26
Yeong
—¿Dices que te quedarás allí unos días?
—Sí —cogió su maleta de viaje y caminó hacia la puerta—. Han previsto lluvias fuertes para el resto de la semana y mis reuniones se cancelarían si no voy, preciosa —se arregló ligeramente la corbata y me miró, relajado—. ¿Por qué pareces asustada? —se burló de mi semblante—. No será mucho tiempo. Además, puedes ir a casa de tu hermano en caso de que no quieras quedarte sola aquí —añadió, dejándome sin habla—. Llámame si ocurre algo, ¿de acuerdo?
A pesar de mi incapacidad para responderle, pude moverme y avanzar hasta él. Le di un beso de despedida, tal y como hacía cada vez que se iba de la casa.
—Que tengas buen viaje —susurré.
—Te mandaré un mensaje cuando aterrice en Japón —y salió por la puerta.
El alivio que sentí era equiparable al mismo que habría sentido si, en realidad, estuviera saliendo de mi vida. Aunque no fuera el caso, cualquier tipo de presión se marchó con JaeHo.
¿Varios días?
Si bien él ya había recuperado su actitud habitual, tomándome a la fuerza cuando le apetecía y apaleándome siempre que tenía un mal día en el hotel, esa decisión estaba fuera del rango de opciones que predije con anterioridad.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué me permitía ir con Nam? ¿Por las tormentas? Ni siquiera él se tragaba esa mentira. Aun así, lo dijo. Lo dijo y eso significaba que podía hacerlo. Podía irme de esa jodida hacienda durante el tiempo que no estuviera en el país.
Confundida por esa noticia, tardé unos segundos en escuchar el sonido de mi alarma. Recordé mi cita con el ginecólogo y pensé en saltármela. Necesitaba ... Necesitaba ver a Jungkook. Sí, eso haría, pero ...
Mordisqueé mi labio inferior, meditando el mundo que acababa de abrirse para mí en cuestión de minutos.
No. Tienes que ir, Yeong. Es una visita rutinaria. Te la haces todas las semanas por seguridad. Imagina que pillas algo. Es más que probable. ¿Quién sabe dónde meten sus cosas esos tipos? ¿Y si pones en riesgo a Jungkook por comportarte como una imprudente? No, no.
Mi sentido de la responsabilidad ganó el pulso. Lo correcto era ir a la clínica y después ... Después le buscaría.
Me vestí a toda prisa tras asegurarme de que tenía tiempo suficiente para llegar. Escogí una falda negra larga con vuelo y una blusa cruzada de un tono azulado y manga corta. Más tranquila, me tomé las vitaminas y la pastilla con un café y, sin dar ningún rodeo, agarré mi bolso y salí de allí.
Como siempre, el ginecólogo terminó su inspección relativamente rápido. Tuvimos una corta charla, cordial, ya que nos encontrábamos todas las semanas, sin falta, y no era necesario mucho más que eso. La despedida fue igual de breve.
Pisé la calle. El abrasador sol de junio me cegó por un momento, pero no dejé que me retrasara y rebusqué en mi bolso, emocionada por ese descanso que tanto había esperado.
—¿Nam? —dije, antes incluso de que respondiera a la llamada.
—El mismo —esbocé una sonrisa—. ¿Qué desea mi hermanita a estas horas? ¿Has acabado ya con el ginecólogo?
—Sí. Ya sabes que no suelo tardar mucho —me aclaré la garganta, midiendo la exaltación que desprendía mi voz—. ¿Jungkook está ahí?
Sus horarios de trabajo eran bastante flexibles, por lo que cambiaban casi cada semana. Por lo tanto, conocer sus turnos se me hacía del todo imposible y, al no poder llamarlo a su propio móvil por precaución, dar con él podía volverse un poco más difícil de lo que me gustaría.
—¿Te parece bonito llamarme solo por eso? Serás interesada ... —masculló, sacándome unas carcajadas—. Pues lamento comunicártelo, pero tu chico no trabaja hoy. Es su día libre —me explicó.
Claro. Habría sido demasiado fácil localizarlo al primer intento.
—Ah ... —contesté, un poco desanimada—. Está bien. Le preguntaré a Tae y ...
—Eh, eh, para el carro —se impuso, más risueño—. El muy listillo imaginó que podrías llamarme y me escribió un bonito mensaje que dice textualmente lo siguiente —carraspeó, dispuesto a leer aquellas palabras—: "Dile a noona que estaré en el gimnasio que hay detrás de la universidad hasta las dos y media". Debería darte tiempo a llegar antes de que se vaya —y mi ritmo cardíaco se disparó—. ¿Sabes dónde es?
Recordé que Jungkook me lo había comentado anteriormente y recreé en mi mente el plano a seguir para encontrar aquel lugar.
—Creo que sí. Muchas gracias, oppa —usé ese apodo al que apenas recurría.
—Sois tal para cuál, desde luego ... —bisbeó, a pesar de que transmitía su sonrisa a través del teléfono—. Sigue en pie lo de esta tarde, ¿no?
Oteé las vistas de una ciudad ajetreada, de gente que salía de trabajar y se disponía a comer algo en el restaurante más cercano antes de volver a su puesto. Deseé que Jimin no tuviese ningún problema para contactar con su amigo.
—Eso tengo entendido. A las 5 y media en su piso —repetí en alto—. Aunque puede que Jimin llegue un poco más tarde porque tiene que recogerle.
—Bien —sonaba tranquilo, aunque no supiésemos qué íbamos a descubrir esa tarde—. ¿Llevas paraguas? —y cambió de tema en un abrir y cerrar de ojos—. Las lluvias del monzón empiezan hoy y dicen que caerá mucha cantidad de agua ...
Crucé con calma cuando el semáforo se puso en verde. Si no me entretenía en el camino, alcanzaría a Jungkook antes de que terminase su entrenamiento.
—No, pero Jungkook seguro que tiene alguno en su coche —afirmé, confiando en que ese cielo despejado que me contemplaba desde las alturas no se enturbiara hasta última hora—. No te preocupes.
—Claro que me preocupa si se trata de vosotros dos —reí, consciente de que temía por nosotros más que por ninguna otra persona—. En fin, después nos vemos, Yeong —desistió—. Tened cuidado.
—Adiós, Nam —me despedí y pulsé el botón rojo en la pantalla.
Transcurrieron unos quince minutos hasta que doblé la calle que había detrás de la facultad. Ansiosa por llegar, me apresuré al ver el cartel del gimnasio. Nunca había ido y, de pronto, me entró el pánico a meter la pata, pero esa sensación de enfriamiento disminuyó tras identificar el coche de Jungkook en la acera de enfrente.
Si ya hacía un calor infernal bajo el sol, el sofoco que me atacó tras entrar a ese recinto fue, sin duda alguna, fulminante. Sentí toda esa intensidad propia de un gimnasio colarse en mí, afianzarse en mis huesos.
Regulé el aturdimiento y eché un vistazo a mi alrededor. Varios tipos charlaban cerca de la entrada y otros tantos cargaban con sus bolsas de deporte, planeando marcharse. El sitio debía cerrar pronto, así que me dije a mí misma que no podía perder el tiempo. Tenía que buscar a Jungkook.
—Señorita —sobresaltada, miré hacia mi izquierda, chocando con un hombre dos veces más grande que yo—, ¿quería algo?
Por su mirada, comprendí que descartó la posibilidad de que estuviera allí para hacer deporte. Mi vestimenta hablaba por sí sola y no intenté modificar dicho pensamiento.
—Sí —dije, asiendo con fuerza la cinta de mi bolso—. Busco a Jeon Jungkook. ¿Está aquí?
—¿Jungkook? —suavizó su gesto—. Sí, ese chico debe de estar en el ring. Lleva toda la mañana ahí —se carcajeó, haciéndome sonreír—. Sígueme.
Echó a caminar, alejándose del grupo de jóvenes que charlaban amigablemente en la recepción.
—Muchas gracias —le agradecí, imitando sus pasos a través de las máquinas de correr.
—No es nada —me contestó, abriendo una puerta y permitiéndome pasar primero—. Además, él mismo me pidió que fuese amable si una chica venía preguntando por él.
Era tan típico de Jungkook que agaché la cabeza, sonriendo.
No me asustaba ir a un sitio así. Los banquetes y los despachos me aterraban mucho más, pero él quería que me sintiera cómoda cuando pisara un territorio desconocido. Pensaba demasiado en mí y, para qué negarlo, me gustaba que lo hiciera.
Me di cuenta de que no me había presentado. Separé los labios, a punto de devolverle la buena educación a aquel treintañero que conocía a Jungkook. Sin embargo, él se detuvo y yo no tuve más remedio que parar también.
—¡Jungkook! ¡Preguntan por ti! —su grito me encogió.
Sonaba demasiado grave y no pude evitar sentirme extremadamente pequeña al oírlo chillar de esa forma.
Había varios ring de boxeo. Casi todos ellos estaban vacíos y limpios, por lo que deduje que hacía un buen rato que ninguno se utilizaba. Solo uno era usado a esas horas por dos personas a las que no podía identificar debido a la distancia. Pero, tal y como imaginaba, en el instante en que una de las figuras se giró, supe que ese cuerpo era suyo.
Levantó su brazo y me percaté del gran guante que llevaba. Supuse que estaba saludándome, aunque no pudo hacer mucho más, pues su contrincante prosiguió con el combate.
—Puedes acercarte —me comunicó aquel hombre—. Agárrate bien a la barandilla al subir los escalones —me indicó dónde se encontraba esa escalera y yo asentí, agradeciéndole por segunda vez—. Y dile a Jungkook-ah que vamos a cerrar o se quedará ahí todo el día —dijo a modo de broma.
—Claro. No se preocupe —me incliné y él agitó las manos, rechazando la formalidad.
Se marchó por el camino que recorrimos juntos y yo observé el ring en el que peleaban. Sus respiraciones lo llenaban todo, hasta el último hueco de aquella sala. Me guié por esas exhalaciones pesadas, sin quitar la mirada de los pasos que daban.
Cuando llegué al montículo con los escalones, aseguré mis pies y comprobé que la advertencia tenía fundamento, ya que la propia escalera temblaba cada vez que uno de ellos retrocedía o hacía un movimiento brusco, agitando la propia estructura.
Con una mano en la barandilla, apoyé la otra en las tiras elásticas que rodeaban el cuadrilátero y fui subiendo a un ritmo lento, pero seguro.
Jungkook hizo una señal en cruz con los brazos, deteniendo el combate, y los dos se retiraron el casco protector, exhaustos.
—Tiempo muerto ... —pidió Jungkook, arráncandose el velcro de su guante derecho y sirviéndose de esa mano libre para acomodarse el pelo—. Dame un segundo y terminamos la ronda.
Estaba empapado en sudor. Se notaba en la manera que tenía esa camiseta blanca de pegarse a su torso. La llevaba remangada debido al calor que hacía en aquel sitio y a lo caliente que debía estar su organismo con todo ese movimiento. Apenas podía recoger aire con el que nutrir sus pulmones.
Ya en la parte más alta de las escaleras, me acerqué a las cuerdas, con cuidado de no tocar nada indebido, y bajé la cabeza ante el chico contra el que se enfrentaba, afable.
—¿Tu novia? —no dudó en decirlo, sacándome los colores.
La sonrisa victoriosa de Jungkook me obligó a tragar saliva y, seguidamente, alejar la mirada hacia una de las esquinas del ring.
—Sí —se lo confirmó—. Ahora vuelvo.
Irradiando alegría, atravesó el espacio cerrado. Mientras lo esperaba, se me antojo más alto y más corpulento que de costumbre. Pareciera que aquel ambiente caluroso y cargante le agregaba a su aura un sugerente atractivo para el que no estaba preparada.
—Yeong-ah ... ¿Hyung te avisó de que estaría aquí? —se pasó la mano por la barbilla, quitándose algunas gotas que le resbalaban y descendían por su cuello.
Entre jadeos, llegó al borde del cuadrilátero y, en consecuencia, a mí.
—Eso me dijo —asentí, incapaz de alejar la vista de él.
Al apoyarse en los elásticos, su aliento me alcanzó. Por una parte, quise mantener las formas delante del desconocido, pero Jungkook me atrajo como si fuera un oasis en medio del desierto. Aunque, pensándolo mejor, eso debió significar mi presencia para él.
Me adelanté, pegando mis labios a los suyos. El sabor salado de su sudor me incitó a proseguir, no obstante, los planes de Jungkook no incluían aquello y se apartó antes siquiera de corresponder mi beso.
—Estoy sudando mucho, noona —me recordó.
El pelo le caía por la frente, tan mojado que podría haberse dado una ducha y no habría sentido apenas la diferencia.
—¿Y quién ha dicho que sea un problema?
Mi desparpajo bastó para que abandonase las distancias y deslizara los brazos por las cuerdas negras, sosteniéndome. Hizo bien en cogerme, de lo contrario, la potencia con la que me besó habría acabado empujándome hasta perder el equilibrio.
No me importaba que mojase mi ropa ni que su respiración no fuera uniforme. No me importaba en absoluto porque lo que más había añorado desde que me levanté esa mañana era el afecto que me transmitía a través de su bendita boca.
Sentí su mano izquierda, aún con el guante puesto, presionar en mi espalda baja.
Agarrada fuertemente a los cordeles del ring, me las arreglé para contener esas ganas de tocarlo. Él también lo intentó, relamiéndose el labio inferior. Primero observé su lunar y después ascendí a sus pupilas, oscuras e hipnóticas.
—¿Cómo te fue en el médico? —preguntó, resistiéndose.
Si cambiaba la dirección de la conversación, sería más sencillo impedir que nos pasaramos todo su descanso entre besos silenciosos porque ambos sabíamos que dejarían de ser inapreciables para su amigo.
—Muy bien —desgrané sus miedos—. Todo correcto.
—Me alegro ... —movió la cabeza, conforme con mis palabras—. Me queda poco para terminar. ¿Quieres que comamos en mi casa? Tengo comida para un regimiento —me explicó.
Su piso. Ir a su piso.
La idea había estado revoloteando constantemente desde que se mudó, un mes atrás, pero todavía no se daba la situación propicia. A pesar de lo imponente que sonaba, no esperaba otra cosa. La reunión sería allí, por lo que conocería su nuevo hogar en unas horas de todos modos. ¿Qué había de malo en visitarlo un poco antes?
—¿Tu madre? —curioseé.
Asintió.
—Esta mañana me llegó una caja enorme con cincuenta platos como mínimo —se sonrió—. Creo que tendré alimento hasta final de mes.
—De acuerdo —cedí, ensanchando su cansada sonrisa.
—¿Sí? —insistió, dándome la oportunidad de retroceder si lo creía necesario. Se inclinó, robándome varios besos—. Comerás como una reina, ya lo verás —siguió besándome, eufórico. Yo sonreí, contagiada de su felicidad—. Mi bolsa de deporte está en ese banco —señaló a mis espaldas, pero la cercanía de su rostro, a escasos centímetros del mío, no me permitió comprobar hacia dónde apuntaba—. ¿Puedes sacarme una camiseta limpia? Bajo en un minuto.
Por un segundo, me perdí en ese halo de sensualidad que desprendía y que comenzaba a conocer de primera mano. ¿Cómo podía verse tan bien bañado en sudor? ¿Se trataba del tono de su voz, de lo ronco que resultaba a mis oídos? ¿O era la bola de calor en la que se había convertido después de horas practicando boxeo?
—Claro, pero primero tendrás que ganar, Jungkook-ssi —puse como condición, ganándome su gesto más pícaro.
Rebasó mis defensas, disfrutando de esos excesos de confianza. El beso fue húmedo y directo, igual que él.
—Ah, noona ... —fue alejándose, con la mandíbula perfectamente delineada gracias a la tensión que le había originado. Se acomodó el guante de la mano derecha, con ese reto centelleando en las perlas que caían por sus sienes, y pegó el cierre, ayudándose de los dientes—. Yo nunca pierdo.
Atónita, observé cómo retrocedía y llamaba a su compañero, ofreciéndome una lujosa vista de su espalda. Podía ver perfectamente la forma de sus omóplatos a través de la camiseta, cada vez más transparente. Casi no dejaba nada a mi imaginación y lo lamenté porque dicha nitidez me aceleró el pulso al instante.
Jungkook, ¿qué me estás haciendo ...?
Se posicionaron y, regresando en mí, aparté la mirada.
Se me caería la cara de vergüenza si alguien se daba cuenta de lo que mis ojos reflejaban, así que inicié mi descenso con cuidado y rezando para que el temblor de mis piernas no resultara un problema.
Con los pies en suelo firme, decidí hacer lo que me había pedido. Divisé su bolsa sobre un solitario banco, a la izquierda del ring, y me acerqué a ella con la intención de sacar esa camiseta.
Al abrir la cremallera, lo primero que encontré fue su teléfono móvil. Lo aparté y seguí rebuscando hasta sentir una tela fina negra. Era una camiseta básica negra y, tras comprobar que no tenía ninguna otra, la saqué. También encontré un toalla que rescaté de los fondos de su bolsa para que pudiera secarse el sudor.
Mientras doblaba levemente la toalla, una vibración me interrumpió. La pantalla de su móvil se iluminó como un farol en plena penumbra y, al acercarme para comprobar lo que se veía, descifré el nombre de Junghyun.
Como era de esperar, no respondí. Si hubiese sido una llamada entrante de Nam o de Tae, no habría habido inconveniente alguno en que descolgara, pero no sabía de quién podía tratarse, por lo que me dediqué a tomar su botella de agua.
El móvil volvió al negro más absoluto unos segundos después, como si nada hubiese pasado.
El crujido de la escalera me ubicó de nuevo en aquel gimnasio.
—Hasta la semana que viene, hyung —se despidió Jungkook.
Me di la vuelta, topando con su complexión.
Él se acercó a mí, rezagado, y yo me giré hacia la salida en busca de su amigo.
—¿No debería haberme presentado? —inquirí al localizarle al otro lado de la sala, a punto de salir.
—Bueno ... —todavía le costaba respirar con normalidad—. Confío en él, pero es mejor que vayamos con pies de plomo, ¿no crees? —levantó las cejas, suponiendo que le daría la razón.
Me percaté de que los pendientes plateados habituales no adornaban sus orejas.
—Sí, mejor así —bajé la voz.
No teníamos que arriesgarnos demasiado y aquello podría haber supuesto un error que no valoré en primera instancia.
Jungkook dejó su botella, medio vacía, en la bolsa y se sacó la camiseta tan rápido que apenas fui capaz de alejar los ojos de sus abdominales. Aunque no estaban muy definidos, ese simple vistazo me revolvió las entrañas. Difícilmente, puse la mirada en su teléfono.
Podían haber pasado dos largos meses desde que ambos correspondimos los sentimientos del otro, pero todavía me costaba reaccionar de un modo natural a esos movimientos que él hacía por inercia, sin segundas intenciones.
Si bien me agradaba que se sintiera cómodo a mi alrededor, algo como desnudarse delante de mí ... Mis nervios se descontrolaban y la presión en mi caja torácica me hacía una visita que confirmaba cuánto me faltaba por progresar en ese campo de nuestra relación.
—¿Me pasas la camiseta? —y continuó secándose los excesos de sudor del torso.
Agarré la prenda y él la cogió, sin percatarse de que mis orbes huían de su pálida piel.
—Ah, acaban de llamarte —apunté a su móvil para evitar mirarle mientras se vestía.
—¿Quién era? —se cubrió el estómago con la tela, tranquilizándome.
—¿Junghyun? —dudé.
Escuchar ese nombre lo empujó a encender la pantalla, asegurándose de que no me equivocaba. Sin embargo, guardó el aparato y atrapó un bote de gomina de los bolsillos exteriores. Su mueca indicaba la irritación que le causaba que aquel tipo le hubiese contactado de repente.
—Es mi hermano —jugó con su lengua y abrió el recipiente, rociando un poco del producto en su palma derecha—. Seguramente llamará otra vez —extendió la gomina por su cuero cabelludo, retirándose el pelo de la frente.
—¿Y no vas a cogérselo? —indagué.
Acabó de repartir el fijador y guardó el bote, suspirando.
—La verdad es que no me apetece —admitió, forzándose a sonreír para mí.
Esa conversación podía ser más peliaguda de lo que creí en un principio. Así lo decían sus atribuladas pupilas. Por tanto, pensé que retomarla cuando estuviésemos en su piso sería la opción más sabía.
Cerró la bolsa, todavía molesto por saber que su hermano mayor quería hablarle de algún asunto y que, muy probablemente, no sería de buen grado.
En silencio, rodeé sus dedos anular y meñique, a lo que Jungkook me miró, calmándose.
—¿Ganaste al final?
Ante mi inocente pregunta, él tomó la iniciativa y me besó. Canalizó todo ese mal sabor de boca que le había dejado escuchar el nombre de su hermano mordiendo y lamiendo mis labios. Sus manos cayeron en mi trasero, habiéndose convertido ese en uno de sus lugares favoritos de mi cuerpo. Solo propinó una caricia, pero fue más que suficiente para arrebatarme un débil gemido.
Saber que estábamos solos liberó los restos de adrenalina que escapaban de su organismo después de aquel esfuerzo físico.
En mitad del beso, noté la curvatura de sus comisuras. Extenuado, volvió a hacerlo.
—¿Me tomas por un mentiroso? —me encaró, fundiendo nuestras bocas sin descanso—. Claro que he ganado —jadeó, pegándome a su duro vientre.
Coloqué mis dedos en su esternón. Mi cuerpo estaba hirviendo, anticipando lo que quería que ocurriera.
¿Por qué me quemaba tanto la piel cuando él la tocaba? Me encendía. Me encendía de una manera enfermiza. Ni siquiera la pólvora ardía con tal rapidez.
Interpuse mi pulgar entre sus labios y los míos. Sostuve su mejilla mojada, con su hálito empañando mi semblante y enturbiando mi lado más sensato.
—Tenemos que hablar de varias cosas —expuse, chupándome las comisuras para que no tuviera dónde hincar el diente.
El viaje de Jae, la inesperada prolongación del mismo, esa picazón que se extendía por mis articulaciones y se dirigía a puntos cada vez más peligrosos ... Había muchos asuntos que necesitaban ser tratados bajo una tranquilidad que no encontraríamos si Jungkook me tocaba de aquella manera.
Si pudiera, me entregaría a él allí mismo, pero ambos sabíamos que era necesario aclarar algunos aspectos antes de alcanzar aquel nivel. Por no hablar de que esa tarde teníamos una reunión con los chicos y con Min Yoongi, inspector de policía y amigo cercano de Jimin.
Resoplando, escaso de oxígeno, me regaló una suave caricia.
—Vamos a casa —sonrió, de acuerdo.
A casa.
¿Cuántos años habían pasado desde que escuché esa frase tan sencilla y acogedora?
Sujetó bien mi mano y recorrimos el camino de vuelta. Antes de irnos del lugar, Jungkook se disculpó con el propietario, aquel hombre que me orientó, y compartieron unas risas.
Al pisar la calle, ese asfixiante calor nos golpeó de lleno. Jungkook lo sintió más, pues maldijo aquel tiempo de camino a su coche. Esa bola de fuego solo nos dio un respiro cuando subimos a su Mercedes. Jungkook lo preparó todo para salir y, mientras daba marcha atrás y salía del aparcamiento, mis ojos captaron unas nubes lejanas.
Cierto. El monzón.
Se incorporó a la carretera y, diestro, activó la conexión entre su móvil y el reproductor de música que venía incluido en la pantalla táctil.
Callejeó hasta tomar a una avenida más transitada y me comentó que llegaríamos en unos minutos. El semáforo cambió a rojo, por lo que comenzó a frenar. Yo separé los labios con el propósito de contarle la repentina decisión de Jae de marcharse a Japón a pesar del parte meteorológico, pero el sonido de su tono de llamada, saliendo por los altavoces del coche, me retuvo.
Junghyun.
Jungkook resopló, molesto.
Meditó durante unos segundos qué hacer. Yo esperé, respetando su dilema.
—¿Te importa que conteste? —me dijo—. No va a parar hasta que lo haga.
Ya lo había llamado una vez y, aun habiendo recibido un completo y respetuoso silencio, siguió probando.
—No me importa —mi resolución le bastó.
Alargó el brazo derecho, desbloqueando la llamada. Yo, por mi parte, contemplé el intenso color rojo del semáforo y contuve la respiración sin darme cuenta, temerosa de lo que pudiese ocurrir si su hermano se percataba de que Jungkook estaba acompañado.
—Qué coño has hecho —escupió al momento de descolgar.
Su voz, mucho más grave que la de Jungkook, no hacía una pregunta: estaba exigiendo una respuesta a algo que había contribuido a su indiscutible mal humor.
—Buenas tardes, hyung —tomó el volante con ambas manos, conteniéndose—. También me alegra oírte.
—Déjate de gilipolleces, Jungkook —su insistencia me puso los pelos de punta—. ¿Quién te crees que eres para hablar con papá y decirle que ...?
—Soy su hijo. Igual que tú —le cortó—. Que nacieras antes no te da derecho a hacer lo que te venga en gana con una empresa que todavía no es tuya —alejé la mirada del frente y le observé, preocupada.
Jungkook guardó silencio, a la espera de que su hermano volviera a la carga.
—Qué sabrás tú sobre llevar un negocio —masculló, rabioso por las constantes impertinencias del menor—. Haz el favor de pensar un poco y habla con Choi antes de que se eche atrás.
Su apellido me paralizó y un escalofrío ascendió por mi columna vertebral. Nuestras pupilas chocaron. ¿Por qué tenía su hermano tanto interés por estrechar lazos con Jae? No me tragaba que fuese un estúpido y que no supiera que estaba metiéndose en la boca del lobo.
—Si tienes tanto interés en hablar con él, búscalo tú —zanjó el problema.
—¡No responde al teléfono! —gritó, asustándome—. ¿¡Te crees que no lo he intentado!? Por tu culpa estamos a punto de perder millones, ¿me oyes?
Toqué su brazo y se lo negué para que entendiera que Jae estaba fuera de su alcance. Se encontraba en un avión privado, a miles de kilómetros de Corea.
Jungkook movió la barbilla, aceptando mi inquietud. Para calmarme, puso su mano sobre mis nudillos.
En realidad, él no podía saber que JaeHo no estaba en el país.
—Siempre es mi culpa —escupió, resentido.
—Si hicieras lo que te digo, no tendría que ... —embistió por segunda vez, fuera de sus casillas.
—No voy a discutir sobre esto, hyung —reacio a alimentar esa ira, puso punto y final a aquella conversación unilateral—. Vete pronto a casa y no preocupes a mamá. Hoy habrá tormenta.
—¡Jungkook, no ...! —le replicó, mucho más alterado.
Pero él pulsó el botón rojo, dejándole con la palabra en la boca.
De repente, el semáforo nos dio vía libre para avanzar y tuvo que acelerar a pesar del malestar que le mordisqueaba el alma. Solo habían transcurrido treinta segundos, pero la angustia era más real de lo que me habría gustado reconocer. Oír a su propio hermano hablándole así me dolía porque hacía que recordara esa única confrontación que Namjoon y yo tuvimos, momentos antes de que se largara.
—No quería que escucharas una de nuestras peleas. Lo siento, noona —se disculpó conmigo, suspirando.
Corrí a sostener su mano derecha, deshaciendo el férreo puño que mantenía para reprimir la molestia. Él abrió los dedos, sintiendo cómo yo los encajaba adecuadamente.
—No pasa nada —le sonreí, acariciando sus nudillos.
Si no había entendido mal, Jungkook pretendía romper aquel trato del que me habló cuando nos conocimos porque, en su opinión, las maniobras de su hermano arruinarían a un padre que no conocía realmente cuáles eran los beneficios y las pérdidas que obtendrían si seguían adelante. ¿Cuán estúpido podía ser su hermano? ¿Por qué conseguir un negocio que les ponía a merced de JaeHo?
Al no conocer los detalles, tampoco quise inmiscuirme en sus problemas familiares. Cuando me atreví a abrir la boca, Jungkook había entrado en la calle de su piso, así que decidí aplazar también esa charla. Además, la idea de que esa mirada regresara a su rostro no me resultaba agradable en absoluto.
Sin retomar el asunto, subimos dos largos tramos de escaleras. En el segundo piso, Jungkook me señaló cuál era su puerta.
El edificio no parecía muy antiguo y estaba bien ubicado, pues la universidad no quedaba a más de quince minutos andando. La ausencia de un ascensor y el incesante tráfico podían suponer una desventaja, pero, por la satisfacción que impregnó su rostro al cruzar el umbral, interpreté que no se trataba de una para Jungkook. Tener una casa propia, lejos de la cruel dictadura de su hermano y de los oídos sordos de su padre, lo llenaba de vida, y eso me dio una calma incalculable.
—Voy a darme una ducha —dejó su bolsa en el suelo, al lado de uno de los sofás de cuero negro. Luego, regresó hasta mí, depositando un liviano beso en mis labios—. Vuelvo en cinco minutos.
—Está bien —y lo empujé para que ingresara en el cuarto de baño.
Inspiré, llenando los pulmones de esa fragancia que inundaba la sala de estar. Olía a él.
Escuchando el agua correr, decidí investigar un poco más. Ojeé su habitación, con pilas de libros adornando el escritorio y sábanas oscuras. Casi toda su casa estaba coloreada de negro, muy acorde con los gustos del dueño.
La cocina, conectada al salón, estaba recogida y limpia, tal y como esperaba de Jungkook. Aquella necesidad por tenerlo todo impoluto le caracteriza, así que no me sorprendió que todos los envases de comida se hallaran en el frigorífico, ordenados uno a uno para que encajaran correctamente. Me tomé la licencia de revisar algunos de ellos y sacar el que contenía una tonelada de kimchi. Tendríamos que calentarlo un poco, pero, con las vistas que me ofrecía su nevera, pude confirmar que la comida no le faltaría hasta finales de la semana siguiente.
Su madre se había tomado muchas molestias al cocinar tanto. Me consolaba que al menos ella cuidase de Jungkook, al contrario que el resto de su familia.
¿Cómo sería tener a una madre que te preparase cientos de platos por miedo a que pasases hambre después de haberte independizado? Algo increíble. Seguro que sí.
Ligeramente alicaída, decidí sacar los platos mientras esperaba a Jungkook. Inspeccioné los armarios y saqué unos cuantos, hondos y llanos, junto a unos cuencos para los acompañamientos.
Levanté la cabeza, reflexionando acerca del intrincado método que debía emplear si quería alcanzar los vasos. Mi estatura no daba mucho de sí y estos se encontraban en la balda más alta, así que solo podía estirar mi brazo, frustrada por esa distancia que no lograba salvar.
Con un suave empujón a mi espalda, percibí su robustez. El brazo de Jungkook entró en mi campo visual, agarrando un par de vasos. A continuación, estampó un beso en mi cabeza, divertido por la ardua tarea que estaba intentando llevar a cabo.
—Creo que tendré que bajarlos al primer estante —dijo, alegre.
Algunas gotas cayeron sobre mi hombro y mi nuca. Al girarme, identifiqué la fuente en su cabello mojado, que le caía sobre la frente y se pegaba a ella. Se veía tan bien así que me contuve, obligando a mis brazos a permanecer quietos, muy en contra de las ganas de revolver aquellos tiernos tirabuzones que se quisieron adueñar de mis manos.
Se había puesto unos pantalones negros de chándal y una camisa de tonalidad verdosa que, como solía ocurrir con toda su ropa, le quedaba bastante grande. Los primeros botones, desabrochados, dejaban a la vista parte de su pecho.
—No hace falta —le contesté, retrocediendo un poco.
—Por supuesto que sí —me rebatió, colocando las piezas de cristal sobre la mesa—. No quiero que dependas de mí para algo así —se explicó, abriendo un cajón—. ¿Tienes calor, noona? Puedo encender el aire acondicionado.
Nada de depender, lo opuesto a lo que Jae decía siempre. Aunque mi corazón dependiera de alguna forma de él, había muchas cosas que podía hacer sola, sin su ayuda ni la de nadie, y Jungkook quería cerciorarse de que yo también era consciente de aquello.
Un amor sano, sin ataduras innecesarias.
—No —rechacé su oferta y retiré algunas hebras de su sien, haciéndole sonreír—. Puedes pillar un resfriado.
—Está bien —dejó los cubiertos y los palillos y, tras besarme brevemente, se encaminó hacia el microondas con un bol de kimchi—. Entonces yo me encargo de calentar la comida. Tú puedes sentarte y esperar —alejó una de las sillas, incitándome a tomar asiento.
—¿Por qué me tratas como una inválida, Jungkook? —le pregunté, bromeando.
Abrió la puerta del microondas y reguló el tiempo con la ruedecilla.
—Eres mi invitada. Es diferente a ser inválida, Yeong —me corrigió entre risas—. Además, tu temperatura corporal es más elevada que la mía y por eso siempre pasas más calor. Es decir que yo me ocupo de todo lo que esté relacionado con calentar cosas en verano —sentenció tras darme su razonamiento completo—. Lo que incluye microondas, horno, placas de inducción, hervir agua ...
Descansé en aquella silla, pero no aparté la mirada de su figura ni un mísero segundo. Él continuó enumerando distintos elementos de calor con los que me evitaría establecer un contacto directo y, oyendo su larga lista, reciclé aquella afirmación a mi antojo.
—Sí ... Eso se te da genial —farfullé, absorta en las contracciones de su tríceps.
—¿A que sí? —respondió, ilusionado.
Calentarme a mí seguro que sí ...
Volví en mí misma cuando Jungkook se acercó con la comida recalentada, dispuesto a echarla en uno de los cuencos. Yo lo ayudé, combatiendo un fuerte sonrojo por haber pensado ese tipo de cosas, y me enfoqué en el rugir de mi estómago. Sepultar una ambición sacando a relucir otra. Sí, esa sería mi estrategia durante el resto del día porque, si no me oponía tajantemente a aquel incesante deseo, acabaría perdiéndome en él.
La comida tenía el gran sabor que Jungkook me prometió. Todo estaba delicioso y, desde luego, me habría encantado agradecerle a su madre por tener unas manos tan prodigiosas. Incluso la guarnición más pequeña estallaba en una mezcolanza de sabores que deleitaban mi paladar como nunca.
Media hora más tarde, los dos, frente al fregadero, nos turnábamos para lavar y secar los platos. Nuestros codos chocaban cada pocos segundos y me resultaba bastante difícil contener una sonrisa. En aquel escenario tan apacible y familiar, agarré uno de los cubiertos y lo limpié antes de tendérselo a Jungkook, que retiraba los excesos de agua con un paño de tela.
—Tu hermano no podía dar con Jae porque ahora mismo debe de estar llegando a Osaka.
De repente, quebré la cordialidad que se respiraba para hablarle de aquello.
Observé sus venosas manos jugando con el paño.
—¿Se fue esta mañana? —dedujo.
—Sí —disfruté del chorro de agua fría mojando mis dedos—. Dijo que estaría allí durante unos días.
Jungkook emitió algo similar a un ronroneo, meditando dicha información en su mente.
—Entonces ... —habló, con su adorable titubeo por bandera—. ¿Estarás sola hasta que vuelva? —cogió el plato de mis manos y unas gotas le salpicaron la blanca piel.
—Y no tengo que quedarme en la finca esperándole —habría jurado que el aire podría cortarse con un cuchillo debido a la tensión que traían esas declaraciones—. Él mismo me dio permiso.
Le entregué el último plato, pero él esperó a que dijera algo más. Mi silencio hizo que se adelantara y cerrara el grifo con cierta brusqueda, denotando su aturdimiento e inexperiencia a kilómetros.
—Quédate.
Succioné mi labio, inmóvil.
Su codo me rozó el antebrazo mojado, creando una incertidumbre mayor.
—No sé si debería, Jungkook —dije al tiempo que examinaba el descenso del agua por el sumidero.
—Han avisado de que las lluvias van a ser bastante fuertes y ... —su política para convencerme cambió porque reconoció ese estrés en mis pupilas a pesar de que no le miraba—. Si estás preocupada por eso, no lo hagas —se apresuró a sostener mi mano derecha, empapada y pasiva—. No quiero que te sientas presionada, Yeong-ah.
Esbocé una tonta sonrisa por naturaleza.
—¿Dices que solo dormiremos? —sus dedos, esbeltos y largos, se escurrieron entre los míos.
—¿Acaso dudas de mi aguante? —parecía indignado, aunque sólo estaba bromeando—. Sé que puedo tenerte en pijama, a menos de un metro durante toda la noche, y ni siquiera te rozaría —atestiguó, firme.
Solo entonces, mientras se enorgullecía de poder modelar a su gusto aquella pasión desmedida a la que nos enfrentábamos, me armé de valor y clavé mis serenos ojos en su rostro, destruyendo esa solidez de la que alardeaba.
—No. Dudo del mío —especifiqué.
Le oí tragar saliva, nervioso por todo lo que implicaba mi aclaración.
—Mientras lo piensas ... —agitado, separó nuestros brazos desnudos—. ¿Te apetece ver una película?
🥊🥊🥊
Jungkook boxeando es mi religión por muy atea que sea 🛐🛐🛐
Por un lado está Junghyun, que ya va entrando en escena y no parece ser muy buena gente 😬😬😬 y, por otra parte, tenemos la tensión sexual entre Yeong y Jungkookie 👽
Ella le ha dejado claro que no sabe cómo manejarlo y él tampoco parecer controlarlo muy bien 😎, así que puede que haya más movimiento durante los próximos capítulos 7w7 o no, quién sabe. Los problemas de ansiedad de Yeong pueden ser un verdadero lastre en este caso 🫠🫠🫠. Mi pobre niña tiene que luchar contra sus propios fantasmas cuando piensa en esos temas, sed compreniv@s con ella pls :((
También está el temita de Yoongi y la reunión que tienen pendiente. Reunión que sucederá en el próximo capítulo y que servirá para aclarar un par de cositas 👀
Sigo sin tener un horario de actualización para Answer, pero es cierto que últimamente estoy escribiendo bastante y actualizaré mucho durante las próximas semanas 🤓🤓. Probablemente suba dos capítulos por semana, aunque no sé los días exactos a largo plazo. De momento, el capítulo 27 estará listo el sábado 30 de julio a las 22:00 pm, hora española ♡
Si cambio de opinión y decido establecer un horario fijo, lo diré por aquí y por mi tablón ✨
Os quiere, GotMe 💜
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