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36

Yeong

Una hora después, después de despedirnos de Jimin y dejar en casa a Tae, llegamos al apartamento de Jungkook. Con Yuna medio dormida en mis brazos, crucé el umbral y aguardé a que Jungkook se acercara a nosotras, cautivado por lo tierna que se veía la perrita.

—Deberíamos dejar que descanse —sugirió mientras acariciaba su lomo—. Puedo prepararle una cama con algunos cojines. ¿Crees que bastará? —tras verme asentir, la tomó en su regazo y ella bostezó, relamiéndose—. Mañana iremos a comprarte una camita, ¿de acuerdo? —besó su cabecita y un acto tan inocente como ese me conmovió más que ningún otro—. Hyung me dejó algo de pienso y tenemos leche para sus biberones, pero también haría falta que te llevases comida más sólida para ella.

La trasladó al salón, donde comenzó a agarrar los cojines del sofá.

—Voy a cambiarme —le hice saber—. Vuelvo en un ...

—Yo me encargo de Yuna, así que no tengas prisa —me invitó a ir con calma al tiempo que sonreía.

Observé durante unos segundos cómo cogía los almohadones necesarios y acunaba suavemente a la cachorrita, que no aguantaría despierta mucho más.

—No tardo —le aseguré y fui hacia su habitación.

Ya en su cuarto, encendí las luces y bajé las persianas. Escuchaba canturrear a Jungkook desde la otra punta de la casa y hablarle a Yuna acerca de diferentes cosas, por lo que no pude evitar sonreír mientras abría el armario y escogía una de sus camiseta negras.

Estaba absorta en el ligero ronroneo de su voz y, por ello, me costó identificar la vibración de mi móvil, aún guardado en el bolso.

Solo había quitado un par de botones de mi top negro y mi oído captó aquel rumor. Rápidamente, me acerqué a la cama y rebusqué en mi bolso hasta dar con el aparato que dejé en silencio durante la cena.

Al leer el nombre de Jae en la pantalla iluminada, me asustó la posibilidad de que hubiera intentado contactar conmigo más veces antes y que no le hubiese contestado por una negligencia que yo mismo había elegido. Si hubiera sucedido así, solo recibiría gritos y amenazas de su parte.

Pensar en su enfado consiguió que temblara de pies a cabeza incluso antes de descolgar.

—¿Jae? —pregunté, dudosa de la clase de improperio que soltaría él.

Su silencio me heló los huesos.

Ah, nena —se pronunció—. Es agradable escucharte hablar ...

Yo tragué saliva, nerviosa por la tranquilidad con la que hablaba.

—¿Ocurre algo? ¿Está todo bien allí? —inquirí.

De pronto, me percaté de que estaba arrugando la camiseta de Jungkook a raíz de la tensión que me había golpeado. Relajé los dedos, soltando un poco la tela, y me concentré en escuchar con atención lo que JaeHo tenía que decir.

Todo está genial —percibí el efecto del alcohol en sus palabras—. Prometí que te llamaría hoy y eso estoy haciendo —explicó, más risueño.

Cuando hablaba en ese tono, ensartaba un arma puntiaguda en mi pecho. Mi corazón latía, desbocado, lleno de rabia e impotencia. ¿Por qué estaba actuando con tanta normalidad? ¿Por qué se dirigía a mí como si fuésemos una pareja real?

Mordí mi labio inferior, cayendo de nuevo en esa maldita afición de la que no lograba deshacerme.

—Ya —hice una breve pausa—. ¿Has bebido?

Se carcajeó. No había dicho nada gracioso en mi pregunta, pero debía haberse tragado una buena cantidad de whisky para sonar tan relajado.

Me conoces demasiado bien, Yeong —apuntó—. Solo he tomado un poco después de cenar. Es muy aburrido si no te tengo aquí, ¿sabes? —se oyó un sonido sordo al otro lado de la línea—. Ninguna de las putas que me han prestado está a tu altura —su risa me envenenó los tímpanos, pero no alejé el teléfono—. Tú también me echas de menos. En el fondo sé que ...

—No es verdad —sentencié.

—Da igual —escupió, frívolo—. Miénteme.

Batí los párpados, notándolos pesados.

Tras estar segura de que Jungkook no andaba cerca, de que sus pasos seguían paseando por el salón, aplasté el orgullo gracias al cual luchaba en su contra y respondí lo que me exigía.

—Te echo de menos.

Y contribuí a esa relación que él mismo construyó a base de mentiras y toxicidad.

No es tan difícil ... —suspiró—. Contentarme no es difícil, Yeong ... —sentí cómo mis ojos se humedecían, sucumbiendo a esa asquerosa falta de honestidad.

—Jae, dime qué ...

Qué demonios quieres. Por qué me sigues buscando en situaciones estúpidas.

Tú no me quieres. Amas la idea de poder tenerme cuando te apetezca, pero eso es muy distinto.

¿Estás con él?

Tres palabras fueron suficientes para que perdiera la fuerza en las piernas y estuviera a punto de caer de rodillas sobre la moqueta de su habitación, paralizada.

—¿Con él? —mi voz escapó en un débil susurro.

Contemplé las sábanas blancas mientras las lágrimas se formaban, nublándome la vista.

Con el cabronazo de Namjoon, sí —su aclaración me alivió, aunque ese nudo en mi vientre no se disolvió—. ¿Estás pasándolo bien con tu hermano? —la ironía lo impregnaba todo—. Ni siquiera te has dignado a agradecérmelo. No debería haberte dejado que jugases a las casitas con ese ...

—Gracias.

Mi sumisión le complacía, como siempre. Y, por primera vez en mucho tiempo, fui leal a lo que sentía. Quería matarlo, librarme de él, pero eso no quitaba el hecho de que su benevolencia me había permitido pasar los mejores días de mi vida. No exageraba. De verdad ... De verdad quería mostrarme agradecida por su permiso.

Ya me lo agradecerás cuando vuelva —farfulló, repentinamente molesto—. Estaré allí dentro de dos días.

Y la realidad ejerció una fuerte presión en mis hombros. Toda la gravedad cayó sobre ellos, destruyendo la felicidad que había prevalecido dentro de mí desde que llegué a su piso el viernes pasado. Habían transcurrido más de dos días y la noción temporal parecía haberse estropeado porque mi mente no supe qué responder al oír que su regreso sería tan pronto.

—¿Dos días? —repetí.

El martes por la noche, supongo —concretó más.

Eso eran menos de cuarenta y ocho horas.

Quedaban menos de cuarenta y ocho horas para sumergirme nuevamente en esa vida monótona y dolorosa de la que no sabía cómo escapar. Una vida a la que no quería volver.

Menos de cuarenta y ocho horas con Jungkook.

—Haré la cena antes de que llegues —añadí en un estado de obediencia total.

Te avisaré cuando aterrice —me confirmó.

Mi rostro estaba empapado, pero, por suerte o por desgracia, podía controlar de una forma excelente mi voz a través del teléfono. Si no lo tenía delante, era sencillo fingir que no estaba rota y que las lágrimas no me ahogaban.

—Jae —lo llamé.

¿Qué?

—Nam me ha regalado un perro —le expliqué, cabizbaja—. Todavía es un cachorro, pero es ... Es muy mansa. Yo me ocuparía de todo lo que necesitase y de las citas médicas, así que ...

Le habría dado un discurso completo de todas las razones por las que no sería un problema para él tener a un animal merodeando a su alrededor, sin embargo, se aclaró la garganta y me cortó.

¿Quieres quedártela? —su pregunta era cristalina.

Una gota se deslizó por la punta de mi nariz y terminó estrellada contra la sábana. Un diminuto círculo fue toda la evidencia que quedó de aquel silencioso impacto.

—Sí —más gotas cosquilleaban mis pómulos—. No me sentiría tan sola cada vez que te vas si tuviese una mascota —modifiqué ligeramente mi declaración.

De acuerdo —no se opuso—. Si ese es tu capricho, está bien —otro suspiro llegó a mí—. Nunca aceptas las joyas ni los vestidos que te regalo. Si me hubieses dicho que era un puto perro lo que querías, te lo habría dado.

La frustración creció. Escaló tanto que ni siquiera podía sentirme triste.

—Lo sé —me limité a decir, con la furia trepándome los músculos.

No era cierto. Nada que saliera de su maldita boca sería sincero.

Ah, joder ... Me duele la cabeza —se quejó de pronto.

—Deberías dormir. Es tarde —apreté los dientes.

Sí ... Adiós, preciosa —se despidió.

—Adiós —y colgué.

¿Llorar de puro coraje? ¿Me había ocurrido antes? Porque no recordaba ni una sola ocasión en la que la sangre me hubiera hervido de esa manera ni que los ojos me hubiesen ardido tanto por culpa de un llanto que sus palabras engañosas habían engendrado.

¿Quién se creía que era para hablarme en ese tono? Como si se desviviera por mí, por hacerme feliz y protegerme de todo el peligro que acechaba a la vuelta de la esquina. El peligro tenía su nombre grabado a fuego. De él partía cualquier malestar que me atacara. De él nacía hasta la última gota de maldad y de él se alimentaba el país, continuando con esa mole de ilegalidades que Choi JaeHo creaba constantemente.

Las lágrimas me quemaban la piel cuando salí de su habitación, después de tirar el móvil sobre la cama. Intenté limpiarlas, pero la necesidad de ir con Jungkook y dejar que él aplacara aquel fervor fue superior a lo demás.

Ni siquiera me preocupó que viera mi cara hecha un desastre porque estaba ... Estaba furiosa de verdad.

Pisé el salón y vislumbré su cuerpo. Arrodillado, le daba la espalda al sofá. Parecía estar concluyendo su obra maestra, no obstante, escuchó a la perfección mis pasos y habló aunque su mirada no estuviera puesta en mí.

—¿Estabas hablando por teléfono? —preguntó mientras se ponía en pie y viraba el cuello, buscándome—. ¿Era ...?

No era mi hermano. Desilusionado, comprendió con quién había hablado durante esos minutos.

—Jae —la puntualización le indicó mi estado.

Jungkook rodeó el sofá y se acercó hasta quedar a unos centímetros de mi cuerpo.

—¿Qué te ha dicho?

Sabía que quería preguntarme por las lágrimas, pero se lo guardó y respetó mi puño cerrado, con todo lo que eso significaba.

—Que vuelve el martes por la noche —le contesté, cortante. Suspiré y esa irritación se transformó en una carcajada de resentimiento—, y que me echa de menos. ¿Te lo puedes creer? —lo miré a los ojos, escéptica—. Es ... Es ridículo que se comporte así. ¿Piensa que va a conseguir algo diciendo eso? Lo primero que hará cuando vuelva será ...

Me callé, por respeto a mí misma y por respeto a él. Comentar el abuso que me tenía preparado no era fácil de divulgar ni de escuchar, así que le ahorré esa información y finalicé la oración con un brusco silencio.

Él me observó, impasible, y colocó su mano derecha en mi mejilla. Se llevó consigo varias gotas frescas.

—Puedes enfadarte y maldecirle todo lo que quieras, noona —me dio luz verde—. A veces es necesario desahogarse. Te sentirás mejor.

Fruncí los labios y acepté su sugerencia.

—Es que ... Ni siquiera se ha negado a lo de Yuna —le comuniqué—. Está jugando a ser comprensivo y bueno conmigo, pero la noche anterior a irse no lo fue —revelé—. ¿Por qué lo hace? ¿Se siente culpable por todo lo que me ha hecho estos años? —pasivo, asintió. Entendía y, de algún modo, también compartía esa rabia—. ¿Es su forma de que me conforme con la mierda que me ofrece? Me molesta, Jungkook —él acarició mi cachete y posó sus pupilas en mis comisuras—. Y me molesta aún más que haya logrado enfadarme porque odio hacerlo.

Esa sensación incontrolable me transportaba a los gritos y a los golpes de mi padre. No había cosa que repudiara más que gritar y arremeter contra mi propia familia. Y, aunque ese enfado no iba dirigido a Jungkook, me jodía que tuviese que soportarlo cuando no debía ser algo agradable.

Mi carácter afable y pacífico hacía que rechazase ese comportamiento. Yo no perdía los estribos por nada, por nadie. Si Jae me ponía la mano encima, lo toleraba. No rechistaba. No me quejaba de sus enrevesados maltratos ni de sus insultos.

—Eres humana —expuso una realidad que tendía a olvidar a menudo—. Es natural que te frustres.

Respiré hondo.

Sí. Todo el mundo tiene derecho a cabrearse, a enfurecerse por problemas inesperados o conductas abominables como las que JaeHo tenía conmigo, pero no solía caer en la tentación y estallar. Por eso ... Por eso traté de calmarme. No estaba siendo justa con Jungkook. Incluso si él me invitaba a sacar aquel odio fuera, no quería que ese atisbo de preocupación continuara brillando en sus ojitos negros.

—Mi vida es una mentira si Jae está cerca —ese bajón le alertó y, tan rápido como pudo, depositó un dulce beso en mi boca—. Finjo que no me muero por ti, que no le dejaría por nadie, que me debo a él cuando los dos sabemos que no es verdad y solo porque ...

El llanto amenazaba con apretar y arruinar mis fuerzas, pero los besos de Jungkook me despertaron. El apoyo de sus manos evitaba que perdiera el norte y que me descomprimiera después de haberme visto forzada a responder aquella llamada.

Él levantó mi rostro para que mirara de lleno en sus ojos.

—Yeong, ahora no tienes que fingir —declaró con aire compungido.

No tienes que hacerlo cuando estamos juntos.

Mi respuesta no fue nada del otro mundo. Me abracé a sus costados y, de puntillas, uní nuestras bocas con torpeza. Mi estabilidad era cuestionable, por lo que él inclinó la cabeza, facilitando el movimiento e introduciendo su lengua de una forma arrolladora.

Estaba desesperado por hacerme sentir mejor, por hacerme ver que allí no debía plantearme cosas tan tristes como esa. ¿Qué lograría más que arruinar el poco tiempo que teníamos hasta que volviésemos a esa jodida rutina de miradas esquivas y punzantes lamentaciones?

Si pudiera apagar mis neuronas y reactivarlas el martes, no habría llorado como lo hice en sus brazos, pero tampoco habría sido capaz de dejarme arrastrar por el afán de sus labio, dispuestos a arrancar los pensamientos negativos y consumirlos. Solo así me permití la licencia de devolverle aquellos roces que se acercaban al límite de lo lascivo.

De pronto, mi cintura baja chocó contra el filo de la mesa en la que habíamos comido esos días y el ímpetu con el que me empujó posibilitó que sintiera la dureza que escondía bajo sus pantalones. Esos minutos tocándonos, junto con la extraña mezcla de inquina y ardor que se había propagado por nuestros organismos, estaban afectándole más rápido que a mí.

Enterré los dedos en su camisa, ejerciendo algo de opresión en la musculatura de su espalda.

—No quiero que me toque —reivindiqué. Él se detuvo para que hablara—. No quiero que me toque nadie más que tú.

Expresar aquello que no recordaba haber dicho en voz alta hasta entonces formó un remolino de sentimientos en su agitado aliento que no pude descifrar, pues su boca volvía a cubrir la mía, liderada por la angustia que guardaba para sí.

Jungkook odiaba que Jae me hiciera daño y odiaba que otros hombres me tocaran. ¿Quién pondría buena cara sabiendo que la persona a la que quiere tiene que someterse a terceros por obligación? Nadie. Ni siquiera Jungkook, pero, a pesar de cargar con esa tortura diaria, no se quejaría.

No se trataba de posesividad ni de exclusividad. Él no era tan egoísta, aunque estaba en su derecho de serlo. El motor de sus reservados lamentos se forjaba gracias al miedo que identificaba en las profundidades de mis iris.

Le dolía que yo tuviera que lidiar con un estilo de vida crudo y desafortunado. Nada más.

Como si mi enfado también se le hubiera contagiado, me subió a la mesa y comenzó a desabrochar el cierre de mis pantalones sin desatender en ningún momento las demandas de mis labios.

Mientras bajaba la prenda por mis piernas, noté la humedad en mi entrepierna y me pregunté cómo había conseguido mojarme en cuestión de un par de minutos y simples besos subidos de tono. Yo me retorcí hacia atrás, cogiendo la bolsa en la que aún se encontraban los paquetes de preservativos sin abrir. Cuando volví a moverme, él intentaba soltar algunos botones más de mi ajustado top. En cuanto vio la oportunidad de besarme, se adelantó y me restringió la movilidad por completo.

Con el ceño fruncido y gestos ásperos, se colocó entre mis muslos.

—Voy a hacer que te olvides de ese capullo —me juró entre besos más asesinos.

Antes de tener un mínimo margen para reaccionar, sus manos se habían adentrado bajo mi ropa y tiraban de la cinta de mi sujetador. Entendí que no quería resistirme cuando las piernas se me enroscaron alrededor de su cintura y mis dedos le bajaban la cremallera.

Cerré los ojos, ansiosa, y lo desvestí como mejor pude. Apenas había espacio entre los dos, así que quitarle la camiseta quedó en un intento. Me bastó con poder palpar su estómago bajo la tela mientras él se dedicaba a abrir el preservativo.

¿Sexo para liberar las tensiones? Algo así.

Que su fragancia me bloqueara era la estrategia más eficaz con tal de que no pensara en todas las razones por las que no podía ser plenamente feliz. Jungkook ya lo sabía y lo aprovechó a su favor.

En menos de un minuto, él estaba alineándose contra mi entrada, desesperado por demostrarme que no necesitaba llorar una lágrima más por culpa de un hombre que disfrutaba de dicha vejación.

Las gotas todavía no se habían secado cuando se introdujo en mí y me extrajo el primer gemido.

Fue un polvo solícito que nos colmó vertiginosamente, restaurando las roturas que me escoltaban desde esa maldita conversación telefónica y saciando a un Jungkook famélico por saturarme con sus intensas embestidas.

Mis jadeos se confundían con los suyos. El sudor en su cuello era el único elemento externo que podía sentir: el imponente pálpito de su miembro después de correrse y el mío propio, que lo succionaba con una insistencia obscena. Desalentado, dejó ir un duro gruñido y me agarró con fuerza, como si todo temblara y temiera que fuera a caerme.

Nuestros sexos temblaban de placer. Jungkook solo se desorientó y extrapoló aquella sensación a otro grado.

Yo tenía el top desacomodado, al igual que el sujetador. También le había revuelto el cabello, rompiendo con el peinado básico que llevó desde que salimos de casa.

Jungkook me atrapó la mejilla y examinó la dilatación que caracterizaba mis pupilas. Perfiló mis labios con su pulgar, desconcertado, pero se las ingenió para normalizar la pérdida de oxígeno y besarme de nuevo.

—Es un buen método si quieres eliminar el estrés, ¿no crees? —opinó sin alejarse de mi boca.

Pasé la mano por sus clavículas, agradeciendo que prefiriera la ropa ancha y holgada.

—Lo es —reconocí. Una contracción atrasada de mi vagina nos provocó un repentino suspiro a ambos—. Aunque tu mesa es demasiado dura ...

Se echó a reír y me robó una serie de besos firmados con su adorable energía. Energía que no parecía haberse acabado tras penetrarme a un ritmo frenético.

Seducida por sus tiernos labios, me amoldé a esa euforia y escuché los chasquidos que anunciaban el fin de un beso y proclamaban el inicio del siguiente hasta que, en mitad de aquella íntima colisión, un sonido agudo me obligó a poner la atención lejos de Jungkook. Él me siguió, identificando el origen del fallido ladrido que la apacible invitada había soltado a su derecha.

Yuna ladeaba la cabecita, curiosa y asustada al mismo tiempo.

Mis gritos y el repetido ruido de la mesa siendo zarandeada bajo mi peso debían haberla despertado de golpe. La pobre no comprendía el motivo por el que su nueva dueña había gritado como si la vida se le estuviera escapando y Jungkook tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no empezar a reírse por segunda vez.

—Yeonnie está bien, Yuna —ella se sentó en el suelo, aturdida. Jungkook sonrió, complacido—. La has asustado con tanto grito, noona ... —murmuró antes de pegarse más a mí.

—A mí no me mires —mis comisuras fueron subiendo lentamente—. El culpable eres tú.

No me lo negó. En lugar de replicar, se recogijó de la suave caricia que le di a su mentón. Me di cuenta entonces de que la zona raspaba y, al fijarme, distinguí su incipiente barba. Jungkook no era muy velludo, pero esas noches con él me permitieron conocer su religiosa costumbre de afeitarse antes de ir a la cama cada dos o tres días.

—Puede —dijo, a medias—. Tampoco es que lo lamente, la verdad —bromeó y me besó brevemente—. Siento haberte alarmado, Yuna —le habló a la perrita—, pero aguantar esos gritos es más difícil de lo que parece y Yeong es muy sensible —añadió a su explicación, orgulloso de su habilidad para sacarme aquellos alaridos.

Moví los dedos, calculando la extensión del vello que apenas estaba naciendo.

—¿Tienes que afeitarte? —le pregunté.

Delineé su mandíbula y él imaginó que había notado esa irregularidad en su tersa dermis.

—Sí. ¿Es molesto? —entrecerró los ojos, preocupándose—. No pensé que podría ...

—No, tranquilo —le sonreí—. ¿Me dejas hacerlo?

Esa paz interior se la debía enteramente a él y las ganas de consentirle deseos que ni siquiera se le habían pasado por la cabeza salieron a la superficie, perpetrando en mis templados nervios.

—Claro —aceptó—. ¿Estás mejor ahora? —se interesó por mi situación, aunque mi sonrisa respondió lo que quería saber—. Bien ... —retiró un mechón de mi frente y me propuso algo diferente—. ¿Te apetece tomar un baño?

La idea me gustó y Jungkook se marchó al cuarto de baño para prepararlo todo. No creí que utilizaríamos su bañera porque, por lo que él me había contado, aún no había tenido ocasión de estrenarla. Según decía, que yo estuviera allí era más que suficiente, así que lo dejé ir y, durante esos minutos, me preocupé de que Yuna volviera a la cama improvisada que Jungkook había orquestado para que pasara la noche cómodamente.

Al principio no quería separarse de mí y se escondía contra mis rodillas, inquieta. Mis voces la habían sobresaltado más de lo que pensé, pero terminó sucumbiendo al sueño después de unas cuantas carantoñas. Acurrucada entre los cojines, apoyó el hocico sobre las patas delanteras y yo verifiqué que su respiración era regular.

Hasta que no estuve segura de que había caído en un sueño profundo, no me moví de su lado. Apenas me levantaba cuando la voz de Jungkook llegó desde el fondo del pasillo.

—Noona, el agua ya está caliente —dijo, sin gritar mucho.

—Voy en un segundo —hablé.

No me insistió más, por lo que temí que no hubiera oído mi aviso.

Aún así, me encargué de tirar el envoltorio del preservativo y de recoger nuestros pantalones y ropa interior. En silencio, apagué las luces y me prometí que dejaría encendida la lámpara de su habitación antes de dormir por si Yuna se despertaba en mitad de la noche y no nos encontraba. Si había un farol en la oscuridad del apartamento, podría guiarla hasta el cuarto de Jungkook y mi sueño ligero haría el resto. Si oía cualquier ruido a menos de dos metros de distancia, me despertaría al instante.

Fui a su habitación y doblé la ropa que nos habíamos quitado. También cogí mi pinza para el cabello y, sujetándola con los dientes, caminé hacia el aseo mientras me arreglaba el pelo.

Atravesé el umbral y tropecé con un paisaje inmejorable. Jungkook estaba dentro de la bañera: su cabeza descansaba sobre la repisa de mármol negro y los brazos adornaban ambos bordes de la tina. Suspiraba, cansado y aletargado por sentir los músculos relajados al fin. Aquella era una estampa de la que no quería deshacerme bajo ninguna condición. Su piel mojada me encandilaba y los suspiros que exhalaba tampoco me lo ponían fácil.

No obstante, sus ojos cerrados me dieron algo de tiempo antes de que sintiera mi presencia y entornara los párpados, descubriéndome frente al espejo.

Abrí las puertas del pequeño armario con la intención de coger la espuma de afeitar y la cuchilla que le había visto usar varias noches atrás.

—¿Se ha dormido?

Me impulsé un poco y atrapé el bote de la estantería más retirada.

—Sí —asentí—. Lo mejor será que no hablemos muy alto —recomendé y me encaminé hacia él.

—¿Puedes acercarme el mechero del cajón? —señaló las velas que había colocado a los pies de la bañera.

También había varias en el suelo del baño que, imaginé, me servirían para vislumbrar correctamente su rostro cuando le afeitara.

Se lo ofrecí y él se dispuso a prender los rabillos de las velas. Por mi parte, regresé a apagar los focos una vez encendió las mechas.

El tenue rumor del agua me seducía tanto como la silueta de su cuerpo, oculto bajo una espesa capa de espuma, pero no más que la penetrante mirada que me lanzaba desde la comodidad de su asiento.

—¿Has echado algo? Huele muy bien —curioseé y empecé a sacarme el top.

—Unas sales aromáticas que me regaló mi madre —contemplé su media sonrisa mientras me peleaba con el broche del sujetador—. Creí que se quedarían ahí hasta criar malvas —se hundió un poco más en la masa de agua y posó sus orbes en mí, luchando contra la poca luz que alumbraba mi cuerpo—. Y hay sitio para ti, Yeong, así que date prisa y ven, por favor.

Su ruego devolvió la sonrisa a mis labios.

—Un momento —murmuré.

—Lo estás haciendo a propósito —se mojó el pelo, matando el tiempo.

—No ...—me reí—. Solo estoy cansada.

Dejé mis prendas resguardadas del agua que pudiera escapar y Jungkook alargó su brazo izquierdo para que tuviera un punto de apoyo al entrar en la bañera. Se había quitado los anillos y los pendientes. Le gustaban mucho y no quería que se oxidaran, pero esa dedicación y cuidado que ponía a su bisutería me impresionaba.

Agarré su palma y calculé la profundidad antes de meter la pierna derecha. La temperatura era excelente; cálida, pero sin llegar a quemar.

—¿Estás cansada? ¿Te duele algo, noona? —sus interrogantes se sintieron más dulces que nunca. Mi risa lo corroboró—. ¿Quieres un masaje? —se preocupó y me ayudó a mantener el equilibrio en el hueco que había entre sus piernas.

—Estoy bien así —me arrodillé, aproximándome a su regazo a pesar de que no sabía realmente dónde se encontraba.

La bañera era más ancha que la media, por lo tanto, sentarme sobre sus muslos no me resultó complicado. Mis piernas quedaron a ambos lados de su cuerpo y él, responsable de mi bienestar, se aseguró de que no me tambaleara ni un centímetro.

El nivel de agua subió, pero no rebasó el borde en absoluto.

—Soy un genio dando masajes —su gesto de ofendido me divirtió—. Te arrepentirás después —me amenazó.

Con la mitad de mi torso descubierto, me sostuve de sus hombros y rehusé esos adorables ruegos.

—Primero quiero que te relajes, ¿vale? —resopló, consciente de que acababa de perder—. Hablaremos de los masajes en un rato, Jungkookie.

Respetó mi mandato y soltó mi mano bajo aquella superficie de burbujas. Volvió a apoyarse en los filos de la bañera, regalándome una visión aventajada de la zona superior de su pecho. Por otro lado, se escudó en mis intenciones de sacar la capucha del bote de espuma para utilizar sus rodillas y empujarme más contra su rígido vientre.

Encajé contra él perfectamente, lo que le produjo una gran satisfacción que demostró al exhalar el suspiro más erótico que había salido nunca de su maravillosa boca. Si no hubiese tenido en mente otro objetivo, no me habría importado seguir con lo que habíamos dejado en la cocina.

A pesar del roce de nuestras entrepiernas, impuse mi serenidad y me dediqué a repartir la espuma por su quijada. Jungkook se reclinó, disfrutando del agradable frescor de la espuma líquida y del cuidado que ponía en el vaivén de mis dedos. Adormilado, separó los labios y comenzó a respirar a través de ellos mientras yo me concentraba en esparcir el producto.

—Yuna ... Yuna es tan buena ... —dijo, mirándome. Agarré la cuchilla y me acerqué más a su rostro—. Ni siquiera parece añorar a su madre.

Lo guié para que pusiera el cuello en un ángulo que me ayudara a iniciar el afeitado sin temor a cortarle.

—Disfruta mucho cuando la cojes en brazos —recordé lo difícil que había sido separarla de él antes de ponerse al volante—. Seguro que te extrañará.

¿Y si se acostumbraba a él demasiado? No podría culparla, claro que no, pero nos iríamos pronto y no tenía ni la menor idea de cuándo se encontrarían de nuevo. Existía la posibilidad de que se olvidara de Jungkook con los días, aunque algo me decía que no lo haría. Olvidarle era imposible, incluso para una cachorrita como ella.

Ladeó la cabeza, atrapando mi atención.

—Yo también os echaré de menos a vosotras —bajó el tono.

Deslicé la hoja por su mejilla, atenta a su piel y no al cariño que desprendía con la mirada.

—La llevaré a la librería cuando pueda —declaré—. Namjoon querrá conocerla.

Mi hermano debía estar muy emocionado por la nueva integrante de nuestra pequeña familia. Por lo tanto, llevarla a conocer a su tío era una imposición que yo misma me ponía.

Al empezar con el proceso de afeitado, fui extremadamente cuidadosa. No estaba segura de cuánto cortaban esas hojas y me negaba a dejar alguna marca en su cara, por lo que avancé bastante despacio. Mi ritmo pausado hacía que el cansancio se apoderara de él y que cerrara más y más los ojos.

Estaba perfilando su mandíbula cuando Jungkook interrumpió ese silencio.

—Noona ... —susurró, combatiendo la somnolencia.

—¿Te he hecho daño? —asustada, aparté las manos.

Sonrió una chispa y desmintió esa suposición al tiempo que empleaba su brazo derecho para mimar mi espalda desnuda. Las gotas de agua caliente resbalaron por mi columna.

—No. No es eso —aliviada, seguí retirando la espuma—. La noche de la exposición, cuando nos vimos a solas —yo le di a entender que sabía de lo que hablaba con un endeble ruidito—, dijiste que yo curaba todo lo que él te hacía.

El camino que creaba con las yemas de sus dedos me hacía sentir a salvo.

—Eres el mejor ungüento que he probado nunca, Jungkook —no tenía ninguna duda.

Le di otra pasada a su barbilla y él aprovechó que me tomaba unos segundos para aclarar la cuchilla en el agua. Bañó sus labios en saliva y me relató aquello que no le dejaba relajarse.

—Entonces no te sientas triste cuando Jae vuelva a Seúl —sujetó mi espalda y mis tendones quedaron inmóviles al contemplar la súplica que había en el interior de sus orbes—. Recuerda el tiempo que hemos pasado juntos, ¿de acuerdo? Sé que no ha sido mucho y que no podremos repetirlo por el momento. Por eso es especial y deberíamos atesorarlo —intentaba sonreír, pero a él también le dolía que esa escapada del mundo real concluyera—. No es un recuerdo triste, sino el más feliz de todos —moví la cabeza, asintiendo—. Te acuerdas de mi número, ¿verdad? —arqueó las cejas, inquisitivo.

Eliminé con mi pulgar uno de los restos de espuma que quedaban aún en su cuello.

—Claro que lo recuerdo —afirmé.

—Pues úsalo —me imploró Jungkook.

Una pequeña sonrisa se instaló en mis comisuras. Pensando en cómo decirle que no podía hacerlo aunque me muriera de ganas, giré su cara con suavidad. Todavía tenía medio rostro embadurnado en espuma de afeitar.

—Mantengo lo que dije aquel día —desanimado, soltó un largo suspiro—. Solo te llamaré cuando no pueda más. Es un riesgo innecesario —le repetí.

—Pero me gusta cómo suena tu voz a través del teléfono —lloriqueó. De repente, se agarró a mí con ambos brazos, soprendiéndome. Aquel abrazo me dificultó la tarea hasta el punto de tener que parar. Con voz lastimera y densa, probó suerte y trató de convencerme—. ¿No me concederás ese capricho, noona?

Me amparé en sus anchos hombros, sintiendo cómo mi pecho rozaba con el suyo. Que empleara esa táctica tan sucia solo me decía que deseaba sobreponerse a mi tozudez a toda costa.

—No pongas ese tono —arremetí contra él.

Mi sonrojo florecía rápidamente, tal y como Jungkook esperaba.

—¿Por qué? Te encanta cuando hablo grave —susurró para después besarme de un modo que agravaba la tensión—. Sobre todo si es con dialecto ... —y su dulce risa se camufló con el sonido de nuestros labios.

Mentalmente, maldije que se hubiera criado en Busán porque era débil a su voz siempre que caía en ese acento. Y él lo explotaba a su favor como buen adulador.

El beso acabó y yo me mordí la comisura inferior para no desplomarme en aquella soberbia zalamería. En lugar de perderme en su afable boca, me alejé de su pecho y lo empujé hasta que volvió a su posición inicial, reposando la nuca en la repisa de la bañera.

—Precisamente —sostuve su pómulo—. Déjate de artimañas y no te muevas o terminaré cortándote.

Ese aviso solo aplacó su competitivo afán durante un escaso minuto.

—Yeong-ah ... —reclamó mi atención.

—¿Qué acabo de decir? —le interpelé.

Acaricié su oreja, echando en falta los aretes. Tras ese gesto, raspé pausadamente una zona delicada, llevándome el vello al apartar la cuchilla. Jungkook interceptó mi muñeca y la plegaria que vi en su semblante me paralizó.

—Tú siempre temes que me pase algo, pero yo también temo por ti —contraatacó—. Me da miedo no poder ir hasta allí si necesitas ayuda. No quiero que sufras sola —le asustaba que sucediera un desastre y que no hubiera nadie que me auxiliara. Era lógico que se sintiera así—. Tenlo en cuenta, por favor.

Y lo tenía en cuenta. Todo el tiempo. Pero sopesarlo no cambiaba que estábamos siendo unos temerarios y, si a eso le sumábamos conversaciones telefónicas, JaeHo acabaría descubriéndolo. Así que, él estaba en su pleno derecho de exigirme, porque éramos una pareja, al fin y al cabo, pero yo no podía darle más de lo que le había ofrecido aquel fin de semana.

Con la mano mojada, limpié su dermis. Ni siquiera le había dejado un pequeño arañazo.

—Si no supiera que me revisa el móvil, te llamaría cada noche —y él sabía que aquello era cierto. No replicó y me permitió continuar—. Lo siento —me disculpé con un diminuto pico en sus rosados labios—. Confía en mí; es mejor de esta forma.

Su respiración era profunda, como si se hubiera resignado a mi pobre justificación.

—Me jode que tengas razón —se lamentó y chasqueó la lengua.

Su enfado me sacó una carcajada.

—Corrección: te jode no llevar la razón —lo rectifiqué.

—Eso también ... —intentó guardarse la sonrisa, pero mi contento le pudo. Toqueteó mi flequillo, humedeciéndome la mejilla—. Vamos a salir de esta. Te lo prometo. En unos meses, no será más que una pesadilla. Y no tienes pesadillas si duermo contigo —rescató, lleno de orgullo.

—En unos meses, ¿eh? —seguí afeitándole—. Ojalá, Jungkookie. Ojalá.

El murmullo del agua llegó a mis oídos en el instante en que Jungkook zarandeó su pierna, estirándola.

—La primera noche que seas libre, haremos esto, ¿trato hecho? —me sugirió.

La esperanza se retorcía en esas perlas azabaches, negándose a abandonar su puro corazón.

—¿Esto? ¿Bañarnos juntos, dices? —alejé un mechón que le caía por la sien, revoltoso.

Centelleó, como centellean los faros de un barco al avistar tierra. Yo era la tierra a la que él deseaba volver. Un deseo que correspondía de la misma manera.

Asintió, fascinándome.

—Y yo te daré ese masaje que ahora no quieres. Lo haremos así ... —tentada por el brillo de sus labios, me aproximé y saboreé su deliciosa risa en un beso lento. Risueño, me cosquilleó la nariz con su resuello—. Ah, de verdad tengo un don en las manos, noona. Ya lo verás.

Las gotas salpicaron los azulejos y él me mojó en consecuencia, absorto en la felicidad que ocultaba en cada batir de pestañas.

—Trato hecho —y ensanchó la sonrisa.

—Tan bonita ... —admiró mi faz, provocando ese rubor que solo él podía suscitar—. No sonrías —su petición me llevó a tensar tanto las comisuras que empezaron a dolerme—. Tu hoyuelo me desconcentra, jagi —alegó.

Creí que bromeaba y no pude hacer más que reír, además de sostener su barbilla.

—Pero yo no tengo ningún hoyuelo —objeté.

—Lo tienes —atestiguó y alzó el brazo para señalar el punto al que se refería—. Justo aquí —dijo con la boca pequeña. Mi atención residía en el último espacio que faltaba por rasurar, así que Jungkook interpretó mi silencio como si le otorgase poca credibilidad—. ¿No me crees? Es en serio ... —oírle gimotear agrandó mi sonrisa. Él acarició el supuesto hoyuelo y echó una bocanada de aire antes de seguir—. En otra vida debí besarte aquí cientos de veces y dejé una marca que solo yo puedo ver —sus pupilas y las mías chocaron, y yo, que había dejado su rostro impoluto, cedí frente a esa voz ronca y sosegada. Fui consciente de que estaba besándole cuando ronroneó en mi boca, satisfecho con mi reacción a su tierna historia—. Tuvo que pasar eso si tú no lo ves ... —me aprisionó contra su torso y se sometió a mis besos.

Éramos tan distintos. Él, con sus adorables pucheros y halagos constantes, y yo, con esa seriedad y escasa capacidad de hacer comentarios ingeniosos. Si alguien, fuera de nuestro círculo más cercano, nos hubiera conocido por separado, nunca habría apostado que terminaríamos juntos.

—Somos muy diferentes —farfullé mientras nos besábamos.

—¿Lo dices por mi brillante imaginación? —se burló. Ante mi negativa, abandonó su faceta bromista—. Puede, pero me gusta que sea así. Aprendo mucho de ti y de mí mismo cuando estamos juntos. En mi opinión, eso es lo más importante en una relación —se respaldó en una creencia más que respetable.

Sus argumentos tenían fundamento. Yo también me sentía de esa manera estando con él porque reconocía y aceptaba partes de mí que ni siquiera me había dado el lujo de explorar en la soledad a la que me vi abocada desde pequeña. Sin embargo, no importaba que fuéramos como el sol y la luna. Jungkook comprendía que ser polos opuestos había forjado nuestros sentimientos, consistentes y férreos.

Peiné su cabello con los dedos y él plantó castos besos en mis labios. Ese dócil sonido trataba de imponerse a la oscilación del agua.

—Namjoon hizo que me interesara en la poesía —pasé los brazos por su cuello después de dejar la cuchilla lejos—. Le he cogido un libro esta tarde —recordé, con Jungkook paseando las manos por mi espalda.

—Mmmm —gruñó en un tono bajo—. Hyung tiene buen gusto con los libros —reconoció entre un beso y otro—. Y tú también.

—Gracias —agradecí—. Pues ... Una vez leí que lo que une a dos personas nunca es lo que comparten, las similitudes entre ambas o las aficiones que tienen en común, sino eso por lo que luchan juntos —le expliqué, extrayendo las palabras exactas, igual a como las recordaba—. Tú luchas por hacerme feliz y yo lucho por hacerte feliz —con los ojos bien abiertos, analizó mi deducción—. Son dos objetivos que se complementan y que, en cierto sentido, coexisten el uno con el otro, ¿no?

Por la forma que tuvo de mirarme, creí ... Creí que volvía a enamorarse de mí. Fue como si se saltara la primera fase y todo ese amor se fusionara en sus pupilas de un solo golpe.

—Te adoro —murmuró, pillándome con la guardia por los suelos—. Adoro que seas tan inteligente y complicada —la seriedad en su voz me revolvió el vientre.

—¿Qué estás diciendo? —reí para expulsar los nervios—. Eres más inteligente que yo, Jungkook-ah. Aunque en lo segundo gano seguro.

Se acercó y tomó mi boca sin dudarlo. La presión de su lengua, que pretendía avasallar a la mía, se engarzó en mi pecho como una enredadera crece alrededor de un buen soporte, avanzando día a día con el claro objetivo de apoderarse de esos cimientos que se tambaleaban frente a una tenacidad que solo había visto en él.

—Lo mío es memorizar. Pensar se te da mucho mejor a ti, noona —separó las capacidades y yo me sonrojé tanto que la temperatura corporal se me disparó—. ¿Tienes idea del atractivo que desprendes diciendo esa clase de cosas? —me acusó. Sus cejas arqueadas consiguieron calmarme—. Es más de lo que puedo soportar, Yeong ...

—De acuerdo, de acuerdo —aparté la vista, ojeando todas las burbujas que nos rodeaban—. ¿Puedo tumbarme?

Un poco avergonzada, me sumergí en la bañera para ocultarle mis senos.

Él conocía el efecto que tenía en mí cuando era directo y no le apenaba usarlo. Saber que sus lisonjeras palabras me dejaban fuera de combate le hacía sonreír con una ínfulas magníficas y, allí, empapado, mientras las gotas le resbalaban por el cuello y las sienes, evitar su mirada era lo único que acerté a hacer.

—Todo lo que ves es tuyo, noona —retiró las manos de la base de mi espalda y retomó esa cómoda posición mediante la cual abría los brazos, mostrándome la amplitud de su complexión—. No es necesario que me preguntes.

Si no hubiera estado agotada, sabe Dios cómo habría terminado aquel baño nocturno.

Carraspeé para aclararme la garganta y me giré, encontrando un hueco entre sus fibrosas piernas del que me apoderé en menos de tres segundos.

—Prefiero ser educada —me excusé, tímida.

Al hundirme en aquella balsa de agua caliente, mis articulaciones respiraron correctamente por primera vez en días de lo más fatigosos. Un gemido huyó de mis cuerdas vocales, exclamando así lo bien que se sentía sumergir también los hombros.

Jungkook me pegó a su cuerpo. Su mano derecha se aferró a mi cintura y yo apoyé la nuca en su hombro, con la columna encajando a la perfección en el espacio que su trabajado pecho tenía reservado para mí.

Noté cómo sus pulmones sacaban el aire y volvía a inspirar hondo, recreándose en ese tacto que propiciaba el agua bajo la espesa capa de espuma.

—Aigo ... Esto es agradable ... —profirió cual anciano disfrutando del mejor remojón de su longeva vida.

Se lavó el rostro, pero procuró no mojarme al hacerlo. Agradecida por ese gesto, acaricié su muslo.

—Deberías agradecerle a tu madre el regalo —esas sales de baño debían tener algo especial, desde luego—. Ah ... Si cierro los ojos ... Creo que podría quedarme dormida.

Gracias a la diferencia de altura, él pudo besar mi piel desnuda.

—Te llevaré a la cama si eso pasa.

Durante unos largos segundos, el sonido de sus labios chocando contra mi hombro fue lo poco que bailaba en el húmedo ambiente del cuarto.

Cualquier preocupación se evaporó, no dejó señal alguna, y lo único en lo que pude pensar era en lo bien que se sentía recibir aquellos picoteos de parte de Jungkook, que, a pesar del cansancio, no paró ni un instante.

De repente, distinguí el estruendo de una tormenta que no estaba anunciada a través de la pared. Entreabrí los ojos, aunque no hablé hasta que él se abrazó a mi estómago y escurrió la espalda ligeramente para tener el alcance exacto, ascendiendo por mi cuello en medio de ese sendero de caricias.

—¿Está lloviendo otra vez? —pregunté tras un bostezo.

—Suena fuerte, ¿verdad? —masculló—. Espero que mañana no llueva tanto. Le he pedido a hyung uno de mis días libres —me comunicó.

Me volví, tratando de mirarlo.

—¿Por qué has hecho eso? —titubeé, extrañada por su elección.

—Porque quiero estar contigo todo lo que pueda —resumió. Internamente feliz, cogí la mano que tenía en mi cintura y la llevé a mi regazo, acariciando sus nudillos—. Había pensado en ir de compras a un sitio que permite animales y que no suele estar muy concurrido. Yuna necesita muchas cosas antes del martes —besó mi mejilla y empezó a frotarla con la suya—. Haré una lista por la mañana. ¿Te parece bien?

Esa plenitud era indescriptible. Descansar en sus brazos se había vuelto el mayor regalo que podría tener nunca.

—De acuerdo ... —accedí.

Una salida de compras me apetecía porque sería algo tranquilo y, joder, quería tener esa experiencia tan cotidiana con Jungkook antes de regresar a mi jaula.

Otro pensamiento atravesó mi mente como un relámpago. Al cabo de un minuto callada, él me interrogó.

—¿En qué piensas? —agarró mi dedo anular y midió la diferencia con el suyo.

Observé la posición de su falange en comparación.

—Jimin me recordó la gala benéfica del domingo —le dije—. ¿Irás?

—Si mis padres no asisten —aclaró—. No lo sé ... Mamá no parecía tener muchos ánimos.

Me pasé la lengua por las comisuras, dudosa.

—Es obligatorio llevar acompañante —añadí aquel dato.

—¿De verdad?

—Eso parece.

Y Jungkook dedujo cuál era el verdadero motivo por el que estaba pensando en esa cena.

—Mmmm ... ¿Quieres saber a quién llevaría? —se detuvo en mi inocente rodeo—. ¿Es eso?

—No es que quiera saberlo —me defendí, a lo que él sonrió tras mi oreja—. Solo ... Solo tengo curiosidad.

La idea de ver llegar a Jungkook de la mano de una chica desconocida me irritaba. Me gustase o no, sabía que, en alguna de esas fiestas o encuentros de la alta sociedad, él iría acompañado de alguien más. Alguien que no era yo.

—Puede que tenga a alguien en mente —confirmó mis sospechas.

—¿Tan rápido? —inquirí.

—Es la única opción que contemplaría —puntualizó mientras besaba de nuevo mi pómulo.

¿Así solían atacar los celos? Algo que nunca había contemplado experimentar y que rechazaba porque, siempre que aparecían, dejaban una amargura que únicamente comprendía por diversas lecturas y comentarios de terceros. Sentirlo en mis carnes fue mucho peor, más dañino de lo que imaginaba.

Además, los celos no podían ser sanos en ningún escenario. Estos derivaban en la posesividad de quien los sufría sobre la otra persona y ya había tenido suficiente de eso.

Nada de ser posesiva, Yeong. Sabes que él te quiere.

Y repetirme aquello ayudó a que el nudo se aflojara.

—No vas a decirme quién es, ¿verdad? —hice el intento de sonreír, consciente de que Jungkook no lo tomaba en serio.

—No. Es más divertido si no lo sabes —se rio, con su reguero de besos recreando la forma de mi cartílago—. ¿Te estás poniendo celosa? —preguntó, ronco.

Si bien él tenía muchas más razones para ser celoso conmigo, solo actuaba de ese modo con gente que no le preocupaba en realidad, como sucedió con Jimin aquella vez. Supuse que era la forma de canalizar esos celos que procuraba extinguir cuando cavilaba acerca de las docenas de hombres con los que me relacionaba al mes o con el propio Jae.

—Para nada —bromeé, haciéndole reír al instante. Me enfoqué en lo afortunada que era por tenerle, por su comprensión y condescendencia para con mi vida—. ¿Cómo es esa mujer?

Mis rodillas se hicieron visibles en la superficie debido a todo lo que me había reclinado, descansando en su abrazo.

—Muy guapa, casi tanto como yo —aquella tonta quemazón se transformó en diversión a raíz de la risa que guiaba sus aportaciones—. También es amable .... Le gustan mucho ese tipo de reuniones. Creo que te llevarías bien con ella —afirmó, despertando mi interés.

—¿Y estás seguro de que aceptará ir? —le piqué—. A lo mejor tiene otro compromiso ese día —propuse la alternativa.

—Estoy seguro de que no —parecía confiado—. Siempre dice que sí a cualquier plan que le proponga —me rebatió.

—Ninguna mujer se negaría si la invitas. Puedo corroborarlo —admití la derrota.

Solo entonces distinguí un cambio en la tonalidad de su voz, reflejando con ello que adoptaba una actitud distinta a la abanderaba hasta ese momento.

—¿Te molesta que vaya con otra? —empujó su nariz contra mi cuello.

La fricción me volvió valiente y, por lo tanto, sincera.

Y no le mentí.

—Claro que me molesta —solo podría pasarlo por alto si fuera de piedra y, por su culpa, ya no me describía a mí misma de tal manera—, pero sé que es lo correcto. Ni siquiera estoy enfadada —aseguré, suspirando—. Se me pasará.

El paso de su boca por mi piel se hizo más profundo y tuve que ladear la cabeza para que él pudiera besarme tanto como le apetecía.

—No podría encontrar a nadie que esté a tu altura, noona ... —una sonrisa fugaz pintó mi semblante—. ¿Qué vestido usarás?

—¿Por qué lo preguntas? —espiré.

Aunque quisiera la respuesta rápidamente, Jungkook estaba demasiado embelesado con esa enumeración mental que hacía de mis lunares. Los besaba uno por uno y, al acabar, empezaba desde el principio.

—Para llevar la corbata del mismo color —me respondió, finalmente.

Riendo, crucé ambas piernas.

—Persona incorrecta, Jungkookie. Tienes que combinar con tu pareja, no conmigo —lo saqué de su tierno error.

—Será una coincidencia, vamos —insistió.

A pesar de la buena temperatura, sentir su lengua en mi hombro me envió un escalofrío por la columna. Él lo saboreó de primera mano.

—Azul marino —ronroneó, de acuerdo con la elección—. Es el color que mejor me sienta —concreté. Los párpados me pesaban mucho, pero los sonoros besos que rociaba por mi dermis y el cosquilleo de su cabello me mantenían despierta—. El vestido tiene una abertura en la pierna derecha.

—¿Una abertura?

—Me moriría de calor si no la tuviera —le aseguré.

—Y ... ¿Hasta dónde llega? —su mano cobró vida, atrincherándose encima de mi rodilla—. ¿Por aquí?

Siguiéndole el juego, tomé su muñeca y le subí la mano hasta la mitad de mi muslo. Sumergida bajo el agua, disfruté del agarre de sus afanosos dedos en torno a mi pierna.

—Más arriba. A esta altura —esclarecí.

Suspiró, acariciando mi piel.

—Creo que no iré —decidió.

—¿No? —mi sonrisa se desplegó de repente.

Esa altura era peligrosa, tanto para él como para mí. Aunque no mostraba demasiado, sería un aliciente que empeoraría esa imposibilidad de tocarme en un acto público. Que uno de los dos no se presentara debía de ser la mejor opción.

—Ir con una mujer a la gala y desear a otra es indecoroso, noona —besó el lateral de mi cuello. Caería en la trampa si me tenía cerca, en especial después de haber pasado todos esos días en su apartamento, descontrolados y sin ninguna intención de detener aquel frenesí—. ¿Qué pasaría si la gente se da cuenta? —cuestionó, succionando suavemente para no dejar marcas.

—Entonces yo tampoco debería asistir —escruté algunas burbujas reventar mientras me aferraba a su brazo, trazando una senda sobre las venas más gruesas del dorso de su mano.

Poco después, Jungkook recuperó el control sobre su boca y se recostó, llevándome hacia atrás con él.

El repiqueteo de la lluvia en las ventanas del salón se escuchaba desde el cuarto de baño y temí que Yuna se despertara con el ruido, pero mis músculos se negaron a moverse y prolongué un rato más el descanso que bien nos habíamos ganado.

Una duda resplandeció en mi mente, como una bombilla encendiéndose en mitad de la oscuridad más tórrida.

Todavía dibujando las líneas de su brazo con la punta de mis dedos, expuse aquel interrogante a Jungkook.

—¿Has pensando en decirle a tu madre lo nuestro?

Decírselo a su padre o a su hermano eran opciones que quedaron descartadas desde el minuto uno, pero con su madre sería muy diferente; sabía cuánto amaba a Jungkook, cuánto se preocupaba por su bienestar, así que no me molestaba que ella supiera algo.

—Claro que lo he pensado —sentí cómo su estómago se flexionaba tras inspirar con fuerza—, pero no creo que sea una buena idea —al parecer, ya lo había meditado bastante—. Sé ... Sé que lo entendería y que nos ayudaría. El problema es que se involucraría demasiado —con las vibraciones de su pecho en mi espalda, dejé que la cadencia de su voz meciera mi interior—. No quiero eso para ella.

—Bueno, no hace falta que le des todos los detalles —planteé una solución—. ¿No bastaría con decirle que estás viendo a alguien?

El comienzo de una de sus carcajadas, que murió antes de formarse debidamente, me tranquilizó.

—Ya lo sabe. Se lo imagina —me puso al corriente—. Desde que me vine a esta casa ha estado insistiendo, como si supiera que hay algo que mantengo en secreto. Está convencida de que tengo una novia a la que no quiero presentarle —contuvo la risa.

—Eso último es cierto —señalé, sonriente.

No podía ponerle cara a esa mujer. Nunca la había visto y, a pesar de eso, la necesidad de presentarme y agradecerle por haber criado a un chico como Jungkook crecía por momentos.

—¿Te gustaría conocerla? —me preguntó, inocente.

No se esperaba que tuviese interés en conocer a la mujer más importante de su vida.

—Casi no recuerdo lo que es tener una madre —empecé diciendo—. Creo que te envidio un poco por eso —admití, avergonzada—. ¿Y si no le gusto? —esa pregunta le arrancó las risotadas que había frenado antes—. Me encantaría conocerla y decirle que soy la pareja de su hijo, pero tendríamos que explicarle miles de cosas que no le harían ninguna gracia —comprendía la inquietud de Jungkook y la compartía—. Si fuera más sencillo, ya te habría pedido que nos presentaras.

¿Aceptar a una mujer que había aparecido de la nada y que estaba poniendo en peligro a su querido hijo pequeño? Objetivamente, era una locura que se lo tomase bien y que pudiera siquiera apreciarme un poco.

—Mamá siempre quiso una hija, ¿sabes? —interrumpió mi pesimismo al hablar y acariciar algunos de mis dedos—. Y tú te pareces a ella más de lo que pensaba. Las dos sois tranquilas, confiables, de buen corazón y amáis a vuestra familia. No podrías caerle mal, noona —que él lo creyera me daba esperanza—. Empatizaría con tu situación y valoraría lo que haces por mí, el esfuerzo que haces por nosotros —sus cumplidos fueron devastadores para mí. Aprovechando ese corto silencio, hundió la nariz en mi pelo—, pero no quiero que se preocupe más de lo necesario. Lo entiendes, ¿verdad?

—Yo tampoco querría involucrar a mi madre en una historia tan repulsiva —y respetaría su decisión—. Preséntamela cuando todo esto acabe, ¿vale? —me giré, obteniendo su bonita sonrisa y un dulce beso.

Posicionó su brazo derecho de tal manera que apoyarme en su tórax no fuera una tarea imposible. De lado, sobre su torso, me agarré a él y descansé la cabeza contra su hombro. Mis pupilas viajaron por el color blanco de la bañera, pensando en cuánto tiempo transcurriría hasta que ese encuentro entre la señora Jeon y yo se produjera. Pedí que no tardase en ocurrir, aunque no en voz alta.

—Estoy seguro de que terminará queriéndote más que a mí —comentó, alegrándome.

Apenas media hora más tarde, habiendo concluido aquel placentero baño, yo esperaba tumbada en su cama con aquel libro de poesía que tomé prestado de la biblioteca personal de Nam. Había algunas anotaciones en diferentes poemas, por lo que saltaba de unos a otros, leyendo aquellos versos que mi hermano había marcado e intentando descifrar las razones de dichas señalizaciones.

Irrumpiendo mi silenciosa lectura, Jungkook entró en la habitación mientras se frotaba las mejillas. Deduje que así diluía la loción que acostumbra a echarse después del afeitado, pero un tierno bostezo consiguió que no pudiera despegar la vista de su rostro.

—¿Vas a leer? —me preguntó, medio sorprendido.

Se encaramó a la cama y gateó hasta alcanzarme. Echó el brazo por mi barriga, acomodando también su pierna entre las mías. Antes de parpadear, ya lo tenía abrazado a mí como un koala y una sonrisa nació en mis comisuras. Sin apartar la mirada del libro, apoyé el pómulo en su cabello húmedo.

—Hasta que se me cansen los brazos. Salir del baño me ha quitado el sueño —pasé la página.

—Ojalá pudiera decir lo mismo ... Estoy muerto —murmuró él.

—¿Quieres que me marche al salón? —reparé en la lámpara que mantenía encendida para poder leer—. La luz te molestará si ...

Deslizó su otro brazo, el derecho, bajo mi cuello. De esa forma, pude descansar mejor que teniendo solamente la almohada.

—Puedo dormir con la lámpara encendida, pero si te marchas es imposible —lloró cerca de mi oreja.

Sentí el suave martilleo de su corazón en mi costado.

—Jungkookie, te comportas como un bebé —me burlé a pesar de que adoraba su forma de ser.

—No soy ningún bebé —al esconderse contra mi cuello, su puchero quedó lejos de mi visión—. Lo más parecido a uno es Yuna ... —puntualizó. Yo leí un solitario verso y él habló de nuevo—. Noona, ¿quieres tener hijos?

No aparté la mirada de aquellas palabras escritas en tinta negra, pero desenfoqué un poco la frase que me tenía ocupada, aturdida por tener que contestar a una pregunta que nunca me había formulado a mí misma.

¿Hijos?

Ni siquiera podía cuidar de mí. Estaba justificado que aquel asunto no hubiese pasado por mi cabeza hasta entonces. Sin embargo, la posibilidad de traer al mundo a una criatura inocente y anhelante de protección para darle una vida mejor, más segura y merecedora de alegrías que la que yo había tenido la maldita desgracia de sufrir, me gustó más de lo que fui capaz de expresar.

—Supongo que sí —mojé mis labios y especifiqué—, aunque no ahora —sólo cuando todo marchase como quería y fuera verdaderamente libre—. ¿Y tú? —aguardar su respuesta me puso ansiosa.

—En unos años, me gustaría —disipó el miedo a que no le apeteciera—. Somos muy jóvenes todavía ... Cuando tú abras la galería de arte y Jimin y yo tengamos el bufete ... —con una sonrisa, me fijé en unos apuntes escritos por Namjoon, en la parte más baja de la hoja—. Cuando vivamos juntos y tengamos cierta estabilidad ... Sería ... —otro bostezo quebró su lógico discurso.

Justo ahí, con Jungkook bostezando y mis ojos ojeando las anotaciones de Nam, leí una expresión rodeada en rojo.

El tiempo que pasa.

Hyori —dije, sin pensar.

Él se movió para echar un vistazo al libro que sujetaba.

—Es un buen nombre —asintió—. Me gusta.

No me hacía falta preguntarle a Nam acerca de aquello; podía imaginar lo que significaba esa marca en rojo y también me agradó porque tiempo era todo lo que necesitábamos. Tiempo para sanar heridas, para rehacer nuestra vida juntos y para cumplir con las metas que nos habíamos propuesto, tanto a título personal como en pareja.

—Es muy bonito —afirmé, leyéndolo de nuevo.

—Bien ... Pues, si es una niña, se llamará así —no dio más rodeos. El siguiente bostezo fue más largo y pesado—. El nombre de niño lo pensamos mañana ... —su voz se iba apagando, recordándome que el baño de agua caliente le había drenado las energías.

—Vale —quise reír, pero a mí tampoco me sobraban las fuerzas—. ¿Quieres que ponga alarma?

Se negó y desplazó la mejilla por encima de mi clavícula, importándole poco que mi cuerpo desprendiera un calor humano del que nadie, en su sano juicio, podría disfrutar a tan solo un par de días de julio.

—No ... Necesito dormir como ... Diez horas seguidas ... —balbuceó.

Ya arrastraba las palabras, venciéndose al cansancio acumulado.

—Buenas noches —le deseé.

¿Cómo volvería a dormir con Jae después de haber probado el manjar que suponía aquella cercanía entre Jungkook y yo?

—Yeong-ah ...

—¿Hmmm?

—¿Puedes leer en voz alta? —me pidió, con la consciencia colgando de un fino hilo.

—¿Quieres que recite para ti? —me salté un par de hojas, llegando a otro de los comentarios de mi hermano.

¿Y qué más da, Yeong? Piensa en lo que tienes ahora, mientras Jungkook cierra los ojos y percibes su cálido aliento. Todavía te quedan varios días, así que olvida a Jae y céntrate en el chico que te abraza medio dormido. Él lo es todo, ¿recuerdas?

—Por favor ... —murmuró.

Y leí los poemas aunque se durmiera un minuto después de comenzar con ese recital improvisado. Leí hasta que mis ojos ya no resistieron abiertos y no tuve más remedio que soltar el libro sobre las sábanas para unirme al reparador descanso que había absorbido a Jungkook.








🛁📖🛁

10.000 palabras más, bien ricas, porque es el cumple del nene y eso se celebra sí o sí con doble capítulo ✌🏻👽✌🏻

Querría haber terminado la sinopsis de la novela del Jk vampirito, pero casi no he tenido tiempo hoy, así que he pensado en subir otro cap por aquí a cambio xD

Espero que hayáis disfrutado este mini maratón ♡✨

ES UN BEBÉ ༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽

Buenas noches, gente ('')

Os quiere, GotMe 💜

1/9/2022 🎈

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