez alcanzaba aquella maldita cristalera.
Estábamos demasiado lejos. Observé cómo se volvía, rechazando mi imagen.
—Buenas noches —no lo oyó y, entonces, caí en la cuenta—. ¡Límpiate los labios! —exclamé.
Ya tenía un pie fuera del edificio cuando se enfrentó a mi retirada figura en la distancia.
—¡Yo también te echaré de menos! —su sonrisa me despidió y, un segundo después, se encaminó hacia la carretera.
Su madre vería el color rojo recorriéndole la boca y él pasaría un momento vergonzoso, pero no me sentí pesada ni atemorizada porque ella lo sabía. Sabía que ese adiós implicaba algo más que palabras.
Lo sabía.
A lo mejor lo supo todo el tiempo.
No estaba segura, solo ... Solo notaba una liberación enorme y una paz a la que me habría acogido durante horas si hubiese sido posible.
—No tiene remedio ... —y dejé ir una carcajada.
Permanecí en la recepción durante varios minutos. Algunos invitados salieron mientras yo esperaba. Todas esas personas eran desconocidas para mí hasta que, entre ellas, un par de ojos pequeños y un cabello rubio platino resaltaron por encima de los demás.
Con Jimin acercándose a mi posición, perfilé alrededor de mis labios para retirar cualquier exceso de pintalabios que Jungkook hubiera dispersado sin mi permiso.
—¿Ya se han marchado? —se pronunció.
Peiné un poco mi cabello y lo miré.
—Sí —solté un suspiro—. Creí que me iba a dar un infarto, Jimin.
A él le divirtió que esa fuera mi reacción final y se echó a reír.
—¿Qué dices? Anda, ven —tiró de mí para darme un abrazo que contuvo a duras penas el temblor del que todavía no me había librado por completo—. Le has caído muy bien.
—¿De verdad lo piensas? —le pregunté, agarrada a su espalda.
¿Qué habría pasado si le hubiese dado una mala impresión? ¿Qué habría sucedido si los nervios me hubieran traicionado y ella se hubiese marchado con una idea equivocada de quién era yo y de cuánto quería a Jungkook?
—Confía en mí, Yeong —intentó calmarme mientras repartía suaves golpecitos alrededor de mi lumbar—. Ya te considera su hija. Esa mujer es avispada, pero, sobre todo, sabe reconocer a las personas de buen corazón —sonreí, consciente de lo que quería decir con esas palabras—. Se ha dado cuenta, ¿no?
Otro suspiro huyó de mi interior.
—Me lo ha dicho antes. Ha sido muy vergonzoso ... —murmuré.
—No se habría percatado si hubieseis bailado un baile, en lugar de dos. Ni siquiera parasteis cuando quitaron la música —apuntó Jimin.
Yo me separé un poco de él, incrédula.
¿Es que nuestro sistema auditivo se atrofiaba tanto cuando estábamos juntos?
—¿Qué? ¿Es en serio? —logró asentir entre nuevas risas—. Joder, menos mal que Jae no estaba aquí ... —me saqué esa espina y sonreí junto a Jimin.
Jungkook
Le di las gracias al empleado que había traído mi coche y abrí la puerta para meterme dentro del vehículo, acompañando a mi madre, que llevaba ya unos minutos esperando.
No había ningún coche detrás de nosotros, por lo que aproveché el silencio y me acomodé en el asiento. Tras ponerme el cinturón, dejé las manos en el volante y respiré profundamente.
—Mamá, escucha ... —me giré para mirarla a la cara.
—No tienes que defenderla, Jungkook —me interrumpió ella—. He escuchado cómo hablaba de ti y he visto cómo te miraba. No me hace falta nada más —que se lo tomara tan bien me tranquilizó. Bajé los hombros, relajándome—, pero quítate bien el pintalabios, ¿quieres? —asustado, me palpé los labios y observé el color rojo que mis dedos se llevaron—. Sería un engorro que tu padre lo viera —dijo, bromeando.
—Mierda ... —maldije y busqué algún pañuelo.
Mi madre me tendió uno y, succionando mis comisuras, se lo agradecí. Bajé también el retrovisor para tener una mejor visión de mi boca. Había rastros del pintalabios de Yeong por todas partes. Ruborizado, comencé a limpiarlo.
—¿De verdad una chica como ella se fijó en el despistado de mi hijo? —se cuestionó mi madre, como si no le entrara en la cabeza que algo así pudiera ocurrir.
—Mamá ... —le repliqué, abochornado.
Me mantuve ocupado retirando el maquillaje, así que no distinguí su acercamiento ni su mano hasta que esta ya se encontraba en mi pelo. Lo peinó ligeramente y me contempló durante unos segundos.
—Crié a un buen chico y ya eres todo un hombre.
Pasé el pañuelo por última vez y me paré a pensar en lo aliviada que debía sentirse después de conocer a la mujer que le había estado ocultando ese tiempo. Yeong le había caído bien. Cabía la posibilidad de que noona tuviera todos los requisitos que ella deseaba en la pareja de su hijo pequeño, pero no le pregunté al respecto y aparté la mirada.
—Era yo el que se negaba a que lo supieras —le dije de repente—. Noona quería que te lo contara.
Esa era la pura verdad.
—¿De quién la proteges? —hizo una corta pausa—. ¿De Junghyun?
—De todo el mundo —generalicé.
Mi hermano también suponía un peligro y mamá lo sabía, de ahí su pregunta, pero no había tardado en presentársela por hyung. Debíamos ser cuidadosos con todo y eso implicaba que mi familia estuviera al margen.
—¿Puedo ayudaros en algo?
Lo aceptaba, aunque esa voluntad suya de ayudarme la empujaba a realizar aquella pregunta.
—No, pero puede que en un futuro sí —no me cerré a que algo pudiera suceder en un tiempo y mi madre fuera la única vía de escape—. Te lo diré, tranquila —acaricié su mano y ella sonrió con dulzura—. ¿Por qué me miras así? —pisé el acelerador tras comprobar que un vehículo esperaba a que nos moviéramos.
Al cabo de unos segundos, mientras me incorporaba a la carretera principal, mi madre formuló una nueva incógnita cuya solución podría imaginar sin pista alguna.
—¿Estás enamorado de ella? —su interés acrecentó mi incomodidad.
Hablar de temas tan íntimos con ella era extraño. No me disgustaba, sin embargo, temía ser demasiado directo en mi contestación.
—Sabes perfectamente la respuesta, mamá ... —intenté esconderme de sus intenciones.
—Dilo —demandó—. Quiero oírlo.
—La amo —dije, tajante—. ¿Por qué quieres que diga algo tan ...?
—Porque podrías decir que la quieres, que te gusta, que es tu otra mitad o que todavía os estáis conociendo —enumeró las diferentes opciones—, pero has dicho que la amas —aunque mis ojos estaban en la carretera, juraría que sonreía, orgullosa de mí—. Yeong dijo lo mismo y ni siquiera tuve que preguntarle —me descubrió algo que desconocía.
¿Noona dijo eso?
La ilusión de que esas mismas palabras hubieran salido de ella me embriagó tanto que no conseguí esconder la sonrisa.
—Por eso estaba tan nerviosa —dije, más para mí mismo que para ella—. Es más tímida que yo —le comenté—. Debe haberle sido difícil decirlo.
Reconocía su valor al contarle algo que guardaba bajo llave y me enorgullecía porque significaba que quería seguir avanzando conmigo. Declararle a mi madre su amor por mí marcaba un antes y un después que no había contemplado a corto plazo.
—Pero lo ha hecho —apuntó ella—. Ha hecho el esfuerzo y se lo agradezco —su modestia no era fingida, desde luego—. Jungkook —me llamó, pero yo no pude apartar la vista del frente más que un rápido segundo—, tened cuidado —me rogó.
A ciegas, agarré la mano que tenía sobre su regazo.
—No te angusties, mamá —le envié de vuelta la petición y agrandé mi sonrisa—. Estaremos bien.
Pero ella presentía que no sería tan fácil para nosotros continuar a salvo.
Narrador omnisciente
Durante aquel baile, principalmente protagonizado por parejas jóvenes, muchos ojos estuvieron puestos en todos los que se atrevieron a demostrar que sus clases privadas habían servido de algo. Entre los espectadores, Jeon Heejoo parecía muy pendiente de los pasos que daban su hijo menor, Jungkook, y la chica de la que no había sabido nada hasta esa misma noche.
Después del primer baile, una única pareja siguió en la pista, esa pareja a la que aquella señora no dejaba de mirar. Park Jimin regresó junto con su acompañante, aunque ella decidió buscar una bebida y sus caminos se separaron antes de alcanzar a la mujer con la que habían compartido casi toda la velada.
El joven se acercó a Jeon Heejoo con confianza, haciéndole compañía de nuevo. Tan pronto como se colocó a su lado, él comprendió hacia dónde se dirigían los ojos negros de la respetada mujer.
—Jimin, hijo —se colgó del brazo del chico—, dime una cosa.
—La escucho —respondió, predispuesto a lo que necesitara.
La señora Jeon parecía dudar acerca de la pregunta que oscilaba en la punta de su lengua o, más bien, de cómo la formularía. Finalmente, optó por sonar segura y directa para que él no pudiera darle una excusa cualquiera.
—Es ella, ¿no es así?
Jimin la miró, pero la mujer seguía con la mirada fija en el tranquilo baile de Jungkook y Kim Yeong. Controlando sus nervios bastante bien, titubeó.
—Eomeoni ... —murmuró, entre dientes.
¿Debía decirle que no viera señales donde no las había o hacerse el despistado? Jungkook y Yeong querían mantenerlo en secreto hasta que pudieran y no iba traicionar a sus amigos así como así, por lo tanto, no reconoció nada, aunque tampoco lo desmintió. No era capaz de mentirle a la mujer que siempre le había tratado como a su propio hijo.
—No tienes que contarme toda la historia —su comprensión sorprendió a Jimin—. Es solo que ... Sus ojos ... —desorientada, analizó más a la pareja.
—¿Los ojos de Jungkook? —inquirió él.
—No —negó—. Los de Yeong —reconoció—. Esa niña ... No sabía que una mirada podía desprender tanto amor —la señora Jeon se veía realmente sobrecogida, consternada incluso—. Nunca había visto algo así —desveló.
El chico, conmovido por esas palabras, aceptó que engañarla no era plausible. ¿Qué lograría si ya había visto el aprecio y el sentimiento que compartían su amigo y Yeong? ¿De qué serviría encubrirlos a esas alturas? Se abrazaban con tanto cariño que no se asombró de la perspicacia de aquella mujer. Incluso él, con su ceguera para esos asuntos, podía reconocer que saltaban chispas entre ellos y que la complicidad estaba presente mientras se sostenían el uno al otro.
Resopló, liberado. No le apetecía ser quien le informara de la vida privada del que sentía como su hermano a pesar de que la sangre no los vinculaba de tal manera.
—A veces yo también lo veo —no le mintió—. Como un resplandor.
—¿A veces? —exclamó, con media sonrisa en los labios—. Se nota que no has estado enamorado nunca, cariño —palpó el brazo del chico, que la observaba muy atento—. La pobre intentaba mirarme a mí y no a Jungkook para que no me diera cuenta. Es una suerte que mi hijo sea tan torpe. Él ni siquiera ha tratado de fingir —expresó—. Oh, señor ... ¿Cuándo ha ocurrido esto? —cuestionó—. Hasta hace poco jugabais en el parque juntos, y ahora ... Ahora ya sois hombres de provecho.
Jimin vio que sus ojos se cristalizaban.
—El tiempo pasa muy rápido —comentó él.
Se produjo una pausa en aquella conversación. Ambos admiraban la suavidad con la que Jungkook guiaba a Yeong y la inclinación que ella hacía perdurar, abrazándose al chico cada vez más.
—Sé que les debes lealtad —interrumpió el silencio la mujer—, como amigo de ambos, pero ... Respóndeme, por favor —le pidió a Jimin, con el corazón en la mano—. ¿Es algo serio para ella? Necesito que me lo confirmes, Jimin —le urgía tener constancia de que Kim Yeong era de fiar, aunque sus instintos le dijeran que sí—. Siento que algo no marcha bien.
Jeon Heejoo no estaba desencaminada, sin embargo, Park Jimin no tenía la potestad para hablar de todos los problemas a los que se enfrentaban sus dos amigos. Él no era el indicado para exponer esa información aunque la madre de Jungkook se lo suplicara. De tal forma, decidió tranquilizarla en la medida de lo posible.
Agarró la mano anillada de la mujer y comenzó con su plan. Un plan que, en realidad, ni siquiera debería considerarse como tal, ya que solo le diría la verdad, sin ningún ánimo de alterar su percepción de la chica que había llegado a la vida de Jeon Jungkook.
—Conozco a Jungkook muy bien. ¿Cuántos años han pasado? ¿Dieciocho? —se hizo el desubicado.
—Sí —dijo ella, recordando aquellos años—. Os hicisteis amigos en la guardería, cuando todavía vivíamos en Busan.
—Cierto —sonrió—. ¿Sabe? A mí tampoco me lo dijo al principio —empatizó con la preocupación que sentía la señora Jeon—. Tienen razones de peso para callarlo —no especificó más—. La primera vez que los vi juntos, me di cuenta de que él la amaba con locura. Yeong es más tímida, más reservada, y no la conocía demasiado, así que dudé de sus sentimientos. A lo mejor por eso que dice, por no haberme enamorado nunca —intentó quitarle hierro a su alegato—. No lo sé ... Pero hablé con ella y le pedí que cuidase de mi hermano. Cuando me respondió, comprendí la razón por la que nuestro Jungkookie es tan afortunado —estaba rodeado de gente que le quería y Jimin lo sabía perfectamente—, no sólo por tener a hermanos mayores como Tae y como yo, ni por tener a una madre como usted —la halagó a propósito y continuó—, sino por haber encontrado a una mujer como Yeong.
Ella no lo cuestionaba. Había criado a un chico con cabeza y era consciente de que Jungkook nunca entraría en una relación que le hiciera infeliz.
—¿Qué te dijo? —le preguntó.
Jimin comprobó que no despegaba la mirada de ellos y le dio la única respuesta que tenía.
—Que daría su vida por él —tras oírlo, Heejoo llevó la mano izquierda a sus labios y Jimin creyó vislumbrar cómo estos temblaban levemente. Debió arrepentirse de haber dudado de Yeong porque algo así no saldría de su boca si no quisiera de verdad a su hijo—. Y la creí. La sigo creyendo —defendió a la chica—. Eomeoni, confíe en lo que le digo —apretó sus dedos, transmitiéndole algo de esa fe ciega que sentía hacia Kim Yeong—. Estaban destinados a esto.
Y él mismo se sorprendió de esa última frase, pues no se consideraba creyente en conceptos tan irrisorios como el destino o las almas gemelas. Siempre negó su existencia, confiando en la parte más racional del ser humano.
La señora Jeon, que también se percató de dicha expresión, esbozó una trémula sonrisa. Conocer aquellos detalles estaba acelerando su pulso.
—¿Desde cuándo eres un chico romántico? —exclamó, un tanto irónica.
—¿Romántico? —saltó al instante, casi ofendido, pero cambió de parecer rápidamente—. Yo ... —contempló a Jungkook justo cuando murmuraba algo al oído de Yeong—. Puede que sí —accedió, abatido—. Mirarlos hace que me cuestione muchas cosas.
¿Quererse como se querían ellos era posible? Porque nunca se lo habría preguntado de no ser por esa emoción con la que Jungkook hablaba de Yeong.
—Estoy de acuerdo contigo. Cuando dos personas tienen una conexión como esa, empiezas a creer que un amor tan sincero puede sobrevivir a cualquier contratiempo —se rindió a dicho sentimiento, respetando la relación que acababa de descubrir.
—Yeong ha sobrevivido todos estos años sola. Creo que sería más acertado decir que ha empezado a vivir ahora —le dio su opinión y respiró, lleno de alivio—. No le diga que hemos hablado de esto, eomeoni. Su nuera me mataría —bromeó para rebajar el cargado ambiente.
—Trato hecho. Gracias, Jimin —le agradeció, más sosegada después de hablarlo con él.
Al otro lado de la ciudad, Choi JaeHo llegaba a su despacho seguido de un par de hombres. Sus guardaespaldas, probablemente.
La joven que aguardaba en el pasillo se incorporó al verlo aparecer. Una mezcla de miedo y odio se concentró en sus ojos castaños, rechazando la imponente presencia del magnate que la tenía cogida de pies y manos.
—He estado llamándote desde que regresé a Corea —le espetó él mientras entraba al cuarto.
Ella entró también, encogida ante los hombres que acompañaban al tipo que tanto daño le había causado. Estos cerraron la puerta para dejarlos solos.
—Lo sé —habló, tímida—. Discúlpeme por eso. No he tenido mucho tiempo estos días.
Y los dos sabían que no estaba del todo sincera, pero a JaeHo no le quedaban ánimos suficientes y lo dejó pasar. En su lugar, caminó hacia el mueble que presidía el despacho y tomó asiento.
—Lo que sea —farfulló. Se sacó un pitillo de su tabaquera y lo encendió con destreza. Habían pasado muchos años desde que empezó a fumar—. Vale ... —echó la primera calada, apoyando la espalda en el sillón acolchado. Se giró entonces y escrutó a la chica detenidamente—. ¿Te enteraste de algo durante mi ausencia?
No obstante, ella dudó. Un error fatal. Un error que no debía permitirse frente a ese demonio forrado de billetes.
—Yo ... —bajó la cabeza.
—Escúchame, Minsoo —reclamó él, cansado de una semana demasiado ajetreada—. No quiero tartamudeos ni medias verdades. Dime qué ha pasado y olvídate de mentirme porque sabes que lo descubriré y, cuando lo haga, será mucho peor de lo que imaginas —la avisó de las consecuencias, fortalecido.
Kim Minsoo se vio acorralada, como siempre, y entreabrió los labios. Sabía que no podría escapar de ese hombre, así que habló.
🌻🌻🌻
La mamá de Jk ya lo sabe ✌🏻✌🏻🤡🤡
Pero la señora Jeon es buena gente, así que puede que no sea tan malo que conozca lo de su relación porque no están seguros de que si podrían necesitar ayuda de alguien más 🙃
Btw, el capítulo de Aphrodisia todavía tardará un poco en salir porque estoy intentando escribir algunos capítulos de Answer bastante complicados y me quitan mucho tiempo, así que pido un poco más de paciencia ♡
Os quiere, GotMe 💜
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