34
Yeong
Estando en la librería, me enteré de que Nam también sabía de qué iba esa sorpresa y, cómo no, tampoco me dijo ni una palabra. Jungkook parecía estar pasándolo en grande viéndome fruncir el ceño y devanarme los sesos para adivinar qué podía ser.
Al acabar su turno, nos despedimos de mi hermano, ya que Jungkook había citado a Tae y a Jimin en otro lugar. Cenaríamos juntos, por lo que le insistí a Nam en que debía acompañarnos. Sin embargo, él alegó que estaba agotado y que tenía que terminar la lista de pedidos que haría al día siguiente. Por lo tanto, lamentándolo, tuvimos que marcharnos solos.
Cuando llegamos a su coche, me ofrecí a conducir en su lugar. Jungkook había pasado parte de la tarde moviendo cajas del almacén y, aunque no lo dijera, no tenía dudas de que estaba cansado. Ya le había visto manejar aquel Mercedes, así que no debía suponer un gran problema, si bien era cierto que no solía llevar ningún vehículo. El chófer de JaeHo se ocupaba de llevarme y, si no lo hacía él, tomaba el autobús. El coche que esperaba en el patio de la hacienda fue un regalo que no toqué nunca porque no era mío, sino la forma que se le ocurrió a Jae de comprar mi libertad.
A pesar de mis repetidos intentos, Jungkook se limitó a sonreír y negar. Mi insistencia le hizo mucha gracia, pues su sonrisa se mantuvo intacta durante casi todo el viaje. Al cabo de un rato en la carretera, me contenté con hacerle reír.
Él me juró que estaba bien y agarró mi mano izquierda, besándola y sosteniéndola hasta que llegamos a una zona de bares y restaurantes bastante concurrida de la ciudad.
Al ser un domingo de principios de verano, después de unas lluvias tan fuertes que apenas estaban dando una breve tregua, la gente aprovechaba para salir de casa mientras pudiera. A raíz de esa concurrencia, Jungkook se aferró más a mis dedos, prometiéndome que iríamos a un sitio con menos personas.
Así fue. Atravesamos algunas calles abarrotadas y comenzamos a desviarnos de la ramificación principal del barrio. Solo estuvimos caminando durante un par de minutos y, al levantar la mirada, tropecé con un chico de pitillos negros y camiseta blanca que aguardaba en la puerta de un restaurante, jugueteando con sus gafas de sol y revisando su móvil.
—Jimin-ssi —exclamó Jungkook, sacándole de su ensimismamiento—, ¿qué haces aquí fuera?
Él se giró y, tras ubicarnos a unos metros, esbozó una amable sonrisa.
—Ah, nada. Respondía unos mensajes —abrazó a Jungkook y se acercó a mí—. Yeong-ah —me interpeló, frustrado—, estás preciosa. Incluso más que la última vez que te vi. ¿Cuánto han sido? ¿Dos días? —la risa salió de lo más hondo de mi estómago, halagada y sonrojada. Nunca me acostumbraría a ser víctima de la zalamería de ese chico—. ¿Cómo demonios lo haces? —dijo, ofreciéndome su mejor rostro de incredulidad.
Ese abrazo fue realmente cálido, igual que Jimin.
Riendo, debido a sus cumplidos, pasé ambos brazos por su espalda y él acarició la mía. Jungkook nos observó, conteniendo la felicidad al mordisquear sus labios.
—Efecto secundario de haber pasado el fin de semana con Jungkook, imagino —le expliqué, alejándome de su cuerpo.
Asintió, dándome la razón.
—Disculpa que os hayamos interrumpido esta mañana —me mostró una mueca, apenado—. De haber sabido que estabas con Jungkookie, habría sido más paciente.
Apreciaba mucho su disculpa, pero no hacía falta que me la diera.
Por ello, meneé la cabeza y sostuve su antebrazo, dispuesta a decirle que el error había sido nuestro por no habérselo contado. Si él hubiese sido consciente de que estaba quedándome indefinidamente con el más pequeño, ese malentendido no habría sucedido.
Pero, justo antes de rechazar su perdón, Jungkook abrió la boca.
—No te preocupes. Podemos seguir cuando volvamos a casa.
Ojiplática, le miré.
—¡Jungkook! —exclamé, sin levantar mucho la voz.
Jimin empezó a reír, divirtiéndose a lo grande de ver mi rubor empeorar en contraste a la tranquilidad con la que su amigo hablaba de algo tan personal.
—¿Qué? —se encogió de hombros y pasó el brazo por mi cintura, firme en su contestación—. ¿Acaso estoy mintiendo?
Le habría matado por ser así de explícito. Solo me lo impidió el fulgor de sus ojos, que redujo ese nerviosismo en un instante.
—Tranquila —se apresuró a decir Jimin—. Es lo que tiene el sexo cuando es bueno: nos vuelve más sinceros aunque no queramos.
Y su apreciación era muy acertada, desde luego.
—No voy a cuestionarlo —apunté, abandonando la incomodidad gracias a la suave voz de Jimin—, pero creía que estábamos aquí para cenar, no para hablar de estos temas.
Cedió, señalando hacia la puerta del restaurante.
—Y estás en lo cierto —empujó la superficie—. Vamos, los demás están dentro —agradecida de que la conversación no siguiera por esos caminos, crucé el umbral tras Jimin y con Jungkook detrás—. Taehyung-ah, ¿tenemos mesa? —le escuché preguntar.
De puntillas, traté de encontrar a Tae al echar un vistazo por encima del hombro de Jimin. Tal y como imaginaba, él venía hacia nosotros, enfundado en una de sus camisas granates y sus pantalones de lino. El atuendo que había elegido era de lo más elegante, mucho más que el de nosotros tres, pero su cabello alborotado le daba ese aire descuidado que incrementaba el atractivo de mi mejor amigo.
Al distinguir mis ojos, sonrió, extinguiendo sus pupilas almendradas, que se encogieron tiernamente.
—Sí, todo arreglado —le respondió a Jimin, que se apartó un poco y le dio paso para que me engullera en un dulce abrazo—. ¿Cómo estás? —me preguntó, estrujándome contra su pecho.
Olí su perfume, encantada de que hubiera podido venir.
Últimamente pasaba bastante tiempo yendo al hospital y no quería que nos antepusiera a su madre, pero me alegraba mucho de verle. Si había aceptado la invitación de Jungkook era por mí y lo sabía. Nadie tenía que confirmármelo.
El tacto de su camisa me arrancó un suspiro.
—Mejor de lo que había estado nunca —le reconocí, moderando el tono.
—Perfecto —relajó la musculatura y besó mi mejilla. Comprobó que mi rostro no mentía y, a continuación, echó la vista hacia atrás—. ¡Hyung, ven! Tenemos que presentarte a alguien —se dirigía hacia alguien que no estaba a mi alcance. Pensé en ese chico del que me hablaron, Seokjin, pero la familiaridad con la Tae habló me desconcertó—. Enseguida viene —me comunicó antes de contemplar a Jungkook, alegre—. Y tú y yo tenemos una charla pendiente, ¿verdad que sí?
Cogió a Jungkook del brazo, alimentando unas ganas de pelear muy inusuales en él. Entre dulces risillas, se dejó abrazar por el mayor.
—A veces me das miedo, hyung —confesó, con una sonrisa tan grande que mis ojos terminaron humedeciéndose.
Salir con sus amigos a cenar. Un plan sencillo como ese le hacía terriblemente feliz y el añadido que suponía mi presencia allí sumaba muchas otras emociones que se entremezclaban con aquel júbilo.
De repente, una pareja se aproximó a nosotros, que, en plena entrada, entorpecíamos la salida del restaurante. Como mi atención estaba puesta en la imagen de Jungkook y Taehyung abrazándose, no reaccioné muy rápido. Jimin me ayudó, acercándome al lado derecho para que aquellos desconocidos pudieran marcharse.
Con sus anillados dedos en mi muñeca, le di las gracias. Admiré su tierno semblante, pero una figura, al fondo del recinto, atrapó mi mirada. Un chico, que debía rondar la altura de Jungkook y Tae, charlaba amistosamente con un señor que le devolvía las palabras al otro lado del mostrador.
No se trataba de Yoongi-oppa, y tampoco se me antojaba un abogado de prestigio. Sus prendas holgadas, esos vaqueros desgastados y anchos ... No podían pertenecer a una persona como la que Jungkook me había descrito. Así que, la posibilidad de ese tipo fuera Kim Seokjin también desapareció.
Jimin debió darse cuenta de que escrutaba directamente al extraño, pues se aproximó más a mí, evitando que su intervención llegara a la única mesa ocupada del local, a un par de metros de nuestra posición.
—Hoseok es amigo de todo el mundo, así que siempre se pierde si salimos de fiesta —me expresó, dicharachero—. Al parecer, también conoce al dueño. Lleva un buen rato hablando con él —aclaró mis dudas.
—¿Hoseok? —repetí ese nombre por instinto.
Afiné más la mirada, comprobando que se despedía del hombre con el que había estado hablando y sonreía ampliamente, encaminándose hacia nuestro grupo.
Era imposible, ¿verdad?
—Sí, es un buen amigo mío —prosiguió Jimin—. No estés nerviosa; es un gran tipo.
Sin poder creerlo, analicé sus facciones. Él no reparó en mí ni en Jimin, sino en Jungkook, que apenas se liberaba de la sujeción de Tae.
—¡Jungkook! —lo llamó y él se giró para darle la mano y abrazarlo, amigable—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos vimos? ¿Tres meses?
Sin pestañear, tragué saliva.
—Más de cuatro —le corrigió—. Tu fiesta de cumpleaños fue en febrero, ¿recuerdas, hyung? —Jimin rió, mofándose de la mala memoria de su amigo.
—Claro que me acuerdo, pero ya sabes que las fechas no son mi fuerte —se defendió, divirtiendo también a Tae, que se había colocado a mi izquierda—. ¿Cómo has estado? —masajeó el hombro del menor.
Jungkook le conocía bastante, resultaba evidente. A pesar de todo, él era mucho más tímido que Jimin y no solía estar a gusto con desconocidos. Además, si le había llamado para esa cena, debía confiar en él. Entonces ...
—Muy bien —contestó—. Gracias por venir. En realidad, quise presentaros antes y ...
Iba a continuar, pero, al girarse y mirarme, Jung Hoseok clavó la mirada en mí. Aunque en un principio no se percató de quién era, la estupefacción que reflejaba mi cara y la sorpresa en mi voz activaron la tecla necesaria.
—¿Oppa? —solté, todavía dudosa.
Sus labios se separaron y alzó las cejas, asombrado de tal coincidencia.
—¿Yeong? ¿Eres tú?
Esa conmoción se transformó en una grata alegría, aunque Jimin, Tae y Jungkook quedaron estáticos, incapaces de comprender lo que estaba sucediendo delante de sus propias narices. El último de ellos me taladraba con unos ojos llenos de confusión.
—¿Qué estás haciendo en Corea? —fue lo primero que se me pasó por la cabeza—. Pensé que seguías en Japón.
—Volví ... Volví hace un año —su balbuceo me teletransportó a esos años en los que nos veíamos a todas horas. Hoseok avanzó, poniendo ambas manos en mis brazos, alucinando—. Joder, ¿cuánto has crecido? —intentó medir mi estatura y reí, contagiándome de su vivo entusiasmo—. Eras una mocosa cuando me fui y ahora ...
—Cumpliré veintidós este año —le informé—. Ya no soy ninguna mocosa.
Hizo un ruidito de esos que lo caracterizaban tanto para simbolizar el asombro que le había sobrecogido después de identificarme.
—Ya lo veo —y agrandó su sonrisa, asimilándolo—. Dame un abrazo, venga.
Él me encerró en su pecho. Su enérgico gesto me levantó del suelo una chispa, provocándome una risa aún más estridente mientras me afianzaba a su amplia espalda.
Seguía siendo el mismo chico cariñoso que recordaba.
No había cambiado en nada. Su rostro era el mismo y ese carácter tan afable e impetuoso me arropó como si los años no hubieran pasado.
Solo en ese momento observé la pequeña sonrisa que nacía en las comisuras que tantas veces había besado.
—Noona, ¿os conocéis? —entornó los párpados, examinando aquella escena con detenimiento.
—¿Que si nos conocemos? —decidió responder Hoseok, rompiendo aquel largo abrazo—. Hace años ella era como mi sombra. La hermana pequeña que siempre quise —declaró, enternecedor—. Andabas pegada a mí o detrás de Nam todo el tiempo —reparó en que no había dicho nada de mi hermano—. ¿Y él? Regresó hace unos años, ¿no? ¿Cómo se encuentra?
Esa retahíla de preguntas me contrarió, pero no tardé en darle la respuesta que buscaba.
—Bastante bien. Abrió una librería poco después de llegar. ¿No te lo dijo? —ladeé la cabeza, un poco aturdida.
—¿En serio? Yah ... —suspiró, visiblemente impresionado—. Perdí el contacto con Namjoon hace mucho —me explicó—. Él y yo nos fuimos al extranjero muy jóvenes. Ya sabéis —les habló a ellos, que apenas comprendían de dónde venía nuestra relación—, la adolescencia y las esperanzas de un par de niños que querían alejarse de sus problemáticas familias. Éramos uña y carne —añadió, nostálgico—. ¿Hace cuánto de eso, Yeong?
Ese año nunca se iría de mi mente. Todo lo que ocurrió cuando Nam y él se largaron del país y cómo no me quedó más que afrontarlo a pesar de no tener siquiera quince años ... En algún rincón de mi ser, me dolía rememorar esa época.
—Como siete años —le di la cifra que me pedía.
—¿¡Siete años!? —profirió, ensanchando mi sonrisa—. Me sorprende haberte reconocido con la cabeza que tengo —bromeó acerca de su memoria rota, aligerando el ambiente. Puso una mano en mi hombro, mirándome con mucho cariño—. Ya estás hecha toda una mujer, maldita sea ...
Hasta que no lo tuve ahí, no me di cuenta de cuánto le había echado de menos.
La pubertad no me trajo nada bueno, pero, mientras entraba en esos años oscuros, Namjoon y Hobi bastaron para que la falta de amigas o de mi padre no me hiriera tanto. La madre de Nam también contribuyó a que me mantuviera a flote, por supuesto, pero las tardes que pasaba con esos dos me alegraban de verdad. Me sentía querida y valorada por ambos, como si no tuviera un solo hermano mayor.
En muchas ocasiones, Hoseok actuaba más como mi hermano, mientras que Nam tomaba el papel de progenitor. Nos encantaba gastarle bromas, jugando a ser niños, porque eso éramos en aquel momento. Chiquillos que disfrutaban juntos, que aspiraban a una vida que protegiera esa etapa tan hermosa y que, lamentablemente, acabó separando nuestros caminos demasiado pronto.
—Ten cuidado con lo que dices, hyung —dijo Jimin, trayéndome de vuelta a aquel restaurante especializado en barbacoas coreanas.
Hoseok lo miró, divertido.
—¿Por qué? ¿Tienes algo con ella, Jimin? —inquirió, sin pelos en la lengua. El comentario provocó que unas fuertes carcajadas salieran de Taehyung y que Jungkook se sonrojara—. No creo que seas el tipo de hombre que le gusta a Yeong.
Y, aunque estaba en lo cierto, Jimin no lo tomó como un ataque a su persona y agitó ambas manos. Con los ojos vidriosos, empecé a reír. Al borde del colapso, contemplé a Jungkook, que se relamía los labios y me preguntaba con la mirada.
¿Está bien que hyung lo sepa?
Recuperé el aire y moví la barbilla, dándole mi beneplácito.
Esa cordialidad que transmitía Hobi hacía que todo fuera más sencillo y familiar. No me asustaba que lo supiera. Más que eso: me gustaría compartir con él aquel resquicio de felicidad que había obtenido después de tanto tiempo cabizbaja.
—No, no —aseguró Jimin, a punto de seguirnos en un sonoro coro de risotadas—. Ese bribón de ahí la enamoró antes de que yo pudiera intentarlo —reveló, levantando el brazo hacia Jungkook.
Se giró, regalándole un semblante acusador al más pequeño. Parecía haberse encogido, avergonzado de que Jimin le acusara abiertamente.
—Espera, espera —paró durante un segundo, uniendo los puntos—. ¿Estáis juntos? —boquiabierto, nos escrutó por turnos—. Solo me dijiste que esa chica era importante para ti, Jungkook —le contestó al sonreír, liberado—. ¿No te estás burlando de mí? ¿De verdad? —reiteró, temiendo que fuese una broma.
—No te di todos los detalles —volvió a humedecer sus labios, impaciente—. Discúlpame, hyung.
Con la boca formando una diminuta abertura circular, posó sus achispados ojos en mí.
—Entonces ... ¿Vosotros ...? —balbuceó.
—Somos pareja, sí —afirmé, notando ese amargo sabor en el paladar—. Aunque no del todo.
El semblante de Jungkook habló tanto por él como por mí, y Hobi, todavía perdido en aquel laberinto que se había desbloqueado de pronto, exploró los rostros de todos, comprendiendo que algo no iba bien.
—¿No del todo? ¿Qué significa eso? —sus preguntas, acompañadas de esa radiante sonrisa, me retorcieron las tripas.
¿Cómo le explicaría que mi vida no era bonita en absoluto? ¿Que todo se vino abajo cuando Namjoon y él decidieron comenzar de cero lejos de Corea?
—Es una historia muy larga, hyung —me salvó Tae, haciendo de intermediario—. ¿Por qué no nos sentamos primero? —señaló hacia la mesa que teníamos detrás—. Esa es nuestra mesa.
—Claro —aceptó y me invitó a sentarme primero.
Tomamos asiento, alejados del resto de comensales. Jimin hizo un gesto al camarero para que viniera cuanto antes, pero, mientras él se preparaba, nosotros nos acomodamos.
Jungkook agarró mi mano, brindándome algo de valor para atravesar ese mal trago, y yo lo guié hasta una de las sillas, sentándonos juntos. Tae, por su parte, eligió el asiento a mi derecha. Jimin y Hoseok se quedaron con las banquetas al otro lado de la mesa de madera.
Él estaba justo enfrente de mí y, con el movimiento de sillas a nuestro alrededor, leyó la pena en mis ojos. El tiempo no podía quitarle esa facilidad que siempre tuvo a la hora de descifrar mis sentimientos.
—Empecemos por el principio, ¿te parece? —procuró suavizar la atmósfera—. ¿Cómo te ha tratado la vida? No muy mal si acabaste con Jungkook —quiso hacerme sonreír otra vez.
La mano de Jungkook descansó en mi pierna, rozando con los dedos esa parte del muslo que mis pantalones cortos no tapaban.
—No me habría ido tan mal si hubiera aparecido antes —puse mi palma sobre el dorso de su mano, correspondiendo a ese apoyo incondicional que me ofrecía bajo la mesa—. Ha sido más difícil de lo que te puedas imaginar, oppa —le dije, afligida.
—¿A qué te refieres? —dejó ambos brazos sobre la mesa.
En silencio, observé las pulseras que adornaban sus muñecas. Seguía llevándolas después de todos esos años.
En un intento por controlar esas palpitaciones que partían de mi pecho y se extendían por el resto de mi complexión, arrollando cualquier rastro de valentía, flaqueé. No obstante, la idea de que Hobi me viera destrozada y cansada de la cárcel en la que Jae me metió, de que se percatara de lo mucho que había sufrido, pudo con esa falta de arrestos.
—¿Conoces ...? ¿Conoces a Choi JaeHo? —aplaqué el temblor, tajante.
Su brillo comenzó a apagarse y, mientras él procesaba aquel nombre, sentí cómo Tae respiraba hondo, incluso más nervioso que yo.
—Te estás quedando conmigo, Yeong ... —se esforzó por hacer que esa sonrisa sobreviviera, pero sabía de quién estaba hablando y apenas lo aguantó—. Incluso en Japón se le tiene miedo.
Que supiera de Jae me facilitaba la labor de ponerle al corriente, sí. El problema era que, si él conocía una milésima parte de lo que se rumoreaba por medio continente, no sería capaz de apaciguar el miedo que se le instalaría en las entrañas.
—Ojalá lo estuviera haciendo, Hobi —sujeté más los dedos de Jungkook, sintiendo sus fríos anillos—. Por el momento, estoy atada a él —resumí, dejándolo paralizado—. Ocurrió un par de años después de que Nam y tú os marcharais. Mi padre desapareció y él consiguió engañarme. Por eso no puedo decir que Jungkook y yo estamos juntos oficialmente —mi lamento enfrió el lugar—. Hay un papel que me lo prohíbe porque, de cara al resto del mundo, mi vida es suya. Hay una deuda y miles de amenazas que me impiden dejarlo —le expliqué, ganándome una de sus miradas de preocupación—. Y él no comparte sus cosas con nadie si no obtiene algo a cambio.
De refilón, pude ver que Jimin se removía en la silla y echaba su cabello hacia atrás, inquieto.
—Deja de hablar como si fueras un objeto, noona —intervino Jungkook entre dientes.
—Lo hago porque para Jae lo soy, me guste o no.
Y coloqué mi otra mano sobre la suya, pidiéndole que fuera paciente y comprensivo con mi elección.
Él ya sabía que me estaba doliendo contarle aquello a Hoseok. No quería que se complicara más, por lo que acató mi petición y enroscó sus dígitos, sosteniendo mi mano a pesar del sudor frío que la aplastaba.
Hobi, tras meditarlo durante unos segundos, se mordió la lengua y decidió hablar.
—No sé cómo de grave es, pero tiene que haber algún vacío legal, ¿no, Jimin? —miró a su amigo, esperanzado.
—Eso intentamos averiguar, hyung —ese hábito de golpear las yemas de sus dedos contra la mesa salió a la luz, al son del martilleo de mi corazón—. Solo que, tratándose de un tío como él, es mucho más complicado.
Me habría gustado poder darle una explicación distinta, pero no pretendía fingir una vida perfecta porque no la tenía. Y engañarle no era la solución.
—No sé si has tratado alguna vez con él por tus negocios, hyung —comentó Tae, recibiendo un gesto de negación de parte del mayor—. Pues es ... Es un demonio vestido de traje. Ni siquiera la policía quiere plantarle cara —concluyó, delineando un poco mejor la imagen de JaeHo.
—Lo entiendo, pero ... —contrariado, fijó sus cálidas pupilas en mis facciones. Estaba desesperado por encontrar algo bueno en medio de aquel pantano que le hundía lentamente—. Yeong-ah, tú ... Tú estás bien, ¿verdad?
Ese ceño fruncido y el movimiento titilante de sus orbes me rasgó el alma en varios pedacitos.
¿Por qué? ¿Por qué estaba obligada a hacerle daño a las personas que más quería?
—Yo ...
Mi tartamudeo alarmó a Jungkook, que tensó sus dedos sobre los míos, asustado de que se avecinara un ataque de pánico para el que no estaba preparada.
—Dime que las barbaridades que he escuchado de ese hijo de puta no son ciertas —imploró—. Que no te mete en nada de eso.
Saqué unas fuerzas mínimas y sonreí, sobreponiéndome al terror de defraudarle. Los cuatro examinaron mi rostro, extrañados de que esa fuera mi reacción frente al torrente de peticiones que Hobi exigía contrastar.
—Algunas cosas son verdad y otras no —apenas sacié su curiosidad—. De todos modos, estoy bien, oppa. No te preocupes demasiado, por favor —me tragué el orgullo y concentré mi respuesta en que pareciera convincente—. Sé que se arreglará pronto, así que dejemos esto y hablemos de algo más alegre, ¿vale? No quiero estropear una cena tan especial —terminé, sosegada.
Lo llevaba haciendo mucho tiempo, así que, desdibujar la realidad y ofrecerle un reflejo menos siniestro, fue pan comido.
Y funcionó. Milagrosamente, funcionó.
No era el momento de hablar sobre todo eso. Se lo contaría. Por los años que compartimos y por lo que significó su presencia en mi miserable vida, sentía que le debía absoluta sinceridad. Así sería, pero no después de habernos reencontrado de repente. Ni él ni yo estábamos listos para una conversación detallada que expusiera los maltratos con los que me había encontrado desde que JaeHo se adueñó de mí y de la cotidianeidad que conocía.
Hoseok relajó el semblante y se rindió por completo.
—Tú ganas —desistió, devolviéndome la sonrisa con una mayor—. Nunca he sabido decirte que no.
Se lo agradecí con la mirada y Jimin rompió el breve silencio.
—Por ahí viene el camarero —indicó—. ¿Quieres una cerveza, hyung?
Cambió el curso de la conversación a propósito y se aseguró de que daba mi aprobación. Asentí en su dirección, forzando un poco más la curvatura de mis labios.
—No. Tengo que conducir después —rechazó la propuesta—. Un refresco es suficiente.
—Bien —accedió, entrecerrando los ojos—. ¿Y tú, Tae?
Haciendo uso de aquel distendido intercambio de palabras, Jungkook sustituyó su mano derecha por la izquierda para mover la primera tras mi espalda, repartiendo algunas caricias en la zona más baja de mi columna.
Se agachó, retirando mis mechones para tener un excelente acceso a mi oído.
—Si necesitas un respiro, dímelo y te acompañaré fuera, noona —me susurró, resguardándose de los demás al ladear el cuello.
Ellos debían pensar que estábamos compartiendo una charla íntima en la que no eran bienvenidos gracias a la astuta acción de Jungkook. Por lo tanto, cuando el camarero llegó y nos saludó, los tres se enfocaron en él, dándonos privacidad.
—Tranquilo —dejé caer mi mano izquierda en su muslo, respirando con más soltura que antes.
—Se te ha ido el color —denunció la palidez que había percibido minutos atrás—. No puedo estar tranquilo, Yeong.
Su preocupación, en lugar de molestarme, logró que pudiera enfocar mejor la vista. No entendí que había estado a punto de desmayarme hasta que el bajón de adrenalina hurgó en mis órganos internos a modo de advertencia.
Manteniendo la sonrisa, incrusté las uñas en la fibra de sus pantalones. Tropecé con un bolsillo de los múltiples que componían la prenda negra.
—Jungkookie —atrapé una bocanada de oxígeno y continué—, solo necesito un vaso de agua que le pediré amablemente al camarero —levanté la cabeza, analizando el temor que aún buceaba en sus enormes ojos—. Cálmate.
Jungkook exhaló, procurando no exagerar demasiado.
—Ya lo pido por ti —dijo él.
Posó la mirada en el camarero, que apuntaba las bebidas del resto. Sin embargo, al besar su mejilla, Jungkook se centró en mí de nuevo, intentando extinguir la tonta sonrisa que quería tomar el control absoluto de sus carnosos labios.
Sentirle a mi lado había sido decisivo. Si no me hubiese tomado de la mano, habría sido muy probable que el mareo aplastara mi voluntad.
—Gracias, cariño.
Ese apodo, que no había salido de mi boca hasta entonces, consiguió que sonriera un poco más relajado. Sus tiernos dientes quedaron a mi alcance y, de haber tenido un mero segundo, le habría besado correctamente.
Por desgracia, el camarero hizo que desechara tal idea.
—¿Y ustedes? —nos preguntó.
Jungkook se irguió, deshaciéndose de cualquier atrevimiento injustificado. Yo observé a Jimin, que contenía la risa, consciente de que aquel hombre nos estaba interrumpiendo en el momento menos apropiado.
—Ah, lo mismo que él —señaló a Hoseok— y una botella de agua fría, por favor.
Ese hombre volvió un minuto después con todas las bebidas y tomó nota acerca de la carne que tomaríamos y del resto de acompañamientos.
La cena transcurrió sin más inconvenientes.
Hobi, concienciado de que el tema de mi relación con JaeHo debía posponerse, me contó qué había hecho durante esos años fuera del país. Según me explicó, estuvo disfrutando y trabajando en distintos negocios hasta que pudo montar uno propio, de organización de eventos, para ser más exactos.
Le había ido muy bien y, mientras planeaba regresar a Corea, conoció a Jimin y a Jungkook en una de las fiestas de las que se encargaba. Su don de gentes hacía que incluso los clientes que pagaban por dichos servicios hiciesen buenas migas con él. También entablaba amistad con los invitados de algunos eventos y así se cruzó en el camino de los chicos.
Entre historias y risas, nos trajeron los platos de carne y empezamos a cocinarlos. Aquel inesperado reencuentro había hecho que olvidaramos el hambre, pero el olor de la carne haciéndose nos aguó la boca rápidamente.
Alegrándonos a todos con sus batallitas, dejé de pensar en esa triste sensación. Todo fluyó con naturalidad, como siempre ocurría si Jung Hoseok se encargaba de mejorar los ánimos.
Estaba masticando un bocado cuando Jungkook apoyó su brazo derecho en mis hombros y le pidió un poco de los fideos que Taehyung había escogido para acompañar la carne. Él se tiró sobre el tazón caliente para proteger su comida a toda costa.
Sonriendo, escuché la voz de Hoseok.
—Vale. Ya he hablado mucho de mí —afirmó, a lo que Jimin le dio la razón—. Ahora quiero entender qué pasó para que consiguieras que Yeong se fijara en ti, Jungkook —se limpió con una servilleta, recibiendo los grandes orbes de Jungkook a cambio—. Yeong siempre decía que no estaría con nadie a menos que estuviese completamente segura. Que los hombres eran una pérdida de tiempo —me expuso y, sonrojada, jugué con los palillos, revolviendo mi ramen—. Tú encajas más con su prototipo, lo reconozco —rescató aquella broma, haciéndonos reír otra vez—, pero necesito información, amigo.
—Bueno ... —farfulló, poco seguro de cómo salir de la encerrona.
—¿Cómo os conocisteis? —me contempló para luego mirar a mi mejor amigo—. ¿Fuiste tú el que los presentó, Tae?
Taehyung, vislumbrando la maravillosa oportunidad de descubrir esa verdad que le habíamos negado desde el principio, frunció el ceño, preparado para enterarse de aquello aunque le costara intercambiar esa ración que protegía a capa y espada.
—Eso creí durante un tiempo —admitió—. Conozco a Jungkook desde que éramos unos críos y nunca pensé que podría mentir tan bien —las risas nos rodearon e incluso yo caí en ellas—. El día que los presenté también estaba Jiminnie —puso en contexto a Hobi, que asentía, muy interesado— y fingieron de lujo los dos.
—Ah, o sea que, ya os conocíais de antes —contraatacó, escrutándome.
El brazo de Jungkook en mis tímidos hombros me daba el valor necesario, pero no podía ofrecerles un relato como el que querían oír. Las delicadas circunstancias de nuestro primer encuentro le quitaban lo bonito a una situación que, de haber sido libre, no me habría importado revelarles.
—Es bastante vergonzoso, oppa —mi negativa le llevó a rodar los ojos—. Créeme, es mejor que no lo sepáis.
—Pero queremos saberlo, Yeong —insistió de una manera adorable Jimin. Dejó su cerveza en la mesa, sonriendo de oreja a oreja—. También me pica la curiosidad.
—Yo ya se lo he pedido cientos de veces y no hay forma de que lo suelten —añadió Tae.
A lo mejor fue mi sonrisa. No estaba muy segura de qué señal lo empujó a proseguir, pero Jungkook notó que no me molestaba hablar del asunto y decidió ceder a las demandas de nuestros amigos.
—Está bien —se dejó vencer, riendo—. Lo explicaré, pero no espereis muchos detalles.
Al instante, me acerqué a él, amenazándole directamente.
—Ten cuidado con lo que dices, Jeon Jungkook.
La dulce risa de Jimin destrozó mi gesto de póker.
—Eh, no quiero ser el causante de una pelea de pareja —se lavó las manos Hoseok, provocando que las risas de Jimin se volvieran más agudas y que Tae estuviera cerca de atragantarse con algo de carne.
—Hay cosas que no puedo decir porque noona me mataría —argumentó Jungkook, inteligente—. Lo intentaré, ¿de acuerdo? —hasta que no asentí, no se detuvo a pensar en esa historia—. A ver ... Tenemos un conocido en común y, para hacerle un favor a mi hermano, fui a casa de este tío.
Escuchar cómo tamizaba ligeramente lo que pasó hacía ya cuatro largos meses me agradó tanto que casi no pude retener la sonrisa. Sabía que cambiaría algunos datos inapropiados, pero la soltura con la que inició fue muy persuasiva.
—¿Una fiesta? —dedujo Hobi—. Espero que hubiera buen ambiente.
—Sí —no le sacó de su error y, de pronto, me interesó conocer lo que iba a decir—. No estaba mal, ahora que lo recuerdo.
—Pero no te desvíes del objetivo principal, Jungkook-ah —dijo Jimin, devolviéndole al camino original.
—Perdón, perdón —se disculpó, risueño—. Resulta que en esa fiesta también estaba Yeong.
Ese dato no concordaba con mi forma de ser y Hobi saltó, sospechando.
—¿Tú? ¿En una fiesta? —espetó, cínico.
Aunque cuando Nam y él empezaron a salir yo todavía era una niña, mi fervorosa oposición a ese tipo de reuniones sociales siempre fue clara. Cristalina, más bien. Tae también era consciente de ese rechazo que sentía hacia cualquier sitio con más de diez personas, pero calló y continuó devorando su comida, deduciendo que Jungkook estaba tergiversando el relato a su gusto.
—Sigo odiándolas, no te equivoques —aclaré—. Aunque me negué, tuve que asistir a esa. También le hacía un favor a alguien —y eso no era del todo falso.
—Y menos mal que estabas allí, noona —dijo, aliviado—. No sé cómo acabé ahí, pero este tío se las arregló para que jugase a algo que ni siquiera recuerdo bien. Perdí y, sin avisar, nos encerraron a los dos en una habitación —me sorprendía lo fiel que era a los acontecimientos reales—. Dijeron que no saldríamos hasta que estuvieran seguros de que habíamos hecho algo más que hablar.
Jimin parecía sorprendido de que tuviésemos un conocido tan osado como para meter a dos extraños en una habitación e invitarlos a tener un desliz.
En ocasiones, la realidad supera a la ficción. Esa era una buena anécdota que representaba el dicho a la perfección.
—Conozco ese juego y he visto muchas relaciones romperse después de haberlo probado —juró Hobi.
—¿Aprovechasteis o no? —le siguió Jimin, cada vez más atento.
—A mí no me habría molestado, pero Jungkookie temblaba como una hoja —declaré, acomodándome contra su costado.
La costumbre me forzaba a satisfacer a cualquiera que llegara a mi cuarto, así que estaba siendo bastante sincera. Si Jungkook hubiese mostrado el más mínimo deseo de compartir más que unas palabras, su inexperiencia con el sexo femenino habría concluido aquel frío día de finales de febrero.
—Muy propio de nuestro Jungkookie, sí —se carcajeó Taehyung a mi derecha.
Viéndose expuesto, quiso corregir un poco la percepción que tenían los chicos de aquel suceso.
—Estaba encerrado con la chica más guapa de toda la fiesta. Ni siquiera había hablado con ella antes —se justificó, cohibido—. Solo Jimin habría sido capaz de tocar a una mujer en esa tesitura —bromeó. Yo tomé mi vaso de agua y le di un trago mientras Hobi y Tae le concedían aquello—. Después, ella se apiadó de mí y fingimos para poder salir del cuarto. Fin de la historia —acabó.
Molesto por la conclusión, Jimin levantó la mano. Algunas de sus pulseras chocaron, emitiendo un cautivante tintineo.
—Déjame decirte que perdiste una oportunidad de oro —le dijo, decepcionado.
—Le di mi tarjeta. ¿Qué más querías qué hiciera? —respondió, al borde de echarse a reír por tercera vez.
Una tarjeta de la que no me había deshecho, aunque él no sabía que estaba en mi poder después de varios meses. La posibilidad de que llegara el día en que tuviera que recurrir a Jungkook no desaparecía. En realidad, había mirado tantas veces aquel trozo de papel que ya me sabía la combinación de memoria.
—Imagino que tú lo llamaste, ¿no? —Hobi lucía convencido.
—Yo no llamo a cualquiera, oppa —la desilusión empapó su rostro—. Que un chico huya de mí no es suficiente para que marque su número.
Orgulloso de mí, Jimin alzó el brazo y esperó a que chocara su mano. Al parecer, le gustaba que me hubiese resistido a los naturales y tiernos encantos del pequeño.
—¿Entonces? Las primeras impresiones son muy importantes, Yeong-ah —su lección de vida me arrancó una risa.
—Pero Jungkook me dio una buena impresión —afirmé—. Solo que yo no quería encariñarme de nadie.
Y eso era muy cierto. Tan cierto que Jungkook asintió, enérgico, y se llevó un suave codazo de mi parte. La diversión se mezclaba con una alegría que todavía se me hacía extraña. Aún así, escuché lo que Tae quería recalcar.
—Hasta que descubriste que era mi amigo y la cosa se complicó un poquito, ¿no? —pestañeó con la boca llena.
—¿Un poquito? —me giré hacia él, mordaz—. Estaba en todas partes. Conseguía olvidarme de él y, pum, ahí estaba otra vez —mi ilustración les sacó nuevas carcajadas a todos—. En tu casa, en la universidad, en la librería ... ¿Sabes que incluso empezó a trabajar con Namjoon, oppa? —le hice saber a Hoseok, que reía a todo volumen.
—Yah, no seas exagerada, noona —se quejó—. Eso último fue una coincidencia.
Me atreví a mirarle, encontrando su lastimosa mirada.
—¿Solo lo último? —le lancé, cuestionando la veracidad de su declaración.
Sostuve algunos de los dedos de su mano derecha. La misma mano que seguía oscilando cerca de mi hombro. Era muy sencillo para él mantenerme cerca en aquella posición y, a cambio de meterme con su omnipresencia, le permití dicho acercamiento, muy a pesar de que los ojos de nuestros acompañantes no nos daban ni un pequeño respiro.
Incapaz de contenerse, sonrió y atendió a las melódicas carcajadas que se esparcían a nuestro alrededor.
—Me estás dejando como un acosador de primera, jagi —se inclinó, besando mi cabello.
Aunque no le molestaba que esa fuera la imagen que representaba llegando a tal punto de la narración, acaricié su pierna a modo de disculpa.
—Deberías estar contento, Jungkook —le sormoneó Hobi mientras luchaba con esa fuerte necesidad de reír—. Tus apariciones surtieron efecto. Yeong se enamoró de ti porque no podía sacarte de su cabeza —era más que eso, pero no dije nada al respecto—. En cierto sentido, es poético.
Jungkook fue más que un chico insistente y tierno. Él llegó en el momento justo, valorando a Kim Yeong y no a la esclava de Choi JaeHo.
—Tampoco dejaba de pensar en ella —se exhibió, sorprendiéndome—, y no entendía cómo una mujer así podía estar interesada en mí, aunque fuera solo una décima parte de lo que sentía yo —bajé la barbilla, mucho más sonrojada de lo que admitiría—. Es tan testaruda que no reconocía cuánto le gustaba —me atacó Jungkook de repente—. Insistir era lo único que podía hacer, hyung.
Hobi aprobó eso último.
—Ya era cabezota con diez años —alegó—. No me la quiero imaginar ahora.
Haciéndome la ofendida, quise defenderme de tales acusaciones.
—Eso no es ...
—Ni se te ocurra negarlo, Yeong —arremetió Tae, regocijándose de mis enrojecidas mejillas—. Puedo corroborar la versión de Jungkookie.
Jungkook puso los ojos en blanco, feliz de que su mejor amigo tomara su bando y no el mío.
—Gracias —agradeció, aliviado.
¿Una décima parte? El amor que le profesaba desde que me curó aquellas heridas no se medía de esa forma. Ni siquiera podía calcularlo. Aquel chico de ojos saltones, que se arrodilló para limpiar unos cortes que me provocó otro, encandiló todos y cada uno de mis sentidos. Bastaron apenas unos minutos a solas para que no pudiera olvidarme de él.
—Está bien —di mi brazo a torcer, acorralada—. Puede que me gustases bastante desde el principio, pero tú no ayudabas en absoluto —le devolví el golpe.
—Ser detallista y atento con las mujeres es algo que aprendió de mí, Yeong —me garantizó Jimin, empequeñeciendo sus orbes mientras sonreía.
Ambos estallamos a reír, a sabiendas de que el trato de Jungkook con cualquier fémina era cordial y nada coqueto. Su adorable torpeza le hacía atractivo, sí, muchas mujeres podrían ser conquistadas por ese comportamiento, pero no le convertía en un experto a la altura de un galán como Park Jimin.
Él, a mi lado, luchó contra esa marea de risotadas.
—No te atrevas a llevarte el mérito, Jimin-ssi —protestó—. Tú no habrías aguantado ni un minuto bajo las órdenes de Namjoon-hyung. Las primeras semanas fueron horribles —imaginar a Nam como jefe de Jungkook divirtió mucho a Hobi—. Me odiaba de verdad.
—Namjoon siempre fue muy protector con su hermana pequeña —dijo el más mayor—. No puedes culparlo por eso.
—Y lo sigue siendo —le confirmó Jungkook.
¿Por qué perdieron el contacto? Nam y él eran inseparables durante su adolescencia. Juraría que Hoseok pasaba más tiempo con él y conmigo que en su propia casa.
—Ah, pero apuesto lo que sea a que tu idea le pareció genial —probó a adivinar, expectante.
—A decir verdad, se me ocurrió mientras hablaba con él —le contestó.
—No esperaba menos —movió la cabeza, satisfecho.
Continuaron comiendo de sus platos y yo jugué con el anillo que Jungkook llevaba en su dedo anular. Al haber sacado otra vez el motivo por el que estábamos juntos, reflexioné acerca de ello, como si no hubiera pasado todo el día haciéndolo.
—¿Y cuál es? —tanto Hoseok como Jimin me miraron—. ¿Por qué te pidieron ayuda, Hobi?
Después de verle, cobraba menos sentido que hubieran recurrido a él para aquella sorpresa. Organizaba fiestas y demás eventos, pero Jungkook no me prepararía uno ni loco. Me conocía y sabía cuánto odiaba las multitudes, así que era todavía más raro que Hobi estuviera involucrado.
—¿No lo sabes? —meneé la cabeza y él abrió la boca, incapaz de creerlo—. Yah ... Jungkook, de verdad aprendiste de Jimin, ¿no es así?
La picardía innata de Jungkook asombraba a cualquiera, desde luego.
—Es inocente solo la mitad del tiempo, hyung —comentó Taehyung antes de beber de su vaso.
Los dos asintieron, dejando que Jungkook se ruborizara tanto o más que yo.
—Entonces, ¿ninguno me lo va a decir? —pregunté, mirándolos de uno en uno hasta acabar en Jimin.
Él me lo negó con un suave gesto de barbilla.
—No te impacientes, Yeong. Te aseguro que valdrá la pena —me prometió, mordiendo una nueva pieza de carne recién hecha.
—Terminemos de cenar primero —decidió Hoseok, sonriéndome cálidamente—. Mi coche no está lejos; podemos ir caminando.
¿Qué demonios estaban tramando esos chicos?
♡♡♡
La llegada de Hobi le ha dado alegría suficiente a Yeong, pero todavía queda la sorpresa real 🥹✨
En unos días se sabrá el plan de Jungkook 🤧
Pronto subiré la novela de Jk vampirito 🧛🏻, así que estén alerta 🐸
Os quiere, GotMe 💜
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