27
Yeong
Después de ver aquella película, Jungkook y yo colocamos algunos vasos en la mesita que adornaba el centro de la sala de estar. Dejé la última copa sobre el cristal, cuidadosa, y llamaron desde la planta baja, a través del telefonillo del portón.
Eran las cinco y media cuando Nam y Tae llegaron con unas cajas de cervezas. Yo no bebía y Jungkook todavía no tenía la edad, pero tanto ellos como Jimin y su amigo lo hacían, así que me pareció un buen detalle.
Estuvimos charlando un largo rato mientras esperábamos la llegada de Jimin y Min Yoongi. Aunque Jimin nos avisó de que podían retrasarse, no pensé que sería más de una hora.
Al llegar, él se disculpó con todos por la tardanza, en especial conmigo. Le insistí en que no tenía que preocuparse por algo así porque entendía perfectamente que ocurrieran inconvenientes en la comisaría. Quiso explicarme que había sido por una reunión inesperada en la que reclamaron a su amigo, pero el mismo Min Yoongi quien, después de presentarse, me pidió perdón por el retraso, me expuso la razón de su retraso. No sabía que se entretendría durante tanto tiempo y, desde luego, su intención no era que pensase mal de él ni de su compromiso con aquel asunto que traíamos entre manos.
Aquel hombre resultó siendo más joven de lo que había imaginado. No podía tener muchos más años que mi hermano, un par, a lo sumo.
Aunque las ojeras bajo sus ojos le hacían ver permanentemente cansado, era bastante atractivo. La palidez de su tez, combinada con el negro azabache de su cabello y sus profundas pupilas oscuras, destacaba por encima de todo lo demás. En realidad, si Jimin no nos hubiese dicho que se trataba de un policía, nunca se me habría ocurrido que se dedicaba a un trabajo como ese. No estaba muy delgado, pero su imagen tampoco encajaba con la de un agente de la ley.
Vestido de negro, de pies a cabeza, parecía que trabajaba más de incógnito, pasando desapercibido para el resto del mundo.
Jungkook, que ya había tenido el placer de conocerle unos meses atrás, le agradeció que se involucrara en mis problemas. Min Yoongi también escuchó mis agradecimientos y me rogó que no usase muchas formalidades. En su opinión, los apellidos solo los utilizaban las personas mayores a personas aún más ancianas y no era de su agrado que una chica de la edad de Jimin fuese demasiado respetuosa con él.
Jimin y él tomaron asiento en el sofá más pequeño, el que solo tenía capacidad para dos personas. Yoongi depositó en la mesita central una carpeta y entabló una cordial conversación con Nam, que quería saber cuántos años les separaban. Los dos se me hacían similares. Por ejemplo, en su sosiego a la hora de hablar, sin alterarse ni revelar demasiadas emociones.
—Hyung, ¿quieres una cerveza? —le preguntó Jungkook, servicial.
—Sí, gracias —aceptó, sonriendo suavemente—. Hace un calor horrible fuera ...
Min Yoongi se desabrochó uno de los botones de su camisa negra, acalorado. Debía de haberse pasado todo el día trabajando y el cambio de temperatura al pisar la calle todavía le hacía compañía.
—Otra para mí, Jungkook —dijo Jimin, dejando su maletín en el suelo.
No fue necesario que Tae me pidiera un vaso de agua fría ni que Nam preguntase por una cerveza para él porque fui con Jungkook a la nevera y tomé las bebidas por iniciativa propia. Él regresó ante, ya que yo tuve que agarrar una de las latas más ocultas. Así pues, de nuevo en el salón, les ofrecí las bebidas a Taehyung y a mi hermano, recibiendo sus agradecimientos.
Con el sonido de las latas siendo abiertas por todos ellos, me percaté de que no quedaba ni un solo sitio libre. Una silla de la cocina debía bastar, por lo que retrocedí, atenta de no tropezar con las piernas de Namjoon.
—Noona —Jungkook reclamó mi atención. Yo giré la cabeza, ubicándole en el extremo más alejado del sofá. Palmeó un poco su regazo—. Aquí hay sitio.
Me sonrojé y él lo vio, pero no dijo nada al respecto. Calló, interesado en mis pasos.
En algún recoveco de mi mente, una vocecita me repetía que no era apropiado mostrar esa cercanía delante de un desconocido. Y, para bien o para mal, esa voz atrajo a una compañera que decía lo contrario. Todo él era como una maldita almohada, esponjoso y absorbente. Además, me estaba dando la oportunidad porque solo yo tenía el derecho, así que, si no dejaba que me abrumara, los chicos lo aceptarían con naturalidad.
Sus piernas estaban ligeramente separadas. Había espacio suficiente para que se sentara de aquella forma y, tentada, no fui capaz de negarme a su petición.
Estiró su brazo derecho, perfilando la hechura de mi trasero y agarrándome de la cintura con el objetivo de guiarme hasta él. Me serví también de la esquina del sofá al tomar asiento: no quería que aquello se transformara en una escena íntima por la que los demás debieran sentirse incómodos.
Sentada sobre su pierna y el brazo del sofá, me coloqué de manera que su visión no se viera perjudicada por mi presencia.
Inconscientemente, retoqué mi falda. ¿No le molestaba mi peso? Podía ser un engorro tenerme encima durante un tiempo demasiado prolongado.
Perspicaz, se dio cuenta de mis dudas y me ayudó a encontrar una postura relajada, sobre su muslo. Sus dedos se escurrieron por mi cintura, aprovechando que dicho ángulo impedía que el resto de invitados apreciaran aquel movimiento.
Mientras se hacía con mi cadera, sentí la punta de su nariz en la parte trasera de mi brazo.
—¿Estás cómoda? —me consultó, abriendo más sus extremidades.
Llevé mi mano hacia atrás, mirándole por encima del hombro. Al tocar su estómago, asentí.
—Sí, estoy bien así —murmuré, tras lo que él me mostró media sonrisa.
Por suerte, Tae, a pesar de estar a nuestro lado, no soltó ni una palabra. En lugar de hacerlo, se dedicó a tomar un trago de su vaso, respetando en todo momento nuestro escueto intercambio de susurros.
Con ambas manos sobre mi regazo, dejé que Jungkook jugara con uno de los lazos de mi falda.
Al alzar la mirada, no me sorprendió descubrir la cálida sonrisa de Jimin. Su gesto de satisfacción se tradujo en un pistoletazo de salida, dispuesto a comenzar con lo que nos había reunido allí.
—De acuerdo, hyung —le habló a Yoongi, que bebía de su cerveza—. ¿Empezamos ya?
—Ah, claro —abandonó la lata a un lado de la mesa y la intercambió por aquella carpeta—. Bien ... Lee Dongwook, ¿no? —me miró en busca de que se lo confirmara—. En los registros de la policía consta como un nuevo empresario que heredó la fortuna de su tío el año pasado —abrió el portafolio y se puso unas gafas negras para leernos los documentos que había traído—. Treinta y tres años, soltero y ahogado en dinero. Ningún antecedente, ninguna denuncia ... Ni siquiera una multa de tráfico a su nombre —nos explicó—. Aquí dice que su negocio principal es de exportación a China y otros países próximos —terminó de leer—. ¿Encaja con su perfil?
Le observé, sopesando toda la información.
—Sí —contesté—. Tengo entendido que está expandiendo su negocio de exportación.
Durante esas últimas semanas, traté de recopilar datos, cualquier cosa que pudiese sernos útil acerca de Lee Dongwook. Lo que se oía en el bar del hotel, después del escándalo que supuso su intervención en la exposición, giraba en torno a lo codiciada que era su presencia en fiestas y eventos de la ciudad. No parecía salir mucho a esa clase de reuniones, pero las mujeres jóvenes, incluyendo a algunas de las señoritas de compañía que trabajaban también bajo las órdenes de Jae, se morían de ganas por tener un encuentro a solas con él.
—En la exposición, unas señoras me comentaron algo sobre una destilería —intervino Tae, mirándome primero a mí y luego a Yoongi—. ¿Puede que esté relacionado con JaeHo? Creo que es a él a quien le interesa ese trato y quiere que Dongwook se la quede.
Tae y yo hablamos sobre eso en su día y, a pesar de que no parecía tener mucha importancia, podría ser interesante a los ojos de Min Yoongi.
—¿Una destilería dices? —su rostro se iluminó de repente—. ¿Choi JaeHo es titular de una destilería en Ulsan?
¿Cómo sabía que se encontraba en Ulsan?
Todos ellos me contemplaron, expectantes.
—Así es —confirmé—. ¿Por qué lo dices?
Apoyó los dedos en la carpeta y analizó aquello en silencio, atando cabos.
—Porque puede que esto me incumba más de lo que pensaba —se mordió el labio inferior—. Hay un conglomerado en Ulsan que alberga distintas empresas y todo bajo el nombre de Shin Hyunsook. Lo conocéis, ¿no?
Aquel hombre no me gustaba. Sus fetiches sexuales eran retorcidos y depravados, aunque, para mi alivio, las reglas de Jae le impedían hacer todo lo que le apetecía cuando nos veíamos en el hotel.
Jimin hizo un movimiento con la cabeza, dando a entender que le ponía cara a ese cincuentón.
—Sí —se pronunció Jungkook—. Ha cenado alguna vez en casa de mis padres. Su mujer y mi madre son amigas.
Que ese tipo me pusiera las manos encima siempre que quisiera era asqueroso, sin duda, pero que tuviese alguna clase de relación con los Jeon me angustió mucho más.
—Pues ese cabronazo se libra de todo. Tiene vía libre gracias a su amistad con el jefe de la policía en Seúl —chasqueó la lengua, irritado—. No os podéis ni imaginar lo difícil que es confiar en alguien ahí dentro. Ni siquiera la placa de inspector me ayuda a coger por los huevos a los de su raza —lucía hastiado, como si luchara a diario con impedimentos que no le facilitaban el trabajo—. Seguro que sabes que Choi y él se llevan de maravilla, Yeong. Por eso mismo, atrapar a alguien como Choi JaeHo es ... Es prácticamente imposible.
—Polis corruptos. Quién lo diría —escupió mi hermano, hasta arriba de ironía—. No lo digo por ti, hyung —especificó, con confianza.
Las malas experiencias que recordaba Nam de su vuelta a Corea no se habían ido del todo. El rechazo de la policía cuando quiso denunciar a Jae seguía pesándole y no pensaba perdonar esa corrupción que le negó un derecho básico.
—Ya lo sé, tranquilo —le restó importancia y continuó—. Aun así, esto puede acercarnos más a él. En ese conglomerado es muy probable que se produzca contrabando —aquella suposición me alarmó porque el porcentaje de que fuera cierto crecía por segundos—. Uno de mis superiores me encargó que lo investigara sin dar parte. Si alguien que esté metido hasta el cuello en esos negocios se entera, me sacarían del puesto a patadas —se masajeó los nudillos—. Pero saber que JaeHo posee una de esas empresas es interesante.
—Podría averiguar algo en el hotel —le expuse mis intenciones de ayudarle si lo necesitaba—. Si eso ayuda a que puedas cogerlo, no me importa.
Yoongi lo valoró por unos segundos, comprendiendo que esa buena voluntad podía hundirme bajo tierra sin que yo apenas fuera consciente de lo que estaba ocurriendo.
No obstante, él también se estaba arriesgando con el simple hecho de estar allí sentado contándonos intimidades del cuerpo policial que, si salían a la luz, lo derribarían de un único golpe.
—Solo si crees que puedes. Puede ser más peligroso de lo que piensas —me expresó su temor.
Jungkook, con su mano todavía sobre mi cintura, ejerció una pizca de presión, empezando a asustarse.
—Veré lo que puedo hacer —le dije.
Tampoco era mi deseo preocuparles y, por los semblantes de Tae y Nam, acepté que ya lo estaban haciendo. Al fin y al cabo, en territorio de Jae, solo podíamos movernos Jungkook y yo, siempre que tuviésemos un cuidado extremo. Si alguien me pillaba, lo sufrirían todos.
—Aunque puede que esto te facilite las cosas —añadió, sorprendiéndonos. Repasó los papeles que guardaba en la carpeta y, con gesto atribulado, sacó el más escondido—. Es confidencial. De la policía secreta, para ser más exacto —nos miró a la cara, uno a uno—. Yo no lo conozco porque no somos del mismo departamento, por lo que no sé si estaré en lo cierto, pero es una sospecha que tuve desde que Jimin me contó lo que ocurrió en la exposición —se incorporó, ofreciéndome el documento—. ¿Es él?
Con el folio entre los dedos, dejé de respirar. El flujo de aire se cortó en el instante en que mis pupilas capturaron la imagen de aquel hombre, plasmada en el papel con una nitidez que también podría haberme segado la córnea.
Tae no dijo nada. Debía estar intentando comprender la razón, como si algo así existiera.
¿Por qué? ¿Por qué ese hombre aparecía en aquella ficha con un nombre diferente y un número de placa asignado?
La mano de Jungkook sostuvo una esquina del impreso.
—Maldito hijo de ... —intentó decir, profundamente enfadado.
—Es él —lo detuve, esquivando unos insultos que no ayudarían en nada. Contemplé una vez más la foto y se la entregué a Yoongi, incapaz de observar esos ojos fustigados sin que el vómito ascendiera por mis conductos internos—. Es Lee Dongwook.
No quería creerlo, pero, cuando hablé con él a solas, tuve ese presentimiento. Se maltrataba a sí mismo, como si lamentara lo que me hizo en aquel momento. A lo mejor no se atrevía a disculparse conmigo. A lo mejor la vergüenza le reprochara su comportamiento y de ahí que me evitase un bochorno mayor.
—Por vuestras caras tengo que suponer que te hizo algo, ¿verdad? —bajé la barbilla, sin responderle—. Si no puedes decirlo, entiendo que se trata de algo bastante peor a lo que esperaba. Lo siento —concluyó, con una vaga idea de lo que podía haber sucedido en la clausura de una habitación de hotel.
Sentí la frente de Jungkook en mi espalda. Suspiró, pesaroso. Que un policía de la secreta me hubiera hecho aquello era incomprensible también para él.
¿Cómo puede un policía violar a alguien? ¿No está en su código proteger a los desamparados, a los más débiles? ¿Quién le daba la jodida potestad de aprovechar su tapadera y hacer algo tan sucio y horrible? ¿La policía no estaba para ayudar a la ciudadanía? Entonces, si ese documento no estaba equivocado, si no había un error, ¿por qué demonios me tocó?
Tae puso su mano sobre la mía, aceptando que ese primer encuentro del que no tenía conocimiento acabó en un abuso sin que yo abriese la boca. Solo con la reacción de Jungkook podía imaginarlo.
—No sé los detalles, pero sí sé que JaeHo aceptó su consejo delante de mucha gente —intercedió en mi lugar—. Se rebajó para no molestarle. Parecía respetarle, hyung —apretó mi mano en señal de apoyo.
—Eso significa que lo tiene comiendo de su mano —y estaba acertando porque Jae no se doblegaba ante nadie—. Si te dio su tarjeta, querrá que contactes con él. En tal caso, hay dos opciones —se dirigió a mí—: pretende utilizarte para acabar con Jae o quiere que le ayudes. Si sigue mintiéndote, es la primera, pero si te da su nombre real, es la segunda.
—¿Y no es posible que sea igual de corrupto que tus jefes, hyung? —interrogó Jimin, valorando esa tercera posibilidad—. Choi tiene fama de llevar a su bando a cualquiera que le convenga.
¿Quién nos aseguraba que no había vendido a la policía? ¿Y si había elegido el camino fácil? Un hombre violento como él no me inspiraba confianza alguna y Yoongi lo vislumbró en mis ojos.
—¿Te pareció una persona estable, Yeong? —se quitó las gafas, enfocado en mi rostro.
Aquel fuerte olor a cigarro me vino a la cabeza. Todo ese humo junto con la expresión que me mostró en la habitación, sin nadie que nos molestara ...
—No lo sé.
Respetaron mi incertidumbre puesto que ellos le conocían mucho menos.
—¿Y crees que podrías encontrarte con él? —propuso Yoongi—. Para salir de dudas.
¿Ver de nuevo a un hombre que había resultado ser escoria?
El calor de su palma en mi costado consiguió que recuperara un poco el color. Lo hacía por él, por nosotros, por un futuro juntos.
—Lo intentaré —accedí.
—Bien —farfulló, aliviado—. Y sobre tu padre ... —exhaló y se retiró las gafas, relajando la vista—. Además de la ficha en la que están relatados, punto por punto, todos los delitos que se le atribuyen, no hay nada. Si está vivo, no consta en los archivos policiales. Tampoco hay un aviso de búsqueda y captura —se lamentó.
No me suponía una decepción. Igual que se esfumó de mi vida, que hubiera escapado de las autoridades no era una sorpresa. El semblante de Nam permaneció intacto, a sabiendas de que aquella noticia no me ofrecía ni consuelo ni pena. Estuviera donde estuviera, ya no me afectaba como antes. Aunque, me gustase o no, el dolor me acompañaba aún y, por mucho que luchara contra él, no lograba deshacerme de ese malestar.
—¿No hay ningún papel que confirme sus tratos con JaeHo? —le preguntó mi hermano.
—No. Nada —se lo negó—. Y, si lo había, han hecho un gran trabajo eliminando cualquier rastro. Eso seguro.
Una parte de mí se alegraba de que su desaparición continuase y la otra ... A la otra le avergonzaba que se le considerase otra víctima de Choi JaeHo.
—No sé qué opinas tú, hyung —se desvió brevemente Jimin—, pero creo que necesitamos a un abogado con experiencia. Jungkook y yo podemos ayudar a Yeong con ciertas cosas, pero muchas se nos escapan —compungido, echó un suspiro al aire—. Tengo a alguien en mente.
—¿Jin-hyung? —trató de adivinar Jungkook. Jimin asintió—. Puedo quedar con él la semana que viene. Hablamos hace poco sobre vernos.
Cruzado de brazos, Yoongi se relamió los labios y jugueteó con las patas de sus anteojos. La idea pareció gustarle desde el primer momento.
—No habrá problemas si es él —dio su consentimiento—. Probablemente sea el único que pueda llevar esto con discreción. He cooperado con Seokjin otras veces y sé que comprenderá la situación de Yeong —parecía seguro de sus palabras—. Se pondrá en su lugar y la escuchará más que nosotros incluso.
—Habla por ti, hyung —se quejó Jungkook, reivindicando que esas palabras no eran del todo acertadas.
Nam y Yoongi rieron ante el adorable comentario del menor, que se aferraba a mí con delicadeza, pasando desapercibido.
Que Jungkook me cuidaba y escuchaba era innegable. Los cuatro lo sabíamos. Ni siquiera ese Seokjin del que hablaban podría sustituirle teniendo una labor tan importante en mi vida, pero fue divertido oír una de sus desenfadadas intervenciones.
La intención de sacarme una sonrisa estaba ahí y, como siempre, lo logró.
La charla prosiguió con tonos mucho más suaves y amigables. El tema cambió en numerosas ocasiones, aunque no llegó a desviarse por completo hasta el final. Prometimos estar en contacto. Si encontraba información interesante acerca de Ulsan y sus sospechosas sedes, cualquiera de ellos se lo haría saber para que nos viéramos tan pronto como su horario se lo posibilitara.
Frente a la salida, comenzamos a despedirnos. Ellos debían regresar a casa antes de que la tormenta anegara las calles, así que me expresé con la familiaridad que él mismo pidió al llegar mientras Jimin se ponía los zapatos y Jungkook abría la puerta.
—Muchas gracias por hacer un hueco en tu agenda y venir, oppa —dije, reprimiendo la necesidad de inclinarme a modo de respeto.
Asombrado, escuchó las carcajadas de Nam, que distinguió al vuelo la poca práctica que tenía el inspector Min con tratos tan cercanos.
Su posición en la comisaría no debía ser fácil y mantener las distancias para no caer en trampas que pudieran destruir sus investigaciones debía de ser fundamental. No tener ninguna confianza con sus compañeros de profesión le obligaba a sacrificar esa parte más sentimental. Había perdido la habilidad de responder a ese tipo de acercamientos y no podía reprocharle que el rubor subiera a sus pálidas mejillas.
—Yah ... No sé qué es peor, si señor Min o esto —me espetó, tímido—. Es mi trabajo, tranquila. Espero que no veamos pronto, Yeong —extendió su escuálido brazo.
Lo acepté educadamente.
—Lo mismo digo —sonreí.
En otras circunstancias, Yoongi y yo podríamos haber tenido una conversación de tú a tú, a raíz de la cual, ambos nos entenderíamos extremadamente bien. Su forma de ser era muy similar a la mía. Meditaba mucho las palabras, también regulaba la tonalidad porque le daba miedo molestar a personas que sí merecían su sinceridad.
Yoongi se acercó a Jungkook para despedirse y Jimin aprovechó aquel breve descanso, aproximándose a mí. Colocó la mano derecha en mi espalda, besándome la mejilla antes de hablar.
—No encontré nada sobre Kim Yihwa —musitó, comunicándome lo que ya esperaba. La poca información que tenía sobre mi madre no me permitía deducir nada e imaginé que Jimin tampoco lo tendría fácil—, pero todavía tengo que revisar algunos registros. Le pediré ayuda a Jin-hyung con eso.
Y estaría en deuda con él el resto de mis días, descubriera algo o no. Se esforzaba por mí, por Jungkook, y no estaba segura de poder pagárselo.
Me aferré a su brazo y planté un nuevo beso en su pómulo a modo de agradecimiento.
—No te sobreesfuerces —él sonrió, abrazándome de vuelta—. Ni te metas en problemas, ¿de acuerdo?
—Yeong-ah, no actúes como mi madre, por favor —comentó entre dulces risas.
Tae surgió tras mi espalda, interrumpiendo aquel momento.
—No pidas imposibles, Jiminnie. Es incapaz de no preocuparse por nosotros —colocó la mano izquierda sobre mi hombro, aceptando que esa parte de mí no desaparecería nunca.
Un minutos después, Jimin y Yoongi se fueron y yo me prometí a mí misma que me relacionaría más con el mayor. Su experiencia podía ser un apoyo importante de cara a todo lo que se nos vendría encima en un tiempo.
Los cuatro solos respiramos después de una conversación tan reveladora.
—¿Queréis quedaros a cenar? —nos invitó Jungkook, esperanzado.
Así fue cómo acabamos con algunas de sus reservas de comida y mantuvimos una cálida charla durante dos largas horas.
A las diez en punto, a Tae le llegó un mensaje y se disculpó diciendo que debía volver a casa antes. Me extrañó porque nadie le esperaba allí. Nana y Yonghee pasarían toda la semana en el internado debido a las predicciones meteorológicas, así que no tenía sentido que se apresurara de esa manera.
Corrió a la entrada y solo alcancé a besar su pómulo. Salió rápidamente, esfumándose delante de mí. Cerrando la puerta tras su huida, deseé que la lluvia no se hubiese intensificado aún para que el camino a casa le fuese llevadero.
—¿Está un poco raro, no? —comentó Nam, haciéndome saber que no era la única que lo pensaba.
—Sí —regresé a la mesa—. No sé qué le pasa.
—Seguro que no es nada, noona —Jungkook se levantó de su silla, sacándose el móvil del bolsillo—. Es mi madre. Tengo que contestar.
Namjoon puso una mano en su espalda, aceptando que aquella interrupción estaba más que justificada.
—Responde —le animó—. Yeong y yo recogemos esto.
—Gracias, hyung.
Se alejó, en dirección a la sala de estar, y descolgó. El saludo que le ofreció a su madre me sacó una nostálgica sonrisa.
—Su madre le llama antes de dormir —se sonrió también—. Cosas de ser el pequeño de la familia, supongo —se percató de que yo había cogido uno de los platos y se acercó para ayudarme—. ¿Llevas con él todo el día?
—¿Vas a poner alguna pega? —le ataqué de broma, recopilando los cuencos sucios.
Llevé unos cuantos a la repisa de la cocina.
—No. No puedo si te veo tan feliz —admitió, derrotado. Se posicionó a mi derecha, depositando algunos cubiertos en el fregadero—. ¿Quieres que te lleve a la finca? Ya habrá empezado a llover.
Cierto. No le había contado a Nam que JaeHo se encontraba lejos de allí. Mi mente había dejado de pensar en eso desde que valoré la propuesta de Jungkook sobre permanecer esa noche en su piso.
—Jae no está —lo solté como una bomba.
—¿Y a dónde ha ido, si puede saberse? —siguió, burlón.
—Japón —delineé la forma de uno de los platos, recordando el mensaje que me envió a mitad de la tarde para confirmarme que ya había aterrizado—. ¿Te lo creerías si dijera que esta mañana me empujó a quedarme contigo? —quise reírme, pero solo quedó en un pobre intento—. Por el monzón.
—Demasiada amabilidad para alguien tan podrido —secundó mi incredulidad.
—Sí. Es ridículo que dijera eso —musité.
¿Qué conseguía con ser considerado conmigo? Nunca lo fue. Cinco malditos años y nunca se preocupó por lo que quería y lo que detestaba de mi vida en esa enorme finca vacía.
—Entonces, ¿te quedas con Jungkook hoy?
Su interrogante ralentizó mis movimientos. Esa oleada de dudas volvió a recorrerme todo el cuerpo, lenta y habilidosa.
—¿Está bien que lo haga? —le devolví la pregunta, indecisa.
—Ni idea, pero te recomiendo que pienses en lo que quieres antes de marcharte —adivinó mi tendencia a correr lejos de las situaciones complicadas—. Decidas lo que decidas, tu hermano te apoyará. Ya sabes que hay una habitación en casa para ti, Yeong-ah —dijo mientras palmeaba mi hombro.
Más tranquila, lo miré.
—Gracias, Nam —me regaló una reconfortante sonrisa—. Me asusta meter la pata —le fui sincera.
Aunque él hubiera imaginado que ya habíamos pasado esa etapa de tomarnos las manos y sonrojarnos por un mero beso, la realidad era más compleja y hacía que nuestro avance fuese diferente al de otras parejas que, a la segunda semana de noviazgo, conocían todos los lunares y marcas que escondía el contrario.
—Pues deja de pensar tanto, hermana —me aconsejó lo mismo que Tae en su momento—. A los hombres se nos complace fácilmente.
Se refería a que Jungkook disfrutaba de mi compañía, sin la obligación de ofrecerle más de lo que era capaz, pero su aportación me causó una irresistible necesidad de reír.
—¿En serio? No me había dado cuenta —fruncí el ceño.
Dejamos todos los platos apartados, listos para ser lavados.
—Quédate un rato y lo decides, ¿vale? Llámame si necesitas algo —regaló una caricia a mi pelo suelto.
—Lo haré.
Me abracé a su torso, agradecida por tener a un hermano mayor tan comprensivo.
Que se metiera a veces con nosotros no significaba nada porque Nam me demostraba que apoyaba esa relación entre Jungkook y yo a pesar de que su cuadriculada cabeza le recomendara otra cosa muy distinta.
—¿Te marchas ya, hyung? —la irrupción de Jungkook le provocó un suspiro.
—¿Me echas, Jungkook? —se le encaró y nos separamos.
Ahí estaba su ironía natural. No podía controlarla.
—No, claro que no, pero ... —se trabó él, queriendo sacarlo de su error.
Nam se limpió las manos en el paño de cocina y caminó hacia Jungkook. Para sorpresa de ambos, abrió sus brazos y rodeó al más pequeño. Ojiplático, él me observó, intentando ocultar la sonrisa.
Namjoon era mi hermano mayor, pero también se convirtió en la figura paterna que necesitaba desde niña. Por eso, que estuviera cediendo ante Jungkook y le expresara su afecto abiertamente, me estrujaba el corazón y exprimía de él tanto cariño que no me sería posible verbalizarlo.
Con gestos algo torpes, correspondió al brazo como se esperaba. Apenas duró unos segundos, lo suficiente para que mi hermano le transmitiera el mensaje.
—Pasad buena noche y cerrad bien las ventanas —se separó de Jungkook, advirtiéndole, y fue a la salida, agarrando sus deportivas—. El vendaval será fuerte durante la madrugada —se las puso, ágil, y nos obsequió una última mirada.
Parecía un padre aterrado de que sus hijos pasaran solos la noche en una casa ajena y, además, con una tormenta a la vuelta de la esquina.
Jungkook se acercó a la entrada y yo lo seguí mientras Nam tiraba de la manivela.
—Las revisaré —se lo prometió—. Buenas noches, hyung.
—Buenas noches, Namjoon-ah —me despedí.
—Echa el pestillo, Jungkook —añadió para acabar—. Adiós a los dos —agitó la mano y comenzó a bajar la hilera de escaleras.
📂📂📂📌📌📌
Yoongi is here 👽👽👽👽 y ha llegado pisando fuerte 😎😎
Para empezar, ya se ha descubierto la verdadera identidad de Lee Dongwook; policía encubierto 😬😬😬 Sea buena gente o no, habrá que ver cómo se desarrolla la relación con él 👀👀
Jin también estará en Answer ヽ(≧∀≦)ノ: abogado de prestigio que podría serles muy útil en caso de meter las narices en los asuntos de Choi JaeHo y que las cosas no vayan tan bien como esperan 🤓
Y, para acabar, al final del capítulo queda claro que Yeong quiere quedarse con Jungkookie esa noche, peeeeero puede que no sea tan sencillo 🙄🙄. Saldremos de dudas el martes por la noche (hacia las once), cuando suba el capítulo 28 🥳🥳🥳
Espero que estéis disfrutando del camino que va tomando la novela ♡♡♡🫰🏻🫰🏻🫰🏻
Os quiere, GotMe 💜
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