39
Yeong
—¿Qué?
Asustada, apreté el anillo entre mis dedos.
—Sé que es un poco raro que te lo pregunte —argumentó—, pero me gustaría saber que piensas de Jungkook.
La curiosidad brillaba a su alrededor en un halo transparente que solo yo parecía diferenciar bajo aquellos focos de luz que iluminaban parte del gran salón.
Imaginé que lo decía sin segundas intenciones. Al fin y al cabo, acababa de conocerme y de saber que era amiga de su hijo, que pertenecía a su grupo de amistades. Una chica que no existía para ella había surgido de la nada, comportándose de una forma un tanto extraña con su hijo pequeño. ¿A quién se le ocurriría emplear un lenguaje tan formal si apenas nos llevábamos unos meses de edad? Esa podía haber sido la razón principal para que sospechara de algo, si es que estaba sospechando de mí, claro.
Con una sonrisa a medio hacer, intenté mantenerme serena y no darle más motivos por los que alarmarse. Una mujer sagaz como ella se percataría de todo si no cuidaba las reacciones que dejaba salir.
—Jungkook ... —dudé un segundo—. Él es un buen chico. El más altruista y sincero que he conocido nunca.
¿Por qué mentirle? Recortar mi respuesta era más honesto. No le diría que lo amaba, pero sí podía hablar de lo que sentía desde aquella noche en que nuestros caminos se cruzaron.
La señora Jeon echó la mirada hacia el fondo del lugar, donde debía vislumbrar la silueta de su hijo.
—Sí. Tiene un corazón de oro —pero había algo más en su rostro, algo que no entendía—. Y es muy apuesto. Igual que su padre.
A pesar de que lo era, que sus facciones armonizaran a la perfección, no me importó cuando nos conocimos. Me dio igual que su atractivo rebasara los límites habituales. Seguía sin importarme porque también me habría enamorado de él si Jae, con algunos de sus excesivos maltratos, me hubiese privado de la vista. Incluso la ceguera habría cooperado para que cayera ante Jeon Jungkook.
—Y amable —continué incidiendo en su carácter—. Siempre es amable conmigo —me miró a los ojos, sonriendo—. Debe de estar orgullosa de él.
—Sonará feo que una madre diga esto —se excusó de antemano—, pero Jungkook es mi ojito derecho. No levantaba más de un palmo del suelo y ya iba conmigo a todas partes. Tenerlo fue como si el cielo me hiciera justicia con el hijo que siempre deseé —reconocer aquello a una desconocida como yo no debía ser muy fácil, pero sus instintos maternales le hacían creer que no era correcto admitirlo—. Su hermano mayor, Junghyun, no se parece en nada a él. Solo un poco en el físico. Son tan distintos que sus peleas no terminan.
—Dudo mucho que Jungkook quiera pelear con él —comenté—. Es su hermano mayor.
Jungkook poseía un corazón más limpio que el mío, así que, si a mí me lastimó discutir con Namjoon, él debía estar sufriendo mucho más esas desavenencias con su hermano. Aunque no fuera una buena persona, tenían recuerdos juntos y habían estado cerca desde que nacieron, jugando y creciendo en el mismo hogar.
—Él siempre ha tratado de arreglar sus diferencias, pero están llegando demasiado lejos —suspiró, destilando cierta desilusión—. Ojalá pudiera hacer algo por ellos. Ver sufrir a mis hijos es insoportable.
¿Es que a Junghyun no le atormentaba que su madre padeciera de aquella manera? ¿Podía dormir por las noches después de angustiar a la mujer que se lo había dado todo? ¿Tanto le merecía enfrentarse a Jungkook a costa de la estabilidad familiar?
No le conocía, pero esa actitud de indiferencia me irritaba. El afán por almacenar ganancias para la empresa de su padre nunca debería ser superior a la tranquilidad de su propia madre.
—Debe de ser doloroso. Lo siento —solo acerté a disculparme.
Yo no tenía nada que ver en esa relación tóxica que mantenían Jungkook y su hermano, pero había probado de primera mano las guerras fraternales y no se las deseaba a nadie, y menos aún a la persona que más amaba sobre la faz de la tierra.
De repente, cambió el rumbo de la conversación.
—El hombre con el que viniste ... ¿Es bueno contigo?
¿A qué venía esa pregunta?
Analicé su semblante y, de nuevo, elegí la sinceridad.
—No. Nunca lo ha sido —había dolor en mi voz y ella lo notó—. Me alegra que no le haya conocido hoy.
—Pero Jimin dijo que estás enamorada de alguien —recordó las palabras de mi amigo, confundida.
Abochornada, aparté la mirada brevemente.
Quiero decírselo. Quiero que lo sepa. Quiero que Jungkook y yo tengamos su bendición.
—Y lo estoy —no lo escondí—. De otro hombre —concreté.
—Ya veo ... —comprendió que hablaba de una relación diferente—. Entonces, ese otro hombre te cuida como es debido —al asentir, quedó más tranquila—. Bien ... Ninguna mujer merece que jueguen con su dignidad, Yeong.
Estaba en lo cierto, aunque a mí me había tomado años asimilar que el abuso al que me exponía no se producía por mi culpa.
—Él me recordó que todavía me queda algo como eso. Es ... Es bueno conmigo. Demasiado bueno —sonreí, pensando en su hijo—. Sabe lo que necesito todo el tiempo y me respeta —después de conocer y sentir en mis carnes ese concepto, me arrepentía de haber sido una verduga para mí misma—. También había olvidado que el respeto es básico en una relación.
Tomó mi brazo, acariciándolo. Ese roce tan sencillo descuadró mi mente porque hacía mucho que no sentía apoyo de nadie mayor, de alguien que tendría la edad de mis padres si ellos siguieran con vida.
¿Mamá se habría avergonzado de mí? Si hubiera respirado lo suficiente como para ver todo lo ocurrido, ¿habría estado a mi lado o me habría rechazado? Sabía que esa segunda opción no casaba con el recuerdo que tenía de ella, pero mi pesimismo me obligaba a valorarla.
—Sin respeto no puede nacer el cariño, querida.
Su fatigada mueca me hizo pensar que había cargado con una cruz similar.
—Sí, tiene razón —el calor de su mano me hacía valiente por momentos.
—Tus padres deben estar aliviados de que haya alguien que te quiere sanamente —apuntó poco después.
Las palabras tardaron en salir de mi garganta, pero salieron y le explicaron cuál era la cruda realidad.
—Mis padres murieron hace tiempo —dije.
Su paz se cayó a pedazos, como si esa posibilidad no se le hubiera pasado por la cabeza. Bueno, en realidad, así debió haber sido. No era muy habitual encontrar a una chica que aún no tuviera los veintidós cuyos padres, ambos, ya hubieran fallecido.
Afianzó su cierre en torno a mi antebrazo. La pulsera de plata que adornaba su muñeca rozó mi piel y yo escruté la tristeza en su expresivo rostro.
—Perdóname por abrir la herida —estaba arrepentida—. Siento mucho su pérdida.
—No se preocupe —le sonreí—. Eso pasó hace mucho y tengo un hermano mayor. Con él es suficiente —quise que estuviera tranquila.
No estoy sola en este vasto mundo.
—Pero debes echarlos de menos —frunció su ceño.
Le sorprendía que hablase de aquello con tal entereza. Cualquiera se desanimaría al sacar un asunto desagradable o que le hacía rememorar buenos tiempos, pero no fue una época bonita para mí, así que apenas lograba sentir algo de morriña contándole la desastrosa escena familiar que arrastraba a mis espaldas.
—A mi madre —tensé los labios—. La echo mucho de menos.
Si al menos la hubiera tenido a ella, a lo mejor ...
—Pues —puso también su otra mano en mi brazo derecho, volcándose únicamente en mí—, déjame decirte que, esté donde esté, seguro que se siente orgullosa de ti —agrandó su cálida sonrisa—. Una madre siempre está orgullosa de sus hijos, aunque estos discutan y cometan errores.
Errores. Había cometido muchos, desde luego, pero aprender a convivir con ellos era la salida correcta. ¿Qué ganaba fustigándome por meteduras de pata que ya no podía evitar?
Todo lo que pasó ha moldeado a la chica que eres ahora, así que deja de sentirte culpable y vive, Yeong.
Mamá querría que lo hicieras.
—Aquí tenéis.
Jungkook llevaba un par de bebidas en las manos cuando apareció frente a nosotras. Debía haber recibido algún empujón o golpe por el camino, pues levantaba las copas más de lo necesario, asegurándose de que las recibiéramos.
Al verle aparecer, tanto su madre como yo nos alejamos un poco, rompiendo esa caricia de consuelo que me había brindado en su ausencia.
Cogí la mía un segundo más tarde que la señora Jeon. Ese imperceptible retraso ensombreció la mirada de Jungkook, que procuró rozar mis dedos cuando estos abrazaron el recipiente de cristal. Debía esperar una respuesta taciturna de mi parte, pero le sonreí, habiéndome quitado un peso de encima. No había nada mal, sino todo lo contrario.
Su aprobación constó de un suave gesto de barbilla y, antes de que me quedase con la bebida, vio que el anillo estaba en mi dedo anular. Observé su sonrisa ladina. Con el rubor iniciando su ascenso por mis pómulos, tomé un sorbo y marqué las distancias al dejar de recorrer su atractiva mueca con las pupilas.
A pesar de mi oposición a ese contacto directo, me di cuenta de que no traía nada de beber para él.
—¿No has cogido nada para ti, Jungkook? —cuestioné.
Le di el privilegio de sostenerme la mirada dos segundos. Ni uno más.
—Ya he bebido algo antes, noona —su pretexto me bastó.
Ese chico ... Iba a decirme noona más aún con el objetivo de debilitarme, de doblegar mi espíritu en público.
—Ahora que lo pienso —habló su madre—. ¿A dónde has ido? La mesa de las bebidas está ahí detrás —apuntó, curiosa.
—Lo sé, mamá, pero Yeong-noona no toma alcohol —di otro trago para que la aguda vista de esa mujer no descubriera mi sonrojo—. Fui a buscar un refresco.
¿Serás así de atento incluso con tu madre delante? Maldito seas, Jeon Jungkook ...
—Muchas gracias —musité, acalorada.
—¿Lo ves? —exclamó ella—. Por eso digo que es imposible que no tengas escondida a ninguna mujer. Jiminnie te ha enseñado cómo tratar a una —puso en evidencia a nuestro amigo y los dos reímos.
Seguimos hablando durante un rato. Jimin y Hana regresaron y, apenas un par de minutos después de que se unieran a la conversación, el alcalde avisó de que la música en directo empezaría pronto. Las voces de los asistentes se escucharon más y, ante nuestras caras de incomprensión, la señora Jeon nos explicó que iba a dar comienzo el baile.
¿Baile? ¿En qué momento dijeron que habría uno?
Según nos dijo, no era muy común, pero la orquesta que tocaría había puesto esa condición y, por lo que escuchaba del resto de invitados, la idea de bailar algo lento no les desagradaba.
Hana, para molestar a Jimin, prácticamente le ordenó que bailase con ella. Él se negaba una y otra vez, pero cuando otras parejas se ubicaron en el círculo que habían preparado para la ocasión y los violinistas tocaron las primeras notas, se las ingenió y tiró del brazo de Jimin hasta la esquina más cercana a nosotros.
Aunque a él no le gustara aquello, habría cedido si Hana se lo pedía con tanta insistencia. Solo se opuso para hacerla rabiar. Su relación consistía en esos tira y afloja que, al menos a mí, me parecían adorables.
La mano de Jeon Heejoo cayó en mi brazo desnudo, sorprendiéndome.
—Sácala a bailar, Jungkook —demandó a su hijo—. Su pareja se ha ido pronto y está mal que una chica joven se quede sola en el primer baile.
Yo prefería quedarme sola a hacer el ridículo. Mis dotes de baile eran nefastas, así que mirar a los expertos y evitar que mis tacones se hundieran en los zapatos de Jungkook se me antojaba mucho más sensato.
Ocupada en dirigirme a la señora Jeon, no me fijé en el semblante de satisfacción que mostraba su hijo.
—No se preocupe por mí —corrí a decirle—. Estoy bien así.
—Vamos, salid ahí —y arrastró a Jungkook, obligándome a retroceder un paso para no chocarme con él—. Dadle el capricho a esta señora mayor.
Ni siquiera me venía a la cabeza una sola vez en la que hubiera bailado delante de gente que sí sabía hacerlo.
—Pero yo ... —me quejé.
Necesitaba una buena excusa porque no pararía hasta ...
Cuando él me tomó de la mano, dejé de buscar un motivo válido. Me perdí en su tacto, como quien se lanza a una balsa de agua y no sabe subir a la superficie.
—¿Te apetece bailar, noona?
Formuló la pregunta inocentemente, pero a mí no podía engañarme. Sus ojos no guardaban más que ansiedad y deseo. Él quería que bailaramos incluso más que su madre.
Tras calcular la poca visibilidad que tenía su progenitora en aquella posición, su mano trepó hacia arriba, acariciando mi brazo tanto como lo había deseado desde que nos encontramos.
—Te voy a matar ... —le susurré, incapaz de rehusar la invitación si venía de él.
—Genial —satisfecho, me indicó el camino hacia el centro del salón y se despidió de su madre sin mirarla siquiera—. Ahora volvemos, mamá.
Ella dijo algo, sin embargo, ya estaba demasiado lejos y no lo escuché apenas. El ritmo de mi corazón era todo lo que conseguía oír. Por otro lado, la vergüenza me impedía levantar mucho la cabeza, escondiéndome de los ojos indiscretos que examinaban a las jóvenes parejas. Jimin también debió vernos, aunque no lo confirmé.
—¿Por qué no te has negado? —dije entre dientes.
Se detuvo y esperé a que hiciera el primer movimiento.
—Porque quería bailar contigo —simplificó. Se aseguró de no tocar muy abajo al poner la mano en mi espalda—. Iba a pedírtelo igualmente.
Me acerqué a él, cuidando mucho mis pasos.
—Pero tengo dos pies izquierdos, Jungkook. Vas a llevarte más de un pisotón y con los tacones ya tengo suficiente —esbozó su sonrisa, pasándolo en grande—. ¿Cómo me pongo? ¿Qué hago con las manos? —esas incógnitas me estaban poniendo de los nervios—. Además, tu madre no deja de mirarnos ...
Notaba sus profundos orbes negros puestos en mi figura y Jungkook, en lugar de comportarse, tiró de mí. Asustada por la fuerza con la que me pegó a su pecho, intenté dar con una explicación. Para ello, alcé la vista y examiné a conciencia su cara.
—Solo tienes que agarrarte a mí, Yeong —lo hacía ver demasiado sencillo.
Eché una bocanada de aire mientras él acomodaba los dedos en la parte de mi espalda que el vestido no cubría. El tacto directo me empujó a meter la mano derecha dentro de su chaqueta, palpando así su costado.
—Hago eso todo el tiempo —respondí.
Succionó su labio y, difícilmente, consiguió que la sonrisa no creciera en exceso.
—Estos bailes son bastante informales, así que no importa dónde coloques las manos. La derecha en mi hombro izquierdo, por ejemplo —me moví como había dicho y aproveché la corta distancia entre ambos para deslizar mi mano izquierda por su espalda—. Perfecto —lo aprobó—. Estás preciosa.
Su halago me pilló desprevenida, pero ladeé la cabeza, cada vez más cerca de su hombro, y escondí torpemente el sonrojo.
—Gracias. Tú tampoco te quedas atrás —le devolví el cumplido.
La música comenzó a sonar y el resto de parejas la siguieron con soltura. Nosotros aguardamos unos segundos mientras Jungkook me explicaba el ritmo que debíamos mantener. No estaba muy segura de poder hacerlo bien, no obstante, sus pasos fueron tan suaves que no me resultó imposible imitarlo.
Apoyó su mejilla derecha en mi cabello y suspiró, relajándose.
—Te he necesitado estos días, noona —me confesó—. No he podido dejar de mirarte desde que llegué.
Aunque eso no era un misterio para nadie allí.
—Tu madre también se ha dado cuenta de eso —declaré en voz baja.
Mis disimuladas miradas no tenían el efecto que buscaba si él no se contenía.
—Te dije que le caerías bien —remarcó.
—Ibas a venir con ella desde el principio, ¿no? —quería que me lo dijera, sin medias tintas.
Sentí que expulsaba una risita.
—Siento no haberte dicho la verdad —se disculpó.
—Guárdate esas disculpas vacías —arremetí contra él, bromeando—. No lo sientes en absoluto.
No me molestaba que me hubiera engañado porque sabía que no tenía mala intención al hacerlo. En realidad, pensándolo mejor, también saboreaba la diversión que le había motivado a fingir que se trataba de otra mujer.
—Es que era divertido verte celosa —se justificó. Cuando lo pisé adrede, expulsó esa risa que había matado antes—. Oye ...
El olor de su colonia impregnó mis fosas nasales.
—Agradece que no haya sido con el tacón.
Y, a modo de respuesta, Jungkook me pegó más a él, ignorando que lo correcto habría sido mantener cierta separación entre ambos, puesto que nuestra relación, de cara a todas esas personas que juzgaban hasta el último pestañeo, solo era cordial. Una cordialidad que podía malinterpretarse a raíz de ese abrazo que se escondía en el reprimido baile del que estábamos haciendo uso para tocarnos.
—Puedo soportar tus pisotones si consigo abrazarte, Yeong ... —sus dedos en mis omoplatos ratificaron aquellas palabras.
—Hay gente aquí, Jungkook —pero no me alejé, fui incapaz de romper esa cercanía que había añorado durante días—. Incluyendo a tu madre.
—¿Es que tú no me has echado de menos? —contraatacó.
Conocía mi contestación, pero quería que la dijera. Quería que le diera voz a ese anhelo que superaba a todo lo demás. Superaba incluso la vergüenza de que alguien se percatara de que había algo más que amistad entre el hijo pequeño de los Jeon y yo, la chica que había acompañado a Choi JaeHo a esa gala.
—Ni siquiera ha pasado una semana, pero he estado al borde del colapso —mordí mi labio inferior, soltando ese peso—. Iré a tu apartamento la semana que viene. ¿Te sirve?
Ejerció más presión con la palma de su mano, comunicándome a través de dicha fuerza sobre mi espalda que le gustaba la idea.
—¿Qué día?
Acaricié el tejido de su chaqueta y pensé un poco porque dudaba acerca de la agenda que me encontraría durante el resto de la semana.
—No lo sé ... —mascullé.
Estaba siéndole sincera. Hasta que Jae no me hablase de las citas y las salidas programadas para los próximos días, no podría saber cuándo encajaría mejor esa escapada.
—Dame algo a lo que acogerme después de verte esa jodida abertura, noona, o seré yo quien se derrumbe —su comentario me hizo reír.
—Una abertura no debería ser tan problemática, Jungkookie —le rebatí—. Has visto más que eso.
—Yeong-ah ... —me suplicó.
Y, tras una breve discusión con mis propios pensamientos, me decanté por una de las posibilidades que se me planteaban.
—El jueves.
Las tardes de los jueves solían ser más tranquilas por las reuniones que Jae repetía religiosamente con sus asesores, abogados y socios. Era menos frecuente que me llamase al hotel antes del anochecer.
—El jueves —repitió, aliviado.
Tras unos segundos en silencio, divisé a su madre entre la multitud. Hablaba con una mujer de su edad, pero no nos quitaba los ojos de encima.
—¿No te inquieta hablar de esto sabiendo que tu madre nos está analizando con lupa? —le consulté.
—¿Acaso he dicho que vayamos a follar? —se mofó.
—¿Quieres otro pisotón, cariño? —mi amenaza surtió efecto, pues su pecho expulsó un largo suspiro.
—Si pudiera meterse en mi cabeza, me contendría un poco —me recogió contra él más aún—. Solo un poco.
Ojalá pudiéramos tener esa normalidad. La libertad a la que aspiraba incluía poder estar con Jungkook sin que nuestra relación dependiera de terceros. Sin tener que controlar mis roces ni mis miradas cuando estábamos delante de otros.
—En qué estarás pensando ... —sonreí.
—Estoy pensando en que el lado izquierdo de mi cama está muy frío —me explicó mediante susurros— y en que te deseo, en todas las acepciones que el verbo permite.
Apoyé mi boca en su americana. Procuré que mi pintalabios rojo no se perdiera en la prenda y entrecerré los párpados, arropada por su aroma.
—Podemos aguantar cuatro días, ¿verdad? —necesitaba que fuera fuerte porque sería menos complicado si él se mantenía entero.
—Sí ... —dijo, quitándome ese lastre de un plumazo—. ¿Cómo está Yuna? ¿Se ha acostumbrado a la nueva casa?
Mentalmente le agradecí que condujera el hilo de la conversación hacia otra parte.
—Crece muy rápido. Demasiado rápido —sus lecciones marchaban bien, pero había algo que a ambas nos lastimaba—. No ha tenido muchos problemas en instalarse, solo que, a veces, la escucho llorar, y yo lloro con ella —admití.
—Mis dos chicas favoritas no deben llorar.
Sentí que acercaba los labios a mi cabello, aunque no llegó a besarlo.
—Las dos te echamos en falta, Jungkook —él no lo dudaba, por lo que se aferró más a mi espalda, solventando brevemente ese vacío que tenía incrustado en el pecho—. Ella echa de menos tu regazo y yo todo lo demás —le hice saber—. Puede pasarse horas oliendo tu anillo —y el recuerdo de la perrita olisqueando la pieza de bisutería me arrancó una corta mueca.
Por las mañanas, después de que Jae se marchara, Yuna esperaba a que me sentara frente al tocador de la habitación que compartíamos y abriera mi joyero. Cogía el anillo y me lo colocaba. Al momento, ella intentaba subir a mi regazo y, una vez arriba, lo olía y lagrimeaba al percibir su esencia.
—También lo llevas hoy —señaló, enardecido.
Como era evidente, no le apetecía que mi ánimo decayera cuando apenas teníamos unos minutos para descansar y ser nosotros mismos.
—Y tú llevas los pendientes que te regalé —si inclinaba la cabeza, podía sentir la forma de estos—. ¿Son cómodos?
Me di cuenta unas semanas atrás de que no todas sus perforaciones estaban decoradas con esos aretes circulares que descansaban en su oreja izquierda. En la derecha solo llevaba dos de esos pendientes a pesar de que eran cinco los agujeros que se alineaban en su lóbulo.
Era un desperdicio, una pena, que no luciera más pendientes teniendo la oportunidad de hacerlo. Le favorecían mucho y por ello elegí esos cinco aretes plateados, diseñados como diminutos rombos.
—Me gustan mucho, noona —susurró a mi oído—. Gracias.
—No es nada —sonreí, feliz de haber acertado—. El plateado te sienta de maravilla. Pensé en ti cuando los vi en el escaparate de una joyería. Era el primer regalo que te hacía, así que ...
—No es el primero —aseguró él.
Su corrección me agitó el alma. En realidad, no logré escuchar nada más que su voz y mis latidos el resto del baile.
Aunque querría haber hablado con él sobre la conversación que tuvimos Seokjin y yo, la dulzura que me transmitían sus brazos no me dejó más opción que posponerlo a un momento más tranquilo y privado. No me habría gustado chafar ese corto y placentero lapso de tiempo que teníamos para decirnos lo que habíamos reservado desde que nos despedimos.
Jungkook me indicó que la canción había acabado, devolviéndome a un presente al que no quería regresar. Quité mis manos de su complexión y él se retiró también, sin embargo, había estado tanto tiempo apoyada contra su pecho que di un mal paso. Se fijó en mi traspié y corrió a sostener mi brazo para que no me cayera.
—¿Estás bien? —inquirió.
Me erguí y el temblor de mi tacón derecho habló por sí solo. No conseguí apoyar el pie correctamente en el suelo y deduje qué había ocurrido.
—Sí, pero creo que mi tacón no —levanté la falda del vestido lo justo y necesario. Pude observar que el tacón estaba roto unos segundos más tarde—. Mierda, se ha partido ... Por esto odio estrenar zapatos ... —farfullé.
Siempre que tenía la oportunidad, escogía un calzado cómodo, que no me diera problemas ni me hiciera caminar como un pato mareado, pero asistir a una gala con deportivas era imposible.
—Tranquila, noona —Jungkook se acercó más a mí, ayudándome a mantener el equilibrio—. ¿Puedes caminar?
—Creo que sí —respiré hondo—, pero tengo que quitármelo para ver si puedo arreglarlo de alguna manera —subí un poco más mi vestido—. Espera que ...
—No puedes hacerlo aquí —sentenció al tiempo que me agarraba la mano.
Ciertamente, no era muy correcto que una señorita se descalzara en medio de una pista de baile y mucho menos que los allí presentes vieran cómo levantaba mi vestido. Si no hubiera estado tan expuesta ante aquellos desconocidos, podría haberlo solucionado en un abrir y cerrar de ojos. Si tan solo esas personas no estuvieran esperando cualquier fallo de la acompañante de Choi JaeHo, el problema no habría escalado igual.
Jungkook sabía lo que pasaría si me equivocaba y actuaba de un modo indebido delante de esa horda de ricos, así que le tomé la palabra y suavicé la tonalidad.
—¿Entonces? ¿Me llevarás en volandas, Jungkookie? —recibí una diminuta sonrisa de sus carnosos labios.
—Lo haría —dijo, seguro de sí mismo—, pero sé que empeoraría la situación —avanzó, trasladando su mano a mi espalda de nuevo—. Cogerte de la cintura no es tan escandaloso, ¿verdad?
No. No lo era.
—Alguna señora se llevará las manos a la cabeza —continué con la broma mientras él ponía su brazo alrededor de mi cintura.
—Pues que se ofendan cuanto quieran —se resignó a la cruda realidad y me agarró con decisión—. Apóyate en mí, cariño.
Descansé mi hombro derecho contra su costado, haciéndole caso.
—Qué caballeroso, Jungkook-ssi —le alabé.
—Si pierdes el equilibrio, avísame —me pidió antes de que echaramos a caminar hacia el lugar donde nuestros conocidos charlaban.
No podía andar con normalidad. Me vi obligada a no apoyar el talón en el suelo para que mi zapato se mantuviera de una pieza hasta alcanzar a la madre de Jungkook, que, tan pronto como posó la mirada en nosotros, comprendió que algo no estaba bien.
Fue a mi lado y sostuvo el brazo que su hijo no ocupaba.
—Yeong, ¿qué te ocurre? —me preguntó un tanto atropellada.
—Mi tacón ha decidido romperse por la mitad —mi esclarecimiento llegó también a Jimin y Hana.
—¿En serio? —exclamó ella.
Me sostuvo con ayuda de la señora Jeon y Jimin, preocupado, se aproximó a Jungkook.
—Eso es tener mala suerte —proclamó—. Deberías sentarte —fue su consejo.
—Sí —secundó la madre de Jungkook—. ¿Puedes acompañarla hasta esos asientos, hijo? —y le enseñó unos sillones que parecían retirados de la mayoría de los invitados.
—Claro. Vamos, noona —y me ayudó a avanzar.
Ya sentada, la señora Jeon se acomodó a mi izquierda. Yo me agaché un poco y desabroché la pulsera que rodeaba mi tobillo para comprobar cuál era el grado del problema. Se lo presté a Hana, pues ella prometía haber sufrido algún que otro percance de esa clase.
—Unnie, ¿son nuevos? —examinó el tacón roto, sentada en el lado opuesto a la madre de Jungkook—. ¿Los estrenabas hoy?
—Sí ... —asentí—. Ya me había pasado con otra marca. No pensé que estos decidirían romperse también.
Mientras ella evaluaba a conciencia los daños, Jungkook, que estaba delante de mí, cambió el gesto.
—¿Te duele el tobillo, noona? A lo mejor te has hecho un esguince —frunció el ceño.
Reparé entonces en que estaba masajeando mi tobillo, pero no me dolía. Sentía una remota molestia al doblarlo, algo insignificante. Por lo tanto, no le di mucha importancia y sonreí para él.
—No me lo he doblado mucho —lo tranquilicé—. Ni siquiera me molesta. Solo ha sido un susto —no quería que se alarmara por un mal movimiento como ese.
—Por si acaso, pediré una bolsa con hielo —declaró Jimin—. Algo frío ayudará a que no se te inflame la zona si hay algún daño.
No me opuse a su propósito y le mostré mi más sincero agradecimiento.
—Gracias, Jimin —él no se colocó ninguna medalla y retrocedió unos centímetros.
—Voy a buscar a un camarero —dijo antes de alejarse.
Por su parte, Hana intentó recolocar el tacón en su lugar, pero este se descolgaba una y otra vez, por lo que supuse que el peor escenario se estaba cumpliendo.
—No tiene arreglo, ¿verdad? —le pregunté.
—Creo que tenía algún defecto ... —supuso, apenada—. Es una pena, pero la única solución que se me ocurre es llevarlo a un profesional —me dio su opinión tras desistir.
—Ya ... —apreté la mandíbula.
Lo haría, pero, si no podíamos arreglarlo de alguna manera, tendría que seguir cojeando toda la velada.
—Pero no puedes ir descalza el resto de la noche —se negó por completo Jungkook.
No me apetecía mucho, la verdad.
—Si no hay otra opción ... —me estaba resignando a ello cuando Hana interrumpió.
—Calzas la misma talla que yo, unnie —comentó y se levantó del asiento rápidamente. Su buena cara me brindó una pizca de esperanza—. Estoy acostumbrada a que los tacones nuevos me jueguen malas pasadas, así que siempre traigo unos usados de repuesto —me contó su modus operandi—. Están en el coche de Jimin. Iré a por ellos.
Nunca se me habría pasado por la cabeza tener un plan en caso de que sucediera tal desastre. Hana lo calculaba todo a la perfección. Era meticulosa si se trataba de su bienestar y yo me definía como su polo opuesto, pues mi tranquilidad no suponía una prioridad al salir de casa. Aquel error me habría costado mucho más si ella no hubiera estado invitada esa noche.
Con una agradecida sonrisa, me adelanté y comencé a sacarme el otro zapato.
—Tendré que copiarte la idea en un futuro, Hana. Muchas gracias —le debía un gran favor.
—Ser previsora es fantástico —dijo confiada. Cogió mis tacones para dejarlos en recepción, quedando resguardados hasta que me marchara—. Enseguida estoy de vuelta.
Durante la ausencia de la pareja, su madre me interrogó en busca del motivo por el que había tropezado conmigo misma. Le conté que había sido una mala pisada y ella, ligeramente escéptica, insistió en que podría ser más peligroso de lo que creía si no visitaba a un médico.
—¿No quieres que te llevemos al hospital? —repitió—. Para asegurarnos de que todo está bien.
Jungkook había ocupado el asiento de Hana. Gracias a la nula visibilidad que tenía su madre desde el lado contrario, pudo acariciar mi brazo derecho con sus nudillos sin ser visto.
—Soy un poco torpe con tacones tan altos, pero tengo huesos resistentes, señora Jeon —no debía agitarse por esa tontería—. Descuide, ni siquiera me ha dolido.
Un minuto más tarde, Jimin apareció cargando una bolsa de tamaño mediano envuelta en un trapo de cocina. Me dispuse a agarrarla y, de repente, Jungkook se entrometió. La cogió él, dejándonos a los tres inmóviles, pero el ambiente se cargó todavía más cuando se arrodilló a mi lado y subió la tela de mi vestido por su cuenta y riesgo.
—Jungkook, no hace falta que ... —me aparté de su alcance, aunque fue todo un fracaso.
Sostuvo parte de la falda entre sus dedos y me miró a los ojos, decidido a cuidar de mí aunque su madre lo presenciara.
—Yeong, déjame hacerlo —me exigió, contundente.
Me hice pequeña. Él no hablaba en ese tono habitualmente. Ni a mí ni a nadie. Solo lo empleaba si optaba por la seriedad, un comportamiento que solía evitar a toda costa.
Me encargué de recoger mi falda, observando en todo momento cómo apoyaba mi pie en su muslo y ponía la bolsa de hielo sobre la zona que había salido más perjudicada.
No me tocaba como lo haría un extraño. Me tocaba con cariño. La posición de su mano izquierda, que reforzaba ese apoyo detrás de mi pierna, daba a entender que había complicidad entre nosotros.
Yo no dejaría que cualquiera me pusiera las manos encima en un convite público y él no tocaría bajo la falda de una señorita que apenas conocía.
—Gracias —hablé y estuve atenta al cuidado que demostraba al depositar el hielo contra mi tobillo.
Ese semblante severo y sobrio hizo que Jimin echase la mirada hacia otra parte, sintiéndose fuera de lugar, como si se encontrara atrapado en un acto demasiado íntimo al que él, obviamente, no había sido convidado.
No me atreví a mirar a la señora Jeon. No sabía qué rostro estaría poniendo y huí de ella como una buena cobarde.
Me has llamado por mi nombre, Jungkook.
¿En qué estás pensando?
La preocupación le había nublado los sentidos y no podía recriminárselo. Solo se estaba asegurando de que siguiera cómoda, de que no me esforzara más de lo necesario, pero era una metedura de pata protegerme delante de una mujer tan astuta como su madre.
No obstante, callé y permití que sus dedos se pasearan por mi pie descalzo a sus anchas.
Cuando Hana volvió, le di las gracias por segunda vez y atrapé ese par de zapatos, examinando que su cierre era bastante peculiar.
Antes de que pudiera replicarle, Jungkook ya había cogido los tacones. Me los arrebató de las manos y sustituyó la bolsa helada por el calzado.
Bajo el incrédulo examen que Hana realizaba y los incómodos ojos de Jimin, que gritaban a un Jungkook absorto en sus sanas intenciones, yo empecé a sonrojarme.
—Jungkook ... —balbuceé su nombre.
—Hana, ¿la cinta se cruza? —interrogó él y me puso el primer zapato, ignorando mi reclamo.
La susodicha, desconcertada, se sentó a mi derecha.
—Sí. El lazo se ata por detrás —le avisó.
Y, durante los segundos que Jungkook estuvo concentrado en calzarme, pude ver por el rabillo del ojo que la chica se llevaba una mano a los labios, nerviosa.
¿Quién le iba a decir que vería al amigo de su acompañante en una actitud sumisa y servicial conmigo? Debió comprender que no era mera cortesía, ya que sus orbes se agrandaron y persiguieron la expresión de Jimin, también consternado frente a la escena que protagonizaba el pequeño.
—Vale —rozó mi empeine con suavidad—. ¿Está bien así, noona? —levantó la cabeza, deseando escuchar mi aprobación a su meticuloso trabajo—. ¿Lo he apretado demasiado?
Derrumbada, le respondí con aquello que mendigaba y suplicaba, de rodillas para mí.
—No —suspiré, cansada de fingir que no amaba sus atenciones—. Así está perfecto.
Terminó de atar el restante y yo contemplé ese par de tacones, no muy altos, de charol negro cuyos lazos llegaban hasta la mitad de mi pantorrilla. Jungkook tuvo que tocar bastante mis piernas y, a pesar de eso, ninguno de los espectadores cuestionó su predisposición. Guardaron silencio todo el tiempo. Jimin retomó la conversación después de que su amigo se pusiera en pie y me relajé.
No podía haber sido tan revelador, ¿verdad?
💍💍💍
Cada vez más cerca de que la señora Jeon los pille con el carrito del helao porque Jungkookie es de todo menos disimulado 💀💀💀
Como ya dije en mi tablón, las actualizaciones de Answer pasan a los domingos (sin excepción, de momento) entre las 23:00 y las 23:50 p.m., hora española uwu 👏🏻👏🏻
Puede que alguna semana falle, pero avisaré de antemano, aunque no es mi intención, así que espero poder seguir el ritmo que he llevado durante el verano ♡
Hasta la semana que viene ✨
Os quiere, GotMe 💜
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